NAHUALLI
-Novela de Miguel Sánchez-
El
Instituto Estatal de la Cultura del Estado de Guanajuato creó a partir del
2015, el Fondo para las Letras Guanajuato. Creó seminarios de novela, cuento y
poesía. En su primera generación, el seminario de novela estuvo dirigido por el
escritor Eusebio Ruvalcaba y tuvo una duración de diez meses. Participaron
veintiún escritores del estado, provenientes principalmente de los municipios
de León, Guanajuato y Celaya. Al finalizar el seminario, cada autor presentó el
trabajo que hizo a lo largo del tiempo de tutoría para ser considerado como material
publicable. Editorial la Rana consideró que la novela Nahualli de Miguel
Sánchez, integrante del taller literario Diezmo de Palabras, que sesiona en la
Casa de la Cultura de Celaya, tenía los merecimientos suficientes para ser
publicada. Es la primera novela que se publica bajo este nuevo sistema de
selección.
Nahualli
es del género fantástico, está plagada de aventuras, es para público tanto
juvenil como adulto. Es una novela que rescata la creencia mesoamericana del
nagual, que es un ser sobrenatural o un brujo que ha poseído el cuerpo de un
animal salvaje, además hay referencias a los dioses mexicas y algunos de sus
personajes tienen nombre náhuatl.
En
plena revolución mexicana, en el sureste del país, unas bolas de fuego aparecen
volando sobre los cerros. Durante este fenómeno los animales comienzan a tener
un comportamiento extraño y agresivo. El chamán del pueblo considera que se
están presentando las señales del Chulel y que vendrán tiempos muy peligrosos.
Después aparecen naguales dispuestos a depredar a los pueblos. A través de las
páginas acompañamos a los personajes de raigambre indígena en sus aventuras
huyendo de ellos y enfrentándolos. Algunos se ven separados de sus familias y
entre tanto peligro harán todo por reunirse con sus seres queridos, mientras
otros irán hacia Mictlán, que es el lugar de los muertos, para hacerles una
ofrenda a los dioses con la finalidad de que los protejan de los naguales. “Somos
partícipes de una trama de acción, misterio y terror, en una historia que
conjuga igualmente la magia de los arcanos, la voluntad de lucha y la carrera
contra el tiempo” escribe Aleqs Garrigóz para la contraportada del libro.
NAHUALLI
Miguel
Sánchez
(Fragmento)
Ohtonqui
abrió los ojos. A través de la maleza que lo cubría vio la luna. Se había
acostado cuando declinaba la tarde. Se sentía repuesto. El fresco de la noche
lo alentaba a mover las piernas. Aliado con las sombras caminaba con seguridad
por una llanura. El aire soplaba, al sentir la tierra en sus fosas nasales
inclinó la cabeza. Metió la diestra en su morral, agarró un recipiente de
barro, lo agitó. Una sonrisa se delineó en su rostro al comprobar que todavía
contaba con algo de líquido. Escuchó una voz masculina:
—Muchacho.
Ohtonqui
volteó con celeridad descolgando su arco. A unos metros de él vio a un hombre.
Llevaba sombrero. Bajo su gabán se distinguía pantalón y camisa de manta. El
individuo dio un paso, con la mano derecha
arrastró algo.
—Los
tiempos no están para andar solo en estos caminos de Dios –dijo el desconocido.
Ohtonqui
miró atrás del hombre, no vio a nadie más. Volvió a colgar el arco en su
hombro. El individuo dio otro paso con mucha lentitud. Intentó mover el bulto
con su mano derecha, no le fue posible. Sólo con las dos manos consiguió
arrastrarlo un poco. Ohtonqui se le acercó. Se acentuaban las arrugas del
desconocido por el esfuerzo. Ohtonqui levantó el bulto, lo cubría una sábana atada en sus cuatro esquinas Se lo
colocó en el hombro. Frunció las cejas al comprobar que no era tan pesado.
Después miró al sujeto de rostro cansado, sus mejillas las cubría una barba
blanca.
Avanzaron.
Otilio con la mirada baja. El viento persistía, levantaba la tierra.
—Yo
soy Gaspar Curtidor –se presentó el anciano– ya no me resulta tan sencillo
caminar. A través del tiempo las décadas se acumulan en las rodillas. Cada vez
me cuesta más trabajo dar un paso, la tierra parece que me jala. ¡Qué le vamos
a hacer! Polvo somos y en polvo nos convertiremos.
El
viejo levantó la cara y observó el cielo.
—Pero
no camines tan rápido muchacho –continuó el desconocido– tenemos todo el tiempo
por delante. Yo nací en Chamula. Crecí entre cerros y mírame entre montes sigo.
La
voz del anciano era clara, sus palabras fluían firmes como el afluente de un
río.
—¿Cómo
te llamas?
—Ohtonqui
–respondió mientras se cubría la boca con ambas manos.
—Eres
muy joven, muchacho. Hay muchas cosas que no has visto, que jamás verás. A mí
con los años se me ha afilado el instinto. La vida ya no me hace pendejo. Se
distinguir una calamidad aunque venga disfrazada de algo venturoso. Esto que le
llaman experiencia no se consigue gratis, muchacho. El buen juicio se logra
mientras se te arquea la espalda, la vista se te cansa y los huesos se te
debilitan –el anciano miró hacia el cielo– hay que estar todo el tiempo alerta.
Ohtonqui
se tapaba los ojos con las manos y miraba al viejo. No entendía cómo podía
hablar entre esa ventisca. La tierra le impedía verle con claridad la cara al
hombre.
—El
que la tierra entre a tus ojos es un mal menor –continuó el viejo– cuidado con
las luces, muchacho. Esas ruedas de fuego son el verdadero peligro. Mientras se
desplazan en las alturas escupen su maldición. Si no quieres terminar
convertido en una bestia carnívora debes mantenerte alejado de esas luces.
Debes creerme, muchacho.
—Tomaré
en cuenta sus palabras, gracias, cof, cof... He visto tantas cosas raras en los
últimos días que ya todo me resulta posible, cof, cof, cof.
—Tras
esa hilera de montañas –el anciano señaló hacia el frente– se encuentra mi
casa. Mi adorado pedacito de tierra donde aguardan mi llegada mi mujer, un
hijo, mi nuera y tres nietecitos.
Ohtonqui
levantó la vista, pero no pudo ver nada entre la obscuridad plagada de tierra.
—Algo
se mece en ese árbol –dijo el viejo– sin duda es un ahorcado. No recuerdo una
temporada de sosiego en estas tierras. Todo el tiempo nos estamos matando
porque el mundo no gira a nuestro antojo. ¿Has combatido en alguna batalla?
—No.
—En
el ejército antes de enseñar a los soldados a disparar un arma, les endurecen
el corazón. Nunca hay lágrimas suficientes para que se los ablanden. Yo le
pedía al coronel con las manos muy pegaditas al pecho que me dejara ir. Mi
familia me esperaba. Me comía las lágrimas mientras suplicaba. Pero el coronel
me miró como se mira a un puerco antes de mandarlo con el carnicero. Escupió al
suelo y dio la orden de que me colgaran.
Ohtonqui
tragó saliva y volteó a ver a su acompañante en el momento en que éste miraba
al cielo con detenimiento.
—Me
pasaron tantas cosas por la cabeza en ese momento –agregó el anciano.
—Yo
nunca he visto a la muerte tan de cerquita. No sé cómo reaccionaría ante algo
así.
—¡Es
terrible! Pensé que nunca volvería a ver mi casa. Hace tanto tiempo de eso.
Apenas puedo creer que esté tan cerca.
—¿Ha
combatido, cof, cof, en esta revolución? –preguntó Ohtonqui cambiándose el
bulto al hombro donde llevaba su arco.
—Esta
guerra, la de hace 20 años, la de hace 30 o la de hace 100 quizá sea la misma.
Quizá no deberíamos contar el tiempo con años y décadas. Tal vez fuera mejor
hacerlo con batallas y guerras, también son cíclicas y nuestras ambiciones
eternas… Yo tenía mis convicciones, mis creencias, por eso me enrolé con la
disidencia, pero tal vez fue porque la vejez me había llenado de telarañas el
entendimiento y no supe lo que hacía.
Caminaron
cerca de tres horas. El viento fue amainando. De trecho en trecho Ohtonqui
miraba a su acompañante a la cara. Quería comprobar que la voz que escuchaba en
verdad salía de su boca. Por momentos tenía la impresión de que ese fluir de
oraciones las traía el vientos de un lugar lejano.
Llegaron
a una loma. Al comenzar el ascenso Ohtonqui sintió una mano fría posarse en su
brazo izquierdo, en el momento en que el anciano trastabilló.
—Ayúdame,
muchacho, mis piernas ya no responden en estos terrenos tan desiguales.
Mientras
subían, la sensación de frío en el brazo de Ohtonqui se intensificó.
—¡Ahí
está mi casa! –dijo el viejo cuando estuvieron en lo más alto de la loma.
El
anciano soltó a Ohtonqui. Debajo de su gabán sacó una cajita de mimbre, se la
entregó.
—Para
ti. Gracias por todo.
Ohtonqui
vio su contenido y guardó la caja en su morral. El viejo comenzó a descender. Abajo se veía las
siluetas de unos muros. A pesar de que Ohtonqui descendía con rapidez, veía la
espalda del viejo alejarse, como si se tratara de ropas que se las lleva un
fuerte viento.
—Después
de tantos años vuelvo a estar aquí –dijo el anciano e ingresó a la vivienda.
La
casa no tenía puerta. Al entrar Ohtonqui pudo ver algunas estrellas por los
varios agujeros que tenía el techo de la habitación, a falta de algunas tejas.
Había una mesa y dos sillas. Ohtonqui pasó el dedo pulgar sobre la superficie
de la mesa. Su dedo quedó negro. Igualmente las sillas presentaban una capa de
polvo. En una esquina se hallaba un trastero con algunas vasijas de barro,
cubierto todo con telarañas. El anciano no estaba.
—Gracias,
muchacho. Sin ti nunca hubiera llegado.
Ohtonqui
pasó a la siguiente habitación. Tuvo que agacharse porque los maderos que
sostenían el techo se habían venido abajo. Andando entre los escombros volvió a
escuchar a su acompañante:
—Estoy
otra vez con los míos gracias a ti.
Ohtonqui
salió de ese cuarto derruido. Llegó a los corrales. Estaban vacíos. No veía por
ningún lado al anciano. El viento se había convertido en una leve brisa que le
acariciaba el rostro. Dio una vuelta completa a la casa. Sus escrutadores ojos
no podían localizar al viejo, sin embargo volvió a oír su voz. Eran como
palabras que las hubiera traído el viento de un lugar lejano:
—Gracias
por traerme, muchacho.
Ohtonqui
bajó al suelo el bulto que le había dejado su acompañante. Lo desató. Quedó al
descubierto un cráneo entre varios huesos humanos.
Miguel Sánchez Martínez (15 de diciembre de 1971,
Cortazar, Guanajuato). Entre los talleres en los que ha participado se cuentan
el de poesía impartido por Ricardo Yáñez, en la Casa de la Cultura de Celaya
(Septiembre de 1994-agosto de 1995); Umbela, a cargo de Félix Meza, en la Casa
del Diezmo de Celaya (septiembre de 1996-agosto de 1998); Taller literario
Jorge Ibargoengoitia, a cargo de Javier Macías en la Casa del Diezmo de Celaya (septiembre
de 2000-agosto de 2003); Taller literario Cortazar, impartido por Armando Gómez
Villalpando. En el Centro Cultural Cortazar (julio-septiembre de 2011) además
el Taller Literario Diezmo de Palabras, fundado por Herminio Martínez y coordinado
por Julio Edgar Méndez (enero de 2011- julio de 2017), en la Casa de la cultura
de Celaya.
Entre sus publicaciones, ha participado en las
antologías: Descontar el hambre (Chile, FAO, 2010) y El oro de los trigos (Casa
de la Cultura de Celaya, 2011). Publicó El libro de los terrores (12 Editorial)
en 2015.
*Texto publicado en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario