PARADO EN ESTA ORILLA DEL MUNDO
Poesía de Martín Campa
Hace
varios años, en el texto inicial de Poetas del Bajío, publicado en la revista
Tierra Adentro, el maestro Herminio Martínez escribió: “...todos los hombres y
las mujeres para algo hemos nacido: algunos nada más para acumular bienes
materiales, otros para batirse a muerte en la arena de la política o lo
político; pero otros más, como nosotros, quizá para cavar a punta de nuestra
alma nuestro destino en la cantera de la ilusión, buscando la belleza. ¿O qué
otra cosa si no hace el poeta?”. Y el poeta Martín Campa, llamado con cariño
por Herminio, el pelón de hospicio, busca la belleza a punta de su alma. Es un
escritor insaciable, pero también un lector que hurga entre líneas, es un “malabarista
de la palabra”, como él mismo se describe.
Martín
Campa Martínez es obrero y miembro del Taller Literario Diezmo de Palabras. Ha
publicado y ha obtenido reconocimientos y premios. Uno de los libros de poesía
más entrañables al mismo Herminio, MIENTRAS DIGO MI NOMBRE, lleva el título de
un poema de Martín. Su “voz” es suave, plena de metáforas, maneja con maestría
el lenguaje coloquial y campirano, pero con la elegancia de quien ya domina el
oficio. “Se muere el ciego que ya no puede ver con el caracol de los oídos y el
sordomudo que grita en letras del espíritu”. Martín escudriña cada domingo la
página del Diezmo en El Sol del Bajío y nos devuelve una reseña inteligente,
propositiva, madura. Sus opiniones valen y las hace valer con firmeza, pero con la sensibilidad de aquellos poetas
que “de tan resplandecientes,
llegamos
a perder las tuercas de nuestro rojizo resplandor”.
Julio
Edgar Méndez
ESCRIBAN
SU ANTÍFONA
Martín
Campa
Hijos
de la madrugada, rompan todas las luciérnagas
para
que vean cómo dentro de ellas
escritos
están aún los nombres suyos.
Gocen,
disfruten con las maracas de la gramática.
Llenen
con ritmo de azahares
ese
inmenso lucero que es su voluntad.
Vayan
por todo el mundo aplastando quejumbres
de
aquellos que aún no entienden por qué es la negrura
y
con el cirio de su alma quemen los quinqués
que
jamás han podido encender, desesperados.
Desgranen
la mazorca de alegrías
y
cuando llegue la tarde bébansela, cómansela,
abran
su pecho, el corazón
pónganlo
a brillar en las manos del huérfano.
Arránquenle
la piel a los desconsolados
y no
piensen jamás en la muerte y sus navajas,
acuérdense
que sólo fallece aquel al que le toca.
Se
muere el ciego que ya no puede ver con el caracol de los oídos
y el
sordomudo que grita en letras del espíritu.
Se
muere el que usa zapatos de escasez
y el
señor que no tiene miedo ni un amo a quien glorificar.
Se
muere aquel que se llama como el pecado
y se
embriaga con el brandy de la desventura.
Se
muere ese que no tiene nombre
pero
sí unas inmensas ganas de ser fuego
en
el vientre de las que venden, lujuriosas, sus manzanas.
Disfruten,
gocen con la sinfonía que interpreta su ingenio.
Escriban
su antífona sobre la corteza de las nubes.
Hagan
sonar las piedras apócrifas
a
donde viene a sentarse el viento.
Bailen
hasta que sus pies se deshagan sin tinta.
Invítenme
a mí también,
pero
dejen que me vaya al rincón de los pesares.
No
entristezcan su algarabía sólo por mi culpa.
A mí
sólo déjenme en la habitación donde pernocta el silencio:
antiguo
hechicero con espejo de agua y sombras.
Recuerden
que los malabaristas de la palabra,
de
tan resplandecientes,
llegamos
a perder las tuercas de nuestro rojizo resplandor.
ALAS
DE LUZ
Martín
Campa
Gota
de viento,
paracaidista
del asombro.
Frágil danzarina
que
mece su cuerpo
imitando
al verano.
Alas
que semejan
una
increíble
explosión
de polen.
Equilibrista
que tira su oro
sobre
lo verde de la tarde.
Monarca
que incendia
la
pesadumbre
de
nuestra existencia
con
su diminuto vuelo de colores.
+++++++++++++++++++++++++++++
TOLOACHE
Martín
Campa
Es
la hierba que brota en las costillas
del
semáforo,
sobre
la piel reseca del asfalto.
Por
eso su clorofila huele
a
asombro,
a
ciudad recién lavada
por
la lluvia.
Brazo
verde que palpa el boulevard
en
lo más íntimo
y
amansa a los poetas
que
han dormido
otra
vez con el ansia.
Esta
es la pócima pesada
para
amarrar la voluntad.
La
única y oscura medicina
que
se yergue imponente,
como
un ojo del llano entre murmullos,
a
que las mujeres la visiten,
para
que los hombres ya no duerman
al
calor de otros vientres.
++++++++++++++++++++++++++++++
PARADO
EN ESTA ORILLA DEL MUNDO
Martín
Campa
Parado
en esta orilla del mundo
veo
morir a los ángeles con sus milagros destrozados,
a
los indigentes reír mientras ven cómo sus sueños
se
les van ardiendo al igual que otro sol,
a
los gatos, la lluvia.
Veo
cómo las calles se embellecen
con
esas flores de la indiferencia citadina
y
cómo, en cada rincón,
la
mala suerte nos asusta con esas grotescas máscaras
que
usan los gendarmes.
Miro
correr a aquellos obreros que con su alma
van
protegiendo lo poco que les quedó de su salario
mientras
la mentira,
que
desde siempre ha estado gobernándonos,
camina
oronda y sonriente y con su ropa nueva
por
los mejores restaurantes de la urbe.
Veo
también cómo la pena
va
remachándole el hambre
a
los inocentes que habitan los suburbios.
Y
por fin, después de un rato,
veo
el espectáculo que esperaba:
ahí
viene Dios con sus potestades a caballo,
y
entonces se detiene junto a un semáforo y dice:
“Espérenme
mientras orino
sobre
las rojas cuarteaduras
de
esta ciudad impía”.
PARAÍSO
DESMANTELADO
Martín
Campa
UNO
Eva,
préstame el estambre de tu sombra
para
tejer nuevamente tu gloriosa hermosura
y el
color de tu paraíso desmantelado.
Permíteme
desempolvar el laberinto de tu oído
y
recalentar la sal de tus océanos.
Concédeme
restaurar tu cintura:
casa
de nubes y pelícanos;
y
reconstruir el oro de tu talle
para
que no olvides nuestra historia.
Te
regalo un ramo de sueños
y el
humilde fulgor de mis recuerdos.
Mi
dolor recién impreso en azogue.
Un
peso de plata y otro de luna.
Un
canto de selva, un canto de sol.
Te
regalo mi mano izquierda, mi pie derecho;
el
brillante secreto de mi palabra:
carne
y voz de tormenta.
Te
obsequio todo esto
para
que sepas que me marchito sin tu presencia.
Y
sepas también, Eva, que no ambiciono la plata
que
guardas en la celda de tu ombligo,
pues
sólo anhelo fallecer abrasado
con
el reflejo del alcatraz
que
ostentas bajo tu falda.
DOS
Muérete
conmigo,
ánclame
al sol que es llama en tu vientre.
Déjame
apretarte el pezón izquierdo
hasta
que mis dedos se ahoguen
en
ese glorioso néctar
y
bebamos esta noche de esa lluvia
que
hoy nos obsequia el verano.
Déjame
ser el impetuoso torbellino
que
sin ti no es nadie;
sedúceme,
carne en erupción por vez primera,
y
traza (insaciable) un arcoíris en mi pelvis.
Flor
de música enardecida,
sopla
despacio en mis huesos
para
arder nuevamente contigo,
mientras
cabalgamos hacia ese precipicio
llamado
frenesí.
Universo
de aromas y secretos,
no
pares que aún no termina esta fiesta.
Sigamos
cayéndonos uno encima del otro.
Sigamos
gozando hasta quedar contagiados
con
esa fiebre que se cura
sólo
con inyecciones de pasión.
¿TE
ACUERDAS?
Martín
Campa
Ahora
ya no llueve como antes.
Aquellos
sí que eran temporales
pues
con unos cuántos manotazos
hacían
que se enverdeciera el pueblo,
el
alba y hasta los huesos de nuestros abuelos.
En
una sola noche llenaban de esperanzas
y
líquenes las calles, las cercas, las veredas
y el
callejón donde jugábamos,
contra
los del otro barrio, al fútbol.
De
una sola pasada pulían los vidrios
de
la escuela
donde
la maestra Consuelo hacia aprendernos el abecedario
a
punta de cariños.
En
una sola entrega bendecían los árboles
en
los que --a la hora del recreo--
nos
subíamos para mecernos entre el viento.
Entonces
los mayores dejaban su angustia
a un
lado
y
encendían los surcos para que la cosecha
se
lograra.
Entonces
era la época del júbilo,
camisas
y zapatos nuevos.
Pero,
ya ves, después vino el progreso:
los
mentados inventos.
El
tiempo cambió tanto y nosotros,
los
que correteábamos a la luna por el monte
para
hacerle cosquillas en la tibieza de sus huesos;
nosotros,
los que acostumbrábamos
ayudarle
todos los viernes
a
don Nicéforo, el carbonero,
para
que nos diera un peso para comprarnos ilusiones;
nosotros,
los que éramos bien nocheros
y andariegos,
poco
a poco hemos ido creciendo y, dicen las mujeres,
que
hasta nos volvimos más hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario