EL DOCTOR AGUIRRE, UN
CAZADOR DE LEYENDAS
Este mes de agosto, el día 17, se cumplirán cuatro
años del fallecimiento de nuestro recordado Maestro, Herminio Martínez. Como un
sencillo homenaje, los compañeros del Diezmo de Palabras preparamos una serie
de textos que estamos seguros de que a nuestro Maestro le hubieran llenado de
satisfacción, al constatar que sus alumnos seguimos en la ruta marcada.
++++++++++++++++++++++++
Su
nombre es Carlos. De cariño, sus amigos
le dicen el Doctor. Yo lo llamo, el
Cazador de Leyendas. El doctor Carlos
Javier Aguirre nació en León, Guanajuato.
Ahí vivió su infancia y los primeros años de su juventud. En mil novecientos ochenta y seis decidió
radicar en esta ciudad de Celaya. En ese
tiempo su gusto por la escritura lo llevó a compilar un anecdotario, su primer
intento en la redacción, donde relató en forma divertida, los sucesos y
vivencias que le ocurrieron durante sus años de trabajo como veterinario en
Atarjea y otras comunidades rurales del Estado.
En el dos mil once, por invitación
del Maestro Herminio Martínez, fundador y director del Taller Literario Diezmo
de Palabras, se integró al mismo, del cual es un miembro asiduo y muy querido.
El Doctor, más que crear historias,
toma las ya existentes, las impregna con su peculiar forma de redactar y las
hace suyas. En los barrios viejos de la
ciudad y entre personas de mucha edad descubre relatos increíbles, algunos de
ellos amenazados con ser enterrados en el olvido. Su labor es rescatar esas leyendas que
pasaron de boca en boca, de generación en generación. Una vez que recauda datos y toma notas que
corroboran la historia a él confiada, le da una nueva forma, con un toque
especial de comicidad, para luego perpetuarla en tinta y papel.
Es un deleite leer la versión de
cada una de las leyendas que llegan a él.
Una característica de su pluma es redactar en una forma amena y
entendible para cualquier edad y condición social. El sentido del humor no puede faltar en sus
líneas, lo mismo que el respeto y el buen gusto, lo que hace que cualquier tema
que toque sea grato para su lector.
Nada se compara con escuchar de su
voz una de esas narraciones. El
entusiasmo, el énfasis exacto y la entonación adecuada que pone en cada palabra
logra atrapar a su púbico para hacerlo participe de mil emociones.
Sus escritos han dado a conocer
historias como La Güila Mayor, El Ángel
de Angelina, La Tumba Abandonada y un sinfín de relatos de Celaya y sus
alrededores. Del amplio compendio de
leyendas que ya tiene en su poder, las tituladas: Doña Perpetua y La Niña del Pujo, tienen un lugar privilegiado en
el gusto del Doctor, aunque en cada una de ellas deja un poco de su corazón.
La historia de Doña Perpetua narra la vida y muerte de la señorita Perpetua
Ontiveros, joven acaudalada, embustera y mezquina, la cual era víctima de
ataques catalépticos. En su relato, el
Doctor detalla, con un estilo digerible, cómo es que un día, doña Perpetua sufre
uno de esos ataques, del que no despierta más.
Grande es la sorpresa del sepulturero cuando en la noche abre el ataúd
con el deseo de apoderarse de las joyas con las que la señorita fue enterrada.
En La Niña del Pujo, con las palabras sencillas que acostumbra en sus
escritos, el Doctor contagia buen humor al relatar el extraño padecimiento que
ataca a una chiquilla que pasaba las tardes al lado de su abuela. Para librarla de lo que parece ser un
aferrado empacho es llevada con una curandera, y más tarde, ante un doctor, sin
obtener buenos resultados. El desenlace
es sorprendente y divertido, ya que es la niña, quien, harta de las molestias
por las que pasa para recuperar la salud, revela la razón de su padecimiento.
Otra de las leyendas recopiladas por
el Doctor es La Tumba Abandonada. En ella, con esa forma simpática de escribir
que lo caracteriza, narra las peripecias por las que pasa el Chinito, un
singular sepulturero. Resalta, lo que el
protagonista considera como un encargo más en su trabajo. El matiz viene debido a que la petición la
hace un hombre que está rodeado por un gran misterio. El lector se lleva una sorpresa al descubrir
la identidad de quien en esa ocasión solicita los servicios del Chinito.
Sin duda, la obra de Carlos Javier
Aguirre es recomendable para conocer el pasado de la región y sus personajes
más pintorescos o simplemente para pasar un rato agradable, en un paseo por la
fantasía, llevado de la mano por el Cazador de Leyendas.
Javier
Alejandro Mendoza González
Celaya,
Guanajuato, julio del 2018
LA
NIÑA DEL PUJO
Carlos
Javier Aguirre Valderrama
Del
mercado Hidalgo se recuerda con agrado que, en el año de 1965, era una
plazoleta donde la gente del campo iba a vender sus hortalizas.
Doña Joaquina se sentaba a esperar a sus marchantes, mientras su nieta,
Cony, niña muy vivaracha, se la pasaba jugando por toda la plazuela. Un día se
encontró platicando a su abuela con un
señor.
—¿Abuela, quién era ese señor?
—Te voy a confesar un secreto pero
me prometes que a nadie se lo vas a decir.
—Te lo prometo.
—Bueno, ese señor hace mucho tiempo
fue mi novio.
—Ay, abuela, qué guardado te lo
tenías.
A los pocos días, Cony empezó a
sentir fuertes dolores de barriga y retortijones. La llevaron con doña Micaela
para que la curara de empacho. Empezó jalando en el pellejo de la cintura y
dándole golpes en la barriga. La niña escupía, hacía mil gestos y contorsiones.
—Ay, abuela, dile que ya no me
pellizque.
—Toma, Joaquina, le das estas
yerbita para que se le salga el empacho de la tripa, la yerba del perro, la uña
del gato, la cola de caballo con el
estafiate y la Santa María, todo como agua de uso. Si no ves mejoría la llevas
con un doctor.
Dos días después, Cony fue llevada
al Centro de Salud.
—¿A ver, niña, qué es lo que tienes?
—Pos las calenturas y no dejo de ir
al baño
—Bueno, ahorita la enfermera te va aponer en el brazo una manguerita para que entre el
medicamento y yo con esta jeringa te voy a inyectar.
—No, no doctor, me va doler mucho,
mejor le digo lo que me pasó.
—¿Qué te pasó?
—Me comí un secreto.
DOÑA
PERPETUA
Carlos
Javier Aguirre Valderrama
La
señorita Perpetua Ontiveros, hija única de una de las familias de más abolengo
en la ciudad de Celaya, con domicilio en la primera calle de Madero, había sido
desde chica muy enfermiza, con ataques
que la dejaban inconsciente durante varias horas. Su padre era un rico
hacendado. La familia pasaba largas temporadas en el municipio de San Diego de la Unión. Por sus constantes enfermedades y su aislamiento fue una experta
en egoísmo. Era embustera y mezquina, pero su dinero le reportaba cierto respeto con sus amigas,
aunque fueran muy pocas.
Un día de mayo ya no despertó. Se dispuso
todo para su entierro en la cripta familiar. La vistieron, le colocaron
sus aretes de diamantes, un broche de esmeraldas y un anillo brillante del
tamaño de un garbanzo. Su papá pidió verla por última vez. Destaparon la caja.
El enterrador se quedó asombrado de las joyas que traía la muerta.
Por la noche, el sepulturero cerró el panteón desde
adentro. Fue hacia la cripta de la señorita Perpetua. Abrió la caja. Empezó por
quitarle los aretes y el broche. Pero por más esfuerzo que hacía en sacarle el
anillo, no podía. Agarró las tijeras de
jardinero que tenía al lado y le cortó el dedo. Doña perpetua se dio el sentón y el sepulturero cayó sobre ella.
Macabro hallazgo al día siguiente
para los trabajadores del turno matutino del panteón. Encontraron la caja de la señorita Perpetua abierta y al
sepulturero sin vida, encima de ella, con el anillo en la mano.
LOS
GASES DE LA MUERTE
Carlos
Javier Aguirre Valderrama
La
familia Vázquez, con actitudes muy
enraizadas con la religión católica, vivía por el barrio de San Miguel. Desde
que llegaron a vivir a esa casa empezaron a suceder cosas extrañas. Por las
noches se escuchaba el ruido de cadenas,
llantos lastimeros y voces; los objetos cambiaban de lugar; los trastes de la
cocina caían en el suelo sin ninguna razón lógica; las sillas del comedor
tuvieron que amarrarse para que no salieran volando por alguna ventana.
Una mañana, don Pedro Vázquez, entre
sueños, despertó a su esposa Ana:
—¡Despierta! El muerto quiere
decirme algo, lo tengo sentado junto a mí. Dice que el Viernes Santo a la media
la noche, en el patio, debo de estar con
dos niños vestidos de blanco, con una vela cada uno, deberemos rezar el
Rosario. En algún lugar del patio empezará a salir de la tierra un árbol. Ahí
tendré que escarbar. Lo que encuentre nos hará
muy felices.
Al día siguiente decidieron mejor
cambiarse de casa. Se fueron por el
rumbo del barrio de la Resurrección. Ahí las cosas no fueron muy diferentes,
los sucesos extraños se mantuvieron.
En las noches, en el patio se podía
distinguir una llamarada. Desprendía unas esferas azuladas, desplazándose en
diferentes direcciones hasta perderse de vista. La familia entró en pánico
cuando vio que del piso empezaba a salir un pequeño árbol.
En una ocasión, su compadre Julio lo
vio en el jardín, caminaba cabizbajo.
—¿Qué le pasa, compadre?
—Que el muerto no nos deja
tranquilos.
—Mire, compadre, deme permiso de
escarbar ahí donde dice usted que sale como lumbre
—Bueno, si usted gusta, hágalo el
fin de semana.
El sábado, el compadre empezó a
escarbar. De rato salió del hoyo sumamente
pálido con la mirada perdida.
—¿Qué pasó, compadre?
—Creo que ya me llevo la tiznada.
Por la ambición creí que le había pegado a un cántaro de barro, pero empezó a
salir un gas.
No dijo más, perdió el conocimiento
y dejó de respirar.
EL
ÁNGEL DE ANGELINA
Carlos
Javier Aguirre Valderrama
Angelina
era una niña muy querida por sus padres, Alfredo Sánchez Corcuera, y su esposa,
doña Guadalupe. A la edad de siete años, empezó con una extraña enfermedad. Su
papá recorrió la mayoría de los hospitales de la ciudad hasta que, un día, un
médico le dio la mala noticia: su hija tenía leucemia, cáncer en la sangre.
“Vamos hacerle todos los tratamientos posibles para que tenga una mejor calidad
de vida”.
Angelina voló al cielo en el mes de
mayo de 1911. Con todo el dolor en el corazón de sus padres, la niña fue enterrada en el panteón municipal
de Celaya. Su padre consiguió al mejor escultor del estado, el señor Ausencio
González, a quien encontró en la ciudad de Salamanca y le solicitó le hiciera
un ángel con el rostro de la niña, que fue colocado sobre su tumba.
El señor Alfredo pasaba todos los
días al panteón, antes de llegar a su trabajo, para visitar la tumba de su
hija. En una de sus visitas al panteón, el ángel no estaba en su lugar.
Molesto, le reclamó al sepulturero:
—Señor Concepción Méndez, ¿qué
cuidan ustedes? ¿Por qué no está el ángel sobre la tumba de mi hija?
—Mire, señor, el ángel se sale del
panteón y cuando llega un nuevo difunto, lo acompaña hasta que terminan de
enterrarlo, nosotros lo hemos visto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario