Y seguiré recordando al paso del tiempo
Juan
Alarcón, compañero del Diezmo de Palabras desde inicios de este siglo XXI,
falleció el jueves 1 de marzo víctima del cáncer. Sus textos eran divertidos,
llenos de emoción casi infantil. Pero cuando su pluma poética se deslizaba por
la hoja en blanco, esa emoción venía del alma.
Fue
un incansable buscador de misterios. Lo mismo como aquel titiritero (con sus
monos para adultos), que como chamán en medio de la selva urbana.
Su
obra fue recopilada en algunas antologías, particularmente en Aire del Bajío,
de la Universidad de Guanajuato, de la mano de nuestro maestro Herminio Martínez.
Ya descansa en paz. Vale.
Julio
Edgar Méndez
AÚN RECUERDO
Silvia
Alarcón (13 años)
Aún
recuerdo aquella primera vez
cuando
nuestras miradas se cruzaron;
cuando
tus labios pronunciaron un “te quiero";
cuando
nuestras manos se tocaron por consuelo.
Aún
recuerdo aquella vez que salimos juntos;
cuando
tu sonrisa se volvió mi fuerte, y tus besos mi arma.
Aún
recuerdo aquella vez que me llamaste a media noche
para
decirme que me amabas.
Aún
recuerdo... y seguiré recordando al paso del tiempo.
COMO
UN ESCUADRÓN EN LA CAMA
Juan
Alarcón
Era
una noche como cualquier otra. Mis hermanas mayores realizaban el arduo trabajo
de cuidarnos a mi hermano menor y a mí.
Mis padres habían ido al entierro de un amigo de la familia, por lo que
decidieron dejar a los hijos en casa y acudir a dar el último adiós al amigo.
Mis hermanas estaban en la planta baja de la casa, cada una con su novio.
Preocupadas por nuestra integridad física, nos dejaron jugar donde quisiéramos.
Mi
hermano menor se quedó viendo televisión en el cuarto de mis papás, mientras
yo, con mis soldados de plástico duro y mis luchadores huecos, todo un rosario
de historias imaginadas acudían a mis muñecos, dándoles vida y voz propia.
Tenía
un escuadrón en la cama preparado para tomar por asalto a los luchadores.
Los soldados alistaban sus armas y
ordenaban su posición. El soldado pecho a tierra se apostó arriba de la
almohada para tener mejor ángulo de visión. El soldado lanzador de granadas
trataba de acercarse lo más posible, seguido por el de metralleta rodilla en
tierra y el capitán, quien, metralleta en mano, animaba a los soldados a no
ceder terreno y conquistar el gran tocador de madera, donde el espejo brillaba
como luna.
En
el tocador y liderados por el Santo, seguido de Tinieblas, Blue Demon y el
Huracán Ramírez, los luchadores se escondían detrás de perfumes, labiales y
cepillos, dispuestos a dar una gran pelea.
Mandaron
a esconderse en uno de los cajones al Kid Acero, el único con movimiento de
karate al oprimírsele la espalda. El Hombre Elástico se escurría por un lado
del tocador, queriendo sorprender por la retaguardia a los soldados.
El
hombre invisible se paseaba por todos lados esperando el mejor momento para
atacar, confiado en que nadie se percataría de su presencia hasta que fuera muy
tarde. El tiempo pasaba, cada combatiente escogía el que creía el mejor lugar
para defenderse o atacar.
Estaba
parado frente al tocador y organizando aun a los luchadores cuando vi un
reflejo de reojo en el espejo; una figura gris que pasó por fuera del cuarto.
Levanté la mirada pensando que era una de mis hermanas, que seguramente me
pediría recogiera toda mi guerra. Salí a asomarme y toda la planta alta estaba
desierta. Recorrí los cuatro cuartos llamando en voz alta a mis hermanas y me
contestaron de la parte de abajo. Simplemente levanté los hombros y decidí
empezar esa guerra tan largamente planeada.
De
regreso al cuarto empezó lo peor. De manera traicionera los soldados empezaron
el ataque sin piedad, lanzando bolas de plastilina contra los defensores del
tocador que iban cayendo uno a uno entre gritos de dolor, desesperación e
impotencia.
El
Santo, con su mano derecha siempre en alto, pedía calma y que se reagruparan,
esperando mejorar su situación.
A
una señal del Enmascarado de plata, el Hombre elástico brincó del suelo a la
cama. Con su voluminoso cuerpo logró derribar varios soldados, pero ellos eran
más y lograron hacerlo retroceder tirándolo de la cama con una lluvia de
canicas de agüita y ponches que lo dejaron mal herido.
Esa
breve interrupción fue suficiente para que los defensores del encordado se
abalanzaran contra los militares, entablando una feroz lucha cuerpo a cuerpo.
Kid Acero escaló por un lado de la cama y
sorprendiendo por detrás al soldado pecho a tierra le aplicó un golpe siniestro
en la nuca, de esos que hacen escupir el alma. Desgraciadamente una granada
cayó cerca de él y le arranco la mano derecha.
Preocupado,
hice una interrupción en la batalla. Ese era un regalo de los Reyes Magos… y
apenas era febrero. O escondía el muñeco para que no me regañaran o trataba de
pegarlo. Busqué desesperado —algo, algo, lo que sea que pegue. Por fin encontré
una cinta Diurex y le pegué la mano…
Es un vendaje, pensé. En caso de que preguntaran contaría la hazaña del héroe
del tocador.
Una
vez resuelto el problema suspiré tranquilo.
—Nadie
lo va a notar -me dije a mí mismo-.
Bajé
por un poco de agua y a enterarme de que la Señorita Cometa acababa de salvar a
Koji y a Takeshi de un feroz dinosaurio salido de las entrañas hirvientes de la
tierra, acompañado por varios pterodáctilos (en ese tiempo “pajarotes”). Me
quedé unos minutos viendo la televisión en lo que acababa mi vaso de agua.
Pero
la vida para un niño de 7 años, sin internet ni celular y sin Google, no era
fácil. Tenía una guerra por terminar. Así que empecé mi peregrinación al
segundo piso. Era una escalera que parecía Cuaresma: larga, larga y con un
descanso a mitad del trayecto. De ahí nos lanzábamos por el barandal. A pesar
de caídas y de varios chanclazos maternos advirtiéndonos de que no hiciéramos
eso, pero en cuanto mamá se descuidaba, ahí íbamos de vuelta a deslizar
nuestras infancias.
Ahora
entiendo que la chancla de mi mamá tenía mira telescópica y era de Adamantium.
Que en cuanto nació su primer hijo todas las mamás de esa época tomaron un
curso sobre el “Uso correcto de la chancla y cómo mejorar la puntería”.
Pero
bueno, a mitad de la escalera el demonio de las siete de la noche me sopló al
oído: ¡Aviéentateeee por el barandaaaal!
Tuve
un momento de flaqueza, pero recordé a mi Kid Acero malherido, al soldado
desnucado, a tanto héroe muerto que decidí terminar la cruel batalla.
Entro
corriendo al cuarto de mi hermana y…
Todos
los juguetes estaban tirados en el suelo: los labiales, cepillos y maquillajes
regados sobre el piso… —¿Sería mi hermana que subió y se enojó por el tiradero
que tenía?-pensé-. Pero no, yo estaba en las escaleras y antes de subir vi a mi
hermana que seguía en la sala con “El Cucho” -noble y lleno de alcurnia apodo
que tenía su novio porque era zurdo-.
Mientras
pensaba cómo enfrentarme a esta rara situación, empecé a recoger todos los
juguetes y los puse sobre la cama.
Con
mucho cuidado empecé a recoger el maquillaje en polvo, a punto de deshacerse y
ponerlo lo más posible en su lugar del tocador.
Me
agaché por los últimos cepillos, ligas para pelo, peines y diademas. Al estar
colocándolos en su lugar sucedió de nuevo. Una vez más esa sombra gris en el
reflejo en el espejo. Pero esta vez no se movió.
Se
quedó parado bajo el marco de la puerta. Aún recuerdo que llevaba un traje
gris, camisa blanca. Parecía un ancianito, nariz aguileña, con poco pelo a los
lados. Pero al mirar sus ojos grises, opacos, carentes de todo brillo o alegría
lo entendí como si me lo hubieran explicado.
En
ese momento supe que ese personaje estaba muerto.
+++++++++++++++++++++++
ENTIERRO
EN VIDA
Juan
Alarcón
Trato
de enterrarte en besos ajenos,
acaricio
otro cuerpo deseando que sea el tuyo
a
cada beso dado.
Excavo
tu tumba
ahora
profunda de tanto lamer tu ausencia.
Pero
tu espíritu se niega a dejarme morir
resucitándome
cada vez que busco tu sepulcro.
Convirtiéndote
en ave fénix del desamor
ardiente,
distante, eterna.
¡Por
Dios, quiero enterrarte¡
Condenarte
al destierro de la patria de mi alma,
enviarte
a la tierra de los sueños inconclusos.
Mas
tu imagen retorna como golondrina
como
cada estación, con tu sonrisa abierta
y
constante.
Rasco
en tu sombra el deseo de estar.
Te
busco en otros ojos,
ciño
tu cuerpo en otras pieles
sin
final ni comienzo.
++++++++++++++++++
LUGAR
COMÚN
Juan
Alarcón
Como
el lugar común
yo
también bebo para no olvidarte.
Para
no pensar que te sembré un noviembre
y te
cosecho a diario en esta vida.
Te
riego con estos ojos tristes cada 28 del mes once.
Sueño
tu consejo certero, crítico o amigable.
Aunque
los ojos no ven tu cuerpo comido de años,
sigues
brotando de la memoria en cada luna.
Se
marchitó la cáscara, todo el jugo exprimiste.
Pero
sigues aquí, conmigo, con los tuyos,
aunque
mis ojos diarios
extrañen
esa piel de calendario.
++++++++++++++++++++++
AROMA
Juan
Alarcón
El
aroma del deseo se escapa
horadando
mi respiración.
Tu
mano viaja de norte a sur,
de
oriente a poniente,
de
cenit a nadir
buscando
caricias prohibidas.
Las
mías emprenden su propio vagar
visitando
lugares nunca vistos.
Los
labios también viajan.
Recorro ese cuello eterno,
Recorro ese cuello eterno,
escalo
cumbres,
dejo
rocío de ansiedad en tus cañadas,
navego
por el mar de tus caderas,
busco
sitios y lugares lejanos.
El
amor se viste de oleaje eterno.
Tus
labios se unen -como mar y arena-
al
grito de la gaviota
que
anuncia ya el principio.
+++++++++++++++++++
ESO
BASTABA
Silvia
Alarcón (13 años)
Como
las olas, llegas.
Envuelto
en magia me envuelves, me llenas.
Y
cuando quiero que te quedes, te vas.
Y
cuando menos lo espero, estás aquí.
Son
tus sentimientos,
uno
a uno,
riendo
tristezas, llorando sonrisas,
mi
objetivo eres tú, y solo tú.
"Hay
personas que no saben soltarte y otras que no saben tenerte.
Pero
las peores son aquellas que no te sueltan pero tampoco te tienen."
Ella
no decía nada. Le gustaba que él le dijera cosas, pero ella callaba.
Solo
sus ojos y sus manos hablaban... Y eso bastaba.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
Muchas gracias por publicar esto. Hadta ahora sé que Juan escribía poemas y vivencias.
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