domingo, 28 de abril de 2019

PARA LOS NIÑOS QUE FUERON Y SON



PARA LOS NIÑOS QUE FUERON Y SON


“El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices.”
OSCAR WILDE





TRES PISOS
Julio Edgar Méndez

Dicen que es malo portarse mal. ¡¡¿A poco?!!. Pero, bueno, ¿es portarse mal escupirle a la gente desde el balcón de la escuela? ¿Nunca no te has orinado en una maceta? ¿Tampoco has rayado las paredes de las casas de los vecinos? No me digas que nunca has pateado puertas o tocado timbres y luego te echas a correr.  Ahora que, si portarse mal es espantar a la gente, pues ni modo que no lo haga, si hasta los pelos se les paran, jajaja…
            ¿Y a qué viene todo esto? Ah sí, es que me dicen que a los que de veras les va bien, haciendo travesuras, es a los personajes de libros infantiles. Tienen la vida regalada, ni siquiera se preocupan en pensar por sí mismos, el autor del libro los dirige por donde quiere. Vean si no a ese tal Harry Potter, ¿a poco de veras le creen que hace magia? Puras palabras que ni en su casa entienden: Alojomora y cosas así. O al niño del que hablan los abuelos: un dizque Tom Sawyer, muy inteligente, muy listillo, pero nunca tuvo un Xbox.
            No, yo digo que para travieso, travieso, el Bart. Ese si es bueno para divertirse. Aparte de que es el más real de todos, claro que es amarillo, con cuatro dedos en las manos y los ojos saltones y ¿qué más? Ah, sí es de caricatura. Pero como Superman, Spiderman y esos otros también son monos, pues cada quien sus gustos, ¿no?
            A mí me encantan las películas de acción, donde entre muerto y muerto te puedes comer media bolsa de palomas, y cuando más picados están los demás viendo la peli, les avientas las palomitas sobre la cabeza. Claro que si te voltean a ver… nomás chillas que alguien te las quitó y todos te creen que no fuiste tú.
            De veras, ser niño es lo mejor, todo mundo cree que eres menso, te hablan como en cámara lenta. Pero tú y yo sabemos que los mensos son los grandes.        Mira si no. Ellos trabajan como burros para darnos escuela, ropa, comida, casa y todo eso que algunos tienen y otros, como yo, no tenemos. Pero si tuviera, seguro que sería porque algún grande me lo da, ni modo que yo compre todas esas cosas. ¿Con qué dinero? Ni trabajo tengo, a menos que le llames trabajo andar haciendo travesuras. Bueno, sí es trabajo, pero no me pagan. ¿Entonces por qué lo hago? Pues ni modo que lo hagas tú.
            ¿Sabes aullar como lobo sin que nadie te vea? ¿Puedes quedarte flotando en medio de un cuarto, hasta que alguien te atraviese y se quede helado del susto? ¿Sabes esperar debajo de una cama durante horas, para atraparle los pies a la persona que se va a acostar? ¿Te puedes sacar los ojos, ponerlos en tus manos y seguir viendo sin ellos? No sabes, ¿verdad?
            Pues yo sí, lo he hecho desde que me acuerdo. Creo que fue desde que me caí con todo y el barandal del balcón de la casa de mis abuelos que estaba igual de vieja que ellos. ¡Ah, ya me acordé!, ese día estaba escupiéndole a las personas que pasaban por debajo. De pronto, ya nada más vi cómo el piso se acercaba muy rápido. Mi cuerpo salió de pésima calidad, no aguantó nada. ¡Y eso que sólo fueron tres pisos!





EL PALACIO DE LOS RELOJES
Herminio Martínez

Desde hacía varios meses, en Los Tordos, había corrido la noticia de que  el Gobierno Federal trasladaría la fábrica de hilados y tejidos a otra población, por lo que la gente andaba un tanto inquieta:
            —También nosotros nos iremos. De allí comemos y vestimos. ¿Ahora quién va alimentar a nuestros hijos?
            —Será una desgracia.
            —Una calamidad…
            —No vamos a permitir que se la lleven; y si se la llevan, nos iremos todos –les respondió un señor de barba blanca y pelo hasta los hombros-. Soy el mayor aquí, les aseguro que a nadie le va a convenir leer en los periódicos que, en Los Tordos, por culpa del Gobierno, las personas y los niños mueren de hambre.
            —¿Será?
            —¡Tienen que darse cuenta! ¡Ayúdenme! Si nos organizamos aún podemos salvar nuestra familia.
            —Nadie puede contra esos directores y esos mayordomos… Ya ven cómo nos tratan…
            —Todo depende de nosotros. Impediremos que entren; nos apoderaremos de la empresa –continuaba el viejo. 
Esto decían en las esquinas donde, por las tardes, los hombres se reunían a conversar y beber agua de frutas naturales que les preparaban sus esposas, antes de que los llamaran para el turno de ir a tejer cordones o colorear los hilos de las telas o echar a andar las más de cien ruecas amarillas, que en sus maderas llevaban grabada un águila y un sol que sonría, como en el dinero nacional.
            —¿Y si mejor le preguntamos a don Leo? –alguien opinó, trayendo a la memoria una vieja leyenda que acaso muy pocos conocían.
            —¿Don Leo? –exclamaron los más jóvenes.
            —Don Leo no existió. Es una antigua narración de cuando los españoles pasaron. El único que podría ayudarnos es el señor gobernador –continuó el que parecía el más viejo.
            —Él nunca viene… -murmuraron.
            —Tendremos que ir a verlo…-continuó el mayor-. Y, por favor, olvídense de don Leo y sus relojes. ¡Hay que hacer algo!
            —¿Relojes? –preguntaron.
            —¿Qué relojes?
            —Se ve que no todos oyeron esta historia… Pero es inútil pensar que exista. Es pura fantasía… -les dijo el hombre de la barba blanca, tras darle un largo trago a su olla de agua de limón.
            Sin embargo, entre preguntas y nuevas inquietudes, alcanzó a relatar cómo en aquellos tiempos vino a esta región un misionero de nombre Leonardo de Jesús, a quien los indígenas amaron y quisieron mucho. Le llamaban don Leo, por su bondad en la defensa de ellos ante las autoridades extranjeras.
            —Lo mataron… -intervino otro de los hombres-. Al menos eso es lo que se cree. Los soldados del Virrey llegaron a aprehenderlo para llevarlo a una prisión. Traían espadas, perros y caballos.
            El hombre del pelo cano hasta los hombros agregó que existía otra versión, en la que se contaba que en el momento en que lo iban a sujetar, un luminoso rayo salió de la montaña, cegando a aquellos hombres malos y llevándose a don Leo, a quien nunca nadie volvió a ver sobre la tierra.
            —¿Cómo? –exclamó otro joven.
            —Es lo que se ha venido repitiendo: que una radiante luz se lo llevó, como a una hoja seca o una gota de agua, dejando a todos los perros muertos y  a los soldados del Virrey ciegos y heridos.
            —¿Qué? –hicieron los que jamás habían oído este relato.
            —El final es el que a mí me parece más absurdo.
            —¿Por qué, tío? -le preguntaron.
            —Pues, ¡por absurdo! Imagínense: Se habla de que don Leo no desapareció, sino que los sacerdotes hechiceros, utilizando sus poderes mágicos, lo condujeron a una cueva escondida en el corazón de la montaña, donde hay un palacio de oro en el que están los inmortales.
            —¿De oro?
            —Es lo que algunos se imaginan -en eso pitó la fábrica-. Ya escucharon, jóvenes, ¡a trabajar! Nos llaman. ¿De verdad no quieren hacer nada? –aún les preguntó sin obtener otra respuesta.
            Melchor, uno de aquellos trabajadores que había escuchado con más atención al hombre viejo, esa noche, cuando volvió a casa y se durmió, tuvo este sueño: Un hombre luminoso, vestido con la túnica de los antiguos misioneros, le daba instrucciones para encontrar la puerta del palacio de oro. Se las dijo tan claras, que, al día siguiente, apenas se levantó, emprendió el camino.
            —En realidad no se halla lejos –pensaba-, sólo hay que atravesar el llano grande y alcanzar la cima de los acantilados de los Cuervos. Allí haré lo que me ha dicho el hombre en este sueño: tenderme boca abajo, en cruz, y pronunciar tres veces:
            “Soy yo, tesoro mío,
            abre la puerta,
            quiero entrar adonde
            los inmortales te custodian”.
            Cosas de la magia. Antes del medio día, Melchor ya se encontraba tendido boca abajo en el lugar, diciendo lo que tenía que decir. Un profundo sonido como de cristal, campana o piedra hueca, lo sacó de sus meditaciones:
            —Levántate, Melchor… -escuchó aquella voz que era la misma de su sueño-. Ya estás aquí, entra.
            —¿Don Leo?
            —Sí… -le respondió-. Don Leo.
            La entrada le pareció de fantasía. Había mil caballeros blancos dándole cuerda a mil relojes y mil caballeros rojos dándole cuerda a otros mil.
            Ante el asombro de Melchor, don Leo se puso a tararear:
            —Hay otros mil allá
            y otros más allá,
            porque de tiempo eterno
            el oro vestirá.


            Caminaban por unos corredores hechos de roca de cristal, hacia un salón inmenso donde los inmortales se reían, pero en cuanto miraron a don Leo, entonaron la misma canción con que Melchor fue recibido.
            —¡Que vengan los caballeros! –ordenó, como si fuera un rey y de inmediato otros mil, y otros, y otros, y muchos miles más, fueron pasando dándole cuerda a sus relojes.
            —¿Qué hacen? –preguntó el sorprendido visitante.
            —Aquí cada persona es un reloj –le respondió don Leo, rodeado de unos personajes indígenas, como los que Melchor alguna vez viera en los libros-. Hay que darles cuerda para que no pierdan el ánimo ni el ritmo de la vida.
            —¿Son muchos?
            —Tantos, que apenas si nos alcanza el tiempo para mantenerlos a todos caminando.
            —¿Y aquéllos? -volvió a preguntar Melchor, viendo unos relojes empolvados, ante una enorme pared que relucía como si su oro fuera materia ardiente.
            —Son las personas de tu pueblo. Nuestros caballeros ya se cansaron de darles cuerda, pues ésta se les termina cada vez más rápido. Y para que vuelvan a conservarla, era necesario que uno de ustedes mismos viniera a dárselas. Por eso te he traído. Al dársela tú, les durará todo el verano y tal vez hasta que vuelva a llegar la primavera. Pero comienza ya, son muchos y nadie podrá ayudarte. ¿Qué no ves que aquí todos se hallan ocupados?
            —Lo haré…, si usted me lo permite…
            —¡Comienza ya! –ordenó.
            En cuanto Melchor tocaba los relojes, estos se movían como si en su mecanismo hubiese un corazón latiendo. Algunos ya casi no se oían, pero otros sí. Entre extrañas músicas y canciones nunca jamás sentidas, finalmente terminó:
            —¿Y ahora?
            —Nada, ya puedes irte. Te acompañaré a la puerta –le dijo el personaje-. Ahora sí ya tienes mucho tiempo para hablar con todos y convencerlos de que lo que les conviene es no dejarse arrebatar la fábrica. ¡Que no llegue el otoño sin que hayan firmado los papeles! Diles que deben ir a hablar con el gobernador; a él, uno de los caballeros verdes ya le ha dado cuerda, está en su punto.
            —¡Dios mío! ¿Me habré vuelto loco? –pensó Melchor, al verse nuevamente entre los caballeros y los corredores de cristal.
            —No te has vuelto loco –le respondió don Leo, como si le hubiera leído estas palabras-. Únicamente me soñaste. Quiero que sepas que tú ya eres inmortal, vendrás acá cuando a tu reloj ya no podamos darle cuerda.
            —¿Mi reloj? ¿Dónde está? –le dijo.
            —Ese lo guardo yo…, aquí, en una de mis bolsas. Vete ya –le respondió don Leo, poniéndolo de nueva cuenta en el desfiladero de los Cuervos, de donde Melchor bajó con la velocidad de un ciervo, a comentarles a todos lo que había que hacer para que nadie se quedara sin trabajo.
            Lo recibieron con grandes muestras de cariño, porque pensaron que, en su desesperación, habría perdido la cabeza, yéndose a buscar empleo a alguna otra  ciudad. A Melchor le pareció increíble verlos tan entusiasmados con la fábrica, a punto, les escuchó decir, de ir a entrevistarse con el gobernador y aun con el Presidente, sólo para informarles que desde hacía dos meses, sus representantes tenían prohibido continuar allí, porque la empresa ahora le pertenecía a Los Tordos.
            —¿Pues cuánto estuve fuera? –le preguntó Melchor al hombre viejo.
            —¡Ay, hijo mío! -le respondió aquél-. Desde el otro verano desapareciste. Pero tu lugar como trabajador no se ha perdido, entra.

domingo, 21 de abril de 2019

VIDA DESPUÉS DE LA VIDA



VIDA DESPUÉS DE LA VIDA

“La poesía es un esfuerzo contra el desamparo”, según el escritor Luis García Montero. Autores de muchas partes del mundo han buscado salir de ese estado a través precisamente de su poesía. ¿Quién más lejos del amparo que un muerto en vida? Es una condición humana buscar trascender, tal vez por eso los escritores esperan perpetuar su existencia por medio de su literatura.
            ¿Hay vida después de la vida? Las religiones más extendidas en el mundo dicen que sí. Los textos bíblicos y extrabíblicos que interpretan las palabras del enorme profeta a quien conocemos como Jesús, no dejan lugar a duda para quienes sostienen esa fe.
            Ahora dicen que la conciencia no muere, según algunos investigadores muy serios. La literatura tampoco. “Animada por la conspiración radical de los consuelos, la poesía es luz en la noche, sombra en el verano, refugio en la tormenta, valor en el miedo, quietud en la fugacidad y confianza en tiempos de incertidumbre”. García Montero ha definido a la poesía como la vida misma.
            Por esta razón, en tiempos en que se habla de resurrección, sean creyentes o no, la literatura es vida después de la vida.
Julio Edgar Méndez


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LA SAL DE ALGUNA FE
Herminio Martínez


Ahora cualquier cura apachurrado de odio
te va a querer juzgar.
Cualquier ratón
ha de querer morderte los testículos.
Ángeles que se sientan en su trono
anal de triduos y conceptos áridos
querrán crucificarte entre sus canas.
Pobres lenguas lamiéndole al vocablo
la sal de alguna fe que ya no existe.
Dibujos con los huesos de rodillas
y sotanas limítrofes del cuero
floreado por la sal que suda triste.
Y sin embargo a ti nadie te aparta,
nada mueve tu ser a ras del hombre,
de hablar, sin sucumbir, de las personas
que aran con llanto como quien escribe
en el libro del suelo sus congojas.
Echado al día como buey al pasto
el poeta conoce
los pasos de la íntima hojarasca
pero también el animal terrible...
Hombre solar al fin elude ese contacto
con la cara de Dios que hay en su imagen
y prefiere el aliento de la vida
cuyo alfabeto muge en cada bestia.
Sabe del niño con su noche al hombro,
el cual de tanto ser ya se hizo anciano
sin hablar otra lengua
que el torrencial idioma de las lágrimas.
Voluntario de todo
porque para decir se viste el rayo
cuando medita al pie del individuo.
Él es el que le encuentra el oro al trigo
y musgos memorables a las ingles
de los libros cadáveres.
Es el que se honra con los deshonrados.
El que baja a los bordes y respira
a plena luz el mundo que hace grande
todas las veces que habla con el prójimo.




LOS DADOS ETERNOS
César Vallejo

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado...
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

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SONETO-ORACIÓN
Miguel de Cervantes Saavedra

A ti me vuelvo, gran Señor, que alzaste,
a costa de tu sangre y de tu vida
la mísera de Adán primer caída
y adonde él nos perdió, Tú nos cobraste.

A Ti, Pastor bendito, que buscaste
de las cien ovejuelas la perdida,
y hallándola del lobo perseguida,
sobre tus hombros santos te la echaste.

A Ti me vuelvo en mi aflicción amarga
y a Ti toca, Señor, el darme ayuda,
que soy cordera de tu aprisco ausente

y temo que a carrera corta o larga
cuando a mi daño tu favor no acuda
me ha de alcanzar esta infernal serpiente.




CUÁNTAS VECES, SEÑOR
Félix Lope de Vega y Carpio

¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!

Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una cruz asido,
y atrás volví otras tantas, atrevido,
al mismo precio en que me habéis comprado.

Besos de paz os di para ofenderos,
pero si fugitivos de su dueño
hierran cuando los hallan los esclavos,

hoy que vuelvo con lágrimas a veros,
clavadme vos a vos en vuestro leño,
y tendréisme seguro con tres clavos.


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ORACIÓN DEL ATEO
Miguel de Unamuno

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas.
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes

a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi alma endulzóme noches tristes.

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande

para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras.


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LA SAETA
Antonio Machado

¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!




ME ENCANTA DIOS
Jaime Sabines

Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.

Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida, sea para siempre.

Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.

A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes!

Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.

Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.

Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja.

Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.

A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.





*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
**Imágenes en orden descendente:
Pietá, Miguel Ángel Buonarroti
Salvator Mundi, Leonardo da Vinci
Ascensión de Cristo, Salvador Dalí
Lamentación de Cristo, Andrea Mantegna
Cristo Velato, Giuseppe Sanmartino

domingo, 14 de abril de 2019

CARRUSEL



INSOMNIO
Miguel Ramírez Casillas

I
El silencio huye
cobija el viento
recuerdos vienen, van,
como el humo del cigarro

fantasmas del pasado
vienen y esperan,
respuestas viejas
y gastadas.

El agua cae
como un manantial
pasa por la garganta
y llega a mí

el silencio pide
una cuota  alta.
Apago mis deudas
y la noche sigue.

II
La ausencia de piel
lamenta mis brazos,
en el aire busco
mejor mañana.

la falta de ti: imaginaria
a falta de ti: ilusión.

Programas que corren
en mis venas.
Un código dado,
un contacto necesario.

Mis noches pasan sin silencio
y guardo mis labios,
la soledad plantea el caos
el ruido cotidiano .

III
He perdido más que un poco de tiempo
he deseado más de lo que tengo.

La apuesta al dos
no es segura
pero es correcta
por lo menos
me sigo diciendo:
"es la cuesta".

IIII
El carrusel con su azar
va demasiado lento
mis miedos se entrelazan
con mi prejuicios
y me dejan aquí
en la sola presencia
del nocturno ruido
a ver, a qué hora
se le ocurre a Morfeo.




DESPERTAR  NOCTURNO
Laura Margarita Medina

Sombras que no mueren.
Ecos en el recuerdo.
Jinetes del pensamiento,
desquician el corazón.
Espejos del ayer. Versos secos.
Hojas de papel dormidas,
imágenes que acechan en silencio
como almas, nos habitan.
Nos huelen, nos vigilan.
Quieren vivir
y despiertan los sentidos
cubiertos por abandono
en el anochecer de nuestra historia.




FLORECER
Diana Alejandra Aboytes Martínez

Como un pulso de vida que me empuja a sentirte,
mi piel florece al presentir tu llegada.
En ti soy agua de afluente,
venaje que parece redondo,
remolino y caracola.
Y es el sol y la sombra
entre las ramas de un mezquite
que me anuncian que ya vienes...
Primavera.


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RECUERDOS MUERTOS
Diana Alejandra Aboytes Martínez

La noche idéntica a tantas otras noches
y tan diferente a las otras.
Aquellas,
en donde tus manos ocupaban las mías
y mi cuerpo se confundía con el tuyo.
Caías entero en mis entrañas.
Silenciabas mis gemidos con tus besos,
donde ya crecía una sed de tu boca.
Noches,
donde mandábamos al diablo al infierno
y sentíamos el cielo entre las piernas...
Pero se fue de mí tu cuerpo.
Y es en la ausencia
donde entierro estos recuerdos muertos
que de la mano voy trayendo.
Pensando en el día en que tu fantasma
se diluya con el tiempo.

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MUJER, TIERRA Y SEMILLA
Diana Alejandra Aboytes Martínez

No sólo de maíz y frijol vive una mujer... también de chile.
El ave huichol busca su nido.
Venga lo guarezca.
El capullo está brotando.
La mariposa rosada abrió sus alas.
Esparce el aroma de la flor húmeda.
Necesita el canto del pájaro de cuello rojo.


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MAYÚSCULO VACÍO
Diana Alejandra Aboytes Martínez

Qué inmensidad en lo hondo de los ojos.
Qué minúsculos mis labios sin tu nombre.
Con miedo a desaparecer,
las palabras pasan mudas por el aire…
son cristales de sal en la mirada.

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PLEGARIA
Diana Alejandra Aboytes Martinez

Cuánta dolencia tienen que soportar los escribidores.
Los que a versos son mordidos.
Aquellos que en las noches se atragantan con palabras.
Y en el día, poemas al hombro,
van soportando la herida...
Santa tinta del adolorido,
ten clemencia del poeta
que vive y versa por nosotros.




CONJURO
Georgina Gómez Chavarín

Te llamo desde mi otoño
un otoño sin alas,
de náufrago solitario.
Sueños olvidados.
Te llamo desde tu otoño
lámpara encendida en mi memoria
paso desnudo en mi camino.
Entonces, escucho miradas,
aspiro recuerdos, palpo palabras
reencuentro mi esencia.
Te pienso desde un otoño.


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SUEÑOS
Georgina Gómez Chavarín

¿Quién te dio permiso de meterte en mis sueños?
Furtivo y audaz persigues mi sombra
rompes candados, alborotas recuerdos
pasiones y sentimientos.
¿Quién te dio permiso de rescatar de las sombras
la devoción de mi clausura?
¿El deseo de sentir otra piel sobre mi piel?
De encontrarme amada y amando
entre tus brazos.                                  


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EVOCACIÓN
Georgina Gómez Chavarín

La noche huele a soledad, a recuerdos.
Ecos de un adiós casi olvidado.
La noche huele a siemprevivas y nomeolvides.
Sabe a tu boca sobre mi cuerpo,
a ojos derramados en continuo desvelo.
La noche reclama mi alma, mis besos y tus ansias.
La noche me encuentra lejana, perdida
y obcecada, sobre mi cama...




LAS CANTINAS
Rafael Razo Chávez
(Para mi amigo Paco Rodríguez Orozco)

Yo ya no quiero tomar,
olvidarme del alcohol,
de cara mirar al sol,
con inspiración rimar.

Yo ya no iré a la cantina,
olvidaré la botana,
no quiero una “cerbatana”
ni vodka con agua quina.

Ese ambiente pernicioso
lo voy a olvidar de tajo
mas luego digo “carajo”
eso va a estar trabajoso.

Porque a mí me tratan bien,
ahí encuentras al amigo
que en todas está conmigo
y con él estoy también.

La Musa se hace presente
y absorto yo la contemplo
ella se merece un templo
y lo construyo en mi mente.

Me siento capaz de todo,
De volar en un lucero,
de decirle que la quiero,
si no me la cree, ni modo.

Las cantinas....

Son los templos del beber,
del pensar, reflexionar,
del soñar, filosofar,
son los templos del saber.

Y estoy que no volveré,
ya ni por enfrente paso
si al pasar me gritan “Razo
vente que te invitaré”.

Desaires ni por asomo
eso por mí nunca pasa
nomás nos tomamos “un pomo”
Y las que invite la casa.

++++++++++++++++++++++

¿ACASO SERÉ BOHEMIO?
Rafael Razo Chávez

¿Acaso seré bohemio?
Me pregunto a veces
unos me llaman así.
Soy amigo del romance,
la canción y la botella.
Soñador empedernido
de toda la cosa bella,
sea mujer o sea la estrella
que en el firmamento brilla.
De toda cosa sencilla
es para mí la amistad,
la cosa más positiva,
como lo es la lealtad.
Escribir le pido a Dios
que me ilumine constante
para expresarme en verso,
allí encierro mi universo,
mis anhelos e ilusiones
y mientras la pasión galopa
poder tomarme una copa,
en cualquiera parte sea.
¿Para cuándo? Para ahorita
con una mujer bonita.
La vida Él me la dio,
Él me la ha de quitar.
Yo no sé de compromisos,
hago lo que viene en gana,
sin tener quien me presione
Y eso si es cosa sana.
Así nací. Así crecí.
Como así me he de morir,
mejor les digo: Salud.
Porque nunca he sido abstemio,
¿acaso seré bohemio?







*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...