LITERATURA CREATIVA EN CELAYA
Durante
los meses de mayo a octubre de este año 2018, la escritora Paola Klug impartió
un Taller de Literatura Creativa para aspirantes a escritores con poca
experiencia pero mucho entusiasmo. Se llevó a cabo en la Casa de la Cultura de
Celaya. El taller consistió más que nada en una búsqueda a través de los
recuerdos y sentimientos escondidos de los participantes que, junto con la
observación consiente de gente cotidiana, fueran la fuente para la creación de
personajes y ambientes en los que se desarrollaran historias que valiera la
pena contar. Hubo una excelente convocatoria con resultados muy destacables.
Entre los participantes, el
ingeniero Juan Antonio Cuevas Leree, geólogo de profesión y amante de la tierra
por vocación, destaca por su fecundidad literaria. Comenzó a escribir cuentos
hace poco tiempo. Lo inició como pasatiempo, pero en el fondo “quería
demostrarse a sí mismo que podía hacerlo”. Ahora, le encanta escribir porque
dice que es una forma de cambiar el mundo a su gusto, aunque sea con la
imaginación.
Su relato Justicia en la montaña aborda el tema de la violencia y el intento
de hacer justicia por mano propia. La precipitación, el coraje y el aislamiento
de algunas poblaciones se conjugan para que se desarrollen verdaderos dramas de
los que muchas veces llegan a arrepentirse los protagonistas cuando ya es
demasiado tarde.
Antonio Cuevas es sólo uno de los
ejemplos de que en cualquier momento de la vida se puede comenzar a desarrollar
la escritura creativa con mucho acierto. Vale.
Julio
Edgar Méndez
JUSTICIA
EN LA MONTAÑA
Antonio
Cuevas Leree
A
pesar de que aún era de día, sentí que en un instante me llegó la noche, no
sólo porque me cubrieron los ojos con un paliacate, sino porque me habían
encontrado con el machete en la mano.
En esa oscuridad en la que me
encontraba llegaron a mi mente, como vientos en tormenta, pensamientos
encontrados. Por una parte, las evidencias en mi contra no daban lugar a duda;
además, cualquiera en mi situación hubiera actuado de la misma forma. Pero por
otro lado, me preguntaba: «¿Lo maté yo?» …no lo recordaba.
Lo que en ese momento llegó a mi
memoria fue verme persiguiendo por la montaña al hombre que le había dado
muerte a mi hija. Corría tras él desesperado. Mi hambre de venganza me dio un
impulso sobrehumano, así que logré alcanzarlo a pesar de que me llevaba una buena
ventaja. Lo tiré al suelo. Levanté el machete que traía en la mano y justo
cuando estaba a punto de darle en la cabeza, una extraña y cegadora luz me
deslumbró. No pude mantener los ojos abiertos y al mismo tiempo sentí una
fuerza sobrenatural que detuvo mi arma mortal. Luego, perdí el conocimiento.
Recuerdo que desperté después de no
sé cuánto tiempo, me incorporé y tomé de nuevo el machete que se encontraba
junto a mí. Miré a todos lados sin ver al hombre. Seguí mi camino buscando
huellas o indicios del asesino. Unos pasos más adelante, encontré su cuerpo
tendido sobre la tierra. Sangraba por el cuello a borbotones. Me acerqué, moví
el cuerpo inerte con el machete para verificar su muerte y en ese momento me
atraparon.
* * *
Cuatro semanas antes José, con su
esposa Alicia y su hija Sofía, de 8 años,
habían llegado a instalarse en una cabaña que ocuparían por un tiempo en
la Sierra Hermosa de Santa Rosa, al norte del estado de Coahuila. La cabaña se
encontraba en plena montaña, cubierta de bosques de pino y encino, y bastante
alejada de cualquier poblado. La empresa donde trabajaba José, le había
encargado que fuera a tomar muestras de roca de los afloramientos para realizar
un estudio mineralógico. Como se tardaría solamente seis semanas y sería durante
las vacaciones de Sofía, decidió llevar a la familia.
Los días en la montaña
transcurrieron tranquilamente. Mientras José salía a recolectar sus muestras,
Alicia y Sofía se divertían paseando y jugando cerca de la cabaña. Sofía era
una niña alegre y muy curiosa, de enormes ojos de color café claro y con una
larga cabellera castaño oscuro. A pesar de que no había otros niños, no se
aburría en ese lugar, ya que había mucho por explorar entre los árboles y
arroyos. Buscaba, entre las ramas y arbustos, insectos y pequeños animales como
ardillas y tortugas. Algunos claros del bosque le permitían observar águilas,
halcones y algunas otras aves que surcaban el cielo azul. Por las tardes mamá e
hija se entretenían con los juegos de mesa, ya que no había televisión.
En una de esas tardes, alguien tocó
a la puerta de la cabaña. Alicia se sorprendió un poco ya que en todo el tiempo
que habían permanecido ahí, jamás se toparon con alguien. Abrió la puerta y se
encontró con un hombre muy alto, fornido y mal encarado. Le dijo que era
leñador y solicitó que le regalara un poco de agua. Sofía, como era muy
curiosa, se acercó a la puerta para averiguar quién era la persona que había
tocado, pero Alicia la detuvo y le pidió que fuera a la cocina a traer un vaso
con agua.
El hombre, parado en el arco de la
puerta, no dejaba de mirar hacia adentro de la cabaña, como queriendo saber que
había adentro o si alguien más estaba con ellas. Esa actitud le alarmó a Alicia
y quiso cerrarle la puerta, pero éste logró impedirlo poniendo el pie. Luego,
el hombre empujó con fuerza la puerta, lo que provocó que Alicia cayera al
suelo. Sofía, quien regresaba de la cocina, alcanzó a ver cómo caía su mamá.
Soltó el vaso y gritó espantada. El hombre intentó alcanzarla pero al querer
huir, Sofía tropezó con el tapete de la sala y cayó. Alicia pudo ver todo desde
la puerta; aunque percibió la escena en cámara lenta, fue imposible hacer algo.
Vio cómo la pequeña cabeza de Sofía golpeó la mesa de cantera del centro de la
sala y segundos después comenzó a sangrar.
El hombre, al ver lo que había
pasado, salió corriendo a toda prisa de la cabaña. Alicia se incorporó lo más
pronto que pudo y se dirigió rápidamente a la sala para ver cómo se encontraba
Sofía. Se arrodilló, tomó el cuerpo de su hija entre sus brazos y al percatarse
que se encontraba sin vida, comenzó a llorar y gritar desconsoladamente.
José, quien regresaba de su jornada,
vio salir corriendo de la cabaña a un desconocido. Se alarmó y apresuró su paso
para saber cómo se encontraba su familia. Al llegar se horrorizó al ver a
Alicia con la cara desfigurada por el llanto, abrazando el cuerpo de Sofía
cubierto de sangre. Ella no lograba alzar la vista ni pronunciar palabra
alguna. José se quedó pasmado, no podía creer que fuera verdad lo que miraban
sus ojos. Tampoco pudo hablar, pero al observar el cuerpo de su hija sin vida,
de repente reaccionó. La sangre le comenzó a hervir y subir a la cabeza. El
sentimiento de venganza lo invadió completamente y lo empoderó para ir detrás
del asesino. Se levantó, tomó el machete que se encontraba al lado de la puerta
y salió corriendo a toda prisa.
Yo continuaba con los ojos cubiertos
con el paliacate y con las manos atadas. Los hombres que me detuvieron
permanecían callados. Podía oír el sonido de las hojas secas que pisaban y
escuchar el movimiento que parecía ser de una soga. Imaginaba, por el sonido,
que la lanzaban sobre la rama de un árbol y hacían un nudo. Luego me colocaron
la soga en el cuello y me subieron a lo que parecía ser un tronco. Sentía que
mi destino era inminente. Sabía que ellos tenían suficientes pruebas y
argumentos para ahorcarme. No tenía pretexto ni explicación. Por un lado
pensaba que sería una buena forma de acabar con mi enorme pena por la muerte de
mi hija. Pero por otro, lamentaba el terrible sufrimiento de Alicia por una
doble pérdida. Sabía que sería demasiado para ella y probablemente no lo
soportaría. No quería dejarla sola, menos en estos momentos. Me negaba a morir,
no por mí, sino por ella.
Cuando los hombres ajustaron la
cuerda sobre mi cuello, me volvió a asaltar la duda: «¿Lo maté yo?» seguía sin
recordar. Al escuchar el golpe sobre el tronco del suelo, sentí el jalón y el
peso de mi cuerpo presionar mi cabeza. Poco a poco me fui quedando sin aire,
hasta que perdí el conocimiento.
Después de un instante de completo
silencio, vi una luz que se fue haciendo más y más fuerte hasta que tomó forma
de túnel. Extrañamente me encontraba de pie y comencé a caminar hacia la luz.
Al encontrarme en la entrada del túnel distinguí una figura humana que al
principio no lograba identificar. Cuando se acercó pude ver claramente que era
mi hija Sofía. Se colocó frente a mí. Tenía un resplandor y una expresión que
no había visto antes en ella. Se encontraba muy tranquila y sonriente. Me dijo que no tuviera miedo. Que no me
preocupara por ella, ya que se encontraba muy bien. Que estaba en un hermoso
lugar. También me dijo que tenía un mensaje para mí. Que allá arriba le habían
dicho que aún no era mi turno. Que yo tenía que regresar a cuidar a su mamá y a
su nuevo hermanito que venía en camino. Y que ella siempre estaría muy cerca de
nosotros.
De repente desperté en el suelo. Los
hombres que estaban ahí me levantaron, ya que yo no me recuperaba aún del todo.
Me soltaron las manos y quitaron el paliacate. Entonces me dijeron:
—Usted disculpe, inge, lo que pasa
es que como aquí no hay autoridad, nosotros,
al ver el cuerpo y el machete, pensamos que había sido usted. Pero cuando
movimos el cuerpo de Ernesto para enterrarlo, vimos que no había muerto por el
machete; sino que lo había atacado un puma. De
suerte nos dimos cuenta a tiempo.
TALLADORES
DE DIAMANTES Y ORFEBRES DEL UNIVERSO
Soco
Uribe
Cada
una de nosotras, las mamás, pensamos que nuestros hijos son como diamantes pero
que a diferencia de éstos que provienen del interior de la tierra, los nuestros
surgen de nuestras propias entrañas y, así como la tierra pierde un pedazo de
su interior al extraerlos, nosotras nos desprendemos de una parte de nuestro
ser, en el momento en que nacen.
Por tal razón, y por sentirnos las
dueñas de dichas piedras preciosas, tratamos de llevarlas al mejor taller de
pulido para que los expertos en esas artes nos ayuden a sacar la mayor cantidad
de facetas posibles para que nuestros diamantes sean los más apreciados y los
de mayor belleza. Esto lo hacemos con el
fin de complementar los cuidados y el brillo que nosotras, en nuestro hogar,
podemos darles para mantener la brillantez y la capacidad de refractar la luz
hacia los demás. Estas características, aunadas a otras, hacen
que cada diamante tenga un valor diferente y que los talladores les den un
tratamiento distinto, ya que sus caras poligonales requieren de diferentes
tipos de muelas (discos metálicos impregnados de polvo de diamante).
Si bien hay diamantes incoloros y de
nítida transparencia, existen otros que tienen suaves tonalidades rosas,
azuladas o amarillas que les restan calidad;
sin embargo, éstos no dejan de ser de gran importancia para la humanidad
ya que se pueden aprovechar en la industria y en otras artes.
Como todos sabemos, los diamantes
que se extraen del subsuelo no son las hermosas piedras que vemos en las
joyerías más prestigiadas del mundo; sus
bellos efectos ópticos se consiguen sometiéndolos a un pulido minucioso,
concienzudo y paciente de parte de los talladores; además, se requiere de mucho
trabajo y hacer gala de una gran habilidad para que estas piedrecillas deformes
se conviertan en gemas resplandecientes ya que, al no saberlas tratar, pueden
echarse a perder y convertirse en material de desecho.
A todos aquellos que tallan, pulen y
que de alguna manera transforman los materiales preciosos desde su estado
natural, o bruto, en objetos de delicada belleza, se les llama talladores y no
es raro que el oficio pase de generación en generación, es decir, de padres a
hijos.
Los diamantes más afamados, al igual
que los grandes personajes de la historia, los genios del arte y la ciencia y
los ases del deporte tienen historias muy particulares pero, hasta cierto
sentido, afines. En sus inicios,
contaron siempre con un tallador y orfebre que aportó su granito de arena para
obtener, de unas simples piedrecillas, piezas de incalculable valor para la
raza humana. Contaron siempre con un buen maestro.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
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