INTROSPECCIÓN
Textos de Timo Viejo y Rafael Palacios
"Los
que producen obras geniales no son aquellos que viven en el ambiente más
delicado, los que tienen la conversación más brillante, la cultura más extensa,
sino aquellos que, cesando súbitamente de vivir para sí mismos, pudieron hacer
su personalidad semejante a un espejo, de tal modo que su vida, por muy
mediocre que fuera en el aspecto mundano e, incluso, en cierto sentido en el
aspecto intelectual, se reflejará en él, pues el genio consiste en el poder
reflectante y no en la calidad intrínseca del espectáculo reflejado”. Tal es la
forma en que Marcel Proust escribió sobre la introspección. Ese género
literario donde se escribe desde la perspectiva de un narrador protagonista. Y
dos narradores nos muestran su talento en este mes que dicen es aún más loco
que febrero.
Timoteo
(Timo) Viejo, es un entusiasta de las artes. Estudió biología y la especialidad
y maestría en tecnología educativa en la Universidad Autónoma del Estado de
Hidalgo. Ha fundado y ha sido parte de distintas revistas, zines y blogs de creación literaria. Ha colaborado en revistas y
medios impresos y digitales. Actualmente dirige revista tn y es parte de grupo tn.
Vive en Pachuca, Hidalgo y algunos compañeros del Taller Diezmo de Palabras han
sido invitados a colaborar en su revista literaria.
Rafael
Palacios, estudió Ciencias de la Comunicación y Teatro. Escribe desde muy
chico; pero, de manera "seria", a partir del 2009, cuando ingresó al
Taller Diezmo de Palabras. Ha trabajado en varios cortometrajes y videoclips,
es un amante de la fotografía, el cine y las letras; actividades que han estado
muy presentes en toda su vida. Ha sido publicado en distintos medios y en la
antología El Oro de los Trigos, del Sistema Municipal de Arte y Cultura de
Celaya.
S,
YO, Y LO QUE SE CONOCE POR AMOR
Timo
Viejo
“¿Me
has amado de verdad?” pregunta S. Lo dice sin parpadear. “Contéstame”,
continúa, “¿alguna vez has sentido amor por mí?”. Me recosté en la silla, alce
la vista y me perdí un momento en los televisores del restaurante. No hay nada
bueno que ver, sintonizan sólo programas deportivos. Los miro sin pensar que
puedo responderle a S, quizá sea porque he tenido preparada la respuesta desde
hace tres años; el mismo tiempo que llevamos viéndonos a escondidas. Pero vaya,
esos años no están presentes en la mesa y S sí. Ella sigue aquí frente a mí,
nerviosa. Tardo más en responder así que da un vistazo a su celular, lo guarda
en su bolsa y quiere poner un rostro de enfado. Es rápida, lo logra sólo con
apretujar sus labios. Intento abrir la boca para responder, sin embargo mi mano
actúa más rápido y lleva el vaso hasta mis labios así que opto por darle un
trago a la soda. A veces creo que beber mientras hablo le da un poco de
misterio a mi respuesta. ¡Bah!, eso es falso, estos pequeños momentos de
evasión me hacen titubear. Acabo el último trago y por fin empieza mi defensa:
“Ya sabes lo que pienso de esas cosas, en serio, no tiene sentido que sigas.
Cualquier respuesta que te dé, no te satisfará en lo mínimo”, le resistí. Y sí,
ella lo sabía. A pesar de que haya optado por destruir mi reputación en una
relación extramarital, mi respuesta sería la misma: No dejaré a mi esposa. Mi
compromiso podría parecerles doloroso porque S es la mujer con la que todo lo
que he imaginado se vuelve realidad, mientras mi esposa es la mujer cuyas
actitudes frías, quejosas y de exigencia me hacen huir y pensar que nunca he
estado enamorado de ella, y no obstante creer que, aun así, puedo y debo
amarla. Además, explicarles las diferencias entre amar y estar enamorado, me
llevarían mucho, así que saquen sus conclusiones. Regreso a este momento, S no
deja de mirarme, así que me acerco a ella para mirar sus ojos y sin perder el
contacto visual vuelvo a recargarme en
el respaldo de la silla. “En verdad”,
suspira S para mantener su voz ecuánime, “no puedo creer nada de lo que
dices. No soporto la idea de estar enamorada de ti. Eres un manipulador
¡Insensible!”. Ella ya lo ha dicho, si ella no soporta estar enamorada de mí,
yo tampoco. Lo digo de verdad, no me hago a la idea que ella esté enamorada de
mí porque yo también estoy enamorado de ella, incluso he querido amarla. Qué
contradictorio soy, pero debo mantenerme firme. Estoy dispuesto a mantener mi
palabra, torcida, pero palabra, hacia mi compromiso. Podría explicar mi posición
desde más de una perspectiva con argumentos efectivos, y con todo esto, ustedes
no me creerían, por eso es mejor guardarla para mí. Pónganse en mi lugar,
ustedes por allá queriendo saber más de mi vida mientras las personas que están
en el restorán se mueren por gritarme: “Ve con ella. Haz que triunfe la
felicidad, el amor”. Y yo les respondería: “En verdad lo quisiera, señores. Si
ustedes tuvieran a la mujer de sus sueños frente a ustedes declarándoles su
amor, por lo que más quieran, no la rechacen. No hagan lo que yo. No reciten
que los caminos llenos de flores y perfume son los que dejan espinas y dolor.
Vayan tras ella y abrácenla. Hagan honor a la palabrería de los amoríos
juveniles; es más, no se casen hasta encontrar una mujer así, porque entonces
habrá una culpabilidad, y eso carcome los sentimientos”.
S
trata de acomodar sus palabras y a mí me gustaría, más que nunca, ser sincero.
Pero si lo hago, me habré perdido y fallado. Me pregunto si esta emoción que
trae el idilio durará en los trámites de divorcio. Qué pensará la familia de mi
mujer al saber que la dejo sólo porque quiero ser feliz. “No entiendes nada”, musita S, seguido de un
suspiro. “Sí, sí. No entiendo nada”, le respondo. “Entonces”, me pregunta “¿por
qué sigues aquí? ¿Cuál es tu razón de seguir aquí? No me decías que todo era un
juego que no pasaría a más. Casi firmas que todo sería carnal y fuiste tú el primero
en involucrar sentimientos y aceptar en todo momento que jugarías y apostarías
todo y por eso me dejé llevar. Me dejé llevar tanto que ahora no puedo contener
lo que siento”. “Bueno”, le contesto un poco altivo, “me equivoqué, se salió de
control, esto no quita que mi postura sea la misma. Así que, ¿qué esperas que
te diga?”, “¡Que me amas!, ¡que lo nuestro es verdadero! ¡Di que en verdad me
amas!”, me exigió. “Ya sabes la respuesta”, contesté. Sus ojos me examinaban, parecía que con
vernos sabía qué deseaba; ella podría sospechar de mis sentimientos, pero sólo
quería que se los confirmara. Me siguió mirando, yo por mi parte me
desentendía, aunque ya podría percibir que quizá esta sería la última vez que
vería su rostro. “Esa no es tu respuesta”, dijo, “en tu interior sabes que me
amas”; la seguridad con la que lo dijo casi me hace dudar sobre mi postura.
Saqué un poco de fuerza y le repliqué: “Sé mi respuesta. Sabías las reglas y
también sabes que no te amo”.
El
contarles como salió del lugar sin poder contener las lágrimas no es algo de lo
que me jacte, fue de lo más doloroso que haya vivido. Se levantó y cuando quiso
decir algo rompió en llanto y para no llamar más la atención corrió hacia la
puerta. Los comensales me miraron de diversas formas, unos estaban airados y
otros indagaban con sus ojos sobre qué había pasado. Me encogí de hombros y
dejé sobre la mesa el dinero para pagar el consumo. Me detuve frente a mi
reflejo en los cristales cercanos a la salida y justo en ese momento, mi
cerebro, traicionero como siempre, trajo a colación la primera vez que la miré.
También las veces que ella se quedaba dormida riendo y como prefería verme
descansar a estar hablando sobre el trabajo. Empecé a contristarme porque en
ese momento quería besarla y confesarle la verdad. Salí del lugar y la vi
dentro de su auto llorando. Su tristeza
me podría haber sepultado; me arrepentí de todo. Incluso de haberla conocido,
pero el daño estaba hecho. Nada me hubiera costado acercarme a ella y decirle:
“Contigo, la sensación que llaman amor, fue de lo más real”, pero no ayudaría
en nada. Ahora todo lo que diga sería hiriente. También tuve deseos de sólo ir
y quedarme con ella para abrazarla; pero esto sólo se quedó en mi imaginación.
La miré a lo lejos y seguí mi camino. Si se preguntan qué hubiera respondido al
inicio lo más probable es que hubiera dicho: “Sí, contigo me enamoré de verdad.
No obstante he decidido ser fiel y no puedo seguir en esto. Entiende, en donde
esté siempre pensaré y rezaré por tu bien. No sabes cómo anhelo tu felicidad.
Estoy para ayudarte y amarte, pero no en las formas que tú piensas”. Sigo mi
camino y toso para distraer mis lágrimas. No hay más, el camino tortuoso de la
culpa y la redención es del que se pueden recoger más frutos.
EPÍLOGO
Rafael
Palacios
Me llamo Julietta, tengo 19 años,
soy bailarina de Ballet, y escribo.
Empecé a escribir luego de la
primera vez que me internaron aquí, ya tenía algunos años haciéndolo, pero muy
rara vez me atrevía siquiera a mostrárselo, al menos al doctor que me trataba,
a las enfermeras o mi hermana. Llegar aquí, fue desnudarme y desanudar muchos
lazos que me tenían tomada por el cuello. Aquí conté cosas reales e irreales
por igual, todas cosas mías al final, nunca quise tener invitados incómodos, ni
gente no grata para mis filosofías, porque hablar de mí, siempre es hablar de
conflictos, drama y tragedia, de sangre y muerte, de drogas, alcohol, mentiras,
engaño y sobre todo, muchas decepciones.
Nací en Francia, pero nunca he
vivido ahí, es un lugar del cual no tengo recuerdo alguno. Mi madre murió el
mismo día que yo vine al mundo, de cierta manera siempre crecí con la culpa en
el corazón, por sentir que yo la había matado. Ella tenía veinte años cuando
murió, como yo los tendré en un par de meses. Mi padre se volvió a casar casi
de inmediato y también de inmediato, venimos para México a vivir, al poco
tiempo nació mi hermana Justine. Y así quedó hecha nuestra especie de familia.
Vine a este lugar, a este hospital
queriendo redimirme, pero sólo logré seguir matándome y dañándome a mí y a las
las personas. Mi tinta inocente se vertió con malicia, con premeditación,
alevosía y ventaja. Sentarme frente a una hoja en blanco y salpicarla de sangre
y saliva, de insultos, de puñetazos, de guiños, de canciones sin sentido.
Cometí crímenes perfectos, suicidios involuntarios, resucite muertos y al día
siguiente los volvía a matar. Fui juez y parte, perdoné asesinos y me perdoné
muchas veces. Me exhibí, puse al descubierto mi ser con todo y vísceras.
Miraron mi hígado, mi páncreas, mis pulmones y mi corazón. Miré por la rendija
de la pared de toda aquella que me lo permitió, he sido yo, he sido nadie, un
día fui tú y no te diste cuenta. Me perdí entre la línea delgada de mis propios
errores.
Escribir aquí fue una experiencia nueva, pero
tan saludable como lo es un hoyo en el suelo o un grito en medio de la nada.
Daba todo de mí y siempre perdía, levantaba murallas alrededor y siempre había
alguien con la disposición de hacer una abertura y querer investigar dentro
mío. Nunca invité a nadie a entrar aquí, y quién así lo quiso siempre salió con
la decepción en el rostro, podría pedir perdón, disculparme por mostrarles todo
lo podrido que tengo dentro, pero así he sido y no puedo negar mi naturaleza.
Escribir un diario de fantasías, en
un hospital psiquiátrico, fue gratificante. Contar verdades a medias y medias
mentiras. Más gratificantes fueron las páginas llenas de realidad, donde me
tomaba sin tapujos y me retrataba como soy, como es Julietta. Como ahora, que
escribo este epilogo sin trabas y sabiendo que quiero de mi vida: Yo.
Lo de hoy es un portazo, un “hasta
nunca” para todos sin necesidad de ser una nota de despedida.
Creí poder aguantar un poco más,
pero la decepción en la que me convertí me tiene tomada por el pelo.
Recuerdo que aún era una niña cuando
quise suicidarme por primera vez, la segunda vez tenía quince años y más
conciencia. En ambos intentos, fue como viajar muy lejos y redescubrirme como
persona y como mujer. Volví viendo la vida desde otra perspectiva, con mis
esquemas personales y mis valores morales totalmente cambiados. Me miré al
espejo para descubrirme de otra manera, con heridas en las muñecas y con mucho
dolor en mi estómago, sin reconocer mi propia piel, ni mis propios ojos; así
fue como un día me encontré tirada en el suelo de mi casa, viva y decidida a
escribir cada cosa que me pasara, fuera verdad o mentira.
Tomar una navaja, buscar muchas
pastillas, entrar y salir del pánico a cada momento, estar aturdida por la
falta de sangre o porque en tú corazón cada vez llega menos oxígeno, los
pasillos de hospital, los doctores, la lástima, volver a casa y recomenzar.
Así pues, me he movido por la
terapia intensiva de mi alma. He atravesado los pasillos del olvido, me han
suturado la herida de la tristeza y me han abierto otra del dolor de mente, he
estado en el pabellón de las sorpresas, con dosis de intensidad, agujas y
vendajes para el corazón. Me he sentado en los jardines y he platicado con
muchos personajes que me colmaron el alma y me hicieron creer que salir de aquí
era posible, estuve en la sala de espera con muchos especialistas y con otros
que solo quisieron engañarme, he perdido el pase para las visitas, y sé que en
algún momento, la gente que quiero, me dejará desahuciada en este lugar. Por
eso es que estoy tan cansada, por eso tantos pedazos de mi esparcidos por todo
este hospital, empapados de alcohol, por eso azoto la puerta detrás de mí,
porque subí a lo más alto que un ser humano puede llegar y quedé aniquilada
hasta lo más bajo, he tocado fondo y de eso hace muy poco.
Así este último viaje que casi
cumple un año, termina en tragedia. Me cambiaste la mirada, mi color de piel,
mis letras, mis adjetivos, mis impulsos, mi ritmo de vida, mis horas de sueño,
mi nombre, mi acento, mi sexualidad, mi nacionalidad y hasta mi caligrafía.
Sin embargo, sigo siendo yo,
Julietta, la que conociste el primer día. Llena de miedo y pavor por lo
desconocido, enamorada de nada, loca, y terriblemente infeliz, Julietta.
Hago las mismas cosas, bebo el
tequila directamente de la botella, abuso de todo y me siguen gustando los
excesos. Siento de la misma manera, tomo té helado de limón para refrescarme,
veo las noticias por la noche, sigo olvidando ponerle gasolina a mi coche y
todavía beso a Justine en la boca cuando me da gusto verla. (Te sigo extrañando
en las madrugadas)
Me he ido tantas veces, de tantos
lugares. Muchas veces sonriendo, otras tantas hecha trizas y arrastrando
maletas repletas de ladrillos, pero cada vez que me marchaba, no dejaba la
puerta cerrada, porque siempre quería volver, esta vez no será posible.
Así es mi vida de hace tiempo para
acá.
Por eso escribo este epilogo hoy,
vagando por ninguna parte, con insomnio de semanas y esperando en vano; entendiendo
por fin tantas letras de tanta gente conocida y desconocida, sintiéndome cerca
de todas ellas a pesar de las distancias, a pesar de pertenecer a pabellones
diferentes, a pesar de las ficciones y de los anonimatos. Este epílogo es para
ti que me leíste, por todas tus palabras que me dejaste, escritas, dichas o
guardadas en tu corazón, por todas tus preguntas en voz alta o en silencio, por
el tiempo que te tomaste para mí. Por juzgarme y entenderme, por hacerme creer
que Julietta fue posible...
Gracias.
Atte.
Julietta
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