domingo, 26 de julio de 2015

LAS RAÍCES DEL PEÑERO (SEGUNDA PARTE)

LAS RAÍCES DEL PEÑERO
Poetas de Rincón de Tamayo
(SEGUNDA PARTE)

Pueblo tan arrinconado en las faldas de los cerros: El Pelón, Picacho, Tres Peñas, Los Huesos y por si fuera poco las Barrancas de las Ánimas y del Beato. Hablar de Rincón de Tamayo es respirar a mi pueblo, añorar la nostalgia, mirar sus cerros verdes y sus cuevas. Un lugar donde el tiempo se ha detenido porque la gente guarda sus tradiciones, la belleza y nobleza de sus corazones. Un pueblo donde las fiestas religiosas predominan, endulzadas con sus tradicionales charamuscas. La historia pasa de generación en generación en esas tardes frescas en la puerta de las casas con niños y sus familias. Los abuelos guardan una fortuna en sus memorias y la regalan con humildad.
“La Antigua Pirámide Olvidada” que Pascual Juárez decía en sus versos: “Rincón de Tamayo no era la tierra de Moisés ni la tierra prometida, pero tenía más que eso. Aquí se cautivaba la luz, se filtraba el verso y sus aguas perfumaban las entrañas de la tierra. Aquí donde seguimos reclamando la dignidad de nuestra sangre y el color oxidado que tiene nuestra raza.” Una maravillosa forma de ver las cosas que sólo un poeta humano y enamorado de la tierra puede describir.
También Sarita Montoya Patiño nació aquí, en estas tierras tamayenses y es poeta que le habla al mundo y a la vida en sus excelsas letras.
Hablar de Rincón de Tamayo es hablar también de Martín Campa; de “Lugar de Polvo”, “El Peñero”, “Arroyo del varal”. Es hablar de sus antepasados, dejando una maravillosa constelación en versos e historia. Martín tiene su piel en los cerros y la memoria en sus piedras: “Lugar de polvo luminoso, entre la ramazón de la llovizna, donde vuelan las parvadas al viento. Rincón de cerros celosos adonde un día llegó el indígena otomí, como dios de barro, a modelar todas las flores”. Rincón de Tamayo, un lugar de humildes reyes que guardan un invaluable tesoro.
Rosaura Tamayo Ochoa

* Rosaura Tamayo Ochoa es una artista celayense muy completa. Acuarelista con muchos años de trayectoria, ha participado en más de 80 exposiciones individuales y colectivas. Como poeta y escritora de narrativa breve ha sido publicada en más de 30 antologías en México y el extranjero. Es parte del Taller Literario Diezmo de Palabras.


LA ANTIGUA PIRÁMIDE OLVIDADA
Pascual Juárez Galván (+)

Tamayo no es la tierra prometida.
No, este pueblo no es la tierra prometida.
Es un rincón de la llanura transparente del bajío,
aquí es el cautiverio de la luz,
donde los hombres cosechamos uva, cosechamos maíz,
naranjas, romeros y espigas amarillas de oro
en los campos de mayo, allá cuando madura el trigo.
Tamayo no es la tierra de Moisés
y de sus rocas se filtran los veneros
de inusitadas aguas cristalinas, que bajan y se tienden
a perfumar la entraña de esta tierra,
de esta tierra tan cerca del trabajo
y tan cerca de la Patria.
Nuestros montes no son montes con ríos,
pero en mayo o en junio, nuestros montes
se vuelven alfareros y se hacen alforjas de agua,
y con polvo de roca nuestras montañas inventan aguaceros
y aparece la hierba y aparecen las flores de olivo
y huele a campo verde.
Se escuchan mugidos de ganado
y aparece el paisaje de los lirios.
Tamayo no es Egipto.
No, aquí no conocemos a la estirpe de Jacob.
Este pueblo es la antigua pirámide olvidada,
construida por viejos faraones
para tocar el sol cada mañana.
Aquí están suspendidas las estrellas.
Aquí duerme la luna en la penumbra quieta
de los tejados medievales.
Aquí se detienen los crepúsculos
a contemplar los rebaños y las flores
entre aromas de piso, entre aroma de pan
y pláticas bucólicas de viejos labradores.
Tamayo no es tierra de profetas;
por esta tierra jamás pasó David.
En este pueblo nunca vivió Daniel.
Este pueblo es la casa divina del poeta
a donde llega Cristo los jueves de pasión,
y lo detienen unos judíos y sayones inventados
y, sin saber por qué, permanece cautivo
toda la noche entera, y una revuelta de escribas
y guardias pretorianos lo acusan sin vergüenza,
y a las tres de la tarde lo crucifican cada viernes santo.
Nosotros no vivimos en la tierra prometida;
no conocimos a Josué y sin embargo somos alfareros
que hacemos miel de piedra.
Sí, aquí los alfareros hacemos miel de piedra,
hacemos miel de humo, de alcayata y de leña.
Tamayo no es la Alcarria.
Por aquí no ha pasado Don Quijote…
Sólo han pasado los peregrinos de la gran Aztlán
cuando iban conducidos por una enorme águila.
Nosotros no sabemos de guardias alabarderos,
que custodiaron los palacios de la antigua España.
Nosotros llevamos la casta perdurable
de nuestros dioses olvidados en su recuerdo.
Seguimos reclamando la dignidad de nuestra sangre,
y el color oxidado que tiene nuestra raza.
Caminante de América, tú te puedes llevar el péndulo
del viento que acaricia este valle
y arrulla mis cañadas.
Puedes llevarte el canto de mis aves,
mis paisajes de trébol y los acantilados
que tienen mis montañas,
pero nunca me robes éstas mis alegrías
ni la cárcel del sol ni el cesto musulmán
que tienen estas cúpulas
que a lo lejos parecen calandrias amarillas.


FINAL
Sarita Montoya

Cuando llegue al final de mi existencia
deseo llegar a verte Jesús mío,
que me envuelva el amor de tu clemencia…
que perdones mi deuda… y mi desvío.
Yo que voy caminando por la vida
sin dolerme tus llagas… ni tu cruz,
sin sentir del dolor de tu honda herida
ni de ver de tus ojos… esa luz.

Yo que he sido mezquina e indiferente,
que te niego el perfume de una flor,
que no me inclina la realeza de tu frente
ni conozco de las huellas de tu amor.

Yo que soy de esas almas incoloras
que no toman en cuenta al rubio sol,
que no saben del fulgor de tus auroras
que al mundo han incendiado en su arrebol.
Que no sé de tus cauces de ternura,
de tus manos de tibia suavidad,
que no he probado la miel de tu dulzura
ni me ha cegado tu hermosa claridad.
Que deshojo los rosales de mi huerto
a los pies de cualquier embajador,
que me niego a embalsamar tu cuerpo muerto
que todos los días va matando mi rencor.
Que sembré las semillas de los trigos
en las tierras cubiertas de maleza,
que olvidé tu convite a los amigos…
y no supe llegarme hasta tu mesa.
Que cien veces me diste la aldabada
perdonando la torpeza de mi olvido,
que no quise volverme a tu mirada…
y me hice sorda al clamor de tu gemido.
Y tú estabas ofreciéndome tu brazo
y esperando a que yo me decidiera,
no importando lo tardo de mi paso…
y deseando que al fin yo te siguiera.
Y dejé que te fueras aquel día
que tu voz me llamaba dulcemente…
¿Cómo puedes perdonar mi cobardía
si te hirió mi rechazo tan cruelmente?
Si no quise de tus aguas cristalinas
ni de tu ánfora divina de ambrosía,
si tuve miedo del dolor de tus espinas
si de nuevo me hablaras… ¿qué diría?
Ahora, como entonces, el rechazo;
ahora, como ayer, ¿me negaría?
¿No pondrías tu brazo, con mi brazo?
Tu amante corazón… ¿aún me querría?
Ay, de mí, que una vez tú te marchaste
dejándome en aquella encrucijada,
¿acaso en ese tiempo, disculpaste
la infinita miseria de mi nada?

Perdona mi obstinada indiferencia,
suplicante te lo pido, oh Jesús mío,
que me envuelva el amor de tu clemencia,
que se borre mi osado desvarío.

Que me venza la ternura de tus ojos
y sea cual vino nuevo de tu huerto,
que me hieras los pies con tus abrojos
por las veces que olvidé que estabas muerto.

Que me sangren las manos como herida
y que pueda tocar tu pecho casto
y sea bueno lo poco que en mi vida
hoy te pueda ofrecer como holocausto.

No importando que me des el latigazo
si a tu enojo, sobrepasase tu amor,
y me dejas descansar en tu regazo…
perdonando el agravio, mi Señor.


LUGAR DE POLVO
Martín Campa Martínez

UNO
Rincón de Tamayo, pueblo luminoso
entre la ramazón de la llovizna.
Monte donde la tarde olvida su maravilloso acento.
Sitio donde el arroyo crece a la orilla de las penas
y con su mágico canto regocija las húmedas venas del baldío.
Inmensa roca: caparazón de tortuga,
donde seres lumínicos cazan saltamontes
para ataviarse con lo verde de esa carne.
Brazo de elote donde los arrieros mitigan la sed de su pobreza
con amargos cactus curativos.
Camino donde vuelan las parvadas al viento
mientras la tristeza recorre el mezquital.
Rincón de cerros celosos
adonde un día llegó el indígena otomí,
como dios de barro, a modelar todas las flores.

DOS
Esta es la parcela que nos vio nacer.
La que nos cobijó con sus girasoles sin esperar nada a cambio.
Esta es la piedra angular que ha visto crecer nuestras historias.
La que reinventó sus vertebras
y las transformó en interminable llamarada
para poder curar nuestras penas.
Esta es la raíz sempiterna del progreso.
La arteria aromática por la que corre el mundo
hasta la dulce inmensidad del pozo.
La hojarasca donde nos volvemos artesanos
para moldear los temporales
que vendrán a mojar las fértiles parcelas
donde pronto crecerán las espigas de la tarde.

TRES
Huizachal en reposo.
Colibrí que con su pico ilumina la tarde.
Cerro de agua y pedernales.
Tierra oscura germinando bajo el inmenso sol de junio.
Flor que guarda entre sus pétalos
el húmedo nombre de las ánimas.
Palabra con sabor a tuna, ciruelilla o pulque.
Lugar de neblina, grillos y carrizos.
Monasterio de víboras y magueyes.
Vientre de corteza amarga de donde brotan los tlacuaches.
Madre de los que arrean al viento
y endulzan su faena con un canto de cenzontle.
Lugar de polvo callado,
pájaros en parvadas de sol
y olor sabroso de aguacero.
Llano que olvida el color de su tragedia
para despedir los pasos de esos hombres
que se marchan a buscar nuevos atardeceres.

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EL PEÑERO
Martín Campa Martínez

Por este camino donde el escorpión duerme
se ve adelante El Peñero:
sitio de mezquites
y nopales que las doncellas comen
para conservar los sueños;
carne verde y sustanciosa,
remedio para los de alma seca.

Por este sendero los carretones avanzan
y las víboras huyen
escondiéndose de los hombres.
Avanzan llenos de gente blanca
y objetos extraños,
conducidos por seres que los hacen correr más rápido
que un hechizo de chamán.

Se detienen,
el viento esparce la avaricia de los frailes,
alguien grita que adelante están los tajos,
una doncella asombrada: María Isabel Tamayo,
observa el vuelo húmedo de un zenzontle,
y los carretones, pesados, siguen su camino.

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ARROYO DEL VARAL
Martín Campa Martínez

Crece el agua
sobre los labios entreabiertos del peñasco.
Murmullo de zenzontles
que humedece la sed de las personas.
Flor con sonidos nuevos,
órgano en el corazón de la barranca,
entre el sabino en donde todavía duermen los dioses
y el frágil tallo
donde pone sus ángeles la tarde.
Canto sobre la orilla de tu piel
porque tú y yo nacimos en el mismo cántaro.
Danzo por ti
y por la transparente lengua del laurel.
Esparzo mi alegría porque quiero
que conserves tu nombre
y tu pupila fértil.
Ya la noche se agita entre tus brazos;
soñé que padecías de mal tiempo,
que te rompían los brazos
y echaban basura en tus raíces,
y te mordían las venas y los dedos
y que, de pronto,

la sequía se desbordaba a fustigarnos.

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