MISTERIO ES SU TERCER NOMBRE
Por
su gusto en los temas oscuros, bien podía haber nacido en un último día de
octubre, pero se le hizo un poco tarde y fue a nacer hasta el décimo día del
doceavo mes.
Laura Margarita Medina Vega nació en
la ciudad de Celaya, Guanajuato. Desde el año de 1987 se desempeña como
profesora de inglés en educación media. Por ello de pronto le decimos la
Teacher.
Es miembro activo del Taller Literario
Diezmo de Palabras de la misma ciudad. Lo mismo escribe al desencanto entre renglones de soledad, que
versos con el romanticismo rozando sus mejillas. Su narrativa literaria nos
conduce por callejones donde nuestros propios fantasmas cobran vida.
Muestra de ello es su cuento
titulado, El Hombre de Trapo. En el
que su personaje principal, inmerso en la soledad a la que fue orillado, decide
crear un mundo alterno. Donde su ficticia realidad le ofrece el amor y
seguridad que tanto anhela. Su autoestima crece y la sociedad ya no lo relega.
Para algunas mujeres ya no pasa inadvertido y él por fin se atreve a proponer
una cita. No obstante, el hombre se ve rebasado por la oscuridad de sus actos.
Y la fantasía que creó sale de control. Es ahí donde la trama nos lleva por
temerosos sucesos donde el asombro es protagonista y el desenlace inesperado.
Otro ejemplo de su preferencia por
generar espanto por medio de sus letras es el que tituló El Evento. En esta ficción los que recrean la historia son tres jóvenes
que están por ofrecer un espectáculo de poemas de amor, cuentos de terror y
música de cuerdas. Ambientado en un lúgubre edificio en el que hasta el viento
se cuela temeroso y se esconde entre las cortinas. Aun así, los espectadores
fueron llenando el lugar. Todos quedaron impresionados con el relato del
Caníbal Inmortal, por narrar la historia de un devorador de trasnochados. El
show se desarrolló de manera exitosa y al concluir se fue vaciando el sitio. Los
chicos son los últimos en salir pero se encuentran con una complicación para
poder cerrar e irse. De la oscuridad emerge un extraño que les proporciona las
llaves de…
Es entonces que el clímax del cuento
comienza a fungir en el texto y logra el
efecto deseado para que el lector no intente despegar los ojos de la
página, provocando a su vez un miedo que
recorre el cuerpo. Culmina entonces con un aterrador suceso. Y su final abierto
permite la interacción con la imaginaria de quien está al frente de la hoja del
texto.
Es así como la autora de estas
historias nos invita a atrevernos a profundizar con los temores y hablarnos de
tú con nuestras propias oscuridades.
Diana
Alejandra Aboytes Martínez
EL
HOMBRE DE TRAPO
Laura
Margarita Medina Vega
Tiburcio
Mireles, joven de gran estatura y extrema delgadez, fue el hazmerreír de la
escuela durante varios años. Siempre educado y tímido, soportó las
maledicencias de sus compañeros, los cuales dudaban de su masculinidad por
nunca haber sido visto con alguna joven.
Triste y decepcionado de la vida, se
refugió en un mundo de fantasías, en donde, como protagonista, era el chico más
apuesto de la ciudad y el más adinerado. Pero la cruel realidad era que la
gente que le hablaba, solo lo hacía por el compromiso de la vieja amistad con
sus padres, los cuales murieron siendo Tiburcio casi un niño.
Dueño de un puesto de revistas, el
chico pasaba los días admirando la belleza de las mujeres que se acercaban a
comprar a su establecimiento. Él las miraba con deseo, pero con mucha
discreción. Anhelaba invitar alguna de ellas a salir, pero jamás pudo hacerlo.
Estaba seguro de que no lo aceptarían y siempre calló.
Al cumplir 32 años, mientras miraba
las revistas de manualidades, se interesó en cómo se fabricaban las muñecas de
trapo y le llamó la atención; en especial una de ellas. Era rubia, de ojos
azules, delgada, de larga y rizada cabellera. Como un demente se enamoró de
ella. La miraba todos los días. Hasta que ideó fabricarla con sus propias
manos. Cada noche la fue cociendo, detalle a detalle hasta dejarla muy parecida
a la de la publicación. Cuando la terminó durmió con ella, la besó y la abrazó,
le dijo que la amaba. Y hasta el amanecer continuó el cortejo.
Al día siguiente, la gente que
acudía por el periódico matutino, se sorprendió al notar en él una actitud
diferente. En verdad era otro. Su alegría lo hacía verse jovial y amable.
Cada atardecer se apresuraba a
cerrar para ir corriendo a casa para ver a su amada y decirle que era la única
mujer que había tenido cerca, que había amado.
El tiempo transcurrió y Tiburcio
continuó con su romance por más de tres años. Él estaba seguro de que su
“mujer”, aunque hecha de tela, lo amaba también. Porque podía imaginar que ella
le correspondía con una sonrisa cuando la acariciaba.
Aquella ilusión lo hizo cambiar
mucho física y emocionalmente. Ahora comía bien, hacía ejercicio y salía a
caminar por el pueblo. Tenía varios amigos y les decía que existía alguien
importante en su vida, pero no se atrevía a decirles quién era.
Una noche que llegó algo tarde a
casa, no encontró la muñeca donde la había dejado y la buscó por todos lados.
Desesperado empezó a llamarla como si ella lo escuchara. Fue inútil. La muñeca
no apareció. Pensó que algún ladrón entró y al verla tan bonita se la había
llevado. Su tristeza y desesperación era tanta, que hasta dijo que cuánto
desearía también ser un muñeco él mismo. Con un dolor en su pecho se quedó
dormido y, al amanecer, saltó de un brinco al verla ahí nuevamente.
“Nunca te vuelvas a ir, le dijo.
Hasta quise ser un muñeco por ti”.
La muñeca pareció responderle con la
mirada. Él la abrazó y luego de depositarla sobre un sofá, salió al trabajo.
La semana siguiente continuó su
rutina, pero la llegada de una nueva clienta lo sorprendió. Era una chica rubia
de bellos ojos azules y cabellera muy similar a su creación. La miró a los ojos
y se quedó prendado de ella. La invitó a salir sin temor a una negativa y la
chica aceptó. Esa noche pasearon por la ciudad y se trataron como si ya se
hubieran conocido. Comenzaron a besarse y Tiburcio no quiso perder la
oportunidad de llevarla a su casa. Esperó la hora oportuna para entrar con ella
a su domicilio sin ser vistos. Luego la invitó a pasar a la habitación que había
sido de su madre. Entre tropiezos por tanta oscuridad, el hombre hambriento de
pasión, la arrojó sobre una cama. Se entregaron al placer sin ninguna reserva.
Tiburcio no sintió temor de ser descubierto por una muñeca, hasta ese momento
captó la realidad de que era solo eso, un ser sin vida. Por lo que estaba
avergonzado con él mismo. Nunca se lo diría a su nueva chica. Ahora tendría que
deshacerse de la muñeca a como diera lugar.
“Te amo”. Afirmó el hombre con voz
dulce.
Ella solo le sonrió y continuó a su
lado hasta el amanecer, para después de un rato, los dos salir a la calle
abrazados.
El día transcurrió sin contratiempos
mientras en su mente crecía la idea de romper o quemar a la que había sido su
compañera por años. Así que llegó a la casa decidido en deshacerse de aquel
estorbo. Cuando entró a su habitación la vio sobre la cama, como si solo
estuviera dormida. Se acercó despacio y cuando iba a tomarla, el timbre de la
puerta de la calle lo detuvo. Era su nueva novia. Llevaba en la mano una
botella de licor. La dejó pasar y le pidió que lo esperara en la habitación
contigua. Al regresar a su alcoba, la muñeca ya no se encontraba donde la dejó.
Tiburcio palideció, su corazón empezó a latir muy de prisa, buscó por todos
lados, incluso en el armario y nada.
Regresó con la rubia deseoso de
relajarse un poco. Tomaron algunos tragos. Se besaron varias veces y apagaron
la luz para gozarse de nuevo. Él, con los ojos cerrados por la emoción, no se
dio cuenta de que una sombra se deslizaba para tomar del cuello a su rival. Un
grito desgarrador rompió la escena, convirtiéndola en una pesadilla
inexplicable. Después de unos segundos todo era silencio.
Varios días el estanquillo de la
esquina permaneció cerrado. La gente intrigada por la desaparición de Tiburcio,
llamó a la policía, que al llegar a donde vivía y percibir el olor a carne
podrida les hizo pensar lo peor. Entraron de prisa. El cubre bocas no permitió
mostrar por completo la aterradora expresión de sus rostros. Un cadáver de
mujer de cabellos dorados lucía dantesco y un largo y delgado hombre de trapo
la acompañaba.
EL
EVENTO
Laura
Margarita Medina Vega
Se
acercaba la hora marcada. El estómago de los presentadores del show estaba
contraído por la emoción. Era la primera vez que tenían un espacio lleno de
gente ansiosa por verlos. Esteban afinaba su guitarra, Marcela ya tenía a la
mano sus poemas románticos y Sonia buscaba en una libreta los cuentos de
terror.
A
las ocho y media de la noche subieron a la planta alta del lugar por una
angosta escalera hacia el último piso del edificio. Estaba algo oscuro debido a
la tenue iluminación de algunas velas color rojo que se encontraban sobre las
pequeñas mesitas de madera. Un viento frío jugaba con las cortinas de las
ventanas laterales.
La gente empezó a acomodarse a lo
largo del recinto. Mantuvo su charla hasta que la voz de Esteban los hizo
callar para dar inicio. La velada fue exquisita e inesperada. Los poemas de
Marcela conmovieron a la audiencia. De igual manera algunos coros del público
acompañaron las canciones que fueron interpretadas por el talentoso
guitarrista. Cuando ya casi eran las diez, los cuentos de terror y leyendas
comenzaron a ser leídos. Los presentes escuchaban atentos cada uno de los
relatos. Algunos mejores que otros: El
Caníbal Inmortal fue el favorito. Se trató de un hombre que se aparecía por
la ciudad, desatando el miedo de noctámbulos para devorarlos vivos.
Pasó el tiempo y se acercaba la hora
de cerrar. Algunas personas, en estado de ebriedad, bajaban torpemente los
escalones; mientras otros se arremolinaban sobre el grupo que había dado el
show para felicitarlos.
Esteban,
Marcela y Sonia bebieron un poco cuando el lugar se encontraba sin público.
Luego descendieron a la planta baja en busca del dueño del lugar. El hombre no
apareció y apagaron las luces. Abrieron la estrecha puerta de salida y lo
esperaron largo rato para que pudieran cerrar.
La impaciencia empezaba a invadirlos
y las campanadas de una iglesia cercana les anunció la llegada de la media
noche. De pronto vieron venir a un hombre de silueta delgada que usaba una
chamarra negra. Portaba un sombrero que tapaba parte de su rostro. En medio de
la oscuridad daba un aspecto macabro.
─Creo que alguien viene –dijo
Marcela, a quien ya le punzaban los pies de tanto estar parada.
─Espero que sea este guey –dijo
Esteban, con rostro disgustado.
Sonia permanecía callada.
─Hola -dijo una voz ronca- tengo lo
que buscan, las llaves.
Y después de entregárselas a Sonia,
extendió su mano a cada uno de ellos. En el saludo aprovechó para apretárselas
con fuerza. En menos de cinco segundos la mano les empezó a arder.
─¡Ay! –dijo Esteban, huyendo a pasos
agigantados, sin importarle dejar la guitarra recargada en el quicio de la
puerta.
No quisieron detenerse hasta llegar
a un sitio alumbrado. Ahí se percataron de que Sonia no estaba con ellos.
─¿Dónde diablos está Sonia? –preguntó
desesperado Esteban a Marcela.
─No sé. Venía detrás de mí, creo
–contestó agitada.
Esteban se armó de valor y regresó
al lugar donde dejaron a su compañera. Marcela prefirió irse a su casa, no
deseaba arriesgarse más. El acontecimiento la había dejado muy impactada.
Después de caminar varias calles,
Esteban sintió que los nervios empezaron a traicionarlo. Las piernas no le respondían
y rezó para relajarse un poco. Estaba cerca, hasta pensó arrepentirse.
Al llegar al sitio de su huída, no
vio a nadie. Perdió la esperanza de ver aparecer a su amiga. Se acercó a la
puerta para tomar la guitarra que había olvidado. Y cuando se iba a retirar,
escuchó una voz proveniente del interior. Era ella, Sonia, que suplicaba ayuda.
Intentó entrar empujando la puerta con fuerza. Todo fue inútil.
─¡Espérame, no te muevas, regresaré
por ti! –dijo desesperado.
Intentó ver algo por un pequeño
orificio sin resultado. Solo escuchó un grito aterrador. Después un largo
silencio, por debajo de la puerta, un líquido rojizo se deslizaba hasta su
zapato sin que él se diera cuenta. Llamó a la policía. De inmediato el lugar
fue clausurado. La gente contaba que pudo haberse cometido un crimen, porque
encontraron una alfombra de sangre en el recibidor. El cadáver nunca lo
encontraron. Tampoco a Esteban ni a Marcela se les volvió a ver en la ciudad.
Han pasado muchos años. El lugar
está abierto de nuevo. Nadie recuerda lo sucedido. Romario, Santiago y Adriana
están listos para comenzar la presentación anunciada por internet. Nunca habían
tenido un público tan grande. El sonido de la música comienza. De entre la
oscuridad alguien sonríe y espera ansioso
que el evento termine.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya.
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