domingo, 4 de marzo de 2018

Y seguiré recordando al paso del tiempo


Y seguiré recordando al paso del tiempo

Juan Alarcón, compañero del Diezmo de Palabras desde inicios de este siglo XXI, falleció el jueves 1 de marzo víctima del cáncer. Sus textos eran divertidos, llenos de emoción casi infantil. Pero cuando su pluma poética se deslizaba por la hoja en blanco, esa emoción venía del alma.
Fue un incansable buscador de misterios. Lo mismo como aquel titiritero (con sus monos para adultos), que como chamán en medio de la selva urbana.
Su obra fue recopilada en algunas antologías, particularmente en Aire del Bajío, de la Universidad de Guanajuato, de la mano de nuestro maestro Herminio Martínez. Ya descansa en paz. Vale.
Julio Edgar Méndez





AÚN RECUERDO
Silvia Alarcón (13 años)

Aún recuerdo aquella primera vez
cuando nuestras miradas se cruzaron;
cuando tus labios pronunciaron un “te quiero";
cuando nuestras manos se tocaron por consuelo.
Aún recuerdo aquella vez que salimos juntos;
cuando tu sonrisa se volvió mi fuerte, y tus besos mi arma.
Aún recuerdo aquella vez que me llamaste a media noche
para decirme que me amabas.
Aún recuerdo... y seguiré recordando al paso del tiempo.




COMO UN ESCUADRÓN EN LA CAMA
Juan Alarcón

Era una noche como cualquier otra. Mis hermanas mayores realizaban el arduo trabajo de cuidarnos a mi hermano menor y a mí.  Mis padres habían ido al entierro de un amigo de la familia, por lo que decidieron dejar a los hijos en casa y acudir a dar el último adiós al amigo. Mis hermanas estaban en la planta baja de la casa, cada una con su novio. Preocupadas por nuestra integridad física, nos dejaron jugar donde quisiéramos.
Mi hermano menor se quedó viendo televisión en el cuarto de mis papás, mientras yo, con mis soldados de plástico duro y mis luchadores huecos, todo un rosario de historias imaginadas acudían a mis muñecos, dándoles vida y voz propia.
Tenía un escuadrón en la cama preparado para tomar por asalto a los luchadores. Los  soldados alistaban sus armas y ordenaban su posición. El soldado pecho a tierra se apostó arriba de la almohada para tener mejor ángulo de visión. El soldado lanzador de granadas trataba de acercarse lo más posible, seguido por el de metralleta rodilla en tierra y el capitán, quien, metralleta en mano, animaba a los soldados a no ceder terreno y conquistar el gran tocador de madera, donde el espejo brillaba como luna.
En el tocador y liderados por el Santo, seguido de Tinieblas, Blue Demon y el Huracán Ramírez, los luchadores se escondían detrás de perfumes, labiales y cepillos, dispuestos a dar una gran pelea.
Mandaron a esconderse en uno de los cajones al Kid Acero, el único con movimiento de karate al oprimírsele la espalda. El Hombre Elástico se escurría por un lado del tocador, queriendo sorprender por la retaguardia a los soldados.
El hombre invisible se paseaba por todos lados esperando el mejor momento para atacar, confiado en que nadie se percataría de su presencia hasta que fuera muy tarde. El tiempo pasaba, cada combatiente escogía el que creía el mejor lugar para defenderse o atacar.
Estaba parado frente al tocador y organizando aun a los luchadores cuando vi un reflejo de reojo en el espejo; una figura gris que pasó por fuera del cuarto. Levanté la mirada pensando que era una de mis hermanas, que seguramente me pediría recogiera toda mi guerra. Salí a asomarme y toda la planta alta estaba desierta. Recorrí los cuatro cuartos llamando en voz alta a mis hermanas y me contestaron de la parte de abajo. Simplemente levanté los hombros y decidí empezar esa guerra tan largamente planeada.
De regreso al cuarto empezó lo peor. De manera traicionera los soldados empezaron el ataque sin piedad, lanzando bolas de plastilina contra los defensores del tocador que iban cayendo uno a uno entre gritos de dolor, desesperación e impotencia.
El Santo, con su mano derecha siempre en alto, pedía calma y que se reagruparan, esperando mejorar su situación.
A una señal del Enmascarado de plata, el Hombre elástico brincó del suelo a la cama. Con su voluminoso cuerpo logró derribar varios soldados, pero ellos eran más y lograron hacerlo retroceder tirándolo de la cama con una lluvia de canicas de agüita y ponches que lo dejaron mal herido.
Esa breve interrupción fue suficiente para que los defensores del encordado se abalanzaran contra los militares, entablando una feroz lucha cuerpo a cuerpo.
 Kid Acero escaló por un lado de la cama y sorprendiendo por detrás al soldado pecho a tierra le aplicó un golpe siniestro en la nuca, de esos que hacen escupir el alma. Desgraciadamente una granada cayó cerca de él y le arranco la mano derecha.
Preocupado, hice una interrupción en la batalla. Ese era un regalo de los Reyes Magos… y apenas era febrero. O escondía el muñeco para que no me regañaran o trataba de pegarlo. Busqué desesperado —algo, algo, lo que sea que pegue. Por fin encontré una cinta Diurex y le pegué la mano… Es un vendaje, pensé. En caso de que preguntaran contaría la hazaña del héroe del tocador.
Una vez resuelto el problema suspiré tranquilo.
—Nadie lo va a notar -me dije a mí mismo-.
Bajé por un poco de agua y a enterarme de que la Señorita Cometa acababa de salvar a Koji y a Takeshi de un feroz dinosaurio salido de las entrañas hirvientes de la tierra, acompañado por varios pterodáctilos (en ese tiempo “pajarotes”). Me quedé unos minutos viendo la televisión en lo que acababa mi vaso de agua.
Pero la vida para un niño de 7 años, sin internet ni celular y sin Google, no era fácil. Tenía una guerra por terminar. Así que empecé mi peregrinación al segundo piso. Era una escalera que parecía Cuaresma: larga, larga y con un descanso a mitad del trayecto. De ahí nos lanzábamos por el barandal. A pesar de caídas y de varios chanclazos maternos advirtiéndonos de que no hiciéramos eso, pero en cuanto mamá se descuidaba, ahí íbamos de vuelta a deslizar nuestras infancias.
Ahora entiendo que la chancla de mi mamá tenía mira telescópica y era de Adamantium. Que en cuanto nació su primer hijo todas las mamás de esa época tomaron un curso sobre el “Uso correcto de la chancla y cómo mejorar la puntería”.
Pero bueno, a mitad de la escalera el demonio de las siete de la noche me sopló al oído: ¡Aviéentateeee por el barandaaaal!
Tuve un momento de flaqueza, pero recordé a mi Kid Acero malherido, al soldado desnucado, a tanto héroe muerto que decidí terminar la cruel batalla.
Entro corriendo al cuarto de mi hermana y…
Todos los juguetes estaban tirados en el suelo: los labiales, cepillos y maquillajes regados sobre el piso… —¿Sería mi hermana que subió y se enojó por el tiradero que tenía?-pensé-. Pero no, yo estaba en las escaleras y antes de subir vi a mi hermana que seguía en la sala con “El Cucho” -noble y lleno de alcurnia apodo que tenía su novio porque era zurdo-.
Mientras pensaba cómo enfrentarme a esta rara situación, empecé a recoger todos los juguetes y los puse sobre la cama.
Con mucho cuidado empecé a recoger el maquillaje en polvo, a punto de deshacerse y ponerlo lo más posible en su lugar del tocador.
Me agaché por los últimos cepillos, ligas para pelo, peines y diademas. Al estar colocándolos en su lugar sucedió de nuevo. Una vez más esa sombra gris en el reflejo en el espejo. Pero esta vez no se movió.
Se quedó parado bajo el marco de la puerta. Aún recuerdo que llevaba un traje gris, camisa blanca. Parecía un ancianito, nariz aguileña, con poco pelo a los lados. Pero al mirar sus ojos grises, opacos, carentes de todo brillo o alegría lo entendí como si me lo hubieran explicado.
En ese momento supe que ese personaje estaba muerto.

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ENTIERRO EN VIDA
Juan Alarcón

Trato de enterrarte en besos ajenos,
acaricio otro cuerpo deseando que sea el tuyo
a cada beso dado.
Excavo tu tumba
ahora profunda de tanto lamer tu ausencia.
Pero tu espíritu se niega a dejarme morir
resucitándome cada vez que busco tu sepulcro.
Convirtiéndote en ave fénix del desamor
ardiente, distante, eterna.
¡Por Dios, quiero enterrarte¡
Condenarte al destierro de la patria de mi alma,
enviarte a la tierra de los sueños inconclusos.
Mas tu imagen retorna como golondrina
como cada estación, con tu sonrisa abierta
y constante.
Rasco en tu sombra el deseo de estar.
Te busco en otros ojos,
ciño tu cuerpo en otras pieles
sin final ni comienzo.

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LUGAR COMÚN
Juan Alarcón

Como el lugar común
yo también bebo para no olvidarte.
Para no pensar que te sembré un noviembre
y te cosecho a diario en esta vida.
Te riego con estos ojos tristes cada 28 del mes once.
Sueño tu consejo certero, crítico o amigable.
Aunque los ojos no ven tu cuerpo comido de años,
sigues brotando de la memoria en cada luna.
Se marchitó la cáscara, todo el jugo exprimiste.
Pero sigues aquí, conmigo, con los tuyos,
aunque mis ojos diarios
extrañen esa piel de calendario.

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AROMA
Juan Alarcón

El aroma del deseo se escapa
horadando mi respiración.
Tu mano viaja de norte a sur,
de oriente a poniente,
de cenit a nadir
buscando caricias prohibidas.
Las mías emprenden su propio vagar
visitando lugares nunca vistos.
Los labios también viajan.
Recorro ese cuello eterno,
escalo cumbres,
dejo rocío de ansiedad en tus cañadas,
navego por el mar de tus caderas,
busco sitios y lugares lejanos.
El amor se viste de oleaje eterno.
Tus labios se unen -como mar y arena-
al grito de la gaviota
que anuncia ya el principio.

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ESO BASTABA
Silvia Alarcón (13 años)

Como las olas, llegas.
Envuelto en magia me envuelves, me llenas.
Y cuando quiero que te quedes, te vas.
Y cuando menos lo espero, estás aquí.
Son tus sentimientos,
uno a uno,
riendo tristezas, llorando sonrisas,
mi objetivo eres tú, y solo tú.
"Hay personas que no saben soltarte y otras que no saben tenerte.
Pero las peores son aquellas que no te sueltan pero tampoco te tienen."
Ella no decía nada. Le gustaba que él le dijera cosas, pero ella callaba.
Solo sus ojos y sus manos hablaban... Y eso bastaba.




*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por publicar esto. Hadta ahora sé que Juan escribía poemas y vivencias.

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  2. Muchas gracias por publicar esto. Hadta ahora sé que Juan escribía poemas y vivencias.

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