domingo, 25 de noviembre de 2012

"EN EL TIEMPO DE LAS MARIPOSAS"

DIEZMO DE PALABRAS

EN EL TIEMPO DE LAS MARIPOSAS

“Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza?
¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?
¿Castrar al potro Dios?
Pero Dios rompe el freno y continúa engendrando
magníficas criaturas,
seres salvajes cuyos alaridos
rompen esta campana de cristal.”
Rosario Castellanos, Dos Meditaciones

         El animal más feroz del mundo, es el hombre. Irracional, presa de sus más bajos instintos, se vuelve pesadilla. Abusa de la mujer, no por ser más débil, sino porque le queda más a la mano; la violenta todos los días y de muchas maneras: Notorias algunas, veladas en otras ocasiones, poco a poco le infunde una dependencia malsana. Un círculo de horror que se va incrementando hasta llegar, por desgracia, a la muerte.
 El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 17 de diciembre de 1999, se celebra anualmente cada 25 de noviembre, en memoria de las hermanas Mirabal.  En República Dominicana se registró el asesinato de las tres hermanas, un 25 de noviembre de 1960, por órdenes del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, alias “el Chivo”, quien es el personaje de la novela “La fiesta del chivo” de Mario Vargas Llosa; un personaje indeseable, como todavía existen en todo nuestro continente y a quien deseamos el Diablo lo conserve metido desde el segundo hasta el noveno infierno de Dante, en espera de otros que, sin ser dictadores, un “hombrecito” diría Rosario Castellanos, andan por ahí ya de salida dejando detrás un infierno de tristeza, violencia y dolor.
En 1981 se celebró en Bogotá, Colombia, el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, donde se decidió marcar el 25 de noviembre como el Día Internacional de No Violencia contra las Mujeres, recordando el asesinato de las hermanas Mirabal. En 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en la que se definió la "violencia contra la mujer" como: “todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vía pública o en la vía privada.”

El libro de la dominicana Julia Álvarez: “En el tiempo de las mariposas”, narra la vida de las tres hermanas Mirabal: Patria, Minerva (la Mariposa) y María Teresa, durante la dictadura de Rafael Trujillo, cuando asumen un compromiso político para tratar de derrocar el régimen trujillista por lo que son acosadas, perseguidas, violadas y encarceladas, su familia sufre las represalias del Servicio de Inteligencia Militar, y ellas son finalmente asesinadas. Cualquier parecido con lo que leemos todos los días en los diarios, no es coincidencia, es la horrible situación que muchas mujeres (y hombres) viven en nuestro país y en otros lugares.

Pero el cambio es posible; la cultura, la educación, el arte, el deporte, la música, el teatro, la danza, todo el quehacer artístico, si se inculca desde la infancia, hará la diferencia en el futuro. No veamos hombres y mujeres, sino seres humanos, habitantes de la tierra. Apreciemos nuestras diferencias, aprendamos de ellas; el tiempo apremia, no hay que esperar resoluciones de las Naciones Unidas para hacer lo correcto. El tiempo de las mariposas es ahora.
Julio Edgar Méndez

Imagen tomada de:

REGRESO A CASA
Paola Klug

Camino sobre las calles vacías esta madrugada,
buscando el camino de regreso a casa;
No sé qué paso, no lo recuerdo bien.
Me subieron al carro, me ataron las manos, me cubrieron la boca.
Mis labios saben a tierra, mis piernas están temblando…

Camino sobre las calles vacías esta madrugada,
como tantas otras, esquivando los autos y sus medias luces,
con mi ropa desgarrada y sucia, con mi cabello enmarañado.
En el poste veo algo familiar. ¡Es mi foto! ¡Me están buscando!
¿Desaparecí hace tres semanas? No, es un error, ¡aquí estoy!

Recuerdo cómo regresar, corro, me agito, cinco cuadras, dos cuadras, media cuadra.
Allí esta mi casa, ¿un moño negro?, ¿qué pasa? Camino despacio, lentamente, para evitar por un instante más el golpe de realidad.  Allí está mi madre, mi hermano, mis amigos, rodeando un féretro. Adentro estoy yo. Camino hacia atrás, me vuelve a invadir el miedo, la tierra, todo sabe a tierra. Escucho a las vecinas hablando afuera.
–¿Dónde la encontraron?
– En una fosa, junto a otros veinte. Pobre muchacha, era tan joven…    Desesperación. ¿Cómo ocurrió? ¿Nadie me ve? ¡¡No!!
Iba caminando al salir del trabajo, había un retén, militares, federales. El auto, los gritos, mi ropa, sus voces, su aliento, los golpes.
¡Estás con ellos! ¡Confiesa!
Mis ojos se cerraron, mis labios se cerraron. Un sonido aterrador sobre mi cabeza. La tierra, por eso todo sabe a tierra…
Yo solo quería regresar a casa. Silencio, oscuridad, silencio.
Sesenta y cinco mil muertos.

*******************

LOS QUE ESTAMOS AQUÍ
Macaria España

Quinientos años después,
los que estamos aquí,
fijos como panales,
zumbamos alrededor de los que odiamos.
Somos viento en el vacío,
rudos, raídos por dentro.
Cercenados aprendemos a tocarnos,
a querer nuestros muñones.

Los que estamos aquí
rojos de ira,
azules de sangre apretujada
que no dejamos ir, para seguir
mordiéndonos los pies,
comiéndonos el camino.

Ellos, tú y yo somos aquí
un pedazo de malahierba
la paja en el ojo ajeno
la lengua de las serpientes
los años perdidos
los amores que se marchan.

Somos los que estamos aquí
terriblemente infelices.
Miramos siempre el aparador
que nos muestra obsceno,
su exhibición de almas
caras, lujosas, exclusivas
que jamás podremos pagar.
Palpamos la raquítica billetera,
anhelando lo que ahí no se exhibe;
jamás compraremos una en rebaja.

*******************

HABITAR DE LUCIÉRNAGAS LOS PÁRPADOS
Berenice Patiño

Cómo acostumbrarse al anonimato,
a los besos que expiran falsedades,
a las manos que duermen en el cuerpo.
Cómo alterar el orden impuesto por la locura
y volver al juego, a la realidad tan cotidiana,
a los fantasmas que cruzan por las calles,
heridos, confinados a las reglas,
incendiando nubes a causa del silencio,
amortiguan la caída de lo que fue
una esperanza.
En la habitación, el tacto se aviva,
los labios se hunden en la piel
mientras un rumor provoca tenue rocío.
El fuego que roza la espalda,
un cometa enciende los cuerpos,
cruza la mirada de los amantes
provoca el deleite,
el castigo desemboca en deseo,
y logra habitar de luciérnagas los párpados,
ineficaz estrategia para calmar
la boca humedecida con delirio.

*******************

NACÍ DESNUDA, NACÍ MUJER
Paola Juárez

Nací desnuda.
Con el llanto en los ojos y
el grito
en la boca.
Mi refugio fue un vientre fecundo
en el que nada supe
hasta que fui expulsada, parida, lanzada al mundo
de manera violenta y doliente.
La vida me recibió agresiva,
por ser mujer cargué el estigma en mi dignidad pisoteada,
denigrada, cargué en la espalda dolores antiguos,
arrastré cadenas y largas faldas.
No fui creada de una costilla,
nací del polvo, de la tierra,
de un hombre y una mujer que me soñaron
y me hicieron real.
Para enfrentarme al mundo elegí como armas la palabra,
la desnudez de mi cuerpo y mi conciencia,
en mi piel llevo cicatrices de un par de luchas
y en el alma, heridas que aún no cierran.
Nací desnuda, nací guerrera,
sin embargo
mi condición de mujer no aspira a la igualdad,
es mi esencia femenina la que pelea
y se abre paso entre los hombres
para marcar mi diferencia.
Soy complemento, no contraparte,
día a día se desborda por mi piel el erotismo,
mi sensualidad y los verbos de mi carne
gritarán siempre,
porque nací desnuda, nací Mujer,
nací poema, nací refugio,
en mi andar llevaré siempre el corazón expuesto
como un escudo,
como un fusil.

*****************

COLLAGE
Rosa Delia Guerrero

Su mirada se clava autómata en las entrañas del animal. La sangre y las vísceras resplandecen en medio del entorno sobrio y oscuro. Las moscas vuelan golosas sobre el olor a muerte y mugre pegada. La rata va tomando rigidez ceremonial. Mientras, por instinto, el niño esconde sus ojos bajo sus manitas.
Segundos más tarde, en su diminuta boca se mezclan la carne cruda con la saliva. El hambre asesina todo, hasta el horror; entonces, el sabor se vuelve una soportable bendición y el fétido aroma es ya omisión.
A Tobías, con cinco años de edad, el miedo se le ha ido recorriendo por la piel.
Afuera de la alcantarilla amanece.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Sol del Bajío, domingo 18 de noviembre, 2012

EL MAR QUE NOS ESPERA

“Cuando rezamos hablamos con Dios,
pero cuando leemos es Dios quien habla con nosotros”.
San Agustín.

La novela El mar que nos espera, ganadora del Octavo Premio Valladolid a las Letras 2011, escrita por nuestro Maestro, Herminio Martínez, es un mundo de metáforas donde el lenguaje es el protagonista.  
El mar que nos espera es una novela histórica, que trata sobre una hija que el Rey de España, Felipe II, “Campeón del Catolicismo”, tuvo fuera del matrimonio con la hermana del arzobispo y virrey de México Pedro Moya y Contreras, a la que mandó encerrar en un convento de la Nueva España.
"La novela histórica es una manera de hacer la historia más agradable y lo más importante es que da al lector un nivel de cultura general de una manera sencilla y, en mi caso, mis obras buscan rescatar hechos significativos y están fundamentadas", ha dicho Herminio con mucho acierto.

Esta semana que dejamos atrás se celebró en México el Día Nacional del libro, el 12 de noviembre, en la misma fecha del nacimiento de la gran poeta Sor Juana Inés de la Cruz  –Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana-, quien, como la protagonista de la novela de Herminio Martínez, era hija ilegítima y también permaneció dentro de un convento desde la adolescencia hasta su muerte. Dos vidas marcadas por la intolerancia y el exacerbado fanatismo hipócrita de esos tiempos que deseamos nunca regresen. Amén.
Julio Edgar Méndez


EL MAR QUE NOS ESPERA
(Fragmento)
Herminio Martínez

         Presa de la exasperación, vio el curso de la vida humana fluyendo con la frialdad de una serpiente. Profetas rasurados montando pájaros monstruosos, pero con cara de extrema humanidad. Brújulas apuntando hacia el Norte por los caminos más inadecuados. Sonámbulos en pie contra todo lo que estaba a punto de ocurrir en las repúblicas del tedio. Pérfidos que no aceptaban las flaquezas, pero sí la incondicionalidad con que los trabajaban sin recibir salario. Bueyes que, al rechinante impulso de los yugos, abrían amaneceres. Vagaba en busca de consuelo y sentía el odio de muchos que, aunque libres, parecían cargados de cadenas. Náufrago en pudrición de mares de mentiras se fue mezclando con varones albos, oprimidos por un peso intangible en senderos de rocas y cigüeñas con crestas de amapola. Vio rufianes con vocación de fieras: acariciadoras, pero fieras. Metopas ardentísimas en medio de tal caos. Funámbulos asomándose al gabinete de un aspirante a senador, que andaba allí con ojeras e ilustres modos de ser terrible entre los más terribles. Liebres de tres orejas y cristos de una sola pata. Se imaginaba que esta cruz le dejaba quemaduras sobre los brazos y las piernas, con los ríos de nieve y miel de los recuerdos. En estas altas horas de aberraciones, descubrió también un panóptico de adolescentes moribundos, custodiado por cierto cenobita, al que ya había visto antes rascarse el glande con unas pinzas de las que se usan para extraerle las garrapatas al ganado. Lo vio y le escuchó unas frases que le parecieron muy amargas. Era una tarde espléndida para ganarse el reconocimiento de todas las mujeres vestidas de merluzas. Había niños con vejiga pintada al modo de los artesanos de Logroño, mancebos boquirrubios, vistiendo calzas breves; oleaje de señoras con muecas de mayores, energúmenos de la sinrazón y de la inquina, siempre dispuestos a dejarse corromper por cualquier precio; traficantes de influencias, que nunca han de faltar en las antesalas de los mandos. Vio la solemnidad con pasos de instruida y estuvo frente a los que obligan a morir de hambre a quienes jamás dejaron de confiar en ellos. De pronto era uno más entre los personajes de aquel tiempo distinto, tergiversado y crudo, adonde había caído en exploración sin punto de retorno. Vio pasar a los coordinadores de corrillos y a quienes lidereaban mil catervas. Iba en pos de las personificaciones de consignas, atadas al carretón de la victoria, el cual avanzaba lentamente abriéndose camino entre los incapaces de distinguir lo falso, allí donde ardía sin consumirse el fuego de los siglos y la realidad no poseía un rostro verdadero. Se mostraba seguro a través de un territorio de dislates. Se veía caminar delante de un murmullo. Atemorizarse con una llovizna que allí no era de gotas, sino de aplausos y sonidos. Admiró la síntesis de una nación en vela, con sus personas que todo lo veían con unos ojos donde se asomaba a contemplar al hombre la pobreza. Iba por donde  mil funcionarios de los reyes mostraban sus narices: perros públicos acrecentados en fraudes y prosperidades mal habidas. Allí estaban todos los días de tempestad, abandonados en una torre sin ventanas, únicamente bajo la protección y al amparo de tres generaciones de pelícanos. El abanico fiel de la memoria lo empujaba hacia unos bosques de rododendros y mariposas perseguidas por niños voladores, cuyas alas eran un rumor de aguas corriendo, y le contaron de las vacas de la muerte, que en lugar de leche daban pánico. Y de los nefástulos, seres de razón que sólo conocían el otro lado del lenguaje. Mas de su prometida nadie le dijo nada, ni siquiera cuando lo hallaron conversando sobre la pasarela del hastío, desde donde, además, vio venir la caravana de los días, anegados con el recuerdo azul de una muchacha campesina, perdida en las malezas del crepúsculo. Sin dar el mayor crédito al arroyo de rubíes que un infante lloraba de pie sobre una cima, exclamó: “¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Quién es ésa que lleva una iluminación del tamaño de un higo en la mejilla? ¿Y esos ojos sin párpados? ¿Y esos labios sin risa? ¿Qué territorios es éste?"... Tal vez era la plaza que, sin saber, buscaba, pues vio allí a los mercaderes del rebuzno y se mezcló otra vez con estudiantes salidos de parranda. Había ataúdes y marfiles. Aparadores. Porcelanas. Supo del estertor de un joven militar, quien, habiendo sido derrotado en un duelo de amores, se moría entre los saqueadores y las bromas. “El diablo se vuelve hombre para convertirse en una razón de ser", oyó que murmuraron a su espalda. “¿Dónde?”. Preguntó él. “Allá", le respondió una imagen, que entre todas las imágenes era única, porque era inconfundible, pues se trataba nada menos que de la madre del Creador, con chaqueta de holanes y faja anaranjada. “¡Ah, pero si eres tú, Mater amábilis... “Sí”, continuó la Virgen, sacándose del pecho toda una fauna portentosa, compuesta por grillos, ciempiés, escorpiones, arañas y ranas minúsculas del tamaño de botones verdes. “¡Hazme el favor, ángel de este sueño!”. Le susurró al personaje que aún lo acompañaba. Y siguió viendo a los que mueren por el solo deseo, con la inquietud semejante a un pedazo de cielo nebuloso. Había pueblos enteros agarrados a una tabla carcomida y mohosa, flotando sobre un abismo centelleante. Y gentecilla estúpida, de esa que siempre ha de hacer menos al otro. Y caballeros de acento ronco y rudeza apasionada, que iban ensuciando con su baba la luz de las gardenias. Su logro principal era estar en contra de estos déspotas que, si no se organizaban en manadas, perdían significancia. Vio criaturas deformes, amasadas con odio y desaliento, las cuales llevaban escrito en los ojos el nombre del abismo. Circunstancias y fiestas personales. Parajes de aguas desatadas. Trampas de hojas secas donde cabían insectos del tamaño de un hombre. Exuberancias hechas de vidrio cálido. Partituras que hacían crecer las plantas. Fetiches miserables dotados de belleza, aunque carentes de razonamiento y nombre propio. Supuraciones sofocantes donde nacía la noche. Balcones para asomarse a ver la vida desde los valles de la desolación y la congoja. Incidentes en los que ardían los matorrales al reflejo de una franela rota. Envolturas moviendo su espectáculo a la manera como el pavo real abre su cola. Un círculo de hogueras en la caverna azul de otra caverna. Perfecciones cerradas. Tizones moribundos, que, al apagarse, murmuraban lamentos cual si se confesaran entre ellos sus amores. Sonámbulos huesudos con facciones de Cristo. Negruras impalpables que podían abrirse como puertas. Banderas alineadas señalando los puntos más radiantes de una mañana insólita, la cual, en lugar de sol, tenía una luna desgarrada. Iniciados enarbolando volúmenes celestes. Materiales deformes, que, pese a haber sido confeccionados únicamente con la piel de un beso, marchaban esclavizando a nuestro hermano el hombre. Descubrimientos asquerosos rememorando ayeres a través de una gallina pálida. Y otras apariciones que, nadie, que no estuviera loco, creería jamás: leones rampantes con la melena verde, rugiendo de ternura tras las explicaciones que un niño les hacía. Las tenues siluetas de todos los recuerdos habidos y por haber en ambos mundos. Parejas que iban adelante en su estupor de carne. Un país muerto en el que los caballos tropezaban continuamente, y a los caballeros les sonaban los huesos y a la niebla la oscuridad como una coraza de tortuga. Vio animales que en la cavidad de los peñascos chupaban el rocío. Y fantasmas de hombres narcotizados por la espuma de un charco de lamentos. Cadáveres con respiración, destilando fragancias debajo de los párpados. Gatos de nueve colas. Ternuras que avergonzaban por venir de personas sin nadie a quién querer. Anatomías de marfil, aunque también teñidas por el azafrán de los golpes recibidos por parte de sus guardias. Hombres mulas, cargando la verdad, pero grandes maestros de la insidia.


ESTOS VERSOS LECTOR MÍO
Sor Juana Inés de la Cruz

Estos versos, lector mío,
que a tu deleite consagro,
y sólo tienen de buenos
conocer yo que son malos,
ni disputártelos quiero,
ni quiero recomendarlos,
porque eso fuera querer
hacer de ellos mucho caso.

No agradecido te busco:
pues no debes, bien mirado,
estimar lo que yo nunca
juzgué que fuera a tus manos.
En tu libertad te pongo,
si quisieres censurarlos;
pues de que, al cabo, te estás
en ella, estoy muy al cabo.

No hay cosa más libre que
el entendimiento humano;
pues lo que Dios no violenta,
por qué yo he de violentarlo?

Di cuanto quisieres de ellos,
que, cuanto más inhumano
me los mordieres, entonces
me quedas más obligado,
pues le debes a mi musa
el más sazonado plato
(que es el murmurar), según
un adagio cortesano.
Y siempre te sirvo, pues,
o te agrado, o no te agrado:
si te agrado, te diviertes;
murmuras, si no te cuadro.

Bien pudiera yo decirte
por disculpa, que no ha dado
lugar para corregirlos
la priesa de los traslados;
que van de diversas letras,
y que algunos, de muchachos,
matan de suerte el sentido
que es cadáver el vocablo;
y que, cuando los he hecho,
ha sido en el corto espacio
que ferian al ocio las
precisiones de mi estado;
que tengo poca salud
y continuos embarazos,
tales, que aun diciendo esto,
llevo la pluma trotando.

Pero todo eso no sirve,
pues pensarás que me jacto
de que quizá fueran buenos
a haberlos hecho despacio;
y no quiero que tal creas,
sino sólo que es el darlos
a la luz, tan sólo por
obedecer un mandato.

Esto es, si gustas creerlo,
que sobre eso no me mato,
pues al cabo harás lo que
se te pusiere en los cascos.
Y adiós, que esto no es más de
darte la muestra del paño:
si no te agrada la pieza,
no desenvuelvas el fardo.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Sol del Bajío, domingo 11 de noviembre de 2012

PABELLÓN DE CANCEROSOS

Desde que en los años sesenta leí el libro de Aleksandr Solzhenitsyn, Pabellón del cáncer, jamás pensé que la realidad fuera tan cruda con quien sufre esta enfermedad. Todos los días me levanto a las seis. Llega una persona que me baña, a las siete desayuno y las 9:45 llego a una especia de cámara de tortura como la que el gran escritor ruso describe en el Gulag. Ahí encierran mi cabeza en un aparato enorme donde con precisión matemática descargan sobre mi cráneo la radiación que esperemos en Dios matará hasta la última raíz del tumor que durante mes y medio me ha mantenido inactivo. Lo más triste y lamentable es ver que en la sala de espera se encuentra uno con niños recién nacidos, niñas de ocho y diez años ya víctimas de la mortal enfermedad, madres de familia con cáncer de mama o cervicouterino, padres de familia con cáncer de próstata o de estómago o testicular, todos esperando su oportunidad para que aquél silencioso equipo les mantenga viva una esperanza de vida. Yo, en mi caso, le doy gracias a Dios de que ya me dejó vivir 63 años y como quiera cumplí una meta, escribí más de 20 libros, tuve tres hijos y una esposa que en ningún instante de mi mal se ha separado de mí. Siempre está a mi lado empujando la silla de ruedas o acercándome el utensilio para orinar. En este pabellón de cancerosos a uno le asaltan mil preguntas sin respuesta, ¿qué le está pasando a la humanidad?, ¿por qué hay tanto cáncer? Algunos dicen que por nuestra manera de vivir, otros que por la contaminación del medio ambiente. Como sea, en este nuevo pabellón de cancerosos se queda corta el alma para suspirar por tantas vidas jóvenes que de la noche a la mañana se van a perder, no queda más que levantar los ojos al cielo y rezar un padre nuestro.
Espero que quienes lean el editorial en Diezmo de Palabras no sean víctimas del espantoso dragón que azota a la humanidad entera.
Atentamente,
Herminio Martínez



JUNTOS
Herminio Martínez

Cuando los dos nos hayamos hecho viejos,
juntos como dos hojas
que juntas también rodando llegaron al otoño,
tal vez ya no podré salir
a cultivar las flores que tanto te gustaban,
ni a recibir el sol
que con sus mil y un pájaros
como si fuera un príncipe
tocaba en el portón de la mañana.
Me pregunto lo que será de ti y de mi
cuando no pueda ni siquiera moverme
a traerte una silla
y tú tampoco seas capaz de alcanzarme los lentes
para leer algo en el último libro de mi vida.
Seguramente seguiremos los dos
durmiendo en este cuarto,
en esta misma cama
donde de vez en cuando
aún podemos hablar con nuestros hijos.
Ya son adolescentes y estudian
como lo hice yo en otros tiempos.
O como tú, quizá, en aquella época
cuando eras como ellos
y todavía no nos conocíamos.
Escúchalos, ya vienen; es Julio
ése que azota las puertas de la sala;
y Lluvia la que grita corriendo en el pasillo.
Fari no está, hasta el sábado regresa
de la universidad como cada semana.
Es una señorita que sabe lo que quiere,
también nosotros lo sabemos
y eso nos pone en paz.
En cambio Julio... ¡uf!, está en preparatoria,
tampoco hay que exigirle demasiado.
Ya llegará el momento
de que también conozca otros lugares.
Y la chiquilla, bueno, para ella
todo es blanco
a la sombra del follaje que somos para ellos.
Hay que dejarlos ser y ser en todo:
Yo, el brazo que levante a cada uno cuando caigan.
Tú, el ungüento que cure con sólo acariciarlos.
Antes, te digo que antes
que nosotros no estemos
ya en condiciones
de siquiera cambiarnos nuestra ropa.

Habrá un otoño duro
en que los fríos arrancarán de golpe
el vigor de esta carne
como corta la mano de los vientos
la espiga en los trigales.
Y después un invierno
cuando ya no despierte
y tú quieras un vaso,
o que te ayude un poco
en la necesidad,
moviéndome por ver si estoy
sólo dormido,
mas no, que mi cadáver,
semejante a un estuche
que se quedó sin música,
será un cuerpo de hielo
a tu lado tendido,
y nunca más el sol
será el rubio muchacho
contándonos la historia de la vida
en la ventana.
*****************************



MACHIGUA
Herminio Martínez
 
Machigua es la nariz moquienta del nopal.
La trágica sonrisa del mezquite.
Enfermedad a la intemperie.
El ave que renace en sus cenizas.
Machigua tiene calor
y no hay quien le ofrezca un ojo de agua,
un porvenir, un puente
o una disculpa.
Ya sólo quedan lenguas desabridas.
Ya nada más estómagos
para que duerma el aire.
Machigua no conoce las consultas.
Machigua no conoce las farmacias.
Tiene su alma tendida en un mecate
con la ilusión de que un día la descubran
los redentores que andan por la tierra.
A Machigua le duelen las cucharas.
A Machigua le sangran las sartenes.
Le pesa ya el sopor de los jacales.
La entume el largo frío de los fogones.
A Machigua le gimen los comales.
A Machigua le lloran los manteles
y se rasca con pánico las noches
cuando le brotan hijos como ronchas.
******************
HOGUERAS DEVASTADAS
Herminio Martínez

1

Hoy no tengo palabras que decir,
sólo este lenguaje
que se me hinchó con la lluvia de anoche.
¿Anhelas una música maltrecha?
Entonces ven a oírme;
estrújame hasta empaparte de agujeros.
¿Quién no conoce aquí
que lloro hasta mancharme la ropa de tristeza?
¿Quién no sabe que busco
la gruta donde vaciar mi corazón
igual que un cántaro de escombros
allí donde se engendra la humedad
y la germinación
también es una criatura demacrada?
Una noche los árboles y los fantasmas
me gritaban bajo las ondulaciones de la nube caída;
un rechinar de hojas era el viento,
subía hacia la superficie como una piel de púas arropándome.
Toda la tierra me pareció entonces una serpiente deslizándose
en tanta migración que iba bebiendo gotas de mi mano.
Y al amanecer, cuando por fin aparecieron las primeras personas,
aún llevaba la pesantez como una corona de gusanos,
los pájaros no salían de su recogimiento;
yo tampoco hubiera querido abandonar el mío,
sólo que en ese instante, al correr la persiana,
sentí bajar al fondo del espanto.


2

No sé si acabo de venir
o si ya estaba aquí a la hora de tu parto
que me dolió igual que un picotón de buitre.
tampoco supe a qué hora se me dobló la vida,
ni en qué momento un ojo se me hizo casi oscuro
y el derecho lloró también ceniza.
El color de la tarde ha alcanzado su mayoría de edad
como para tomarme un té lleno de noche.
Los dos nos desangramos en las goteras del crepúsculo
pero lo tuyo a mi me duele más que mi propia llaga.
Hijo de una flor amarilla y un suspiro
caes como yo a una materia sin límites ni nombre.
¿Será que alguien no sabe cómo empezar una plegaria?
El hecho es que la oscuridad se sienta entre nosotros.
Poco a poco crecí
contando entre paredes;
hijo de pobres, junto a los alcatraces concurridos
por la blancura y el aroma que podaba el olfato.
Tuve hijos, a los que de tanto leerles el porvenir
vine a quedarme ciego.
¿Quién me hubiera tendido
una mano para albergar mis heredades?
El olvido era la planta
que más se cultivaba en mis jardines;
peor que una rama que se quedó sin hojas,
y ruinas tan desoladas como cualquier otoño.
Por eso, a tantos días de no mirar
más que las hendiduras de mi cuarto,
salgo al campo a pregonar este propósito:
morirme yo también,
al fin que de todos modos al amanecer
tanto tú como yo seremos hogueras devastadas.

Tú sales del día como de un antro
donde la luz boquea en su lecho de muerta
y yo de esta casa a la que la ceniza
hizo zona de nadie.
Tú recoges la claridad de entre los muros
y mientras agoniza va tiñendo tus nubes
como si fuera un horno crematorio.
A mí me vuelve a atrapar este cansancio,
en su puño me lleva
y me suelta a vagar entre los sueños.

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...