domingo, 28 de febrero de 2016

SUCEDIÓ A ORILLAS DEL MAR


SUCEDIÓ A ORILLAS DEL MAR
-La narrativa de Javier Mendoza-

“Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navios”.
Pablo Neruda, El mar

Javier Alejandro Mendoza González nació en Celaya, dentro de una familia humilde y numerosa.  Pese a obstáculos económicos acreditó sus estudios profesionales en la Universidad del Centro del Bajío.  Aunque su verdadera pasión ha sido  el deporte y la lectura.  El gusto por las letras fue despertado en él durante la preparatoria “gracias a su querida maestra Rita”, para tener en el realismo mágico su género favorito.  “Cien años de soledad”, del maestro García Márquez, fue el libro que marcó su vida y lo inició en la lectura.
Por la inquietud de plasmar ideas y sueños surgieron los primeros escritos compartidos con las personas más cercanas.  A invitación de su buen amigo,  Eduardo Vázquez,  se integró al Taller Literario Diezmo de Palabras, donde impulsado por los colaboradores del mismo “se ha adentrado un poco más en el maravillo universo de la lectura y escritura”.
Ha desarrollado su propia “voz” con un estilo ameno, de agradable lectura, propuestas originales sobre temas consentidos y sobre todo, con muchas ganas de que el lector disfrute una buena historia bien contada. Vale.


ROSAS EN EL MAR
Javier Mendoza

Como de costumbre, entre la brisa y el volar de gaviotas, la voluptuosa figura de Rosa se abría paso, mientras sus pequeños pies se enterraban entre la inestable y cálida arena; refrescados constantemente con el resto de las olas que acariciaban la playa.  Con su pelo suelto jalado por el aire, sin esfuerzo cargaba un pequeño canasto con fragantes flores.  Margaritas para ser deshojadas, diademas de buganvilias, tocados para el pelo y ramos de rosas que declararan amor, eran ofrecidos con un lindo gesto a los paseantes que jugaban entre la espuma del agua, así como a los muchos marineros que desembarcaban en el ruidoso puerto.
Con su cara coqueta y una sonrisa de ángel, por unas cuantas monedas Rosa colocaba entre su clientela, collares de coloridos pétalos y pulseras que se marchitaban con el alba.  Nadie era capaz de resistir a sus encantos de niña y sus formas de mujer.  Un alto y fuerte marinero, que en lo ancho de su brazo presumía un ancla tatuada, no fue la excepción, por lo que al tocar tierra quedó cautivado por aquella morena que reinaba entre las flores y el mar.  En total correspondencia, la joven reconoció en los latidos de su corazón, que el hombre que acababa de llegar sería el dueño de su vida.  Haciendo cierta la mítica creencia del amor a primera vista, con seguridad el marinero se acercó a ella y tomando del canasto aquel una corona florida, la hizo su reina.
La tarde se consumió entre risas y charla; la noche fue un momento de fantasía en una playa desolada, caminado sin un fin mientras eran bañados por la luz de la luna.  Ya para la madrugada sólo fueron ellos dos, el mundo había quedado afuera de una palapa en donde los besos y caricias suplicaron que el tiempo se detuviera, para hacer de un segundo algo infinito.  Fue un deseo no cumplido, pues inevitablemente el amanecer llegó y con ello el marinero tuvo que partir.  No lo hizo sin antes abrazar con cariño a la rosa del mar, prometiendo volver.  La verdad se sentía en sus palabras y el amor en la mirada.  Sin poder detener sus lágrimas o la partida, Rosa juró esperarlo.  En ese puerto que fue testigo de su pasión aguardaría, siempre fiel, siempre hermosa.

Desde aquel día cuando se quedó sola, la muchacha de las flores se colocaba a la orilla de la playa y tomando un ramo de rosas lo estrechaba con ternura, para impregnarlo con su aroma, mientras que con un susurro decía: “Vayan con él y díganle que lo estoy esperando.  Díganle que soy su Rosa.  Díganle que sigo hermosa”.  Luego abría sus brazos para que las flores cayeran al agua salada y en todas direcciones buscaran a quien juró volver.
Las rosas en el mar se convirtieron en un signo del puerto, pues pasaron los días, pero el marinero esperado no volvió.  De él sólo estaba su promesa y el recuerdo.  Las semanas se hicieron meses, con la chica enamorada en espera y las flores a la deriva.  Firme en sus sentimientos, no hubo ocasión en la que Rosa faltara a la playa, tampoco en la que, cautivados por su belleza, los hombres y sus reinos no se pusieran a sus pies, sin embargo ella reservaba su cuerpo y alma para aquel que tenía que volver.

Así pasaron muchos años, con sus guerras y tormentas, pero el navegante no regresó.  Quizás estaba atrapado en alguna marejada o entre los brazos de otra mujer, si es que seguía vivo, si es que vivió alguna vez.  Pese a los insoportables gritos de la razón, sin falta alguna, todos los días una vieja lenta y marchita arrojaba un puñado de rosas al mar.  La gente decía que estaba loca porque aún aguardaba a quien nunca volvió; porque en secreto le hablaba a las flores, diciéndoles siempre lo mismo: que seguía esperando, que seguía hermosa.

Y sucedió que esas olas, que como manos del destino, sin descanso llevan y traen, cierta mañana acercaron un pequeño navío a la costa, para que de él desembarcara un débil marinero, que escondía en su brazo, ya flácido y seco, los restos de un tatuaje.  Pese a la distancia y una nube en sus ojos, sin ninguna duda, Rosa lo reconoció.  Era aquel de quien por unas horas fue reina y corcel.  Al verlo en su realidad, tuvo que aceptar que el insensible tiempo había hecho estragos en él y en ella.  Mientras que con asombro veía sus propias manos y tocaba su piel, la vergüenza hizo que bajara la mirada, pues sus mejillas estaban arrugadas y las extremidades huesudas y pecosas; ya no eran aquéllas lozanas que con tanto amor lo acariciaron.
Sin dar tiempo a más reacciones, el marinero se colocó frente a ella y con una pregunta hizo que la mujer levantara la mirada: “¿Tú eres mi reina?, me lo han dicho las rosas en el mar”.  En respuesta, la anciana dijo a media voz: “Se equivoca, señor, aquella a la que busca es una flor leal y hermosa, que no sé a dónde se fue; yo sólo soy una vieja loca que le habla a las rosas”. Y dando media vuelta, lentamente se retiró, creyendo que sus palabras confundieron al hombre que una vez tanto la amó.
Con sólo dos pasos, él la alcanzó y formando una sonrisa de cariño preguntó: “Si usted no es aquella joven que me aguardaba, ¿no podría ser la compañera para el resto de mi vida?”, para luego ofrecer su brazo como bastón, que al ser aceptado borró toda vergüenza dejada por el devastador paso de los años.  Con la calma de su edad, un par de ancianos se fue caminando rumbo a un nuevo horizonte.  Concluida la espera no hubo más rosas en el mar, sólo en las sienes de una mujer que por fidelidad y paciencia volvió a ser tratada como toda una reina.



ALMA, VIDA Y CORAZÓN
Javier Mendoza

En aquel tiempo el pueblo costero se conmocionó con los supuestos avistamientos de una sirena en sus playas.  El sobresalto fue entendible, pues alrededor de los mares se hablaba de esas creaturas de perfecto torso femenino, cara angelical y pelo largo y sedoso, pero vanas en su interior.  Su canto era muy temido por los marineros, pues era bello y seductor, o tan perturbador, que reventaba los tímpanos y acababa con la razón, pero invariablemente encantaba y atraía a los hombres, para que los malvados seres del mar satisficieran su lujuria con ellos o devoraran a trozos su carne.  Pese a todo, lo más temido de ellas eran sus besos, pues según afirmaban las antiguas leyendas, robaban el alma, para darles vida a las reinas del océano, y el poder de transformarse a su antojo en mujeres completas.
En la pequeña iglesia del poblado colaboraba Armando, un seminarista noble y dedicado, que sin tomar en cuenta las habladurías gustaba de ver el rojo atardecer sentado entre la fina arena de la playa.  Bajo la sotana, aquel joven era un verdadero santo con rostro griego y cuerpo de inmortal.  Los latidos de su corazón eran tan puros, que retumbaban en lo profundo del mar.  Atraída por ellos, de la espuma emergió una hermosa sirena, que sigilosa se acercó hasta colocarse junto a aquel hombre, para quedar encantada ante quien evidentemente no era como el resto de los humanos.  En correspondencia, él también se mostró asombrado con el inesperado encuentro, aunque arriesgando la vida, no huyó.  Entonces, con una sonrisa subyugante y esa malicia que caracterizaba a su especie, la hibrida dama, que presumía una larga cola de pez, llena de escamas brillantes y coloridas, preguntó: “¿Acaso no me temes?”  Armando la miró con ternura y compasión, para contestar extasiado, pero sin miedo: “Alguien tan bella como tú no puede ser del mal”.  La sirena quedó complacida con la valiente reacción del caballero, por lo que postergó sus planes de saciar deseos y apetito.
El día siguiente la historia se repitió.  Una vez que la sirena brotó de las profundidades y estuvo junto al seminarista, sin dejar su astucia cuestionó: “¿No tienes miedo a ser devorado o a que mi canto acabe con tu razón?”  Destruyendo las malas intenciones con lo más leve de una sonrisa, Armando respondió: “De quererlo, lo hubieras hecho ya.  Ahora dime tú, ¿a qué le temes, si se dice que no hay nada en tu interior?, ¿a enamorarte?”  Ella no dijo palabra y recibiendo en el rostro la brisa, contempló junto al joven, el momento en el que, muy dispuesto a descansar, el sol se ocultaba al final del horizonte.
Haciendo de ello una rutina placentera, dos seres de mundos distintos se reunían en el ocaso, para compartir los últimos rayos de luz y los primeros días de su amor.  En tan inusual idilio había tiernas miradas y si acaso un tibio beso en la mejilla.  No podía haber más, ya que el contacto de sus labios era un peligro latente.  Aludiendo a ello, la sirena preguntaba: “¿Qué pasaría si con uno de mis besos te arrebato el alma?”  Muy seguro de sus palabras, Armando respondía: “No puedes apoderarte de ella, pues le pertenece a Dios.  En cambio ya te has robado mi corazón”.
Sin tomar en cuenta miedos o tabúes, dos siluetas se confundían entre las sombras del atardecer.  En tan ideales momentos, la mirada de los enamorados sólo era puesta en quien estaba a su lado, y en el sol, que ante tan bella muestra de cariño parecía derrumbarse lentamente, hasta fundirse con las aguas del inmenso mar.  Sin embargo, otros ojos estaban atentos y vigilantes a lo que ocurría en la vida ajena; eran aquellos de la gente prejuiciosa, entrometida y cobarde, que al descubrir la constante presencia de la sirena en la costa (quien por el sólo hecho de ser diferente a ellos causaba miedo, escandalo y envidia), conspiraba acabar con tan mal afamada creatura; esa que con sus encantos seducía a un hombre bueno, pero prohibido, ya que el supuesto fin de Armando era la consagración, por lo que no debía pensar en una pareja, ni sobre la tierra ni bajo los océanos.
Para terminar con la felicidad de otros se formó una turba, que oculta aguardó con cautela el instante en que los clandestinos amantes derritieran la arena con su calor.  Entonces, de mil escondrijos salieron los cazadores armados con machetes, antorchas y escopetas.  Desde lejos, varios disparos intentaron hacer daño, hasta que uno lo logró al alojarse en el pecho de la sirena.  Al verla herida de muerte y temiendo que fueran los últimos suspiros de su enamorada, sin perder ni un segundo, Armando intentó besarla en la boca, pero con estas palabras, ella sutilmente lo rechazó: “¡No!  No debes.  Además dijiste que tu alma era de un dios”.  Sin miedo al sacrificio, él le respondió: “Ahora también será tuya.  ¡Tómala y déjame vivir en ti!”  Con el deseo, no de apoderarse del espíritu del muchacho, más bien para disfrutar, aunque fuera por única vez de su dulce cariño, la dama del mar aceptó unir su boca a la de su compañero.  Luego de compartir un beso reparador, ya sanada de su herida y llena de vida, la sirena salió huyendo con rapidez, hasta perderse entre las aguas, donde sus lágrimas de dolor se hicieron sal; muerto sobre la playa quedó tendido el seminarista, ante docenas de testigos, que arrepentidos y avergonzados de su hecho, presenciaron lo que son capaces de hacer aquellos que se aman de verdad.


Desde aquel día, tan pronto cae el atardecer, la gente del pueblo se resguarda en sus casas, hasta dejar las calles desoladas, pues en ese momento, cubierta por un largo velo hecho de algas, una mujer emerge del mar, y sin levantar su triste mirada se dirige a la tumba de Armando.  Ahí, con un canto angelical, pero triste y pausado, glorifica al hombre que por amor le dio alma, vida y corazón.

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*One of the iron men of the Antony Gormley sculpture Another Place located on Crosby beach

domingo, 21 de febrero de 2016

YA NADIE ESCRIBE CARTAS DE AMOR (Parte 2)


YA NADIE ESCRIBE CARTAS DE AMOR
(Parte 2 de 2)

“El palomar de las cartas / abre su imposible vuelo / desde las trémulas mesas /  donde se apoya el recuerdo, / la gravedad de la ausencia, / el corazón, el silencio.
Oigo un latido de cartas / navegando hacia su centro. / Donde voy, con las mujeres / y con los hombres me encuentro, / malheridos por la ausencia, / desgastados por el tiempo.
Cartas, relaciones, cartas: / tarjetas postales, sueños, / fragmentos de la ternura,
/ proyectados en el cielo, / lanzados de sangre a sangre / y de deseo a deseo.”
Miguel Hernández, Carta (fragmento)

Aquellas cartas que se leyeron en la Casa del Diezmo y después volaron en globo hasta llegar a quien corresponda, siguen su ruta hasta nuestros amables lectores.  Esta es la segunda parte.

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JULIA:
Los días se escapan y no sabemos cómo, a tal grado de que han pasado cinco años y 6 meses desde que te nos fuiste. ¿Qué te obligó a renunciar? La vida cansa, quizá sea verdad. Supongo que todos nos cansamos en algún momento y dejamos de intentarlo.
Sin embargo, con el tiempo no llega el olvido, eso es un hecho en mis días, y te recuerdo de sonrisa coqueta y mirada inquebrantable, es imposible no extrañarte, extraño jugar con los cabellos grises que pendían de tu cabeza y recuerdo tus quejas porque tu cabello no era completamente blanco como lo hubieras querido, extraño los regaños, llegar a la casa de la abuela y decir: “Ya llegué, Julia”, y darte el respectivo beso en la mejilla, para después sentarme a tu lado.
Aún no termino la bufanda que comenzamos, no sé si algún día lo haga y sigo sin saber hacer buñuelos;  los duendes ya crecieron y hay niños nuevos en la familia; me gradué, por fin lo hice y Blanca se casará en unos meses, tú deberías estar aquí para presenciar todo eso; me duele tu ausencia, todos los días, me duele cuando veo que algunas cosas se han quebrantado y somos tan frágiles que de intentos no vamos a poder vivir. Sin embargo, estas letras no son para quejarme sino para decir que hubo una mujer extraordinaria en mi vida a la que amo y amaré: tú.
Tu ausencia sigue siendo un golpe a la memoria, un insulto a mis días en el espejo.  Pero te cuento, estoy aprendiendo a hablar de ti sin llorar en el intento.
 Es indudable que nos duele que no estés, Julia, pero también es indudable que nos quedaron un sinfín de historias y que sonreímos al recordarte y hablar de ti.
 Te recuerdo con el amor que nos enseñaste a sentir, a tu manera, a nuestra manera. Te abrazo y te amo, de aquí a donde estés, doña Julia.
Tu negra,
Berenice Patiño Roa

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CARTA DEL PRIMER NIETO A LOS 10 MESES
Abuelita, sé que el hecho de mirarme te llena de infinita felicidad. Ahora sólo hago sonidos, no hablo, pero me doy cuenta del mundo y del gran amor que me rodea. Soy un pequeño feliz, que ha aprendido antes que otra cosa a sonreír. Me siento un niño amado y esperado, con una infinidad de cunas en forma de brazos, siento su calor y disfruto cada palabra. Mi hermanita con sus gritos me despierta hasta el alma, pero sé cuánto me quiere. Mamá, siempre me llena de cariños y besos, siente la distancia cuando está trabajando, por eso cuando llega me quiere dar los besos atrasados que no me dio. Mi joven papá me ve como el niño más hermoso de la tierra, juega conmigo y me hace reír mucho. Se duerme a mi lado y me encanta despertarlo picándole los ojos o subiéndome sobre de él. Agarrarle sus manos y doblar sus dedos. Me enseña sonidos como los de un león, me hizo amigo del perro y del gato. Tiene muchos amigos y ellos me sonríen y me llaman por mi nombre. Pero, cuando llego a tus brazos el mundo cambia, las olas se tranquilizan. Me llenas de una atmosfera de paz y amor. Me dices que me amas y me lo demuestras, queriéndome cada día más. Un día voy a crecer y te diré cuanto te amo y quiero con palabras y acciones. Todo lo que estás sembrando en mí, un día florecerá en lo que tú llamas “Mi bebé de amor”. Ahora sólo me toca disfrutar los abrazos, besos, cariños y, sobre todo, el amor que me das.
Rosaura Tamayo Ochoa

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REMI RAFAEL:
Amado Remi, nieto, amigo y cómplice de aventuras.
Ayer por la noche cuando me comunicaba por Facetime con tu mamá y tu papá, nos interrumpías la conversación, porque querías verme y saludarme y contarme de tus cosas. Eso me gustó mucho, pues vi que me recuerdas con cariño.
Remi, les diste tanta lata para que te dieran el Iphone, que al fin cedieron a tu insistente petición. Pues bien, ya en tu poder cancha y aparato, con tus pequeños dedos lo manipulaste con entusiasmo y sin ton ni son; tanto, que lo apagaste tres veces y tres veces tu mami restableció la comunicación. Hasta que a la cuarta vez, se ve que tu papá se cansó de seguirte el juego y te mandó a la camita.
Con tanta interrupción, pero sobre todo, por la barrera que nos separa no pudimos platicar mucho. En la despedida, en broma le dije a tu mami: que antes se decía que los “niños venían al mundo con su torta bajo el brazo”. Y ahora le digo que vienen con un Iphone en la mano.
Esa barrera, Remi, es el idioma, pues tu vocabulario en inglés, en concordancia o correspondencia con tus tres años de edad, no es muy extenso. Y tu aprendizaje del idioma español está en su primera etapa. Aunque sé que en casa, tu mami casi siempre te habla en español. Estoy enterado que entiendes todas las palabras cotidianas elementales  y que en casa tu mami te habla en inglés solo cuando te regaña porque hiciste alguna travesura.
Además, Remi, tu infantil lengua de tres años no se ha desarrollado cabalmente, y por lo tanto, no pronuncias bien algunas palabras, ni en inglés ni en español.
Pero pensándolo bien, Remi, tú y yo no tenemos problemas de comunicación pues el mutuo amor que nos une rompe las barreras del idioma y hasta el de la distancia.
Amado nieto, amigo y cómplice de aventuras, esa comunicación incompleta fue ayer. Hoy, me visitó el azul pájaro melancólico y me contagió con su nostálgico canto. Y por eso, te pregunto: ¿Tu tierna mente infantil se acuerda de nuestros juegos con la pelota redonda y con la ovoide?
¿Te acuerdas cuando jugábamos a las luchitas? Tú, con un traje y máscara de Spiderman. Verdaderamente te posesionabas del papel del héroe. Pero a veces, me daba por pensar si era el hombre araña el que se posesionaba de tu pequeña alma. Saltabas de una silla al sillón, del sillón al sofá; pretendías escalar paredes. Rompiste (¿o debo decir rompimos, como buenos cómplices?) un florero y dos o tres cacharros de cristal. Luego nos la teníamos que ver con tu mami.
Rodábamos por la alfombra trenzados en una lucha feroz. Sin dar ni pedir cuartel. Y siempre resultabas el vencedor. Seguramente en tu tierna mente me asignabas el papel del más terrible de los villanos. ¿Te acuerdas, Remi, del bosque de los arándanos silvestres? Cortabas indiscriminadamente frutillas maduras e inmaduras. Tenía que estar yo muy atento de que no comieras de las verdes.
¿Te acuerdas del par de ardillas juguetonas subiendo y bajando del tronco del árbol? ¿Del pájaro amarillo y rojo que cayó de su nido, y lo tuvimos en las manos? Planeamos llevarlo a casa y ponerlo en una jaula, luego, sorpresivamente se te escapó y se fue volando. Pero yo bien vi (y me hice el disimulado) que tú le otorgaste la libertad. ¿Te acuerdas del Bosque de los Cedros Gigantes? Yo noté que ciertos tramos sombríos te causaban miedo; pero nunca te quejaste.
En un amplio claro del bosque viste un cervatillo, con tu carita asombrada y en susurros me dijiste: “papi, papi. Allá está Bambi”.Yo te hice señas de guardar silencio, saqué mi cámara fotográfica, y con el click de la foto, el cervatillo nos descubrió y corrió rumbo a la espesura; se detuvo a unos veinte metros, como esperándonos. Lo seguimos y el venadito avanzó unos metros y una vez más permaneció quieto parado. Avanzamos hacia él, cuando estábamos a poca distancia, reanudo su huida, y cerca de donde los árboles y la maleza se cerraban, “donde la espesura de los árboles nos impedían ver el bosque” volvió su cabeza, nos miró, dejó de huir, como jugando con nosotros. Por instinto, seguimos en pos de él. Caminamos, cada paso nos era más difícil. Tú aguantabas como todo un hombrecito de tres años. Pero de súbito, comprendí que nos podíamos perder o te exponía a algún posible peligro. Nos regresamos a casa, muy a tu pesar.
¿Te acuerdas, amigo y socio de aventuras? Yo, sí me acuerdo de todo, porque te amo.
Me recordaste, Remi, sangre mía,
el aspecto lúdico de la vida,
tu sonrisa, tu risa carcajada.
Tú, amado nieto, sangre de mi sangre.
-Posdata: Dile a tu mami, cuando te lea esta carta, que me envíe a vuelta de correo algunas de tus fotos; pues tu imagen y tu sonrisa tienen la magia de zurcir las roturas de mi fatigado corazón.
Rafael Aguilera

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PARA MI ESPOSA FIEL.
Escribo esta carta para ti, mujer, cuya belleza no está en el tamaño de tus senos, ni en la perfección de tus caderas; menos aún en la cintura milimétrica que enloquece al cuerdo y aumenta el insomnio al desvelado. Decidí usar la pluma para escribir lo que nunca pudo salir de mis labios, en un pretérito sombrío de añoranzas locas. Para expresar las palabras que jamás me atreví a decir frente a tu cara, por temor a que fuera descubierta  mi falsedad; por miedo a reconocer que me había equivocado, pensando que sería feliz al lado de un ser imaginario, cuyos labios retocados me enseñarían a besar. Por pensar que un cuerpo perfecto llenaría la ausencia de amor en un corazón egoísta y sediento de ser amado. Por creer que en unos ojos azules miraría el profundo cielo. Por imaginar que en un pelo ondulante se enredaría mi pasión. Muchas veces llamé loca a mi razón, por hablarme de una belleza escondida  en ti. Por insistir en que debía mirar con los ojos de la pureza y con la mirada del alma cristalina la  grandeza escondida en lo profundo de tu ser. Voltee a ver la flor y me olvidé de saciarme de su aroma. Cargué de vagas ilusiones mis espaldas y fui incapaz de sembrar en tierra fértil la semilla de la esperanza.
Tanto tiempo de espera para poder decir, ¡Te necesito! Cuántas noches de indiferencia para descubrir el amor que guardabas para mí. Fuiste paciente para que yo viera la ceguera de mis ojos.  Me hablaste con miradas de inquietud. Me llenaste de caricias inmerecidas. Diste luz a mi vida y alegría a mi pasión vencida. Fuiste tatuando en mi pecho, a golpes de ternura, el deseo de expresarte una palabra convertida en súplica. Súplica gestada en el vientre de mi orgullo: PERDÓN. Perdón por no haberte amado desde mi noche oscura. Perdón por negarte mis besos robados por el viento. Perdón por alargar las horas a tus días con mi ausencia. Perdón por no haber escuchado la música orquestada por los latidos de tu corazón. Perdón por no haber reconocido, que tu existencia llenaba mi vida inútil y carente de razón. Perdón por la tardanza de saber que allí estabas, para darme tu perdón.
Desde hoy y para siempre contigo.
Arturo Grimaldo

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A QUIEN CORRESPONDA:
Una vez preguntaste qué es el amor. Dices que no lo puedes describir. Yo tampoco, pero debe ser lo que siento por ti. Es como tener sed y beberte todos los días. Sentir hambre de estar a tu lado, buscar tus ojos cada mañana y tus labios antes de dormir. O tal vez sea esa tremenda necesidad de escuchar tu voz para saber que eres real, que nada es imposible si me dices que puedo hacerlo todo. Puede incluso ser un poco de tantas cosas como risa sin motivo, llanto de alegría, tristeza también, ese piquetito en el corazón cuando dices cosas que pertenecen al pasado y que formaron la mujer que ahora toma mis manos para ponerlas sobre su regazo y escribe conmigo el presente. O acaso sea el futuro que se refleja en cada beso, en cada abrazo, cada vez que comenzamos de nuevo una historia extraña de dos desconocidos que saben casi todo el uno del otro. No sé que es el amor, pero si es tan sólo una pequeña porción de lo que siento por ti, es el sentimiento más maravilloso que se llega a sentir por alguien. Es la suma de tantos momentos, de experiencias buenas, malas, mediocres, de caricias, de mentes y de ideas que de tan distintas se parecen. Es papel y lápiz para que escribas un diario en mi alma, es la tinta que deja huellas sobre cada poro de tu piel cuando entregada me dices “te amo”. No es egoísmo, pero si la libertad de saber que hacemos lo que hace feliz al otro. No es celos absurdos, pero sí la comprensión de entender que somos uno y no caben más. No es pasión por un cuerpo, pero sí la luna creciente que inunda nuestras sensaciones al saber que somos perfectamente compatibles desde un extremo de la pasión plena hasta el erotismo total. Pero sólo porque el amor, ese sentimiento indescriptible, nos llena de excitación al descubrir que tocarnos es jugar a ser eternos. Ahora lo único que sé es que no hay palabra más exacta –por lo incomprensible–  para decirte una y otra vez: te amo. ¿Hay algo más qué decir?
Julio Edgar Méndez

domingo, 14 de febrero de 2016

YA NADIE ESCRIBE CARTAS DE AMOR (Parte 1)


YA NADIE ESCRIBE CARTAS DE AMOR
(Parte 1 de 2)

“Que yo sufra mucho carece de importancia comparado con el problema de que no seas capaz, mi querida Lou, de reencontrarte a ti misma. Nunca he conocido a una persona más pobre que tú. Ignorante pero con mucho ingenio.”
Carta de Friedrich Nietzsche a Lou Salomé (fragmento).

Antes del tiempo de las comunicaciones instantáneas, existía algo llamado carta. Una hoja de papel o varias, bolígrafo, lápiz o el romántico tintero con su pluma      –que dejaba los dedos manchados como testigos y cómplices-  conformaban los materiales más o menos comunes para dejar una impronta en el receptor de la esperada carta. Algunas eran de amor. Otras eran largas misivas con historias cotidianas, remembranzas, relatos oníricos, cursilerías y, a veces, poemas plagiados o propios. Hoy en día, dicen, ya nadie escribe cartas de amor.
En al taller literario Diezmo de Palabras nos dimos a la tarea de escribir algunas. Para la novia, esposo, amigo, amante, pareja o dispareja, hijos o nietos. En todos los casos son los mensajes íntimos que nacen de la fraternidad, de las verdaderas amistades, del cariño y, sobre todo, del corazón.
A iniciativa del poeta Juan Manuel Ramírez Palomares, compartimos estos textos con destinatario específico, pero de quien hemos reservado su identidad para que usted, apreciable lector, los comparta con la persona que aprecie, o los lea para su propio interés. Las cartas fueron leídas públicamente en la Casa del Diezmo el viernes pasado y atadas a un globo, que las llevaría a quién corresponda. A esa persona que tal vez necesitara que alguien, a través de un simple papel, le llevara un mensaje de amor y de amistad. Vale.
Julio Edgar Méndez

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AMIGO MÍO:
Día a día te regué con mis pláticas y creciste al cuidado de todos los de esta casa. Siempre estuviste presente en nuestros buenos momentos y también en las penurias. Cuando la vida se llevó a mi compañera y los hijos se marcharon, me quedé igual que mis fotografías antiguas, indefenso como todos los solitarios que deambulan por el mundo. Mas un día, que agradable sorpresa me diste, estabas ahí, lo recuerdo, derramándote de sol y azahares. Te volviste fruto grande y sublime, jugoso deleite para aliviar mis angustias. Amorosa alegría y oro espléndido eran la frescura de tus frutos. Y te veías erguido, solemne como tus hojas, desafiando siempre a los chubascos y a los rayos que tronchan la memoria, mientras yo seguía lleno de pesares, empolvadas añoranzas y vientos enfermizos. Y ahora, imponente amigo, que el tiempo ha llegado a desmoronar por completo mi nombre, somos engranes de la misma sombra, respiramos la misma sencillez de la llovizna y compartimos el mismo canto de las nubes. Y si algún día vienen mis hijos o mis nietos a ocupar esta casa, reconfórtalos, pues sólo encontrarán el fulgor de mis recuerdos enverdeciendo al igual que la humedad de tus raíces.
Martín Campa

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AMIGO RAMÓN:
Aunque nos vemos poco, siempre ha existido ese lazo de amistad que nos une desde hace ya muchos años. Tú sabes que estoy aquí y yo perfectamente sé que estás ahí. Nunca  he dudado de nuestra amistad. El que no nos frecuentemos no significa que hemos perdido la amistad. Cuando nos vemos, sentimos como si nos hubiéramos dejado de ver solo unos días y nos ponemos al tanto rápidamente.
De alguna manera siempre nos mantenemos al día. Y, como siempre, coincidimos en muchas cosas  Aparte del apellido  y el canto. Tú sabes bien que cuentas con mi aprecio y no es de ahora, sino de muchos años ya. Por eso ahora que estás pasando por este momento difícil, quiero decirte que cuentas conmigo.
Pero lo principal de todo es que tienes a Dios de tu lado y sé perfectamente que confías mucho en Él.
Espero que pronto te recuperes de este mal sueño, que por algo Dios así lo ha enviado. Necesitas reponerte rápido, porque tenemos un desayuno pendiente
y ese sí no te lo voy a perdonar . Recuerda que tú eres el protagonista de esta película. Y le ruego a mi señor bendito que salgas adelante, para que pronto estemos conversando como en los mejores tiempos, hermosos tiempos que hemos compartido. Sigue bien las indicaciones médicas. Hazle caso a quien te cuide y no vayas a presumir de valiente; pero sobre todo, nunca, por favor, nunca te sueltes de la mano de Dios.
Y confiando en que la decisión de Dios será favorable te mando toda mi buena vibra y todo mi cariño. No es muy común que entre hombres lo digamos pero, amigo, te quiero mucho. Espero vernos pronto
Tu amigo,
Lalo Vázquez G.

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A TI
Anocheció y tuve de ganas de escribirte ¿Por qué lo hago? No lo sé,  tal vez como catarsis a mis desequilibrios o para desfogar todo lo que llevo adentro. Lo he hecho ya varias veces cuando estuve en situaciones parecidas y vaya que me ayudó el baño con letras frías, aunque tengo ¨tristeza” e “indiferencia” en mis labios como rescoldo.
Otra vez sólo, más vacío, más envuelto en la nada, más dueño y propiedad de nadie, más inconcluso, más alicaído y triste. Llegará otra vez el tiempo de alardear, alardear y pegarle un puñetazo al aire. Te lo dije, soy una brasa en la palma de la mano que se consume y hace daño, ¿Quién me soporta, mientras el fuego evapora mis nostalgias?
Nunca me recuerdes, encierra mi imagen por siempre y para siempre en el olvido, no quiero ocupar espacio, borra mi archivo en tu memoria, en tu disco  duro, entiérrame, clausura mi tumba y no pongas flores, cuando llegue otro a tu vida no quiero que encuentre cruces tiradas por todos lados y tropiece con los escombros de los amores que tuvimos, quizá barra todo  y vaya a dar yo con todo a la basura, no es necesario arriesgarse, olvídame.
Tú no me pidas lo mismo, es imposible olvidarte, una sibila  grabó tu nombre cerca de mi nariz,  iba tu presencia en un puñal que clavó profundo entre mis carnes, hasta hacerme sangrar agua; me dejaron secuelas, te recuerdo cada noche fría y me duele hasta el cielo.
Antes de olvidarlo debo decirte gracias, gracias por todo, es difícil tratar a un decepcionado y aguantar sus tonterías y ridiculeces, sobran las ganas de aventarle sus caprichos por la cara y la tentación de dejarlo hasta morir en el amanecer diario. Tú  te has portado extraordinaria, benevolente, exacta, precisa, diplomática, sensible, amiga; sobre todo y más que todo, excelente musa, has procurado desvanecer los obstáculos que casi terminaban conmigo, acabaste esta angustia que sentía por desbordar las palabras, lanzarlas al aire para ser recogidas por alguien. Ya no tengo miedo de gritar y desgarrar conciencias,  con este monstruo que habita en mi vida, con este ente que engulle mi conciencia y profana mis sentimientos, con tal fuerza que me sofocaba y llenaba esta existencia de una gran confusión.
Aquí me despido de ti, no de tu recuerdo que lo llamaré cada vez que lo necesite y se convierta en palabras o en libros; serán pegados en las paredes de mi casa, de tu casa y de nuestra casa.
Hasta siempre.
J. Luz Sierra Enríquez

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A MI PRIMER GRAN AMOR:
Te escribo porque hablarte no quiero, no sé dónde estás y si lo supiera, estoy segura de que no te hablaría, pero ahí donde estés te deseo felicidad.
Seguro te preguntarás el por qué de mi misiva, si ha pasado tanto tiempo ¿más de treinta? Ya olvide los años, por lo mismo no me explico el recordarte ayer, será que vi a unos noviecitos como lo fuimos nosotros, ver sus caras de ensoñación y esas miradas interrogantes y anhelantes con que se mira el primer amor, entre sorpresa y preguntándose cómo será el llevar ese sentimiento hasta el final del éxtasis desconocido, creo que eso fue lo que me hizo recordarnos.  Tengo tatuado en el pensamiento ese primer beso a escondidas donde al cerrar los ojos sentí tus labios como suave viento acariciando los míos, esos destellos luminosos de luces multicolores desparramándose en mis sentidos, el palpitar de mi corazón latiendo como reloj deseando eternizar ese mágico momento. Mil mariposas aleteando dentro de mi estómago sintiendo sensaciones inexploradas que me asustaban pero a la vez deseaba llevarlas hasta el final. No puedo dejar de recordar esa maravillosa melodía de mil campanas que con suave ritmo se introducía por mis oídos adueñándose de mi piel haciéndola sensible a lo que desconocía.  Cierro los ojos y vuelvo a vivir esa gama de sensaciones imborrables.
Esos besos, pero en especial ese primer beso, es lo que más recuerdo de ti; no te hagas ilusiones solo soy una soñadora que bien puedo vivir sin ti. Lo que sí te puedo decir es que ese maravilloso primer beso jamás lo olvidaré ya que fui yo quien te lo dio y ayer, al mirar a esos chicos que anhelantes y temblorosos se abrazaban, con temor y expectación juntaban sus labios en un tenue roce, no pude evitar recordarte.
A pesar de tu traición, a ti te di mi primer beso de amor inolvidable.
Verónica Salazar

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MI AMOR:
Anoche soñé con un águila de gran tamaño que cobijaba bajo sus cálidas alas a todos sus tiernos polluelos. Yo era uno de esos afortunados seres, que ocupaba un lugar en el extremo de una de sus alas, bajo el abanico suave de las últimas plumas. Mientras el resto dormitaba acurrucado al son de los latidos de su protector, yo, allá lejos de su corazón, me regocijaba al pensar que desde esa posición privilegiada podía contemplar, a través de mis grandes ojos de ave nocturna,  la silueta de las majestuosas e infinitas montañas, la vastedad del mar   y la espaciosidad profunda del cielo estrellado.
Entonces, un viento plateado emanó de entre los astros y con su agudo y armónico  ulular  susurró a mis oídos ¡Vuela! Mis alas adormecidas respondieron con prontitud y en el más tierno silencio me elevaron hacia la libertad.
En el regocijo del vuelo reconocí en los ojos del águila tu mirada compasiva y mientras atravesaba  el túnel —desde la vigilia hacia el despertar— escuchaba, disolviéndose a lo lejos, la dulce voz del mismo viento preguntándome  ¿Qué posibilidades tendrán de encontrarse y reconocerse  dos partículas de luz viajando a través de la Eternidad?
Al despertar comprendí la riqueza de tu amor. Tu amor que me cobija con ternura, pero que no me posee ni retiene; que valora y deja inhalar y exhalar libremente los tesoros con los que adorno la realidad.
Ha sido un milagro que tu experiencia se cruzara con la mía y que por un sólo instante, lo que dura un trozo de vida, pudiéramos compartir y disfrutar al unísono los melodías prodigiosas que nuestros sentidos le cantan a la divinidad.
¡Qué alegría oír la voz afable de nuestra eternidad en mis sueños!
Y mientras tú ensueñas, te pienso, te abrazo, te beso…
Soledad Popper

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HOY
Te escribo para decirte lo que mi corazón me cuenta.
Sucede que me faltas. Que hay noches amplias donde el silencio se extiende hasta donde falta tu sombra. Y el alma me dicta versos y se mete entre los huecos de las palabras. Que amanece y de nuevo la piel se queda con hambre de tu hambre, se muerde la voz y la traga. Y el deseo en estado líquido humedece el fruto que dejaste sin morder, en el mismo jardín donde la hierba canta todavía.
Se quema la tarde y se consume el beso en el fuego de la espera.
Que esta distancia me convierte en no más que trozos de infinito.
Así que respóndeme una sola cosa...
¿Cuándo volverás?
Diana Alejandra Aboytes Martínez

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AMIGA:
El atardecer de mi vida ha llegado. Y hoy quiero decirte que estás en mi corazón, porque vives en el paisaje de mi infancia,  mi adolescencia y mi juventud.
Lo llevo graficado en el recuerdo por infinitas emociones que juntas llegamos
a sentir. Eres maravillosa compañía. Fuente de alegría y confianza. Me gusta gozar de tu sonrisa, pues refresca mis inquietos momentos de tristeza.
Te llamo y de pronto surges como flor hermosa en mis desiertos.
Sé que algún día el agua de mi rió no fluirá por esta tierra y me convertiré en dibujo del pasado. Espero que en tu mente me pintes de bellos colores y me guardes en el rincón de tus riquezas, que es tu bello corazón.
Ya que para mí, ahora, somos sol y luna, en el infinito mundo del amor.
Con cariño para ti.
Laura Margarita Medina


domingo, 7 de febrero de 2016

EL RELÁMPAGO EN LA POESÍA DE JUAN MANUEL RAMÍREZ PALOMARES


EL RELÁMPAGO EN LA POESÍA
DE JUAN MANUEL RAMÍREZ PALOMARES

“No aspiro a lo breve de los siglos, espero apenas, con gran espera, lo profundo del momento.” Escribió hace varios años el poeta Juan Manuel Ramírez Palomares. En su obra se respira esa paciencia de quien trabaja sin pausas, meditando cada palabra, cada verso que siempre es el adecuado; con la profundidad del pensamiento de quien entiende la palabra y la respeta en todas sus acepciones. Juan Manuel no es ajeno al quehacer literario en Celaya; hace algunos años participó activamente en el taller Alfonso Sierra Madrigal, junto con otros jóvenes que hoy son escritores ya con oficio y trayectoria. Fue alumno del maestro Herminio Martínez, en la etapa preparatoria, en aquellas clases muy al estilo Herminio, quien siempre motivaba a la lectura de la buena letra. Actualmente ha retornado a Celaya a trabajar en el Sistema Municipal de Arte y Cultura desde donde coordinará distintas acciones que involucren a la palabra. Bienvenido.
Julio Edgar Méndez


SOBRE ESTA PUBLICACIÓN
La presente es una selección de textos publicados entre 1988 y 2013, en los libros: La pesadumbre, el olor de la fruta; Aire en vendaval; La historia del día; Estampas; Saltimbanquis y Crónicas Postales.
Fueron leídos en una reunión del Taller Literario Diezmo de palabras a manera de presentación personal y de integración al desempeño que este Taller Literario realiza dentro del SISMACC desde hace más de 20 años.
También como una manera de señalar mi retorno al trabajo de Promoción Cultural en la ciudad en donde crecieron los sueños, nacieron los hijos y florece la esperanza.
Juan Manuel Ramírez Palomares

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POÉTICA
He venido al papel a dar cuenta de mis actos, para hacer público mi vicio de vivir, mi oficio. Porque creo y dudo ¿De qué? Perduro en la letra como una mariposa hipnotizada de luz, y quiero hundirme más en ella con obsesión de amante, con la sinrazón del adicto.
Contemporáneo de mi muerte defiendo a diente y garra el polvo que me cubre desde ahora, lo dejo por ahí, en el camino. En la silla del bar, en la flama sexual, en el hastío…
Se me da, no sé por qué azar, el refugio en el vértice de la noche arropado con mis años asomado a la suerte de la vida callejera, donde todo va como sin rumbo, como en fuga infinita. Extranjero en mi ciudad desde los ojos intento traducir los hechos de gente que puebla espacios y actitudes.
No aspiro a lo breve de los siglos, espero apenas, con gran espera, lo profundo del momento.
Porque en un abrir y cerrar de ojos se sufre el placer, se llora cantando; eso es también lo verdadero

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LA ESCRITURA
es madre que asesina
amante infiel
dura arpía
mágico organismo en que se vive entero
donde palpita un ritmo
de alas secretas
donde un bosque
crece

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CUENTA TU CIEGA AMISTAD CON LAS SOMBRAS
con los ovillos de lana
con los caramelos y la fruta
Tu  temor por el demonio agazapado bajo la almohada
oloroso a fiebre y doctrina
habla de los extravíos de tus ojos
ante las formas del mundo
animales
acróbatas
adultos
Di la rebeldía por los horarios
los deberes
la religión
Puesto en la sinceridad
toca de nuevo por primera vez
tu sexo
lubrica y juega al amor tras una valla
en la vereda
oculto en un patio lejano
Nombra héroes
enemigos
amantes y tragos
dolores
Deshilvana el saco de la culpa
escupe de fuego y maldice

No te calles
repite la canción con que bendices a la vida
ésa será tu carta de suicida
una biografía.

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RELÁMPAGO

Quien sepa mirar la luz quebradiza del relámpago
puede encontrar en sus ojos la semilla de un árbol
el país diluido de los muertos.
Porque es una estatua de lluvia que promete
un alarido de mar bajado de los cielos.
Porque construye y corta imágenes;
aterra y sugiere  palabras intactas
como una oración o el propósito de un beso.
Violeta en un campo de grisura
llaga y dolor recientes
manto que desnuda a la noche y une cuerpos
bajo su piadosa mirada de ángel expulsado

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ALABA
 Alma
 a la luz
Canta con su voz
no te refugies en ella
contempla
funde tu ala
en  su halo
Sé luz
Sé alba
Fuga

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UN POCO DE TU MURMULLO

Deseo una sábana canora
no de mortaja
no de velamen
para revolar
entre tu cuerpo
solar
y vertedero.

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LA HISTORIA DEL DÍA
es la luz
la sombra
el sonido
y los seres que la lloran

La historia de la luz es el día
los seres que la olvidan
en medio de la sombra
sordos
ateridos
con el corazón vuelto una lágrima
con la distancia y su lastre a cuestas
con la imposibilidad de dar palabra
a la historia de la historia
el hombre
falaz

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HE RECORRIDO EL DÍA Y CASI NADA
a menos que un tren lejano
como el patio lejano de la infancia
a menos que la esperanza raída por incierta
a menos que la sordidez
el cinismo
la alegría
a menos que la noche y casi nada

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LA NOCHE
más profunda que su aparente sombra
más abandonada que sus descastados ángeles
más enloquecida que su burdel de humo
menos poblada que la garganta rota

La noche siempre antigua y joven

La noche, un hombre en cada páramo
callada como tu espalda

La noche ladra en sus esquinas
nos une
me separa

Loca cigarra eriza la noche
vientre de agua.

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JINETE AZUL

De luz la espada
sobre la frente oscura

De luz la sangre
las alas
la montura

De sombra el corazón
de pesadumbre pura

Por la ausencia
con su mortal dulzura

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CORCEL DE AGUA

Un caballo atado al cuerpo de un mezquite, anuncia que la lluvia está más cerca que el propio aliento. Lo sé porque huele a madrugada sorpresiva. Porque es un ángel quien se anuncia en los resoplidos del corcel; en su mirada claraboya, mandala, lunar.

Un caballo húmedo como el río es más que la montaña, porque conoce los secretos del relámpago y de la madera calcinada antes que su crin, que su calcio.

Una osamenta rota en astillas es un collar, un arete, un anillo. Circular como las pupilas de un caballo atado en la lluvia

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RANA

Un corazón oculto en la maleza
reverbera y abate lo callado
si lo escuchas se da por bien mirado
si lo piensas se tornará promesa

Reúne en si toda la voz del prado
el zigzag de la lluvia, la certeza
de lo que hubo o habrá, de lo que empieza
del mañana que es hoy y será pasado

Se transporta en el pecho, es luna
sola, vuelta multitud en pos del eco
se repite la magia, la fortuna

Roca sonora en el árbol hueco
Agua dormida, pálida de bruma
Cantar que aviva al corazón reseco

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VERSO

Como un fuego que inició la yesca
adjudicando luz a lo sombrío
fustigado por tanto amor baldío
augur del día cuando amanezca

Sonido, palabra, verbo mío
toca la puerta ,abre mi labio, llega
puntual, oportuno como la siega
agua en matiz; pero el mismo río

Casa que me abandona y recupero
Solar espejo, brocal del sueño
donde la luna es pastor, es cordero

En pos de tu savia queda el empeño
cuerpo de la razón sin testamento
portento audaz de lo pequeño

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SALTIMBANQUIS

En medio óvalo cabe la dicha
y el caballo blanco con su bailarina
Los sueños de tul y su confeti
La gracia misteriosa de la pirueta
La risa misericordiosa del payaso

En esa mitad de luz, aserrín y confitura
la selva tiene reja y el valiente usa bigote

Alguna vez ya de noche
feliz
viví en un paraíso de gitanos
el sax tenor y los tambores
daban ritmo a la torpeza de los elefantes
decoraban con su retumbar el corazón de un niño distraído
Le daban ala y vuelo de ángel
en ese planeta vagabundo
de nombre curvado:
Circo.

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PAQUIDERMO

Con un poco más de suerte
el elefante hubiera sido
una pequeña montaña
o una nube pesada

Con un poco más de gracia
un bailarín eterno sobre la caja de música

Pero su suerte y su gracia
son tener esa mirada
de muchacha enamorada
Son tener un corazón suave
bajo su piel de coraza
Bailar sin perder el ritmo
“en la tela de una araña”

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FOCAS

Gotas azules de tinta
con cuerpo de garabato
deslizan sobre una tarima
su voz
¿ o será un llanto?
Juegan a estar alegres
aplauden
lanzan la pelota
mientras recuerdan el mar
su casa lejana
su pasado de sirenas

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CELAYA

Mirando desde el norte de la ciudad, caminando de la estación del ferrocarril al centro, se pueden ver la “Bola del agua”, las torres de los templos, un obelisco.
En este espacio de historias en la Historia, destaca de manera singular, como un barco varado en tierra llana, El Templo del Carmen. Es una plegaria que se eleva portentosa y breve.
En medio de un barullo ajeno, perviven rituales y costumbres nuestros. Resisten la avalancha de lo moderno. Aún los parroquianos celebran devociones y diversiones.
El 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, algunos grupos familiares, cofrades y seglares, turistas y curiosos, se reúnen en el at rio a probar suerte en la tómbola, a comer  pacharelas y gorditas de queso; también buñuelos y fruta cubierta.
Suena la música de banda que se lleva el viento, aquí la pólvora guarda silencio y luto. Austera la Kermés en su  forma de paseo sabatino de otro tiempo. La iglesia ofrece indulgencia plenaria a quien cruce el umbral de lo profano y se una al regocijo del alma.
En el interior del monumento se dan a la contemplación, escenas del juicio final, pintadas por el artista Francisco Eduardo Tresguerras. La majestuosidad en este caso no son las volutas, ni el dorado. Es el ritmo sosegado y parvo de lo perfecto, como la aguja que se extiende a lo eterno.
El templo de Nuestra Señora del Carmen en el centro de esta ciudad, es la referencia para que el viajero sepa que este lugar es conocido como “Puerta de Oro del Bajío”, no por el metal, sino por ser el lugar en donde el sol acrisola y la dulzura es del fuerte, como la sencillez, de lo bello.

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*Juan Manuel Ramírez Palomares (León, Gto., 1957) es autor de más de diez libros de poesía, entre ellos: Hábitos de humano, Historia del día, Aldebarán y Mezcal. En parte traducido al inglés y al francés, ha sido becario de INBA y del Instituto Estatal de la Cultura guanajuatense y participado en encuentros literarios nacionales e internacionales. Durante treinta años se ha desempeñado como promotor del libro, la lectura y los escritores de su estado.

**La obra que acompaña los textos es de artistas plásticos cuya trayectoria está ligada a Celaya desde hace muchos años:

Luis Garcidueñas, Y te veo partir. / Mario Reyes, Bodegón.

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...