domingo, 29 de marzo de 2015

LA LECTURA, ARMA PELIGROSA

Sol del Bajío, Celaya, Gto.


LA LECTURA, ARMA PELIGROSA

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras. Con estas palabras Mario Vargas Llosa inicia su discurso Elogio de la lectura y la ficción. Sin duda, en muchos escritores se ha manifestado la misma inquietud y al leer los relatos de Luis Felipe, Ignacio y Miguel, nos dejan  la puerta abierta para las secuelas o precuelas de sus historias.

El Ladrillazo de Luis Felipe, retrata fielmente la psicología oscura de su personaje y a través de esa descripción, nos transportamos a su entorno. Con unas cuantas líneas ya hemos adivinado –sin que  lo cuente– el origen, la recámara, la vivienda, la calle, la colonia y el cielo gris que la vida eligió para una mujer convertida en furia.

En El perro cenizo, Ignacio tortura a su personaje y nos tortura con los recuerdos y remordimientos que también llegamos a experimentar con la presencia de las ausencias y los incomprensibles dictados del amor.

Con Preparen, apunten ¡fuego! Miguel nos sitúa en un espacio bucólico, aunque bien pudiera tratarse de cualquier otro escenario o actividad como leer o conversar “fisicamente”, un mundo que nos empeñamos en ignorar mientras la tecnología se apodera de nuestra voluntad.

Tres relatos que nos llevan a reflexionar y  recrear cosas como el amor, la gratitud, el destino, la justicia social y la libertad, por mencionar algunas. Esa es la razón por la que los tiranos le temen a la ficción, a la lectura, porque nos invita a pensar, a conocer del mundo sus agravios y nos alienta a buscar la manera de enmendarles los entuertos. Al leer nos damos cuenta de lo que somos y tenemos, lo que nos corresponde y lo que nos arrebatan, haciendo de la lectura un arma peligrosa para el poder.
Mario Vargas Llosa, en el citado discurso de aceptación del premio Nobel, nos ilustra con maestría respecto a este tema: “…gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíriru crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficieciencias de la vida. Quien busca en ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana y que debería ser mejor. Inventamos las ficcciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisieramos tener cuando apenas disponemos de una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo  acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.”

Salvador Pérez Melesio



LADRILLAZO
Luis Felipe Pérez Sánchez

La ocasión en que su madre le agrietó la cabeza de un ladrillazo fue imperecedera. No lo olvidaría ni en los días más lejanos a aquella mañana en la que volvía del mercado con gesto pícaro, o posiblemente delator, y, doña Cande, que se las sabía todas, que intuía el alacrán que tenía de hija, le arrojó la piedra en reprimenda por las chapucerías, una conducta desde entonces manifiesta.
Esa vez se trataba de los vestiditos que tenía que vender por encargo. El precio ya estaba asignado pero ella los vendía regularmente a uno más alto, para sacar la ganancia. Cobraba su comisión sin avisar, se encargaba de que su paseo por las calles no fuera en balde, sin que su madre se enterara. Ya mostraba esa rara costumbre de sacar partido para sí misma, siempre; siempre bajo la luz sombría de ese espíritu siniestro que se intuye en algunos, como manchados por algo inexplicable, una seña de identidad que los pinta algo más duchos que los otros. Algo como una mácula pero también como una manera de actuar que no abandonan nunca en su vida los elegidos por este espíritu que se describe, que bien podríamos decir es un ambiguo privilegio. Una malicia la diferenciaba de entre sus compañeras de escuela, como se sobresale debido a alguna seña particular, una cicatriz, un miembro de más o de menos, como se marca la diferencia entre el candor y la perversión, aunque en el principio se pensó que era más bien una chica lista y avispada y no sólo convenenciera.
Cuentan que destacaba esa astucia transformadora, ese instinto sagaz para apañarse todas las fichas. Hablamos de un gesto calculador y egoísta propio de las muchachitas guapas que se dan cuenta de todo lo que podrían conseguir a lo largo de la vida con el puro arqueo de esa ceja poblada que tantas miradas le atrajo desde que se disfrazaba con los vestiditos propios de una niña de su edad. Desde esos días, pues, los de la infancia y el ladrillazo, ella buscaba la huida.
Era de esperarse, todo le quedaba pequeño al espíritu alevoso y vivaracho. Era de esperarse que hubiera de querer conocer el mundo, devorárselo. Ese gesto casi automático que luego fue su arma, mirar como ella miraba, profundamente y dominante, no lo abandonó jamás. Se convirtió en una Gorgona cuando ya no usaba tobilleras sino medias, haciéndolas más sugerentes, a las piernas que tanto caminaron por bares ruidosos de orquestas y vedettes unos pocos años después, cuando adinerados varones de bigote engominado encontraban el amor nómada entre cubas y champagne con la furcia de esa noche.
No pasó mucho tiempo luego de cumplir los quince años para que tomara sus cosas alguna noche y, ante el silencioso sufrir de su madre, que no dijo nada, que sólo supo que se iba, que la vio escapar, se fuera buscando una libertad que más pareció, en algún tiempo, un estado huérfano y desabrigado, donde hizo lo que quiso convirtiéndolo todo en noches eléctricas, en arañazos humeantes de suburbio y de ciudad naciente, lo más lejano a la provincia a la que quería arrumbar olvidándola.
Posiblemente, su madre o la que la había criado, y que hasta entonces era su madre, la hubiera retenido y la hubiera castigado con un ladrillazo en la cabeza, como en los días de infancia, si esta rebelde hija pródiga no hubiera sabido por alguna voz rumorosa que toda su vida la había pasado ante los amorosos cuidados de alguien que no la había concebido. Ese chisme o cotilleo que escondía la verdad, le dio el valor o la alevosía a Aurora  para herir mortalmente el corazón de una madre postiza que ya no tuvo fuerza o valor moral para intentar detenerla. Aunque quizá no había manera de detenerla. 
Ella, parece, quiso marcharse desde esas otras mañanas que trapaleaba a las marchantes en el mercadito: irse de ese callejón sin salida y de la condena de ser la hija de su familia y a hacer las cosas como Dios manda. Lo deseó, quizá, desde esa mañana, desde esos días de las trampas aparentemente inocentes de transar a su madre, de agenciarse los vueltos del dinero del mandado que ella iba a surtir. Lo deseó, posiblemente, treta del destino, desde que se le agrieto la frente, como si se abriera el mundo para ella, y la dejara ansiosa de otra vida, esa mañana cuando su madre atinó la pedrada como si fuera el “Toro” Valenzuela el que lanzara la bola.

** Luis Felipe Pérez Sánchez
Irapuato, 1982. Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández 2012. Eufemismos para la despedida (editorial La Rana, 2013) es su primer libro de relatos.


EL PERRO CENIZO
Ignacio Sánchez

Cuando la conoció no vio en sus ojos más que un par de grandes y redondas pupilas. Había volteado a verla sin saber porqué, pues más que el aroma que su piel desprendía, era la mirada de ella la que lo había llamado desde la mesa que estaba a su espalda. Rodrigo Urbina, años más tarde contaría que al abrir la puerta de su casa se había encontrado con el diablo. Rodrigo, quien desde hacía unos cinco años era conocido como “el viudo Urbina”, llevaba siete noches seguidas yendo al bar La Victoria. Las veces anteriores se había sentado en las mesillas que estaban pegadas a la pared, las que sólo tiene dos sillas: para los enamorados que llenaban el lugar a la hora de la comida o para las almas errantes que llegaban después del ocaso. Pero esa noche, cuando el viudo llegó al bar, esos lugares ya no estaban disponibles, así que lo acomodaron en una de las mesas del centro. Se sentía incómodo porque era una de seis personas y para entonces los únicos acompañantes que tenía eran sus recuerdos y remordimientos, pero el mesero lo había colocado allí porque sabía que era la última noche que Rodrigo asistía, pues desde la muerte de su esposa había adquirido la rara costumbre de embriagarse siempre la tercera semana de enero, que era cuando se cumplía el aniversario luctuoso de María Villa. El mesero le dejó, más por costumbre que por amabilidad, la carta de alimentos y bebidas, y el viudo Urbina las ojeó sólo para hacer tiempo en lo que volvían para tomarle su orden: una Corona bien fría, limones y sal. Y así se iba, una cerveza tras otra, hasta que le dieran las tres de la mañana y lo corrieran de allí, embrutecido por el alcohol.

Cuando faltaban diez minutos para la media noche encendió su primer cigarro. Jalaba grandes bocanadas de humo y las escupía formando grandes nubarrones grises, que daban vueltas, se retorcían y no dejaban de subir. Fue entonces cuando ella apareció a un lado del viudo, era silenciosa y sombría, parecía como si viniera de entre la niebla espesa que salía de la punta del tabaco. Se vieron a los ojos, él estaba sentado y ella de pie. Era una mujer pequeña de estatura, pero era tan hermosa que si su belleza se pudiera contar con números, ninguna persona en la tierra podría decir la toda cantidad sin equivocarse. Su sonrisa era de otro mundo y aún más su aroma; su piel, a pesar de estar pegada a sus huesos, era radiante y su cabello tenía el color del universo. Rodrigo la invitó a sentarse con un ademán, estaba muy nervioso, después de María Villa no había estado con ninguna otra mujer. Decían que era por la depresión que le había ocasionado perder a su esposa siendo ambos muy jóvenes y otros creían que los cuarenta y uno se le habían adelantado diez años porque lo había visto llevar a varios hombres a su casa. La verdad es que era un hombre tímido, con manos sudorosas y ojeras por cientos de noches mal dormidas. Pero a pesar de todo esto consiguió hablar con ella.

Se llamaba Claudia Segura, era una muchachita que recién había egresado de la universidad, apenas cinco años menor que él. El viudo omitió contarle que alguna vez estuvo casado, pues ella lo había contagiado de una alegría que tenía años sin experimentar. Las horas pasaron tan rápido que ninguno de los dos se dio cuenta que la música ya no sonaba y las luces ya habían sido encendidas.

El mesero se acercó a ellos, les dejó la cuenta y les dijo que en cinco minutos ya no debía haber nadie dentro de La Victoria. A Claudia y Rodrigo poco les importó lo que acaban de escuchar y siguieron riendo como nunca antes lo había hecho. Ambos estaban ya un poco necios y sólo pudieron correrlos de allí regalándoles una cerveza para el camino. La casa de Rodrigo estaba a un par de cuadras sobre la misma calle del bar, así que solo caminaron hasta llegar allá. Los dos iban dando tumbos por toda la avenida, en momentos se abrazaban para no caerse de borrachos, se miraban y sonreían. El viudo pensó de pronto en cómo acabaría esa noche, por un momento su instinto le hizo sentirse valiente y todo su cuerpo vibró. Pero cuando su casa se dibujó frente a él, un pesado remordimiento llegó desde su corazón y se apostó en su cabeza.

Así que antes de abrir la puerta, se volvió hacia ella, la miró y no pudo evitar sentirse enamorado. Ella lo veía con unos ojos radiantes, llenos de pasión, los mismos que lentamente trastornaron la atmósfera con un escalofrío de muerte y dejaron un silencio, en el que de repente un zumbido taladra los oídos y pone a aullar a las bestias del otro mundo. Al viudo nunca le creyeron que al abrir su puerta la mujer pegó un grito muy agudo y desapareció, y que dentro de su casa se toparía con una especie de perro cenizo, con baba verde que le escurría del hocico y con los mismos ojos profundos y alucinantes con los que ella lo veía toda la noche.

** Ignacio Sánchez es un joven estudiante recién integrado al Diezmo de Palabras. Fue publicado en CALEIDOSCOPIO, una revista de literatura, música y arte de Querétaro.


PREPAREN, APUNTEN ¡FUEGO!
Miguel Sánchez

Jorge, de seis años de edad, miraba sonriendo por la ventana. Afuera, en el campo, un niño corría, llevando en lo alto la mano izquierda, con la cual empuñaba un papalote azul. En las milpas del lado derecho de la vereda, una parvada de garcillas había detenido su vuelo sobre éstas, apenas levantándose del suelo.
Se oían los cantos de aves sobre los pinos; Jorge, tras la ventana cerrada, estiraba el cuello, tratando de identificar a los causantes de aquellos gratificantes trinos. Era común el transitar de los jinetes; el pequeño seguía, maravillado, cada paso de los cuadrúpedos.
Una liebre, saliendo de una orilla del camino, se había detenido para oler algo. Franky, el perro de los vecinos del niño, se abalanzó hacia la orejona saltarina, pero habiendo cometido el error de avisarle con sus ladridos, el silvestre animal no dudó un instante en emprender la fuga, internándose entre las milpas. El infante seguía con excitación la cacería. Perdió de vista al conejo, pero cada vez que Franky paraba la carrera y bajaba el hocico, presentía con temor que el perro levantaría la cabeza con la liebre entre los dientes; sin embargo, al poco rato retornó con resultados nulos.
El pequeño pegó su nariz contra el cristal de la ventana, durante el paso de un rebaño de cabras. Un chivo café parecía ser el más grande, no obstante,  al final venía uno que parecía ser de mayor altura. Unas  chivitas trataban con paso torpe y apresurado no quedarse muy atrás.
Una parvada decoró el cielo azul con puntos negros. El infante se preguntaba cuál sería el destino de esas aves, pero unas imperativas frases le distrajeron de su absorción en la naturaleza.
-¡Pelotón!
-¡Preparen! –alguien entraba con alboroto a la habitación.
-¡Apunten!
Palabras que inundaron el ambiente sin oírse.
Y al grito de “¡Fuego!” Un dedo sin vacilaciones presionó el botón de encendido del televisor, mientras Jorge corría las cortinas que sirvieron de mortaja al paisaje.

** Miguel Sánchez es miembro del taller Diezmo de Palabras desde hace varios años. Lo han publicado en diferentes medios, especialmente en antologías tanto en México como Sudamérica. Su libro más reciente es El Libro de los Terrores.

    

domingo, 22 de marzo de 2015

YO QUERÍA ESCRIBIR LA CANCIÓN...

El Sol del Bajío, Celaya, Gto.


YO QUERÍA ESCRIBIR LA CANCIÓN...
Cantautores de Celaya

“Nunca pude cantar de un tirón
la canción de las babas del mar, del relámpago en vena,
de las lágrimas para llorar cuando valga la pena,
de la página encinta en el vientre de un bloc trotamundos,
de la gota de tinta en el himno de los iracundos.
Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.”
Joaquín Sabina

La letra vuela a través de la melodía y nuestros ojos se cierran en un intento de capturar un verso bien puesto, una prosa consonante, un mundo sonoro flotando en algún estribillo que nos taladra hasta el hueso. Nos transporta. Arrebata nuestras emociones –ellos saben de qué hablo- sin darnos cuenta ni cómo pasó, pero de pronto ya es nuestra. Y la cantamos a todo pulmón. O sin pulmón, que no es lo mismo pero es igual (Silvio Rodríguez dixit); bajo la ducha, sobre la mesa, en medio del tráfico (ese puente que nunca terminan).
“Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo”, canta Sabina. Algunos tal vez lo logren, otros seguramente harán el intento. Aquí mismo, en donde nos tocó o elegimos vivir, tenemos cantautores cuyos temas han quedado grabados para la posteridad. Algunos ya con éxito regional, o nacional, e incluso fuera de México; aunque, para no variar la costumbre, desconocidos en su propia tierra. René Than, Paulino Monroy, Alfonso Torres, Luis Meseguer, Émely Rivera y Lalo Vázquez, son apenas seis compositores entre los muchos creadores de música que existen en Celaya. La letra de una canción, igual que la poesía, tiene un ritmo y cadencia propios. Son poemas cantados, o canciones en poesía. Serrat habló de lo difícil de hacer música para la música propia de un poema. Sin embargo se puede. Cuando los conocí, hace varios años, tocaban en diferentes lugares donde siempre tenían al menos un par de sillas para escucharlos. Lo nuevo y original no siempre tiene audiencia. La perseverancia es una virtud, no necesariamente la paciencia. Con su guitarra, sus discos, sus sueños y canciones podemos escucharlos (si ustedes gustan) en los enlaces correspondientes dentro del Blog del Diezmo de Palabras. Escogimos sólo seis temas, de entre muchos, como una muestra y pequeño homenaje a nuestros compañeros de letras en versos para acompañar esas horas de bohemia y funambulismo sonoro.
Julio Edgar Méndez


CARTA A MI HERMANO
René Than

Hermano te escribo
para ponerte al día
por lo menos al de ayer
he estado un poco ocupado
así que me disculpas
si antes no me comuniqué
y me disculparás que escriba
en vez de hablar
pero es que ahora los tiempos
sólo dan para agua y pan
son tantos años que
no sé dónde empezar
espero la vejez me alcance para recordar.

Mi flaca se ha ido
habría cumplido éste
sus ochenta y dos ochenta y tres
fue un día muy frio
y los sueños no alcanzaron
para no desfallecer
me la pasé muy bien
te espero donde esté
abrázame muy fuerte
que es buen día para querer
no olvides apagar el té y dale de comer
al gato del vecino, ciao,
por siempre te amaré.

El niño, bueno, ha crecido
y yo estoy seguro que es buen hombre
donde quiera que ahora esté
dos damas dos niños
una casa decente en el extranjero
le sentó bien.
Lo extraño tanto que
a veces suelo ver
sus fotos de pequeño
y divago en el ayer
me acostumbré tanto a su voz
me enseñó tanto a crecer
que mi mano se ve enorme
desde que no la toma él.

¿Te acuerdas del libro
que tanto te gustaba y que perdí?
Pues lo encontré.
Lo envío en la caja
con otras chucherías que
espero que conserves bien
no las puedo llevar conmigo
al hospital o asilo
llámale como le quieras tú llamar.

A todos deseo paz
un beso de aquí allá...
postdata: si todo va bien
te escribo en treinta años más.



SE HACE TARDE
Paulino Monroy

Dicen por ahí que sólo sucede una vez
pero si sucede es inevitable
no lo puedes esconder
qué te puedo decir
no puedo esconderme de ti
no puedo callar el corazón
cuando estás junto a mí.

Mujer acércate y ven por mí
que te quiero llevar
al lugar donde suelo soñar
te quiero comprobar
que el amor es un juego
que acabamos de inventar
yo te enseño a jugar
yo te enseño a jugar.

Y vámonos ya
que se hace tarde en la luna
se hace tarde en tu cintura
y no me la quiero perder
y vámonos ya
que se hace tarde en tus ojos
se hace tarde en las estrellas
se hace tarde en tus labios
y quiero besarte
quiero amarte
quiero darte el corazón
antes que sea tarde.

Y no tienes que hablar
tu mirada me puede explicar
sé que tienes miedo también
sé que es difícil de creer
pero es real.

Mujer acércate y ven por mí
que te quiero llevar
al lugar donde suelo soñar
te quiero comprobar
que el amor es un juego
que acabamos de inventar
Y que no va a parar
que nadie nos va a cortar las alas
para juntos volar.


AMORES VIOLENTOS
Alfonso Torres

Hay veces que me muero
y que por ti no puedo
dejar de respirar
para después volar muy lejos
hay veces que no siento
cómo me pasa el tiempo
pero el tiempo pasa
y el dolor se queda adentro
y otra vez te vas
pero sé que volverás
por estos besos
que jamás encontraras
y otra vez te vas
pero sé que volverás
por este amor que nunca nadie
nunca nadie te dará

es un amor violento
amor a fuego lento
amor que va cayendo
pero siempre alza el vuelo
es un amor veneno
amor que quema el fuego
amor que destruye
pero deja buen recuerdo
es un amor violento

y olvidemos juramentos
rompamos las reglas
y dime que me quieres otra vez
no nos hagamos tontos
mejor bésame un poco
y deja el tiempo correr
que el mundo gira
que el tiempo es oro
y tus besos mi alimento
dame tus manos
cierra los ojos
y toquemos la luna con los dedos.


ENTRE TU PIEL
Luis Messeguer

Te llevé muy lento entre mis brazos
fui descubriendo poco a poco tu piel
no fue fácil dar cada paso
no fue fácil formar un solo ser

hicimos uno nuestro aliento.
Entre tu cabello, entre tus manos me enredé
con un solo beso recorrí tu cuerpo
de la cabeza hasta los pies.

Ceñí con fuerza tu cintura
y tiernamente otra vez te besé
cerré los ojos un momento
y todavía te podía ver.

Piel con piel era el abrazo
en una hermosa desnudez
no sé si era verdad o era un sueño
estaba dentro de tu ser.

Qué hermoso el vaivén de nuestros cuerpos
que me llevaba a viajar
a descubrir un mundo nuevo
que es entre tus brazos así estar.




TU RECUERDO
Émely Rivera

Nuestros cuerpos se unen en silencio
y en el misterio cantan su canción
son protagonistas de un cuento
de un cuento perfecto de amor.
Se desnudan completas las almas
no hay secretos ni falsedad
somos cómplices de este momento
que parece no tiene final.
Y así quiero estar así
conservando este momento
por la eternidad.

Somos dos corazones, dos almas
dos seres llenos de amor
que se entregan sin remordimientos
protagonistas de su cuento de amor.
Y así quiero estar así
conservando este momento
por la eternidad
conservando este recuerdo
por la eternidad
conservando tu recuerdo
por la eternidad.


MI HERMANO MAYOR
Eduardo Vázquez G.

De niños siempre juntos,
jugamos siempre juntos,
trabajamos, siempre juntos,
la vida nos juntó.

De viajes, sabe todo
de carros, sabe todo
de mujeres, sabe todo
la vida le enseñó.

Compartimos la comida,
compartimos los cigarros,
compartimos un buen vino,
estar con él es lo mejor.

Viví con él la gran pena de perder nuestros padres
y soy feliz porque tengo la dicha de estar con él
mi hermano mayor, mi hermano mayor.

Muy bueno es como padre
muy bueno es  trabajando
muy bueno es como hermano
Dios le dio ese don.

Estricto es a veces
también serio es a veces
se enoja algunas veces
la vida lo hizo así.

Mi hermano mayor, mi hermano mayor
mi hermano mayor, siempre,
siempre, siempre será el mejor.



domingo, 15 de marzo de 2015

COARTADA

Sol del Bajío, Celaya, Gto.


COARTADA
Textos y Visiones de José Luz Rentería González

“Mi mundo es confuso, cambia de estación en estación, y no soy maestro del pensamiento. Hacer de mi vida una creación estética y artística es mi ley, mi magia y mi religión. Para lo demás soy un solitario y lo que más me interesa son los sueños nocturnos y mi trabajo. El trabajo me da dignidad, el trabajo me lava de todas las traiciones, de todas las porquerías y de todas las rutinas de la vida cotidiana. El trabajo es mi coartada. Y quizás, ante Dios y los hombres, es una coartada que da buen resultado.”
Federico Fellini

José Luz Rentería González, miembro del Taller Literario desde hace ya varios años, se ha ido perfeccionando en el arte de las palabras, del dibujo y de la sencillez. Con sus sentidos internos de mago nos invita a viajar por el túnel de sus letras impregnadas de misticismo, destellos amorosos y excelsos cantos a la vida como sólo él lo sabe hacer.
Dueño de una personalidad enigmática y una mirada que sólo ostentan quienes han nacido para enfrentarse a los ventarrones y al relámpago. Su sangre procede de una familia de linaje de reyes. Es un incansable buscador de los textos bien escritos, del verbo que se coloca a la altura de los ángeles. Con ese entusiasmo que siempre tiene se regala él entero a la existencia. Sencillo, trabajador y poeta, con sus palabras nos ofrece hoy una muestra de cómo se vive y se escribe la vida entre los hombres. Disfrutemos pues de esta fiesta “para aguardar la dulce muerte en las horas de inmensa dicha.”
Martín Campa



LOS SENTIDOS INTERNOS DE UN MAGO
José Luz Rentería González

1
Vuelvo a recorrer los parajes del Culiacán y disfruto de los bellos atardeceres donde el sol se oculta para sentarse a comer una rebanada de la noche con polvo de estrellas y un buen trago de vía láctea.
2
Mi alma es un racimo de sueños que he dejado a la entrada del umbral por el que fui lanzado al vientre de mi madre; y hoy, ya maduro, me toca evocarlos desde el fondo del pensamiento para que sean mis amados descendientes en la hora de mi juicio.
3
Nat-tha-hi es el coro de ángeles que retumba en los corazones de los pequeños otomíes que retoñaron en el horizonte de esta puerta que fue forjada con el sol de la juventud.



HA NACIDO LA ESPERANZA
José Luz Rentería González

¿Quién es esta familia sobre la que brilla la Esperanza?  José y María forman este matrimonio que vive en las afueras de la ciudad. Las familias que con ellos conviven construyen sus casas con palos y láminas de cartón y alguna cobija remendada. Se alimentan gracias a la basura que recolectan; otros piden limosna en las esquinas de la ciudad, algunos prefieren robar. Esta gente, sin estudios ni un oficio, es vetada en cualquier empleo.
Siempre se nos ha mostrado a Dios como un individuo que observa a los humanos desde su trono celestial. Pero es mi sentir que Dios vive, respira, siente, piensa y habla a través de nosotros; los humanos lo hemos hecho a imagen y semejanza nuestra.
María se halla en el trance de dar a luz. La comunidad se halla desierta, solo su vecina Isabel se halla para asistirla en el parto.
Los vecinos comienzan a llegar y al oír el llanto del niño corren presurosos; unos le traen ropa; otros alimento, y algunos un poco de dinero para el sustento de la familia.
Jesús, pues así fue llamado por sus padres, ha cumplido siete años. A su puerta está el destino que, como una fiera al acecho de su presa, le aguarda. Las primeras nociones del pasado reviven en su memoria, son destellos de un futuro.
Al llegar a la edad de doce años lo vemos  acurrucado en un rincón, mantiene el rostro oculto en los brazos que descansan en sus rodillas. Siente vergüenza por los actos que ha cometido. Lo oímos sollozar, gemir como un animal herido. No habla, la culpa se alimenta de sus palabras. Su ropa está hecha jirones, de su cuerpo se desprende un olor nauseabundo. Ha perdido su fuerza vital. Ahora solo es una tierra árida, donde su alma no haya descanso.
¿Qué sucedió? ¿Qué ha experimentado este remedo de hombre, para que ahora lo encontremos en este estado de decadencia? El tiempo sigue su marcha, no siente piedad por esta frágil criatura.
Han transcurrido ya treinta y tres años desde que Jesús vio por primera vez la luz del  mundo. Hemos llegado al punto sin retorno. Quienes se queden a oír esta conversación de tres, vengan, hagamos un círculo y ofrendemos nuestra mente al Ser que nos dio vida.
El sol se oculta en el horizonte. Un rayo asciende al cielo partiendo a la noche en dos. Se escucha un trueno y de la tierra emerge el portador de luz. Su aspecto es el de un pastor. Del cielo desciende el Anciano de los días, viene sobre nubes cargadas de tempestad. Ambos se miran sin hablar. Los presentes, tomados de las manos, aguardamos algo que está por venir.

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VENDEDOR DE ILUSIONES Y OTRAS COSAS…
José Luz Rentería González

Yo me llamo ángel del Altisimo, Pá servir a usté. Y les traigo a sus mercedes, cuentos y leyendas, pensamientos de amores, algunos no correspondidos y otros que fueron defraudados. También narraciones de aparecidos, místicos y religiosos, y pócimas pá ir al otro mundo.  Porque todos nacemos de la tierra, en la tierra vivémos y pá la tierra algún día tornaremos.



EL NACIMIENTO DEL ILUSIONISTA
José Luz Rentería González

Cuarenta años atrás en el tiempo, en una polvorienta cabaña, el acontecimiento más bello en la vida de José Román y María Guadalupe se desarrollaba en un marco de esperanza.
Ángel del Altísimo. Ese fue el nombre que su padre le puso aquella mañana, cuando despertó al alba con su llanto.
─¡Válgame el Cristo! Esta criatura es un pan de Tata Dios. Nomas al escuchar su lloro, se enternece lueguito el corazón ─exclamó la partera al momento de recibir a la criatura.
─Yavez Jelipe, y tú que no me creibas ─dijo la madre del recién nacido─. Bien lo decía doña Florentina, que nuestro chamaco iba ser como un rayo que alumbre la noche deste pueblo.
─Pos, se llamará Ángel del Altísimo. Eso mesmo será desde hora, pa gloria de Tata Dios.
Así transcurrió su primer día en el seno de aquella familia que lo cubriría de amor. Su primera palabra fue esta pregunta: ¿? Como si hubiera estado aguardando el permiso para hablar. A todas horas preguntaba esto o aquello; parecía tener un hambre insaciable de aprender sobre las cosas que lo rodeaban.
Ángel se sentaba a ver como el sol se hundía en las montañas, y al caer la oscuridad entraba en su jacalito para conversar con Tata Dios, como él lo llamaba.
Por la madrugada, a eso de las tres de la mañana se levantaba a contemplar el cielo repleto de estrellas. Le gustaba ver como la luz salía de entre los cerros y se iba corriendo por las parcelas hasta perderse en la lejanía, vistiendo al campo con su calor.

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SINFONÍA CORAL DE LOS ELEMENTALES
José Luz Rentería González

El viento ruge con un suspiro de amor, mientras se pasea por el valle de las siete luminarias siembra diamantes y va implorando un tiempo más.
María La Gavia y José Culiacán, con los brazos alzados lloran, piden por su hijo amado que tantas alegrías les prodigó en los ayeres cuando con su risa alegró sus oídos.
Los centenarios árboles se deshojan en tributo a su grandeza; y las cañadas albergan sus sueños que nacieron al calor de un beso.
El manantial canta una oración al fulgor de la luna para apaciguar a los dioses del destino, y las estrellas titilan su luz en los senderos colmados de imaginación.
Todos los mágicos habitantes se reúnen en torno a la lumbrera que les dio vida con sus metáforas. Una a una, se fusionan con su creador para reavivar su fuego.

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AMARTE CON INTENSIDAD
José Luz Rentería González

Amada mía. Me levanté pensando en ti. Por esta razón veo al mundo diferente; en cada persona mayor veo a mi padre; en la imagen venerable de un atardecer veo a mi madre; en el apacible lago que encierra la poesía veo a mi candorosa hermana; y en cada frondoso árbol veo a mi hermano. Y en la inocente sonrisa, veo al niño que se perdió en la noche y que por la magia de tu amor ha vuelto a renacer
Todo esto es gracias a ti…

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CORO DE ÁNGELES
José Luz Rentería González

De mis fantasías tú eres la llama que enciende mis ansias. Es por eso que quiero pulverizarme en el calor de tus besos, y además que tus brazos me condenen a la soledad de tu hendidura, para aguardar la dulce muerte en las horas de inmensa dicha.
Porque sólo al mirarte me siento ser divino, omnipotente, y escucho el coro de ángeles rezando a mi oído con la suave nota de tu sonrisa.



LOS FRUTOS DEL AMOR
José Luz Rentería González

La diosa cantó con su voz primaveral poblando el valle de plantas y flores. El dios introdujo su diestra en el abismo y extrajo una luz que alegre danzaba en la palma de su mano, y dijo: «Este es el nacimiento de una nueva especie». «Tú serás la luz del Paraíso», exclamaron los dioses al unísono. Andando el tiempo, aquélla luz se convirtió en el astro rey. El caballero de fuego, viendo la belleza de la luna, la tomó por esposa. Más sus vástagos se olvidaron de sus progenitores…
Así, con el corazón atribulado, decidió presentarse ante sus progenitores, los dioses. «Dinos, querido  hijo, ¿qué es lo que aflige a tu corazón?». «Madre, mis hijos se han olvidado de amar. Han despojado a sus hermanos de lo poco que tienen». «Pide, y nosotros te daremos lo que anhela tu ser». «Deseo que los oprimidos dispongan de alimento». «Así será. Pero sabes que todo tiene un precio. El Sol se arrodilló a los pies de sus padres, y dijo: «No poseo nada más que mi propia vida. Así que os la entrego con todo el júbilo de mi corazón. A cambio concededme cinco cosas». «Adelante, pide lo que desees». «Quiero que a mis hijos les den una planta, cuyo tallo sea dulce y firme, y que su fruto sea alimento. También pido una planta, cuyas bayas contengan granos que les den fortaleza; quiero además una planta, cuyas flores y fruto sean alimento; También deseo una planta, cuyo fruto sea picante. Por último, quiero un árbol que dé fruto dulce y que, además, el árbol mismo sirva de alimento». Ahora pueden tomar mi vista; pues ya no veré más los atardeceres, ni a las aves andando por el cielo de mil tonalidades. No podré saborear lo que para ellos he pedido, no aspiraré más el olor de la tierra mojada ni el aroma de las flores; tampoco volveré a sentir la caricia de la tierra bajo mis pies ni escucharé más el canto de la alborada. Al decir esto quedó inmóvil, hundido en las sombras. «Amado hijo, los hombres tendrán lo que para ellos has pedido, y, además, la sal de tus lágrimas y la miel de tu corazón».

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LA DISTANCIA ES CÓMPLICE DE NUESTRO AMOR
José Luz Rentería González

No me cansaré de tus montes y planicies,
porque son el regocijo de mi corazón,
no hay, ni habrá otra como tú,
cuyo candor compita con el sol.

Siempre recordaré tus cantaros rebosantes
de vino añejo, recopilado para la boda de Canaán,
cuando en tus sueños de alegre mozuela, anhelabas,
apresar la delicada avecilla en tus muros.

Caminemos, marchemos al país de las ilusiones
donde he sembrado los besos que guardo para ti,
ahí nos espera la felicidad y en su cara una sonrisa.

Soy el cazador que fue sorprendido
por pretender herir tu corazón, me encuentro extasiado

por tu grácil figura que modela mis sueños.

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...