LA LETRA DE LA TIERRA
Por: Leticia Romero González
Martín
Campa es una persona sencilla que ha destacado en su carrera de escritor: como narrador
y como poeta. Lo han publicado en varias revistas, entre ellas: Tierra Adentro,
Azogue y Tranvía. También ha sido publicado en varias antologías nacionales y
extranjeras. Ha ganado concursos de poesía y su obra se publica regularmente en
varios diarios de la región y en algunos sitios de internet. Pero es su gran
amor por las letras lo que destaca en la obra de Martín. La literatura lo lleva
de la mano a expresar todo lo que siente y todo lo que contempla en su vida
cotidiana. Tiene la mirada del poeta.
También abarca temas como el
erotismo. En su poesía, Zoraida sueña,
escribe: "Busco tus manos para mojarlas / con la sed que derrama mi
vientre. Para sumergirlas en el embravecido caudal / que hoy se volvió pasión”.
Con delicadeza nos envuelve con sus imágenes.
En Desesperanza nos dice "¿Ahora quién me leerá aquellos himnos
salados que una madrugada olvidaste sobre mis muslos? / ¿Quién dará luz a mis
penas y pintará alegrías de fuego sobre las sábanas de mis desesperadas noches?
".
Martín disfruta del campo. Es parte
integral de su obra poética. En Gotas de
oro, la lluvia da vida a los valles y cubre los montes donde el aire es una
espiral y la marimba acompaña las estrofas y el recóndito olor a frutas verdes.
Esa misma lluvia da vida a Metáfora
salada. La lluvia que cae en la ciudad se confunde con la tristeza de la
gente. Cae en las ventanas de los amantes, como humo en las penumbras. Esponjas
cargadas de centellas, fulgor que duerme en los espejos, el agua es Metáfora salada donde suelen ahogarse
los ángeles.
En Escriban su Antífona describe cómo se llena el alma con los
amaneceres y las letras encienden los corazones, dejando al desconsolado poeta
como expectador del mundo creado por él mismo. Las figuras poéticas alegran al
lector y llegan a su alma: “Desgranen la mazorca de alegrías / y cuando llegue
la tarde bébansela, / cómansela, / abran su pecho, el corazón / pónganlo a
brillar en las manos del huérfano”.
A lo largo de los muchos años que
Martín Campa ha sido parte del Diezmo de Palabras, sus poesías y relatos nos
atrapan y solo queremos seguir leyendo más y más. Todo lo que ve y escribe es
poesía para él. Las metáforas nacen de su pluma con la facilidad de tener ya el
oficio de poeta, de quien también el Maestro Herminio Martínez dijera que: “se
alimenta con el fulgor de la estrella de la mañana”.
ZORAIDA
SUEÑA
Martín
Campa
Busco
tus manos para mojarlas
con
la sed que derrama mi vientre.
Para
sumergirlas en el embravecido caudal
que
hoy se volvió pasión.
Me
haces a tu antojo.
La
ansiedad se vuelve aguja
zurciendo
nuestros cuerpos.
Y
pienso que ni el aire
iguala
el fulgor de esta noche
ni
las sábanas tienen tanta música
como
nosotros.
Cuando
entras otra vez en mí
somos
guerreros en pleno combate.
Un
destello abofetea mi alma.
Abro
los ojos y descubro mi lecho vacío
¡De
nuevo este bendito sueño!
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ESCRIBAN
SU ANTÍFONA
Martín
Campa
Hijos
de la madrugada, rompan todas las luciérnagas
para
que vean cómo dentro de ellas
escritos
están aún los nombres suyos.
Gocen,
disfruten con las maracas de la gramática.
Llenen
con ritmo de azahares
ese
inmenso lucero que es su voluntad.
Vayan
por todo el mundo aplastando quejumbres
de
aquellos que aún no entienden por qué es la negrura
y
con el cirio de su alma quemen los quinqués
que
jamás han podido encender, desesperados.
Desgranen
la mazorca de alegrías
y
cuando llegue la tarde bébansela, cómansela,
abran
su pecho, el corazón
pónganlo
a brillar en las manos del huérfano.
Arránquenle
la piel a los desconsolados
y no
piensen jamás en la muerte y sus navajas,
acuérdense
que sólo fallece aquel al que le toca.
Se
muere el ciego que ya no puede ver con el caracol de los oídos
y el
sordomudo que grita en letras del espíritu.
Se
muere el que usa zapatos de escasez
y el
señor que no tiene miedo ni un amo a quien glorificar.
Se
muere aquel que se llama como el pecado
y se
embriaga con el brandy de la desventura.
Se
muere ese que no tiene nombre
pero
sí unas inmensas ganas de ser fuego
en
el vientre de las que venden, lujuriosas, sus manzanas.
Disfruten,
gocen con la sinfonía que interpreta su ingenio.
Escriban
su antífona sobre la corteza de las nubes.
Hagan
sonar las piedras apócrifas
a
donde viene a sentarse el viento.
Bailen
hasta que sus pies se deshagan sin tinta.
Invítenme
a mí también,
pero
dejen que me vaya al rincón de los pesares.
No
entristezcan su algarabía sólo por mi culpa.
A mí
sólo déjenme en la habitación donde pernocta el silencio:
antiguo
hechicero con espejo de agua y sombras.
Recuerden
que los malabaristas de la palabra,
de
tan resplandecientes,
llegamos
a perder las tuercas de nuestro rojizo resplandor.
GOTAS
DE ORO
Martín
Campa
Agua
de amorosa vida.
Resplandeciente
ventarrón
que
se quita sus anillos
para
cambiarlos por sueños.
Gota
de música antigua,
redentora
de los mudos.
Agua
de todos los sitios.
Maravillosa
marimba
que
acompaña las estrofas
de
aquellas que siempre escriben
con
el oro de su lengua.
Espléndido
rumor verde.
Recóndito
olor a frutas.
Fiesta
que cubre los montes
donde
el aire es una espina,
un
mezquite sin fantasmas,
solo
un grito sin temblores.
Agua
que bendice al mundo
con
su titánico brillo.
Licor
de viento y zenzontles.
La
semilla de esperanza:
dulce
al igual que la luna.
Agua.
Sed. Pócima usada
para
quien vive sufriendo
las
cicatrices de olvido
que
trae consigo la vida.
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DE
LLUVIA NUEVA
Martín
Campa
Arde
el sol como la vida,
gira
al compás del verano.
Anda
despacio en los pinos
reventándoles
sus hojas.
Se
aproxima el aguacero
con
su sonido de fiesta.
Vuela
el sol junto a las aves
que
van buscando refugio
para
esconderse del agua.
Un
viento extraño se mueve
atorado
entre las nubes.
Los
ladridos de los perros
hacen
que el pueblo parezca
un
soplo de lluvia nueva.
Los
hombres guardan silencio,
el
cielo parece un canto
que
rueda sobre la cumbre.
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FUIMOS
SOMBRAS LUNARES
Martín
Campa
1
En
estas húmedas noches
es
cuando más te recuerdo.
Ahora
la casa se siente fría
sin
ningún rastro de tu voz.
Será
mejor que me levante
de
la cama,
de
este mullido lecho
donde
cientos de veces
fuimos
un solo destello.
Será
mejor salir al patio
para
que el viento se lleve
ese
aroma que dejaste en mi cuerpo.
2
Tu
semblante, Alexa,
hechizaba
a cualquier mortal.
A mí
me clavaste en el pecho
una
daga infectada de amor.
Y
así te fui queriendo, pequeña,
poco
a poco, como se aprende
a
amar la llegada de un nuevo amanecer.
Me
esforcé para no necesitarte
pero
terminé embriagado
con
ese suave licor del pecado.
3
La
lluvia es como tú, Alexa:
renueva
cada rincón del patio,
cada
hoja de los árboles frutales
a
los que también les crecen sueños.
Las
nubes, saltando de charco en charco,
tienen
tu esencia,
ese
aroma a duraznos y claveles.
Mi
corazón es un huerto
que
sigue esperando tu retorno.
4
Sin
saber por qué, Alexa,
tu
corazón se transformó en ave
y
abandonó el hogar
donde
fuimos sombras lunares,
constructores
de sueños,
víctimas
de nuestros cuerpos.
Aquí
esperaré a que vuelvas:
antes
de que vengan los vientos
o
florezcan los aguaceros.
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POETA
DE ALAS ROTAS
Martín
Campa
Otra
vez estas pústulas
que
no me dejan respirar;
me
transforman en guiñapo
deslustrado
y pesaroso,
muñeco
de hedores viejos,
fragmento
de nube tosca.
Otra
vez estas ampollas
que
me desarman sin prisa,
erosionan
poco a poco
mis
huesos y mi espíritu.
Soy
un remedo de nada,
soy
un grito sin salida.
Un
eco desparramado
sobre
las calles del mundo.
Camino
buscando el viento
para
que me azote el rostro,
para
que me arree la sombra.
Escurre
agua atormentada
de
mis labios quebrantados.
Mis
pupilas son cascajo
donde
se oxidan las moscas.
Soy
ánima extinguiéndose.
Soy
pestilencia aturdida.
Otra
vez estas vejigas
que
me muerden y no expiro,
que
me arrojan y no caigo,
me
acercan a los gusanos,
me
separan de los hombres,
me
traspasan las arterias.
Esta
carne desgarrada
que
no sirve y sí se queja.
Este
cuerpo moribundo
que
entre la bruma se pierde.
Esta
maldita quejumbre
de
poeta de alas rotas.
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VIOLÍN
DE CUERDAS HÚMEDAS
Martín
Campa
Los
cuervos roban la tarde
y
alguien maldice mis palabras.
La
lluvia danza
para
entretener a los difuntos
mientras
el silencio ilumina nuestros pesares.
Soy
vasija de barro malcocido,
bebo
licores mezclados con el viento
o
acaricio el espinazo que es la noche.
Dios
es un violín de cuerdas húmedas
que
solo suena entre mis manos.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
**Imágenes de: Gerardo Murillo (Dr. Atl); María Izquierdo; José María Velasco.
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