domingo, 5 de agosto de 2018

EL DOCTOR AGUIRRE, UN CAZADOR DE LEYENDAS



EL DOCTOR AGUIRRE, UN CAZADOR DE LEYENDAS

Este mes de agosto, el día 17, se cumplirán cuatro años del fallecimiento de nuestro recordado Maestro, Herminio Martínez. Como un sencillo homenaje, los compañeros del Diezmo de Palabras preparamos una serie de textos que estamos seguros de que a nuestro Maestro le hubieran llenado de satisfacción, al constatar que sus alumnos seguimos en la ruta marcada.

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Su nombre es Carlos.  De cariño, sus amigos le dicen el Doctor.  Yo lo llamo, el Cazador de Leyendas.  El doctor Carlos Javier Aguirre nació en León, Guanajuato.  Ahí vivió su infancia y los primeros años de su juventud.  En mil novecientos ochenta y seis decidió radicar en esta ciudad de Celaya.  En ese tiempo su gusto por la escritura lo llevó a compilar un anecdotario, su primer intento en la redacción, donde relató en forma divertida, los sucesos y vivencias que le ocurrieron durante sus años de trabajo como veterinario en Atarjea y otras comunidades rurales del Estado.
            En el dos mil once, por invitación del Maestro Herminio Martínez, fundador y director del Taller Literario Diezmo de Palabras, se integró al mismo, del cual es un miembro asiduo y muy querido.
            El Doctor, más que crear historias, toma las ya existentes, las impregna con su peculiar forma de redactar y las hace suyas.  En los barrios viejos de la ciudad y entre personas de mucha edad descubre relatos increíbles, algunos de ellos amenazados con ser enterrados en el olvido.  Su labor es rescatar esas leyendas que pasaron de boca en boca, de generación en generación.  Una vez que recauda datos y toma notas que corroboran la historia a él confiada, le da una nueva forma, con un toque especial de comicidad, para luego perpetuarla en tinta y papel.
            Es un deleite leer la versión de cada una de las leyendas que llegan a él.  Una característica de su pluma es redactar en una forma amena y entendible para cualquier edad y condición social.  El sentido del humor no puede faltar en sus líneas, lo mismo que el respeto y el buen gusto, lo que hace que cualquier tema que toque sea grato para su lector.
            Nada se compara con escuchar de su voz una de esas narraciones.  El entusiasmo, el énfasis exacto y la entonación adecuada que pone en cada palabra logra atrapar a su púbico para hacerlo participe de mil emociones.
            Sus escritos han dado a conocer historias como La Güila Mayor, El Ángel de Angelina, La Tumba Abandonada y un sinfín de relatos de Celaya y sus alrededores.  Del amplio compendio de leyendas que ya tiene en su poder, las tituladas: Doña Perpetua y La Niña del Pujo, tienen un lugar privilegiado en el gusto del Doctor, aunque en cada una de ellas deja un poco de su corazón.
            La historia de Doña Perpetua narra la vida y muerte de la señorita Perpetua Ontiveros, joven acaudalada, embustera y mezquina, la cual era víctima de ataques catalépticos.  En su relato, el Doctor detalla, con un estilo digerible, cómo es que un día, doña Perpetua sufre uno de esos ataques, del que no despierta más.  Grande es la sorpresa del sepulturero cuando en la noche abre el ataúd con el deseo de apoderarse de las joyas con las que la señorita fue enterrada.
            En La Niña del Pujo, con las palabras sencillas que acostumbra en sus escritos, el Doctor contagia buen humor al relatar el extraño padecimiento que ataca a una chiquilla que pasaba las tardes al lado de su abuela.  Para librarla de lo que parece ser un aferrado empacho es llevada con una curandera, y más tarde, ante un doctor, sin obtener buenos resultados.  El desenlace es sorprendente y divertido, ya que es la niña, quien, harta de las molestias por las que pasa para recuperar la salud, revela la razón de su padecimiento.
            Otra de las leyendas recopiladas por el Doctor es La Tumba Abandonada.  En ella, con esa forma simpática de escribir que lo caracteriza, narra las peripecias por las que pasa el Chinito, un singular sepulturero.  Resalta, lo que el protagonista considera como un encargo más en su trabajo.  El matiz viene debido a que la petición la hace un hombre que está rodeado por un gran misterio.  El lector se lleva una sorpresa al descubrir la identidad de quien en esa ocasión solicita los servicios del Chinito.            
            Sin duda, la obra de Carlos Javier Aguirre es recomendable para conocer el pasado de la región y sus personajes más pintorescos o simplemente para pasar un rato agradable, en un paseo por la fantasía, llevado de la mano por el Cazador de Leyendas.
Javier Alejandro Mendoza González
Celaya, Guanajuato, julio del 2018




LA NIÑA DEL PUJO

Carlos Javier Aguirre Valderrama                                                                    

Del mercado Hidalgo se recuerda con agrado que, en el año de 1965, era una plazoleta donde la gente del campo iba a vender sus hortalizas.
            Doña Joaquina se sentaba  a esperar a sus marchantes, mientras su nieta, Cony, niña muy vivaracha, se la pasaba jugando por toda la plazuela. Un día se encontró platicando a su abuela con un  señor.
            —¿Abuela, quién era ese señor?
            —Te voy a confesar un secreto pero me prometes que a nadie se lo vas a decir.
            —Te lo prometo.
            —Bueno, ese señor hace mucho tiempo fue mi  novio.
            —Ay, abuela, qué guardado te lo tenías.
            A los pocos días, Cony empezó a sentir fuertes dolores de barriga y retortijones. La llevaron con doña Micaela para que la curara de empacho. Empezó jalando en el pellejo de la cintura y dándole golpes en la barriga. La niña escupía, hacía mil gestos y contorsiones.
            —Ay, abuela, dile que ya no me pellizque.
            —Toma, Joaquina, le das estas yerbita para que se le salga el empacho de la tripa, la yerba del perro, la uña del gato,  la cola de caballo con el estafiate y la Santa María, todo como agua de uso. Si no ves mejoría la llevas con un doctor.
            Dos días después, Cony fue llevada al Centro de Salud.
            —¿A ver, niña, qué es lo que tienes?
            —Pos las calenturas y no dejo de ir al baño
            —Bueno, ahorita  la enfermera te va aponer  en el brazo una manguerita para que entre el medicamento y yo con esta jeringa te voy a inyectar.
            —No, no doctor, me va doler mucho, mejor le digo lo que me pasó.
            —¿Qué te pasó?
            —Me comí un secreto.




DOÑA PERPETUA
Carlos Javier Aguirre Valderrama

La señorita Perpetua Ontiveros, hija única de una de las familias de más abolengo en la ciudad de Celaya, con domicilio en la primera calle de Madero, había sido desde chica muy enfermiza, con  ataques que la dejaban inconsciente durante varias horas. Su padre era un rico hacendado.  La familia pasaba  largas temporadas  en el municipio de San  Diego de la Unión. Por sus constantes  enfermedades y su aislamiento fue una experta en egoísmo. Era embustera y mezquina, pero su dinero  le reportaba cierto respeto con sus amigas, aunque fueran muy pocas.
            Un día de mayo  ya no despertó. Se  dispuso  todo para su entierro en la cripta familiar. La vistieron, le colocaron sus aretes de diamantes, un broche de esmeraldas y un anillo brillante del tamaño de un garbanzo. Su papá pidió verla por última vez. Destaparon la caja. El enterrador se quedó asombrado de las joyas que traía la muerta.
            Por la noche,  el sepulturero cerró el panteón desde adentro. Fue hacia la cripta de la señorita Perpetua. Abrió la caja. Empezó por quitarle los aretes y el broche. Pero por más esfuerzo que hacía en sacarle el anillo, no podía. Agarró las  tijeras de jardinero que tenía al lado y le cortó el dedo. Doña perpetua se dio el sentón  y el sepulturero cayó sobre ella.
            Macabro hallazgo al día siguiente para los trabajadores del turno matutino del panteón. Encontraron  la caja de la señorita Perpetua abierta y al sepulturero sin vida, encima de ella, con el anillo en la mano.




LOS GASES DE LA MUERTE
Carlos Javier Aguirre Valderrama


La familia Vázquez, con  actitudes muy enraizadas con la religión católica, vivía por el barrio de San Miguel. Desde que llegaron a vivir a esa casa empezaron a suceder cosas extrañas. Por las noches se  escuchaba el ruido de cadenas, llantos lastimeros y voces; los objetos cambiaban de lugar; los trastes de la cocina caían en el suelo sin ninguna razón lógica; las sillas del comedor tuvieron que amarrarse para que no salieran volando por alguna ventana.
            Una mañana, don Pedro Vázquez, entre sueños, despertó a su esposa Ana:
            —¡Despierta! El muerto quiere decirme algo, lo tengo sentado junto a mí. Dice que el Viernes Santo a la media la noche,  en el patio, debo de estar con dos niños vestidos de blanco, con una vela cada uno, deberemos rezar el Rosario. En algún lugar del patio empezará a salir de la tierra un árbol. Ahí tendré que escarbar. Lo que encuentre nos hará  muy felices.
            Al día siguiente decidieron mejor cambiarse  de casa. Se fueron por el rumbo del barrio de la Resurrección. Ahí las cosas no fueron muy diferentes, los sucesos extraños se mantuvieron.
            En las noches, en el patio se podía distinguir una llamarada. Desprendía unas esferas azuladas, desplazándose en diferentes direcciones hasta perderse de vista. La familia entró en pánico cuando vio que del piso empezaba a salir un pequeño árbol.
            En una ocasión, su compadre Julio lo vio en el jardín, caminaba cabizbajo.
            —¿Qué le pasa, compadre?
            —Que el muerto no nos deja tranquilos.
            —Mire, compadre, deme permiso de escarbar ahí donde dice usted que sale como lumbre
            —Bueno, si usted gusta, hágalo el fin de semana.
            El sábado, el compadre empezó a escarbar. De rato salió del hoyo sumamente  pálido con la mirada perdida.
            —¿Qué pasó, compadre?
            —Creo que ya me llevo la tiznada. Por la ambición creí que le había pegado a un cántaro de barro, pero empezó a salir un gas.
            No dijo más, perdió el conocimiento y dejó de respirar.




EL ÁNGEL DE ANGELINA
Carlos Javier Aguirre Valderrama

Angelina era una niña muy querida por sus padres, Alfredo Sánchez Corcuera, y su esposa, doña Guadalupe. A la edad de siete años, empezó con una extraña enfermedad. Su papá recorrió la mayoría de los hospitales de la ciudad hasta que, un día, un médico le dio la mala noticia: su hija tenía leucemia, cáncer en la sangre. “Vamos hacerle todos los tratamientos posibles para que tenga una mejor calidad de vida”.
            Angelina voló al cielo en el mes de mayo de 1911. Con todo el dolor en el corazón de sus padres,  la niña fue enterrada en el panteón municipal de Celaya. Su padre consiguió al mejor escultor del estado, el señor Ausencio González, a quien encontró en la ciudad de Salamanca y le solicitó le hiciera un ángel con el rostro de la niña, que fue colocado sobre su tumba.
            El señor Alfredo pasaba todos los días al panteón, antes de llegar a su trabajo, para visitar la tumba de su hija. En una de sus visitas al panteón, el ángel no estaba en su lugar. Molesto, le reclamó al sepulturero:
            —Señor Concepción Méndez, ¿qué cuidan ustedes? ¿Por qué no está el ángel sobre la tumba de mi hija?
            —Mire, señor, el ángel se sale del panteón y cuando llega un nuevo difunto, lo acompaña hasta que terminan de enterrarlo, nosotros lo hemos visto.

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