domingo, 25 de octubre de 2015

HABÍA UNA VEZ...


HABÍA UNA VEZ...
A todos nos gustan las historias fantásticas, son parte de nuestro desarrollo como seres pensantes. Queremos participar del suspenso, del terror, y disfrutar la adrenalina que nos recorre el cuerpo para sentirnos más vivos -paradójicamente, escuchando historias de muertos- siempre y cuando sea en la comodidad de nuestro cuarto y contenido dentro de una pantalla o en las letras de algún libro. Los compañeros del Diezmo de Palabras nos ofrecen estas historias para gozarlas o sufrirlas. Vale.
Julio Edgar Méndez


EL CARTÉL
Laura Margarita Medina

Salvador y Ernesto, dos grandes amigos y compañeros de estudios, paseaban por los pasillos de la facultad entretenidos en sus juveniles anécdotas. Al pasar por uno de los pizarrones del corredor de la entrada, se detuvieron ante un anuncio que les llamó la atención: “ESTÁS INVITADO A NUESTRA REUNIÓN JUVENIL ANUAL DE NOCHE DE BRUJAS. Habrá sexy sorpresas”.  Al final de la hoja se encontraba con letras pequeñas un número de teléfono para una mayor información.  Los chicos, que acostumbraban buscar nuevas aventuras, quedaron de acuerdo en llamar y asistir al evento. Era la noche de un viernes de octubre, el cual coincidía con la fecha del festejo más llamativo para los norteamericanos, el llamado “halloween”.  Los jóvenes usaban un disfraz muy llamativo y terrorífico para la fiesta. Pidieron  un taxi, el cual los llevó a las afueras de la ciudad y se detuvo en una vieja finca que tenía un portón de madera. Salvador, emocionado, tocó el timbre. Apareció de pronto un joven con una capucha que le cubría el rostro y un manto que le envolvía todo el cuerpo.
—Pasen –dijo, seriamente.
—Ja, ja, ja   -rió Ernesto con sarcasmo. ¡Qué original tu vestuario!
Caminaron por un largo pasillo hasta llegar a un extenso jardín, que poco a poco se abría ante sus ojos, y hasta el fondo de la finca se encontraba aquel salón.
—Es aquí  –dijo el hombre desconocido.
El espectáculo era maravilloso. Un grupo de personas estaban reunidas. Todas  vestidas de igual manera: tapadas por una manta y con capuchas de color oscuro. La música sonaba con mucho ambiente. Las bebidas circulaban por doquier sin restricción. Los jóvenes se sintieron contentos de estar en aquel sitio que les prometía una noche de emociones excitantes bajo aquellas tenues luces. Se pararon en el centro de la pista y la música se detuvo. Un hombre con voz recia dijo por el altavoz. “Los que falten, favor de desvestirse, deben quedar totalmente desnudos”.  Ernesto, sin pensarlo, se apresuró a despojarse de todo lo que traía puesto, incluyendo zapatos y calcetines.
—Esto se va a poner bueno  –le dijo con picardía a Salvador.
Una bella mujer les acercó una túnica y una capucha para que la usaran. Ernesto le pregunto: —¿También estás encuerada?
—¡Cállate, no seas grosero. Y… yo no pienso quitarme todo. -dijo Salvador.
El tiempo transcurría entre alcohol y algunas drogas. Todo empezaba a dar la impresión de que terminaría en una orgía. Uno de los invitados  llevaba en la mano una jarra y pasaba con cada uno de los presentes para servirles la bebida especial de la casa. Los jóvenes universitarios estaban preparados para brindar con ella, pero al final Salvador se negó a beberla arrojándola con discreción al piso. Ernesto se la bebió de un sorbo y en unos segundos se empezó a sentir mal. Todo a su alrededor daba vueltas y  vueltas. La gente se arremolinaba haciendo un círculo y entonando cantos de difícil interpretación. Una estrella de cinco picos se alumbró de pronto por unas antorchas de fuego que fueron encendidas al ser recorrida una cortina, al parecer de terciopelo. El momento había llegado. Y el llanto de un bebé se escuchó de entre la multitud.
—¡Sacrifíquenlo!  -el líder gritó, mientras miraba como colocaban a la criatura sobre una mesa.
 Cuando iba a concluir la ejecución, una expresión de sorpresa, acompañada de un “¡nooo!”,  salió de la boca de Ernesto y detuvo el acto.
—Tú  -dijo el macabro personaje-, tendrás ahora que matarlo. Ven aquí.
—¡Corre! -Gritó Salvador.
Al verlos dispuestos a huir, el que encabezaba el rito sacó una daga.
—¡Atrápenlos y mátenlos¡ ¡Saquen a los perros!
Los desesperados amigos corrieron empujando a todos a su paso. Para Salvador no fue tan difícil, pero Ernesto, que no traía zapatos, tenía deshechos los pies por tropezar en su huida. El portón estaba cerrado con llave y al ver acercarse a dos enormes perros negros, los muchachos no supieron cómo se treparon a un árbol y saltaron la barda para escapar.  El resto de la noche los acompañó el silencio después de un pacto de olvidarlo todo, sin imaginar que días después una noticia de nota roja les marcaria para siempre: “Descubre la policía fosa clandestina con veinte cuerpos, incluyendo el de un bebé recién nacido”.


DOÑA BELLA
(Si alguna vez te encuentras con ella, corre).
Javier Mendoza

Cuenta una antigua historia que Marina era una mujer hermosa, a tal grado que,  con acierto, la gente la llamó Doña Bella.  Su talle era perfecto. Su porte, el de una reina a quien no la merecía el suelo que la sostenía. Tanta gracia la convirtió en una escultura vanidosa, soberbia y altanera; fuera del alcance de los simples mortales.  De día o de noche, desde el ventanal que había en su casona sonreía con una maligna coquetería, para que ante ella se rindieran títulos y reinos.  Miles de pretendientes morían por sus encantos, mas para ella ninguno fue digno de ser correspondido.  Para la hermosa dama, los hombres sólo eran el medio para incrementar su egolatría, sin importar que éstos le ofrecieran regalos, piropos o el corazón. Cierta tarde, mientras Marina leía indiferente tras las rejas de la ventana, un jorobado de mal aspecto se acercó con mansedumbre.  Con timidez y respeto ofreció una exquisita rosa,  junto a todos sus sentimientos, que contrastando con su deforme aspecto parecían buenos y limpios, como la misma flor.  Ante tal atrevimiento, Doña Bella cerró con  brusquedad su libro y luego de recorrer con una mirada de repulsión al iluso que estaba ante ella, rió a carcajadas.  Al recuperar la postura, la altiva señorita aclaró: “Ni ricos, ni hacendados, ni jóvenes, ni fuertes han logrado mis favores, mucho menos un despojo feo y chueco como tú.  ¡Óyelo bien!  Ningún hombre de este mundo me merece”.  Decepcionado de ver que lo único bello de Marina estaba en su exterior el jorobado se alejó, pero antes de ir muy lejos, señalando con el dedo extendido, sentenció: “Tu boca lo ha dicho y por ella llegará tu desgracia”.

Días después, como de costumbre, Doña Bella reinaba desde lo alto del balcón, cuando pasó ante ella un caballero fino, elegante y atractivo, quien sin detenerse inclinó el sombrero y con respeto sonrió.  Al ver que el desconocido no se puso a sus pies como todos los demás, Marina sintió el impulso de seguirlo.  Un par de cuadras más adelante el joven se adentró en un callejón oscuro y solitario.  Sin ningún tipo de consideración la dama lo alcanzó.  Repentinamente, el subyugante don Juan emergió de las sombras para tomar a la beldad entre sus brazos y llenarla de besos en las manos, el cuello, la cara.  La mujer estaba tan extasiada que cerró los ojos para gozar con plenitud el apasionante encuentro; fugaz instante que terminó cuando se percató de un fuerte olor a azufre.  Al separar los parpados quedó temblando de miedo, pues el rostro de su amante ya era el del mismísimo demonio, uno cruel y desfigurado, que con malicia le recordó: “Dijiste que ningún hombre de este mundo te merecía, pues bien, yo soy del más allá”.  Luego, la oscura figura se marchó, burlándose con sonoras carcajadas, para que en su andar tomara la forma del jorobado. Marina gritó de terror y dolor, pues al instante la saliva que la había bañado se convirtió en un ácido ardiente que le quemó la piel.  Avergonzada de su nueva apariencia, a toda prisa corrió a casa.  Llena de rencor juró venganza y, atando una soga del balcón a su cuello, se arrojó de él para quitarse la vida, pues sin su lindo rostro ya no deseaba vivir.

Desde entonces se cuenta que algunas noche desoladas, entre el silencio, se escucha el lento andar de unos zapatos de tacón, porque tras de aquel ventanal o en los callejones aledaños aparece una hermosa dama que porta un vestido largo y elegante, con el que seduce a los hombres lujuriosos, quienes en busca de placer se rinden ante ella.  Luego de conducirlos con coquetería a lugares apartados, con un alarido les muestra su verdadero y horroroso semblante, el de una calavera con rastros de carne fruncida y colorada. Aquellos que han sobrevivido a su encuentro dicen que su saliva es venenosa y corrosiva.  Dicen que es el alma en pena de Doña Bella, mejor conocida como “La Quemada”.


LÁGRIMAS DE LLUVIA
Arturo Grimaldo

A sus escasos nueve años de edad, Anselmo Tavares era el más preocupado de aquella pequeña y pobre familia y más cuando se avecinaba una tormenta; cuando el cielo se encapotaba y de las oscuras nubes brotaban  amenazadores  destellos y rayos  que iluminaban la densa noche. Tal vez, el temor del  niño era por su corta incapacidad para comprender la situación familiar tan precaria en la que vivían, o porque con seguridad, el pequeño cuarto donde dormía se inundaría de nuevo.  O mejor aún,  porque no le alcanzaría el tiempo para dialogar con su “amigo secreto”, como él mismo le llamaba al Creador y Responsable de aquel espectáculo que vivía junto a su familia.
Don Luis Tavares y doña Trinidad Rendón, sus padres, más acostumbrados a situaciones parecidas, tomaban con más calma las cosas, pues su resignación era más firme ante lo imprevisible. También sabían que en ésta, como en otras ocasiones, aquella noche sería una vigilia más, por las condiciones tan humildes en las que vivían en aquella casita hecha de adobe,  techos de ramas y pencas de maguey, que con sus propias manos habían construido.
—Papá,  ¿te ayudo a meter la leña al jacal antes que llegue la lluvia? -preguntó el pequeño.
—Sí, m’hijo, hay que darnos prisa antes de que comience a llover, -le respondió don Luis.
Una vez terminada la faena, los tres se sentaron a la humilde mesa para cenar, no sin antes hacer una oración de agradecimiento y bendición por parte del jefe de la casa.
—Gracias, Señor, por  tu generosidad. Por darnos el pan para comer y esta lluvia que es una muestra  de tu cercanía hacia nosotros. Gracias porque al empapar la tierra, haces que broten los frutos del campo para alimentar  a los que de él vivimos. Tú eres Tres; nosotros tres te bendecimos. AMÉN.
Por unos instantes, en silencio, cada uno terminó de orar en su interior y luego, se dispusieron a comer lo que había servido doña “Trini” en  aquellas rústicas  jícaras de madera. Sin perder en ningún momento la paz, el ruido ensordecedor de la lluvia irrumpió la quietud de la noche, y con ello, también llegó el desasosiego, por saber si de nuevo soportarían las inclemencias del tiempo. Por aquél rumbo era muy habitual que cayeran esas tormentas. Por eso, el pequeño Anselmo tenía por costumbre irse a dormir en cuanto comenzaba el espectáculo de ver iluminado el cielo por los rayos, los truenos y el aullido del viento, pues en medio de su inocencia, pensaba que era el mismo Dios quien les  visitaba en aquellas Teofanías. Para él era muy importante  aprovechar ese momento  en el que podía dialogar con tan distinguido visitante y salir de sus tiernas dudas…
—Pero Señor, la vez anterior no me respondiste si el trueno es señal de que estás enojado, -dijo el niño.
—Anselmo, Anselmo, ya te había dicho que es sólo un signo de poder y no  un grito, -respondió una voz potente y misteriosa.
—Entonces,  dime, ¿por qué tanta oscuridad en medio de la tormenta?
—Porque  así brilla aún más mi amor por ti.
—Está bien, -dijo Anselmo-,  ¿Y tanta lluvia, era necesaria?
—Claro, pequeño. Eso también es signo de mi abundancia. Has de saber que yo doy sin reserva ni medida. Porque así de vasto es mi amor por ti y por todos los pobres.
Luego, un silencio… afuera, los estanques vacíos se habían llenado y el canto de millares de ranas alegraba casi el final de la noche. Saltaban una y otra vez al agua, en señal de agradecimiento con su Creador. El tiempo seguía avanzando y era el único testigo del diálogo profundo entre Anselmo y el Dios de todas sus creencias.  Y justo cuando unas lágrimas escurrían de sus ojos, se confundieron con las gotas de lluvia que habían empezado a caer del techo. Luego, se dispuso a formular la última pregunta de la noche.
—Señor,  y nosotros, ¿toda la vida seremos así de….pobres?
—No siempre; pero recuerda una cosa importante: De los pobres es el Reino de  los cielos.
El niño movió afirmativamente su cabeza y dijo:
—Gracias otra vez por estar conmigo y espantarme el miedo. Ahora, si me lo permites, intentaré dormir un  poco.
El cuarto se iluminó intensamente y  cesaron la lluvia y las goteras. Al día siguiente, muy de mañana, el pequeño Anselmo se levantó con un rostro radiante y fue corriendo a contarles  a sus papás lo que había platicado con su Amigo.

—Y además, papás, ya comprendí qué son los sueños húmedos, -al tiempo que se fundían los tres en un abrazo.


domingo, 18 de octubre de 2015

EN LA PENUMBRA


EN LA PENUMBRA

En la oscuridad de la noche o en la oscuridad de la mente, cuando sentimos que alguien nos mira desde la sombra, o miramos algo que parece estar y no estar. Cuando nuestra mente nos recuerda que en realidad nunca hemos dejado de temer a lo que se oculta debajo de la cama, cuando la desesperación se vuelve sudor frío, cuando leemos que otros han vivido lo mismo, es el momento de voltear sobre nuestro hombro. Ahí, en la penumbra, están todos tus miedos.
Julio Edgar Méndez



DESESPERACIÓN
Verónica Salazar García

En el cielo las estrellas brillan suavemente dando paso a una luna grande y resplandeciente. Por el pequeño camino rodeado de arbustos que se mueven de vez en vez, cuando sopla el viento, se siente una calma absoluta; de pronto, se ve rota por el grito desgarrador de una mujer que aparece inesperadamente por el camino, corriendo desesperada. Su largo cabello lo tiene enmarañado, la ropa desgarrada y la cara desfigurada por el terror; de cuerpo delgado y sensual, parece que vuela de lo desesperada que corre. Su mente es un caos, no puede creer lo que acaba de suceder, es como una pesadilla que se repite constantemente en su mente y eso hace que corra rápido. Su corazón late fuerte, parece el sonido de un caballo a todo galope. Las gotas de sudor escurren por su frente, pegajosas y saladas se le meten por los ojos causando ardor pero no importa porque las lágrimas que brotan de sus ojos limpian y expulsan el sudor que entra en ellos. La desesperación hace que tropiece en repetidas veces, pero esa misma desesperación hace que se levante y siga corriendo, no sabe cuánto le falta para llegar a la carretera pero sigue avanzando. Sabe que la transitada autopista que está al final del sendero es su salvación y con esa certeza sigue corriendo. Como un mal sueño recuerda cómo conoció a ese hombre. Alto y gallardo lo vio sonreír e inmediatamente se enamoró. Él también lo hizo cuando la vio, tan frágil, tan hermosa. Ella jamás imaginó el terror que viviría cuando aceptó la invitación para pasar una noche romántica en su cabaña del bosque. Había llegado el momento de dar rienda suelta a la pasión contenida que los estaba consumiendo.  Pero ya estando en la intimidad de la cabaña, entre abrazos y besos, él se fue transformando y de su gallarda galanura solo quedó un cuerpo peludo, unos ojos brillantes y rojos y de sus suaves manos, que antes la acariciaron hasta encenderla, se transformaron en unas garras de largas uñas que desgarraron sus ropas y entre sonidos guturales apenas entendibles, la empujaron diciéndole que huyera, que aún había tiempo, que sufría una maldición y no quería arrastrarla en esa maldita agonía. La lanzó fuera de la cabaña incitándola a que corriera por su propia vida, y era lo que estaba haciendo. A lo lejos vio el camino, en su agotadora carrera supo que un esfuerzo más y estaría a salvo. Estaba por lograrlo, cada vez más cerca, un solo paso, solo uno  más  y estaría del otro lado. Pero a punto de darlo para salir de la brecha y llegar a la carretera, lanza un  grito desgarrador que se pierde en la penumbra del bosque cuando unas garras la atrapan por la espalda atrayéndola al monstruo, quien despacio, con su carga en los hombros, desaparece en la negra noche.


BELCEBÚ
J.A.A. Ramírez

No sabía cuánto tiempo llevaba observándola, supongo que desde que nació me enamoré de ella. Hoy era su cumpleaños y ninguno de sus familiares la acompañaba, estaba sola, como siempre, sentada en aquel jardín… si tan solo yo pudiera felicitarla, pero no podía. ¡Oh!, hermosa criatura, no sabes cuánto tiempo he pasado a tu lado, tanto que te conozco más de lo que crees. He visto cuando lloras por las noches y cuando sonríes en los atardeceres, eres el amor de mi vida,  linda niña, si tan solo lo supieras. Cuando tu ángel de la guarda no me dejó verte de lejos, tuve que cortarle la cabeza. Pero ahora me tienes a mí, tu diablo guardián.
¿Quién iba a pensar que todo esto acabaría así? Siglos y siglos he vivido, ¡yo! El que algún día se reveló contra el todo poderoso. Y ahora voy morir por ti y tú ni siquiera te diste cuenta de mi existencia, siempre estuve sentado al lado de ti, mientras tu imaginación volaba a no sé dónde. Linda muchacha, te robaste mi corazón marchito desde el primer momento en que te vi, lástima que esto tenga que acabar. Verás, ya hace mucho tiempo que no bajo al infierno por observarte,  por cuidarte y el máximo rebelde me ha citado hoy en su salón de juntas. Sé lo que me pasará: me arrancará la cabeza como yo lo hice con tu ángel guardián. Me encantó vivir a tu lado todos estos años, sólo hubiese querido que tú y yo… no sé… hubiéramos tenido una relación normal. Me hubiera encantado que me miraras a los ojos y que me expresaras palabras de amor, daría todo por vivir como mortal contigo, pero mírame, soy un demonio y tú… hija de Adán. Mira mi aspecto, con estos enormes cuernos y estas enormes garras y alas, y mírate, tu piel tan delicada como papel, tus ojos de cristal, tu cabello de seda y tu cuerpo ya de toda una señorita, debes sentirte orgullosa de ti. Le robaste el corazón de arena a un demonio. Te felicito por tu cumpleaños diecinueve, Giovanna, me hubiese gustado estar hasta el final de tus días mortales contigo, pero se me hace tarde para mi cita con el renegado.
Me acerco a ella, que está hincada mirando la tierra. Por primera vez me atrevo a respirar en su cuello, aunque ella lo ve como un simple aire que pasa revoloteando en aquel jardín, bañado de oro por la puesta de sol. La cubro con mis alas, aunque ella cree que es una simple sombra, le tomo la mano y hago que tome una vara de madera, le enseño como me puede llamar dibujando un pentagrama en la tierra. Cuando necesites algo, llámame, no lo dudes, esté muerto o vivo no te olvides de mí como yo nunca me olvidare de ti, niña. Cuando te sientas sola, no olvides que estaré contigo. Cuando necesites alguien que limpie tus lágrimas, aquí estarán mis dedos deformes para recogerlas de tus mejillas. Cuando me necesites, háblame,  pequeña. Utilizo estas palabras sólo para darme ánimos, sé que jamás volveré a verla.

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BATRACIO MARTÍNEZ
Carlos López Ortiz

Tres cosas hacían feliz a Batracio Martínez: las mujeres, la cerveza y las campañas políticas. Llegaba cada tres años a la casa de campaña de su partido,  enarbolando la bandera y sonando la matraca. Claro, no podía faltar la playera con el rostro del candidato que se deformaba grotescamente cuando se ajustaba a su enorme panza chelera.  Ganara o perdiera el partido, a Batracio Martínez siempre le iba bien, pues su cartera se llenaba de dinero por estampar con serigrafía playeras y banderas, así como también su inmensa barriga rebozaba de carnitas. Pero todo esto cambió cuando aquél candidato lo llamó y le dijo:
–Te necesito como subdirector en Obras públicas, ¿qué dices?
–¡Sí, sí! –respondió en un tono casi orgásmico– soy tu hombre.
Desde entonces una gran sonrisa de oreja a oreja apareció en el rostro de Batracio Martínez que, a decir de muchos, parecía más la de un maniaco sexual que la de un hombre feliz. No habían pasado tres semanas de aquella propuesta, cuando Batracio Martínez visitó la dependencia de obras públicas. Envalentonado por el resultado de una encuesta, no dudó en amenazar con correr a todos los empleados y hasta se le insinuó sexualmente a una de las secretarias de buen ver y excesivo maquillaje.
Lamentablemente, Batracio Martínez murió de ataque al miocardio cuando se enteró de que su partido no había ganado las elecciones.


SE NOS FUE
Patricia Ruiz Hernández

Toño era un niño de once años, pequeño y vivaracho, delgado, ojos negros y  cabello lacio –muy lacio- que jamás le quedaba bien peinado, a pesar de las gotas de limón que todas las mañanas su madre le aplicaba.  Asistía a la escuela primaria de aquel pequeño pueblo en los años cincuenta. En este lugar se percibían los olores a frutas y flores de las huertas cercanas, había un gran patio cubierto de tierra y varios árboles que hacían sombra; en los salones se observaban las típicas bancas dobles  de madera, los pizarrones verdes con sus gises blancos, el mapa colgado en la pared, y las reglas, las escuadras y los compases colocados en un pequeño mueble.   Era el momento del día más esperado por los niños: la hora del recreo. Toño jugaba al futbol con sus compañeros y después de anotar varios goles en una portería imaginaria delimitada por dos ladrillos, trepó a un gran árbol. Ya en las alturas dio un mal paso y cayó de una rama.  Sus compañeros alarmados gritaron:
—¡Maestro! Toño se cayó y no despierta ni me mueve-. El maestro Sergio acudió a ver al niño que seguía tendido en la tierra.
—¡Ve a avisar al director! ¡Yo mientras veré que puedo hacer!  –ordenó a uno de sus alumnos. Trató de reanimar al niño, sin resultado, aplicando sus conocimientos rudimentarios en primeros auxilios, más empíricos que formales.
El director se abrió paso entre el tumulto que rodeaba al accidentado.  Acto seguido, llamó a una ambulancia y al llegar los paramédicos lo trasladaron a una pequeña clínica rural. El maestro Sergio subió al vehículo para acompañar al niño;  al poco rato de ingresar a la clínica le informaron que Toño ya no presentaba signos vitales, dijeron que lamentablemente había muerto. Quedó asombrado con la fatídica noticia, pero trató de sobreponerse a sus sentimientos, pues sabía que le correspondía actuar como emisor ante la familia.
Caminó hacia el domicilio del niño que se encontraba muy cerca. Salió a recibirlo la mamá de Toño, señora de nombre Juanita. Visiblemente asombrada, sin atinar el motivo de la visita dijo:
—Buenos días maestro, ¿qué lo trae por acá?, pásele, ¿gusta tomar una taza de atolito que acabo de hacer? Ya mandé el dinero para pagar el vidrio que Toño rompió.  ¿Y ahora qué hizo? ¿Se portó mal el canijo chamaco?
—Buenos días, vengo con el penoso deber de avisarle que Toño cayó de un árbol y se pegó en la cabeza, ya no despertó.
—¿Cómo? ¿Qué quiere decir? ¿Qué le pasó a mi Toño?
—Señora, desgraciadamente murió. Está en la clínica y le sugiero que avise a su esposo.
La señora era un manojo de nervios y sin digerir por completo la noticia, dijo a uno de sus numerosos hijos:
—¡Corre! ve a avisar a tu padre, ya debe venir de la milpa, búscalo en casa del compadre Fidencio, ahí ha de estar echándose unos tragos.  Dile que es urgente.
Más tarde, Doña Juanita y Don Antonio esperaban sentados para hablar con el médico. Hasta el momento no les habían permitido ver al  niño.  Una enfermera les informó que el único doctor de guardia salió a un asunto urgente y no debía tardar. También les explicó que deberían esperar para realizar varios trámites, entre ellos el certificado de defunción en otra oficina.  Pasaron los minutos que se convirtieron en horas.  Don Antonio, hombre de abolengo campesino, mostró desesperación por la tardanza. Se quejó con su mujer por la larga espera, pues no había probado alimento y siempre era fiel a sus horarios de comida.
—Vieja, esto no tiene pa`cuando, vámonos a la casa para que me des de comer, mira las horas que son y yo con la panza vacía. De todos modos tu hijo de aquí no se va a mover  –dijo a su esposa.
Doña Juanita, esposa resignada, incapaz de contradecir las órdenes de su marido, aun cuando fueran insensibles o arbitrarias; con el corazón acongojado lo obedeció sin chistar.
De todo esto, Toño fue testigo mudo. Vivió una experiencia extracorpórea. Vio su pequeño cuerpo tumbado en el suelo, como un actor que se despoja de su vestimenta, siguió la ruta de la ambulancia y observó las maniobras que realizaron sobre él para reanimarlo. Le desesperó no poder comunicarse con sus seres queridos e intentó sin éxito mover objetos para llamar la atención.  Al saber que  estaba muerto, se sintió algo desorientado y confuso. Sin saber cómo, una fuerza desconocida lo empujó para alejarlo de los escenarios que fueron su mundo,  así se encontró en un camino que lo conducía quien sabe a dónde, allí todo era hermoso, una gran luz lo esperaba y otras personas iban por el mismo camino. Nada de esto correspondía a las ideas preconcebidas que tenía sobre la muerte. Le dijeron que cuando muriera vería a Dios en persona, cara a cara, y que si se portaba mal, le esperaba un gran castigo en el otro mundo. En  cambio, encontró gran belleza, paz y armonía en el mundo espiritual. Un ser angelical lo detuvo antes de entrar a la zona luminosa sin retorno y le dijo:
—Tu tiempo no ha llegado, regresa.  
Despertó postrado en una camilla. Se levantó y dio un brinco para llegar al piso. Nadie estaba cerca para auxiliarlo, los pequeños pasillos de la clínica lucían desiertos, y salió por su propio pie a la calle. Reconoció el lugar, pues estaba muy cerca de su casa, así que se dirigió a ella.
—Mamá, aquí estoy –dijo al entrar-, ¡no sabes lo que me pasó!
La pobre señora dio un grito y se desmayó de la impresión. A diferencia de Don Antonio, más dueño de sus actos, sólo demostró leve sorpresa. Era un hombre acostumbrado a lidiar con grandes pérdidas; la única tragedia que lo conmovió hasta el llanto, fue cuando perdió toda su cosecha y gran parte del ganado en una inundación.
Cuando la madre recobró la conciencia, no dejó de dar gracias a la Santísima Trinidad y a todos los santos, al tiempo que abrazaba a su hijo efusivamente en un mar de lágrimas. Desde entonces, ella cuenta hasta el cansancio la experiencia diciendo:
—Se nos fue, pero regresó.

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ILUSTRACIONES:
*Algo en qué creer, pintura de Vazqueztello H.

**Falling, ilustración de Anika Rao.
***Hooded figure, ilustración de Kayleigh-Semeniuk.

domingo, 11 de octubre de 2015

DESCONTENTO


DESCONTENTO
-Una historia sin fin-

“Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento.”
Nicolás Maquiavelo, El Príncipe.

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UNA COMIDA GOURMET
Felipe De la Torre

José Juan llego a su domicilio. Felizmente entró al cuarto de la casa de sus padres, donde vivía con su mujer y sus tres hijos.
—Mira, vieja, me gané ciento cincuenta pesos de un jale que hice. Ten cien y lánzate al centro. Compra unas costillitas, un choricito, unas cebollitas, unos chiles güeros, unos limones  y unos aguacates para hacer una carne asada con su guacamole; como se ve en la tele. A mí, con estos cincuenta pesos, me alcanza para dos caguamas.
—Mejor le compramos el uniforme al niño, para que lo dejen entrar al kínder. Ya empezó septiembre y no lo he podido llevar. Ándale  y te hago una sopita para comer.
—No, eso después.
—O el inhalador  de la niña.
—Si se pone mala la internas  en el seguro popular.
—Bueno. ¿Le dejo los niños a tu mamá?
—¡Cómo crees!, ella está enferma, no puede cuidar niños.
—Acompáñame tú, sirve que nos paseamos como cuando éramos novios.       
—No seas huevona, yo me levanté temprano a robar maíz del tren, ya trabajé, ahora te toca a ti. Yo me voy con mis cuates.
—¿No te dieron  más dinero? Dice Juana que a su marido le dan quinientos o hasta ochocientos pesos.
—¡No es cierto!, eso te lo dice para echarnos a pelear, nos dan ciento cincuenta o doscientos.
Lupita se puso una blusa verde, la cual ya le quedaba apretada por su embarazo de seis meses. No le gustó y se la quitó. Metió la mano dentro de un  amontonadero de ropa que tenía en el ropero y sacó una playera de futbol. La sacudió y se veía en los dorsales el número 7 y el nombre del jugador que apenas se distinguía: “Butragueño”. La playera ya estaba desgastada por los muchos dueños que pasaron  antes de que llegara a manos de su esposo, cuando la compró en la ropa usada del tianguis que se pone en la colonia.
Lupita se la puso y la modeló en el espejo de la puerta del ropero, observando que le tapaba la panza. Se quitó las  mayas que traía puestas y sacó un pantalón de mezclilla  y se lo ajustó. Tiró las chanclas y se calzó unos huaraches, se pintó los labios rojos  y se peinó el pelo negro, que le llegaba hasta la cintura. Agarró a  Gilberto, de cinco años, le acomodó  el pelo y le amarró los zapatos. Persiguió a Jessica Berenice, de tres años, hasta atraparla.  Matías acababa de cumplir un año,  dormía sobre la cama.  Le revisó el pañal y vio que estaba seco. Preparó dos biberones de agua con azúcar y llenó una botella con agua. Cargó a Matías, se acomodó la pañalera,  agarró de la mano a Jessica y empujó al pasillo a Gilberto.
Su habitación  era la última de ocho cuarto divididos por un pasillo. Frente al de ella vivía su cuñada, la mayor. Al echarle llave a la cerradura de su puerta, volteó y la vio a través de una cortina transparente,  haciendo el amor con su nuevo marido. Avanzó con la cara agachada y se encontró a su cuñada, la menor, quien venía besándose con su novia.
—¿Ya te vas, pendeja? -Le dijeron y se encerraron en su cuarto-.
Pasó por la habitación de sus suegros.  Vio a su suegra, de 150 kilos, sentada y comiéndose una mega torta, con una coca cola de tres litros y viendo las  tres televisiones que le regalaron sus hijos, porque le daba flojera cambiarle de canal con el control remoto.  Dos televisiones eran para no perderse todas las telenovelas, los top shows,  los programas de  entretenimiento y de chismes  del canal de las estrellas y de la televisora del Ajusco. Y la tercera para ver las noticias.  Cerró la puerta y caminó  sorteando los charcos de la calle de tierra. Avanzó una cuadra y vio sentado a su esposo, afuera de la tienda de la esquina, tomando cerveza caguama  y fumando cristal en compañía de sus amigos. Caminó otras dos cuadras hasta que llegó a una calle más ancha, por donde pasaban los microbuses.  Cambiándose de brazo a Matías, le hizo la parada al microbús que se veía a la lejanía. Un tremendo ruido de los frenos desgastados se escuchó al detener  las enormes ruedas. La media salpicadera que le quedaba al camión rebotaba en la llanta. Una punta pasó rozando por el cachete de Jessica, casi cercenándole la mejilla. El microbús paró frente a  Gilberto y dos adolescentes que iban a la secundaria.
—Son ocho pesos cada uno, si no traen tarjeta…  ¡Tengan sus mugrosos tres pesos de estudiante!,  son órdenes de los jefes -gritó el conductor a los estudiantes, burlándose-.
Al ver a los jóvenes de la secundaria bajarse despavoridos, los ojos tapatíos de Lupita se le hicieron más grandes y negros. Temerosa, vio a Gilberto a subir al enorme camión. Ayudando con una mano a Jessica la empujó al primer escalón para enseguida agarrarse del tubo y se impulsó hacia arriba. Al estar frente al chofer, intentaba sacar una moneda para pagar su pasaje, pero el grito intimidatorio del chofer la hizo retractarse.
—¿Traes tu tarjeta y las de tus hijos o te cobro en efectivo?- le preguntó el chofer.
—¿Qué tarjeta? -tímidamente y con palabras temblorosas, que salieron rozando sus labios grandes y carnosos, preguntó-.
—¡Las tarjetas de todos! -Con voz intimidante le contestó el chofer y, metiendo la primera velocidad,  arrancó el camión.
—No tenemos.
Metiendo segunda velocidad la miró a través de sus lentes oscuros, que le cubrían los ojos de sapo y nada más sobresalían aquellos cachetes cafés, con manchas negras provocadas por el sol.
—Entonces pagas con efectivo -contando con sus dedos gordos y mentalmente: “8 de la señora, 8 del niño mayor, 8 de la niña, 8 del niño de brazos y 8 del niño que trae en la panza”, dijo-: ¿Cuánto es de cinco?
—Ocho por cinco, cuarenta -le contestó Elizabeth, quien era su amante y la traía sentada en el asiento justo detrás del suyo-.
—Son cuarenta pesos. -Le gritó a Lupita mientras detenía el camión frente a un semáforo-.
Temblando, Lupita sacó un billete de cincuenta pesos. El chofer le iba a regresar los diez pesos de cambio, pero con una duda lo evitó y guardó la moneda.
—Chécale la panza, qué tal si trae gemelos, o 4 o 7, ya ves que aquí nacen de a montón.
Elizabeth, la amante,  se paró y detuvo a Lupita.
—A ver, calenturienta, levántate la playera.
Con miedo, pena  y viendo los pucheros de sus hijos, Lupita se levantó la playera.  Elizabeth agarró un aparato de ultrasonido portátil y empezó a escanear  toda la panza, le fue recorriendo el vientre, lo detuvo donde se encontraba  la cabeza del feto, le agarró la cabecita y luego lo pasó entre las piernitas, siguió con su exploración para después bajarle la playera.
—Es uno y va a ser hombre.
Al escuchar el diagnóstico de la “experta”, el chofer, a quien apodaban el Zas-zas, le regresó la moneda de diez pesos.
—¿Qué pensaban, que la modernización  iba a ser el metro, o trolebuses, o el tren ligero o ya de perdis las orugas de León, Guanajuato, donde la vida no vale nada? ¡Pendejos!, lo único moderno es la maquinita de las tarjetas, el ultrasonido para detectar las embarazadas y el aumento del precio.
—¡No manches la luna!  Lo único  que pusieron tus patrones fue el letrero: ¨Por ti Cambiamos¨ -contesto Elizabeth-.
—Pero no es mi bronca, yo cumplo con los patrones y el H. Ayuntamiento del Moche.
Cerró la puerta, aceleró y le subió el volumen al radio. En la parada del Tecnológico de Celaya una estudiante pasó su tarjeta.
—Me cobró dos pasajes, señor, ¿qué hago?
—Vaya a reclamar a la presidencia.
Siguió su loca carrera frente al estadio de futbol, viendo los anuncios del presidente municipal, quien el día anterior había dado su tercer informe de gobierno, ensalzando la modernización del transporte.  El  locutor de radio, a quien apodaban el Venusiano, lo sacó de sus cavilaciones al escuchar: ¨Le mandamos un caguamón y un choferazo para el Zas-zas, que va en su microbús, de parte de su novia Liz”. Una grabación con una voz femenina y sensual decía: “Este caguamón es para ti” y se escuchaba el ruido que hace  una cerveza cuando la vacían en un vaso y, enseguida,  “¡Ay, choferazo!”.
—¿Me dedicaste un caguamón? -felizmente le preguntó a su novia, viéndola por el espejo retrovisor-.
—Sí, mi amor.
—Pues sácala de una vez y ponte en posición cachonda...
Su novia sacó una caguama que traía en una hielera abajo del asiento. La destapó con los dientes y se la dio al  Zas-zas. Éste le dio un tremendo trago que la vació a la mitad, se desabrochó la camisa, dejando caer la panza (que llegó casi hasta el pedal del freno), refrescándose del calor de la tarde y se aventó un eructo que escucharon los choferes de los autos que lo iban rebasando. Enseguida, Elizabeth puso su pecho y su panza pegados atrás del asiento del chofer; le pasó sus brazos y lo abrazó, al momento en que el Zas-zas frenó abruptamente. El camión  se detuvo, -por la ley de la inercia- y los grandes senos  y la panza de Elizabeth se arrimaron contra el respaldo de su amante. Como si fuera un “transformer”, se convirtió  en un enorme seno de grandes  dimensiones que abarcaba todo el respaldo del asiento del chofer,  como de unos 30 kilos de peso. El seno gigantesco se incrustó en su espalda, provocando  una excitación que le escalofrió el cuerpo al chofer. De nuevo aceleró  y los pasajeros se reacomodaron, mientras el enorme seno regresó a sus formas originales.
“Yo soy aquél, el más bonito de la ciudad”, -suspiraba el Zas-zas-.
 Se  fue por la calle de Insurgentes y se subió a una banqueta para rebasar al otro microbús de la competencia. Al dar vuelta en la calle 5 de mayo, dos ancianos le hicieron la parada, pero dijo: —Méndigos viejitos, han de traer sus tres pesos con la credencial del Inapam. Mejor no los subo. Siguió hasta llegar a Juárez, después por Bulevar hasta llegar al  mercado Hidalgo. Lupita se bajó,  recibió a Jessica con una mano y, cuando iba a bajar a Gilberto, el camión arrancó.
—¡Salta, mijo! -Escuchó el niño-.
Gilberto se aventó desde el tercer escalón y,  como si fuera el Místico en una función estelar de lucha libre, salió volando desde la tercera cuerda y afuera del ring -como si fuera una plancha voladora- sobre la humanidad del Dr. Wagner. El niño cayó en los brazos de su mamá y, con el impulso, todos acabaron sentados en la  banqueta. Se levantaron llorando por el miedo. Lupita, para callarlos y  quitarles el pánico, compró cuatro paletas de 2 pesos a un viejito que tenía  su puesto ambulante abajo del puente peatonal. Le repartió a cada uno y ella saboreó la paleta de cajeta con dulzura. Se amarró bien a Matías,  con una mano agarró a Jessica y en cadenita a Gilberto. Entraron al mercado Hidalgo. Pasó por la carnicería pero se espantó al ver los precios de la carne y el chorizo. Ya no preguntó por la verdura. Caminaron hasta el jardín principal, frente a la presidencia. Pero los soldados, granaderos, ministeriales, policía de la gendarmería, policías estatales, municipales, agentes de la CIA, la Interpol, Scotland Yard, Guardia Suiza Pontificia, el FBI y la vieja KGB de Rusia, vestidos de civiles, quienes resguardaban la presidencia municipal en contra de los manifestantes y las largas filas de gente enojada que quería reclamar por la modernización del transporte,  la hicieron retroceder. Caminaron otra cuadra hasta llegar al parque de San Agustín, frente a la Casa de la cultura.  Se sentaron a terminarse sus paletas mientras veían la actuación de unos mimos. Matías  se durmió y Jessica  ya estaba inquieta, como si le fueran a dar sus ataques de asma. Lupita se regresó con sus hijos al puente del Bulevar. Subió en un microbús donde el chofer, más amable, le preguntó.
—¿Cuántos traes en la panza?
—Uno.
—Son 40 pesos.
El trayecto fue más rápido y con poca gente. Llegó a su colonia, se bajó y caminó por  las calles  con charcos. Tapó bien a Jessica porque comenzaba a llover. Pasó a la tortillería, sacó de la  pañalera los 12 pesos que le quedaban y compró un kilo de tortillas, para comer tacos de sal.

Abrió lentamente la puerta. Sin hacer ruido, pasó al costado del cuarto de su suegra, quien por fortuna roncaba, a pesar del ruido de las tres televisiones. Se encerró en su cuarto con sus hijos y los durmió; le prendió su veladora a San Judas Tadeo.  “Cuando me pegue mi viejo, ahora no me voy a  cubrir  la cara, me voy a cubrir la panza para que mi niño nazca bien” -y se quedó esperando...



domingo, 4 de octubre de 2015

HISTORIAS EN CORTO


HISTORIAS EN CORTO
Octubre es un mes propicio para las historias cortas con un toque de misterio. José Arturo Grimaldo nos presenta una de tantas leyendas urbanas sobre los famosos moteles de carretera: donde el jabón es pequeño, la cama muy ancha y los recuerdos borrosos. Arturo nació en la Comunidad de la Esperanza, municipio de Dolores Hidalgo. Es el antepenúltimo de quince hijos. Estudió el bachillerato en el Seminario Diocesano de Celaya. Estudió  la  carrera de Licenciado en Administración de Empresas y posteriormente  cursó  una Maestría en Desarrollo Docente en la misma Universidad, ESCACE. Es miembro del Taller Literario Diezmo de Palabras y amante de la lectura. Su narrativa es fluida, lineal y con un finísimo sentido del humor.
Julio Edgar Méndez

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LAS CURVAS
Por: Arturo Grimaldo

Después de aquel día tan agitado en la Preparatoria “EL ESCRIBA” y una vez terminada su tarea de mercadotecnia para el día siguiente, Lázaro Gavilán decidió irse a dormir. Por varios minutos permaneció despierto, tratando de terminar de armar el plan que venía preparando para llevar a su novia a un lugar donde nadie los molestara y poder declararse mutuamente su amor. Luego,  sus ojos se negaron a seguir abiertos y se quedó profundamente dormido. Imaginó escuchar la respuesta  afirmativa de su padre para que usara el auto, situación que lo hizo dar un tremendo salto y gritar de júbilo, pues sabía que por fin se cumpliría aquella realidad. Yesenia  Olivares, su novia, de la que también y para completar su felicidad, hacía unos días le había dado el tan ansiado sí a la prueba del amor que con tanta impaciencia había esperado escuchar de sus labios, también estaba muy ansiosa por  vivir aquella experiencia.
—¡Yes!, sabía que mi jefe aceptaría prestarme la “nave”. Además, ya soy todo un hombre y mi novia se merece un paseo romántico fuera de la ciudad  -dijo el jovencito, al mismo tiempo que daba vueltas en la cama como ansiando que llegara la luz del alba y con ella un nuevo día.
—Ahora sólo me resta  preguntarle a Beto cómo le hago para llegar al Motel del que tanto me han hablado él y sus amigos –dijo, al tiempo que marcaba el número de teléfono de su camarada.
—Qué onda, Beto, ¡te tengo una súper noticia!. Mi jefe me prestó el carro para llevar de paseo  a Yesenia y quería preguntarte cómo llego al Motel  “Las Curvas”,  del que tanto me han hablado tú y los demás cuates. No, hombre, del que me contaste la otra vez; al que fue Marcos y Gemma; a donde llevó el Chino a la amiga de su novia Bety; no, güey, en donde embarazó el Jhony a la “Chiluca”  -seguía preguntando emocionado. Luego de algunas anotaciones hechas  de manera improvisada en una servilleta, se despidió de su amigo-. Está bien, yo veré cómo le hago, pero esta vez no voy a desaprovechar el tiempo ni el transporte, ya luego te cuento.
Gran parte de esa tarde la dedicó para su arreglo personal; para estrenar la loción Passion Xtreme  que en su  cumpleaños número diecisiete le había regalado su mamá, así como para probar una y otra combinación de ropa que le hicieran parecer el hombre más interesante del mundo, sobre todo a Yesenia.
Aunque no se habían puesto de acuerdo, lo mismo había hecho su novia, quien en mayor medida había logrado transformar aquella figura poco atractiva, de escasa voluptuosidad a la vista de los demás, excepto para su novio, a quien le pareció un verdadero platillo, listo para saciar su apetito carnal.
El claxon  del viejo Chévrolet 1960 sonó intempestivamente frente a la casa de Yesenia, quien, como impulsada por un resorte, salió brincando la pequeña cerca de madera que rodeaba el jardín de su casa.
—Sube, no podemos perder tiempo –le dijo él, quien en ese instante y de manera atenta le abría la portezuela del auto.
Una vez que salieron de la ciudad y enfilados hacia el lugar planeado con  anticipación por parte de Lázaro y una  vez encendida la radio del automóvil, se escuchó accidentalmente una vieja canción de Consuelo Velázquez que decía, “Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez…”  al mismo tiempo que ella preguntaba en tono sugestivo.
—¿Cómo me veo hoy? ¿Te gusta cómo luzco para ti?
—¡Wow!, luces espectacular con esa minifalda. Además, te agradezco por traer la blusa blanca de botones dorados que tanto me gusta. Espero que en esta ocasión sí me permitas desabotonarlos todos, -le dijo sonriendo y lleno de sensualidad- sin quitar la mirada de  la carretera, que empezaba a formar figuras imaginarias como  de gigantescas serpientes.
Habían recorrido escasos cincuenta kilómetros de distancia, cuando un viejo letrero, a  la orilla de la carretera, indicaba manejar con precaución porque comenzaban las curvas del lugar. Lázaro bajó la velocidad y aprovechó para deslizar lentamente su mano derecha hasta la bien torneada y blanca pierna izquierda de Yesenia, quien de manera inocente correspondió a la caricia haciendo lo mismo que su novio y generando una sensación jamás vivida por ambos, provocando que el palpitar de sus corazones se aumentara, igual que el deseo de llegar lo más rápido posible al lugar pensado por el joven.
A medida que avanzaban, él continuó con mayor intensidad el movimiento de su mano derecha sobre aquel cuerpo temeroso ante tanta muestra de cariño.
--No seas desesperado, mi amor, hace unos minutos me dijiste que ya falta muy poco para llegar. Además, también yo estoy ansiosa por vivir este momento  maravilloso contigo y en un  lugar tan romántico como me has dicho. Espero que de verdad conozcas el lugar… sólo  porque tus amigos te dijeron donde se ubicaba  -dijo ella, volteando a verlo de reojo.
Al llegar al Motel de referencia, ambos llevaban la certeza de que aquella tarde sería inolvidable, pero antes habría que pensar de cuánto tiempo disponían.
—Hasta qué hora te dieron permiso  tus papás, mi amor -cuestionó Lázaro.
—Pues aunque te suene a historia infantil, hasta la media noche, -contestó ella.
—Ojalá  te hayan creído que íbamos a la fiesta de aniversario de la Escuela,  -volvió a decir él.
—Sí, sí me creyeron, aunque se les hizo un poco extraño por qué tan temprano teníamos que estar en el baile escolar –comentó Yesenia.
Luego de llegar a la última curva y tomar una pequeña desviación por una pronunciada pendiente, llegaron al lugar, -que dicho sea de paso, como cualquier motel, quedaba perfectamente oculto a la vista de los automovilistas que por allí transitaban.  Al estacionar el carro frente a aquella enigmática construcción, una sensación extraña invadió a Yesenia, pues le pareció demasiado olvidado y con poca iluminación, a excepción de un viejo anuncio de luz neón medio apagado, que apenas sí permitía leer el nombre del negocio y su respectivo eslogan: “Motel Las Curvas. El Placer… de servirle”.
A la entrada del lugar no había ni una persona en recepción, pues luego de tocar el timbre, nadie se hizo presente. Voltearon un poco nerviosos en todas las direcciones y luego de varios minutos, se acercó un hombre de avanzada edad, de mal aspecto físico y de pasos vacilantes, quien sin mirarles, les dijo:
—Son quince pesos: Esta es la llave de la habitación número 60. Pueden pasar.
Tan pronto como vino, se alejó de inmediato, dando la sensación de ser un espectro de otro mundo, por su tono de voz y la rapidez para ocultarse a la vista de la pareja. El número de la habitación se encontraba en la segunda planta del lugar y tras recorrer un largo pasillo, por fin llegaron y de inmediato, Lázaro abrió la puerta con un marcado nerviosismo. En el interior, una antigua linterna de pared  iluminaba ténuemente la habitación, en donde se observaban perfectamente por el resplandor de la luz, las sábanas blancas de la cama, a la vez que mostraban el paso inmisericorde del tiempo y con éste, la acumulación del polvo y las historias de amor de que habían sido testigo.
Llenos de ansiedad por beber del fruto de un amor impaciente, de comerse a besos el alma de uno y otro y cegados por la angustia de caminar contra el tiempo, sus manos se volvieron tan ágiles como las del mago que es capaz de transformar la realidad en imaginación y la imaginación en alas blancas, en conejos y en flores. El uno desnudó al otro y éste fue correspondido, para luego entregarse al amor. Se confundieron los gritos de dos cuerpos unidos con los lamentos de varias almas en busca de compasión y reposo eterno. El tiempo pasó inadvertido para ellos y el reloj no fue cómplice de los dos al avanzar las manecillas sin piedad alguna. Sin embargo, les concedió realizar el juego de un amor sin prisa, pero sin pausa. Vencidos por la pasión quedaron inertes, cual figuras de bronce esculpidas a fuego lento y unidas para siempre.
Ambos buscaron su ropa casi en la penumbra y justo cuando ella se inclinaba para encontrar una de sus zapatillas, vio que debajo de la cama había un cuerpo semidesnudo de una mujer que yacía boca abajo en medio de un charco como de sangre. Se cubrió con su mano la boca para ahogar el  grito de horror que estuvo a punto de lanzar  y luego de ponerse con gran  agilidad sus prendas, se acercó hasta donde se encontraba Lázaro y le abrazó con tanta fuerza y temblando de miedo que era casi imposible para ella pronunciar una palabra. Cuando  por fin pudo hablar, ella le pidió que se fueran rápido de allí, porque faltaba poco tiempo para que dieran las doce de la media noche.
—Por favor, Lázaro, no quiero estar un minuto más en este lugar. Todo ha sido maravilloso, pero por lo que más quieras, vámonos de aquí, -le dijo casi gritando.
—Tranquila mi amor, no pasa nada, sí llegaremos a tiempo a tu casa –respondió él.
Ya en el camino de regreso, ella le contó lo que había visto debajo de la cama y él entonces comenzó a ver que por el espejo retrovisor se dibujaba la misma imagen de la mujer, tal y como se la había descrito Yesenia. Unas veces aparecía la imagen  y otras se esfumaba.
—No me vuelvas  a invitar a un lugar tan misterios y desagradable, -le dijo.
Él ya no le respondió, porque en ese momento se acercaban al domicilio de su novia.
—Te veo mañana en la Escuela. Gracias por esta linda velada -le alcanzó a decir él antes de que bajara del auto.
Sólo un beso rápido y ella corrió de nuevo al interior de su casa cuyas lámparas de la sala aún estaban encendidas, como si sus padres la esperaran para saber cuánto había bailado con Lázaro en la Fiesta escolar.
Muy  temprano, a la mañana siguiente y luego de haberle agradecido a su papá por usar su carro, Lázaro le hizo una pregunta.
—¿Papá, tú conoces un Motel que se llama Las Curvas?
—¿Por qué me lo preguntas hijo? -Contestó un poco extrañado su padre.
—Porque vamos a hacer una investigación de Mercadotecnia sobre cada uno de los negocios que hay en la localidad. 
—Bueno, pero ese lugar ya no está en servicio, hijo. Hace muchos años, cincuenta, si no me equivoco, las autoridades decidieron clausurarlo porque allí se le quitó la vida  a una  jovencita de estos rumbos –comentó el papá.
Ante aquella respuesta, Lázaro quedó como petrificado por unos instantes y luego de aclararle que tendrían que desechar de la lista de empresas a investigar al mencionado Motel, se retiró del lugar.
Ya en su recámara, tomó el teléfono y de inmediato le marcó a Beto, para preguntarle sobre el Motel en donde había estado un día antes con su novia.
—¿Por qué no me dijiste nada del lugar a donde tenía pensado invitar a mi novia?  -dijo Lázaro.
—No me digas que te creíste todo los que dijimos de ese Motel. Sólo tú eras el único que no sabía que ese lugar fue muy famoso hace muchos años. Después se convirtió en un Motel de mala muerte y  hace algún tiempo fue clausurado, -le contestó Beto.
--Espero no hayas ido allí. Cuéntame a dónde fuiste, ¿cómo te fue? -y justo cuando terminaba de hacer la pregunta, se escuchaba la bocina del auricular como si esta quedara descolgada. Unos minutos después, la voz de su mamá le hacía volver a la realidad, al darle una firme indicación.
---Ya levántate Lázaro, que se hace tarde para que llegues a la Prepa.


En fin…

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...