domingo, 25 de noviembre de 2018

NACIDO PARA LAS LETRAS



NACIDO PARA LAS LETRAS
Por: Rosaura Tamayo Ochoa

Un día llegó a la sesión del taller literario Diezmo de Palabras, un joven de nombre Javier Alejandro Mendoza González. Siempre vestido de una forma sencilla, dejaba ver su afición por el deporte y más aún por el fisicoculturismo. Nació en la ciudad de Celaya. Estudió su primaria en la escuela Moisés Sáenz. La secundaria en la escuela técnica ETI y finalizo sus estudios universitarios en la Universidad del Centro del Bajío. Javier es el más pequeño de ocho hermanos. Se le dio la constancia por el ejercicio, además de ser un incansable viajero. Siente pasión por las letras y la lectura. Eso lo dejó entrever en el trascurso de las semanas cuando llegaba temprano al taller Literario y con atención escuchaba a los compañeros.
Animado, un día llevó su primer trabajo al que, igual que a todos, se le hicieron comentarios. Destacaba la limpieza en el lenguaje, un dominio en la gramática y la redacción. De ese día ya han pasado algunos años. Su trabajo constante se vio recompensado cuando fue seleccionado para la asesoría de novela en el Fondo Para las Letras Guanajuato. Sí, una novela, como el sueño de casi cualquier escritor. Cuando empezó su asesoría ya tenía la novela finalizada y fue tan buena que en la última etapa fue seleccionada para publicarse. Algo muy guardado de él es que tiene otras novelas inéditas y, seguramente pronto, veremos la edición de la primera novela publicada por editorial La Rana.
            En sus textos se define ya su propia voz, y nos cuenta interesantes historias con finales impredecibles. Como En la penumbra de algún bar, donde narra el triángulo de amor entre Érika, Jorge y Marco. El enredo de una profunda amistad y de cómo se llega la disyuntiva de perder uno de esos dos grandes amores. Un cuento con intrigas, perdón y amor. Dentro de la bien definida atmósfera del bar, existe la ironía de un momento que era inevitable. La confrontación del par de almas con la distancia de los celos y el engaño. La charla se vuelve tensa, sin odios ni rencores para terminar de una sorpresiva forma que ninguno hubiera imaginado.
            Otro de sus interesantes cuentos es Mi mejor amigo, en él nos hace ver la indiferencia y desamor que se tiene con nuestros compañeros de mundo. Vemos a los desamparados sin mirarlos, cómo con esos pequeños seres podemos hacer un lazo de amor y amistad indestructible. Nosotros podemos dar a ellos algo que nos sobra a cambio de un amor sin límites. Quiso salvarlo de la desgracia y se dio cuenta que él fue quien realmente fue salvado.  Nos enseña que la especie no tiene relación alguna con el amor.
            Otro bello escrito que llamó mi atención fue Rosas en el mar. En este cuento nos relata un amor que alcanza atravesar épocas y cómo la protagonista, de nombre Rosa, lograba comunicarse con el mar por medio de esas flores que llevan su nombre. Con un final donde la tildan con locura y da un giro inesperado de ese amor que traspasó tiempo, mares y manías para lograr un encuentro que deja un sabor agridulce en la boca.
            Leer a Javier Mendoza es adentrarse muchas veces en historias humanas, cuentos fantásticos y a una esperada novela que, celosamente, ha guardado su contenido para sorprendernos cuando la leamos.



EN LA PENUMBRA DE ALGÚN BAR
Javier Alejandro Mendoza González

Nadie lo llamaba por su nombre.  Era un refugio de desdichados.  Las mesas del bar se encontraban atestadas de vasos, botellas y ceniceros que desbordaban colillas de cigarro, el humo que despedían volaba con libertad para crear figuras caprichosas.  Desde un aparato viejo que adornaba un lado olvidado de la barra salían tristes canciones.  La gente que ocupaba las entrañas del bar bebía, reía o lloraba.  La penumbra era ideal para hablar de lo prohibido.
            Fue Marco quien propuso el lugar.  En una de las mesas esperaba a su amigo.  Eligió la del fondo.  Cada tres segundos miraba el reloj.  No sabía si era preferible que las manecillas avanzaran o que el tiempo se detuviera.  Un trago más a la bebida.  Los dedos golpeteaban la mesa una y otra vez.  La pierna se movía a un ritmo acelerado.  Las ideas no se completaban.  Todavía no se terminaba de formar una, cuando otra proponía una salida diferente.  La incertidumbre era lógica.  ¿Cómo le revelaría a su amigo el amor que guardaba en secreto?  ¿Cómo le diría que hacía varios meses que se veía con su novia?
            Jorge caminaba con la vista echada al suelo.  El barrio era viejo; la tarde algo fría.  De vez en cuando levantaba el rostro para que el aire lo golpeara.  Con profundas inhalaciones lo dejaba entrar.  Las personas pasaban a su lado.  La indiferencia lo hacía invisible.  Sólo faltaba una cuadra más.  ¡Ojalá hubiera sido interminable!  La mente iba perdida entre un sinfín de pensamientos.  Una mano en el bolsillo y en la otra un cigarro que era fumado con rapidez.        Inconscientemente daba pasos cortos.  Pero necesitaba llegar a la cita.  El peso de la conciencia ya era insoportable; el de callar sus deseos era mayor.  Las frases tan estudiadas no le servirían para explicarle a su compañero todo lo que sentía.  Saber que compartían a la misma mujer no ayudaría en nada.
            En la entrada del bar tiró el cigarro; lo pisó para luego suspirar.  Vaciló, pero dio unos pasos más que lo llevaron frente a Marco.  Él se puso de pie inmediatamente para recibirlo.  Con fuerza cerró los puños.  Fueron incapaces de darse la mano, mucho menos el abrazo que marcaba sus encuentros y despedidas.  Las miradas intentaron esquivarse, pero no hubo alternativa, se encontraron para gritar acusaciones.  Mas no hubo ofensas o reclamos, se sentían en el aire.  ¡Qué ironía!  Estaban ante la persona que más los conocía en el mundo, sin embargo no había palabras para decir todo lo que ya sabían, incluso aquello que ninguno de los dos se atrevía a confesar.
            Jorge moría de celos.  Por primera vez se dio la oportunidad de tratar a una chica bonita, amable, aunque no tan fiel.  Fue el primero en conocer a Érica.  A su lado tenía la posibilidad de formar un hogar que lo rescatara de la soledad.  Con un par de hijos terminarían las murmuraciones.  Si bien no le podía dar la felicidad, Érica le ofrecía seguridad y tranquilidad; días serenos que peligraron cuando su mejor amigo también se encontró con ella.  ¿Cómo luchar contra él?  Juntos desde el primer año de escuela.  Marco estuvo a su lado en los días de fiesta, también cuando ocurrió el grave accidente de la bicicleta.  Siempre fue más alto y fuerte.  Varias veces lo defendió de burlas y abusos.  Ya en la juventud disfrutaron de largas parrandas, incluso compartieron el tan ansiado primer viaje a la playa.  Luego, muchos más.
            Unos tragos dieron el valor para iniciar la charla.  Los cigarros se consumían a la par de los segundos.  Las canciones melancólicas se metían sin permiso hasta el corazón para hacer más grande la herida.  Sobre la mesa no había cartas ni fichas de dominó.  El juego que ahí se llevaba a cabo era un albur para elegir entre el amor y la amistad.
            A Marco no le gustaba el papel de traidor, pero cuando se enteró que en esa relación eran tres fue demasiado tarde.  Conoció a Érica en una reunión que no debió tener ninguna trascendencia.  Desde el primer momento la chica demostró ser inteligente, decidida y liberal, sobre todo tan liberal, que no le importó salir con dos hombres a la vez. 
            Marco estaba convencido que junto a ella podría llevar una vida que la gente calificaría de normal, aunque entre los dos no hubiera casi nada en común.  Para salvar esa  relación tan conveniente tendría que encarar a Jorge, su hermano en la infancia, el cómplice perfecto durante la preparatoria y el hombro donde lloró cuando perdió a su madre.
            Fue necesario un último sorbo de vino para darse el valor de tomar una decisión.  Ya no había motivo para postergarla.  Esa noche sería más fría cuando uno de los dos perdiera a una mujer y el otro a su mejor amigo.
            Jorge se tocaba el pelo.  Con fuerza apretaba los labios y el vaso de cristal, ya casi vacío.  Marco miraba a cualquier lugar para evitar que sus lágrimas salieran.  Entonces se miraron fijamente, sin odio ni rencor.  El vino ayudó a terminar con los temores.  De la difícil disyuntiva eligieron otra salida.  Siempre estuvieron tan unidos, tan presentes, que impulsados por sus verdaderos sentimientos entrelazaron las manos.  Luego de susurrar una razón al oído para lo que estaba sucediendo, también juntaron sus labios.  Érica era tan inteligente y liberal que sin duda los entendería.  Así dejaron pasar varias horas más, perdidos en la espesa penumbra de aquel bar donde se podía hablar de todo, incluso de su amor.



MI MEJOR AMIGO
Javier Alejandro Mendoza González

La gente pasaba junto a él, indiferente a su dolor.  A nadie le importaba su desgracia. Parecía invisible.  ¡Qué vergüenza me da reconocerlo!  En varias ocasiones yo también pasé junto a él sin darle ni siquiera una mirada de compasión.  El trabajo, las deudas y mil deberes más consumían mi tiempo, y creo que hasta mi sensibilidad humana.

            Era muy temprano.  Esa mañana despejada me encontré con él una vez más.  Como de costumbre corría para alcanzar el autobús.  Tenía que llegar puntal al trabajo para esclavizarme por varias horas a cambio de unos cuantos billetes.  Por enésima vez chequé la hora en el reloj.  ¡Ya era tarde!  Entonces descubrí sus tristes ojos puestos en mí.  Ahí estaba, vivo; sobreviviendo.  Sentado solo en la banqueta esperaba la caridad que no llegaba.  Los seres humanos se han convertido en gente que no tiene dinero para eso, sólo para cosas caras, vanas e innecesarias.
            Ese pequeño instante de casualidad cambió para siempre la vida: la de él, la mía.  No volví a ser el mismo.  Caminé despacio a la parada de autobuses.  No me importó llegar tarde al trabajo.  Mi mente ya estaba puesta en algo más importante.  Esa mirada inocente se quedó grabada en mí.  No me acusó.  No reclamó nada.  Sólo buscaba un poco de cariño.  Y yo tan egoísta, no lo daba.
            De camino al trabajo siempre veía lo mismo: los mismos edificios, los mismos anuncios y un sinfín de personas con alma dura, como de metal.  Con tristeza y vergüenza bajé la mirada.  Entonces los descubrí.  Ahí estaban, entre los peligros de la calle; muchos ángeles más, ignorados como si fueran nada.

            El día siguiente todo fue distinto o simplemente yo cambié.  Al salir rumbo al trabajo llevé conmigo un plato de comida.  Tomé sólo un minuto de mi valioso tiempo para buscar a quien logró despertar mis más nobles sentimientos.  Lo encontré, triste y solo, en el mismo lugar de siempre.  Le ofrecí alimento y una sonrisa.  Su agradecimiento fue infinito.  Al ver el resultado de un acto tan sencillo hice de ello una rutina que poco a poco sanó mi alma.
            No sé en qué momento surgió el gran afecto que nos hizo pasar de ser dos desconocidos a considerarnos verdaderos amigos.  Quizás fue la noche en la que volví derrotado por los problemas cotidianos.  Creí que yo estaba mal, pero el día fue más pesado para él.  Tuvo que soportar frío, hambre e indiferencia.  Sin embargo, al verme olvidó todos sus males.  Yo ya era todo para él.  Su agradecimiento se convirtió en amor, el más grande y puro.  No lo podía ocultar.  Su evidente movimiento, ese rápido compás venía directamente del corazón. 
            Ya era inevitable sonreír al verlo.  Era parte de mí.  Así que lo llamé.  Me siguió con mansedumbre, confiaba en que no le haría daño.  Lo que hice fue abrirle las puertas de mi hogar.  Después de todo ya se había robado mi corazón.  Y desde entonces aquí está, dándome todo su tiempo y cariño.  ¡Lo fácil y humano que sería que cada persona hiciera lo mismo con uno de ellos!
            ¡Qué ironía tan bella!  Creí que al rescatarlo de las calles le salvaba la vida, cuando en realidad él fue quien salvó la mía.   
            Me siento orgulloso cuando salimos a pasear, aunque la gente sea tan tonta y se admire y mofe porque mi mejor amigo es un perro corriente.  No creo que a él le importe tanto.  Después de todo, yo tampoco soy tan fino, ni tengo pedigrí.




*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

domingo, 18 de noviembre de 2018

LA INCREÍBLE CATARSIS DE LA PALABRA



LA INCREÍBLE CATARSIS DE LA PALABRA
Por: Martín Campa Martínez

En pocas ocasiones tengo el honor de escribir una reseña sobre una poeta de altos vuelos. Sencilla y entregada a su labor creativa, sonríe, nerviosa, como lo hacen las mujeres que escriben bajo el influjo de esa hierba llamada imaginación. Hasta ahora sólo sé que es originaria de Angangueo, allá en Michoacán. Y que nació un 26 de febrero, cuando las mariposas monarca iluminan los campos de cultivo de esa región purépecha.
            Ella misma se define: “Siempre me ha gustado leer y declamar poemas, desde que era una niña. Mi maestra me dijo que escribiera todo lo que sentía en mi corazón, y como me encanta la poesía, pues comencé armando metáforas y relatos, porque también escribo narrativa. Cuando llegué aquí, a la ciudad de Celaya, fue un cambio muy drástico para mí, pues aquí los vientos son más fuertes y fecundos que en otros lados, hasta me provocan mucho insomnio y es cuando aprovecho para escribir. Soy madre, esposa, hija y buena amiga. He participado en diversas antologías nacionales y en el extranjero. Participo, como locutora, en Radio Online. Pero mi mejor experiencia es la de pertenecer al taller literario Diezmo de Palabras. Ahí he ido mejorando mi escritura y mi creatividad.”
            He leído poesía y narrativa de Verónica Salazar García y, con satisfacción, recomiendo a los lectores que lean sus escritos. Se nota que es una mujer radiante, emprendedora y multifacética. Domina la poesía y la prosa, pues aprende con tenacidad en las clases que se imparten en el taller al que asiste. Su poesía tiene estética, fondo y forma, y es tan del alma, que nos hace sentir distintas emociones desde la primera línea. Su narrativa, en ocasiones cruda y realista, atrapa a los lectores, incluso a aquellos a quienes no les gusta leer mucho. Sus escritos están llenos de recuerdos, amor y desamor, almas dolidas, tiempos idos, nostalgias, melancolías, insomnio y miedos. Su calidad literaria ha comenzado a sobresalir en esta época en donde existen muchos debates acerca de la literatura escrita por mujeres. Pero hablar de literatura femenina (aunque es un término que no me agrada) es embriagarse con los anhelos y sueños que las escritoras logran transmitir a los lectores. Y eso que los hombres somos los menos indicados para decidir qué es y qué no lo femenino en la literatura.
            En “Dulce beso” aborda el tema del terror con gran maestría. Nos hace partícipes de ese sueño que no es sino la realidad misma del protagonista de la historia. Es intenso y sí provoca miedo.
            “Flores en la calle” nos habla de ese desconsuelo que deja la ausencia del ser amado. Tiñe los recuerdos con las lágrimas de esa alma adolorida.
            “Noche sin tiempo” es una añoranza de aquellos buenos tiempos donde el amor era un castillo lleno de hermosos atardeceres. Sin embargo todo tiene un final: “Muere el sol en la tarde / así quiero se pierda mi memoria”.
            El poema de “Mil agujas” es uno de mis favoritos. La autora se explaya, se transforma en el mismo dolor que aporrea al mundo. Se inconforma con esa intolerancia que atosiga a los más desprotegidos.
            “Los niños de la guerra” es, a mí parecer, un poema muy bien logrado. Conforme uno lo lee, se siente cómo el poeta va creciendo, va arrancándose el dolor, va sumergiéndonos en esa pesadilla que es el odio entre las naciones. El poeta se transforma en todas las madres de todos los soldados caídos en combate. Nos tatúa en la espalda las lágrimas y la desesperanza que dejan las guerras. Es enorme ese poema.
            Así es la escritura de Verónica: un barco que nos va llevando a distintos puertos en busca de la eterna raíz de la buena literatura.


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DULCE BESO
Verónica Salazar García

Tiene una pesadilla. Siente unas largas uñas rasgando su espalda por la que escurre un líquido escarlata. Quema la piel y le causa dolor. Un fétido olor se desprende de un cuerpo con carnes putrefactas. Inunda el ambiente. Unos labios descarnados y faltos de dientes, le rozan su boca en un beso agrio, lo aprietan, provocan nauseas, se siente en la nada, abre los ojos…No es un sueño.




FLORES EN LA CALLE
Verónica Salazar García

Tiñen de lila las flores del recuerdo,
Un ramo de nardos no alivia ese mal
Llamado de amores
Pero alegra el alma adolorida.
La locura invade mi razón,
Me deslizo por la calle que nos vio pasar.
Tu silueta se diluye en las sombras como mi ilusión.
Voy por más flores,
Las otras murieron
En la noche de un desconcierto.
La paciencia me invade,
Perseverante te espero.
Tengo miedo, no quiero estar sola,
El recuerdo vive en mí.
Tú, te perdiste en la calle del olvido.

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NOCHE SIN TIEMPO
Verónica Salazar García

La nostalgia muere lenta
En mis atardeceres.
Las memorias se quedan
Se pierden en el tiempo.
¿Los recuerdos son?,
Caminos recorridos donde las piedras y zanjas
Curtieron mis pies.
Los resbalones en el andar son experiencias.
El otoño me cubre de color ocre los sentimientos,
Se marchitan, dejan al olvido las ilusiones,
Los sentimientos amargos no se cargan,
Se quedaron en una primavera y verano lejanos.
Muere el sol en la tarde
Así quiero se pierda mi memoria.
Las lágrimas lavan recuerdos en penumbra
El alba me llevará a un nuevo día.



MIL AGUJAS
Verónica Salazar García

¿Por qué se ve como si fuera de noche
Si está amaneciendo?
El ruido ensordecedor taladra los oídos
Parece un mazo golpeando la mente.
El polvo oscureció, el cielo se mete por la nariz
Nubla la razón.
Todo es caos y dolor en un día que prometía ser hermoso
El sol asomó en el horizonte sonriendo,
Abrazo el día para vivirlo plenamente.
Un estruendo lluvia de escombros rompió el ensueño,
Ahora sólo suplicio.
Gritos
Ausencia
¿Quién corre, quién grita?
Siento mil agujas introduciéndose en mi cuerpo,
¡duele!
Como duele la intolerancia.

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LOS NIÑOS DE LA GUERRA
Verónica Salazar García

Una lágrima que rueda silenciosa
Sale de los ojos que ver no quieren,
Los niños de la guerra, inocentes víctimas
Del odio entre hermanos.
Dolor que lacera el alma,
Los niños no serán hombres,
Los niños no serán sueños,
Los niños se llenaron de dolor
Y clausuraron las entrañas
Dejándolas invalidas.
Y sólo se deja para evocarlos
Esa lágrima impávida que rueda
Lentamente recordando la guerra,
Donde se perdieron las ilusiones
De las madres.

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ES DEMASIADO EL TIEMPO
Vero Salazar G.

Vivo sin lograr calmar el dolor
de mi corazón.
Remiendo el tiempo infinito.
El sentimiento se hace interminable
me abraza despacio en esta soledad.
Las lágrimas ruedan silenciosas, lentas,
se hace un nudo en mi garganta,
el dolor se eterniza en un lapso sin límite.
¿Por qué te diluiste
en esa mañana sin retorno?
No lo sé.
Me siento como un cristal roto
zurcido por el recuerdo,                                                                                                 
solo existo para verte en la eternidad.



COMO SI FUERA CABALLO DESBOCADO
Vero Salazar G.

Corro sin rumbo fijo, mi pelo enmarañado perdió su encanto, las gotas de sudor
escurren pegajosas por mi cara y espalda, me da escalofríos, mis ojos miran
desorbitados a todos lados, el corazón palpita muy fuerte, parece caballo
desbocado, el terror está tatuado en mi rostro… Siento unas garras perforando
mi cuerpo, duele, me elevo por los aires, me esfumo en la siniestra noche.

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SOBRE LOS RECUERDOS
Vero Salazar G.

Quedaré helada en esa tumba
muriendo a cada instante.
Nadie llegará a llorar sobre ella.
Las campanas tocarán 
una canción que rompa el silencio
y se perciba en la piel.
No sientan mi ausencia
ni sufran en los otoños desiertos
donde el recuerdo no se borra con agua.
Cuelguen las sonrisas en el viento
para que las pueda ver.
Así sabré quién me amó…
y a quién le fui indiferente.
Sobre los recuerdos claven una cruz
y mis cenizas tírenlas al viento.

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SIN MANCHA
Vero Salazar G.

Resbala el lápiz
por mis dedos,
me faltan fuerzas
cierro los ojos, intento inspirarme
se perdieron las ideas.
Una niebla cubre mi pensamiento.
La hoja desnuda grita
no ensucies la blancura de mi cuerpo,
ni tatúes tu poesía amarga
con pensamientos insípidos.
No plasmes el dolor que arrastras
escribiendo con letras descoloridas,
en mis páginas transparentes.





*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
**Imágenes:
Hieronymus Bosch, Infierno-Fragmento
Edward Hopper, La autómata
A soft afternoon, Scott Mattlin
Sin título, Duy Huynh

domingo, 11 de noviembre de 2018

LUZ Y LETRAS



LUZ Y LETRAS
Por: Carlos Javier Aguirre V.

Soco Uribe es una gran artista de la lente y de la pluma. Es originaria de  la  Puerta de oro del Bajío, ingeniera geóloga de profesión, egresada de la UNAM.       Es miembro de la Asociación Plástica de Celaya y del taller literario Diezmo de Palabras. Con creatividad y entusiasmo nos comparte, en un estilo muy propio de narrar, sus vivencias. Sus cuentos nos hacen sentir parte de ellos. Con arte, su obra nos enciende la imaginación y nos transporta en imágenes que, a veces, acompañamos con un gran sufrimiento.
            En Última tregua, la protagonista, doña Alfonsina, busca en los botes de desecho del mercado para obtener la comida del día para  sus hijos. Uno de ellos, José, trabaja en la carnicería de don Beto quien, al final de la jornada, le regala algunos trozos de carne que le quedan sin vender, para que la madre los cocine acompañados de algunos pedazos de zanahorias y otras verduras. La realidad superando a la ficción.
            En su cuento, Fusión de origen, narra el ritmo cíclico de las olas mientras alguien camina inmersa en su infinito volumen de agua salada, hasta perderse dentro de las olas de un mar azul claro. En un momento de tensión, sus moléculas se fusionan con las del mar.
            En la obra de Soco Uribe existe un realismo con figuras muy bien trazadas que vuelven al lector parte del texto. Vaya a donde vaya, la autora siempre lleva su propia luz. Sus textos y su fotografía captan el espíritu de las personas o de las cosas, como podemos constatar en las tres obras que acompañan este texto.
            El maestro Herminio Martínez decía que: “los mejores cuentos son aquellos que, cuando terminas de leerlos, tu mente sigue trabajando en el desenlace”. Así sucede con los relatos de Soco Uribe: el lector seguirá pensando en ellos incluso después de terminarlos.



ÚLTIMA TREGUA
Soco Uribe

A las cinco de la mañana, el despertar se torna infame para un niño de nueve años como José.  Es difícil poder comenzar el día sin rastro de alimento en la barriga y vistiendo tan sólo un pantalón raído y un suéter carcomido por esas enormes ratas que no dejan de rondar su colchón. Ese colchón deforme que huele a orines y humedad, según quejas de José, a quien su hermano mayor le dijo que lo había intercambiado con el chofer del camión de la basura por un reloj que se encontró en la Plaza Garibaldi.  La verdad es que su hermano se lo robó a un borrachín, en las inmediaciones de esa plaza, quien salió con la cartera vacía, arrastrando el saco y la infinita tristeza que el alcohol no pudo mitigar.
            A muy temprana hora, José tiene que trabajar en la carnicería de don Beto, entre esos olores que despiden la carne y la sangre de animales recién sacrificados en el rastro, que tanta repugnancia le provocan al niño.  La verdad, eso lo soporta únicamente porque el carnicero es una buena persona con él y su familia. Al final de cada jornada de trabajo le regala algunos trozos de carne que se le quedan sin vender y que, tal vez, ya no aguanten ni un día más en el refrigerador. 
            Estas dádivas son un alivio para la economía de la madre de José quien con cinco hijos, en ocasiones lo único que puede ofrecerles para comer son caldos que ella cuece con un trozo de carne, en el que predominan los huesos, acompañados por un par de zanahorias y unas dos o tres papas que consigue en los desechos de la central de abastos que, para su fortuna, se localiza a pocas cuadras de la vecindad en la que habitan. 
            Esta batalla por la vida, es muy difícil para la madre de José. Hay mucha gente que madruga y lucha por pepenar las mejores verduras de los tiraderos y deja lo peor para aquellos que llegan tarde.  Aquí cabría el refrán que reza: “Al que madruga, Dios le ayuda” pero, en este caso, el refrán adquiere un tinte de sarcasmo y hasta de crueldad.
            Doña Alfonsina, la madre de José, es una pobre mujer con carencias económicas y de salud precaria.  Hace algunos años, le diagnosticaron diabetes. Debido a su terrible pobreza le es muy difícil tener una dieta que le ayude a controlar su enfermedad haciéndola extremadamente vulnerable a las infecciones y a una gran cantidad de trastornos orgánicos.
            Cierto día, antes del amanecer, en la central de abastos se congregó un grupo de jitomateros unidos por la lucha para obtener un digno pago por el producto de sus cosechas, quienes se dieron a la tarea de tirar en el piso, las camionadas de jitomate que los intermediarios se negaron a pagarles a un precio justo. 
            Enfurecidos, pasaron sus vehículos varias veces por encima del rojo producto, dejando una espesa pasta sobre el pavimento; posteriormente, bañaron la mezcla con una sustancia que dejó la inmensa masa de puré totalmente inservible.  El escenario parecía el de una masacre Hollywoodesca despreciable e infame. 
            Por una parte, los desechos daban asco; pero, al mismo tiempo, una profunda tristeza invadía a los espectadores por la gran cantidad de producto desperdiciado.
            Horas más tarde, la madre de José continuó su batalla por la vida. Esta vez, llegó muy retrasada para efectuar la pepena en la central. Había tenido que estar de pie durante varias horas haciendo fila en el centro de salud, antes de conseguir ficha para su consulta médica.
            A todo ese calvario no le dio importancia, pues ahora se encontraba ahí parada en medio del inmenso mercado, lista para pepenar lo necesario para la comida de esa tarde. No obstante, sólo pudo conseguir algunas verduras y unos cuantos jitomates apachurrados para cocinarles a sus hijos esa sopa de fideo que suponía, erróneamente, les gustaba tanto.  Al terminar su recolección, se dirigió a su casa satisfecha de lo obtenido aun después de haber llegado tan tarde.
            Al día siguiente, los tres hermanos más chicos de José no asistieron a la escuela; el mayor, dejó de robar a los transeúntes;  doña Alfonsina, según creencias de los vecinos, no tuvo fuerzas para seguir luchando contra la diabetes; y José, ya no tuvo que levantarse a las cinco de la mañana para ayudar a don Beto el carnicero.
            En fin, esa diaria batalla tuvo su última tregua.



FUSIÓN DE ORIGEN
Soco Uribe

Qué delicia es hundir las plantas de los pies en esta hermosa playa carioca de fina arena blanca. Camino como en las nubes y siento cómo se refresca mi cuerpo cada vez que las olas lo acarician. El tiempo no existe cuando estoy feliz. Me resulta fácil conectarme con la naturaleza. Sin embargo, mis pensamientos me desvían hacia la oscuridad. Me pregunto de inmediato:
            “¿Qué sucedería si una de estas olas me arrastrara hacia mar adentro, mediante esas corrientes que arrasan con todo y vagara como un diminuto corcho de un lado a otro sobre la superficie del Atlántico, a merced del viento?”
            No hay respuesta y sigo caminando. Respiro la brisa húmeda que dejan las olas al romper sobre las rocas de la playa.  Aspiro de nuevo felicidad. Pero, de nuevo, mis pensamientos trasladan mi mente hacia el juicio. Hacia las comparaciones.  Hacia el porqué en estas playas no hay palmeras. 
            “¡Tontas preguntas” –exclamo y reflexiono. 
            Continúo mi recorrido. Escucho el ritmo cíclico de las olas. Cuento a cada cuántos ciclos las olas llegan e invaden espacios no alcanzados con anterioridad.  Disfruto del perfecto compás de los lengüetazos de fresca espuma que reciben mis pantorrillas. Aparece en mi ruta un grupo de palomas de plumaje gris tornasolado. Embellecen aún más el panorama. Camino pero sin mantener una paz completa. 
            Es extraño, pero no he visto ni una sola gaviota durante todos estos días en las playas.  Mi juicio regresa y nubla la dicha de la contemplación y el gozo.
Vuelvo al presente. Mi propuesta es no juzgar.
            Continúo caminando. Veo tan de cerca las enormes olas cuyos compases hipnóticos me llaman con insistencia. Obedezco.  Camino hasta sentirme inmersa en su infinito volumen de agua salada. Me pierdo dentro de esas olas tubulares dibujadas de mar azul claro y transparente. Las entrelazan cintillas de color turquesa. Mis moléculas se fusionan con las del mar. Vuelvo al sitio al que pertenezco. De este lugar procedo. Me siento en casa de nuevo. Reconozco mi origen. Lloro de felicidad.
            En este preciso instante, mi compañero de vida toca mi hombro y me pregunta:
            —¿Lista para recorrer la playa?
            —¡Claro!, -respondo, aunque confundida.
            Seco mis lágrimas y me doy cuenta de que mi mente me trasladó al futuro y nunca me dejó en paz.  Permanezco en el mismo camastro en el que me dejó mi pareja unos minutos antes, tras ir en busca de algunas bebidas para saciar nuestra sed.
            Terminamos el agua de coco e iniciamos nuestra caminata. Entonces, por fin disfruté de la belleza de cada instante del recorrido, sin más juicios ni cuestionamientos.



ENGAÑOSA
Soco Uribe

Al igual que yo, nació en el Bajío en un mes de marzo, con las primeras muestras del calor de la primavera. Era dulce y muy hermosa, envidiada por muchas de sus amigas con las que compartía su espacio en esta bella, tranquila y pequeña ciudad del centro de México.
            Su desarrollo pronto se hizo notorio pero, al alcanzar su madurez, se tornó aún más hermosa. Era la envidia de todas las lugareñas y la preferida de todos; tanto de los acaudalados, como de los más humildes habitantes del pueblo. 
Se sabía hermosa. Era la protagonista en las ferias regionales y sabía que todos la preferían.  Sin embargo, su sencillez emergía por donde quiera que la vieras.      Sus rivales, con sólo mirarla, se ponían verdes de envidia.
            —¡Engañosa!, -le gritaban por la calle al verla caminar lenta, sensual y altiva con su característico sombrero. Aunque era un poco robusta, dicha característica no era impedimento para que la elogiaran; ya que era atractiva de los pies a la cabeza. 
            Cierto día de junio, se topó con un grupo de envidiosas, de esas que no pueden dejar de aparecer en escena y una de ellas exclamó a los cuatro vientos:
            —¡Buen semblante, buena forma pero, si conocieran su interior, se darían cuenta de que es agria por dentro!
            Se notaba que no la conocían, que sólo hablaban por celos, por descalificarla.  En realidad, en su interior se generaba el balance perfecto. No imaginaban que, conforme transcurría el tiempo, se endulzaba mostrando su verdadero ser.
            De pronto, una voz tan aguda como un aguijón exclamó:
            —¡Eh, fresa!, eres una presumida, agria y engañosa!, -gritó la inmadura, punzante y espinosa tuna, desde la acera de enfrente.




*Todas las fotografías son de Soco Uribe.

**Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

Cuentos para no caerse de la cama

  Pequeños escritores celayenses presentan libro de cuentos   El sábado 20 de abril se presentó el libro “Cuentos para no caerse de la cam...