ATRAPADOS POR ARTURO GRIMALDO
Toda
historia comienza por un principio. El escritor sabe que las primeras líneas
son fundamentales para atrapar al lector. Herminio Martínez, nuestro maestro y
escritor incomparable, solía decir: “Las primeras líneas vienen de Dios, las
siguientes de la experiencia”. En los cuentos de Arturo Grimaldo el inicio nos
atrapa. “Lo único que podía encender el pequeño Nati en aquella fría y oscura
noche de Navidad, era la llama de la fe; porque en su casa no había para luces,
regalos, ni esferas”. Cada una de las historias del nuevo libro de Arturo,
CuentaLee, se abre ante nosotros con
sencillez, con un lenguaje directo, bello, a veces erudito, otras veces
paternal, como Arturo. Su amplia experiencia como docente comprometido se
revela en cada frase. En sus textos encontramos fábulas, historias de terror,
un uso adecuado de la parábola y la paráfrasis, humor implícito o directo. La
voz de Arturo es de quien ha encontrado el camino y lo sigue consciente de que
cada día se puede mejorar sobre el mismo. Utiliza a los personajes para enviar
un mensaje al lector. Éste puedes ser tú. Incluso cuando recurre a las fábulas
con animales, los humaniza y nos muestra los valores universales propositivos,
otro de los grandes méritos de su narrativa.
La obra de Arturo es recomendable
para cualquier edad, en cualquier momento. “Creí que nunca se iría de mi lado y
tuvo que volar al infinito para seguir llenando de consuelo a corazones
abatidos”, nos dice en Héroe mortal. Incluso cuando el terror es el género, o
el leivmotiv un asustado protagonista que no acierta a ser tan malo como
aparenta, el autor no pierde la oportunidad de proponer al lector que
profundice en los personajes. Nadie es tan malo o bueno como parece. Igual que
en la vida real. Y en este afán de mostrar en lugar de decir, yo tampoco quiero
tomar más de su tiempo y los dejo para que disfruten la narrativa de Arturo
Grimaldo, quien nos atrapa con sus historias. El siguiente cuento es parte de
su libro CuentaLee, sueños y reflexiones; su narrativa es fluida, lineal y con
un finísimo sentido del humor. Vale.
Julio
Edgar Méndez
VUELO
TORMENTOSO
Arturo
Grimaldo Méndez
Don
Anselmo Camarena estaba muy nervioso en el andén número nueve del Aeropuerto
Internacional de Villa Bajío. Unos segundos antes se había anunciado a los
pasajeros, con destino a los Estados Unidos, que deberían abordar el avión de
la compañía Aero-Jet para despegar en media hora.
Era la primera vez que viajaba en
avión y los nervios comenzaron a traicionarlo. Su esposa Ofelia, en cambio,
estaba un poco más tranquila, porque ya había vivido una experiencia similar, cuando joven.
Una maleta sin marca y medio vacía
era todo el equipaje de cada uno. También
una pequeña mochila donde él llevaba sus cosas personales y un par de
libros, era lo que le acompañaba. Mientras esperaban en el aeropuerto, escuchó
las noticias del clima y vio las imágenes en la televisión, en donde indicaban
que las condiciones atmosféricas para ese día no eran muy buenas. Eso
contribuyó para que se incrementaran sus inquietudes.
─Espero que este aparato aguante
todas las inclemencias de allá arriba y si no, que Dios me agarre confesado −pensó−,
mientras subía la escalera de la aeronave.
Una vez en el interior, y explicado
a los pasajeros todo el protocolo de cómo actuar en caso de accidente por parte
de las azafatas, el señor Camarena se acomodó en el asiento del lado a la
ventanilla y justo en esa dirección, podía observar el ala del avión.
El ruido de los motores y un leve
movimiento, fueron los signos de alerta de que el despegue estaba por iniciar.
Primero de manera lenta, luego mayor velocidad y por último, un desplazamiento
muy rápido. Todo eso hacía ver que los objetos, las casas, los árboles y las
personas, se alejaban muy de prisa de los pasajeros. El espectáculo se fue
haciendo cada vez más emocionante, porque atrás quedó en miniatura todo lo que
tenía raíces y ahora, solo las nubes
eran quienes brindaban su mejor color. Por un momento, pareció que el avión
quedaba suspendido en el espacio y ya no fue posible calcular la velocidad,
pues nada pasaba frente a la mirada expectante de los curiosos, que, como don
Anselmo, iban viendo el exterior de la aeronave.
Varios minutos después de iniciado
el vuelo, don Anselmo preguntó:
─Oye, vieja ¿Qué aquí no darán nada
de comer? Ya tengo hambre.
─Parece que no. Creo que todo te lo
venden −le respondió doña Ofelia.
Sin importar que los demás pasajeros
se le quedaran mirando con enfado, don Anselmo le gritó a una de las azafatas
que acompañaban en el viaje.
─Señorita Zapata, ¿A qué hora nos
van a dar de comer?
─Perdón, señor, pero todos los
productos los ofrece la compañía de aviación a precios módicos. ¿Desea tomar
algo?
─Pues claro que sí, deme una torta o
unos tacos, o lo que caiga primero.
─Discúlpenos pero ya solo traemos
refrescos, agua y galletas.
─¿Y cuánto cuesta cada cosa? –volvió
a preguntar don Anselmo.
─Cuarenta y cinco pesos cualquier
producto.
─¡Queeé! si en mi rancho esas galletas cuestan seis
pesos, señorita. Esto es un abuso. Muchas gracias, mejor me quedo así como
estoy.
Unos minutos después, su esposa le
corregía −para que en otro momento no se
equivocara y la hiciera quedar mal ante los demás.
─Viejo, no se dice señorita Zapata,
es Azafata.
─Sea como sea, de todas formas dan
muy caras las galletas −le dijo−; oye
chaparra, a propósito, este avioncito va muy lento, ¿no? ya llevamos mucho
tiempo de camino y no llegamos. Ni que el pueblo de Tijuana estuviera tan
lejos. Yo traigo en mi reloj las ocho de la noche y todavía andamos en las
nubes.
─No, viejito, recuerda que de México
a Estados Unidos hay una diferencia de horario y como Tijuana es frontera,
tiene el mismo horario que allá. Llegaremos a tiempo, no te preocupes.
Y como si se tratara de un sueño, no
bien se había acomodado para leer, dormir o lo que ocurriera primero, unas
indicaciones por el altavoz del avión indicaban que en ese momento comenzaría
el descenso de la aeronave.
Ya en la sala de espera y de
llegada, don Anselmo se mostraba inquieto y se dirigió a su esposa:
─Aquí me esperas, mientras voy a
bajar las maletas del avión.
─No, viejito, tú no tienes qué bajar
nada, ahorita nos las entregan en otra área. Llegarán solas, en una banda que
las trae.
─¡Cómo que en una banda! ¿Qué es
eso?. Yo tengo que ir por las maletas. ¿Qué tal que se las roban?
─No se las pueden robar, están
marcadas y tienen nuestros nombres –le respondió su mujer.
─Pues yo no estoy muy convencido de
eso, pero si tú lo dices…
Unos minutos más tarde, las maletas
de los pasajeros comenzaron a dar vueltas en la banda transportadora y don
Anselmo, asombrado por aquel invento, tomó las de ambos. Se dirigieron a la
salida del aeropuerto, donde los esperaba su sobrino, Rogelio, en una camioneta,
para llevarlos a su casa.
Después de los saludos y abrazos por
la alegría que les ocasionaba que su tío estuviera de visita, su sobrino y su esposa comenzaron un breve
viaje de dos horas para llegar al domicilio.
─Han de tener hambre, tío, vamos a
llevarlos a comer algo aquí en la frontera –les dijo su sobrino.
─Pos la mera verdad sí tenemos
hambre, Roge. En el avión vendían puras galletas…
Saciada el hambre tan agobiante,
emprendieron el regreso al domicilio de los anfitriones y durante el mismo, don
Anselmo casi no hablaba, iba “pegado” al cristal del automóvil mirando todo lo
que podía, como asombrado por estar en tierra extraña. Todo era nuevo para él.
─Llegamos, tío. Esta es mi casa −le dijo Rogelio.
─Qué bonita casa tienes, sobrino, te
felicito por tu esfuerzo y dedicación para lograr tus sueños. Creo que ha
valido la pena estar tantos años lejos de tu país, de tu familia y de tus
amigos para conseguir esto.
Una vez instalados en la recámara asignada, se
dispusieron a cenar y luego a descansar. Las sorpresas del día siguiente los
esperaban. Por la mañana, un rico desayuno y la primera impresión llegó.
─Tío, nos vemos más tarde, se quedan
en su casa. Mi mujer y yo nos vamos a trabajar.
─¿Cómo está eso? ¿Y qué vamos a
hacer aquí encerrados mi mujer y yo? ¿Qué no vamos a platicar, a convivir, a
tomarnos unas cervecitas bien frías, como allá en el rancho?
─Será por la tarde, o en la noche,
cuando regresemos, tío.
Sus familiares se fueron a toda
prisa para llegar a tiempo al trabajo. Luego de unas horas, don Anselmo ya
estaba un poco fastidiado y daba vueltas en la sala, como mapache en
cautiverio. Se salía al jardín, prendía
y apagaba la televisión y nada calmaba sus nervios. Intentó leer, pero hasta
las letras le sabían desabridas en un país donde el tiempo es oro, en donde la
rapidez para hacer las cosas, para desplazarte de un lugar a otro, es el pan de
todos los días; También la poca convivencia con las personas ajenas era común
entre todos.
El condado donde vivía su sobrino le
pareció muy bonito, y sin saber que no era el Rancho “El Tepozán”, sino el
Estado de California, donde se encontraba, al día siguiente, salió a la calle a
dar un paseo.
─Gud mornin −le dijo a una “güera”.
─Good morning −le contestó amablemente la señora.
─Yu spic inlish?
─Yes, of course. What do you need?
─I not onderstan. Yo espic spanish. Tenkius −le dijo−,
intentando darse a entender con la señora que amablemente le preguntaba
si podía ayudarle o necesitaba algo.
Sin más, dio la media vuelta y se
alejó un poco apenado por no poder continuar con la plática. Regresó a la casa
de su sobrino con dificultad, pues la distancia que había recorrido era
considerable. Luego de varios minutos reconoció la fachada del domicilio de sus
familiares.
─¿Dónde andabas viejo? me tenías con
preocupación −le dijo su mujer.
─Salí a buscar trabajo por aquí
cerca, pero no me dieron porque dicen que mi inglés no es muy bueno −le
contestó a doña Ofelia.
─¡Qué trabajo, ni qué trabajo!
vinimos a conocer los Estados Unidos y a descansar unos días, no a
trabajar −volvió a decir ella.
─Pues será el sereno, pero yo
después de estos cinco días ya me siento muy aburrido y me quiero regresar a
México, a mi rancho, viejita.
─No seas tan desesperado, Anselmo,
mira que tu sobrino nos va a llevar el fin de semana a conocer el centro de la
ciudad de los Ángeles, a la calle esa tan conocida donde están las estrellas de
los artistas y personajes más famosos del mundo.
─Bueno, pues que sea lo último que
hacemos aquí porque yo extraño mucho el rancho, las vacas y la parcela.
Llegado el fin de semana, puestos
sus huaraches nuevos, bermudas
hawaianas, lentes oscuros y su cámara fotográfica en mano, se dispusieron a
conocer la Avenida de las Estrellas y cuanto lugar atractivo se les atravesara.
Quedaron encantados, pero muy pronto se les borró la sonrisa, cuando recordaron
que al día siguiente, luego de cinco días de estancia entre gringos y
mexicanos, tendrían qué regresar a su patria.
─Pero una cosa sí te digo, viejita.
Yo en avión no me regreso. Prefiero devolverme en camión. Ese avioncito en el
que nos vinimos por poco y deja mi columna sin movimiento.
─Pero viejo, en camión haremos como
dos días de camino.
─No importa. Yo no me subo más a ese
pájaro de fierro.
Y no pudiéndolo convencer de las
grandes distancias y de un viaje tan largo por carretera, don Anselmo y su
señora Ofelia emprendieron su regreso al rancho. Él, con los ojos cerrados y
pensando en voz alta para sus adentros, se saboreaba la comida que ya lo
esperaba en su casa.
─Hambuguesas, ¡Bah!...Un birote con
frijoles y su chile en vinagre, qué. Pollo kentoqui, mis polainas… mi caldo de gallina de rancho,
cómo no. Ay sí, ay sí, pan blanco Woonder para
comer… yo quiero mis tortillas hechas a mano, vieja. Uy, uy, salsa
barbiquiur. Ya sueño con mi chile de molcajete, como tú lo sabes hacer. Y qué
tal sus papas, agua y galletas en el avión… Cómo extraño el itacate que me
pones cuando voy en mi carro de mulas a la pastura. Esto es vida y no
gringaderas, mi chula, ¿O no?
Doña Ofelia ya no le respondió. El
sueño y las emociones vividas un día antes, le habían vencido. Movía sus labios
de manera extraña. Tal parecía que intentaba pronunciar correctamente la
palabra H o ll y w o o d.
*Arturo nació en la Comunidad de la Esperanza, municipio de Dolores Hidalgo. Es el antepenúltimo de quince hijos. Estudió el bachillerato en el Seminario Diocesano de Celaya. Estudió la carrera de Licenciado en Administración de Empresas y posteriormente cursó una Maestría en Desarrollo Docente en la misma Universidad, ESCACE. Es miembro del Taller Literario Diezmo de Palabras y amante de la lectura. Ha publicado los libros: Mis dos amores, Flores del paraíso y CuentaLee, Sueños y reflexiones, antología de cuento corto.
**Todas las ilustraciones son obra de la artista celayense, Rosaura Tamayo, y fueron hechas expresamente para el libro CuentaLee, de Arturo Grimaldo.
***Texto publicado en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario