CUENTOS PARA CONTAR SIN APAGAR LA LUZ
-Literatura infantil-
“El mejor medio para hacer buenos a los niños es
hacerlos felices.”
Oscar Wilde
(1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés
“¿Cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son
tan estúpidos la mayor parte de los hombres? Debe ser fruto de la educación.”
Alejandro Dumas
(1803-1870) Escritor francés
Querido
lector, si tienes hijos, sobrinos, nietos o amigos que aún son niños, te pido
de favor que les permitas a ellos leer esta presentación o tú la leas si es que
ellos aún no lo hacen. Comienza justo en este momento... aquí abajito:
¿Te gustan los cuentos de miedo? A
mí sí. Cuando yo era pequeño, un grupo de chicos nos juntábamos a contar
historias de terror. Me preparaba un taco con azúcar y chocolate en polvo y me
sentaba al lado de alguien más grande para sentirme más seguro por si acaso me
asustaba. Se apagaban las luces y ponían una vela en medio del piso. La luz que
nos pegaba en la cara nos daba un efecto de fantasmas. Si alguna vez lo has
hecho sabes a lo que me refiero, pero si aún no lo haces inténtalo, te aseguro
que te vas a reír, a menos que salgas corriendo del puro susto.
Aquí tienes dos pequeños cuentos que
puedes leer o alguien te los puede contar sobre dos personajes que seguro
conoces: La llorona y el Coco o “Booggeyman”. Uno lo escribí yo y el otro mi
hija. Espero que te diviertas... Pero si los lees en la noche, no apagues la
luz. Vale.
LA
LLORONA DEL PARQUE XOCHIPILLI
Julio
Edgar Méndez
Ya
todos sabían que, por las noches, la llorona paseaba dentro del parque
Xochipilli de Celaya. Se escuchaba un llanto de niña chiquita, un llanto
quedito que el aire llevaba por todos lados. De pronto se escuchaba por el lago y de pronto se oía pegado a la
barda. A veces se oía que daba vueltas a todo el parque. Hasta ahora nadie
sabía de dónde salía ni por qué. Sólo sabían que era un llanto que daba miedo,
pero a veces daba mucha tristeza. Todos los que iban a hacer ejercicio por las
mañanas no escuchaban ese llanto. Durante el día no había ruidos, el parque se
llenaba de luz y muchos niños y sus familias se divertían de lo mejor jugando a
muchas cosas. Corrían entre los árboles, se escondían de sus amigos, visitaban
a las avestruces, que tienen cara de chiste. Y así, todos los días lo mismo.
Pero en la noche, otra vez ese llanto. Eran tantas las personas que escuchaban
a la llorona, que los encargados del parque comenzaron a buscar por todo el
lugar a ver si había alguien haciendo bromas. Pero no encontraron nada raro. El
llanto seguía surgiendo por todos lados del Xochipilli y ya las personas
comenzaban a formar grupos de búsqueda. Pidieron permiso para traer a un
especialista en fantasmas y así fue como llegué a la ciudad de Celaya.
Mi papá se ha dedicado a buscar
fantasmas durante muchos años. Todo empezó porque un día, cuando yo aún no
nacía, mi papá vio un barco flotando en el aire. Del barco bajaron muchas
personas transparentes. Eran piratas, algunos con pata de palo, otros con
parches en el ojo, uno con un garfio en lugar de mano, piratas, ya sabes, de
los de las películas. Pero eso no fue lo importante, sino que le dieron a mi
asustado papá una libretita. El tipo de escritura era desconocida, y le dijeron
que ahí estaba el secreto para encontrar un gran tesoro. Los piratas no
volvieron al barco, siguieron caminando a través del cuerpo de mi papá y luego
desaparecieron. Hasta la fecha, mi padre sigue buscando el tesoro. Se ha hecho
tan famoso por encontrar fantasmas en cualquier lugar, que ahora lo buscan y le
pagan muy bien por cazar a estos espíritus y hacerlos volver a donde sea que
viven los fantasmas, o sea, no sabemos a dónde se van, pero ya no molestan a
nadie.
Cuando llegamos a Celaya, nos
recibió un grupo de personas en la Central de Autobuses. Mi papá y mi mamá
saludaron a todos y luego de tomarse unas cuantas fotos, nos llevaron a un
hotel justo enfrente del Parque Xochipilli. Nos contaron la historia del llanto
que todos escuchaban, pero nadie había podido encontrar nada raro, ni habían
visto un solo fantasma.
Esa noche, mi papá me dejó
acompañarlo porque le prometí no asustarme. Yo ya he visto fantasmas, así que
no me espanto fácilmente. Pero por si las dudas, me llevé mi lámpara
anti-fantasmas que mi papá me regaló cuando cumplí siete años. Ahora ya tengo
diez y soy toda una experta en cosas raras.
El parque estaba iluminado, pero
muchas zonas quedaban en completa oscuridad. El señor velador, que se llama
Herminio, nos guió por todos lados. Había patos y otros animalitos dormidos.
¿Soñarán los patos? De pronto, escuchamos un llanto quedito. El viento traía el
sonido y no logramos ubicar de qué parte venía. Pero sí era un llanto. Se
escuchaba como de una niña chiquita. Mi papá instaló un aparato que capta
imágenes y sonidos muy bajitos y los amplifica en unos audífonos especiales. Se
puso a escuchar y puso cara de sorpresa. "¡Es una niña muy
chiquita!". Dijo. "Dice algo como -mami, mami. Y luego llora -cuñá,
cuñá, bua, bua. Debemos localizarla porque a lo mejor la dejaron abandonada y
se puede morir de hambre".
Inmediatamente llamaron a los
policías, que hacen ronda por las noches en esa zona, y todos se pusieron a
buscar lugares ocultos. Mi papá les dijo que buscaran incluso dentro de las
jaulas y casitas de los animales. Toda la noche trabajaron y no hallaron nada.
Mi papá empezó a estar molesto porque no entendía lo que pasaba. "No es un
fantasma", dijo. "Pero no sé qué es. Se escucha a veces en un punto y
luego en otro, como si caminara".
Al otro día, temprano, los
encargados del Xochipilli pidieron a mi papá un informe y él les dijo que eso
no era un fantasma. Mejor que la policía trajera perros y un grupo de rescate
porque él creía que era una niñita atrapada en algún lugar muy escondido y a la
mejor ya se la estaban comiendo las ratas. Tal vez se la comían de a poquito y
por eso todavía estaba viva, pero la arrastraban de un lugar a otro porque sólo
así se explicaba el hecho de que sonara su llanto en un lado y de pronto ya
estaba en otro sitio.
Rápidamente llegaron policías,
bomberos y ambulancias de la Cruz Roja. Todos se pusieron a buscar a la niñita.
Yo también. Le dimos otra vez vuelta a todo el parque. Algunos hombres se
metieron al lago. Nada. Ni siquiera se escuchaba el llanto ahora. Pronto
comenzó a oscurecer y ahora iba a ser más difícil encontrar algo. Trajeron unas
lámparas grandotas y siguieron trabajando. En eso, mi papá dio un grito. Había
estado escuchando con sus audífonos especiales y escuchó otra vez el llanto:
"Mami, mami, buá, buá, cuñá, cuñá". Todos se pusieron como locos
porque no veían nada. Pero ahora mi papi pudo localizar el lugar. Les indicó a
todos que iluminaran cerca de la reja de las avestruces y hacia allá fueron las
luces. Paso a paso y en una sola línea, todos empezamos a caminar hacia la
malla de alambre. Ahora ya escuchábamos el llanto también nosotros. "Mami,
mami, buá, buá, cuñá, cuñá". ¡Pobre niña!, estaba sufriendo. En eso,
¡escuché el llanto detrás de mí! Voltee rápido y ¡no había nadie! Pero estaba
segura de que el llanto estaba detrás de mí. Un bombero también lo escuchó y
con una lámpara muy grande iluminó el sitio. ¡Nada!, pero el llanto seguía ahí:
"Mami, mami, buá, buá, cuñá, cuñá". Miré entonces hacia abajo y
apenas alcancé a ver un brillito entre el pasto. Me agaché y del ¡brillito
salía el sonido! ¡Era una cajita de plástico! Una cajita de esas, que usan
pilas que se cargan con la luz del sol, de las que tienen adentro las
muñequitas lloronas.
Booggeyman
Estrella
Méndez M.
Esa
noche no podía dormir. Se daba vueltas y vueltas en la cama intentando
encontrar un punto cómodo, pero algo le inquietaba, su mente no dejaba de
trabajar e imaginar figuras de manos enormes y tenebrosas en cada sombra. Sabía
que no había nada, pero aun así su corazón se aceleraba ante cada sonido que le
llegaba, por más mínimo que fuera.
Debía de ser la combinación de
dulces y películas de miedo que sus padres le habían advertido no era bueno
mezclar en la noche, pero no podía evitarlo, así pasara más tiempo cubriéndose
los ojos y los oídos que realmente viendo la película, le encantaba esa sensación
de miedo que le provocaban. A sus 12 años ya se consideraba un amante de
películas de terror.
Todos los años, desde que tenía
memoria, en Día de muertos se sentaban en la sala de televisión a ver varias
películas, su madre y padre podían intentar convencerlo de ver solo películas
bonitas, y de esas de caricatura, pero él siempre se las arreglaba para rentar
alguna de miedo, de esas con mucha sangre y tripas volando. Su padre solo reía
divertido de cómo su madre se cubría los ojos y se escondía contra él o pegaba
gritos cuando las veían. Pero Fernandito no se refugiaba en brazos de nadie, ni
de su padre ni su madre, pero sí se cubría los ojos. Aun así le encantaban.
El problema venia luego de verlas,
en las noches, siempre sentía a alguien observándole, sonriendo burlonamente
desde las sombras, esperando a que se durmiera para atraparle. Era una tontería
y Fer lo sabía, aun así no podía evitar esa sensación y, como de costumbre, esa
noche se encontraba con los ojos bien abiertos fijos en la esquina en tinieblas
de su habitación. Estaba seguro de que podía distinguir una silueta en esas
sombras, alguien apoyado contra la pared sonriendo, mirándole, burlándose de
él. Eso le irritaba bastante. Aunque sentía miedo, sentía aun más molestia y
tenía ganas de pararse y enfrentarse a aquello.
Por otro lado, seguía teniendo 12
años y era naturalmente algo cobarde, y prefería quedarse en su cama a salvo, temblando
ligeramente de miedo.
“Vamos, vamos, no es nada, duérmete
ya” se ordenó a si mismo esperando a que su cuerpo obedeciera y cerrara los
ojos para dormir, pero apenas parpadeó, percibió el sonido de las tablas de su
cuarto crujir bajo el peso de alguien y los abrió rápidamente. Miró alrededor,
nada, todo en silencio y aun esa oscuridad invadiendo gran parte de su cuarto.
Fer se lamió los labios nerviosos, y
miró de reojo la lámpara de su buró, el interruptor se encontraba cerca, podría
prenderla y ver que no había nada ahí, eso le calmaría.
“Solo es cosa de estirar el brazo”
pensó nerviosamente, pero no encontró valor para sacar el brazo oculto debajo
de la seguridad de las cobijas. “No seas niña”, se regañó y comenzó a moverse
un poco para acercarse al buró, se estremeció cuando creyó ver moverse algo
entre las sombras, inmovilizándolo en el acto como a un conejo bajo la luz de
los faros de un auto.
Su respiración se volvió casi
inexistente. Intentó escuchar algo más que su corazón latiendo desbocado y el
castañeo de sus dientes. Miró rápidamente hacia el interruptor y luego hacia
las sombras, con un movimiento rápido se estiró y le dio un golpe al botón de
la lámpara prendiéndola, la luz le cegó por un momento haciéndole parpadear
rápidamente.
Finalmente pudo dirigir su mirada
hacia la esquina ahora iluminada. No había nada, ni nadie, sintió un alivio
inundándolo por completo haciéndole soltar un suspiro; “ya ves, no era nada”,
se dijo satisfecho, acostándose de nuevo en la cama y apagó la lámpara.
Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al sentir a alguien justo detrás de él, sobre la cama, y un aliento
cálido golpeándole la oreja, se volvió lentamente sintiendo cómo temblaba su
cuerpo, topándose con un par de ojos brillantes y una sonrisa grande y macabra
en una figura hecha de sombras, dientes afilados y brillantes, que a la luz de
la luna comenzó a colarse por la ventana.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
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