LAS TELAS DEL CORAZÓN
“Yo vengo de ver, Antón,
un niño en pobrezas tales,
que le di para pañales
las telas del corazón”.
Yo vengo de ver, Lope de Vega
Ya
llegó la Navidad. Hagamos algo al respecto. Si puedes ayudar a alguien a tener
menos frío, menos hambre, menos soledad, no esperes instrucciones. Tú sabes a quién
y de qué manera lo puedes hacer. Esa es la mejor manera de celebrar estas
fiestas.
De
parte de todos los compañeros del taller literario Diezmo de Palabras, enviamos
un enorme abrazo a nuestros lectores y nuestros mejores deseos de que estos
días sean de paz, salud y amor. Les compartimos tres bellos cuentos para leer
en familia. Vale.
WASY,
EL FANTASMA DEL PIANO
Soco
Uribe
El
ratón Wasy se había empecinado en aprender a tocar el piano. Y no sólo a tocarlo, sino a leer música y
ejecutarlo magistralmente. Inteligente,
vivaz y muy pero muy persistente, comenzó su aprendizaje cuando escuchó al
pequeño Frederic tocar el piano en la sala de música de la casa que, el
inteligente roedor, eligió como su residencia.
En
un principio, más que atraído por la música que el niño ejecutaba, el olor a
pastel de chocolate fue lo que magnéticamente lo arrastró hasta ese lugar
repleto de virtuosismo. Después, el sonido del piano lo cautivó y decidió
quedarse a vivir junto al intérprete de ese instrumento de cuerdas percutidas.
Wasy
inició sus estudios dentro de la caja de resonancia del aparato. Por instantes,
se asomaba por una pequeña ranura de la tapa a observar cómo las pequeñas manos
del niño tecleaban el enorme piano de cola.
Por
las noches, se introducía en esa enorme caja de madera en cuyo interior se
encontraba un laberinto repleto de alambres, cuerdas, tablas, puentes, barras,
bastidores y una multitud de piezas. Sobre el teclado comenzaba a dar pequeños
saltos entre tecla y tecla. Por más que practicaba, brincando de un lado a
otro, no alcanzaba a respetar los tiempos de los compases. Eso lo fatigaba de inmediato y, en
consecuencia, su frustración era enorme.
Por
otro lado, Frederic escuchaba desde su cama los sonidos que su piano emitía en
soledad, sin aparente intérprete y a deshoras.
En las noches, el niño salía de su cama y bajaba las escaleras que
conducían al salón donde el piano se encontraba tocando solo. Sin miedo alguno, se asomaba por todos lados
y creía que se trataba de algún sueño, de su imaginación o, en el último de los
casos, de algún fantasma. La escena se repitió durante varias noches. En vano
buscó al intruso nocturno sin dar con su paradero.
Mientras
tanto, Wasy continuaba con sus exhaustivas prácticas nocturnas, hasta que
claudicó por cansancio. Entonces, tuvo una magnífica idea. Se dio a la tarea de convocar a todos los
roedores polacos con talento que amaran la música, para presentarse a una
audición nocturna en su guarida.
A
ese llamado llegaron cientos de ratones.
La residencia se infestó de esos escurridizos animalillos y, sin
preámbulo, Wasy realizó una estratégica selección. El talento de todos debería
de ser extraordinario para tener como resultado una coordinación perfecta.
Después
de varias horas de prueba, selección y ensayo, Wasy se quedó con ochenta y ocho
ratones de tamaño regular; cincuenta y dos blancos y treinta y seis negros,
para que coincidieran con cada una de las teclas del piano. Además de cuatro
ratones muy rechonchos para oprimir los pedales del instrumento, cuando así lo
requiriera la melodía.
Durante
meses y meses, todas las noches practicaron las melodías que el pequeño niño
escribía e interpretaba durante el día. Hasta que una madrugada Frederic
escuchó una de sus composiciones interpretada de la manera más genial que
hubiese oído. La ejecución superaba a las de muchos otros, quienes lo querían
igualar en todo Varsovia. El niño quedó
sorprendido y les hizo saber a sus papás de tan sorprendente hallazgo sonoro,
pero éstos lo tomaron muy a la ligera. Pensaron que el niño necesitaba
descansar o que tal vez su imaginación, como su maestría en la composición y
ejecución musical, era tan desbordante
que el desvarío lo comenzaba a afectar.
A la
siguiente noche, el pequeño niño saltó de su cama, bajó las escaleras que
conducían a la sala y decidió averiguar si se trataba de un fantasma para
preguntarle cómo podía tocar el piano tan maravillosamente y hacer algunos
apuntes de lo que él espectro sabía, de sus secretos o de lo que podría
servirle para mejorar su técnica.
Se
dirigió al piano y en el momento en que se asomó al teclado vio cómo los
ochenta y ocho ratones saltaron, en desbandada, hacia la guarida de Wasy. Mientras que el valiente roedor, se sentó
sobre las partituras, lo enfrentó y le dijo:
—¡Un
momento, Frederic!, no les temas, todos ellos son mis amigos. Tampoco le vayas
a contar a tus papás lo que has visto.
Nosotros sólo tratamos de igualar tu maestría, pero necesito a varios de
mis compañeros para lograrla. Cada uno de ellos son como dedos que utilizo para
desarrollar las obras que tú escribes. Además, tal vez hasta podamos ayudarte a
mejorar tu técnica. Somos tan pequeños que hemos recorrido rincones de tu
piano, a los que jamás podrías llegar.
Sabemos las claves de cómo funciona el instrumento y de cómo podrías
mejorar el sonido de éste. Tú, sólo mantén en secreto la localización de
nuestro refugio y prometo ayudarte a mejorar día con día.
Frederic
jamás los delató y Wasy cumplió su promesa de cooperación. Fue así que el
pequeño niño, siguió practicando con su maestro durante el día y por la noche
con el roedor y sus compañeros músicos.
Debido
a la gran lealtad que se tuvieron el uno al otro, su amistad se mantuvo intacta
y cordial, hasta el día en que Wasy murió. Años más tarde, El pequeño virtuoso,
Frederic Chopin, viajó a Viena donde emprendió una brillante carrera
profesional. Finalmente, se mudó a París donde continuó sus estudios y alcanzó
la gloria.
(Wasy, significa bigotes en idioma polaco).
FÁBULA
DEL VENADO TITO
Patricia
Ruiz Hernández
Un
día, en el bosque, estaban reunidos los animales con el propósito de realizar
un concurso de artes. Deseaban exhibir sus talentos y embellecer aún más su
hermoso hábitat. Decidieron que el juez sería Goyo, el oso.
Yoli,
la araña, muy diligente comenzó a tejer una enorme red, muy resistente, que
brillaba al sol. Ella siempre se esmeraba en hilar con preciosos diseños, a
todos encantaba con sus creaciones, y en ésta ocasión lo haría todavía mejor.
Chuy, el pájaro carpintero, moviendo su penacho rojo, se posó en el tronco de un árbol para hacer figuras con el
pico. Su ayudante sería Toni, el espino. Sus púas serían de gran utilidad para
apoyar el trabajo de Chuy; ambos formaban un gran equipo. Entretanto, Quique,
el chimpancé, tomó tizas de un árbol carbonizado para dibujar sobre un tronco,
pues era un excelente dibujante. Los pájaros, Lalo y Toño, tendrían a cargo el
número musical, por lo que iniciaron los ensayos para la presentación a dúo.
Sabían que su precioso canto deleitaría al grupo. Mientras, Nati, la rana,
sería instructora de danza de sus compañeras y Pepe, el castor, puso dientes a
la obra, tomando troncos para realizar con su poderosa dentadura una bella
escultura.
Tito,
el venado, llegó con un extraño artefacto que tomó de una aldea abandonada por
el hombre. Su plan era adornarlo con diversos objetos. Sin embargo, los
animales se burlaron de él.
—¡Ja,
ja, ja!, ¡qué cosa tan fea!, parece un árbol seco, con esas ramas ridículas,
¡qué adefesio! ¡No he visto algo más horrible!
–dijo Chuy.
—No
está hecho por ti, lo trajiste del mundo de los hombres -exclamó Quique.
—¡Fuera,
sáquenlo! –exclamaron a coro
algunos.
Para
resolver el problema, Goyo consultó a Paco, el búho, por ser el más sabio de
todos los animales. Sus juicios siempre eran atinados. Una vez deliberado el
asunto, comunicó su respuesta.
—A
Tito se le permitirá participar. Algunos de ustedes toman de la naturaleza el
material para sus obras y lo transforman, lo mismo hará él -dijo el justo Goyo. Los animales tuvieran
que acatar aquella decisión.
Tito
se esmeró en su trabajo, colgando hojas, flores y muchos extraños objetos que
traía de sus excursiones al mundo humano. Finalmente quedó una estructura
multicolor.
El
día del concurso se hicieron las presentaciones de aquellos artistas. Algunos
se burlaron de Tito.
—¡Ja,
ja, ja!, es un esperpento –dijo Quique.
-Ustedes
no comprenden, a esto le llaman arte contemporáneo –lo defendió Pepe.
—No
hagas caso, Tito. Algunos si apreciamos la estética y la originalidad de tu
obra –dijo Lalo.
—Sí,
no hagas caso –afirmó Toño-, te apoyamos.
Al
final, el concurso lo ganó Pepe con su maravillosa escultura, todos aplaudieron
con gusto, reconociendo la belleza de su obra.
Esa
noche, comenzó una gran tormenta, los animales corrieron a protegerse a sus
madrigueras. Los relámpagos iluminaban la negrura del bosque, las madres
abrazaban a sus temblorosos pequeños y todos temían que la tempestad destruyera
su hogar. Entonces, el cielo se iluminó y un gran estruendo se escuchó al caer
un rayo sobre la obra de Tito, que resultó ser un pararrayos. A la mañana
siguiente, cuando la tormenta pasó, pudieron darse cuenta que aquella estructura
evitó que se dañara el lugar. Así,
aprendieron la importancia que tiene el respeto y la tolerancia hacia el
trabajo de los demás.
MENSAJE
Lalo
Vázquez G.
Junto
con la primavera, muy temprano llego a mi ventana un pajarito. Aferrado al marco
de la ventana, tocaba con su pico sobre el vidrio. Era tanta su insistencia que
salí de mi cama y, al asomarme, esa maravillosa ave tan pequeña, entonó un delicioso gorjeo que me dejó
realmente asombrado. Creí que al verme cerca de la ventana se espantaría y
huiría, pero todo lo contrario, sentí que venía directamente a cantarme o como
si con su canto me estuviera diciendo algo. Voló a la barda de enfrente y se
fue.
Al
día siguiente, a la misma hora, puntual, regresó el pajarito y de nuevo picó
sobre el vidrio. Al hacerlo dejaba una manchita muy tenue que apenas se
percibía. De pronto empecé a dudar que fuera el mismo pajarito, como son muy
comunes... Era el mismo pajarito, no había la menor duda. Me quedé observándolo
fijamente: tenía su pecho y parte de su cabecita un color amarillo limón pero
muy suave, y sus alas tenían plumas negras y en las puntas una manchita blanca.
Sus ojitos eran muy pizpiretos y las plumas de su colita eran totalmente de
color gris. Al abrir la ventana, el pajarito cantaba tan bello que parecía como
si me quisiera decir algo. Extendí mi
mano abierta y se posó en ella, me tocó la palma con su piquito como si hubiera
sido un beso, para luego volar y desaparecer.
Así
transcurrieron varios días, tantos, que la mancha del vidrio se hizo más
grande. Se había convertido en rutina que el pajarito llegara a despertarme
todas las mañanas.
De
pronto, un día no llegó. Pero no le tomé mucha importancia ya que yo mismo me
echaba la culpa, porque tal vez me quedé dormido y no lo escuché. Al segundo
día tampoco apareció y al tercero, nada. Estaba seguro de que en algún momento
ya no iba a regresar y eso era lo que estaba pasando.
Al
comentarle a una vecina -una señora de edad-
lo que pasaba con mi tempranero amigo, el pajarito, o pajarita tal vez,
me decía que a veces el alma de alguna persona querida que ya falleció, se hace
presente en algún animalito y que, probablemente, esa sería la señal para transmitir
algún mensaje.
—Fíjate bien por donde andaba ese pajarito y
tal vez encuentres algo –me dijo.
Rápidamente
recordé que el pajarito todos los días picaba el cristal de la ventana y fui a
ver. Grande fue mi sorpresa, al ver el sitio donde picaba el pajarito. Justo ahí, donde fue
creciendo la mancha, ahora tenía forma
de un corazón y debajo, estaba escrito mi nombre.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
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