jueves, 30 de agosto de 2018

MISTERIO ES SU TERCER NOMBRE



MISTERIO ES SU TERCER NOMBRE

Por su gusto en los temas oscuros, bien podía haber nacido en un último día de octubre, pero se le hizo un poco tarde y fue a nacer hasta el décimo día del doceavo mes.
            Laura Margarita Medina Vega nació en la ciudad de Celaya, Guanajuato. Desde el año de 1987 se desempeña como profesora de inglés en educación media. Por ello de pronto le decimos la Teacher.
            Es miembro activo del Taller Literario Diezmo de Palabras de la misma ciudad. Lo mismo escribe  al desencanto entre renglones de soledad, que versos con el romanticismo rozando sus mejillas. Su narrativa literaria nos conduce por callejones donde nuestros propios fantasmas cobran vida.
            Muestra de ello es su cuento titulado, El Hombre de Trapo. En el que su personaje principal, inmerso en la soledad a la que fue orillado, decide crear un mundo alterno. Donde su ficticia realidad le ofrece el amor y seguridad que tanto anhela. Su autoestima crece y la sociedad ya no lo relega. Para algunas mujeres ya no pasa inadvertido y él por fin se atreve a proponer una cita. No obstante, el hombre se ve rebasado por la oscuridad de sus actos. Y la fantasía que creó sale de control. Es ahí donde la trama nos lleva por temerosos sucesos donde el asombro es protagonista y el desenlace inesperado.
            Otro ejemplo de su preferencia por generar espanto por medio de sus letras es el que tituló El Evento. En esta ficción los que recrean la historia son tres jóvenes que están por ofrecer un espectáculo de poemas de amor, cuentos de terror y música de cuerdas. Ambientado en un lúgubre edificio en el que hasta el viento se cuela temeroso y se esconde entre las cortinas. Aun así, los espectadores fueron llenando el lugar. Todos quedaron impresionados con el relato del Caníbal Inmortal, por narrar la historia de un devorador de trasnochados. El show se desarrolló de manera exitosa y al concluir se fue vaciando el sitio. Los chicos son los últimos en salir pero se encuentran con una complicación para poder cerrar e irse. De la oscuridad emerge un extraño que les proporciona las llaves de…
            Es entonces que el clímax del cuento comienza a fungir en el texto y logra el  efecto deseado para que el lector no intente despegar los ojos de la página,  provocando a su vez un miedo que recorre el cuerpo. Culmina entonces con un aterrador suceso. Y su final abierto permite la interacción con la imaginaria de quien está al frente de la hoja del texto.
            Es así como la autora de estas historias nos invita a atrevernos a profundizar con los temores y hablarnos de tú con nuestras propias oscuridades.
Diana Alejandra Aboytes Martínez




EL HOMBRE DE TRAPO
Laura Margarita Medina Vega

Tiburcio Mireles, joven de gran estatura y extrema delgadez, fue el hazmerreír de la escuela durante varios años. Siempre educado y tímido, soportó las maledicencias de sus compañeros, los cuales dudaban de su masculinidad por nunca haber sido visto con alguna joven.
            Triste y decepcionado de la vida, se refugió en un mundo de fantasías, en donde, como protagonista, era el chico más apuesto de la ciudad y el más adinerado. Pero la cruel realidad era que la gente que le hablaba, solo lo hacía por el compromiso de la vieja amistad con sus padres, los cuales murieron siendo Tiburcio casi un niño.
            Dueño de un puesto de revistas, el chico pasaba los días admirando la belleza de las mujeres que se acercaban a comprar a su establecimiento. Él las miraba con deseo, pero con mucha discreción. Anhelaba invitar alguna de ellas a salir, pero jamás pudo hacerlo. Estaba seguro de que no lo aceptarían y siempre calló.
            Al cumplir 32 años, mientras miraba las revistas de manualidades, se interesó en cómo se fabricaban las muñecas de trapo y le llamó la atención; en especial una de ellas. Era rubia, de ojos azules, delgada, de larga y rizada cabellera. Como un demente se enamoró de ella. La miraba todos los días. Hasta que ideó fabricarla con sus propias manos. Cada noche la fue cociendo, detalle a detalle hasta dejarla muy parecida a la de la publicación. Cuando la terminó durmió con ella, la besó y la abrazó, le dijo que la amaba. Y hasta el amanecer continuó el cortejo.
            Al día siguiente, la gente que acudía por el periódico matutino, se sorprendió al notar en él una actitud diferente. En verdad era otro. Su alegría lo hacía verse jovial y amable.
            Cada atardecer se apresuraba a cerrar para ir corriendo a casa para ver a su amada y decirle que era la única mujer que había tenido cerca, que había amado.
            El tiempo transcurrió y Tiburcio continuó con su romance por más de tres años. Él estaba seguro de que su “mujer”, aunque hecha de tela, lo amaba también. Porque podía imaginar que ella le correspondía con una sonrisa cuando la acariciaba.
            Aquella ilusión lo hizo cambiar mucho física y emocionalmente. Ahora comía bien, hacía ejercicio y salía a caminar por el pueblo. Tenía varios amigos y les decía que existía alguien importante en su vida, pero no se atrevía a decirles quién era.
            Una noche que llegó algo tarde a casa, no encontró la muñeca donde la había dejado y la buscó por todos lados. Desesperado empezó a llamarla como si ella lo escuchara. Fue inútil. La muñeca no apareció. Pensó que algún ladrón entró y al verla tan bonita se la había llevado. Su tristeza y desesperación era tanta, que hasta dijo que cuánto desearía también ser un muñeco él mismo. Con un dolor en su pecho se quedó dormido y, al amanecer, saltó de un brinco al verla ahí nuevamente.
            “Nunca te vuelvas a ir, le dijo. Hasta quise ser un muñeco por ti”.
            La muñeca pareció responderle con la mirada. Él la abrazó y luego de depositarla sobre un sofá, salió al trabajo.
            La semana siguiente continuó su rutina, pero la llegada de una nueva clienta lo sorprendió. Era una chica rubia de bellos ojos azules y cabellera muy similar a su creación. La miró a los ojos y se quedó prendado de ella. La invitó a salir sin temor a una negativa y la chica aceptó. Esa noche pasearon por la ciudad y se trataron como si ya se hubieran conocido. Comenzaron a besarse y Tiburcio no quiso perder la oportunidad de llevarla a su casa. Esperó la hora oportuna para entrar con ella a su domicilio sin ser vistos. Luego la invitó a pasar a la habitación que había sido de su madre. Entre tropiezos por tanta oscuridad, el hombre hambriento de pasión, la arrojó sobre una cama. Se entregaron al placer sin ninguna reserva. Tiburcio no sintió temor de ser descubierto por una muñeca, hasta ese momento captó la realidad de que era solo eso, un ser sin vida. Por lo que estaba avergonzado con él mismo. Nunca se lo diría a su nueva chica. Ahora tendría que deshacerse de la muñeca a como diera lugar.
            “Te amo”. Afirmó el hombre con voz dulce.
            Ella solo le sonrió y continuó a su lado hasta el amanecer, para después de un rato, los dos salir a la calle abrazados.
            El día transcurrió sin contratiempos mientras en su mente crecía la idea de romper o quemar a la que había sido su compañera por años. Así que llegó a la casa decidido en deshacerse de aquel estorbo. Cuando entró a su habitación la vio sobre la cama, como si solo estuviera dormida. Se acercó despacio y cuando iba a tomarla, el timbre de la puerta de la calle lo detuvo. Era su nueva novia. Llevaba en la mano una botella de licor. La dejó pasar y le pidió que lo esperara en la habitación contigua. Al regresar a su alcoba, la muñeca ya no se encontraba donde la dejó. Tiburcio palideció, su corazón empezó a latir muy de prisa, buscó por todos lados, incluso en el armario y nada.
            Regresó con la rubia deseoso de relajarse un poco. Tomaron algunos tragos. Se besaron varias veces y apagaron la luz para gozarse de nuevo. Él, con los ojos cerrados por la emoción, no se dio cuenta de que una sombra se deslizaba para tomar del cuello a su rival. Un grito desgarrador rompió la escena, convirtiéndola en una pesadilla inexplicable. Después de unos segundos todo era silencio.
            Varios días el estanquillo de la esquina permaneció cerrado. La gente intrigada por la desaparición de Tiburcio, llamó a la policía, que al llegar a donde vivía y percibir el olor a carne podrida les hizo pensar lo peor. Entraron de prisa. El cubre bocas no permitió mostrar por completo la aterradora expresión de sus rostros. Un cadáver de mujer de cabellos dorados lucía dantesco y un largo y delgado hombre de trapo la acompañaba.




EL EVENTO
Laura Margarita Medina Vega

Se acercaba la hora marcada. El estómago de los presentadores del show estaba contraído por la emoción. Era la primera vez que tenían un espacio lleno de gente ansiosa por verlos. Esteban afinaba su guitarra, Marcela ya tenía a la mano sus poemas románticos y Sonia buscaba en una libreta los cuentos de terror.
A las ocho y media de la noche subieron a la planta alta del lugar por una angosta escalera hacia el último piso del edificio. Estaba algo oscuro debido a la tenue iluminación de algunas velas color rojo que se encontraban sobre las pequeñas mesitas de madera. Un viento frío jugaba con las cortinas de las ventanas laterales.
            La gente empezó a acomodarse a lo largo del recinto. Mantuvo su charla hasta que la voz de Esteban los hizo callar para dar inicio. La velada fue exquisita e inesperada. Los poemas de Marcela conmovieron a la audiencia. De igual manera algunos coros del público acompañaron las canciones que fueron interpretadas por el talentoso guitarrista. Cuando ya casi eran las diez, los cuentos de terror y leyendas comenzaron a ser leídos. Los presentes escuchaban atentos cada uno de los relatos. Algunos mejores que otros: El Caníbal Inmortal fue el favorito. Se trató de un hombre que se aparecía por la ciudad, desatando el miedo de noctámbulos para devorarlos vivos.
            Pasó el tiempo y se acercaba la hora de cerrar. Algunas personas, en estado de ebriedad, bajaban torpemente los escalones; mientras otros se arremolinaban sobre el grupo que había dado el show para felicitarlos.
Esteban, Marcela y Sonia bebieron un poco cuando el lugar se encontraba sin público. Luego descendieron a la planta baja en busca del dueño del lugar. El hombre no apareció y apagaron las luces. Abrieron la estrecha puerta de salida y lo esperaron largo rato para que pudieran cerrar.
            La impaciencia empezaba a invadirlos y las campanadas de una iglesia cercana les anunció la llegada de la media noche. De pronto vieron venir a un hombre de silueta delgada que usaba una chamarra negra. Portaba un sombrero que tapaba parte de su rostro. En medio de la oscuridad daba un aspecto macabro.
            ─Creo que alguien viene –dijo Marcela, a quien ya le punzaban los pies de tanto estar parada.
            ─Espero que sea este guey –dijo Esteban, con rostro disgustado.
            Sonia permanecía callada.
            ─Hola -dijo una voz ronca- tengo lo que buscan, las llaves.
            Y después de entregárselas a Sonia, extendió su mano a cada uno de ellos. En el saludo aprovechó para apretárselas con fuerza. En menos de cinco segundos la mano les empezó a arder.
            ─¡Ay! –dijo Esteban, huyendo a pasos agigantados, sin importarle dejar la guitarra recargada en el quicio de la puerta.
            No quisieron detenerse hasta llegar a un sitio alumbrado. Ahí se percataron de que Sonia no estaba con ellos.
            ─¿Dónde diablos está Sonia? –preguntó desesperado Esteban a Marcela.
            ─No sé. Venía detrás de mí, creo –contestó agitada.
            Esteban se armó de valor y regresó al lugar donde dejaron a su compañera. Marcela prefirió irse a su casa, no deseaba arriesgarse más. El acontecimiento la había dejado muy impactada.
            Después de caminar varias calles, Esteban sintió que los nervios empezaron a traicionarlo. Las piernas no le respondían y rezó para relajarse un poco. Estaba cerca, hasta pensó arrepentirse.
            Al llegar al sitio de su huída, no vio a nadie. Perdió la esperanza de ver aparecer a su amiga. Se acercó a la puerta para tomar la guitarra que había olvidado. Y cuando se iba a retirar, escuchó una voz proveniente del interior. Era ella, Sonia, que suplicaba ayuda. Intentó entrar empujando la puerta con fuerza. Todo fue inútil.
            ─¡Espérame, no te muevas, regresaré por ti! –dijo desesperado.
            Intentó ver algo por un pequeño orificio sin resultado. Solo escuchó un grito aterrador. Después un largo silencio, por debajo de la puerta, un líquido rojizo se deslizaba hasta su zapato sin que él se diera cuenta. Llamó a la policía. De inmediato el lugar fue clausurado. La gente contaba que pudo haberse cometido un crimen, porque encontraron una alfombra de sangre en el recibidor. El cadáver nunca lo encontraron. Tampoco a Esteban ni a Marcela se les volvió a ver en la ciudad.

            Han pasado muchos años. El lugar está abierto de nuevo. Nadie recuerda lo sucedido. Romario, Santiago y Adriana están listos para comenzar la presentación anunciada por internet. Nunca habían tenido un público tan grande. El sonido de la música comienza. De entre la oscuridad alguien sonríe y espera ansioso  que el evento termine.



*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya.

domingo, 19 de agosto de 2018

LA RISA ES UN ASUNTO SERIO



LA RISA ES UN ASUNTO SERIO

Patricia Ruiz Hernández


Con varios años de trabajo literario, la obra de Luis Eduardo Vázquez Gascón, escritor celayense, conocido como Lalo Vázquez, reúne una colección de poesías y cuentos. Sus versos tienen un fuerte contenido emocional mientras que la narrativa es trazada con gran comicidad.  Existe en él una predisposición natural para trasformar cualquier situación en un relato chusco.  Posee esa cualidad que le permite apropiarse del lado divertido de la vida y aprovecharla para el enriquecimiento de su escritura. 
            El humor en la literatura es una expresión humana que ha quedado plasmado en novelas, cuentos, leyendas y cualquier tipo de textos. Cada cultura tiene su propio sentido del humor. Las situaciones que hacen reír a un mexicano no son las mismas que divierten a un anglosajón; de igual forma hay diferencias generacionales y otras derivadas de la situación sociopolítica que rodea al lector. Se consideraba al humor, sobre todo por los teólogos de antaño, como frívolo y contrario a la virtud. En contraparte, en la actualidad es apreciado como un recurso sanador y liberador.
            La obra de Lalo Vázquez contiene situaciones graciosas, juego de palabras, construcción de personajes traviesos y actitud subversiva.  En la presente selección, los propios títulos invitan a la diversión, como es el caso de Casi mi novia, el cual sugiere una conquista amorosa a punto de alcanzarse. El título de El Mole verde refiere a un platillo mexicano muy popular preparado en las festividades. El de Los apodos versa sobre el tema de los alias o sobrenombres. Es costumbre en el país la de bautizar a familiares y amigos con motes ingeniosos. Con la lectura de estos cuentos nos adentramos a un terreno interesante que pueden provocar desde una leve sonrisa hasta una estruendosa carcajada. 
            Lalo Vázquez también se desempeña como conductor en diversos eventos. Esta actividad le ha dado soltura en el escenario y buen manejo de la palabra y la improvisación. En su papel como anfitrión en los cafés literarios el Rincón de los duendes y el Tinto café se ha convertido en promotor de escritores. En estos espacios da cabida a múltiples formas de expresión cultural en la ciudad de Celaya. Además, ameniza las tertulias con su otra pasión: la música, compartiendo canciones de su inspiración.

            Para escribir se nutre de hechos cotidianos y los trasforma en una narrativa fluida y juguetona. La inspiración parece provenir de su diario personal o de la observación del entorno. Se puede afirmar que reírse de sí mismo es una forma inteligente de humor y en el caso del autor con frecuencia asume el protagonismo de sus relatos. 
            En cuanto a la característica de la cotidianidad en sus cuentos, podemos observar lo siguiente: En el primer relato narra el romance incipiente de un hombre con la mujer soñada. Del aspecto de ella dice: “Su peinado de salón y el vestido color vino con lentejuela y canutillo dorado, largo casi hasta el suelo con el escote trasero a media espalda, zapatos dorados y una estola de peluche blanca”. ¿Se dará una situación ideal en la primera cita o le esperan contratiempos al enamorado? El autor lo cuenta con gran ingenio.  De igual forma, en el segundo cuento de esta selección, un empleado de oficina saborea con anticipación un platillo cuando es invitado por su jefe a una comilona. Dice que espera “...disfrutar al máximo tan delicioso manjar”. Por último, en el tercer relato se describen las experiencias de un hombre que tiene el hábito de identificar a sus amigos con sobrenombres ocurrentes. Algunos ejemplos mencionados son: Avestruz, Pollito, Muñe, Gusanito, Rorro y Ojitos”. Pero, ¿qué sucede cuando encuentra en la calle a un viejo amigo y decide llamarlo por el apodo de antaño? Enfrentará una situación de la que se puede esperar resultados sorprendentes.
            El común denominador en todas las historias es que se trata de vivencias ordinarias que el autor las convierte en extraordinarias.
            Por otra parte, cualquier acto cómico puede tener un toque trágico. Los personajes literarios muestran esas facetas tragicómicas.  Veamos. En Casi mi novia, las circunstancias en las que se desarrolla el idilio le son adversas al protagonista. Padece imprevistos que pondrán a prueba su interés por la chica. Al respecto cuenta: “Ella vivía en lo último, ultimo, ultimo de la ciudad, su calle sin pavimentar, llena de hoyos…”.  En el caso de Mole verde, el comensal hace sacrificios como ayunar varios días previos al banquete. Sin embargo, en el día señalado no todo sale de acuerdo a lo previsto. ¿Acaso se cumplirá el refrán de ir por lana y salir trasquilado? En un relato jocoso descubrimos la respuesta.  En Los apodos no se excluye de sufrimiento al protagonista, si bien no se trata de un padecimiento físico. Los aprietos provienen del encuentro desafortunado con un antiguo condiscípulo y son fuente de vergüenza social. 

            Más allá de una posible clasificación de la obra en humor blanco, negro, surrealista, escatológico, generacional o involuntario, se puede afirmar que tiene un poco de todo. Con su lectura seremos espectadores de las peripecias de los personajes, de sobra entretenidas.




LOS APODOS
Lalo Vázquez G.
           
La mayoría de las personas que están por recibir un bebé en su casa, lo primero que hacen es buscarle un nombre bonito; que llame la atención y que no sea motivo de burla cuando él o la bebé sean mayores. Si es niño, el papá rápido impone su marca diciendo:
            —Se va a llamar como mi papá.
            Y la mujer, que no quiere quedarse atrás, opina que entonces también lleve el de su papá y el niño queda con cada nombre... (Aristeo Heraclio, Uriel Herlindo, Ponciano Anacleto, o por el estilo), y tienen que cargarlo hasta el final de sus días.
            Si es mujer, la misma cantaleta, solo que con los nombres de las mamás. (Venustiana Jazmín, Felicitas Xiomara, Kimberly Engracia...
            Ya que por fin les pusieron su nombre, por si fuera poco, en su misma casa, todavía él o la bebé no se vale por sí mismo, cuando ya tiene apodo.
            —A none ta pollito, ken esh mi osito.
            Y si no es pollito, es el muñe, el gusanito, el rorro, ojitos o titito.
            Así que, dentro de su mismo hogar, ya tiene tres nombres y si tiene muchos tíos va a tener más, porque cada uno le dirá como le da la gana.
            Al entrar a primaria, ahí cambia la cosa, porque los compañeros, que son con los que va a convivir mucho tiempo, esos escuincles, le dirán como les da la gana sin pedirle autorización a nadie.
            Si tienes orejas grandes, "el orejón"; tienes pelo largo, "el greñas"; si comes mucho, "el puerco"; si no aprendes nada, "el burro"; si se te sale un pedo, "el pedorro"; si hablas y escupes, "el babas"; si eres flaco y alto, "la garza"; si eres gordo, "el elefante";  y así cualquier cantidad de apodos.
            En mi salón, en el tiempo cuando era pequeño, tenía un compañerito; güerito de pelo a media oreja, lacio, lacio, rubio de ojos verdes; no hablaba mucho y siempre subía los brazos al pupitre y recostaba su cabeza. En una ocasión le dijo a la maestra:
            —¿Me da permiso de ir al baño?
            Y la maestra, con su delicada voz, en tono de carcelero, le contestó:
            —¡Aguántate!, ya falta solamente media hora para salir al recreo.
            Así que, el pobre escuincle, aguantó mucho, pero su esfínter lo traicionó y el salón poco a poco se cubrió de aquel maravilloso aroma a caquita. Pero lo mejor de todo, fue que teníamos que salir a recreo y a nuestro compañerito lo mandaron a su casa con todo y sus residuos fecales incrustados en su ropita interior.
            Al día siguiente ya todo el mundo lo conocía por su bien ganado apodo de "el cagón" y, hasta la fecha, le siguen diciendo así. Es más, su nombre se olvidó.
            A mí y a otro compañero, llamado Roberto, nos decían los zurdos porque escribimos con la mano izquierda. A Agustín, como era muy femenino, le decían el Joto; a una compañera de piernas muy delgadas y largas le decíamos la Avestruz y a un compañero que tenía una nariz muy grande y que siempre la tenía llena de barros le decíamos "el Bolas"; además de que este compañero tenía la voz muy gruesa para su edad y aunque hablara quedito se escuchaba muy fuerte.
            Donde quiera que él me encontraba, agarraba aire y gritaba a todo pulmón, ¡¡¡Lalooo!!! Y lógicamente lo hacía con la intención de asustarme y así me viera a dos o tres cuadras de distancia me gritaba y eso lo agarramos los dos de costumbre. Cada que nos veíamos, él me gritaba Lalo y yo le gritaba, Bolas, en respuesta.
            La primaria terminó, la secundaria pasó, las hojas de los calendarios cayeron como confetis; cada uno de aquellos compañeros tomaron rumbos diferentes: unos, políticos; otros, dueños de algún negocio; algunos, maestros; aquellos, rateros y mi amigo, Bolas, se hizo taxista.
            Regularmente nos encontrábamos en los cruceros de alguna calle y gran cantidad de veces hizo que mis trusas se mancharan de heces del susto, o mejor dicho, que se acentuara más la famosa raja de canela por los sustos que me ponía al gritarme, ¡Lalooo!
            Así que me di a la tarea de que cada vez que yo me lo encontrara en la calle, ser el primero en gritarle a todo pulmón el apodo de "Boolaas". Nada me haría tan feliz, pero desgraciadamente todos mis intentos fueron fallidos, porque siempre me veía él primero.
            Pero, bendito sea Dios, llegó por fin el día tan esperado para mi venganza.
            Una mañana, al casi terminar de correr, vi parado al famosísimo “Bolas” a escasos veinte metros de mí. Sentí un escalofrío recorrer toda mi piel, como dice la canción. Y vi ahí la oportunidad de mi gran desquite, esperado por tantos y tantos años; hasta se me iluminó el alma. Seguí caminando y, ya casi por llegar hacia él, sentía un hormigueo en el cuerpo. Bien emocionado, como cuando era niño y jugaba a las escondidas, me fui acercando poco a poco como pantera y, al tenerlo muy cerca, inhalé todo el aire que pude y directo a su oreja le grité, no con la voz, fue con el corazón y con todo mi esfuerzo: ¡Boolaas!
            El señor pegó un pinche brinco como de dos metros y volteó con los ojos que casi se le salen de las órbitas, espantadísimo del susto que le di. Cuando volteó me di cuenta de que no era el Bolas, ¡era otro señor! Lo confundí, por Dios santo, pensé “este güey me va a madrear”, entonces lo que se me ocurrió hacer fue levantar las manos y volví a gritar pero ya con menor intensidad: ¡Bolas! y, en tono bajito, pero que me oyera el señor, dije:
            ─ ¡Ven, güey!, ¡ven!
            Hice una seña levantando el brazo, simulando que le hablaba a alguien, me pasé frente a él, seguí caminando y así, como no queriendo, corrí como loco y me fui, sin voltear para nada.




domingo, 12 de agosto de 2018

ENTRE EL PLACER Y EL ASOMBRO



ENTRE EL PLACER Y EL ASOMBRO

Continuamos con el homenaje a nuestro recordado maestro, Herminio Martínez. Este mes de agosto, el día 17, se cumplirán cuatro años de su fallecimiento. Los compañeros del Diezmo de Palabras preparamos una serie de textos que estamos seguros de que a nuestro Maestro le hubieran llenado de satisfacción, al constatar que sus alumnos seguimos en la ruta marcada.

PRESENTACIÓN DE  ALEXXA DY MAR
Por Enrique R. Soriano Valencia

La poesía es hoy uno de los géneros literarios de mayor práctica entre quienes aspiran a tener un lugar como escritor; en la antigüedad, la poesía era la literatura. En los albores de la civilización, solo los iniciados, los muy pocos que sabían leer y escribir, buscaban preservar la historia, los libros sagrados, las grandes biografías en el único género que reunía todo: la poesía. La palabra era poesía y sin poesía la palabra estaba agotada.

En ella se guarda la música; en ella se halla el pensamiento escondido; en ella se ubica la pasión humana; en ella se asienta la quinta esencia del ser humano: lo que lo hace diferente de todos los otros seres de la creación: musicalidad, razón, inteligencia, escritura, risa y gozo son las particularidades que definen a la raza humana. A escribir aspiramos muchos, pero a dominar todo lo que encierra la poesía como resguardante de la condición de humanos solo le está permitido a quienes llegan a la llama de Prometeo. 

La poetisa Alexxa Dy Mar, cuyo nombre real es Diana Alejandra Aboytes Martínez, nació en Celaya un 31 de enero. Desde este rincón de Guanajuato se ha nutrido y formado para ser digna heredera de la palabra como poesía.  No obstante, también cultiva prosa con la sensibilidad poética. De su musicalidad, surgen letras arrebatadoras porque de los caminos del erotismo nace la propia humanidad, con las dos acepciones del término. Con dominio de la palabra, al igual que el erotismo, esconde sutilmente el centro de la maravilla del ser humano. Con ello atrae y recrea; seduce e incita; provoca y arrebata con la dulce caricia de la imaginación; con el atractivo velo de obligarnos a descubrir lo que conocemos, pero que con sus referencias nos lleva a paladear lo que solo en la mente ella ha construido con sus metáforas.

Alexxa tiene un trato afable. No se le descubre poeta hasta que se leen sus textos. Es digna representante de su sector por el maquillaje, las uñas y vestir coqueto. Pero esos rasgos comunes superficiales ocultan el terciopelo del erotismo que sobresale de la hoja que contiene sus textos.

En El enigma de Enrico Dubain, Alexxa nos presenta un hombre de mundo que se ve atrapado por la belleza integral de una modelo en el lienzo. ¿Su pasión le da vida o la vida la absorbe de los magistrales trazos, cual Pigmalión? Ni duda cabe en que su cotidianidad se altera por la adquisición de un cuadro que ahora será su culto secreto.

Alexxa, así, nos comparte el placer  de las caricias de unos vocablos medidos, dosificados, que despiertan el sistema endocrino para esparcir por todos nuestro cuerpo las sustancias de bienestar.  Así, sus letras y las figuras que recrea en nuestra mente multiplican el ritmo cardiaco y nos hacen revivir  caricias reales, que en sus trazos llevan poco a poco al clímax de sentirnos fundidos con el Universo… como su personaje.

Su obra nace en un corazón representativo de la humanidad, pero singularizado por la bondad de compartir lo que ha descubierto del Cosmos.

En La mejor jugada, la autora nos plantea la timidez como impedimento para validar la condición de ser humano lleno de pasión y deseos por asirse de los dinteles de la gloria. La suerte de la personaje hace que las malas jugadas de sus compañeras la lleven a lo que su propio anhelo reclamaba. Así el Universo se confabula para lograr lo que la timidez no permitía.

Los personajes no solo juegan al erotismo, son objeto y sujeto en él. Una simple descripción y un estremecimiento en la espalda del lector se registra cuando en El infinito universo de la palma de la mano Alexxa describe las técnicas de seducción.

Con su prosa, entonces, Alexxa demuestra que la poesía se halla en reconocer al ser humano como la armonía que mueve la dinámica humana.

El amor es lo que mueve al Universo. Cada criatura lo sabe, pero Alexxa nos lo da en una charola que no es de plata, sino de algo más valioso: la mezcla de su buen decir para bien imaginar y para extasiarnos en la recreación interna de revivir el Big Bang primigenio.



EL ENIGMA DE ENRICO DUBAIN
Por Diana Alejandra Aboytes Martínez

La galería lucía a su máxima capacidad. Se habían dado cita a la inauguración todos los amantes del arte del pincel, pero también uno que otro llegó impulsado por la curiosidad y el antojo de los bocadillos que acostumbran dar al final.
Entre los asistentes figuraba un caballero, Enrico Dubain, conocido en la elite social por su economía holgada y el gusto por la cultura. Contaba con el privilegio en su buen porte y soltería. Aunque la juventud y él ya no caminaban a la par, era del tipo de hombre que la madurez les regala un aire interesante. Recorrió las salas. Se exponían obras de un pintor prolífico. Desnudos de bellas féminas caracterizaban su trabajo. Era notorio cómo en cada curva –de esas caprichosas que todo cuerpo de mujer tiene- su trazo lo deslizaba varias veces. Como queriendo hacer suyo cada espacio que este le ofrecía. La pasión con que delineaba sus pinturas parecía quedar contenida en éstas. Era algo indescriptible que sólo la vista adivinaba.
Enrico admiraba cada obra, pero la rutina le cegaba y le parecía que todas no pasaban de ser como otras tantas de cada exhibición. Faltaba por caminar otra sala, estaba a punto de desistir pero algo le empujó las ganas y cuando menos pensó ya la recorría. Sus ojos llenos de monotonía miraban sin ver, hasta que topó de frente con un cuadro donde la musa fue perfilada de cuerpo completo… cabellos largos caían suavemente por sus hombros, su pícara y expresiva mirada fue cautelosamente grabada en el lienzo, tanto, que él sintió cómo esos ojos lamían su mirada provocándole reacciones químicas. Los carnosos labios sensualmente coloreados en intenso carmín, semejaban pulposo fruto. Sus redondeados pechos finamente realzados por un rosáceo pezón. Las pronunciadas caderas sostenidas sobre unas torneadas piernas. Finalizaba el paisaje con unos menudos y descalzos pies. A su desnudez sólo la ornamentaba un collar de rubíes que le fue colocado en relieve. Sin perder tiempo, Dubain buscó al artista para pagar lo que fuera y llevar a su hogar la belleza. Llegó a su casa. Desesperado cual niño arranca la envoltura de su nuevo juguete, parecía encontrar placer en cada rasgueo del papel que lo cubría. La observó nuevamente y buscó espacio entre obras de reconocidos autores que pendían de sus muros. Un sitio vacío parecía estarla esperando. Colocó un pequeño reflector a los pies del cuadro y la iluminación intensificaba el magnetismo que la pintura contenía.
Subió a su recámara satisfecho de su nueva adquisición. El sueño lo abrazó, sin resistirse a él, ya en breve dormía profundamente. Al amanecer, Enrico despertó cansado, pero con ese agotamiento placentero que sólo el sexo proporciona. No prestó importancia. Se duchó y salió al desayuno que las reconocidas Corcuera y Santibáñez ofrecían, sólo con el fin de figurar en las páginas de la socialitè.
El caballero regresó entrada la noche a casa, con el buqué del vermut en la sangre y las ganas de dormir cerrándole los ojos. No supo cómo pero llegó a su cama. Cerró los parpados y se perdió. Al poco rato sintió el resbalar de un cuerpo sobre el suyo y unos labios recorriendo su cuello… besos que bajaban lento a los lugares precisos donde el placer es imperioso. A la mañana siguiente le vino el vago recuerdo de lo sucedido en la madrugada. Supuso que los sopores etílicos lo afectaron al grado del delirio.
Era domingo, decidió salir a la plaza y conversar con viejos amigos. Volvió temprano, las desveladas ya no las toleraba una tras otra. Se recostó, tomó el libro empastado en piel que descansaba en su mesita de noche. Leyó por un buen rato hasta que sintió necesidad del sueño. Avanzó la noche y un rayo de luna se coló por la ventana. La alcoba ofrecía claroscuros que pronto fueron aprovechados por la misteriosa mujer que al sumergirse entre las sábanas poseía deliciosamente el cuerpo de Enrico. El violento cabalgar de ella logró que él despertara por completo. El hombre, entre el placer y el asombro no sabía que ocurría. Sólo veía unos largos cabellos agitándose de un lado a otro y el brillo de un collar dando destellos a unos pechos en movimiento. Hasta que la intensa mirada de ella chocó con la de él. Fue entonces que reconoció a la musa de su nueva compra.
Pasaron los días, todo era calma en esa casa. Los amigos comenzaron a echar de menos a Dubain. Era extraño no verlo en las cuantiosas reuniones acostumbradas. Preocupados, decidieron buscarlo en su casa. Llamaron a la puerta sin obtener resultados. Tomaron la llave de emergencia y apuraron a pasar. Recorrieron todo sin encontrar nada extraño, hasta que uno de ellos con el rostro desencajado miraba el cuadro con la pintura de la galería. En minutos todos se unieron a mirar…de frente y desnudo, Enrico, aparecía pintado en la obra y la mujer abrazándole por la espalda.



LA MEJOR JUGADA
Diana Alejandra Aboytes Martínez

Contraria a los estándares de las medidas perfectas, Medarda era una chica más bien rolliza, de mirada profunda y labios prominentes. De su cabeza pendían unos rizos castaños que bajaban en cascada por sus hombros. Tenía cierto imán con el sexo opuesto. A pesar de no ser una mujer fatal, era cautivadora. En la universidad, con frecuencia se le veía rodeada de varones. Sus redondeadas formas ponían como roca a más de uno. Por esa razón, sus compañeros la apodaban, Medusa.
        Pero a ella sólo le atraía uno de ellos. Era algo así como su Perseo, porque por él ¡sí que perdía la cabeza! Ese chico apenas y le dirigía la palabra y evitaba mirarla a los ojos.
        Algunas de sus compañeras al verse desplazadas por su presencia, decidieron jugarle una broma. Organizaron una fiesta en la piscina en casa de una de ellas. Querían hacerle pasar un mal rato con aquello del traje de baño. Por supuesto, a Medusa no le intimidaba mostrar su curvilíneo cuerpo en poca ropa y el día de la fiesta lucía sensacional. Por consiguiente, sus compañeros la asediaban.
        Las chicas ardían, y no precisamente por el sol que caía como plomo sobre ellas en la alberca. Idearon otro plan. Con un pretexto le pidieron pasar a una de las recámaras. Confiada entró y cuando intentó salir se percató que la puerta estaba asegurada por fuera. Comprendió la mala jugada.
        Transcurrido un momento, con engaños metieron al tímido de la clase al mismo cuarto. ¡Vaya suerte!... encerrada con el chico que tanto le gustaba.
        La timidez se perdió. A horcajadas, con rítmico movimiento de caderas, Medusa deseó que el encanto de haberlo convertido en “piedra” durara una eternidad.




*Texto publicado en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

domingo, 5 de agosto de 2018

EL DOCTOR AGUIRRE, UN CAZADOR DE LEYENDAS



EL DOCTOR AGUIRRE, UN CAZADOR DE LEYENDAS

Este mes de agosto, el día 17, se cumplirán cuatro años del fallecimiento de nuestro recordado Maestro, Herminio Martínez. Como un sencillo homenaje, los compañeros del Diezmo de Palabras preparamos una serie de textos que estamos seguros de que a nuestro Maestro le hubieran llenado de satisfacción, al constatar que sus alumnos seguimos en la ruta marcada.

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Su nombre es Carlos.  De cariño, sus amigos le dicen el Doctor.  Yo lo llamo, el Cazador de Leyendas.  El doctor Carlos Javier Aguirre nació en León, Guanajuato.  Ahí vivió su infancia y los primeros años de su juventud.  En mil novecientos ochenta y seis decidió radicar en esta ciudad de Celaya.  En ese tiempo su gusto por la escritura lo llevó a compilar un anecdotario, su primer intento en la redacción, donde relató en forma divertida, los sucesos y vivencias que le ocurrieron durante sus años de trabajo como veterinario en Atarjea y otras comunidades rurales del Estado.
            En el dos mil once, por invitación del Maestro Herminio Martínez, fundador y director del Taller Literario Diezmo de Palabras, se integró al mismo, del cual es un miembro asiduo y muy querido.
            El Doctor, más que crear historias, toma las ya existentes, las impregna con su peculiar forma de redactar y las hace suyas.  En los barrios viejos de la ciudad y entre personas de mucha edad descubre relatos increíbles, algunos de ellos amenazados con ser enterrados en el olvido.  Su labor es rescatar esas leyendas que pasaron de boca en boca, de generación en generación.  Una vez que recauda datos y toma notas que corroboran la historia a él confiada, le da una nueva forma, con un toque especial de comicidad, para luego perpetuarla en tinta y papel.
            Es un deleite leer la versión de cada una de las leyendas que llegan a él.  Una característica de su pluma es redactar en una forma amena y entendible para cualquier edad y condición social.  El sentido del humor no puede faltar en sus líneas, lo mismo que el respeto y el buen gusto, lo que hace que cualquier tema que toque sea grato para su lector.
            Nada se compara con escuchar de su voz una de esas narraciones.  El entusiasmo, el énfasis exacto y la entonación adecuada que pone en cada palabra logra atrapar a su púbico para hacerlo participe de mil emociones.
            Sus escritos han dado a conocer historias como La Güila Mayor, El Ángel de Angelina, La Tumba Abandonada y un sinfín de relatos de Celaya y sus alrededores.  Del amplio compendio de leyendas que ya tiene en su poder, las tituladas: Doña Perpetua y La Niña del Pujo, tienen un lugar privilegiado en el gusto del Doctor, aunque en cada una de ellas deja un poco de su corazón.
            La historia de Doña Perpetua narra la vida y muerte de la señorita Perpetua Ontiveros, joven acaudalada, embustera y mezquina, la cual era víctima de ataques catalépticos.  En su relato, el Doctor detalla, con un estilo digerible, cómo es que un día, doña Perpetua sufre uno de esos ataques, del que no despierta más.  Grande es la sorpresa del sepulturero cuando en la noche abre el ataúd con el deseo de apoderarse de las joyas con las que la señorita fue enterrada.
            En La Niña del Pujo, con las palabras sencillas que acostumbra en sus escritos, el Doctor contagia buen humor al relatar el extraño padecimiento que ataca a una chiquilla que pasaba las tardes al lado de su abuela.  Para librarla de lo que parece ser un aferrado empacho es llevada con una curandera, y más tarde, ante un doctor, sin obtener buenos resultados.  El desenlace es sorprendente y divertido, ya que es la niña, quien, harta de las molestias por las que pasa para recuperar la salud, revela la razón de su padecimiento.
            Otra de las leyendas recopiladas por el Doctor es La Tumba Abandonada.  En ella, con esa forma simpática de escribir que lo caracteriza, narra las peripecias por las que pasa el Chinito, un singular sepulturero.  Resalta, lo que el protagonista considera como un encargo más en su trabajo.  El matiz viene debido a que la petición la hace un hombre que está rodeado por un gran misterio.  El lector se lleva una sorpresa al descubrir la identidad de quien en esa ocasión solicita los servicios del Chinito.            
            Sin duda, la obra de Carlos Javier Aguirre es recomendable para conocer el pasado de la región y sus personajes más pintorescos o simplemente para pasar un rato agradable, en un paseo por la fantasía, llevado de la mano por el Cazador de Leyendas.
Javier Alejandro Mendoza González
Celaya, Guanajuato, julio del 2018




LA NIÑA DEL PUJO

Carlos Javier Aguirre Valderrama                                                                    

Del mercado Hidalgo se recuerda con agrado que, en el año de 1965, era una plazoleta donde la gente del campo iba a vender sus hortalizas.
            Doña Joaquina se sentaba  a esperar a sus marchantes, mientras su nieta, Cony, niña muy vivaracha, se la pasaba jugando por toda la plazuela. Un día se encontró platicando a su abuela con un  señor.
            —¿Abuela, quién era ese señor?
            —Te voy a confesar un secreto pero me prometes que a nadie se lo vas a decir.
            —Te lo prometo.
            —Bueno, ese señor hace mucho tiempo fue mi  novio.
            —Ay, abuela, qué guardado te lo tenías.
            A los pocos días, Cony empezó a sentir fuertes dolores de barriga y retortijones. La llevaron con doña Micaela para que la curara de empacho. Empezó jalando en el pellejo de la cintura y dándole golpes en la barriga. La niña escupía, hacía mil gestos y contorsiones.
            —Ay, abuela, dile que ya no me pellizque.
            —Toma, Joaquina, le das estas yerbita para que se le salga el empacho de la tripa, la yerba del perro, la uña del gato,  la cola de caballo con el estafiate y la Santa María, todo como agua de uso. Si no ves mejoría la llevas con un doctor.
            Dos días después, Cony fue llevada al Centro de Salud.
            —¿A ver, niña, qué es lo que tienes?
            —Pos las calenturas y no dejo de ir al baño
            —Bueno, ahorita  la enfermera te va aponer  en el brazo una manguerita para que entre el medicamento y yo con esta jeringa te voy a inyectar.
            —No, no doctor, me va doler mucho, mejor le digo lo que me pasó.
            —¿Qué te pasó?
            —Me comí un secreto.




DOÑA PERPETUA
Carlos Javier Aguirre Valderrama

La señorita Perpetua Ontiveros, hija única de una de las familias de más abolengo en la ciudad de Celaya, con domicilio en la primera calle de Madero, había sido desde chica muy enfermiza, con  ataques que la dejaban inconsciente durante varias horas. Su padre era un rico hacendado.  La familia pasaba  largas temporadas  en el municipio de San  Diego de la Unión. Por sus constantes  enfermedades y su aislamiento fue una experta en egoísmo. Era embustera y mezquina, pero su dinero  le reportaba cierto respeto con sus amigas, aunque fueran muy pocas.
            Un día de mayo  ya no despertó. Se  dispuso  todo para su entierro en la cripta familiar. La vistieron, le colocaron sus aretes de diamantes, un broche de esmeraldas y un anillo brillante del tamaño de un garbanzo. Su papá pidió verla por última vez. Destaparon la caja. El enterrador se quedó asombrado de las joyas que traía la muerta.
            Por la noche,  el sepulturero cerró el panteón desde adentro. Fue hacia la cripta de la señorita Perpetua. Abrió la caja. Empezó por quitarle los aretes y el broche. Pero por más esfuerzo que hacía en sacarle el anillo, no podía. Agarró las  tijeras de jardinero que tenía al lado y le cortó el dedo. Doña perpetua se dio el sentón  y el sepulturero cayó sobre ella.
            Macabro hallazgo al día siguiente para los trabajadores del turno matutino del panteón. Encontraron  la caja de la señorita Perpetua abierta y al sepulturero sin vida, encima de ella, con el anillo en la mano.




LOS GASES DE LA MUERTE
Carlos Javier Aguirre Valderrama


La familia Vázquez, con  actitudes muy enraizadas con la religión católica, vivía por el barrio de San Miguel. Desde que llegaron a vivir a esa casa empezaron a suceder cosas extrañas. Por las noches se  escuchaba el ruido de cadenas, llantos lastimeros y voces; los objetos cambiaban de lugar; los trastes de la cocina caían en el suelo sin ninguna razón lógica; las sillas del comedor tuvieron que amarrarse para que no salieran volando por alguna ventana.
            Una mañana, don Pedro Vázquez, entre sueños, despertó a su esposa Ana:
            —¡Despierta! El muerto quiere decirme algo, lo tengo sentado junto a mí. Dice que el Viernes Santo a la media la noche,  en el patio, debo de estar con dos niños vestidos de blanco, con una vela cada uno, deberemos rezar el Rosario. En algún lugar del patio empezará a salir de la tierra un árbol. Ahí tendré que escarbar. Lo que encuentre nos hará  muy felices.
            Al día siguiente decidieron mejor cambiarse  de casa. Se fueron por el rumbo del barrio de la Resurrección. Ahí las cosas no fueron muy diferentes, los sucesos extraños se mantuvieron.
            En las noches, en el patio se podía distinguir una llamarada. Desprendía unas esferas azuladas, desplazándose en diferentes direcciones hasta perderse de vista. La familia entró en pánico cuando vio que del piso empezaba a salir un pequeño árbol.
            En una ocasión, su compadre Julio lo vio en el jardín, caminaba cabizbajo.
            —¿Qué le pasa, compadre?
            —Que el muerto no nos deja tranquilos.
            —Mire, compadre, deme permiso de escarbar ahí donde dice usted que sale como lumbre
            —Bueno, si usted gusta, hágalo el fin de semana.
            El sábado, el compadre empezó a escarbar. De rato salió del hoyo sumamente  pálido con la mirada perdida.
            —¿Qué pasó, compadre?
            —Creo que ya me llevo la tiznada. Por la ambición creí que le había pegado a un cántaro de barro, pero empezó a salir un gas.
            No dijo más, perdió el conocimiento y dejó de respirar.




EL ÁNGEL DE ANGELINA
Carlos Javier Aguirre Valderrama

Angelina era una niña muy querida por sus padres, Alfredo Sánchez Corcuera, y su esposa, doña Guadalupe. A la edad de siete años, empezó con una extraña enfermedad. Su papá recorrió la mayoría de los hospitales de la ciudad hasta que, un día, un médico le dio la mala noticia: su hija tenía leucemia, cáncer en la sangre. “Vamos hacerle todos los tratamientos posibles para que tenga una mejor calidad de vida”.
            Angelina voló al cielo en el mes de mayo de 1911. Con todo el dolor en el corazón de sus padres,  la niña fue enterrada en el panteón municipal de Celaya. Su padre consiguió al mejor escultor del estado, el señor Ausencio González, a quien encontró en la ciudad de Salamanca y le solicitó le hiciera un ángel con el rostro de la niña, que fue colocado sobre su tumba.
            El señor Alfredo pasaba todos los días al panteón, antes de llegar a su trabajo, para visitar la tumba de su hija. En una de sus visitas al panteón, el ángel no estaba en su lugar. Molesto, le reclamó al sepulturero:
            —Señor Concepción Méndez, ¿qué cuidan ustedes? ¿Por qué no está el ángel sobre la tumba de mi hija?
            —Mire, señor, el ángel se sale del panteón y cuando llega un nuevo difunto, lo acompaña hasta que terminan de enterrarlo, nosotros lo hemos visto.

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...