IN MEMORIAM…
Fundado
por el cronista y escritor Herminio Martínez, el taller Diezmo de Palabras,
activo desde hace más de veinte años es el lugar donde coinciden personas
buscando refugio para sus palabras, para su poesía y sus narraciones. En él, se
pueden encontrar historias variadas, las que van de encuentros a desencuentros,
las que se asoman al futuro o las que apuntalan el pasado, con repasos a la
historia o con leyendas, pero lo que ahí se construye en cada sesión no es sólo
un escrito, es su escritor, quien elabora los planos de una obra y levanta la
estructura donde él y cada palabra que lo asalta se convierten en una
plataforma. El objetivo es sencillo, hacer de la escritura el oficio que ha
sido siempre: el de invocar al lenguaje más que como una forma de expresión,
tal vez en lienzo, en música, en movimiento inagotable, en el testamento de
sombras y luces que somos y que nos transforman a cada uno de nosotros en
personas.
O como en esta ocasión, para recordar al maestro, luego de más de dos
años de ausencia, con lo mucho que pudimos aprender de él.
HÉCTOR
ORTEGA
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A MI
MAESTRO, HERMINIO MARTÍNEZ
Eduardo
Vázquez G.
Tristes
noticias rompen mi sueño
y lo
que queda de cielo oscuro
se
revuelve con mis ideas.
Jamás
en la vida encontraré ese riel que nos guiaba.
Solo
queda la paciencia para llorar la angustia.
Los
recuerdos inundan la soledad de las calles
donde
este silencio me grita tu adiós.
Pero
lo tuyo se queda conmigo para siempre,
hasta
siempre, hasta mis últimos días.
ÁNGELA
Gilda
García
Tan
sólo pensaba en ella, en su boca perfecta y en su cabello largo de exquisito
perfume. Pero no tenía caso evocarla, con certeza se ha olvidado de mí. Hace
tres años que no tengo noticias suyas. Creo que perdió el interés en cuanto la
suerte dejó de escoltarme, los recursos iban decreciendo y ella bajó su cuota
de besos y abrazos, yo no era el tipo de hombre que buscaba, tan solo un
artista que recién se hacía de un nombre y ella quería garantizar su futuro a
través de la gran belleza que poseía. No dudo de su éxito. Luego de haber
bebido algunos tragos en un bar famoso del centro, la cabeza me daba vueltas,
decidí no tomar más. Enfrente, la Plazuela de los Sapos estaba repleta, el
cielo estaba limpio esa tarde de agosto. De pronto la vi, ahí parada viendo
ansiosamente su reloj, Ángela usaba un vestido de flores y la misma chaqueta de
mezclilla de siempre, su favorita. Esperaba a alguien. Mi estómago se contrajo
en un movimiento involuntario como cuando tengo ansiedad, pedí un Vodka. Quise
levantarme para hablarle pero, tenía miedo de confirmar que Ángela estaba
definitivamente prohibida para mí y recordé que la última vez que estuvimos
juntos, sus ojos miel dejaron claro que no querían volver a verme. Tuve una
avalancha de recuerdos, su risa franca volvió a mis oídos y la calidez de sus
manos me hizo estremecer. Imaginé un encuentro en donde ella me besaba
efusivamente y mostraba arrepentimiento por su desaparición. Al cabo de unos
minutos, el anhelo ardiente de su cercanía hizo que pasara por alto todo y caminé
con poca seguridad directo a ella. Seguía impaciente con la mirada en las
manecillas. Nadie la acompañaba aún. Repentinamente un hombre con gafas oscuras
y con porte de guardaespaldas la tomó por el brazo y le dio un fajo grueso de
billetes, un lujoso auto Cadillac estacionó frente a ellos y subieron de
inmediato. El coche voló por la calle hacia el bulevar en donde dobló hacia la
izquierda para perderse por la ciudad infinita.
IN
MEMORIAM
Arturo
Grimaldo
Ayer,
hombre
de tierra y flores
de
cielo y estrellas luego;
pluma
eterna de inspiración
lluvia
que aligera el fuego.
Ausencia
y presencia etéreas
sombra
de viento cierzo;
pensamiento
de mar y cielo
autoridad
y autoría en el verso.
Ánima
salpicada de tinta
letras
cubiertas de melodía
abrazo
de perfección eterna
sonrisa
de la tarde al día.
Ni
el paso fúnebre del tiempo
ha
vencido la fuerza de su voz;
tampoco
la lluvia temprana
ha
podido ocultar el sol.
Tolvaneras
de olvido
solaparon
desconsuelo;
brilló
más su estrella
¡Se
ha ido el duelo!
Hoy,
no
se hable más de su ausencia
sus
letras están presentes;
escritas
en el corazón,
grabadas
en nuestra mente.
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LAS
ÁNIMAS
Carlos
Javier Aguirre
El
señor Antonio San Juan de la Cruz, originario de la comunidad de La Trinidad,
cuando salía de su trabajo como vigilante, compraba su garrafa de Tonayán y se
trasladaba a su lugar preferido debajo un gran pirul. Un día 2 de noviembre de 1960 -una tarde fría-
sentado sobre una gran piedra apenas empezaba a saborear su bebida cuando
empezó a sentir la presencia de unas ánimas que le quitaban el sombrero y le
escondían su trago.
El
hombre exclamó y maldijo:
—¡Hijos
de tal por cual, ¡déjenme en paz!
De
pronto escuchó una voz de ultratumba:
—Mira,
Marco Antonio San Juan de la Cruz, cierra los ojos. Vas a ver lo te va a pasar
si no dejas la bebida.
—¿Quién
está dentro de ese ataud?
—Asómate
para que veas.
—¡No!,
¿soy yo? -Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.
—Vuelve
a cerrar los ojos.
—¿De
quién es esa tumba? Ahí está mi nombre.
Se
levantó con paso rápido y llegó a su casa muy nervioso.
—Ya
llegué vieja.
—¡Pero
mira cómo vienes! ¿Sigues tomando tu porquería?
—Si
te platicara vieja... ¡unas ánimas me desvistieron! Pero te juro que no vuelvo
a tomar una sola gota más.
HOY
VOLVÍ A VIAJAR A MACHIGUA
Martín
Campa Martínez
UNO
Hoy
las letras se nos caen solas,
mientras
la tarde
(muchacha
de sonrisa infinita)
pareciera
seguir hipnotizada
oyendo
las pláticas de los hombres.
El
mundo se ha llenado de luces
y
música de tristes acordes.
La
lluvia vino a recordármelo:
ya
no estás aquí,
y un
ligero golpe en la memoria
avisa
que sigues doliéndonos.
Dueles
como el soñador
que
hoy no tiene qué comer
y al
día siguiente tampoco.
Dueles
como esa congoja
que
aroma las salas de espera
en
los hospitales.
Dueles
en las pocas fotografías
que
conservo de ti.
Dueles
en los pasillos de tu estudio,
en
tus hijos, en tu canciones preferidas,
en
los ojos de quienes no te conocieron,
en
las espléndidas hojas del recuerdo.
Dueles
en la piel de tus ancestros.
Dueles
como esa última plática
que
le obsequiaste a tu esposa.
Dueles
como debe doler la eternidad.
DOS
La
palabra es un artilugio
que
uso para que no duela tu ausencia.
Ahora
soy un hombre
que
cincela tu recuerdo
con
el destello de algún ángel.
Quisiera
tenerte frente a mí
para
que escucharas
lo
que sigo escribiendo
en
mis constantes locuras.
Le
grito a mi musa, como tú me enseñaste:
Abrázame
fuerte hasta que le hagas
una
hendidura a mi esqueleto.
Estremece
mis recónditas metáforas.
¿O
acaso el amor no tiene huesos?
TRES
Sobre
mí ha caído la sentencia del silencio.
Los
enemigos de mis letras
vienen
a patear mi historia.
Tú
me dijiste que ser poeta
no
sería una tarea fácil.
Y
más cuando la humedad crece
como
los versos que un día perdiste
y
ahora circulan, se esconden,
despellejan
su tinta
sobre
los libros de tu estudio
donde
bebías café
mientras
tu voz era sombra recién abierta,
rosa
empapada de sol.
CUATRO
Hoy
volví a viajar a Machigua.
Busco
el aroma que es tu fantasma.
Tu recóndita palabra
estremecida
donde
la ciudad grita desnuda,
hambrienta
como sus hijos.
Los
grillos que hablan el dialecto
de
la llovizna y los tordos.
Los
itinerarios de tu sed.
La
sencillez de los nopales
y la
incomparable rugosidad del mezquite.
El
puente donde las pupilas enverdecen
y se
unen los labios, enamorados.
El
bosque donde las muchachas
recargan
la seda de sus muslos.
Volví de cuenta nueva
a
caminar por estas calles
buscando
mitigar el dolor de tu partida.
Volví
para sanarle a mi alma
sus
incesantes dolencias.
Volví
por si no recordabas
que
el amor, al romperse,
solo
es una sombra descarrilada.
CINCO
El
viento pasa con sus pies polvosos
arrastrando
la noticia
de
un próximo aguacero.
Es
tiempo de partir
antes
de que la noche
deshoje
tus historias
que
huelen a nostalgia.
Vete
y déjame el corazón
repleto
de buenos recuerdos.
Vete,
hermano,
pues
ya viene la lluvia
latigueando
a la tarde.
TARDES
DE UNA VIDA
Vero
Salazar G.
Los
momentos remontan en el tiempo
el
recuerdo se llena de añoranza.
Llevo
en la memoria esas tardes en el patio de la casa
cuando
los rayos del sol nos bañan
con
pálidos fulgores
en
espera del ocaso del día y de la vida.
Se
hilvana la esperanza sobre trapos
sueños
con hilo de colores.
En
el lapso existencial se tejen anhelos.
Se
cuece el atole de zarza en el fogón,
agridulce
como la existencia misma
de
un pueblo anacrónico.
En
el bosque de oyameles revolotean las almas
de
los difuntos.
Convertidas
en mariposas monarca
van
a pasear entre la tumba del infortunio.
El
vuelo es infinito dejando nostalgia en el camino.
La
tristeza invade la remembranza del lejano momento.
En
otro lugar la vida es inigualable,
ya
no se borda la tela ni se bebe el atole.
La
distancia dio paso al olvido
de
un pueblo perdido en las montañas,
fantasmas
volando como palomillas
y el
recuerdo cubriéndome el alma
evocando
esos días de charla con la abuela,
mi madre…
mi
familia.
*Textos publicados en El Sol del Bajío. Celaya, Gto.
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