domingo, 30 de agosto de 2015

POSTRIMERÍAS


POSTRIMERÍAS

“Mi marido ahora no trabaja, porque dice que le debe a la vida tres meses de sueño y que le está pagando antes de que ésta le suba los intereses. Nada más se asoma al corral o entra a la cocina a ver qué encuentra de comer, para enseguida regresar a la cama a seguir pagando su deuda”.
Herminio Martínez, “El hospital de los podridos”.

Hace ya un año que el maestro Herminio se fue a seguir escribiendo y a disfrutar de lecturas más plenas en algún lugar del cosmos, eso que ahora los científicos llaman multiverso. Dejó un gran legado y durante este mes de agosto publicamos textos conocidos, no tan conocidos y lo que otros hicieron o hicimos inspirados en su obra o bajo su tutela y al pie de nuestra aula peripatética. Cerramos este ciclo con una de sus historias oscuras, profunda en significados llenos de crítica social, un poco a la sombra de aquél Hospital de los podridos, “...hoy, más que nunca, azotan la existencia, organizada en: delincuencia, corrupción, moderna esclavitud, ignorancia, abuso, miseria, injusticia, pedofilia, fanatismo, lágrimas”. El maestro seguirá vivo en cada persona que lea su poesía, narrativa o novela. Pero también estará presente en la pluma de cada escritor que haya recibido su influencia. “¡No hay nada más inédito que lo que ya se ha publicado!”
Maestro, desde este lado del multiverso, brindo por usted, gracias por haber existido en mi tiempo y en su momento. Vale.
Julio Edgar Méndez



POSTRIMERÍAS
Herminio Martínez

“Mañana, por enésima vez seré ahorcado. Enésima ocasión es un decir; en realidad he intentado este medio más de cien mil veces. Seré ahorcado con esta cuerda que, como las anteriores, misteriosamente se reventará antes de terminar conmigo, porque el Judío Errante debe continuar siendo testigo de los hechos que hoy, más que nunca, azotan la existencia, organizada en:  delincuencia, corrupción, moderna esclavitud, ignorancia, abuso, miseria, injusticia, pedofilia, fanatismo, lágrimas…
Desde que el Nazareno me condenó a errar, no he visto sino males. Los mismos, sólo que con distintos nombres. Algunos se preguntarán si Jesús no exageró el castigo. Pero cada uno se responderá al conocer mi vida, la cual, el cine, la televisión y la leyenda, la religión y algunos buenos escritores, más la prensa y la radio, literatura y tradición, se han encargado de dar a conocer.
El trabajo y el sol mueven la economía de las naciones. Maquinaciones poco limpias levantan sus banderas. Aquí y allá las vemos. Son el color y el aire. La agonía y los espejos de muchos que ya no tienen sombra. He visto caer la tarde ensangrentando las naciones y hasta me ha conmovido el llanto de una madre al recibir, en alguna ciudad del Norte, el Sur, el Este o el Oeste, el ataúd en el que traen a su hijo de la guerra, de una maquiladora o un caudaloso río que lo arrastró a las sombras.
Me ha indignado la muerte que hasta la fecha no he tenido. Me enrabece saber que soy el inmortal, el siemprevivo, el tránsfuga… Conozco las razones y me enfurezco aún más. Tener que presenciar tantos gobiernos ignorantes no es un halago más. La fe no da progreso; la superstición no nutre a nadie. A los países de fanáticos les hace falta ciencia. La religión los mata. La credulidad a nadie le da empleo. ¡Ignorantes, estúpidos, mochos y rateros son muchos gobiernos de hoy!, al menos los de México, este país donde he vivido los últimos cien años. Ahora, para cualquier cura que mete bajo sus sábanas una mujer o un chico, el cielo es una erección y no ese lugar limpio que alguna vez imaginamos, aun yo, que espero la parusía para verme con él –el Redentor del mundo- y ser definitivamente perdonado por aquella mirada que un día me condenó, llena de sed, pero también de amor.
Todos los judíos que se enriquecieron de los demás tuvieron feliz muerte. Papá era médico; yo alguna vez fui geógrafo. La profesión médica es y era una de las prácticas más comunes, casi tanto como la del que presta con usura. Mi padre era maestro en ambas artes. Y murió. Mejor dicho, yo quise que muriera. Yo le busqué esa hora. Yo le puse estas manos en su cuello. Para mi desventura, yo lo volví mortal.
Conozco los idiomas. Nuestro oído se acostumbra a todas las lenguas vivas y aun las muertas. Bebo, medito, exclamo: El tinto es excelente por levantar al deprimido, dar confianza a los frígidos, fortalecer el ánimo. En mi niñez nunca fui niño, sino hasta ahora que tengo dos mil años y sé de las naciones porque he caminado por todas sus ciudades. ¡Dios no existe! Esto fue un argumento de quienes desde el principio se propusieron dominar el verbo y con el verbo al mundo y  con el mundo al poderío económico y con el poderío económico las razas, porque desde el principio todo el poder ya estaba en el dinero.
-¡Judío errante! –me han gritado en sus libros-. ¡Maldito desalmado! ¡Enemigo de Dios! ¡Apátrida! ¡Rey de los herejes! ¡Que nadie te dé agua! ¡Que si miras un río, sea de ceniza o polvo calcinado, como la mirada del Rabino! ¡Dios no existe! Existo yo, y sin embargo, entro a los arroyos como si fueran casas. Mi infancia fue mi padre: el prestamista más avaro al que asesiné yo mismo para robarle unos sestercios. Yo construí la historia y la historia me ha destruido a mí. En cada ser humano que es católico, cultivé mis propias amarguras; en las demás creencias, mis desechos, porque aquí, antes y ahora, siempre, la religión ha sido el lastre, la hez; opio del pueblo, ya lo dijo Marx. ¡Que lo escriba una pluma enérgica, superior a ésta que sólo se moja en tinto! Lo dispuesto por el Gran Sanedrín con su perfil de perra y a ratos de garduña, el Vaticano, la religiosidad, la historia, ha sido condenarme a ser eterno más que a la fabricación de bebedizos afrodisíacos con pelos de tarántula, a lo que, en ocasiones, también me dediqué.
Fui imposibilitado para dormir entre la blasfemia y tantos pobres, heridos, huérfanos de guerra, moribundos, ejércitos en busca de trabajo, seguridad, ladrones persignados, la esperanza.
 Y ni con los tragos desgarraentrañas de otros hombres, me gusta lo descrito. Ni cuando fumo o consumo las sustancias en las que todos los días se ahoga el hombre. Un mundo donde el incesto y la acumulación de bienes se reconocen como los impulsos más naturales del humano. La hipocresía creciente. Seguimos siendo los soberanos de ésta y todas las edades. Es verdad que nos hemos apoderado de la comunicación y de sus medios; las universidades, las empresas, los bancos, la moral, la ética, la ingenuidad y toda forma de gobierno. Tenemos el control. ¡Es la inmundicia novelesca! Hay herejes que mueren en olor de santidad y santos que mueren en olor de herejes. Nada más los necios se sienten encandilados por esta suerte de futuro; a mí me salva mi maldad. En mi nariz están todas las claves.
 Vivir es un problema que a la larga a todos nos llevará al suicidio; plumas sueltas lo dicen. Los grandes narradores, en su morbosa petulancia, se describen en cada personaje, aun en mí. Rocas de naturalezas impalpables levantan sus abismos. Inveterados tejedores de embustes responden a algún verbo, con los ojos iluminados por la luna. ¡No hay nada más inédito que lo que ya se ha publicado! El soplo creador de Dios, al principio del Génesis, nos infundió el espíritu, va a decirte cualquier cura soez cara de nalga, y tú le creerás y aun le servirás con carne, si eres joven y te lo recuerda los domingos, en el sermón durmiente de la misa.
¡Dios no existe! Existo yo, que soy la pesadilla en tu alma y en la inmortalidad de este dolor eterno que me roe. Cualquier reporterillo de arrabal, tan hijo del ideal como de su hambre, lo escribirá a su modo. Alguno de esos que con croquetas se conforman, dirá de mí lo que le dicte el caos que gobierna su espíritu: el capellán, una mujer arpía, el partido político, el gordo lujurioso, que es más hembra que macho a la hora de sacar sus conclusiones, invocando intereses y una imagen: la de él, aunque nos la presente como la de la Inmaculada Concepción pintada por Murillo.
Comerciante de fetos fui por ahí en los años del principio. Grabador y maestro culinario. Artista y pederasta me refutaban otros. Masón en otras épocas, en hábitos talares, como los jesuitas y algunos otros frailes hijos del remolino y la vesania. Caballero de lastimado tono en Portugal… Todavía un fado de amor y muerte me desgarra el pecho. En España fui príncipe. Reencarné en arzobispo. Corrí con los burócratas a descansar dos veces. Legionario de Cristo me sorprendió la elección del cardenal polaco al trono de San Pedro y, cuando el escándalo, fui el primero en huir. Había sido maestro y confesor del fundador Marcial Maciel.
 Desvelarme leyendo es mi delirio narcisista y así estaré hasta que cuelguen al último cardenal con las tripas del último Pontífice. Así sea el alemán engarrotado, que actualmente gobierna, fingiendo no saber nada de su pasado nazi.
Conocí a los que toman las mentiras por profundidades filosóficas. El ejército de los peores abarroteros de codicia. Enemistades no sosegadas por la cólera. Sujetos de opulencia ostentosa y pensamientos lagunosos. La vanidad en traje de notario. La traición en caudal. Políticos badulaques devorados por la deshonestidad y la mentira. Libros de un aburrimiento peregrino. Alcaldes sosos. Gobernadores bestias. Presidentes magníficos para el envejecimiento de los jóvenes, al no darles empleo, más que los arzobispos con la inutilidad de su persona.
 El suyo es un mundo que no amo. Al contrario de ustedes,  moriré por morir, de eternidad y no de muerte buena. El cochino entre cochinos se vuelve más cochino: a veces me da por ir a cazar alondras a las miasmas; mariposas al légamo; golondrinas al túnel de la credulidad que huele a heces. Soy un cronista confundido entre el historiador y los artistas. A veces la palabra corta con el destello de un sablazo. Ante nuestra mirada,  una gallina se transforma en águila. Ante los hijos, lloran otros hijos. Y los padres se muerden un testículo, mirando cómo se reparten su alma los Padres de la Patria.
Una modalidad de la estupidez humana es creernos sabios sin haber leído nunca un libro o escrito una palabra…
¡Dios no existe! Es inútil tu fe; lo digo para ti, que ves al prójimo según tus conveniencias. Existo yo y acaso también tú sabrás que existes, algún día, cuando el tiempo deje de ser eterno y seas tú quien se encuentre inmortal, llorando, como yo, hora tras hora, noche tras noche, intentando dormir con esta soga al cuello”.

domingo, 23 de agosto de 2015

POETAS DEL BAJÍO


POETAS DEL BAJÍO
-El Diezmo de Palabras en Tierra Adentro-

Poetas del Bajío, es el título con el cual Herminio presentó el trabajo de varios compañeros del Diezmo de Palabras a la revista cultural Tierra Adentro. Los poetas del Bajío, de los que incluimos sólo algunos textos, son una pequeña muestra del excelente nivel literario que siempre ha mantenido el taller fundado por Herminio Martínez hace más de dos décadas. Como pequeño homenaje a nuestro maestro, le invitamos a leer la obra de estos escritores, algunos de los cuales ya no asisten al taller, pero han dejado constancia de su paso y la reverberación inigualable de su obra.

“Todos los martes, desde hace algunos años, de seis a nueve de la noche, en la Casa de la Cultura de Celaya, Guanajuato, sesiona el Taller Literario Diezmo de Palabras, auspiciado por el H. Ayuntamiento Municipal, nuestro mecenas y apoyo principal en estos menesteres. Narradores y poetas, escritores todos ellos entusiasmados con la idea de andar la vida escuchando el lenguaje, acuden a la cita, procedentes de los barrios y colonias de la ciudad, igual que de las diferentes comunidades con que cuenta el municipio. Poco a poco nos hemos ido acoplando, entendiendo, haciéndonos a la idea de que todos los hombres y las mujeres para algo hemos nacido: algunos nada más para acumular bienes materiales, otros para batirse a muerte en la arena de la política o de lo político; pero otros más, como nosotros, quizá para cavar a punta de alma nuestro destino en la cantera de la ilusión, buscando la belleza. ¿O qué otra cosa si no hace el poeta? Con el tiempo hemos ido formando un libro, del cual ahora mismo ofrecen una muestra Guillermo Cervantes, Martín Campa, Arturo Rodríguez Martínez, Rafael Aguilera Mendoza, Flor Aguilera, Florencio López Ojeda, Martín Villarreal, Esther Chávez de Olalde, Gerardo Sánchez, Arturo de la Torre, Guillermina Carreño y José Ojeda Hidalgo. Como los locos, cada uno en su tema, asomándose a lo profundo de su historia personal (¿o qué otra cosa si no es la poesía?), nos llevan a conocer los agradables rumbos por donde su sangre chicotea al compás de la lluvia que, como el vino de la Ilíada, cae generosa sobre los sembradíos inmensos de la tarde, en estas tierras donde aún se cosechan cebollas de cuarenta kilos, alfalfas azules que alcanzan la altura de los tres metros y medio, coles con las hojas más grandes que orejas de elefante, zanahorias, lechugas, jitomates y milpas –como la imaginación– de grandeza extraordinaria. Una ventana al fondo de donde procedemos o donde nos morimos. La variedad de líneas y sucesos que pueblan estas páginas son prueba clara de ello, pues mientras unos nos llevan a los abismos de la indignación por los olvidos de siempre, otros nos hacen entender mejor las razones del cuerpo. Escriben como viven. Se parecen a sus palabras. A golpes de lenguaje nos recuestan y a golpes de lenguaje nos levantan de una brisa otoñal que resuena sus hojas como su dentadura un muerto. Un revuelo de alas se posa suspendido en nuestro entorno en espera de que cada uno tomemos nuestro par. Con ellos volamos a la vida, dejando atrás y lejos los instantes del tiempo metido en una esfera de cristal para pasar al mundo que estos poetas nos ofrecen. Sus crónicas son almas, en pena o riéndose, que también necesitan de nosotros, como nosotros de ellas. La mayoría de ellos son desconocidos y aún están inéditos. A excepción de Gerardo Sánchez, que ha publicado ya tres libros de versos en el Instituto de Cultura del estado de Guanajuato, ninguno ha visto todavía su nombre escrito en una portada. Son, pues, creadores nuevos. Jóvenes, muy jóvenes unos. Otros con un poco de más edad, pero también recientes en estas artes. De oficios varios y hasta disímbolos: Arturo Rodríguez Martínez, por ejemplo, fue jugador profesional de futbol en el equipo Celaya de la primera división, se fracturó una rodilla y aquí está hablando a gritos de Terrehembra. Martín Campa, de Rincón de Tamayo, es un pelón de hospicio, de quien se dice que se nutre únicamente con el fulgor de la estrella de la mañana; Rafael Aguilera Mendoza, ingeniero industrial, trabajó en Barcelona con don Juan Salvat, haciendo enciclopedias y enamorando mujeres entre las flores de las ramblas. Florencio López Ojeda es profesor jubilado, amigo personal de Francisco Toledo y de Rodolfo Morales, amén de sabio conocedor y reconocedor de las antiguas hablas que le dieron gloria al mundo mágico de los antiguos pobladores de México; Arturo de la Torre fue bracero en California, Illinois, Michigan, Texas y Colorado, de donde trajo el suficiente dinero para poner tres tortillerías en la ciudad; Guillermo Cervantes, cálido y silencioso, ha estado ya en tres universidades: Guadalajara, Querétaro y Celaya, estudiando letras y filosofía, hoy trabaja de obrero. Flor Aguilera se distingue por su bravura y carácter para enfrentarse a la vida: estudiando literatura en la Facultad de la Universidad de Guanajuato. Y los demás no se quedan atrás: unos venden perfumes falsos de casa en casa, otros estudian la preparatoria abierta o semiescolarizada y otros son de esos agricultores que dice la leyenda: siembran maíz cuyas matas pueden producir hasta veinticinco elotes cada una, y jícamas de las que una sola no cabe en la cajuela de un coche, y acelgas con hojas que para ser transportadas al mercado se necesitan tres niños de los que ya van en sexto. ¡Poetas del Bajío tenían que ser!”
Herminio Martínez

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CRUCIFIXIÓN DEL VIENTO
Guillermo Cervantes

Todos vieron cómo las alas
se le desprendían del cuerpo inerte,
deshecho
por dos impactos de hierro en llamas
y se alejaban en busca de su nido.
Todos regresaron a sus casas
conmovidos
y riendo,
difícil asegurar su inocencia.
De ahí el camino bifurcado
que aniquila cualquier confusión de bando,
risa y orden,
ternura y tiempo.
Que no se diga que somos traidores,
clamó el pensamiento colectivo.
Todos regresaron,
aún duermen.

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EL LUGAR DEL CRIMEN
Gerardo Sánchez

Las palabras finales de la víctima permanecen en el aire,
intactas,
afiladas en el silencio
pueden caer sobre alguno de los presentes.

Nadie se atreva a mirar arriba;
al muerto le cierran los ojos;
sólo él guarda la verdad,
la certeza con que vivirá el asesino.
Ahora son indisolubles.

El lugar del crimen permanece inmóvil,
detenido en un punto sigiloso,
por allí nadie escapará.

Qué silencio rodea a la víctima
cuando todos obtienen conclusiones,
saben que cualquiera pudo estar en su lugar
y muy en el fondo, como una perversidad inconfesable,
nos alegramos de no tener ninguna cercanía con el difunto.

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LAS NOCHES DEL MONTPARNASSE
Rafael Aguilera Mendoza

Para entrar al Montparnasse se necesita la palabra clave
o la recomendación de un parroquiano influyente;
un sujeto vestido de mariscal con mil botones
o de mono de cilindrero antiguo
impide la entrada con gesto adusto
o la franquea con sonrisa mefítica y rastrera,
según escudriña y juzga las posibilidades de consumo.
Los admitidos transponen el umbral,
abren las cortinas color vino.
Después del mural de escenas pornográficas
el capitán de meseros da la bienvenida
y la madre superiora las buenas noches.
Nos adentramos, sin el deseo preciso de adentrarnos,
sintiendo que nos miran todos.
En la penumbra surgen siluetas, rostros
de caballeros que salen muy frecuente
en las páginas de sociales a cuatro y ocho tintas;
el vendedor de seguros, el arquitecto,
el cura que cubre con peluca su tonsura,
el abogado famoso por transa y desalmado,
fariseos de la ley, ratas de la legalidad
que con tarjetas carnet e hipotecas
justifican malamente la vida;
respetables hijos de padre y madre de fornicación sagrada,
envueltos en este vaivén de sombras y luces fatuas,
envueltos en esta noche ciega sin porvenir ni huella.
Los músicos atacan indiscriminadamente:
tango, danzón y toda música bailable.
Uno, aturdido por el estruendo, se tropieza con las mesas,
enhebrados en un hilo de humo,
agua de colonia, tiempo y vértigo.
Circulan muchachas avejentadas prematuramente,
con los senos casi al aire y ausencia en su sonrisa
bordando en el vacío eróticas filigranas
con el bamboleo de sus caderas expertas.
Por efecto de la luz negra del ambiente
las brasas de los cigarros dibujan estelas fantásticas.
Uno se acopla al antro en pausas o al tercer trago
(el alucine en múltiples sabores).
Aquí está Roxana, de origen provinciano
(la Santa de todos los Federicos Gamboa del mundo);
todo perdió en el Montparnasse, hasta su nombre verdadero.
Personaje alado que muere poco a poco
clavada diariamente por el fálico alfiler;
Roxana está sentada con un parroquiano gordo y calvo;
sobre su blusa negra y escotada
una medalla de no sé qué Virgen
su chapa de oro reverbera
y sus pezones también tiemblan como haciendo señales.
El obeso, con sus regordetas manos,
le acaricia los muslos debajo del vestido;
y ella, aquiescente, el olor de su intimidad regala,
el cual sale como humo por los poros de su piel
mientras murmura una frase sobre el mal tiempo
y su mente la transporta al balcón de una provincia
cuando saludaba al sol con risa de muchacha.
Uno recuerda esos versos de Manuel Acuña:
“...Y antes era una flor... una azucena
rica de galas y de esencias rica,
llena de aromas y de encantos llena”.

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SEDUCCIÓN
Flor Aguilera

Descarna mi nombre,
ven,
derrámate,
ya es de noche,
acerca tus semillas;
toma de mi cuenca
el agua que han de beber tus lirios;
posa tus manos
sobre las cúpulas del pecho,
ven
deja que la luz descanse
en tus pupilas dilatadas,
devora la vigilia,
apriétame,
algo se esconde en nuestro lecho,
prueba mil veces de mi boca,
cierra los ojos
cuando el cansancio nos fustigue
pero toma los frutos
nacidos de mi vientre.
Cubre tus manos,
que nadie las mire,
marcha conmigo,
encájame en tus piernas,
escucha los latidos
de las altas caricias de mis senos;
marca mis hombros,
quiéreme,
existimos ¿verdad?
Tú entiendes el amor,
el silencio es sangrante,
escóndeme,
sácame el corazón,
colócalo en tu pubis,
rema en mí con el ansia,
jadea
y si quieres
después duerme.

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HOSPITAL
Martín Campa Martínez

¿Cara o cruz?
No se puede ni siquiera respirar
con el sabor deforme a parca
acechándonos desde la vigilia.
Ni con ese picante olor a asepsia
obstruyendo los pasillos del sanatorio
y la incertidumbre del paciente
semejante a la nuestra.
No hay manera de huir, no.
Sólo existe esa muerte
que recoge los pecados húmedos del agonizante
mientras recorre breve y golosa sus recuerdos
hasta inyectarle fiebre en lo profundo de la entraña.
Lo vuelve delirio, clavo, frío horizonte sin límites;
textura de la sombra donde descansa el tiempo
y carne para el buitre ¿o para el infinito?

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TRAVESÍA
Arturo de la Torre

Notas que se cuelgan aferradas a mis oídos
y, en los riesgos nocturnos,
recibo con avidez el compás musical
de los grillos:
Éstos allanan con holgura el tiempo,
comparten y reparten espacio y ritmo.
Rachas de cánticos en noches serenadas
toleran el paso del ser perdido.
La luz de la luna pasa tímida
a través de las nubes
y la noche enfría con sabrosura
el calor de los sentidos.
Rastrojos crujiendo sin saber

que un insecto cumple su destino.

domingo, 16 de agosto de 2015

Elegía


Elegía
-Texto de Eugenio Mancera-

“Para venir a hablar
me he echado todo el dolor al pecho,
porque ya no me alcanzaba el corazón
para sujetarme el infortunio.

Tuve que apuntalar con aire mis pulmones
para que no vayan a morirse en este charco
en el que desde hace tiempo los tiene la agonía.

Herminio Martínez, Centinela de Escombros (fragmento)
13 de marzo 1949 – 17 de agosto 2014

“Para venir a hablar  me he echado todo el dolor al pecho, porque ya no me alcanzaba el corazón para sujetarme el infortunio”.  Así comienza Herminio Martínez uno de sus bellos poemas. Con la metáfora atravesada en el alma nos hablaba de su futura muerte. Es que no le alcanzaba el corazón para compartirnos su sabiduría, el conocimiento de maestro en el oficio de escritor. Fuimos nosotros quienes al final no pudimos sujetarnos al infortunio. Nuestro Maestro murió un domingo 17 de agosto, hace apenas un año. Los compañeros del Taller Literario Diezmo de Palabras deseamos rendirle un sencillo homenaje, como él lo hubiera deseado, entre poesía y letras cargadas de nostalgia. El jueves 20 de agosto, en la Biblioteca pública Efraín Huerta, a las 5 de la tarde, habrá lectura de su obra, así como también el viernes 21 de agosto, en el Foro Puerta de oro del Bajío, del anexo de la Casa de la Cultura, estaremos leyendo su obra, junto con textos originales de sus discípulos. Todos están invitados, la entrada es gratuita.
Hoy domingo, en esta página, donde cada ocho días nos permite un espacio El Sol del Bajío, tenemos la colaboración del poeta y maestro, Eugenio Mancera, uno de los grandes escritores de Guanajuato; gran amigo de Herminio y solidario consejero de nuestro taller. Gracias, Eugenio, en nombre de todo el taller literario.
Julio Edgar Méndez



Elegía
(Herminio Martínez, en su ausencia)

Eugenio Mancera

1
La muerte es una honda herida de la vida que no cesa; que sangra y lacera las entrañas. Es diáfana y turbia; insolente, apacible. Viene y espera; se alza; cae; se levanta como si ella fuera de un viento sin origen ni destino que no cesa de girar: es ágil, persistente, huidiza y presencial. Es una mala compañía, un ser extraño, que nadie invitó a ningún rito de la  vida. Sin embargo, desde el principio de los tiempos está presente, vive; se levanta, se despereza: preside todos los actos donde celebramos  por estar vivos y ser carne latente y fuego sin mesura.  Es una mala compañía que a fuerza de estar y volver y reincidir, acabamos por amar como un dolor perpetuo que siempre nos acompaña como si fuera un miembro más de nuestro cuerpo. Es esa una condición fatal: amar el dolor porque es entraña de la carne; amar la muerte porque es entraña de la vida.

2
Te conocí en el otoño de 1974. Tenías entonces 25 años y ya habías hecho de la poesía tu propio fundamento de vida. Vivías en un barrio periférico, en el barrio de San Juan, en medio de la nada, donde las polvaredas entraban a raudales por las ventanas de tu solitaria casa mientras leías, con un entusiasmo parecido al paroxismo, los versos que habías escrito en la madrugada anterior. Yo te escuchaba con sorpresa y te veía con mis ojos de adolescente que nada o poco sabe de las veleidades de la vida y de la poesía. Llegaba la noche. Tu voz, larga, hirsuta, musical, se había sosegado. Ebrio de la musicalidad de los versos que leías, yo salía de tu casa mientras la luna me acompañaba  en medio de ladridos de perros y de sombras.

3
La muerte espera agazapada en algún lugar de la sombra o de la luz. Espera su dosis de cuerpo y espíritu para saciar su sed de eternidad; para continuar, hasta el fin de los tiempos, con su inexorable triunfo sobre la carne y los sueños de los vivos. No tiene prisa; aguarda sentada a la entrada de las habitaciones y la casa. A veces duerme y a veces nos habla como si estuviera  aburrida de tanta espera. Pero no nos abandona. Espera; con infinita paciencia espera. Pasan días y edades; tardes de silencio y auroras primaverales y sigue esperando. A veces reclina su cuerpo fatigado sobre un almohadón de sedas; parece que duerme y sueña. Pero despierta y con bríos se levanta y revela a quién sea su condición fatal, su destino infatigable de la sombra.  

4
En aquellos días de largas primaveras, cuando la ciudad ardía de luciérnagas fantásticas y el alba era diáfana y un  viento del norte que sacudía la soledad de los trigales, hablamos largamente de la poesía; de su condición privilegiada como testimonio irrenunciable de  la vida. Hablamos de su lenguaje; de la luz que brota a raudales de sus palabras. Estábamos convencidos de  que la poesía podía ser instrumento revelador de los misterios humanos y sabíamos que eso sucedería por el poder mágico, terrenal,  auditivo del lenguaje.  No hay poesía sin la fuerza expansiva de las palabras, decíamos y escribíamos y nos leíamos, en muchas tardes pérdidas ahora en la memoria, lo que en las altas madrugadas escribíamos con una pasión solitaria. Entonces ni tú ni yo teníamos mujer e hijos. La escritura era nuestro único oficio posible. La escritura de la poesía era un rito, el rito del lenguaje; pero era también el rito de la vida, pues sin el lenguaje, sin el lenguaje de la poesía, no se nombra la vida, decíamos.

5
Pero vino la muerte y puso la simiente en tu herida. Y sentiste el veneno mortal que corría por tu sangre y tu herida del amor se hizo más grande. Y lloraste una muerte tan larga que no cesa ni cesará nunca y que seguiremos escuchando mientras dure la luz de la vida. Ésta que vemos todos los días en el alba y que será  el testimonio de que tú viviste y tuviste un nombre, un oficio; la condición magnífica de hablar por nuestras vidas. ¡Qué terrible es no poder ver la luz de los días! dirás ahora; Qué terrible es estar muerto y no poder volver a la vida y ver, como todos los días, la alegría de los hijos, el vuelo de las aves, la caída del agua, la risa fecunda de los nietos. Vino la muerte por ti antes de otras vidas y nos dejó un silencio triste y desolado. Las flores que plantaste en el jardín de tu casa no volverán a verte ni volveremos a verte porque te has muerto para siempre.

6
Vino la muerte y anidó en tus entrañas y espero esa mañana luminosa de agosto para detener el vuelo de tu sangre. En otra mañana, de otro agosto, distante, soleado, recorrimos haciendas, rutas de caminos despoblados. Buscábamos historias, ríos memorables, balcones y terrazas desde los que pudiéramos ver las lejanías, los cielos abiertos, puros y radiantes. Entonces, la vida era radiante y florecían los mirasoles y las rosaledas silvestres; entonces, nada enturbiaba el vasto silencio de los valles; veíamos, desde las barandas de San. José del Carmen, cómo el viento venía, como acompañado de mil tambores y deshacía los retoños de los limonares. La poesía era un don, una palabra infinita, un ardor crepuscular, el temblor de los cerezos en abril.

Nadie merece la muerte, ni el olor agridulce de su presencia que todo lo corroe y lo deshace, ni su sombra siniestra, larga, infinita. Nadie la invitó al banquete de la vida, pero en medio de la mesa, come y bebe y levanta su copa por los que pronto la seguirán su ruta hacia la nada. Levanta su copa y brinda por la vida y por la muerte; soberbia y ufana, bromea sobre el destino inexorable de los vivos. Es la condición terrible de lo humano; es su propia sabiduría, la del que es inmune al dolor y a la ausencia.

8
Tus campos y tus infinitas colinas -las que cantaste con la flor silvestre de la poesía-  te extrañarán porque tus les diste, con tu  voz, con sus palabras de aire y cielo, dignidad y silencio. Nunca hubo un poeta que cantará a la flor sencilla, al viento otoñal de los girasoles; a la amplitud distante de las lunas de octubre de la Gavia y de Mandinga. Pasarán mil años para que haya otro poeta del agua y de las hojas .Llorarán por ti las piedras y las aves; llorarán los coleópteros de la brisa.

9
Cuando llega la muerte, puntual, acerada, inmune, no hay más allá. Se acabó. Se acabó el aire y la luz de los días; se acabó la caída del agua en los almendros y el pétalo que, en su dimensión ufana y pequeña, cae sobre  el silencio. Se acabó. No hay un mañana,  una nueva sonrisa, un nuevo labio ardido de amor y aventura. Las hojarascas y la tierra sólo se mezclan con el polvo de tus huesos y tu nombre. Quizás el viento y el agua, los que amaste, los que exaltaste en tantas líneas de tinta, de amor y de consuelo,  te rendirán, el tocar tu sangre, al volver a cerrar tus ojos, al encontrar el último trazo de tu piel, el homenaje que mereces, las palabras de despedida, el canto último, el último giro de la brisa, la última porción de hojas y de flores.

10
Te vi por última vez en un hospital de Celaya, unos meses antes de tu muerte. Yo no sabía que el halo de una enfermedad mortal se había posado sobre tu pecho. Una paloma oscura; un veneno de la vida; un elixir del llanto; un vinagre más amargo que la ausencia. Y no me dijiste nada de ese hueco de amargura que ya mordía tu frente y vi tu sonrisa de siempre y parecía que la luz otoñal de ese septiembre seguiría siendo ágil y cálida como lo fue en todos los días en que tu poesía le dio un nombre, una identidad propia. Pero ya  tenías una cita, una espera, con la muerte; ya estaba en medio de los frutos maduros de ese otoño y de esa tierra,  la tuya, la de tus historias y tu pueblo de surcos y de piedras, que ya te esperaba sosegada para fundirte en el abrazo más eterno de la vida.   

*Eugenio Mancera Rodríguez nació en Celaya, Guanajuato, en 1956. Narrador y poeta. Estudió letras en la Universidad de Guanajuato y la maestría en letras modernas en la FFyL de la UNAM.

**Fotografia de Herminio con alas, cortesía de Irving Estrada.

domingo, 9 de agosto de 2015

OTOÑO DE LOS FUNDADORES


OTOÑO DE LOS FUNDADORES

“...no hay nada en mí sino una larga herida,
una oquedad que ya nadie recorre,
presente sin ventanas, pensamiento
que vuelve, se repite, se refleja
y se pierde en su misma transparencia,
conciencia traspasada por un ojo
que se mira mirarse hasta anegarse
de claridad”
Octavio Paz, Piedra de sol

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A ZUCARILLA
Guillermina Carreño Arreguín

( I )         
A  Zucarilla la parieron con alas
piernas de cantera y pies de asfalto.
Mientras vuelo
ruidos de motores
voces en tropel
mareta de sombras
con prisa oscilante
Poreán de su cuerpo
cuentos y cantares
donde hoy envuelvo
rosas cristalinas
y pétalos frescos.

A Zucarilla le pusieron piel morena
y sus arterias campanean para contar historias
insaciables
de primaveras a inviernos
de cenites a nadires
de vértices a horizontes.
aunque soy otoño
he visto construir
puertas abiertas
templos luminarios
maestros y su oratoria
somos también nosotros.

Bajo sus techos
nos amamanta
a tientas en la oscuridad
seguro al día
bajo la lluvia.

Ha visto a Dioses blancos
quemar Águilas postergadas
y aun tiene las cenizas en sus brazos.

Zucarilla trepa andamios
Torres  y criptas
a infinita carrera
se agiganta
crece
juega en su desnudez
brinca en sus praderas
y sabe de libros
de arte
de magias y sueño
Arrulló angustias de titanes
y de tiroteos
ahora se viste de muros
de nosotros
de mí
Cuando muevo sus álamos
se agita
se esconde
la busco
en el archivo
para leerla letra a letra
número a número
trago a trago.

Zucarilla nunca madura
sólo evolucionan sus matices
llena su granero
y se surte cada día del año
por eso todo el que llega
anida
ancla su extensión
inundándola.

Zucarilla es poderosa
es la metáfora del comercio
la rodean más de mil fuegos
repartidores de oro.
Ella no tiene mar
porque eso somos nosotros
marejada en sus entrañas.

Zucarilla es etcétera nocturna
le asignaron su destino
prepara un vaso                                      
de colores
acre y dulce
se lo bebe,
gasta la noche en un cigarro
en una barricada
es noctambulia
hace nudos trasnocheros
se desvela.
Rodamos en ese llano
alfombrado de zacate
despertamos
con el olor a hierbas
atados de las manos
empiernados
aún insomnes
hacemos recuerdos
de nuestra geografía
donde no cabe el mar
no encaja el desierto. 
Sólo ese llano
poblado de duendes verdes
que enmarcan las cosechas
al ritmo de los insectos
surcado al nuevo día
y se entrega.

Rasga su enigma
al paso de las sirenas
que barullan en sus notas
el acuerdo
entre la vida o la muerte

Zucarilla se levanta
vuela a su cumbre
y desde ahí
Sostiene el péndulo
la aguja que diario hila
teje y enhebra
el sudario encallecido del sustento
nos bendice amante
porque ella es Diosa
apenas lo descubro
y se mete en cada gente
a resolver designios
mientras recoge semilleros
de sus mercados edificios.
Su cuerpo guarda lauros
que la firman Amazona
musa y soberana.
En cada calle tiene un ramal
donde regara su Náyade
los sembradíos de costumbres
sueños
hábitos 
para justificarla en el infinito
con repique de castillos
y yo pueda llamarla
verbo
rizoma
azul Bajío.

* Guillermina Carreño Arreguín, es poeta y maestra de vocación. Pionera de los talleres literarios en Celaya, compañera de letras de muchos escritores del Bajío, quienes también ya tienen amplia trayectoria. Es un honor contar con ella en este espacio y recibirla cada miércoles en el Taller Literario Diezmo de Palabras para compartir su conocimiento y sus textos. Tiene varios libros publicados.

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ADELANTO DE LA NOCHE
Esquilo Campos

Estoy delante del ruido de la noche
esperando tomar por sorpresa
el color que tiene en sus manos el día.
Quiero ser el primero y el último
que abrace sus esperanzas
para caminar por el filo de su palabra
y alcanzar la vibración del tiempo.
Quiero que con esos espacios de polvo y luz
pueda llegar a la voz de la tierra
para viajar por sus ríos y montañas,
poder llegar a los cuatro puntos cardinales
del pensamiento
y quedar suspendido en las distancias.
Cantar a coro al color rojo del cambio
para permanecer aquí , por siempre,
en esta inmensidad del edificio
de las horas.

**Bernardino Esquilo Campos es ingeniero y poeta. Miembro del Taller Literario Diezmo de Palabras desde sus inicios y actualmente participa en otros talleres donde comparte su experiencia y su amor por las letras. Ha sido publicado en diferentes antologías.

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LAS RUINAS DEL OTOÑO
Herminio Martínez (+)

Ahora soy el caballero de las llanuras desoladas;
el juglar de las cosas
que se dicen sólo para espantar el corazón;
el habitante de esta gruta
en la que confluyen todos los corredores subterráneos.

Ahora soy nada más el plato roto,
el espejo donde todos los males se concentran.
Es lo que soy ahora en que muchos me ven
ceñido a esta derrota para siempre;
pero antes, a mi palabra zumbaban los insectos
y prendía a mis señales su fogón el crepúsculo
porque en mis manos se posaba la luz
igual que una paloma desangrada,
y el lenguaje me daba ese dominio
para reconocerme hasta en las pobres bestias.
Podía tañer la cítara y embriagarme de hierbas
de aquí al último verde del verano.
Ante mí no se apagaban los paisajes,
ni se enturbiaba el agua por esta convulsión
que hoy en todo lo que nombro acumuló el espanto.

Fui el varón más asiduo a los atardeceres y los vientos,
gocé la lluvia y la mujer casi como todas las hojas de los árboles
y hoy me calcino en la verdad de no tener ningún renuevo.
Estoy esperando a que me diga el ruiseñor
por donde voy a deslizar mi frente
antes de que se oculten los últimos migrantes.
Esperaré esos patos con el día
para perderme cuando enciendan
en la altura su imagen sin recuento.
¿A qué me quedo ya?
Vi quebrarse la paz en un estruendo fulminante
y abrirse la hendidura
en la que nos perdimos cada quien con su nombre.
Voy  a buscar el agua que se bebe,
la ruta que no extinga los murmullos,
el paseo que no acabe en discursos frenéticos,
la espiga que ha de engancharse al alma
para llevársela a volar
sin residuos mortales hacia otra superficie.
En fin, me voy a ir
y echaré letanías para que este dolor
no se equivoque al contenerme,
que de veras me arranque de mi sitio
donde colmé su falda de favores.
Que no vaya a dejarme hablar con la tristeza
que ya suena fanfarrias para hacerme creer
que juntos: ella y yo iremos al cadalso
a concluir la obra que custodio.


AUTORRETRATO
Herminio Martínez (+)
13 de marzo 1949 – 17 de agosto 2014

Te veo morir de amor,
pobre muchacho,
en una casa donde
golpea la tempestad
por todas las ventanas.
Te veo arder bajo una sábana
que es una celda y una tumba,
tiritando con todos
los fríos de las esperas
acumulados como los copos
a los pies del invierno.
Eres tú, eres yo,
somos el mismo.
No mires mi semblante
que con tus vestigios me sustentas.
La noche anda en el campo
pastoreando sus grillos.
Hoy querría que tu boca
volviera a rociar de anís
los lugares por donde siempre caminabas.
Que mis vocablos
dejaran de ser mortaja
donde se muere todos los días el mundo.
Pobre niño de entonces,
envuélvete en las praderas del otoño,
aunque tu cuerpo ya no sea
aquel sauce que trepaba a la luz
a hacer oír las arpas de sus hojas.
Ése era yo: muchacho
con perfume en los ojos
para mirar la hierba.
¿Bajo qué frondas
o en qué trigales
lloviznando
sentaré ahora mi soledad?
Tu nombre es un desmayo
donde yo mismo
duermo como el polvo.
Fuimos sólo un instante,
entrelazados a la misma persona.
Un estremecimiento
en la cima del gozo.
Un día te vi crecer,
qué flaco estabas bajo la incandescencia,
el llanto era el infierno,
ay, muchacho, hacía mucho
que no nos sentábamos a hablar.
Nombrándote
vuelven a echar a andar
su mecanismo todas mis costumbres.
Contigo aquí todo parece fasto,
aunque sabemos que es el tiempo
de la recolección de la tristeza.
Pero si tú te vas
con esa ingle inflamada,
no quedará en mi vida
nada más fuerte que tu imagen
y hay que saber que el desamparo
es el peor de los padres
para los hombres que soñamos.
Cuento las horas que me quedan
y se me desclava la última sonrisa.
Jovencito de entonces,
adolescente hecho de filos,
muchacho que fui yo,
éramos un cordero de caricias,
cuando las manos de la aurora
nos desvestían en la recámara
hasta alcanzar el plenilunio.
Yo no sé qué visión es más hostil:
si la de la ciudad echándome su polen
o la de tus barbechos
de niebla granizada.
Hoy mi perfil es pálido
como el fulgor al borde
de un eclipse que empieza.


***Foto de Herminio Martínez, archivos del INBA.

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...