domingo, 7 de abril de 2019

DOMINÓ DE FIGURAS FANTÁSTICAS



DOMINÓ DE FIGURAS FANTÁSTICAS

A través del programa de capacitación continua para los bibliotecarios del Estado de Guanajuato, he tenido varias el honor de compartir técnicas de escritura creativa. A su vez, los bibliotecarios, con esa enorme generosidad que durante años los ha caracterizado, imparten los talleres infantiles de escritura. Estos talleres han formado a niños escritores en nuestro estado. Algunos de estos pequeños ya destacan a nivel nacional. La Red de bibliotecas del Estado, coordinada por el Lic. Alejandro Contreras ha sido muy eficiente en la creación de los planes de capacitación. En esta ocasión nos apoyó Sebastián Gómez, en la ciudad de León, y todos nos beneficiamos de las ideas y técnicas que pudimos compartir. Éste es el resultado del ejercicio de dominó de figuras fantásticas, que permite la escritura colectiva y está dedicado a los niños y a quienes siguen creyendo en los cuentos fantásticos. Que se diviertan.
Julio Edgar Méndez



LAS AVENTURAS DE UNA FAMILIA REAL
Sagrario González, Sandra Martínez, Anahí Becerra
Biblioteca Efrén Hernández

Una pareja de reyes tuvo una hermosa princesa a quien le gustaba andar a caballo en todo alrededor del castillo y, una mañana, al cantar el gallo, salió a pasear al bosque. Encontró una niña que vivía en una choza pequeña quien aún creía en hadas y en caballeros. A la abuela de la princesa le encantaban las rosas que vendía un niño pobre quien anhelaba tener un reno. Él creía que un mago podría convertirle un ratón en uno de ellos. Por eso se dedicaba a protegerlos. Era vecino de la pequeña soñadora.
            La princesa llevó a conocer su castillo a la humilde niña y le ofreció una deliciosa manzana, con el miedo de que los reyes -sus padres- no aceptaran su amistad.
            Querían un príncipe azul que llevara a la princesa a vivir junto al arcoíris. Un valiente príncipe que la salvara de dragones montado en un hermoso corcel. Un día, finalmente, llegó el príncipe. Venía acompañado de su ardilla y se detuvo cerca del pozo donde un borrego tomaba agua. Cerca del borrego se encontró una bola mágica donde apareció la imagen de un lobo, que le advirtió que había fuerzas oscuras que atentaban contra la vida de la princesa. Las dos nuevas amigas llegarían a ser las niñas que unirían a todos los habitantes de esa región, porque hasta entonces existía mucha división entre ricos y pobres. El príncipe emprendió su viaje y preparó comida alrededor de una fogata. Junto con su perro y un pequeño sapo, que tenía la habilidad de orientarse, llegaron hasta la choza de la niña soñadora. En cuanto él le reveló el motivo de su visita, juntos fueron al castillo y, ayudados por el niño vendedor de flores, a quien la abuela de la princesa estimaba tanto, pudo el príncipe conocer a la princesa. Se sintieron todos tan a gusto al darse cuenta de que en realidad tenían muchas cosas en común, que desde ese día se hicieron todos grandes amigos y con el tiempo, esa amistad se contagió a todos los habitantes del reino y los ricos compartieron parte de su riqueza con los pobres y así llegaron a ser un reino muy feliz.



LA PRINCESA EGOÍSTA
Itzel Moreno, Biblioteca Carlos Fuentes
Iván Longoria, Biblioteca Periodistas Mexicanos
José Luis García, Biblioteca Carlos Monsiváis

Quiquiriquiquí, sonó el despertador en el castillo. El rey y la reina despertaron. Lo primero que hicieron fue comentar la importancia de hablar con su hija acerca de sus obligaciones. La reina, al llegar a la habitación de la princesa, la despertó. Ésta, insultando a todos, incluyendo al gallo, exclamó:
            —¡No puede ser! ¡Otra vez a levantarme temprano! –dijo, mientras ignoraba a su madre.
            Después de un rato, la princesa cabalgó rumbo al bosque. Encantada de su paseo por conocer diferentes destinos, se dirigió a una zona donde habitan osos, cocodrilos y un astuto zorro que siempre engañaba a todos diciéndoles mentiras.
            —¿A dónde vas, princesa? –preguntó el zorro mientras caminaba de un lado a otro, como acechando a su presa.
            Sin voltearlo a ver, la princesa siguió su camino. El zorro volvió a insistir:
            —Ya, princesita, ¿a dónde vas? Esta vez quiero ser tu amigo y compensar los daños que hice con mis bromas.
            Pero la princesa siguió su camino. No le gustaba hablar con animales. Llegó a un valle donde encontró una casa abandonada en la cual decidió descansar un rato. De repente escuchó un zumbido, como el de un mosquito; sin embargo, le dio curiosidad. Buscó y buscó y encontró una pequeña hada que le dijo:
            —Te concederé tres deseos.
            —¡Me encantaría! –contestó la princesa –. El primero será dejar mudo al zorro y así no vuelva a engañar a nadie. El segundo, ser la mejor en todo. Y el tercero, que mis padres, los reyes, me den todo lo que yo quiera.
            El hada, un poco sorprendida por los deseos, movió su varita para conceder lo que le había pedido la princesa. No sin antes comentarle que eso, en un futuro, le traería demasiados problemas. La princesa regresó a su castillo. A la mañana siguiente, al despertar, pensó que todo había sido un sueño. Fue con sus padres y les dijo:
            —Quiero un dragón.
            Los reyes, sorprendidos por el deseo, le comentaron que era bajo su responsabilidad.  La princesa siguió pidiendo cosas como: un borrego, caballos, un castillo para ella sola y un viejo búho. Con el paso del tiempo, el viejo y sabio búho vio a la princesa más sangrona, por lo que le comentó:
            —No seas mala, ya eres muy solitaria. No vas a ver a tus amigos al bosque. Y nadie respeta a tus papás porque todo te lo conceden. Estás llevando a la quiebra al pueblo con todos tus caprichos.
            Ella estaba de acuerdo y un tanto aburrida. ¿Por qué nadie le hablaba? Realmente porque la odiaban, y sus padres sólo decían sí a todo. Se fue llorando al bosque para que alguien por fin le diera un consejo, como el zorro. Lloró y lloró, corrió y corrió hasta que se encontró con una puerquita parlanchina, quien con voz segura exclamó:
            —¡Yo sé cómo revertirlo! Hay un mago y un adivino que hacen competencias y el ganador se lleva tres deseos.
            —¡Llévame, por fis, pequeña puerquita! –dijo la princesa.
            —Ok, sígueme.
            Para esto el zorro entró a la competencia y el mago explicó la dinámica:
            —El primero que hable, pierde.
            La princesa trató de no hablar, pero fue imposible. Ya que el zorro no tenía voz porque ella se la quitó.
            —¡Ganó el zorro! –gritó el mago.
            El zorro, al ser el ganador, pidió sus tres deseos escribiendo en una tabla:
            —Primero, cambiar el cuerpo de la princesa al de un horripilante sapo. Segundo, tener muchos amigos. Y tercero, que ya no conceda a nadie más deseos.
            Y así fue como la princesa, ahora convertida en un sapo con una pequeña corona en la cabeza, empezó a apreciar la comunicación con sus papás. Entendió que a veces las competencias son crueles y que no se va a ganar siempre. Aprendió a valorar lo que tenía y, ¡oh, sorpresa!, el zorro le devolvió su condición humana y desde entonces son grandes amigos.



LA OVEJITA Y EL POZO
Carolina Jacinto Alferes, Biblioteca Ignacio García Téllez

En medio de las montañas se encontraba un pozo a donde todas las mañanas llegaba una ovejita para tomar un poco de agua; pero por más que lo intentaba nunca lo lograba. Ahí, parado en un árbol, se encontraba también un búho, que observaba a la ovejita largo tiempo ya que se le hacía tan hermosa como un corcel.
            —¡Lástima que no relincha! -pensaba el búho-.
            Pasaba un zorro cerca del camino del pozo, cuando se dio cuenta de que la ovejita no podía alcanzar el agua para beberla. Entonces el zorro le gritó:
             —¡Dile al búho que te de la varita mágica que tiene, así ayudó al oso, aunque el cocodrilo no tuvo tanta suerte porque se cayó al pozo, del susto que le dio el gallo cuando comenzó a cantar desde el castillo; pero tal vez a ti si te pueda ayudar!
            Al oír también el canto del gallo, los reyes del castillo se despertaron muy contentos con el quiquiriquí de éste. Mientras tanto, en otra habitación del reino, se encontraba un Mago llamado Merlín, que estaba como loco buscando su varita mágica, ¡la había perdido!, ¡pero él estaba seguro de que la había dejado ahí!
            —¿Qué habrá pasado con la varita mágica? ¡Qué tal que alguien se la robó!
            Pues sí, el mago Merlín tenía razón; un ratoncito ruñó la puerta de la habitación y por el agujero que hizo, entró y se llevó la varita mágica del mago hasta las Montañas Arcoíris. En medio de éstas montañas se encontró a un niño, que vivía en una choza cerca de ahí; el cual se encontraba comiendo unas manzanas que se había robado del castillo. Pero lo que no sabía el niño, es que las manzanas tenían una pócima mágica que el mago les había puesto para probar un hechizo que estaba creando.
            Cuando el niño se terminó todas las manzanas, ¡¡¡pákatelas!!! Que se convierte en conejo. Un perro que se andaba paseando entre los árboles, lo olfateó; y cuando lo vio, ¡que le ladra y lo empieza a perseguir! El conejo, de tan asustado que estaba, brincó a una fogata sin darse cuenta, pero antes de que el fuego lo tocara, que se convierte en una niña; (esto por efecto de la pócima de las manzanas que se había comido). La niña se dio cuenta de que se encontraba en medio del bosque y, de pronto, que escucha relinchar a un caballo. Al verlo y sin dudar, que se monta en él y al hacerlo se convierte en una hermosa princesa. Ya montada en el caballo recordó que su abuelita vivía muy cerca de ahí, y se detuvo a cortar algunas rosas para regalárselas.
            Al llegar a la cabaña de su abuelita, se sorprendió al ver que la ancianita se transformaba en una simpática hada; la abuelita, de la sorpresa de ver que su nieta se había dado cuenta que ella era un hada, ¡que le dispara con su varita mágica! (que no era la del mago) y la conviertió en ardilla.
            La niña, ahora ardilla, salió espantada por lo sucedido y se topó con un cazador que, al verla, la comenzó a perseguir por el bosque. Ya casi a punto de atraparla, el cazador se topó con una araña gigante. Tanto fue su miedo, que corrió apresuradamente perdiendo su arco y adentrándose a lo más oscuro y profundo del bosque. La ardilla logró escapar, pero el cazador no tuvo tanta suerte, ya que, dentro de ese horrible lugar, se encontró con un enorme dragón. “¡Y ahora, ¿qué hago?, sin mi arco no podré defenderme”. Al buscar algo para pelear contra el dragón, se dio cuenta de que a su lado se encontraba una armadura con un esqueleto dentro; le quitó los huesos y se cubrió con la armadura de fierro y así, con la espada, pudo derribar al temido dragón.
            Ya sin miedo y victorioso, se dirigió nuevamente a las montañas. A lo lejos, vio un pozo y se alegró porque tenía tanta sed, que quería saciarla sin dudarlo. Ya casi llegaba, cuando Salió un leñador de entre los árboles y lo detuvo. Los árboles del bosque comenzaron a sacudirse y, de pronto, de uno de ellos cayó una lámpara maravillosa, de la cual, por el golpazo que se dio, salió un genio. Al oír tanto alboroto, se asomó una bruja gruñona que se encontraba dentro de una cueva, junto con un duendecillo y un trovador que deleitaba con su maravillosa música mientras en la leña se cocinaba un delicioso lechón. El aroma de tan exquisita cena, atrajo a un arlequín montado en un corcel. Guiados por un sapo se perdieron casualmente por esos rumbos.
            La bruja, al ver que tenían tanta hambre y sed, les obsequió una flauta mágica. Al tocarla, los convirtió en mariposas y así los mandó a volar, para ya no compartirles de su delicioso lechón.
            Mientras tanto, en el castillo, el mago Merlín se encontraba observando en su bola mágica todo lo que estaba sucediendo en el bosque. También, observó como una ovejita batallaba por tomar un poco de agua. El mago, para ayudarla, le envió a un caballero con una niña y su gato, para que le pudieran sacar una cubeta con agua y darle de beber. La ovejita tenía tanta sed, que se bebió toda el agua fresca de la cubeta rapidísimo, pero ella quería más agua, así que decidieron subirle otra cubeta con agua, pero ésta segunda cubeta no sólo tenía agua, sino que traía también al cocodrilo, que se había caído al pozo junto con la varita mágica del mago Merlín.
            La ovejita y el cocodrilo, agradecidos con el caballero y la niña, dijeron:
            —¿Qué podemos hacer para agradecerles el habernos ayudado?
            —¡Vengan a vivir con nosotros!, -contestó la niña.
            La ovejita y el cocodrilo aceptaron, pero lo que no sabían era que, el cocodrilo, de tanto tiempo que duró en el fondo del pozo, salió con muchísima hambre y en cuanto dijo que sí ¡ummm!, que se los come a todos, y hasta la varita mágica le sirvió para limpiarse los dientes.





*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto. 


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