domingo, 24 de abril de 2016

DESDE ROMEO Y JULIETA HASTA DON QUIJOTE DE LA MANCHA


DESDE ROMEO Y JULIETA HASTA DON QUIJOTE DE LA MANCHA

El día 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro. Coincide con las fechas del fallecimiento de dos grandes escritores, (aunque en realidad las fechas no son exactas), pero lo importante es el detalle. Los autores son: el gran creador de obras de teatro, William Shakespeare (se pronuncia más o menos así: (Sheikspir) y el inmortal Miguel de Cervantes Saavedra, autor del libro más famoso en la historia, Don Quijote de la Mancha. Como también estamos celebrando el mes de los niños, haremos el intento de explicarles a ellos quiénes eran estos personajes.
William Shakespeare, a quien de ahora en adelante le diremos, Memo, nació en Inglaterra hace un montón de años (1564) en un pueblo llamado Stratford-upon-Avon, que más o menos quiere decir que es un pueblo sobre un río, el río se llama Avon. O sea que algo así como Celaya-sobre-el-río-Laja. Desde niño le gustaba escribir poemas y también historias para actuarse en teatro. Como en su pueblo era difícil hacerse de fama o ganar dinero como escritor (algo así como también sucede en Celaya), decidió mudarse a Londres en una ocasión que una compañía de teatro pasó por su pueblo. Memo se les pegó a los actores (a él también le gustaba actuar) y dejó detrás a su familia, incluyendo esposa e hijos. Tan fuerte era su amor por el teatro. (Las malas lenguas dijeron que era más bien por huir de su mujer, que era mayor que él y de mal carácter). El caso es que llegó a Londres y comenzó a trabajar como actor y escritor de obras de teatro. Tuvo un éxito relativo en vida, pues en su época no era fácil ganar dinero con su profesión, pero como compensación, tuvo una vida extraordinaria, llena de aventuras que plasmaría en sus grandes obras. Entre las más conocidas está el drama de Romeo y Julieta. Un par de jovencitos enamorados, pero como sus familias no se podían ver ni en pintura ellos no podían estar juntos.
El otro gran autor, Miguel de Cervantes Saavedra, también nació hace un montón de años, 1547, en una ciudad llamada Alcalá de Henares, España. Fue soldado, novelista, poeta y escritor de obras de teatro. Igual que Memo, Miguel escribía desde muy pequeño, lo cual era un gran logro en esas épocas ya que no era fácil tener la paciencia para utilizar una pluma (sí, una pluma de pollo) y un frasco con tinta. Trabajó en varias cosas, le gustaba la variedad, pero definitivamente lo que lo hizo famoso fue la literatura. Por razones que no viene al caso, estuvo en la cárcel y desde ahí comenzó a preparar la obra que lo haría inmortal: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Cervantes escribió obras de teatro muy divertidas, actualmente todavía se representan en muchos teatros del mundo y don Quijote de la Mancha y su noble escudero, Sancho Panza, representan el muchos valores que todos debemos aprender. Si tienes oportunidad, aquí mismo en Guanajuato capital existe un museo muy interesante sobre el Quijote.
Los valores universales en la obra de Shakespeare y Cervantes han permanecido por siglos y son tan vigentes como en su época. Puedes leer algo sobre ellos o sus propias historias y te aseguro que te van a encantar. Los libros son tus amigos. También compartimos un cuento de nuestro Quijote de Machigua, Herminio Martínez. Vale.
Julio Edgar Méndez



ROMEO Y JULIETA
En Verona, una ciudad situada al norte de Italia, vivían dos familias rivales: Los Capuleto y los Montesco. Un día Romeo, joven de la familia de los Montesco, asiste con una máscara a una fiesta en casa de los Capuleto. Allí ve a Julieta, hija de estos y se enamora de ella. Después de la fiesta, los jóvenes se encuentran. Estando bajo la ventana de Julieta, Romeo la oye confesar a la noche su amor por él, y obtiene su consentimiento para un matrimonio secreto y, con la ayuda de fray Lorenzo, se casan al día siguiente.
Cuando los Capuleto se dan cuenta de que Romeo ha estado en la fiesta se enfadan muchísimo, Tebaldo (de la familia Capuleto) reta a Mercurio (amigo de Romeo) por este motivo y en la pelea tiene que intervenir Romeo que mata a Tebaldo que había dado muerte a su amigo. Es entonces cuando Romeo es  condenado al destierro y, al día siguiente, deja Verona para ir a Mantua,  fray Lorenzo entiende que es el momento oportuno para hacer público su matrimonio.
Julieta, forzada por su padre a casarse con el conde Paris y aconsejada a hacerlo incluso por su nodriza, que antes había favorecido su unión con Romeo, se deja convencer por fray Lorenzo de que consienta, pero la víspera de la boda se bebe un narcótico que la hará parecer muerta durante cuarenta horas. El fraile mismo se ocupará de avisar a Romeo, que la sacará del sepulcro a su despertar y la conducirá a Mantua.
Julieta pone en práctica el consejo. Pero el mensaje no llega a Romeo porque el fraile que debía entregarlo es detenido; en cambio le llega la noticia de la muerte de Julieta. Compra a un boticario un poderoso veneno y se dirige hacia el sepulcro para ver a su amada por última vez; en la entrada encuentra a Paris y lo mata en duelo. Entonces, Romeo, después de haber besado a Julieta por última vez, bebe el veneno. Julieta vuelve en sí y encuentra a Romeo muerto, con la copa aún en la mano. Se da cuenta de lo sucedido y se apuñala.



DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Un día Don Quijote decide imitar a los caballeros andantes de los libros que había leído... Se pone una armadura, monta a caballo, se hace acompañar de un escudero, y sale a los caminos en busca de injusticias para ponerles remedio.
Su valor no tiene límites: lo impulsa a realizar empresas que parecen imposibles, a enfrentarse a gigantes y magos perversos, con tal de que el bien triunfe sobre el mal. Es un hombre de palabra: se esfuerza por cumplir lo que dice, y le basta decir algo para sentirse comprometido. Vive, además, enamorado, porque un caballero andante sin amores es como un árbol sin hojas ni frutos. Un enamorado siempre fiel, que nunca –aunque lo persigan las muchachas más bellas– traiciona el amor por su dama.
Con todo esto, Don Quijote no es soberbio, porque sabe que está al servicio de los ideales de la caballería, que se hallan por encima de cualquier caballero en lo individual, y sabe que es el amor de su dueña, la sin par Dulcinea del Toboso, lo que da fuerza a su brazo. Su ambición mayor es dedicar la vida a perseguir esos ideales, y decir de su amor que "en tan hermoso fuego consumido, nunca fue corazón".
La ambición más grande de Sancho Panza es satisfacer las necesidades de la vida diaria: tener que comer, un lugar donde dormir, ropa limpia, dinero... Lo tienta la idea de resolver de una vez por todas  los apremios económicos y por eso se deja convencer de su vecino para irse con él, como su escudero, tras la promesa de que lo hará gobernador de una isla.
Sancho es un hombre prudente y pacífico, enemigo de pleitos. Se permite sentir miedo. No le interesa meterse con nadie ni que se metan con él. Tiene un perfecto sentido de la justicia y sobre todas las cosas ama a su familia. Respeta y quiere a su mujer, Teresa, con un amor tan sólido, tan pegado a la tierra como los refranes que continuamente dice.
Sancho es un hombre leal, dispuesto a hacer casi todo por su amo –no a dejarse azotar, por ejemplo–; vence sus temores y sus fatigas por lealtad y termina contagiado por los ideales de su patrón, a quien él llama el Caballero de la Triste Figura.

* Felipe Garrido, “Prólogo a Miguel de Cervantes Saavedra” en Don Quijote de la Mancha. México, SEP-Océano, 2005.



EL VENDEDOR DE SOMBRAS
Herminio Martínez

Jacinto Roque casi se vuelve loco cuando, en la escuela, les dieron la noticia de que en el pueblo construirían un campo de fútbol.
-¿Qué? –se sorprendieron.
-Ya están ahí las máquinas –les habló el maestro-, será una cancha para esta comunidad y todos los pueblos que tengan un equipo y quieran participar en los encuentros.
-¡Oohhhh! –exclamaron los jóvenes.
-¿De verdad?
-Sí –continuó el docente-, el gobierno ha pensado en nosotros. Ésta será una oportunidad no sólo para conocer a los equipos más famosos, sino también para que las personas vendan camisetas y refrescos en los domingos de torneo. Llegarán multitudes, habrá autos y camiones, puestos de comida aquí y allá.
-¿De comida?
-Bueno, y de cornetas. Y sombreros.
-Yo venderé sombras... -se oyó una voz.
-¡Eh!
-Sombras…
Jacinto Roque había dicho “sombras” y todos se echaron a reír.
-¿Tú? ¡Por Dios, Jacinto!
-Querrás decir, sombreros –lo corrigió el maestro.
-O cachuchas.
-O pequeños paraguas de papel.
-¡Sombras! –recalcó el muchacho, imaginándose la vida que iba a ser para él al andar allí, ofreciendo una sombra, traída de la barranca que sólo él conocía, porque solía recorrerla cuando iba con su papá a buscar pájaros y raíces.
-O pan de trigo, del que hace tu mamá.
-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! –otra vez se rieron.
Jacinto no habló más, porque no se apartaba ni un instante de la visión profética de andar entre los puestos y las gradas, gritando:
-Sombras… Sombras… Sombras… Aquí tiene su sombra. Por sólo veinte pesos cómpreme una sombra.
-¡Muchachos! –les habló el maestro. ¡Por favor!
Cualquiera pensará y pensará muy bien -sabiendo cómo son los jóvenes- que Jacinto soñaba.
-¡Bueno! -insistió el maestro- ¡Y ahora a trabajar! Los esperan los números... Las frases de tarea… Mi obligación era informarles lo que pronto veremos: una cancha con césped, tribunas, redes.
-Y luces para cuando haya juego por las noches –agregaron.
-Probablemente…-suspiró, recordando sus tiempos de estudiante en una ciudad con puerto, una colina azul y buques, que –según se decía- iban para la guerra.
-¡Ahhh! –hicieron.
-¡A trabajar! –les ordenó-. Ya tendremos tiempo de hablar de juegos y noches de luces encendidas.
Pasaron muchos días, semanas, tal vez meses, hasta que, un domingo, la gente despertó con el bullicio, la música, los aficionados, que ya venían a ver el encuentro entre los dos equipos.
Desde la mañana había estado anunciándose que llegaría el gobernador, el alcalde, los principales directivos a ver el juego, y, como lo supusieron, hubo quien ofrecía playeras amarillas, sombreros blancos, gorras rojas, botellas de refresco, pan, fruta, comida.
-¡Pase! ¡Pase! –gritaban en los puestos.
Nadie lo hubiera sospechado, ni siquiera el maestro Antonio Robles: Jacinto, el “Gran Jacinto”, como varios papás y alumnos lo apodaban, andaba entre la gente ofreciendo sombras, pequeñas sombras que agitaba el viento bajo la mancha azul donde quemaba el cielo un sol al medio día, esplendoroso, enorme, motivando a que cualquiera se acercara a aquel niño para pedirle:
-Dame una sombra, por favor.
-¡A mí otra!
-Y a mí.
-También a mí.
-Una para el señor gobernador, muchacho.
-Para el alcalde.
-¡La mía!
Jacinto había traído suficientes, si no, quién sabe y no le hubieran alcanzado. Temprano estuvo en la barranca que sólo él conocía, donde, con un hilito y otro y otro, se la pasó amarrando sombras, mientras, abajo, la gente despertaba para irse a misa, a almorzar y prepararse a ver el juego.
-¡Uf! -exclamó el niño-. Ya voy a terminar. Me quedan dos; no, tres o cuatro sombras. Para el siguiente juego traeré dos veces más, al fin que son pequeñas y pueden hacerse grandes, según lo quiera el cliente.
Amarrarlas a un hilo grande con un nudito y otro, había sido su técnica. Pero como las sombras son ligeras y pueden acomodarse en un espacio breve, pudo traerse muchas; por eso le alcanzaron para todos los visitantes, quienes por veinte pesos se las compraron todas.
-¡Oh! –exclamó al final-. Ahora sí tengo dinero. Cada vez que haya partido yo bajaré del cerro con mis sombras. Mientras la tía Adelaida prepara quesadillas y don Manuel Saavedra vende su agua, yo gritaré:
“¡Sombras! ¡Sombras! Lleve su sombra”…
¡Me ha ido bien! Ahora mismo iré con mis papás para que compren ropa, comida y le vayan pagando la deuda al tío Clemente. Con dos partidos más, pienso que vamos a salvar la casa.


IMÁGENES:
*Quijote, mural de la artista de Cortazar, Romi.

**Romeo y Julieta, de Palnk.

domingo, 17 de abril de 2016

NIÑOS CUENTA CUENTOS 2016

NIÑOS CUENTA CUENTOS 2016
-Celaya, segunda parte-

El taller literario Diezmo de Palabras reconoce el talento de los pequeños cuenta cuentos, quienes han tenido un papel destacado en todos los concursos de la región. Esta es la segunda parte, que los disfruten.

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EL MURCIÉLAGO ASUSTADO
Joshua Alexander González Laiseca
Escuela: Melchor Ocampo

Érase una vez un murciélago que siempre decía: “¡Soy el más malvado! ¡Soy el más malvado!”
Un día se le olvidó cerrar la puerta, no hizo caso y se fue toda la noche a buscar presas diciendo: “¡Soy el más malvado! ¡Soy el más malvado!”.
Después vino la lombriz, la lombriz se metió dentro de la cueva y después de cinco horas regresó el murciélago, vio su casa y dijo: “Mmm ¿quién está ahí,  dentro de mi cueva?”  La lombriz dijo: “¡Madre mía me va a comer, veré si lo consigo asustar!”, entonces agarró aire y dijo: “¡soy el animal más fuerte de la selva!, quien pisa al rinoceronte, al elefante y hace caca de vaca a todos los animales de la selva”.
Al murciélago, muy asustado, se le ocurrió una idea: llamar a su mejor amiga la ssss  serpiente, entonces la serpiente se metió dentro de la cueva y dijo: “ssss ¿Quién anda ahí, dentro de la cueva de mi amigo el murciélago?, si no sales en este momento te sacare de las orejas”, y entonces la lombriz dijo: “¡madre mía veré, si la consigo asustar!” agarró aire y dijo:  “¡Soy el animal más fuerte de la selva quien pisa al rinoceronte, al elefante y quien hace pedacitos a todos los animales de la selva. Entonces la serpiente asustada mejor se fue a su casa”.
Después al murciélago se le ocurrió otra  idea, llamar a una amiguita, a la señora gallina. La señora gallina se metió cacaraqueando dentro de la cueva y dijo: “cocoroco, cocoroco, cocoroco. ¿Qui, quién anda ahí, de dentro de la cueva de mi amigo el murciélago? Cocoroco, cocoroco” y la lombriz dijo: “¡Madre mía, me va a comer, veré si la consigo asustar!” agarró aire y dijo: “¡Soy el animal más fuerte de la selva, quien pisa al rinoceronte, al elefante y quien hace caca de vaca a todos los animales de la selva”.
Entonces la gallina, muy astuta, dijo: “¿Sa sabes que las gallinas comemos lo lombrices?” Entonces la lombriz ya no pudo fingir y mejor decidió salirse de la cueva. La gallina le fue a contar al murciélago y a la serpiente que quien los había asustado ere una simple lombriz y así supimos que era el animal más fuerte de todos.



EL PASATIEMPO DE RAQUEL
María José Pescador Martínez.
Esc. Prim. Rural INDEPENDENCIA

Había una vez una mujer llamada Raquel, ella era una madre soltera quien vivía muy feliz en su casa con sus tres hijos. El más grande llamado Alejandro, el mediano llamado Natividad y el pequeño  Mauro. Ella les daba mucho amor  y alegría  y estaba con ellos todo el tiempo que le era posible. Pero al igual  que muchas mujeres tenía un pasatiempo y era que le gustaban mucho los libros y a lo largo de su vida había recopilado una gran colección, que ella quería mucho.
Un día cualquiera cuando estaba haciendo sus quehaceres uno de sus hijos, el más pequeño de los tres, fue a donde se encontraban los libros de su mamá y como todo niño curioso tomó el libro que más le llamó la atención, sin saber que ese era el favorito de su mamá; lo abrió, lo hojeó, lo leyó un poco y ese poco bastó para darse cuenta de que ese libro trataba de aviones y sin pensarlo dos veces el pequeño empezó a arrancar las hojas y comenzó a hacer muchos avioncitos de papel, ya que él imaginaba que podía volar en uno de ellos.
Raquel, quien acostumbraba sentarse en su sillón todos los días por la tarde y leer uno de sus tantos libros, de repente sintió el deseo de leer su libro favorito y entonces lo buscó donde acostumbraba dejarlo, pero no lo encontró. Se le hizo raro, lo buscó en su recámara, debajo de su cama, dentro del ropero y hasta en el baño, pensando que por error ahí lo habría olvidado y en su búsqueda encontró pequeños aviones de papel que al seguirles el rastro la llevaron hacia la recámara de su hijo…
¡Y cuál fue su sorpresa al ver su cuarto repleto de avioncitos de papel regados por todas partes! Raquel se puso furiosa, hervía de coraje y de inmediato llamó a todos sus hijos y les preguntó:
—¿Quién rompió mi libro?
Y después de un largo silencio el más pequeño a punto de llorar le dijo:
—Fui yo mamá.
Raquel, sin preguntar más le dijo:
—¡Te irás a dormir sin cenar tus galletas de chocolate que tanto te gustan!
Al día siguiente que regresaba de dejar a sus  hijos en la escuela encontró en la mesa un pedazo de papel; se trataba de una carta escrita con letra de su hijo pequeño en la que decía:
—Mamá, no fue mi  intención haber roto tu libro, te pido perdón y te prometo que de ahora en adelante pediré permiso para tomar algo que no me pertenezca. Te quiero mucho, mami.
Su mamá, con  una sonrisa en el rostro, salió de su casa en busca de su hijo y cuando lo encontró lo abrazó  y le dijo:
—Gracias, hijo, por entender que lo que hiciste no estuvo bien, que cada persona tiene algo que le gusta; como a ti te gusta tu triciclo a mí me gusta leer mis libros porque hacen volar mi imaginación y debes de aprender a respetar las cosas que no son tuyas.
Y para festejar, Raquel llevó a sus hijos a pasear al parque y mientras tomaban una limonada  les dijo:
—Hijos, de ahora en adelante juntos leeremos los libros que tanto me gustan.
Y desde entonces cada tarde se les puede ver a Raquel y a sus hijos en la cochera de la casa, sentados, leyendo e imaginando todas las aventuras que están escritas en cada uno de sus libros.  



EL DÍA DE MAX
Rubén Antonio Rodríguez Corona

Érase una vez una familia integrada por cuatro personas: el papá, la mamá y el pequeño hijo, y como en toda familia hay una pequeña mascota en esta familia había una mascota llamada Max. Una mañana Max empezó a ladrar con mucha desesperación, cuando el padre de Miguel estaba descansando antes de ir a trabajar, se despertó con un gran coraje y furia desesperada el papá de Miguel y gritó: —¡Max! ¿Qué haré con ese perro? -Se pregunto a sí mismo. Cuando de repente le vino una gran idea a su cabeza, gritó: —¡Miguel! -Miguel estaba descansando en su alcoba, cuando oyó el grito de su padre se despertó de un gran brinco y salió de su alcoba  y se  dirigió a la recámara de sus padres.  
 Miguel le preguntó a su papá —¿Qué te pasa, papá, porque me gritas así?, ¿te he hecho algo para que me grites?
—No es eso, hijo, lo que sucede es que todas las mañanas cuando estoy descansando tu perro empieza a ladrar muy fuerte,  ¡hijo sácalo a pasear¡
Miguel contestó —de acuerdo, papá, yo lo sacaré a pasear,  tú descansa un poco y relájate.
 Miguel se dirigió rápidamente a su alcoba, se cambio y tomó la correa de Max, salió de su casa y le dijo a Max:  —¡Muchacho, te voy a sacar a pasear! Le puso la correa a Max y empezaron a caminar por toda la montaña hasta que llegaron a la ciudad,  cuando de repente  por un pequeño callejón obscuro, vacío y lleno de basura,  oyeron el maullido de un gato, —miau.  Max quería soltarse pero Miguel no lo dejaba, estaba tan preocupado de que si lo soltaba nunca más tendría una mascota, tan pensativo estaba cuando de repente por otro pequeño callejón escucharon el mismo maullido —miau.
Max quería soltarse y tenía tanta fuerza que Miguel soltó la correa y salió corriendo como una gran flecha veloz. Miguel mientras tanto estaba lamentando lo que había hecho.  —¿Qué hice,  por qué solté a mi perro?, soy un mal dueño. Cuando de repente por ese pequeño callejón escuchó el ladrido de Max, —guau… Miguel preguntó —¿Max, eres tú? Miguel  siguió el ladrido de su perro hasta una divertidísima montaña, llena de muchos juegos, lamentablemente Miguel estaba triste y desconsolado, vio una pequeña banca y se  acercó, lamentando lo que había hecho, pero detrás de esa banca había un arbusto y detrás de ese arbusto estaba Max escondido. Viendo la tristeza de Miguel salió por un lado moviendo su cola, se acercó y se acercó.  Miguel gritó… —¡Max, qué alegría!,  por fin  te he encontrado, no sabes lo preocupado que he estado. ¡No te volveré a perder¡
Así que  Miguel tan contento volvió a sentarse en la banca, pero esta vez acariciando a Max como un suave oso de felpa. Después de lo sucedido empezaron a jugar muchos y divertidísimos juegos: las escondidas, la traes, con los columpios y con las resbaladillas también.
Cuando Miguel vio que habían pasado cinco horas desde que salieron de su casa, volvió a tomar la correa y se la puso a Max, comenzaron a caminar por toda la ciudad hasta llegar a la enorme montaña por donde vive, donde su madre ya los estaba esperando, Miguel le contó a su mamá todo lo que le había sucedido, la mamá de Miguel le dijo: —¡qué bien que te divertiste, hijo!,  tu padre ya no está  tan gruñón como siempre, ahora mismo está reparando todo lo que destruyó Max. Miguel contestó: —¡Qué bien pude divertirme con mi mascota! Y además mi padre ya no está enojado como siempre. ¡Este fue un gran día!



JOSHUA Y LAS PIEDRAS EN EL RÍO
Abraham Saúl Ramírez Nava
Esc. Josefa Ortiz de Domínguez

Había una vez en el centro de África un niño moreno y cabello chino,  que se llamaba Joshua. A Joshua le encantaba correr y jugar a la pelota.
Un día Joshua salió a buscar paja para su choza, pero en el camino pisó una piedra —¡AAAAAAAAAAA!  -gritó Joshua. Al escuchar esto todos los animales fueron a ver qué le pasaba a Joshua, pero el elefante, con sus orejas grandes, su trompa larga y como era muy pesado, pisó a la rana y la rana como era muy viscosa ¡salió volando hacia una nube!, la nube se espantó y gritó: —¡AAAAA! una rana verde, viscosa. La pobre nube se espantó tanto que hizo llover, tanta lluvia hizo que las hormigas tuvieran que salir de su hormiguero porque se inundaba, pero la gallina las vio y le preguntó a su pollito: —Clo clo clo ¿qué te parece si nos comemos a esas hormiguitas?
Una hormiga, al escuchar esto, picó al pollito y la gallina muy enojada volteó y preguntó: —Clo clo clo ¿quién pico a mi pollito?
La hormiga con valentía le contestó: —¿Quién ha querido comernos?
La gallina le respondió: —Clo clo clo pero yo no tengo la culpa de que ustedes sean tan deliciosas.
La hormiga le respondió: —Tiene razón señora gallina, la culpa la tiene esa nube que hizo llover.
La nube sorprendida les dijo: —¿Yo?, ¡no!, yo no tengo la culpa, la culpa la tiene esa rana fea y viscosa que salto sobre mí, y como yo me espanté mucho, hice llover.
La rana les dijo: —Yo no tengo la culpa, el elefante me pisó, él es el que tiene la culpa.
El elefante dijo: —Yo sólo vine a ver que le pasaba a Joshua, como todos los demás.
Joshua dijo: —Es que yo iba por paja para mi choza y pisé esa piedra, la culpa es de la piedra.
La piedra vio a todos enojados y les dijo: —Yo no tengo la culpa, Joshua me pisó,  él es el que tiene la culpa, pero si quieren pueden lanzarme al río.
Desde entonces, cuando Joshua ve una piedra, la toma y la lanza al río.


EL CIEMPIÉS BAILARÍN
Ramsés Salazar Nieves
Escuela: José Vasconcelos

Había una vez un ciempiés llamado Jimmy y su gran afición era bailar  tap.
Cuando él quería agarraba su sombrero, su bastón y sus zapatos, aunque se tardaba un  ratooote en amarar sus agujetas ya que eran 50 pares, pero cuando terminaba,  bailaba y bailaba sin cesar pues el tenia las patitas ágiles como las plumas. Le encantaba subirse encima del hormiguero y empezar a taconear. Era muy molesto oír tantos pies retumbando en el techo del hormiguero. Las hormigas se asustaban y salían a ver qué pasaba y el ciempiés seguía cantando: —¡Ya está aquí el mejor, el más grande bailador! Entonces las hormigas llamaron a la hormiga jefe. —¡Otra vez, Jimmy! -decía la hormiga jefe-, ¡no podemos trabajar ni dormir! ¿No puedes ir a bailar a otro lugar? La hormiga jefe ordenó a sus tropas que llevaran a Jimmy a otro lugar. —¡Ya me voy! -dijo Jimmy.
Entonces Jimmy empacó y se fue caminando y caminando hasta que encontró un buen lugar para bailar y desempacó su sombrero, su bastón y sus zapatos y se puso a bailar.  Pero Jimmy cometió el mismo error, sólo que esta vez el problema era más grande pues debajo de él  estaba la casa del Sr. Topo y se puso a taconear cantando su canción: —Ya está aquí el mejor, el más grande bailador.
El señor topo, enfadado, salió y le dijo: —¡Jimmy, estoy ciego pero no sordo! ¿No puedes ir a otro sitio a bailar?
Entonces, Jimmy, muy triste porque en todas partes molestaba, agarró sus maletas y se marcho de ahí. Empezó a caminar y caminar hasta que estaba tan cansado que no tuvo más opción que descansar bajo un árbol y se quedó dormido, y al siguiente día una sorpresa lo esperaba. Estaba en un campo lleno de flores. —¡Éste será mi nuevo hogar! -dijo el ciempiés. Se entusiasmó tanto que no se dio cuenta de que un gran cuervo estaba encima del árbol. Jimmy  se puso a taconear con tanta emoción que llamó la atención del cuervo.  El cuervo inclinó el cuello y vio a Jimmy taconeando. ¡Pobre Jimmy! El cuervo se lanzo sobre él con gran rapidez y se lo tragó. El ciempiés gritaba: —¡Socorro, socorro!
Un cazador que andaba por ahí observo el cuervo volando y a él no le gustaban los cuervos, creía que eran de mala suerte. Hizo un disparo al aire para asustarlo. El cuervo soltó al ciempiés que al caer se dio tremendo mazapanazo.

Esto le sirvió de lección. Aprendió a ser más responsable y a fijarse donde se ponía a bailar. Buscó un lugar seguro y allí danzaba y bailaba. No molestaba a nadie ni lo molestaban a él. Así fue como el ciempiés empezó a ser respetado por todos.


domingo, 10 de abril de 2016

NIÑOS CUENTA CUENTOS 2016


NIÑOS CUENTA CUENTOS 2016
-Celaya, primera parte-

En el marco del Concurso regional de niños cuenta cuentos, tuve el honor de ser considerado parte del jurado calificador. Todos los niños participantes destacaron por su frescura, confianza, sentido del humor y emotividad. Como un regalo del Diezmo de palabras a tan destacados pequeños, publicaremos algunos de los cuentos que se presentaron. No todos son originales, pero los niños los hicieron suyos al contarlos a su manera. Felicidades y un reconocimiento a la labor de sus maestros y al apoyo de sus padres, así como a la Delegación Regional de Educación y a los compañeros de las bibliotecas públicas de Celaya.
Julio Edgar Méndez



CUENTO DE UNA MANZANA
Angélica  Guadalupe  Hernández  Echeverría
Jardín de niños “Juan Enrique Pestalozzi”

Había una vez una manzana que estaba muy triste porque nadie la quería, pues tenía un lado podrido y los niños solo agarraban las más bonitas y jugosas.
–¡Nadie me quiere, seguro me tirarán  a la basura! -decía tristemente la manzana.
Un día por la mañana la mamá de los niños vio que en el frutero había quedado una manzana y vio que estaba podrida, la agarró, la lavó y le quitó lo podrido.
–No te puedo echar a la basura cuando hay tantos niños que no tienen qué comer… ¡ya se! Contigo voy a preparar un postre.
La manzana se puso muy feliz y cuando estaba en la cocina, una cazuela le dijo: –me encantan las manzanas, soy la primera que las prueba pues en mí preparan los postres.
–Somos deliciosas y nutritivas, a los niños les encantan llevarnos en sus lonches -dijo la manzana.
Después de un rato llegaron los niños de la escuela y entrando dijeron: –mm… huele a deliciosa tarta de manzana.
–Sí, -dijo la mamá de los niños- la preparé con la manzana que nadie quería.
Después de comer, disfrutaron de una tarta de manzana compartiéndola con sus amigos. Mientras ellos comían el postre, la mamá les platicaba que cuando ella era niña había un manzano en el jardín de su casa, era un árbol grande y frondoso que daba unos frutos rojos y dulces  todas las primaveras y bajo su sombra su abuelo se sentaba a contarle cuentos.
Su cuento preferido era el de la canasta mágica porque trataba de una niña que tenía una canasta que llenaba de manzanas y, cuando las partía por la mitad, aparecían con el centro en forma de una pequeña flor de cinco pétalos.
–Es muy emocionante mamá -dijeron los niños- y nosotros que no queríamos la manzana, tú también hiciste magia porque   la convertiste en una tarta.
Los niños aprendieron que no hay que tirar la comida a la basura.



EL AFILADOR
Sergio Santiago Morales Reyes
Escuela Primaria “Leyes de Reforma”

Esta historia existió  en un pueblito que está cerca del volcán Popocatepetl y se llamaba San José, en honor del afilador del pueblo. En San José,  vivía  Arnulfo el Herrero.  Arnulfo tenía 5 hijos  de los cuales José Timoteo era el mayor de ellos. Pepito, como era conocido, desde muy  jovencito  le ayudaba a su papá en el taller de la herrería.  El papá de Pepito lamentablemente se encontraba muy enfermo y Pepito se quedaba solo trabajando en el taller.
Un día Pepito le preguntó a su padre:
—Papá, ¿cómo era mi abuelo?
Su padre lo tomó entre sus brazos y sentándose en una banca vieja le dijo:
 —Tu abuelo era una persona muy inteligente y  querida por todo el pueblo de San José, él me enseñó a trabajar en la herrería haciendo  ventanas, puertas, barandales y machetes. Además el era comerciante y andaba de pueblo en pueblo comprando y vendiendo todo lo que podía. Un día, bien lo recuerdo, llegó a casa con esta vieja afiladora.
—¿Una afiladora?
—Sí, mira, Pepito, te enseño. Tomando un cuchillo, su papá empieza  a   sacarle filo.
Timoteo, entusiasmado al ver  las luces que salían del roce del metal con la piedra, empieza a gritar con emoción que sin pensarlo  gritó en repetidas ocasiones:
—¡Quiero ser afilador, quiero ser afilador, quiero ser afilador! Enséñame, papá.
Y así fue como en aquel momento nacía para siempre, en San José,  el nuevo  José “Timoteo, el afilador”. Cuenta la historia  que su papá le enseñó cómo afilar, pero con una condición.  “Que nunca dejara de estudiar”.
Su papá le toma el hombro y le dice: —Mira, Pepito, pero promete que nunca dejarás de estudiar, a pesar de lo lejos que está la escuela. Persigue tus sueños, se constante y, sobre todo,  responsable y la recompensa será muy grande.
Timoteo como era muy inteligente, pronto  dominó la técnica de afilar y revivir cuchillos.  Para Pepito, estos metales sin filo eran como un cuerpo sin vida. Fue así como todos los días por las tardes después, de la escuela y de trabajar en el taller, se escuchaba por las calles:
“¡Llegó Timoteo, el afilador, reviviendo cuchillos, machetes, navajas, tijeras y todo metal sin filo que tenga!”
Cuando José tenía 15 años muere su padre y él se hace cargo de su familia y del taller. Así por la  mañana estudiaba, a media tarde atendía en el taller  y por la tarde salía  a afilar, escuchándose por las calles:
“¡Llegó Timoteo, el afilador, reviviendo cuchillos, machetes, navajas, tijeras y todo metal sin filo que tenga!”
Los años pasaron y  José  se convirtió  en un reconocido ingeniero. Gracias a su oficio de afilador y a que era una buena persona, preocupado siempre por el mejoramiento de su querido San José, ayudando a todo aquel  que lo necesitaba,  llegó a ser la persona más conocida y querida del pueblo. No había quien no hablara de la simpatía, nobleza y generosidad de José Timoteo “el afilador”. Así nuestro afilador en poco tiempo se convirtió en un exitoso empresario, haciendo de su pequeño taller de herrería, una gran afiladora con sierras eléctricas y con máquinas electromecánicas,  siendo el principal afilador de la industria de toda la región. Don Timo, como era conocido por todo San José,  contribuyó al desarrollo y crecimiento del pueblo; siendo su afiladora la principal fuente de empleo para todos. Las ganancias de la afiladora eran tan grandes que le permitieron ayudar en la construcción del pequeño hospital y de la primer escuela de San José, haciendo con ello realidad el sueño de su padre que hubiera en el pueblo escuelas y centros de salud. A pesar de su riqueza y  de todos sus éxitos  don José Timoteo no perdió su sencillez y humildad y no dejó de salir  por las tardes a afilar escuchándose siempre:
“¡Llegó Timoteo, el afilador, reviviendo cuchillos, machetes, navajas, tijeras y todo metal sin filo que tenga!”
Así lo hizo hasta el último día de su vida.
Moraleja: no importa el oficio o carrera que tengas en la vida; siempre que lo hagas con amor y respeto. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.



LA HISTORIA DEL PEQUEÑO BÁBACHI
Autora: Helen Bannerman
Gloria Estefanía Ramírez Rosales
Escuela Librado Acevedo Ulloa

Había una vez en la India un niño que se llamaba Bábachi.
Y su mamá se llamaba Mámachi.
Y su papá se llamaba Pápachi.
Y Mámachi le cosió una preciosa casaca roja y unos preciosos pantalones azules.
Y Pápachi fue al bazar y le compró un parasol verde muy bonito y un par de lindos zapatitos de color púrpura con las suelas y el forro de color carmesí.
¡Qué elegante estaba nuestro Bábachi!
Así pues, con la ropa nueva y parasol, salió a dar una vuelta por la jungla.
Paseando, paseando, Bábachi se encontró con un tigre. Y el tigre le dijo: -Bábachi, ¡te voy a comer!
Y Bábachi le contestó: -Oh, por favor, señor tigre, no me coma y le daré mi preciosa casaca roja.
Y el tigre le respondió:
-Muy bien, por esta vez no te comeré, pero me tendrás que dar tu preciosa casaca roja.
Y en un santiamén, el tigre se puso la preciosa casaca roja del pobre Bábachi, y se alejó diciendo:
-Ahora soy el tigre más elegante de la jungla.
Y paseando, paseando, Bábachi se encontró con otro tigre. Y el tigre le dijo:
-Bábachi, ¡te voy a comer!
Y Bábachi le contestó:
-Oh, por favor, señor tigre, no me coma y le daré mis preciosos pantalones azules.
Y el tigre le respondió:
-Muy bien, por esta vez no te comeré, pero me tendrás que dar tus preciosos pantalones azules.
Y en un santiamén, el tigre se puso los preciosos pantalones azules del pobre Bábachi, y se alejó diciendo:
-Ahora soy el tigre más elegante de la jungla.
Y paseando, paseando, Bábachi se encontró con otro tigre. Y el tigre le dijo:
-Bábachi, ¡te voy a comer!
Y Bábachi le contestó:
-Oh por favor, señor tigre, no me coma y le daré mis lindos zapatos púrpura con las suelas y forro carmesí.
Pero el tigre le respondió:
-¿De qué me sirven tus zapatos? Yo tengo cuatro patas, y un solo dos. Con un par de zapatos no tengo suficiente.
Pero entonces Bábachi le sugirió:
-¿Por qué no se los pone en las orejas?
-Pues claro –exclamó el tigre-. Es una gran idea. Dámelos y por esta vez no te comeré.
Y en un santiamén el tigre se puso los lindos zapatitos púrpura con las suelas y el forro carmesí y se alejó diciendo:
-Ahora soy el tigre más elegante de la selva.
Y paseando, paseando, Bábachi se encontró con otro tigre. Y el tigre le dijo:
-Bábachi, ¡te voy a comer!
Y Bábachi le contestó:
-Oh, por favor señor tigre, no me coma y le daré mi bonito parasol verde.
Pero el tigre le respondió:
-¿Cómo quieres que coja el parasol, si para caminar necesito las cuatro patas?
-¿Por qué no lo sujeta con un nudo en el rabo? – le sugirió Bábachi.
-Tienes razón –dijo el tigre-. Dámelo, y por esta vez no te comeré.
Y en un santiamén, el tigre cogió el parasol del pobre Bábachi y se alejó diciendo:
Ahora soy el tigre más elegante de la jungla.
Y el pobre Bábachi se fue llorando, por que aquellos tigres crueles le habían quitado su ropa nueva.
De repente oyó un ruido horrible, que hacía una cosa así como ‹‹ Gr-r-r-r-r-rrrrrr››, y que cada vez se oía más y más fuerte.
-¡Ay, mamaíta! –exclamó Bábachi-. ¡Son los tigres, que vuelven para comerme!
¿Qué puedo hacer?
Así que corrió hasta una palmera, se escondió detrás del tronco, y asomó la cabeza para ver qué pasaba.
Y vio a todos los tigres peleándose y discutiendo sobre cuál de ellos era el más elegante.
Y llego un momento en que estaban todos tan enfadados que se levantaron de un salto y se quitaron la ropa nueva, y comenzaron a darse zarpazos, y a morderse con sus grandes dientes blancos.
Y a fuerza de trompazos y volteretas, los tigres llegaron a los pies de la palmera donde se escondía Bábachi, pero este dio un salto y se escondió detrás del parasol.
Y cada tigre agarró firmemente con los dientes el rabo de otro tigre, y todos ellos comenzaron a sacudirse y atizarse, hasta que se encontraron formando un corro alrededor de la palmera.
Luego, cuando los tigres se veían muy pequeñitos y muy lejanos, Bábachi salió de detrás del parasol y les grito:
-Eh, tigres, ¿por qué os habéis quitado la vuestra ropa nueva? ¿ Es que ya no la queréis?
Pero los tigres sólo respondieron con un ‹‹ Gr-r-rrrrr››.
Entonces Bábachi les dijo:
-Si queréis las prendas, decidlo, porque, si no, me las llevo.
Pero los tigres no estaban dispuestos a soltar el rabo de sus compañeros, y lo único que podían decir era:
¡Gr-r-r-r-r-rrrrrr!
Así que Bábachi se puso de Nuevo su preciosa ropa nueva, cogió el parasol y se fue.
Y los tigres se enfadaron mucho,
Muchísimo, pero ni aun así soltaron el rabo de sus compañeros.
Y estaban tan, tan enfadados que se pusieron a correr alrededor de la palmera, cada uno de ellos intentando comerse al tigre de adelante, y cada vez corrían más y más deprisa…
… hasta que eran como remolino que giraba tan rápido que ya no se les podía distinguir las patas. Y cada vez corrían más y más deprisa.
… hasta que acabaron por derretirse, y de ellos no quedó nada más que un charco de mantequilla fundida (o ghi, como la llaman en la india) alrededor del tronco de la palmera.
Y resulta que Pápachi había acabado de trabajar y se dirigía a casa con una enorme olla de latón en los brazos, y cuando vio lo que había quedado de los tigres dijo: -¡vaya, qué hermoso charco de mantequilla fundida! Me la llevaré a casa, y así Mámachi la podría utilizar para cocinar.
Así que la puso toda en la enorme olla de latón, y se la llevó a casa para que Mámachi la utilizara para cocinar.
¡Qué contenta se puso Mámachi cuando vio la mantequilla fundida!
-Esta noche –dijo-, tendremos tortitas para cenar.
Así que cogió harina y huevos y leche y azúcar y mantequilla, y preparó una enorme bandeja llena a rebosar de deliciosas tortitas. Las frió en la mantequilla fundida en que se habían convertido los tigres y le salieron unas tortitas amarillas y pardas como los tigres pequeñitos.
Y se sentaron todos a cenar.
Y Mámachi se comió veintisiete tortitas y Pápachi cincuenta y cinco.
Pero Bábachi se comió ciento sesenta y nueve, porque tenía mucha, mucha hambre.
  

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...