domingo, 26 de julio de 2015

LAS RAÍCES DEL PEÑERO (SEGUNDA PARTE)

LAS RAÍCES DEL PEÑERO
Poetas de Rincón de Tamayo
(SEGUNDA PARTE)

Pueblo tan arrinconado en las faldas de los cerros: El Pelón, Picacho, Tres Peñas, Los Huesos y por si fuera poco las Barrancas de las Ánimas y del Beato. Hablar de Rincón de Tamayo es respirar a mi pueblo, añorar la nostalgia, mirar sus cerros verdes y sus cuevas. Un lugar donde el tiempo se ha detenido porque la gente guarda sus tradiciones, la belleza y nobleza de sus corazones. Un pueblo donde las fiestas religiosas predominan, endulzadas con sus tradicionales charamuscas. La historia pasa de generación en generación en esas tardes frescas en la puerta de las casas con niños y sus familias. Los abuelos guardan una fortuna en sus memorias y la regalan con humildad.
“La Antigua Pirámide Olvidada” que Pascual Juárez decía en sus versos: “Rincón de Tamayo no era la tierra de Moisés ni la tierra prometida, pero tenía más que eso. Aquí se cautivaba la luz, se filtraba el verso y sus aguas perfumaban las entrañas de la tierra. Aquí donde seguimos reclamando la dignidad de nuestra sangre y el color oxidado que tiene nuestra raza.” Una maravillosa forma de ver las cosas que sólo un poeta humano y enamorado de la tierra puede describir.
También Sarita Montoya Patiño nació aquí, en estas tierras tamayenses y es poeta que le habla al mundo y a la vida en sus excelsas letras.
Hablar de Rincón de Tamayo es hablar también de Martín Campa; de “Lugar de Polvo”, “El Peñero”, “Arroyo del varal”. Es hablar de sus antepasados, dejando una maravillosa constelación en versos e historia. Martín tiene su piel en los cerros y la memoria en sus piedras: “Lugar de polvo luminoso, entre la ramazón de la llovizna, donde vuelan las parvadas al viento. Rincón de cerros celosos adonde un día llegó el indígena otomí, como dios de barro, a modelar todas las flores”. Rincón de Tamayo, un lugar de humildes reyes que guardan un invaluable tesoro.
Rosaura Tamayo Ochoa

* Rosaura Tamayo Ochoa es una artista celayense muy completa. Acuarelista con muchos años de trayectoria, ha participado en más de 80 exposiciones individuales y colectivas. Como poeta y escritora de narrativa breve ha sido publicada en más de 30 antologías en México y el extranjero. Es parte del Taller Literario Diezmo de Palabras.


LA ANTIGUA PIRÁMIDE OLVIDADA
Pascual Juárez Galván (+)

Tamayo no es la tierra prometida.
No, este pueblo no es la tierra prometida.
Es un rincón de la llanura transparente del bajío,
aquí es el cautiverio de la luz,
donde los hombres cosechamos uva, cosechamos maíz,
naranjas, romeros y espigas amarillas de oro
en los campos de mayo, allá cuando madura el trigo.
Tamayo no es la tierra de Moisés
y de sus rocas se filtran los veneros
de inusitadas aguas cristalinas, que bajan y se tienden
a perfumar la entraña de esta tierra,
de esta tierra tan cerca del trabajo
y tan cerca de la Patria.
Nuestros montes no son montes con ríos,
pero en mayo o en junio, nuestros montes
se vuelven alfareros y se hacen alforjas de agua,
y con polvo de roca nuestras montañas inventan aguaceros
y aparece la hierba y aparecen las flores de olivo
y huele a campo verde.
Se escuchan mugidos de ganado
y aparece el paisaje de los lirios.
Tamayo no es Egipto.
No, aquí no conocemos a la estirpe de Jacob.
Este pueblo es la antigua pirámide olvidada,
construida por viejos faraones
para tocar el sol cada mañana.
Aquí están suspendidas las estrellas.
Aquí duerme la luna en la penumbra quieta
de los tejados medievales.
Aquí se detienen los crepúsculos
a contemplar los rebaños y las flores
entre aromas de piso, entre aroma de pan
y pláticas bucólicas de viejos labradores.
Tamayo no es tierra de profetas;
por esta tierra jamás pasó David.
En este pueblo nunca vivió Daniel.
Este pueblo es la casa divina del poeta
a donde llega Cristo los jueves de pasión,
y lo detienen unos judíos y sayones inventados
y, sin saber por qué, permanece cautivo
toda la noche entera, y una revuelta de escribas
y guardias pretorianos lo acusan sin vergüenza,
y a las tres de la tarde lo crucifican cada viernes santo.
Nosotros no vivimos en la tierra prometida;
no conocimos a Josué y sin embargo somos alfareros
que hacemos miel de piedra.
Sí, aquí los alfareros hacemos miel de piedra,
hacemos miel de humo, de alcayata y de leña.
Tamayo no es la Alcarria.
Por aquí no ha pasado Don Quijote…
Sólo han pasado los peregrinos de la gran Aztlán
cuando iban conducidos por una enorme águila.
Nosotros no sabemos de guardias alabarderos,
que custodiaron los palacios de la antigua España.
Nosotros llevamos la casta perdurable
de nuestros dioses olvidados en su recuerdo.
Seguimos reclamando la dignidad de nuestra sangre,
y el color oxidado que tiene nuestra raza.
Caminante de América, tú te puedes llevar el péndulo
del viento que acaricia este valle
y arrulla mis cañadas.
Puedes llevarte el canto de mis aves,
mis paisajes de trébol y los acantilados
que tienen mis montañas,
pero nunca me robes éstas mis alegrías
ni la cárcel del sol ni el cesto musulmán
que tienen estas cúpulas
que a lo lejos parecen calandrias amarillas.


FINAL
Sarita Montoya

Cuando llegue al final de mi existencia
deseo llegar a verte Jesús mío,
que me envuelva el amor de tu clemencia…
que perdones mi deuda… y mi desvío.
Yo que voy caminando por la vida
sin dolerme tus llagas… ni tu cruz,
sin sentir del dolor de tu honda herida
ni de ver de tus ojos… esa luz.

Yo que he sido mezquina e indiferente,
que te niego el perfume de una flor,
que no me inclina la realeza de tu frente
ni conozco de las huellas de tu amor.

Yo que soy de esas almas incoloras
que no toman en cuenta al rubio sol,
que no saben del fulgor de tus auroras
que al mundo han incendiado en su arrebol.
Que no sé de tus cauces de ternura,
de tus manos de tibia suavidad,
que no he probado la miel de tu dulzura
ni me ha cegado tu hermosa claridad.
Que deshojo los rosales de mi huerto
a los pies de cualquier embajador,
que me niego a embalsamar tu cuerpo muerto
que todos los días va matando mi rencor.
Que sembré las semillas de los trigos
en las tierras cubiertas de maleza,
que olvidé tu convite a los amigos…
y no supe llegarme hasta tu mesa.
Que cien veces me diste la aldabada
perdonando la torpeza de mi olvido,
que no quise volverme a tu mirada…
y me hice sorda al clamor de tu gemido.
Y tú estabas ofreciéndome tu brazo
y esperando a que yo me decidiera,
no importando lo tardo de mi paso…
y deseando que al fin yo te siguiera.
Y dejé que te fueras aquel día
que tu voz me llamaba dulcemente…
¿Cómo puedes perdonar mi cobardía
si te hirió mi rechazo tan cruelmente?
Si no quise de tus aguas cristalinas
ni de tu ánfora divina de ambrosía,
si tuve miedo del dolor de tus espinas
si de nuevo me hablaras… ¿qué diría?
Ahora, como entonces, el rechazo;
ahora, como ayer, ¿me negaría?
¿No pondrías tu brazo, con mi brazo?
Tu amante corazón… ¿aún me querría?
Ay, de mí, que una vez tú te marchaste
dejándome en aquella encrucijada,
¿acaso en ese tiempo, disculpaste
la infinita miseria de mi nada?

Perdona mi obstinada indiferencia,
suplicante te lo pido, oh Jesús mío,
que me envuelva el amor de tu clemencia,
que se borre mi osado desvarío.

Que me venza la ternura de tus ojos
y sea cual vino nuevo de tu huerto,
que me hieras los pies con tus abrojos
por las veces que olvidé que estabas muerto.

Que me sangren las manos como herida
y que pueda tocar tu pecho casto
y sea bueno lo poco que en mi vida
hoy te pueda ofrecer como holocausto.

No importando que me des el latigazo
si a tu enojo, sobrepasase tu amor,
y me dejas descansar en tu regazo…
perdonando el agravio, mi Señor.


LUGAR DE POLVO
Martín Campa Martínez

UNO
Rincón de Tamayo, pueblo luminoso
entre la ramazón de la llovizna.
Monte donde la tarde olvida su maravilloso acento.
Sitio donde el arroyo crece a la orilla de las penas
y con su mágico canto regocija las húmedas venas del baldío.
Inmensa roca: caparazón de tortuga,
donde seres lumínicos cazan saltamontes
para ataviarse con lo verde de esa carne.
Brazo de elote donde los arrieros mitigan la sed de su pobreza
con amargos cactus curativos.
Camino donde vuelan las parvadas al viento
mientras la tristeza recorre el mezquital.
Rincón de cerros celosos
adonde un día llegó el indígena otomí,
como dios de barro, a modelar todas las flores.

DOS
Esta es la parcela que nos vio nacer.
La que nos cobijó con sus girasoles sin esperar nada a cambio.
Esta es la piedra angular que ha visto crecer nuestras historias.
La que reinventó sus vertebras
y las transformó en interminable llamarada
para poder curar nuestras penas.
Esta es la raíz sempiterna del progreso.
La arteria aromática por la que corre el mundo
hasta la dulce inmensidad del pozo.
La hojarasca donde nos volvemos artesanos
para moldear los temporales
que vendrán a mojar las fértiles parcelas
donde pronto crecerán las espigas de la tarde.

TRES
Huizachal en reposo.
Colibrí que con su pico ilumina la tarde.
Cerro de agua y pedernales.
Tierra oscura germinando bajo el inmenso sol de junio.
Flor que guarda entre sus pétalos
el húmedo nombre de las ánimas.
Palabra con sabor a tuna, ciruelilla o pulque.
Lugar de neblina, grillos y carrizos.
Monasterio de víboras y magueyes.
Vientre de corteza amarga de donde brotan los tlacuaches.
Madre de los que arrean al viento
y endulzan su faena con un canto de cenzontle.
Lugar de polvo callado,
pájaros en parvadas de sol
y olor sabroso de aguacero.
Llano que olvida el color de su tragedia
para despedir los pasos de esos hombres
que se marchan a buscar nuevos atardeceres.

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EL PEÑERO
Martín Campa Martínez

Por este camino donde el escorpión duerme
se ve adelante El Peñero:
sitio de mezquites
y nopales que las doncellas comen
para conservar los sueños;
carne verde y sustanciosa,
remedio para los de alma seca.

Por este sendero los carretones avanzan
y las víboras huyen
escondiéndose de los hombres.
Avanzan llenos de gente blanca
y objetos extraños,
conducidos por seres que los hacen correr más rápido
que un hechizo de chamán.

Se detienen,
el viento esparce la avaricia de los frailes,
alguien grita que adelante están los tajos,
una doncella asombrada: María Isabel Tamayo,
observa el vuelo húmedo de un zenzontle,
y los carretones, pesados, siguen su camino.

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ARROYO DEL VARAL
Martín Campa Martínez

Crece el agua
sobre los labios entreabiertos del peñasco.
Murmullo de zenzontles
que humedece la sed de las personas.
Flor con sonidos nuevos,
órgano en el corazón de la barranca,
entre el sabino en donde todavía duermen los dioses
y el frágil tallo
donde pone sus ángeles la tarde.
Canto sobre la orilla de tu piel
porque tú y yo nacimos en el mismo cántaro.
Danzo por ti
y por la transparente lengua del laurel.
Esparzo mi alegría porque quiero
que conserves tu nombre
y tu pupila fértil.
Ya la noche se agita entre tus brazos;
soñé que padecías de mal tiempo,
que te rompían los brazos
y echaban basura en tus raíces,
y te mordían las venas y los dedos
y que, de pronto,

la sequía se desbordaba a fustigarnos.

domingo, 19 de julio de 2015

CIRCO, MAROMA Y TEATRO


CIRCO, MAROMA Y TEATRO

—Bienvenido al circo brigada. Le aseguro que no se va a aburrir.
De eso no me cabía duda. Lo que me preguntaba era si me tocaría hacer de payaso como de costumbre, o de comida para el tigre.
Lorenzo Silva, autor español.


RAYAS
Herminio Martínez

—¡Don Plácido! -exclamé al ver al hombre sentado delante nada menos que de la jaula de los tigres-. Pero hombre de Dios, ¿qué hace usted aquí? Se va a resfriar.
—Cuidándolo… -respondió él con una tristeza que me dio lástima-. Es lo que hago desde hace… ocho años.
—¿A quién, qué cosa, hombre?
—A mi hijo… -sollozó-. Desde ése día vago detrás de él, de feria en feria y de pueblo en pueblo.
—Vamos –le dije, poniéndome a su lado-. Usted ya no está para estos trotes. Déjelo que haga por la vida él solo. Somos de la misma edad, si acaso uno o dos meses… En muchas ocasiones Luis Manuel me comentó que su mayor deseo era trabajar en algún circo, ¡de verdad, don Plácido! Si ya está aquí, pues déjelo.
—¡Hasta que muera él o muera yo será éste mi destino! –argumentó tajante y comenzó a llorar.
Al terminar la telesecundaria, como lo hicimos los demás, Luis Manuel sintió el deseo de irse a la ciudad. En el pueblo no había bachillerato, pero don Plácido se opuso con argumentos que a nadie convencían: “Te vas a pervertir. Lo único que los jóvenes hacen allí es divertirse; se van con las mujeres, no estudian, fuman, beben, duermen en el antro. ¡No! Tu madre ha muerto, somos nada más tú y yo, pero tenemos tierras, ganado, las gallinas, este tractor. ¡A trabajar se ha dicho, a trabajar!”. Fue su respuesta. Pero Luis Manuel de todas maneras se las ingenió para inscribirse conmigo en el bachillerato, al que estuvo asistiendo hasta que definitivamente se perdió; es decir, ya no lo vimos más.
—Sucedió en ese tiempo…-continuó el hombre-. Cuando me desobedeció para irse a la ciudad. Sé que iba contento y que iba bien. Hasta que se lo prohibí definitivamente, advirtiéndole. “¡Y si no me escuchas, te va a caer mi maldición! ¡Serás un perro!”… Y en perro se trasformó mi hijo.
—Oiga… -iba a hablar, pero don Plácido no interrumpió el relato.
—Permíteme, Isaías; por favor escúchame; tú estuviste con él; lo conociste; era un muchacho noble, bueno, amoroso… Muy sonriente.
—¿Un perro? –insistí.
—¡Un perro! ¿Te das cuenta? –continuó-. A nadie, jamás, le revelé el secreto. Nada más a ti. Y no, no desapareció, ni emigró a otro país, ni lo secuestraron, ni se fugó con una mujer de Cacalote. Fue la maldición, Isaías, la maldición de un padre… Tras mis palabras dejó su forma de hombre; le salieron orejas, cola, colmillos, mucho pelo y ya no habló. Sólo ladraba, echándose a mis pies. “¡Dios mío!, ¿qué hice?”, me arrepentí; mas ya era tarde. Un día supe del mago, el de este circo…Lo vi en una función. “¡Magnífico! –pensé-. Si convierte papeles en palomas y pañuelos en víboras, podrá ayudar a Luis Manuel. De eso estoy seguro. Iré a pedirle ayuda”. ¡Claro que lo ayudó! Le dio algo de beber; le echó conjuros… Y desde entonces, muchacho, aquí estoy, siguiéndolo, mirando cuánto come, qué come; cuando lo sacan de la jaula para que salte por un aro encendido, sintiéndolo pasar y verme con esos ojos que tanto me recuerdan a su madre.
—¿De verdad?
—Allí está, el poder del mago logró que dejara de ser un simple perro.
Por instinto volteé hacia la jaula donde una sombra se movía. También don Plácido. Un rugido estalló. Pero no era la voz de cualquier fiera, sino un derrumbe de sonidos, un estruendo largo, que, tras hacerme estremecer, me llevó hasta los años cuando aquél joven y yo en su camioneta viajábamos a la ciudad donde había el bachillerato, él con los libros y sus cuadernos escondidos en una caja de madera debajo del asiento; conversando, haciéndonos preguntas sobre las materias que cursábamos.
No pude resistir; me acerqué un poco más  a verlo y sí, aquel enorme tigre era el hijo de Plácido Santana. ¿En que lo descubrí?  En algo más masculino que animal: las pupilas, su andar, el duro pecho y la suave sonrisa que, pese a los rugidos, era la misma de él. De nadie más. Sólo mi gran amigo sabía reírse así. Ah, y la gran mancha entre la nariz y uno de los párpados.


domingo, 12 de julio de 2015

LAS RAÍCES DEL PEÑERO (PRIMERA PARTE)

El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

LAS RAÍCES DEL PEÑERO
(PRIMERA PARTE)

“Con las fiestas los pueblos desahogan sus problemas y se brindan un momento de diversión y alegría, un paréntesis en la vida ajetreada. Rincón de Tamayo es un pueblo ciento por ciento fiestero o, como decían los antepasados, “mitotero”. Sin embargo, muchas fiestas han perdido su grandiosidad y se han convertido en simples nombres. Las fiestas siguen, pero de distintos modos. Hablar de fiestas en Rincón de Tamayo es hablar de todo el año. Es una manera propia de ser del tamayense, de tener un espíritu festivo, además de que siempre se ha caracterizado por su amor a la vida, su hospitalidad y su forma de encarar la vida.”

*Tomado de la monografía “Rincón de Tamayo: El municipio perdido”, página 82, 8.1.-Fiestas tradicionales.

Y sí, la palabra también es una fiesta que nunca cesa; un intenso y demoledor golpe directo al corazón de quienes amamos el olor a insomnio y tinta. En esta ocasión se han reunido cuatro magnificas voces a declarar su vivo y enverdecido amor hacia su pueblo: Rincón de Tamayo. Tenemos a Josefina Martínez Acosta que nos obsequia, gota a gota, la melancolía convertida en dolor, lluvia y ese ímpetu que caracteriza a las mujeres de altos vuelos. Alejandra Medina Morales, maestra entregada a sus quehaceres didácticos, nos deja un doloroso mensaje: el recuerdo de aquel que se marchó robándole la luz a su existencia. Moisés Martínez Camargo, nos sorprende con esa clara advertencia: debemos de cuidar la vida antes de que alguien venga a cobrarnos (muy caro) la factura. Y Luis Emilio Luna Tamayo, quien no sólo es técnico en computación, sino que también escribe buenas letras llenas de intensidad y reclamos amorosos con una voz que promete crecer hasta llegar a la cúspide del peñero. Disfrutemos, pues, de este festín de poetas tamayenses.
Martín Campa Martínez

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EL SEGUNDO DESTIERRO
Moisés Martínez Camargo

Da inicio el ritual milenario.
El vendaval alerta a los árboles;
cae la lluvia
y un relámpago ilumina el patio del cielo.
El temporal escurre entre las piernas del monte
mientras los ángeles siembran sus lamentos
al ver el fruto del hombre.
Nubes de luto
nacidas de la plaga tecnológica.
Ríos con sus venas rancias
en donde los mortales abandonan su inconsciencia.
Úlceras de basura que exhiben las ciudades
en señal de progreso.
Ésta, hijo de Dios, es tu firma,
ojalá estés preparado
cuando veas cómo acabaste con su obra.

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ENTRE MIS SUEÑOS
Luis Emilio Luna Tamayo

Entre mis sueños te paseas,
bailas sobre las flores refrescando el ambiente.
No sé si será tu ausencia
o esas sombras reclamando tu nombre
quienes perfuman mi vida con su peculiar olor.
La tenue luz de la luna
me enreda en su acuífero vaivén.
¿A dónde ibas tan apresurada?
¿En qué precipicio del mundo
abandonaste tus ojos, tu sonrisa?
Ahora continúo gritando como loco enamorado,
en este instante donde el silencio y tu recuerdo
escurren de entre mis dedos.

NO TEMAS DISPARAR
Luis Emilio Luna Tamayo

Abrázame, apriétame
hasta que me falte el aire
y mis pupilas enmudezcan en mi rostro.
Succióname, estrangúlame
hasta que los recuerdos
cuelguen su dolencia en mis oídos.
Desgárrame.
Destrózame.
Ahoga mis letras en los frascos donde guardas
la esencia de tus perfumes
y vístete, allá donde andas, con mi aroma.
Apúntame con tu indiferencia,
jala del gatillo, no temas disparar;
de cualquier forma me quedo con tu sombra,
esa que sabe que nunca te olvidaré.

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LLANTO
Alejandra Medina Morales

Yo no canto canciones de júbilo
porque siento en mis labios la tristeza
de un amor que fue toda mi alegría
y ahora es llanto y desesperanza.
Ya no veo el color de las flores
ni el cielo brilla para mí,
sólo veo el titilar de las estrellas
y necesito decir que todas las noches
eres mi llanto.
Cuando veo que los días pasan
y no te veo siento que muero.
Cuando escucho el cantar de los grillos
recuerdo cuando estábamos juntos
y reíamos y ahora…. ¿qué hago?
Sólo me queda decirte que cada día que pasa
no puedo olvidarte,
¡por cada beso y caricia que me diste!


MELANCÓLICA SINFONÍA
Josefina Martínez Acosta

Me he pasado el día intentando escribir,
pero siempre hay algo que me lo impide:
primero ese grupo de niños en plena guerra
detrás de los pajarillos aún en sus nidos,
después el cartero me trajo noticias,
un estado de cuenta y un saldo bancario,
más tarde mi madre me llamó al comedor
y yo regresé a continuar la rutina.

Hace unos momentos,
tomé papel y lápiz y me dispuse a empezar,
entonces la lluvia se hizo presente
y me pregunté qué importaba más:
escuchar esa sinfonía
que nota a nota bajaba del cielo
o dar rienda suelta a estas ansias
tremendas
de volver a estar triste.

Manchas en mi libreta ahora
me impiden seguir,
son lágrimas mezcladas con tinta,
mientras nuevos elementos se suman
a esta sinfonía,
es la rana o las ranas que empiezan a murmurar
no sé si lloren o canten,
o simplemente afirman que su tiempo ha llegado.

Hojas traídas de no sé qué árboles cercanos
son arrojadas con furia sobre mi ventana
por ese viento incesante,
entonces me doy por vencida:
buscaré el momento más oportuno
para escribirle a mi nostalgia.

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SESENTA VECES POR MINUTO
Josefina Martínez Acosta

Llamándote sesenta veces por minuto,
como por inercia.
Hoy tampoco te pude encontrar,
mis pasos retornan su marcha
y mis mensajes se fueron
con el amanecer.

A estas horas debes estar durmiendo,
horas en que el recuerdo llega difícil
y sin embargo se hace presente otra vez.

Cómo no recordar esas horas tan nuestras,
cuando tú dormías y yo te veía,
qué bueno que le robé a la vida esas horas,
porque a nadie más le robé tu amor,
porque nunca fuiste ni serás de ella,
un amor como el tuyo no sabe ser fiel,
por eso nunca lo entregas completo.

Cómo no recordar esas horas tan nuestras,
cuando tú dormías y yo escribía
los poemas que nunca quisiste escuchar,
que tal vez tus hijos un día conocerán
sin saber que fue su padre el causante de tanto amor
y por ellos fue que nos dijimos adiós
aunque te hayas quedado grabado en mi mente,
en mi cuerpo y encada cosa de mi casa.

Nunca sabrás cuánto te he buscado
queriendo encontrar por lo menos tu rastro
de esas tardes rondando tu casa
sólo por verte de lejos.
Tampoco sabrás de esta angustia en mi pecho
que ahora me impide la voz.
Nunca sabrás que han pasado los años
y sigo añorando el hijo que juntos quisimos.

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FIN DE JORNADA
Josefina Martínez Acosta

En la puerta de esta casa me reciben
las noticias que imagino,
los grillos y las arañas dicen secretos
mientras regresan al rincón.
He llenado este día con recados,
con cuentas y llamadas inoportunas,
es hora de disfrutar del silencio,
de remarcar la marca sobre el sillón de siempre.
Impulso todo el aire hacia adentro,
como queriendo llenar todo el espacio
y que el pensamiento no tenga pretextos
para correr hacia ti.

Me quito los últimos restos del maquillaje
y pretendo limpiar de recuerdos mi mente;
los últimos rayos del sol como en fila
proyectan las sombras
de un agigantado cansancio.

Más adentro me espera la intimidad del hogar,
un espejo donde no quiero ver reflejada mi imagen
porque los espejos siempre disminuyen la luz
y multiplican la tristeza y las tempestades;
tal vez agrande este tiempo en que aún espero
y una tristeza más en esta tarde,
sería demasiado para una noche.
En estos momentos melancólicos,
casi pesimistas del recuerdo del día,
aligero los minutos contando los instantes
y me duelen en la manos
las letras de tu nombre
por no poder escribirlo.

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LUZ DE LÁGRIMA
María Guadalupe Maldonado Pérez

La persona que yo quiero es alegre
y algunas veces triste.
Cuando sus ojos me descubren
mi corazón tiembla como una mariposa
y mi vida, esta vida llena de tinta y poemas,
se me aclara al igual que la luz de una lágrima.

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ASOMBRO
María Guadalupe Maldonado Pérez

Sigo sin creerlo:
en el patio de mi corazón
ha caído,
para lavar mi tristeza,
una lágrima del sol.

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LA NOCHE
María Guadalupe Aguirre Pérez

I
La noche:
almohada humedecida
con melancolía.

II
El ahorcado intenta decirnos algo,
nadie lo adivina, yo sí:
el polvo le está mordiendo la lengua.

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ASTRO REY
Aurora Rodríguez Vega

Cuando te asomas a mis sueños
el nuevo día resplandece en mis pupilas.
Puedo sentir la calidez de tus manos
acariciándome la piel,
rozándome los años.
Entonces despierto
y abro la ventana de mi vida
para observar cómo mi corazón
se agita mientras se baña

en el inmenso destello de tu oro.

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...