domingo, 16 de abril de 2017

SIZIGIAS Y CUADRATURAS LUNARES...


Sizigias y Cuadraturas Lunares...
-Primera Parte-
Manuel Antonio de Rivas

El título original de este maravilloso relato, “Sizigias y cuadraturas lunares ajustadas al meridiano de Mérida de Yucatán por un anctítona o habitador de la Luna y dirigidas al Bachiller Don Ambrosio de Echeverría, entonador que ha sido de kyries funerales en la parroquia del Jesús de dicha ciudad y al presente profesor de logarítmica en el pueblo de Mama de la península de Yucatán; para el año del Señor 1775”, es ya, en sí mismo, toda una historia. Su autor, el fraile Manuel Antonio de Rivas, fue denunciado al Santo Oficio, en 1773, por sus propios compañeros religiosos. La denuncia, entre otras cosas, menciona: “que negaba la existencia del Purgatorio, que profanaba las imágenes, que injuriaba a sus compañeros de orden, que no se confesaba ni asistía al coro ni a misa. Rivas, educado en el Colegio de Alba de Tormes, estudioso de las matemáticas, tenía “mordaz ingenio”, generalmente dividía “a todos con su lengua infernal” y utilizaba expresiones tan “opuestas a la fe y buenas costumbres” que obligaba con frecuencia a su interlocutor a “huir por el horror”. “Si Sizigias y cuadraturas resulta ser, por desbordar las normas habituales de acercamiento al mundo y abrir la realidad de lo conocido, el primer cuento fantástico escrito en Hispanoamérica, habría que ver, en el origen del género, dos cosas. Primero, los principios de la ciencia moderna asumidos por el pensamiento ilustrado mexicano en la segunda mitad del siglo XVIII y, consecuentemente, una crítica a los modos del pensamiento escolástico inquisitorial. (Carolina Depetris, Viaje fantástico y escolástica inquisitorial: el derrotero lunar del fraile Manuel Antonio de Rivas).
Esta es la primera parte del relato, que lo disfruten. Vale.



Señor Bachiller: tiempo ha que se recibió en este globo de la Luna una carta anónima con data de 5 del mes Epiphi del año de Nabonasar 2510. El terrícola que la escribe se titula el Atisbador de los movimientos lunares; lo que hace ver en su carta nuncupatoria, presentándonos las sizigias y cuadraturas lunares, con las neomenías judaicas modernas, nabonasáreas, áticas, egipcias, arábigas, pérsicas, dispensadas por el año común del Señor 1763. Ciertamente el Atisbador en su carta, a vuelta de uno u otro sarcasmo, que mañosamente, y como al descuido, deja caer; tira algunos bellos rasgos de erudición nada vulgar. ¿Creeréis, vos Señor Bachiller, que no se supo acá qué postillón aéreo condujo esta nuncupatoria, ni por qué plaza entró en este hemisferio? Pues es cosa que aún en el día se ignora.
            Como el Atisbador se nos manifiesta uno de los pocos terrícolas menos desatentos, y más bien criados, pensamos darle alguna Señal de Reconocimiento al oficio con que nos honra, y del aprecio que hacemos de su mérito, candor y humanidad, compensando obsequio con obsequio. A este fin, de las diferentes regiones, en que se divide este orbe lunar, que vosotros en la selenografía llamáis el Platón, y es el País de las Quimeras, se juntaron los mejores computistas versados en la historia del globo terráqueo, para tratar del argumento. Registrando en la más rica biblioteca, que acá tenemos, todo género de noticias pertenecientes a las épocas memorables del orbe terrestre, después de muy pocos millares de años (porque de los siglos remotísimos, el catástrofe infeliz que han tenido nuestras memorias), abajo daré un corto apuntamiento, y será el mismo que vosotros debéis saber, pues consta en vuestra mitología (Ovidio lib 72 Metamorphosis).
            Viniendo ahora al fin desgraciado que tuvieron nuestros antiguos monumentos, bien sabéis, señor Bachiller, que un padre inconsiderado fió el gobierno de los caballos del sol a un hijo joven, arrogante, desvanecido, con sola la vana precaución de un medio tutissimus ibis, el cual, cuando por las vastísimas provincias del Éter, incendió todos los planetas y nuestro orbe, reduciendo a polvo todo cuanto encontró en su superficie, salvándose algunos pocos anctítonas en la profundidad de las cavernas. Como nuestras memorias estaban grabadas en láminas de plata, que es el papel de que aún hoy usamos, no pudieron resistir a la actividad de un fuego voracísimo. En fin, el desvanecido Faetón pagó su loca temeridad cayendo de cabeza en el Pó, otras veces, Eridiano. Tan cierto es que el fausto, la pompa, el valimento y otros cualesquiera halagos de la fortuna -en los palacios regia solis erat-, si no se ajustan a las inspiraciones de la moderación y de la prudencia, llevan insensiblemente al precipicio. En este incendio memorable fijamos nuestra época, según la cual este presente año es el de 7,914,522 del incendio lunar. No os debe hacer novedad este número de cifras, siendo constante en vuestras relaciones (padre Joan Baptista Du Halde, Cartas edificantes) que los más de los cronólogos del dilatado Imperio de la China, el año de Cristo contaban 88,639,860 años de la creación del mundo. También puede seros importante saber que nuestro año lunar consta de 437 días, distribuidos por 12 meses, los cuales son Hidrón, Schtyhón, Crión, Taurón, Dydimón, Kaakinón, Leontón, Pardienón, Zigón, Scorpión, Toxón, Ogón.
            Estando para disolverse el Congreso, a que yo asistí, como secretario y computista, vimos como a distancia de dos millas y media (¡quién lo pensara!), un carro o vajel volante, instruido de dos alas y un timón, puesto donde debe estar, que venía rompiendo nuestra atmósfera con una celebridad increíble. Al principio pensamos que todo era ilusión, pues no hay memoria ni tradición de haberse visto jamás en nuestro orbe hombre alguno en cuerpo y alma. Salimos a conducirle a nuestro Ateneo y, después de haber hecho el arráez una profunda reverencia, dio cuenta muy por menor de su viaje y destino -del que nosotros solo podremos hacer un extracto muy diminuto-, y él, allá de vuelta, podrá explayarse cuanto pueda y quiera. Monsieures, dijo, yo me llamo Onésimo Dutalón: nací en un pequeño lugar del Bayliage dÉtampe, en la Francia; hice mis primeros estudios en mi patria, mas viendo que la filosofía de la escuela era inútil, y que no podía hacer docto chico ni grande, pasé a París, en donde me entregué, con aplicación infatigable, al estudio de la física experimental, que es la verdadera; y, con esta ocasión, después de una meditación pausada en las obras de aquel espíritu de primer orden del suelo británico, el incomparable Isaac Newton, me hice dueño de los más profundos arcanos de la geometría. Vuelto a mi patria, cultivé la comunicación y amistad de un eclesiástico, llamado monsieur Desforges, hombre que sabe apreciar el mérito de los sabios sin respecto a facultades, autoridad ni poder. Como nuestra amistad se iba estrechando cada día, quise darle una prueba de confianza comunicándole el empeño en que estaba de fabricar una máquina volante, la cual es la que veis. Después de una infinita repugnancia, instruí a monsieur Desforges, porque así lo pedía, en todas las reglas que podían dirigir la práctica del secreto comunicado. Yo no podré decíros, monsieures, en que paró la instrucción. Por lo que a mí toca, previniendo que al vérseme discurrir por el aire se encendería una hoguera para ser quemado públicamente en la plaza como mágico, tuve por conveniente, para hacer algunos ensayos antes de remontarme a las esferas, salvarme en una de las Islas Calaminas en la Libia, flotantes o nadantes en la superficie del agua, de que hacen mención Plinio lib. 2, cap. 95, y Séneca lib. 3, cap. 25. Retirado, pues, a una de estas islas, hice el primer ensayo lustrando toda la África. En el segundo, picado de una curiosidad geográfica, quise examinar por mí mismo si había alguna comunicación por la parte del Norte entre nuestro continente y el americano, y hallé que los dividía un euripo del mar glacial. En el tercero, levantando un poco más el vuelo, hice asiento en la eminencia de los dos montes más altos de la Tierra: el de Tenerife, en una de las Canarias, y el de Pichincha, en el Perú. En la cumbre de este último cerro tuve el gusto de experimentar que el agua regia o fuente, libre de la gravitación y presión del aire, no disolvía el oro, poco ni mucho; como también, por esta misma causa, no tenían gusto alguno sensible los cuerpos picantes, y mordaces, como la pimienta, la sal, el azíbar, etcétera. Sobre la elasticidad, o resorte del aire, también hice algunos experimentos, que ahora no importa referir. Después de dos meses y medio, volví a la isla flotante de mi residencia y, mirándome en una disposición ventajosa para emprender un viaje literario a este planeta, me embarqué en mi carro volante, encomendándome a mi buena o mala suerte, hallándose la Luna dicótoma respecto de quien la observa desde la Tierra, de cuyo centro distaba, según su paralaje, 59 semidiámetros terrestres. Como yo en mi viaje no me apartaba del plano de la equinoccial, corridas 273 leguas de atmósfera, tuve la curiosidad de arrojar al fluido, que navegaba una cuartilla de papel de China, y observé, con grande admiración mía, que el papel seguía hacia el Oriente la rotación que llevaba la atmósfera con el globo terráqueo. Antes de salir de esta región, hacía un frío incomparablemente más intenso que el que sentí en la Estotilandia en mi segundo ensayo, sobre lo que hice una reflexión digna de la atención pública en oportunidad favorable, para esforzar la opinión de cierto filósofo moderno, en orden a la causa del frío en sitios elevadísimos sobre el nivel del mar. Tenía yo andados bien seguramente 25 mil leguas, cuando tuve bastante que reír, acordándome del turbillón terrestre de monsieur Descartes, quien, por un rapto de imaginación extravagante, hace dar vuelta a la Luna alrededor de la Tierra en fuerza de su turbillón, de lo que no encontré el menor vestigio. Y para asegurarme más bien, tiré al fluido una pipa llena de agua del río Letheo, que perseveró inmóvil en aquel éter purísimo. Y también vine en pensar que si allí se construyese una torre cien mil veces más alta que la de Babel, se mantuviera eternamente sin vaivén, sin movimiento, sin desunión de sus partes, ni inclinación o propensión a centro alguno.

            Yo (digo la verdad) en medio de aquella materia celeste no sentí frío ni calor, aun herido de los rayos directos del Sol, que congregué en el foco de un exquisito espejo cáustico, y no inflamaron ni licuaron varias materias puestas a conveniente distancia, sin duda por falta del aire heterogéneo; de que concluí que la catóptrica, con sus demostraciones, no tiene qué hacer en aquel éter sutilísimo y homogéneo.
            En fin, monsieures, dijo el maquinario Dutalon, después de los auxilios precautorios que tomé para el uso de la inspiración y respiración en un espacio en donde no puede haberle por su raridad y improporción, no tenéis por qué preguntarme, cuando me veis, que sin pérdida de la vida he arribado felizmente a este orbe. Yo os certifico que cualquiera terrícola durmiendo puede hacer el mismo viaje con la misma felicidad. Yo he continuado observando y filosofando, y, después de todo, me hallo con la satisfacción de haberme desecho de una infinidad de preocupaciones, habiendo registrado las claras fuentes en que deben beberse las noticias experimentales; que es lo que aconseja Marcial en el Epigrama 102 del Libro 9.
Multum, crede mihi, refert a fonte bibatur
qui fluit, an pigro, qui stupet unda lacu.
            Aquí iba a hablar el Presidente del Ateneo, cuando distrajo nuestra atención una tropa de ministros infernales, entrándose en la Asamblea. El jefe, que era de muy mala catadura, sin hacer cortesía, se explicó de este modo: Nosotros, de orden de nuestro Príncipe, vamos muy lejos de aquí, cuanto de aquí dista el globo solar; conducimos la alma de un materialista que en el punto de la separación del cuerpo fue arrastrada a la puerta del infierno, en donde no quiso recibirle Luzbel, diciendo que estaba informado por sus esbirros, que rodean toda la Tierra, que es un espíritu inquieto, turbulento, enemigo de la sociedad racional, y de la espiritualidad del alma; que, en su opinión, la madre que le parió no era de mejor condición que el zorro, el puerco espín, el escarabajo y otro cualquiera vil insecto de la tierra, cuya alma muere con el cuerpo; que no quería aumentar el desorden, la confusión y el horror que eternamente habita en su república, tal cual ella es, con el establecimiento de un impío. Y que luego luego, escoltado por un destacamento de cuatrocientos demonios, fuese llevado a aquel gran pyrofilacio, el Sol. ¿Al Sol?, dijo el Presidente del Ateneo, ¿en donde el Altísimo colocó su trono y pabellón? Sí, monsieur, al Sol, repuso Dutalón: porque en el Sol colocó el infierno un anglicano, natural de Londres, llamado Sevidín, que en una disertación, con los dos versículos 8 y 9 del capítulo 16 del Apocalipsis, pretende persuadir que el lugar de los condenados está en medio del Sol, en donde el Demonio fijó su trono (Actas de los eruditos al mes de marzo, 1745), y que ésta es la razón porque tantas naciones en el orbe terráqueo hayan adorado al Sol como Dios.

            Según creo, dijo el Presidente del Ateneo, que el fatuo Suvidín también pudo con el mismo derecho haber colocado el infierno en este orbe lunar; pues es constante en nuestras memorias que la Luna ha tenido en la Tierra sus adoradores. Por ventura, monsieur Dutalón, prosiguió el Presidente, ¿hay todavía por allá altares consagrados a nuestro culto? Yo no sé, respondio monsieur Dutalón, que se haya renovado las víctimas y holocaustos de aquellos remotos siglos, después del hecatombe que ofreció el fundador de la escuela itálica, Pitágoras, en Crotón, noble población al fondo del seno torrentino en la Calabria, provincia del Procurrente de Italia, en acción de gracias por haber hallado la proposición 47 del libro 1o. de Euclides con que enriqueció las matemáticas. Y vos, materialista, dijo el Presidente, encarando hacia él, ¿habéis estado en el Chirsoniso de Yucatán y tratado o conocido por ventura allí de un Atisbador de movimientos lunares? Yo Señor, respondió el materialista, he paseado todo aquel país y conocido un sinnúmero de atisbadores de vidas ajenas, pero de movimientos lunares sólo he oído hablar de un almanaquista que ocupa el tiempo en esas bagatelas, pudiendo emplearlo más útilmente en formalidades forenses, como: dar traslado a la parte; en vista de autos; escrito de bien probado; acusar la rebeldía; girar los autos, que es ciencia de notarios y se hizo ya de la moda; a que pudiera añadir el leve trabajo de registrar índices de libros de consultas, en romance o en latín, tan claro como el canon de la misa, para hacerse espectable en el vulgo por este camino, ya que no puede por otro. También oí decir que el almanaquista mantiene comunicación epistolar con el Bachiller Don Ambrosio de Echeverría, residente en el pueblo de Mama, hombre de un juicio sólido, muy práctico en los primores de la música moderna y en el manejo del canon trigonométrico; de quien podréis informaros en cuanto deseáis saber. Dicho esto, le arrebataron los demonios, siguiendo su derrota a aquel océano de fuego.


(Continua en publicación del domingo 4 de junio de 2017)
Texto originalmente publicado en:http://revistareplicante.com/wp-content/uploads/2013/06/Sizigias-y-cuadraturas-lunares.pdf
*Texto publicado en El Sol del Bajío, Celaya, Gto. 

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