domingo, 1 de marzo de 2015

INTROSPECCIÓN

El Sol del Bajío, Celaya, Gto.



INTROSPECCIÓN
Textos de Timo Viejo y Rafael Palacios

"Los que producen obras geniales no son aquellos que viven en el ambiente más delicado, los que tienen la conversación más brillante, la cultura más extensa, sino aquellos que, cesando súbitamente de vivir para sí mismos, pudieron hacer su personalidad semejante a un espejo, de tal modo que su vida, por muy mediocre que fuera en el aspecto mundano e, incluso, en cierto sentido en el aspecto intelectual, se reflejará en él, pues el genio consiste en el poder reflectante y no en la calidad intrínseca del espectáculo reflejado”. Tal es la forma en que Marcel Proust escribió sobre la introspección. Ese género literario donde se escribe desde la perspectiva de un narrador protagonista. Y dos narradores nos muestran su talento en este mes que dicen es aún más loco que febrero.
Timoteo (Timo) Viejo, es un entusiasta de las artes. Estudió biología y la especialidad y maestría en tecnología educativa en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Ha fundado y ha sido parte de distintas revistas, zines y blogs de creación literaria. Ha colaborado en revistas y medios impresos y digitales. Actualmente dirige revista tn y es parte de grupo tn. Vive en Pachuca, Hidalgo y algunos compañeros del Taller Diezmo de Palabras han sido invitados a colaborar en su revista literaria.
Rafael Palacios, estudió Ciencias de la Comunicación y Teatro. Escribe desde muy chico; pero, de manera "seria", a partir del 2009, cuando ingresó al Taller Diezmo de Palabras. Ha trabajado en varios cortometrajes y videoclips, es un amante de la fotografía, el cine y las letras; actividades que han estado muy presentes en toda su vida. Ha sido publicado en distintos medios y en la antología El Oro de los Trigos, del Sistema Municipal de Arte y Cultura de Celaya.


S, YO, Y LO QUE SE CONOCE POR AMOR
Timo Viejo

“¿Me has amado de verdad?” pregunta S. Lo dice sin parpadear. “Contéstame”, continúa, “¿alguna vez has sentido amor por mí?”. Me recosté en la silla, alce la vista y me perdí un momento en los televisores del restaurante. No hay nada bueno que ver, sintonizan sólo programas deportivos. Los miro sin pensar que puedo responderle a S, quizá sea porque he tenido preparada la respuesta desde hace tres años; el mismo tiempo que llevamos viéndonos a escondidas. Pero vaya, esos años no están presentes en la mesa y S sí. Ella sigue aquí frente a mí, nerviosa. Tardo más en responder así que da un vistazo a su celular, lo guarda en su bolsa y quiere poner un rostro de enfado. Es rápida, lo logra sólo con apretujar sus labios. Intento abrir la boca para responder, sin embargo mi mano actúa más rápido y lleva el vaso hasta mis labios así que opto por darle un trago a la soda. A veces creo que beber mientras hablo le da un poco de misterio a mi respuesta. ¡Bah!, eso es falso, estos pequeños momentos de evasión me hacen titubear. Acabo el último trago y por fin empieza mi defensa: “Ya sabes lo que pienso de esas cosas, en serio, no tiene sentido que sigas. Cualquier respuesta que te dé, no te satisfará en lo mínimo”, le resistí. Y sí, ella lo sabía. A pesar de que haya optado por destruir mi reputación en una relación extramarital, mi respuesta sería la misma: No dejaré a mi esposa. Mi compromiso podría parecerles doloroso porque S es la mujer con la que todo lo que he imaginado se vuelve realidad, mientras mi esposa es la mujer cuyas actitudes frías, quejosas y de exigencia me hacen huir y pensar que nunca he estado enamorado de ella, y no obstante creer que, aun así, puedo y debo amarla. Además, explicarles las diferencias entre amar y estar enamorado, me llevarían mucho, así que saquen sus conclusiones. Regreso a este momento, S no deja de mirarme, así que me acerco a ella para mirar sus ojos y sin perder el contacto visual vuelvo a  recargarme en el respaldo de la silla. “En verdad”,  suspira S para mantener su voz ecuánime, “no puedo creer nada de lo que dices. No soporto la idea de estar enamorada de ti. Eres un manipulador ¡Insensible!”. Ella ya lo ha dicho, si ella no soporta estar enamorada de mí, yo tampoco. Lo digo de verdad, no me hago a la idea que ella esté enamorada de mí porque yo también estoy enamorado de ella, incluso he querido amarla. Qué contradictorio soy, pero debo mantenerme firme. Estoy dispuesto a mantener mi palabra, torcida, pero palabra, hacia mi compromiso. Podría explicar mi posición desde más de una perspectiva con argumentos efectivos, y con todo esto, ustedes no me creerían, por eso es mejor guardarla para mí. Pónganse en mi lugar, ustedes por allá queriendo saber más de mi vida mientras las personas que están en el restorán se mueren por gritarme: “Ve con ella. Haz que triunfe la felicidad, el amor”. Y yo les respondería: “En verdad lo quisiera, señores. Si ustedes tuvieran a la mujer de sus sueños frente a ustedes declarándoles su amor, por lo que más quieran, no la rechacen. No hagan lo que yo. No reciten que los caminos llenos de flores y perfume son los que dejan espinas y dolor. Vayan tras ella y abrácenla. Hagan honor a la palabrería de los amoríos juveniles; es más, no se casen hasta encontrar una mujer así, porque entonces habrá una culpabilidad, y eso carcome los sentimientos”.
S trata de acomodar sus palabras y a mí me gustaría, más que nunca, ser sincero. Pero si lo hago, me habré perdido y fallado. Me pregunto si esta emoción que trae el idilio durará en los trámites de divorcio. Qué pensará la familia de mi mujer al saber que la dejo sólo porque quiero ser feliz.  “No entiendes nada”, musita S, seguido de un suspiro. “Sí, sí. No entiendo nada”, le respondo. “Entonces”, me pregunta “¿por qué sigues aquí? ¿Cuál es tu razón de seguir aquí? No me decías que todo era un juego que no pasaría a más. Casi firmas que todo sería carnal y fuiste tú el primero en involucrar sentimientos y aceptar en todo momento que jugarías y apostarías todo y por eso me dejé llevar. Me dejé llevar tanto que ahora no puedo contener lo que siento”. “Bueno”, le contesto un poco altivo, “me equivoqué, se salió de control, esto no quita que mi postura sea la misma. Así que, ¿qué esperas que te diga?”, “¡Que me amas!, ¡que lo nuestro es verdadero! ¡Di que en verdad me amas!”, me exigió. “Ya sabes la respuesta”, contesté.  Sus ojos me examinaban, parecía que con vernos sabía qué deseaba; ella podría sospechar de mis sentimientos, pero sólo quería que se los confirmara. Me siguió mirando, yo por mi parte me desentendía, aunque ya podría percibir que quizá esta sería la última vez que vería su rostro. “Esa no es tu respuesta”, dijo, “en tu interior sabes que me amas”; la seguridad con la que lo dijo casi me hace dudar sobre mi postura. Saqué un poco de fuerza y le repliqué: “Sé mi respuesta. Sabías las reglas y también sabes que no te amo”.
El contarles como salió del lugar sin poder contener las lágrimas no es algo de lo que me jacte, fue de lo más doloroso que haya vivido. Se levantó y cuando quiso decir algo rompió en llanto y para no llamar más la atención corrió hacia la puerta. Los comensales me miraron de diversas formas, unos estaban airados y otros indagaban con sus ojos sobre qué había pasado. Me encogí de hombros y dejé sobre la mesa el dinero para pagar el consumo. Me detuve frente a mi reflejo en los cristales cercanos a la salida y justo en ese momento, mi cerebro, traicionero como siempre, trajo a colación la primera vez que la miré. También las veces que ella se quedaba dormida riendo y como prefería verme descansar a estar hablando sobre el trabajo. Empecé a contristarme porque en ese momento quería besarla y confesarle la verdad. Salí del lugar y la vi dentro  de su auto llorando. Su tristeza me podría haber sepultado; me arrepentí de todo. Incluso de haberla conocido, pero el daño estaba hecho. Nada me hubiera costado acercarme a ella y decirle: “Contigo, la sensación que llaman amor, fue de lo más real”, pero no ayudaría en nada. Ahora todo lo que diga sería hiriente. También tuve deseos de sólo ir y quedarme con ella para abrazarla; pero esto sólo se quedó en mi imaginación. La miré a lo lejos y seguí mi camino. Si se preguntan qué hubiera respondido al inicio lo más probable es que hubiera dicho: “Sí, contigo me enamoré de verdad. No obstante he decidido ser fiel y no puedo seguir en esto. Entiende, en donde esté siempre pensaré y rezaré por tu bien. No sabes cómo anhelo tu felicidad. Estoy para ayudarte y amarte, pero no en las formas que tú piensas”. Sigo mi camino y toso para distraer mis lágrimas. No hay más, el camino tortuoso de la culpa y la redención es del que se pueden recoger más frutos.


EPÍLOGO
Rafael Palacios

            Me llamo Julietta, tengo 19 años, soy bailarina de Ballet, y escribo.
            Empecé a escribir luego de la primera vez que me internaron aquí, ya tenía algunos años haciéndolo, pero muy rara vez me atrevía siquiera a mostrárselo, al menos al doctor que me trataba, a las enfermeras o mi hermana. Llegar aquí, fue desnudarme y desanudar muchos lazos que me tenían tomada por el cuello. Aquí conté cosas reales e irreales por igual, todas cosas mías al final, nunca quise tener invitados incómodos, ni gente no grata para mis filosofías, porque hablar de mí, siempre es hablar de conflictos, drama y tragedia, de sangre y muerte, de drogas, alcohol, mentiras, engaño y sobre todo, muchas decepciones.
            Nací en Francia, pero nunca he vivido ahí, es un lugar del cual no tengo recuerdo alguno. Mi madre murió el mismo día que yo vine al mundo, de cierta manera siempre crecí con la culpa en el corazón, por sentir que yo la había matado. Ella tenía veinte años cuando murió, como yo los tendré en un par de meses. Mi padre se volvió a casar casi de inmediato y también de inmediato, venimos para México a vivir, al poco tiempo nació mi hermana Justine. Y así quedó hecha nuestra especie de familia.
            Vine a este lugar, a este hospital queriendo redimirme, pero sólo logré seguir matándome y dañándome a mí y a las las personas. Mi tinta inocente se vertió con malicia, con premeditación, alevosía y ventaja. Sentarme frente a una hoja en blanco y salpicarla de sangre y saliva, de insultos, de puñetazos, de guiños, de canciones sin sentido. Cometí crímenes perfectos, suicidios involuntarios, resucite muertos y al día siguiente los volvía a matar. Fui juez y parte, perdoné asesinos y me perdoné muchas veces. Me exhibí, puse al descubierto mi ser con todo y vísceras. Miraron mi hígado, mi páncreas, mis pulmones y mi corazón. Miré por la rendija de la pared de toda aquella que me lo permitió, he sido yo, he sido nadie, un día fui tú y no te diste cuenta. Me perdí entre la línea delgada de mis propios errores.
             Escribir aquí fue una experiencia nueva, pero tan saludable como lo es un hoyo en el suelo o un grito en medio de la nada. Daba todo de mí y siempre perdía, levantaba murallas alrededor y siempre había alguien con la disposición de hacer una abertura y querer investigar dentro mío. Nunca invité a nadie a entrar aquí, y quién así lo quiso siempre salió con la decepción en el rostro, podría pedir perdón, disculparme por mostrarles todo lo podrido que tengo dentro, pero así he sido y no puedo negar mi naturaleza.
            Escribir un diario de fantasías, en un hospital psiquiátrico, fue gratificante. Contar verdades a medias y medias mentiras. Más gratificantes fueron las páginas llenas de realidad, donde me tomaba sin tapujos y me retrataba como soy, como es Julietta. Como ahora, que escribo este epilogo sin trabas y sabiendo que quiero de mi vida: Yo.
            Lo de hoy es un portazo, un “hasta nunca” para todos sin necesidad de ser una nota de despedida.
            Creí poder aguantar un poco más, pero la decepción en la que me convertí me tiene tomada por el pelo.
            Recuerdo que aún era una niña cuando quise suicidarme por primera vez, la segunda vez tenía quince años y más conciencia. En ambos intentos, fue como viajar muy lejos y redescubrirme como persona y como mujer. Volví viendo la vida desde otra perspectiva, con mis esquemas personales y mis valores morales totalmente cambiados. Me miré al espejo para descubrirme de otra manera, con heridas en las muñecas y con mucho dolor en mi estómago, sin reconocer mi propia piel, ni mis propios ojos; así fue como un día me encontré tirada en el suelo de mi casa, viva y decidida a escribir cada cosa que me pasara, fuera verdad o mentira.
            Tomar una navaja, buscar muchas pastillas, entrar y salir del pánico a cada momento, estar aturdida por la falta de sangre o porque en tú corazón cada vez llega menos oxígeno, los pasillos de hospital, los doctores, la lástima, volver a casa y recomenzar.
            Así pues, me he movido por la terapia intensiva de mi alma. He atravesado los pasillos del olvido, me han suturado la herida de la tristeza y me han abierto otra del dolor de mente, he estado en el pabellón de las sorpresas, con dosis de intensidad, agujas y vendajes para el corazón. Me he sentado en los jardines y he platicado con muchos personajes que me colmaron el alma y me hicieron creer que salir de aquí era posible, estuve en la sala de espera con muchos especialistas y con otros que solo quisieron engañarme, he perdido el pase para las visitas, y sé que en algún momento, la gente que quiero, me dejará desahuciada en este lugar. Por eso es que estoy tan cansada, por eso tantos pedazos de mi esparcidos por todo este hospital, empapados de alcohol, por eso azoto la puerta detrás de mí, porque subí a lo más alto que un ser humano puede llegar y quedé aniquilada hasta lo más bajo, he tocado fondo y de eso hace muy poco.
            Así este último viaje que casi cumple un año, termina en tragedia. Me cambiaste la mirada, mi color de piel, mis letras, mis adjetivos, mis impulsos, mi ritmo de vida, mis horas de sueño, mi nombre, mi acento, mi sexualidad, mi nacionalidad y hasta mi caligrafía.
            Sin embargo, sigo siendo yo, Julietta, la que conociste el primer día. Llena de miedo y pavor por lo desconocido, enamorada de nada, loca, y terriblemente infeliz, Julietta.
            Hago las mismas cosas, bebo el tequila directamente de la botella, abuso de todo y me siguen gustando los excesos. Siento de la misma manera, tomo té helado de limón para refrescarme, veo las noticias por la noche, sigo olvidando ponerle gasolina a mi coche y todavía beso a Justine en la boca cuando me da gusto verla. (Te sigo extrañando en las madrugadas)
            Me he ido tantas veces, de tantos lugares. Muchas veces sonriendo, otras tantas hecha trizas y arrastrando maletas repletas de ladrillos, pero cada vez que me marchaba, no dejaba la puerta cerrada, porque siempre quería volver, esta vez no será posible.
            Así es mi vida de hace tiempo para acá.
            Por eso escribo este epilogo hoy, vagando por ninguna parte, con insomnio de semanas y esperando en vano; entendiendo por fin tantas letras de tanta gente conocida y desconocida, sintiéndome cerca de todas ellas a pesar de las distancias, a pesar de pertenecer a pabellones diferentes, a pesar de las ficciones y de los anonimatos. Este epílogo es para ti que me leíste, por todas tus palabras que me dejaste, escritas, dichas o guardadas en tu corazón, por todas tus preguntas en voz alta o en silencio, por el tiempo que te tomaste para mí. Por juzgarme y entenderme, por hacerme creer que Julietta fue posible...
Gracias.
Atte.

Julietta

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