domingo, 23 de diciembre de 2018

DE VUELTA A CASA



DE VUELTA A CASA

La temporada decembrina es una de las más esperadas por las familias mexicanas. Sobre todo en Guanajuato, donde una gran parte de los ciudadanos han tenido que emigrar a los Estados Unidos en busca de la oportunidad de trabajo y remuneración económica que nuestros gobernantes no han sido capaces de ofrecer. El retorno al hogar de algunos de ellos, durante estos días, llena de alegría los corazones de nuestros paisanos y de sus familias. Este tema no ha sido dejado de lado por los escritores y, en el caso de los pequeños, también tienen historias que a su corta edad ya les duelen.
            Jair Adriel Mendoza Campos tiene 13 años y cursa el segundo grado de secundaria en el Colegio Sor Juana Inés de las Cruz, en el municipio de Santa Cruz de Juventino Rosas, Guanajuato. Es miembro del grupo de niños narradores del estado de Guanajuato en donde ha tenido la fortuna de ganar en dos ocasiones el 1er lugar en el Concurso Estatal de narración oral, lo que le permitió representar a Guanajuato en los Estados Unidos, llevando narraciones de la cultura mexicana. Desde tercer año de primaria ha participado en talleres y concursos de cuenta cuentos.
            En sus propias palabras: “Esto me ha permitido desarrollar un gusto por la lectura y por la expresión oral; hace un año tuve la fortuna de ganar el 1er lugar en el Concurso de Oratoria de la zona Este de Educación del estado de Guanajuato.  Una experiencia que me encantó y que nunca voy a olvidar, es haber participado en el primer concierto de la orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato en conjunto con los niños narradores del Instituto de Cultura el pasado Diciembre. Me gustan mucho los deportes y pertenezco al equipo municipal de la Asociación de hand-ball de Santa cruz de Juventino Rosas, en donde hemos representado al estado de Guanajuato en competencias nacionales. Desde pequeño me han gustado los deportes, en especial el Tae kwon do, en donde alcancé la cinta negra hace dos años. Mi materia favorita es matemáticas, actualmente estoy en espera de resultados de la tercera etapa de la eliminatoria estatal de las olimpiadas matemáticas. Como parte de las olimpiadas de conocimiento tuve la oportunidad de estar en la Convivencia Cultural 2017 que se llevó a cabo en la residencia de Los Pinos. Estoy convencido de que todo logro requiere mucho esfuerzo y sacrificio. Una de mis más grandes metas es poder seguir dando a conocer nuestra cultura mexicana a través de los cuentos a más lugares, incluso otros países. Amo mi país y creo que es una buena forma de dar a conocer lo hermoso y maravilloso que es mi México, así como su cultura, tradiciones y su gente. Me gustaría que todos los niños se motivaran con lo bonito que puede ser la lectura y que conozcan las extraordinarias historias, leyendas y tradiciones que albergan nuestro país.”
            El cuento que presentamos en nuestro Diezmo de Palabras, está basado en la historia del abuelo y el tío de Jair Adriel. Ambos se vieron en la necesidad de migrar al país vecino en busca del sueño americano para poder sacar adelante a sus familias, como el mismo pequeño autor lo dice: “Me impactaron las historias que contaron, sobre todo lo que vivieron durante su camino. Cómo arriesgan sus vidas y lo difícil que es estar separados de sus seres queridos en un país donde no comprenden el idioma y, la compañía más cercana con la que cuentan, son amigos del trabajo. Decidí hacer este cuento para concientizar a las personas de los sacrificios que hacen todos los migrantes para ofrecer un mejor futuro a sus hijos, hermanos e incluso a sus padres y que el hecho de buscar oportunidades de superación no los convierte en delincuentes. Hacen un esfuerzo digno de reconocimiento y deberían de recibir más apoyo para formalizar su situación migratoria.”
            Hoy compartimos estos dos cuentos de pequeños narradores y desde este espacio dominical les deseamos a nuestros amables lectores y a todo el equipo de periodistas, fotógrafos, redactores, impresores y directivos de El Sol del Bajío, una muy feliz Navidad.




SUEÑO AMERICANO
Jair Adriel Mendoza Campos
-Basado en una historia real-

Ya había pasado una hora de caminar y Ezequiel observaba cómo el primer rayo de sol iluminaba aquellos enormes cerros. Caminaba arreando a su pequeño ganado de vacas flacas, buscando el poco pasto que apenas quedaba debido a la larga temporada de sequía.
            Ezequiel tenía 15 años. No sabía de escuela, ni de libros, mucho menos de juegos con amigos, pues por ser el mayor de sus siete hermanos tenía que ayudar a sus padres y llevar un plato de frijoles a la mesa. Las tierras cada vez eran menos productivas, pero el hambre no entiende de razones, así que, con todo el valor que se puede tener a los 15 años, decidió partir en busca del sueño americano y de esa manera poder ayudar a su familia en esa desesperante situación, ya que había días en los que él y sus hermanitos dormían sin haber probado un solo bocado en todo el día.
            Con el corazón destrozado su madre vio cómo su pequeño niño partía de su tierra y de sus raíces. Se dirigía hacia aquel famoso país de oportunidades pero también de peligros, amenazas e incertidumbre, pues entraría en él ilegalmente.
            Con los zapatos rotos, una garrafa de agua y unos cuantos centavos, Ezequiel emprendió aquel largo caminar lleno de dudas, de miedos, de nostalgia y aún con mucha hambre.
            Subió al tren, o La bestia, como suelen llamarla al sur del país, todavía sintiendo en la mejilla aquel beso de despedida que le había dado su madre. Pasaron los días y en aquel frio vagón había conocido a dos muchachos que, como él, se dirigían hacia el mismo destino. La Bestia pasaba por varias ciudades donde ellos se bajaban a pedir dinero para poder comprar un poco de comida.
            Al acercarse a la frontera lo único que se podía observar era aquel enorme y aterrador desierto. Después de unos días bajaron del tren para darse cuenta de que debían atravesar el indomable río Bravo, asesino de miles de personas. Pero para hacerlo, debían de esperar la noche, pues si no, la migra los estaría esperando del otro lado del rio para darle fin a su tan anhelado sueño. Llegado el momento, Ezequiel colocó todas sus pertenencias en una bolsa de plástico, incluso lo que traía puesto y así, como dios lo trajo al mundo y con la piel de gallina, se metió en el río. El agua estaba helada y le llegaba hasta al cuello. La corriente era muy fuerte, sentía cómo lo arrastraba. Como pudo se sujetó de una rama y logró cruzar. Aún muy agitado y sin poder ponerse la ropa, comenzó a correr para esconderse en los matorrales, pues en ese momento ya estaba pisando suelo americano.
            El frío comenzaba a invadirlo, lo sentía como si le cortasen la piel al chocar con su cuerpo.  A lo lejos se escuchaba el aullido de los hambrientos coyotes.  De aquel grupo de diez personas que lo intentaron,  sólo siete llegaron al otro lado. Los demás habían desaparecido, era como si el río se los hubiera tragado. No había tiempo para buscarlos, no había tiempo para tener miedo o para sentir frio, pues el tiempo en ese instante era su peor enemigo. Corrieron durante horas hasta que los venció el cansancio, aún faltaba tiempo para que el sol saliera, no podían parar pues la noche era su mejor protección para poder avanzar.
            Al salir el sol Ezequiel podía sentir cómo las espinas rasgaban su piel. Caminaron durante tres días y tres noches, con los pies sangrando por las ampollas y las espinas. El hambre no podía faltar, pues su único alimento era un pequeño paquete de galletas saladas, las cuales racionaba, ya que no sabía de los días que aún le quedaban por vivir en el desierto. La hora del descanso llegó, comenzaba a medio día justo cuando el sol estaba más caliente. Aprovechaban para dormir y así poder tener un poco de energía por la noche. Las horas pasaron y al despertar Ezequiel se dio cuenta de que su grupo ya no estaba; se había quedado dormido, lo habían abandonado en el desierto, sin agua, ni alimento. En su desesperación corrió y corrió, pero jamás pudo encontrarlos. La falta de agua ya se estaba haciendo presente en su cuerpo, sentía la boca seca, su garganta picaba, sus labios se despellejaban y así, desorientado y sediento Ezequiel cayó exhausto.
            Al despertar recordó que su padre le había contado una historia sobre la estrella del norte, así que decidió caminar siendo aquella estrella, su única guía. Después de dos fatigadas noches se encontró con un pequeño charco, aquella agua sucia y con gusarapos le supo a gloria, por lo que decidió quedarse ahí un par de días mientras sus heridas sanaban y su cuerpo se rehidrataba. En esos días se sentía como en un campo minado, por tantas serpientes que advertían su presencia, con su atemorizante cascabel. A lo lejos ya había escuchado pasar varias veces las camionetas de Migración, el miedo y la incertidumbre lo hacían dudar en entregarse y ser deportado o seguir con su camino, teniendo en cuenta que en lugar de encontrar su destino podría encontrar la muerte.
            Ezequiel decidió continuar, sin embargo le abrumaba el tener que alejarse de aquel charco que después de días había sido su salvación en aquel incandescente infierno. Esperó a que llegara la noche y emprendió su camino aterrado y completamente solo. Después de unas horas comenzó a ver, a lo lejos, una mancha de luz en el cielo. Se sentía confundido pues aun faltaban algunas horas para que amaneciera. Caminó hacia aquel claro y después de unos cuantos pasos se dio cuenta de que aquella luz provenía de una ciudad. Ezequiel no pudo contener las lágrimas y, aun sabiendo que no tenía a nadie en el mundo en aquel lugar, se sintió a salvo. Después de ocho días de estar perdido en el desierto nada podría ser peor. Al acercarse, poco a poco pudo observar aquellos enormes edificios. Un suspiro de aliento estremeció su cuerpo, dio un vistazo hacia atrás y continuó su camino. Ezequiel había llegado. Él y su familia al fin estarían a salvo de aquel aterrador sentir llamado hambre.




VEINTICUATRO DÍAS ANTES DE NAVIDAD
Silvia Ximena Jamaica Rodríguez
Escuela Primaria Álvaro Obregón, Celaya

Había una vez una niña llamada Ariel a quien no le gustaba la Navidad, porque decía que no le gustaban los cantos navideños ni la diversión. No sabía lo que se perdía todos los años, pero a su Tía Griselda le gustaba todo eso. Como sus papás habían muerto, se quedó con su tía. Cuando Griselda comulgaba, pedía siempre a Dios que a su sobrina le gustara la navidad ya que todos los años se quedaba encerrada en su cuarto jugando Nintendo. Un día todo eso cambió. Ariel recibió un libro llamado 24 días antes de Navidad y lo empezó a leer y decía en el libro:
            “Hola Ariel, soy Santa, vengo hasta ti por este libro para que aprendas todas las cosas hermosas que hay en la Navidad. La Navidad consiste en todas las cosas hermosas que más te gustan, como sentarte a cenar con tus seres queridos, platicar de lo que nos ha pasado, abrir regalos y andar con nuestros familiares y amigos”. Ariel dijo: —Todo eso nunca me lo imaginé, pero se escucha divertido. “Bueno -dice Santa- tengo que ir a entregar más libros a otras personas”. Entonces Ariel se puso a leer el libro y le empezó a gustar, pensó: —Tal vez no sea tan mala la navidad.
            Pasaron unos días y Ariel se quedó pensando: —No he puesto mi árbol de navidad.  Y entonces rápidamente corrió a la sala a poner su árbol. Al llegar su Tía se sorprendió por tan maravillosa sorpresa que le había dado Ariel y dijo: —Gracias, te quedó muy hermoso.
            Pero faltaba una cosa -¿qué creen que faltaba en el árbol?-, la Estrella. Por lo que fue con su tía a comprarla, así que fueron a tomar el Autobús y Ariel se imaginaba todas las cosas hermosas que haría en navidad, como hacer muñecos de nieve, ir a ver un musical o beber cocoa caliente y muchas cosas más.
            Cuando estaba en la tienda de luces y estrellas, había muchas luces y muchas estrellas, pero había una en específico que casi parecía una estrella de verdad y dijo Ariel: —Me gusta mucho ésta, tía. Y se fueron a pagarla a la caja.
            —Hola, buenos días, ¿puedo servirles en algo?
            —Una estrella, por favor, -dijo Ariel.
            —Con mucho gusto -dijo el señor- ¡feliz Navidad!
            Era el día, la hora y el momento para Navidad. Ariel estaba terminando su lectura y vio una nota detrás del libro que decía: “Gracias, Ariel, por permitir que llegue a tu vida la Navidad, ahora pide un deseo y se te cumplirá”.  Rápidamente fue a dejarlo a su árbol, se inclino y ¿qué creen que pidió?: que todos se la pasaran excelente.





*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
**Imagen del título: Dale dale dale, a la piñata en Navidad. Obra de Elizabeth Garces. Imagen tomada de Artelista.


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