sábado, 29 de diciembre de 2012

AÑO DE LA CONFUSIÓN


Sol del Bajío, domingo 30 de diciembre de 2012
DIEZMO DE PALABRAS
AÑO DE LA CONFUSIÓN

Mañana será el último día del año 2012. Pero, ¿quién estableció esta fecha?
El día de Año Nuevo es la más antigua y universal de las festividades religiosas. Curiosamente, su historia comienza en una época en la que aún no existía un calendario anual. El tiempo transcurrido entre la siembra y la cosecha representaba un “año” o ciclo. La fiesta de Año Nuevo más antigua que se ha registrado se celebraba en la ciudad de Babilonia. Se situaba a fines de marzo, en el equinoccio de primavera. Los iniciaba un sumo sacerdote que, habiéndose levantando dos horas antes del alba y tras bañarse en las aguas sagradas del Éufrates, ofrecía un himno al dios local de la agricultura, orando para pedir un nuevo ciclo de cosechas abundantes. Tanto desde el punto de vista astronómico como del agrícola, enero es el peor tiempo para comenzar simbólicamente un ciclo agrario o Año Nuevo. El sol no se encuentra en un lugar adecuado del cielo, como ocurre en los equinoccios de primavera y otoño y en los solsticios de invierno y verano, los cuatro acontecimientos solares que ponen fin a las estaciones. El traslado de este día sagrado se inició con los romanos. Según su antiguo calendario, los romanos consideraban el 25 de marzo, comienzo de la primavera, como el primer día del año. Sin embargo, los emperadores y los altos funcionarios alteraron repetidamente la longitud de meses y años para ampliar el tiempo de sus mandatos. Las fechas del calendario guardaban tan poca sincronización con los hitos astronómicos en el año 153 a.C., que para fijar con seguridad numerosas ocasiones de tipo público, el Senado romano declaró el 1 de enero primer día del año. A continuación se produjeron nuevas alteraciones de fechas, y para iniciar de nuevo el calendario, el 1 de enero, en el año 46 a.C., Julio César tuvo que prolongar el año hasta 445 días, por lo que se conoce en la historia como “Año de la Confusión”. El nuevo calendario creado por César fue llamado, en su honor, calendario juliano.
En cierta época, durante la Baja Edad Media, desde el siglo XI al XIII, los británicos celebraban el Año Nuevo el 25 de marzo, los franceses el domingo de Pascua, y los italianos el día de Navidad, que era entonces el 15 de diciembre; sólo en la Península Ibérica se observaba el 1 de enero. La aceptación general de esta fecha sólo data de los últimos 400 años.

Así que si es, o no es realmente el fin de otro año, no importa. Lo que cuenta es la actitud. Veámoslo mejor como un principio y otra oportunidad.
Los compañeros del Diezmo de Palabras, junto con nuestro maestro, Herminio Martínez, les damos las gracias por habernos permitido entrar a sus hogares cada domingo a través de las páginas de El Sol del Bajío. Gracias a Juana Naranjo, a su excelente equipo de diseño y a nuestro gran amigo, su director, Argimiro González. De todos nosotros, para todos ustedes: ¡Feliz Año Nuevo! 



MAL DE AMORES
Por Herminio Martínez

Al hombre, apenas nace,
lo comparan, lo miden,
lo presumen,
se lo prestan al sueño,
se lo confían al talco,
lo bañan en la espuma del cariño,
le hacen su eternidad y se la ponen.
Hasta que llega el día
en que el bozal del alma lo estrangula
porque ya no le cabe la inocencia
en los espacios íntimos del cuerpo.
Entonces el amor lo echa a la calle.
Lo mete a las cantinas,
lo entretiene en los cines,
lo derrumba en el ocio,
lo arropa en la esperanza,
lo acuesta en camas públicas que hieden,
lo regala al rumor,
lo tira a que lo pise la llovizna,
lo avienta a que el ayuno lo triture,
lo sienta en el silencio hasta que llora
y en la tentación hasta que brama.
Lo mece en los columpios del ensueño,
lo refunde en las grietas de la lástima,
lo amarra al palo seco del insomnio,
lo encierra en los corrales del suspiro,
lo arrea hacia la avenida y el paisaje.
Así lo trae al pobre,
cabestreando
como a cualquier hijo de buey.

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RUMOR DE HASTÍO
Por Berenice Patiño Roa.

Olvidé que la muerte, tu muerte,
provocó un delirio, una caída…
Llegan a la piel las esquirlas
que se desprenden de tu esqueleto,
la fragmentación del universo en la ventana,
las prendas desgarradas juegan a cubrir de misterio
un sinfín de memorias, el olor a flores secas y cementerio
se instala en la casa vacía y ésta adquiere un rumor de hastío.
Busco en los cajones las cuentas del rosario
con el que solías rezar e imponer tu voz
para mantenernos quietos cada noche de Navidad,
sólo encuentro soledades acumuladas,
cajas apolilladas que conservan los objetos del abuelo,
y en el último día del año, uno de tus hijos juega a ser héroe,
lanza ráfagas al infinito, súplicas de indiferencia,
el estruendo nos obliga a guardar silencio.
Del hilo pende una piñata que se ha teñido de luto,
unos niños rodeados de inocencia exigen dulces,
junto al mezquite se derraman lágrimas
y los abrazos han perdido significado.
En el corredor las veladoras proyectan una sombra
que no es la tuya sino la del terrible olvido,
que se ríe de mis inútiles intentos para suspender
el desbordamiento de sangre que decora las paredes.
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FIN DE AÑO
Por Javier Aranda

Fin de año se presenta sin pausa,
con presagios, máscaras y amor.
Mayas, muertes, todo hastío,
todo en conjunto…
Fin de año de nueva cuenta.
Año personal de huídas y vuelos.
Año de cráneos y alertas.
Que se acabe pronto.
Fin de año de frialdades y tradiciones.
Gula, desvaríos y regalos.
Se retornan los vicios al vacio.
Aparecen nuevos fantasmas.
Fin de año de dietas y maratones.
Reuniones de cariño familiares amados.
Corajes y risas, todo aberración.
Estupideces, problemas y más muertes.
Se acaba el monstruo endemoniado.
Empiezan las nuevas ganas de vivir,
nueva paz, pizcas de fe y esperanzas.
Abrazos, armonía y deseos inciertos.

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EL DISFRAZ
Por Rosaura Tamayo

Corre la niña en su mundo rosa dentro de un castillo sin reino. Entre muñecas y juguetes se asoma a la ventana y ve el azul del cielo, un arcoíris y un sol bañado en rayos. Canta, sonríe, pinta y escribe con sus colores guardados en una cajita de madera blanca. Juega con sus regalos de años anteriores; a la comidita con sus trastes rojos y sus plateadas cazuelitas de la cocina en miniatura. Un cielo gris se asoma. Un timbre anuncia la hora del disfraz. Se pone tacones, se peina y se pinta el rostro. Sale disfrazada de adulta. Por un instante, no sabe si son minutos u horas, pero llega gustosa a quitarse ese disfraz. Una armadura que la vida misma le pide. Una sociedad que impone reglas y obliga a usar una indumentaria, que esconde al niño o a la niña que llevas dentro. Dicen los adultos: la niñez termina con los reyes magos y los sueños. No permitas que termine también en tu corazón.

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PROFECÍA  NAHUATL
Por Miguel Sánchez

Buscaba un lugar apacible y adecuado para la contemplación del último eclipse del año y salí de la zona urbana. Me instalé en el viejo puente de madera. Mi reloj indicaba las 12:20 de la noche. Al mirar hacia la carretera observé un tráiler, rotulado con la marca de unas galletas famosas, saliendo de la ciudad. Instantes después, a mi derecha, venía un trabajador en bicicleta.
-Buenas noches, amigo.
-Buenas noches –contesté.
Aguardé unos minutos. A las 12:30, hora que habían indicado los astrónomos, comenzaría el eclipse de luna, dirigí la vista hacia ésta, la cual repentinamente se movió de un lado hacia otro, al tiempo que el puente comenzó a vibrar. Todo se iluminó como si fuese de día, pero inmediatamente regresó la obscuridad, en el mismo momento en  que un estruendo retumbó en mis oídos. El temblor aumentó bruscamente su intensidad lanzándome al suelo. Quedé boca arriba viendo como el cielo giraba rápidamente. Asustado, cerré los ojos. En cuanto terminó el temblor, miré hacia arriba para toparme con un cielo tranquilo. La luna estaba quieta, en su lugar; las estrellas tampoco se movían. Aparentemente todo había vuelto a la normalidad, sin embargo yo permanecí recostado unos minutos. Un mal presentimiento me tenía nervioso. No existía explicación coherente a lo que había sucedido. Todo fue tan extraño, que muy angustiado me puse de pie. Me orillé al ver que por el lado izquierdo se aproximaba un ciclista.
-Noches buenas –le dije cuando pasó junto a mí.
-Amigo, noches buenas –me respondió, mientras se alejaba pedaleando hacia atrás, en reversa. Enseguida, al voltear hacia la carretera, vi un tráiler de famosas galletas, entrando a la ciudad, también de reversa. Al ver mi reloj, éste marcaba las 12:20. Libre de preocupaciones por no haber notado algo extraño, regresé a mi casa… iba caminando de espaldas.

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DIOSES
Por Cleotilde Gordoa De la Tejera

Podemos hacer fogatas
en medio de la lluvia nocturna,
iluminando los caminos del sueño
mientras madura la noche.
Podemos hacer florecer hasta el sol
y sembrar música en las nubes,
mientras danzamos al ritmo de la vida
que llega en primavera envuelta en mil colores.
Y seremos dioses en esta nueva era,
acariciando los luceros matutinos,
bebiéndonos con ansiedad los mares,
y escribiendo todos los suspiros.
Y haremos realidad los imposibles,
mientras sembramos todos los caminos,
atrapando imágenes del mundo
para dejarlas volar al infinito.

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Y ME QUITARÉ GENTIL LA MEMORIA
Por Rafael Aguilera Mendoza

Es la hora en que la luna
se posa en los postes
y escurre intermitente de la fronda.
La luna llena tu seno de soles,
esos soles inundan mi lívido
que acude a la cita en su punto.
Deleitarse en tu regazo
es calmar la sed urgente
en un manantial virgen;
es libar la ambrosía,
es saborear el maná.

Tú finges dormir, suspiras,
te estremeces y sueñas
que un dios te fecunda
disfrazado de lluvia de oro.

Mañana te sentirás muy culpable
de tu afición a las lecturas mitológicas,
pero no sufras si vas con tu novio
al encontrarnos en una avenida.
Cortésmente les cederé la banqueta
y me quitaré gentil la memoria.

sábado, 22 de diciembre de 2012

SOL INVICTUS

Sol del Bajío, Celaya, domingo 23 de diciembre de 2012
DIEZMO DE PALABRAS

SOL INVICTUS

“—Espíritu, —gritó, agarrándose a la vestidura—; escúchame. Ya no soy el hombre que era, y no seré el hombre que hubiera sido, a no tener la dicha de que me visitárais. ¿Para qué me habéis enseñado esto si no hay ninguna esperanza?”
Cántico de Navidad. Charles Dickens

Si estás leyendo esta página, querido lector, el mundo no se terminó. Lo que debería terminarse es la superstición, porque es de muy mala suerte. Pero estamos en medio del sol invicto, el solsticio de invierno. Mes Panquetzaliztli, con el advenimiento de Huitzilopochtli en México-Tenochtitlan. Algunos estarán celebrando las antiguas fiestas al sol. Como Apolo, en Roma; Helios, en Grecia; Mitra, en Persia. El nacimiento de Frey, dios nórdico de los escandinavos. El Cápac Raymi de los Incas. Los angloparlantes utilizan el término Christmas, ‘misa (mass) de Cristo’ y en el mundo hispano, natividad o Navidad. El sincretismo religioso en su expresión semántica más amplia. Todas las personas tienen una fe y una razón, pero también aquellas que no la tienen, están en lo cierto. Lo importante es celebrar el ingenio del ser humano para olvidar por un momento lo negativo de los dramáticos tiempos que nos han tocado vivir y enfocarse en lo positivo.
Nos toca a nosotros, en el Diezmo de Palabras, celebrar la recuperación del Cronista de la ciudad, Herminio Martínez, quien estará de vuelta en su oficina a partir de la segunda semana de Enero del 2013. Con su palabra siempre rica en expresiones lingüísticas, metáforas navegantes y el buen humor que lo caracteriza. Dice Herminio que, a raíz de la intervención quirúrgica en su cerebro, le borraron la imaginación; lúdico ejemplo de su capacidad creativa intachable.
Así que si el mundo no se acaba (esto lo escribo en las vísperas del décimo tercer b'ak'tun maya), si tu mundo sigue firme –aunque se mueva-, te invitamos a participar en el Diezmo de Palabras en la era post-apocalíptica. Todos los martes a partir del 8 de enero, 6 de la tarde. Casa del Cronista, en Blvd. ALM, detrás de la casa de la cultura.
Sin prejuicios ni dogmas, sin fanatismos pero tampoco con escepticismo rampante; dejando de lado lo cursi, obviando el chauvinismo de las expresiones arcaicas, quizá no haya mejor manera de formar parte de la cosmovisión de casi todas las razas y lenguas que la celebración misma de la vida. El nacimiento de lo verdaderamente bueno, la unión de gran parte de los habitantes de este planeta bajo una sola premisa: Paz y buena voluntad con los hombres.
Julio Edgar Méndez



LA LEYENDA DE LOS DÓLPHINES Y LOS HÚMENOS
Por Cintli Soriano Rivera
(Compañera mexicana/española. Este cuento lo escribió a la edad de 12 años).

Hace muchos años había dos razas de hombres. Una vivía a orillas del mar y la otra, tierra adentro. Dólphines y húmenos eran sus respectivos nombres. Era fácil distinguirlos, pues la primera, a causa del sol, el yodo de la mar y el tipo de alimentación, tenía un tono grisáceo. Su ropa era escasa y su estilo de nadar era impulsándose mediante la ondulación de su cuerpo. Así, las extremidades inferiores, les otorgaban gran rapidez. Eso les permitió desarrollar cuerpos espigados y grandes pulmones. Su carácter siempre era alegre, festivo, pues gozaban del mar y en él jugaban ante cualquier pretexto. Su vida giraba en torno al mar; no tenían de qué preocuparse, su existencia estaba resuelta: jamás habían tenido que pelear por algo o contra alguien, el alimento abundaba en el agua.
La otra raza había escogido un lugar distinto donde vivir. Cubrían totalmente su cuerpo, pues las inclemencias de sus altas montañas les obligaban a resguardarse del frío. Su piel era rosácea y a causa de las bajas temperaturas había desarrollando mucho bello en su cuerpo. Se alimentaban de la caza de otras bestias de la montaña y también de ellas debían cuidarse. La vida ruda para la supervivencia, les hizo de un carácter más hosco, menos alegre. Fortalecieron así sus brazos y piernas. Corrían rápido y empezaban a desarrollar la lanza como extensión de las extremidades naturales, pero eran bruscos y toscos hasta entre ellos.
Una y otra raza sabían que procedían del mismo origen: el mítico Hed-en, «La tierra del final de los caminos», un lugar donde todo era abundancia, agua y comida; donde se amaban unos a otros, pues cada cual necesitaba del otro y tenía el mismo origen. Pero, ahora nadie sabía hacia dónde estaba. Los hermanos, hijos de la primera pareja, Gea y Ra, habían desarrollado envidias entre ambos, creyendo ver en el otro al hijo favorito de sus padres. Uno pretendía verse muy responsable a los ojos de los progenitores y echar en cara la frivolidad del otro. Su hermano, por su parte, alegre, pretendía identificar cómo se debía disfrutar de los dones del Creador; quería demostrar con su actitud que no gozar de los obsequios divinos, era dejar de reconocer el favor de lo otorgado.
La tensión llegó a tal punto, que un desafortunado encuentro entre hermanos provocó la muerte del padre, que quiso evitar la afrenta, el que se ofendieran uno al otro con heridas físicas y morales muy profundas, irreconciliables. El resultado fue inevitable. Los hermanos abandonaron Hed-en, porque estaban seguros de que la madre los castigaría muy severamente. Uno decidió asentarse a orillas del mar y el otro, optó por internarse en la montaña, lo más alejado de su hermano.
De ahí venía cada raza. Pero eso había ocurrido hacía tanto tiempo que algunos pensaban que era producto de un cuento o de una invención.
Todo transcurría en paz en las montañas y junto al mar. Ninguna raza se ocupaba de la otra. Vivían en la indiferencia. La soberbia de pensar que su modo de vida era mejor que la del otro, les impedía entablar alguna relación. O quizá, en la sangre llevaban la ofensa de los hermanos de los que descendían. Así transcurrió tiempo, hasta que se perdieron de vista los unos y los otros. Ya sólo se hablaba en las viejas historias de los parientes lejanos, pero no había alguien en cada tribu que hubiera visto a los otros.

Fue entonces cuando vino la era glaciar. Las bajas temperaturas hicieron presa de toda la tierra. Los hielos se extendieron por doquier. La comida empezó a escasear, pues las presas pequeñas empezaron a morir congeladas o por hambre: las hierbas ya no brotaban en el gélido suelo. Los animales mayores entonces invadieron las tierras bajas, cerca del mar, migraron hacia lugares más cálidos.

Los dólphines, para resguardase del frío, empezaron a frecuentar con mayor regularidad el mar, un ambiente más templado, particularmente bajo la superficie. Pasaban así más y más tiempo sumergidos. No obstante, seguían manteniendo sus palafitos a la orilla del mar, pues aún no habían aprendido a dormir en las aguas, sin ahogarse.

El temible Dientes-de-sable, un felino de alta ferocidad, empezó a encontrar como presa fácil a los risueños dólphines, particularmente a las crías, poco previsoras y muy lentas para escabullirse por el mar. El frío de las noches recrudecía, por lo que no podían ya habitar sus casas elevadas. Dormían a la orilla del mar, con el cuerpo en el agua, para no ahogarse. Eso lo aprovechaba Dientes-de-sable.
Su población diezmaba gravemente. Parecía que finalmente la raza que daba alegría a las orillas del mar, llegaría a su fin. Los dólphines no sabían cómo combatir al enemigo, nunca habían luchado. ¿A quién pedir auxilio? Localizar a sus hermanos de raza... ninguno de ellos estaba preparado para alcanzar las grandes alturas donde vivían los húmenos y nadie sabía si era verdad que existieran.
La razón por la que apareció Dientes-de-sable cerca del mar, también llevó a los húmenos a esas latitudes: la búsqueda de presas para alimentarse. Llegaron muy a tiempo cerca de las orillas del mar para buscar comida. Así, por fin se vieron.
Al principio no parecieron reconocerse. Después de siglos, llegaban a verse frente a frente. Cor-mag-non,  rey de los húmenos, dio el primer paso. Se acercó, sin salir del asombro, a aquel grupo grisáceo. Las viejas historias eran ciertas. Encaró a Flip–úm–per, líder de lo dólphines. Su rostro tenía una nariz muy puntiaguda, a diferencia de lo chato de la suya. Sentía verse a sí mismo, pero deformado. No obstante que jamás se habían encontrado, parecía resurgir en su fuero interno el rencor de las leyendas. Cor-mag-non alzó su enorme hacha amenazadora. Flip–úm–per menos repuesto del asombro empezó a sentir terror. Su raza no sabía defenderse, pues jamás habían tenido enemigo. Pero algo detenía en su fuero interno a Cor-mag-non. Emitió un potente grito para asestar el golpe, pero el corazón no lo dejaba. Sus músculos, tensos, le reclamaban sangre, pero ésta misma detenía su muy fuerte brazo para asestar el golpe mortal a Flip–úm–per. Las razas, detrás de cada líder, estaban expectantes. El rugido de Dientes-de-sable se escuchó a lo lejos. Era el fuerte sonido de una victoria que no había luchado. Habría carne fresca en breve entre muertos y heridos, sin haberse molestado en pelear por ella.
El instante se prolongaba sin un resultado definido. El mundo parecía estar congelado demasiado tiempo. No se perdonaba la vida al dólphine, pero tampoco se le arrebataba.
La mujer de Flip–úm–per fue quien resolvió la tensión. Juguetona como siempre, se acercó con una enorme sonrisa y dijo a su pareja, en palabras con extraño acento y curiosas deformaciones de tonos para Cor-mag-no, pero reconocible a pesar de los tiempos: «Observa, sabio líder, cómo nuestro hermano nos enseña a gritar para espantar al enemigo Dientes-de-sable y cómo levanta su mano amenazadora para infundir terror. Es verdaderamente algo maravilloso. Abraza cordialmente a tu hermano y agradece su gran enseñanza».
Flip–úm–per, fácil para la risa, mostró sus pequeños dientes, debajo de esa enorme nariz y con tras el abrazo dio un beso a la mejilla de Cor-mag-non. El desconcierto cimbró al líder de los húmenos, pero su tribu interpretó con gran emoción la afectiva bienvenida del pariente lejano. Las dos tribus festejaron con gritos el recuentro de razas.
Se impuso la sangre. Pactaron.
Los dólphines prepararon un gran banquete para los hambrientos húmenos. Jamás habían comido pescado y mariscos. El hambre les hizo no rechazar el ofrecimiento, pero lo crudo los desalentó. Acostumbrados a asar la carne probaron lo mismo con los pescados. El sabor cambió... y también descubrieron la sal.
Su necesidad de comida estaba satisfecha. El hambre que los llevó a dejar las montañas y casi amenazar a sus hermanos del mar, ahora se alejaba.
Húmenos y dólphines se sentían felices, pero no duró mucho la algarabía: Dientes-de-sable abandonó su escondite para atacar a un pequeño grisáceo. El pequeño de Flip–úm–per, jugando, se había alejado del resto de los dos grupos. Un nuevo rugido cimbró la orilla del mar. Pero éste no venía del Dientes-de-sable... fue Cor-mag-non, que con gran destreza, imprimía gran fuerza al golpe mortal que asestaba en la cabeza de la amenaza.

Los hielos poco a poco fueron retirándose de las tierras bajas. Al mismo tiempo, los dólphines lograron depender menos de tierra firme. El tiempo les permitió acostumbrase a dormir en el agua. Las orillas ya no eran seguras, a pesar de contar con los húmenos.
Nuevamente, se quedaron solos y al paso del tiempo dejaron de oír los chillantes saludos de sus hermanos del agua en las orillas.

Los siglos han transcurrido. Ahora los dólphines se han adaptado totalmente al mar. Ya no lo abandonan en absoluto, pues su evolución los ha llevado a que no pueden sobrevivir sin humedad en la piel. Sin embargo, no han olvidado su deuda. Por eso cuando un descendiente de los húmenos, ahora llamados humanos, se encuentra navegando, los delfines lo escoltan en su travesía. Y si por alguna razón un tiburón —enemigo natural de los humanos— atacan, de algún lado aparecen los risueños delfines para defender a sus hermanos en peligro. El tiempo ha hecho que nos olvidemos que somos la misma raza, humanos y delfines… aunque, en realidad, todas las especies de animales están emparentadas. Al menos, así era en Hed-en. Los humanos tenemos mala memoria. Con amorosa paciencia, Gea aún nos espera...

lunes, 17 de diciembre de 2012

LA ETERNIDAD NO TIENE MIRASOLES

Sol del Bajío, diciembre 16 de 2012
Diezmo de Palabras
LA ETERNIDAD NO TIENE MIRASOLES

         La obra publicada por nuestro maestro, Herminio Martínez, Cronista de la ciudad de Celaya, es muy extensa y reconocida dentro y fuera del país. Su libro de cuentos, La eternidad no tiene mirasoles, será editado en el 2013 bajo el sello de la UAM y la Fundación René Avilés Fabila, quien amablemente se comunicó con quien esto escribe para pedirme le diera al Maestro las buenas nuevas. René desconocía los pormenores de la salud de nuestro cronista y al enterarse de su reciente operación, de inmediato se puso en contacto con Herminio para saludar a un gran amigo de tantos años y alegrarle el día con esta excelente noticia. Pero la verdadera sorpresa fue que Herminio ya se encuentra en franca recuperación y estará presente cuando el libro sea mostrado a los medios. Esta es la temporada en que las personas buenas esperan milagros -y no es que seamos buenos-, pero quizá lo somos, y nuestro Maestro también estará de pie junto a todos los integrantes del Diezmo, cuando el Sistema municipal de arte y cultura haga la presentación del nuevo libro de narrativa celayense, El oro de los trigos, con la participación de los compañeros nuevos y viejos de nuestro taller literario. Pero además, esta temporada le trajo a Herminio y su esposa Yolanda, otro regalo: dos nietas lindísimas, Emma Y Frida, quienes pronto podrán abrazar a su abuelo totalmente repuesto.
         Gracias a Herminio Martínez y sus enseñanzas, consejos, guía, paciencia y amistad, varios de nosotros hemos conseguido a lo largo de los años y el esfuerzo, obtener premios literarios, reconocimientos, libros publicados y la satisfacción de poder agradecer públicamente a nuestro Maestro por todo su apoyo.  Y ahora, a través de esa maravilla tecnológica de la comunicación electrónica por medio de redes sociales, el Taller literario diezmo de palabras cuenta con nuevos miembros. Algunos con trayectoria y “tablas”, otros diletantes, pero todos entusiastas; con talento y ganas de leer mucho y escribir hasta que la pluma, lápiz o teclado se quede pasmado de cansancio.
         En el Taller diezmo de palabras, estamos doblemente alegres de compartir esta muestra del trabajo de los compañeros virtuales junto con los presentes, “en cuerpo y alma”, y de saber que tenemos maestro y Cronista para rato.


UNA NUEVA NAVIDAD
Por Diana Alejandra Aboytes Martínez

Se dejaba sentir el frio invernal de las noches de diciembre, aun así, se podía disfrutar de un infinito manto estrellado. El recuerdo de otras noches, en otros lugares más solitarios. ¡Qué de memorias se agolpaban en su mente!
...Los villancicos cantados por los Niños de Viena en el disco eran nostálgicos, como si hubiese que recordar otros días. Ella, con luz en la mirada optó por vestir una sonrisa. Tenía muchas preocupaciones pero ninguna se solucionaba pensando en ellas, ninguna se resolvería esa noche. Decidió ser feliz.
La música cambió por otra más alegre espantando la nostalgia. El ritmo elevaba el ánimo y un poco de vino de buena cepa endulzó el momento, aunque no demasiado. Una Navidad llena de adornos que ornamentaban los espacios. Era la típica reunión donde todos se conocían pero eran absolutos desconocidos. Unos cantaban, otros bebían, mientras la chica hacía trazos mentales. Sumida en su soledad, la sorprendieron dos lágrimas que asomaron a sus ojos. El calor del vino trajo consigo emociones. La mujer había decidido obsequiarse en esa noche sin regalos, un corazón nuevo. Se lo merecía. Anteriormente vivía con un hombre hosco y frio, en medio de un humor extraño pasando del éxtasis a la mayor de las tristezas, llena de episodios no comprendidos, de películas mudas… retazos de una vida. Fue el ayer de su existencia vista desde lejos. Desde su separación la libertad era su compañera. Soñar la hacía feliz, inventar historias era su pasatiempo. Adoraba imaginarse haciendo cosas diferentes. Le gustaba caminar, nunca sabía donde la llevarían sus pasos. Disfrutaba detenerse en el camino, mirar los sitios y lugares para retenerlos en su memoria. Pasada la media noche se quedó sola con sus pensamientos, repasó la magia. Sintió como si otras personas que físicamente no estaban con ella la recordaban en ese momento. Fue un sentimiento que la embargó sintiéndose acogida, amada… pero tenía la necesidad del abrazo, necesitaba la presencia física. ¿Para qué tener ese cuerpo si no lo dejaba expresarse? Algo estaba atorado muy dentro. Se fue a descansar pero de último momento decidió quedarse a mirar el amanecer. Agradeció al Universo disfrutar el paisaje, poder sentirlo. El Sol comenzaba a nacer en el horizonte, le parecía ver los árboles más verdes. Y en una consigna silenciosa vio que los errores cometidos deberían ser el punto final.
Esa reflexión había sido el regalo que la Nochebuena concedió.
Envío abrazos invisibles a cada ser a quien en su corazón albergaba y continuó su camino.

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Y SE FUE
Por Esperanza Julia Ayala Ramírez

Entre sueños y añoranzas
uno a uno van los días,
mueren en el crepúsculo
...sin detener su marcha.

Corriendo como un río
incansable y juguetón,
abanico de canciones
empapadas de alegría,
sigues sin parar tu cauce
y te pierdes en la nada.

Naciste entre pañales
de júbilo y esperanzas,
creciste poco a poco
entre epopeyas irónicas,
...vivencias.

Cuando sufres tu agonía
desprendes suspiros profundos,
por los días que ya perdiste
por los pocos que aún te quedan.

Remembranza de esos días
cálidos en oropel,
de lágrimas celestes
humedeciendo la tierra,
y un sinfín de promesas
suspendidas en el aire.
Tan sólo es un año,
otro lapso de vida.

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ENTRE SOLES Y LUNAS TINTAS EN SANGRE
Portador: José Luz Rentería González
...Dedicada a Ióana.

         ¡¡¡Aviso urgente!!! Me ha abandonado mi querida imaginación. Se recompensará con dos mil doce estrellas a quien de informes para encontrarla. Si la han visto por ahí, díganle que la añoro, que me hace tanta falta por las mañanas. Que ya no duermo, que mi alma rechaza el alimento y mi corazón ha dejado sentir.  Me encuentro como una marioneta a la que le han cortado los hilos. Derrumbado en un rincón paso la vida cautivo de mi eterna pusilanimidad. A veces me visitan los roedores, los cuales me pasan por encima desgarrando mi organismo con sus afilados dientes. En otras ocasiones son las cucarachas las que se meten en mis heridas para depositar sus gérmenes de donde más tarde nacerán centenares de bichos que plagarán mi cuerpo o lo que aún queda él. La humedad se ha apoderado de estos restos, creando una enfermedad que se extiende cada vez más.
         Setecientos treinta soles y veinticuatro lunas han muerto ya desde el momento en que partió; y aún, no he aprendido a olvidarla. Los anhelos que de mí se desprenden se han ido tras de ella. En la agonía por estar a su sombra se consume el recuerdo de aquél instante que me acarició. Hoy, no sé donde esté: pero por siempre será el Hada, sensual protagonista de mi fantasía. ¡Invocaré a mis amigos el fuego y al agua para saber de ella! Le pediré al viento que me traiga sus palabras. Y a la Madre Tierra le ofrendaré mi sangre para hacer crecer la rosa que conquiste su amor. A mi Padre Éter, le rogaré me permita ver su mirada por un segundo. La Natividad del corazón será el tiempo propicio para cavar mi sepultura. Para abandonar esta máscara en la que tantas veces oculté mis sentimientos por ella, y lanzarme al vacío de su espacio para llenarlo con el ardor de mi presencia. A veces quisiera desangrar mis venas para rellenarlas con las ilusiones de mi infancia, para ver si así se endulza un poco esta soledad.

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TIC-TAC
Por Alberto Campos Hernández

Hemos llegado al suspiro final del año, llegamos a pesar de que pensábamos quedarnos en las flores de la primavera; disfrutábamos tanto el aleteo de mariposas y la frescura del viento, no contábamos los días ni escuchábamos el tic-tac del reloj. Llegamos al final del año cuando juramos quedarnos bajo la brisa del verano y en calma recostarnos a recordar los sueños de antaño bajo la resolana, sin pensar en el tiempo ni escuchar el reloj. Recuerdo que prometí quedarme entre las hojas de octubre, en una fina lluvia de ocre, nostalgia hecha otoño que me hacía darme cuenta de que el año se iba rápido. Hoy estamos en el último suspiro del año, y aunque estoy prometiendo quedarme en la frescura y paz decembrina y en la niebla del invierno, recuerdo que de nuevo comienza una vez más este ciclo y cuento las campanadas finales y escucho de nuevo el tic-tac esperando con ansias mil nuevas aventuras en el año venidero.

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DOCE NIÑAS DE LUZ                   
Por Rosaura Tamayo Ochoa                                                         

Un coro de doce niñas llenas de color, luz, y música, adornan un árbol navideño con sus bailes y cantos. Cada una tiene un nombre de mes y un color. Para ellas todo era juego y alegría, entre las danzas de encender y apagar sus luces. Pero llegó un día con lluvia y trueno. Una de las lucecitas, llamada  Diciembre-blanco, comenzó a enfermar. Su luz, cada vez más tenue, opacaba su vestido y su semblante. Febrero-rojo y Agosto–guinda dijeron que debería tener algún remedio, mientras veían sus hermosos vestidos brillar, pero Noviembre-magenta les contestó que había visto a muchas lucecitas morir y con ella contagiaba a las demás hermanas. Abril-azul y Mayo-rosa dijeron que encontrarían alguna forma de sanarla, pero todas sabían que la única forma de cantar y bailar era al estar todas encendidas y tomadas de sus manitas. Septiembre-plata y Octubre-oro propusieron dar un poco del polvo de sus vestidos esperando aliviar el mal, pero Enero-verde y Marzo-amarillo comentaron que esa no era la salvación; así que Julio-morado y Junio-naranja propusieron invocar a su ángel guardián, esa era la única forma. Todas unidas en una melodía pidieron al ángel les concediera el milagro; ese guardián a quien veían de lejos cómo lograba rescatar a otras lucecitas. Comenzaron a dar destellos diferentes hasta llamar la atención del ángel, quien llegó y se dio cuenta de que una de las lucecitas estaba próxima a apagarse y con mucho cuidado curó a la lucecita. Agosto-marrón fue la primera en gritar de alegría, ya las doce niñitas tenían luz y los colores de sus vestidos se veían listos para seguir con la fiesta. Unidas lograron salvar a la hermanita enferma. Ahora todas tendrán luz y alegría hasta el final de la Navidad. Ya después, cuando lleguen los regalos, se quedarán en una cajita guardadas para descansar y tomar fuerzas para la próxima Nochebuena.

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LA RODILLA DEL DIABLO
Leyenda popular celayense de dominio público en versión de:
Carlos Javier Aguirre V.

Era una tarde tranquila de diciembre, y las familias gozaban de un día de descanso. Los niños jugaban y comían golosinas mientras las mamás platicaban los chismes actuales. Afuera del templo de San Miguel –en el barrio del mismo nombre-, se estaba llevando a cabo la tradicional pastorela. Todo se iba dando de acuerdo al libreto previamente ensayado por las personas del barrio, cuando de pronto, se les pareció el mismísimo Diablo. Enorme, coludo y con cuernos, empezó a hacer maldades a todos, pero especialmente a las muchachas. El cielo se oscureció y una fuerte tormenta azotó con golpes de viento las puertas del templo que se abrieron de par en par y las velas se apagaron dejando todo en penumbra. Rápidamente todas las familias corrieron llenas de terror a refugiarse en sus casas. Alcanzaron a ver cómo, en las puertas del templo, parado con una espada en la mano de la que salían rayos de luz, el arcángel Miguel retaba al Diablo. Pero el demonio, al ver al arcángel, huyó despavorido. Corrió y corrió y corrió hasta llegar a la última cuadra de la calle de Aztecas. Era tanto el nerviosismo del Diablo al ver que lo venían siguiendo, que se le atoró el rabo, ocasionando que se tropezara y dejara marcada, sobre una piedra, hasta  el día de hoy, su infernal rodilla.

domingo, 9 de diciembre de 2012

TODOS LOS MESES SON DICIEMBRE

Sol del Bajío, domingo 9 de diciembre, 2012.

DIEZMO DE PALABRAS

TODOS LOS MESES SON DICIEMBRE

"Si vivir es durar, prefiero una canción de los Beatles a un Long Play de los Boston Pops."
Mafalda-Quino

Es el último mes del año, el mes doce que se llama diez. Y puede ser el último de nuestra vida, de todas las vidas; ya que se dice, se rumora, se cuenta, se especula, que en este mes se acaba el mundo -al menos tal como lo conocemos-, y entonces... ¿qué sigue?, ¿a dónde iremos?
Según algunos expertos, el calendario maya termina el 21 de diciembre de este año 2012, basados en la llamada cuenta larga donde los días y años son unidades de 20. Así, 20 días hacen un uinal, 18 uinales (360 días) hacen un tun, 20 tunes hacen un k'atun, y 20 katunes (144 000 días) hacen aproximadamente un b'ak'tun. En diciembre se cumplen 13 b'ak'tunes. Otros expertos opinan que el b'ak'tun 13 no es tan catastrófico sino que representa cambios a nivel espiritual y el calendario seguirá su marcha de nuevo. Pero ya sea por predicciones mayas, de la Nueva Era, de promotores del Apocalipsis, o de entusiastas del fenómeno extraterrestre –quienes dicen que habrá una invasión y las naves se aprecian ya dentro del sistema planetario solar-, o si chocaremos con el extraño planeta Nibiru, o si es que los polos intercambian su campo magnético –la llamada reversión geomagnética-, o si somos atormentados por volcanes eruptando lava o terremotos donde todo se colapse, todo mundo está preocupado o escéptico respecto a este diciembre que se llama diez. Si usted cree que ya viene el fin de todo y decide mudarse a Mérida para evitarlo, o si es escéptico y arma tremendo pachangón el día 21, lo único en que podemos estar todos de acuerdo, es en que éste es el tiempo de dar nuestro máximo esfuerzo. Hay que ser buenos ciudadanos, buenos padres y madres, buenos hijos, buenos amigos, buenos empleados, buenos patrones; es el momento de ser buenos vecinos, ayudar a los necesitados, esforzarnos por vivir nuestra vida como si de veras el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina. Es momento de perdonar y de pedir perdón. Es el tiempo para acercarnos a ese maravilloso entorno de la fe, la que sea, la que nos motive y nos convenza. Ya se acaba el año 2012. Llegamos al decimotercer b'ak'tun, aunque todos los meses pueden ser diciembre.
¿Hiciste con tu vida algo que haya valido la pena?
Julio Edgar Méndez



VIERNES, DICIEMBRE
Por Rafael Palacios

Para Claudia Soad, con todo el amor del mundo…

Lo que realmente pasó cuando volví a Guanajuato fue que estuve despidiéndome, como siempre. Tengo mis gestos, me los sé y los conozco como míos, porque los repito miles de veces, en cada despedida o en cada oportunidad que existe para cerrar con un ciclo que me daña: Entrecierro los ojos y conforme me siento cercano, termino por cerrarlos por completo, respiro profundo, el estomago y el pecho se me inflan de manera continua, me sudan las manos, las pongo entrelazadas en mi nuca; como si no creyera que me estoy yendo. Porque he aprendido que la partida en mí, siempre es inevitable y es mejor esperarla en calma.
Me despedí de esa manera. Con los abrazos que hace años aprendí, que son los mismos que te di cuando llegué. Son unos abrazos donde hundo los dedos sobre la espalda y las costillas de la otra persona, y siento que las manos se convierten en una suerte de alambre de púas que enrollan el cuerpo y no dejan escapar. (Alguna vez te abracé así).
Antes bebí un par de cervezas y me quedé despierto toda la noche. Me puse a llorar, sin quererlo, en la banda del equipaje. Lloraba por ti: por las carreteras recorridas, por las noches de tormentas inclementes en Tampico, por las tardes de 40 grados a la sombra, por aquella ocasión en que duramos horas tirados con la frente al piso, implorando que aquella balacera, afuera de la torre de gobierno, acabara pronto, lloraba por los setenta y cinco muertos de San Fernando; lloraba porque tú pudiste ser la setenta y seis, por el doctor Torre Cantú y los sueños rotos; aniquilados en aquella carretera rumbo a Soto la Marina. Recordé todas las veces que recorrimos (paradójicamente), El Cielo, con el alma en un hilo; hice de tripas corazón porque otra vez me marchaba de un lugar y no había nadie ahí para despedirme. Recuerdo que la señorita de los boletos me miró con pena.
Ya en el avión, se sentó una señora que me preguntó a qué iba a Guanajuato. Yo le conté que vivía ahí contigo, en Guanajuato, que teníamos una gata llamada Velvet, que teníamos muchas plantas que tú cuidabas con esmero, y que me esperabas en el aeropuerto, dije que vivíamos en el centro de la ciudad, porque es fácil inventarse una vida en el centro de cualquier ciudad. (Alguna vez me inventé una vida en el centro de Ciudad Victoria).
La señora me preguntó por ti, me escuchaba con atención y entonces lo conté sobre la única cosa en la que no mentía. Te descubrí ante ella físicamente, tu acento del norte, como yo era para ti un “pelado” del Bajío, un “vato” muy raro, le conté de tu pelo rizado y enredado, como con cada llovizna se venía hacia tu mirada que todo lo llenaba, y la tapaba; tus ojos hermosos y claros, como de agua de río (esa extraña circunferencia que coronaba tu iris), tu risa de un color tenue y la timidez contrastante a quien eres en tu trabajo, ese carácter tuyo: rígido con los demás, pero suave cuando hablabas conmigo, tu manera de decidir en los momentos críticos y ese trato tan humano que siempre me atrajo desde que soñé despierto esa noche. Yo, un desastre de veintisiete años, con un pantalón desgarrado por donde escapaba la realidad y la tristeza; encontrándote a ti, imaginándote ya desde hace mucho tiempo y sin creer que estábamos ahí desde antes que lo pensáramos.
Estuvimos hablando un rato.
Era una señora grande, que quizá podría ser mi abuela. Y como ese viaje, volviendo de Ciudad Victoria era inventado, inventé que mi abuela lo era. Estuve con ella, atendiéndola, dándole la pastilla que me dijo, siempre tomaba previa a cualquier viaje. Le pedí agua a la azafata, se la serví y le di una almohada extra, mi abuela inventada me miró agradecida; cerró los ojos y pude ver como descansaba. Dormí sentado cerca de una extraña, pero sabiendo que era lo único que podía aferrarme en ese momento de vacío y soledad, sabiendo que abajo me esperaba Guanajuato, sin ti.
Pensaba en todo, en mi familia, en la Tamaulipas que se escribe con Z, en la Tamaulipas que todo lo da y todo lo quita, en ti y la Secretaria del Medio Ambiente, en los peritajes ambientales y las gasolineras, en como tuvimos que salir corriendo, cuando pasamos por Reynosa para no ser decapitados por los narcos, en como en realidad, te perdí en San Fernando; en mi abuela de mentira, en Guanajuato y sus plazas y túneles, en el aeropuerto y sus sillones fríos, en mis amigos que ahora están en Veracruz, en el Distrito Federal, en Guadalajara, en París y San Salvador; pensaba en mis lágrimas de la banda del equipaje y las palabras que nos decíamos en el centro de Guanajuato donde tú y yo teníamos una gata que se llamaba Velvet y vivíamos en un departamento en el centro de una ciudad inventada. Un dolor de cabeza intenso me tenía con insomnio, pude leer un poco, pero el periódico me recordó la realidad que viví; preferí mantenerme sentado, con los ojos cerrados.
Estaba débil. Era el final de ese mes de asco. Veía toda la arboleda del Bajío desde muy alto. Miraba todo lo que hay: enormes sembradíos de trigo y sorgo, carreteras rectas, puentes recién hechos; Celaya como siempre, en obra negra. Veía desde lejos a una ciudad que aunque no es la mía, la amo como si lo fuera, una ciudad que nunca volveré a ver desde tan alto.
Aterrizamos. El golpe contra la pista me despertó de mis pensamientos y me sacó del vacío que tenía dentro. Mi corazón flotaba en el aire. El dolor de cabeza se había esfumado, pero el del alma, estaba por aflorar.
Salí con mi pequeña mochila, donde cabe todo mi mundo. Miré para todos lados porque quizá ese día coinciden las vidas inventadas con las reales y de momento, la existencia tiene sentido. Pero solo un montón de extraños abrazándose y seguramente entrelazándose como si sus dedos fueran alambres de púas, aferrándose al cuerpo del otro.
Avisé por teléfono que había llegado con bien, en casa, una voz adormilada sólo me respondió, “¿para eso me despertaste?”. Un señor amable me dijo que mi mochila iba abierta, esa mochila que ando trayendo en todo mi ajetreo, ese morral que me hace creer que mi vida cabe en ese espacio reducido, que me da esa sensación de tranquilidad porque a veces pienso que no tengo pasado inmediato, nada detrás de mí; pero otras, mi mochila me hace creer que llevo miles de ladrillos en ella y me pesa, que llevo varios cadáveres arrastrando, entonces, tener mi mochila en los hombros duele mucho.
Tome un camión directo del Benito Juárez a Guanajuato. Aguanté las ganas de llorar al pasar por el parque, luego, el Cubilete que me provoca tanta pena porque parece que me recibe con los brazos abiertos, pero los recuerdos se agolpan terribles y lamento seguir aquí, sin poder hacer algo bueno por mí o por la gente. Anochece y hace frio, es diciembre en Guanajuato.
Llegué a la Plaza del Baratillo buscando mi antigua banca, donde tallé con un vidrio de cerveza, una G y una C... o es qué sólo imaginé qué en Guanajuato tenía una banca en una plaza, tallada con un vidrio de cerveza. Vi que era muy tarde y que ni siquiera había turistas insomnes en la calle, caminé a mi casa en el centro, vacié mi mochila llegando, sin Velvet, sin plantas, sin ti; amaneciendo.

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EL VESTIDO
Por Estrella Méndez M.

         Lo vio por primera vez, cuando recién cumplió sus dieciséis primaveras de existencia. Fue en una mañana como cualquier otra, de camino a la casa después de sus clases, pensando con hambre en el almuerzo que seguro ya le esperaba en la mesa de su comedor. Su mirada divagó por las vitrinas de las tiendas de esa gran avenida. En uno de esos ventanales, estaba un maniquí, luciendo muy coqueto -pero seguramente sin darle la belleza que en ella sí tendría- un vestido amarillo. Pero no era cualquier vestido, no era ni de noche  ni de coctel, y aunque sólo poniéndole unos cuantos accesorios podría usarse adecuadamente, tampoco era un vestido de verano, de esos que ya todo mundo tenía como otros veinte en el closet. No, ese vestido era único, al menos a los ojos de Natalia. Ése era SU vestido, el que la haría lucir bella, aún cuando se sintiera mal. Era el  vestido con el que conquistaría a su futuro marido e impresionaría a sus futuros suegros en las fiestas navideñas. En pocas palabras, ese vestido era su futuro y su cordura.
Posiblemente estuvo de pie, frente al escaparate, durante una hora entera antes de reaccionar y entrar a la tienda para buscar conseguirlo. Grande fue su desilusión al toparse con que ya sólo tenían tres iguales y ninguno era de su talla, pero ante la promesa de que al día siguiente posiblemente tendrían más, se apuró de vuelta a su casa para contarle a su madre tal descubrimiento.
Al día siguiente volvió a la tienda y luego al siguiente y al siguiente, así durante semanas, que luego se volvieron meses y no llegaba su vestido amarillo. Hasta que un día, incluso el maniquí desapareció, junto con la tienda que cerró sus puertas. Natalia quedó destrozada. Sólo pensaba en localizar su vestido. Cayó en una depresión que preocupó a todos los que la conocían. Finalmente, casi un año después, logró volver a ser ella misma y seguir su vida. Pero sin que nadie lo supiera, seguía atenta, esperando volver a encontrar su vestido.

Los años pasaron, la vida siguió, las primaveras fueron y vinieron, a veces lentas y otras demasiado rápidas. Viajó, vivió, conoció otros lugares, otras costumbres y el deseo por su vestido se fue quedando cada vez más lejano.
Iba a cumplir treinta años esa mañana de abril y salió a pasear, buscando por las tiendas algo que darse de regalo a sí misma. Se detuvo de pronto, cuando sus ojos captaron la visión de un hermoso vestido amarillo, SU vestido amarillo.  Aquél vestido que era su futuro y su cordura, aquél que le abriría las puertas en su nuevo trabajo, que le ayudaría a conquistar al hombre de sus sueños, aquél…
No escuchó el grito de las personas que intentaron detenerla cuando, como sonámbula, comenzó a cruzar la calle mirando fijamente el vestido en la ventana de la tienda, ni sintió la sombra de las manos que intentaron alcanzarla para alejarla del paso arrollador del camión. Natalia sólo tuvo ojos para SU vestido amarillo, aquél que no pudo ser suyo ni lo sería ya jamás.

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...