José el ratón crea su consultorio
Isabella  Zenaís
Hurtado Arroyo
En la
Universidad Autónoma de México, un ratón llamado José estudiaba la carrera de
Odontología. Su mamá, la señora Mouse, no estaba de acuerdo con su decisión
porque la gran mayoría de ratones querían estudiar la carrera de Odontología.
Como todos sabemos, existe el ratón de los dientes y tendría mucha competencia.
Aun así la señora Mouse apoyaba a José, porque era su único hijo y su gran
orgullo.
            Un buen día José fue a visitar a su
dentista, la doctora Aidé y le preguntó:
            —Doctora, yo quiero saber, ¿cómo
logró poner su propio consultorio?
            La doctora le dijo que fue con
esfuerzo, entusiasmo y paciencia.  
            Ella era muy joven, contaba con
veinticinco años de edad y José solo con dieciocho. Cuando el ratoncito terminó
su carrera decidió tomarse unas vacaciones para pensar bien en su futuro.
            Pasaron ocho años y José siguió el
consejo de la dentista, con esfuerzo, dedicación, paciencia y entusiasmo, a la
edad de veintiséis años el ratoncito José logró tener su propio consultorio.
            José tenía un gran anhelo, casarse
con una hermosa ratoncita llamada Marijó, que conoció cuando él era
estudiante.  La  ratoncita siempre lo rechazó  porque decía que José era muy dientudo. Él
decidió no seguir molestándola. Eso lo llenó de tristeza al principio, pero
luego decidió que de todos modos él sería feliz.
            Pasaron los días y en unas de sus
citas en el consultorio, le tocó atender a Marijó porque se le había roto uno
de sus  lindos dientes. José se
sorprendió mucho pero aun así la  atendió.
El ratoncito estaba muy cambiado, ahora era un joven guapo y menos dientón. Era
amable y fue atento con la ratoncita.
            Marijó se sintió mal al recordar que
lo había rechazado muchas veces. No sabía cómo hablar con él. José no le dio
importancia al pasado y le pidió que fueran amigos, así empezaron a salir
juntos a pasear.
Pasó
el tiempo y ella se había enamorado de él. Era muy celosa, se molestaba cuando
José salía con sus colegas a comprar 
docenas de queso amarillo.
            En una de sus citas atendió a una
ratoncita muy linda, se llamaba Flor. José y Flor se hicieron buenos amigos. 
            Un 24 de diciembre salió con las dos
amigas para la cena de Navidad  y les
dijo: 
            —Chicas, vamos a pasear a un lugar
muy bonito.
            A Marijó no le gustó nada la idea.
Se despidieron de sus familiares y salieron a pasear. Marijó quejumbraba y
quejumbraba diciendo: 
            —¿Ya vamos a llegar?, estoy muy
cansada y estamos en un lugar muy feo  y
me voy a manchar la ropa.
            Flor y José  se voltearon a ver entre ellos, haciendo una
cara de enojo, porque Marijó no paraba de molestar. No se habían dado cuenta de
que ya eran tarde y aún no habían llegado al lugar prometido por José.
            Cuando finalmente llegaron, Marijó
dijo:
            —Oye, José, ¿dónde vamos a dormir?
            José dijo: —no sé, Marijó, pero por
lo pronto hay que rentar dos cuartos de hotel por diez quesos.
            Flor dijo: —yo tengo treinta quesos
y con lo que sobre podemos comprar un poco más de queso, por lo que suceda.
            Pagaron y se fueron a dormir. Al día
siguiente, antes de que Marijó se despertara, José y Flor ya tenían planes.
José se dio cuenta de que Marijó no era la ratoncita que él esperaba. 
            El viaje terminó mal porque
regresaron por distintos caminos. Marijó dejó de hablarle a Flor y se molestó
mucho con José. El ratoncito dejó que pasara un tiempo, mientras se dedicó a
atender a sus muchos pacientes en el consultorio dental.
            Al paso de algunos meses, José y
Flor decidieron ser novios. Querían casarse en la iglesia de la ciudad, así que
aprovecharon para ir a comprar el vestido y el traje. Invitaron a todo el mundo
menos a Marijó. El día de la boda, que fue muy bonita, ya estaba a punto de
terminar cuando Marijó llegó a interrumpir.  Nadie
sabía qué pasaba y Marijó amenazaba a flor con lanzarle un quesote y mancharle
su vestido.
            Es que Marijó seguía enamorada de
José, por eso estaba tan molesta. Uno de los invitados le llamó  a la policía y cuando llegaron, la agarraron
con unas esposas de queso, pero no se las podía comer.  La sacaron de la iglesia y no la volvieron a
ver.
Pasaron
los años y José y Flor tuvieron una linda ratoncita. Cuando su pequeña
ratona  tenía cinco años, descubrieron
que al fin Marijó estaba en libertad. La habían perdonado y ella no los molestó
nunca más. Al fin hubo paz y armonía y todos los ratones y ratonas vivieron
felices en la extraordinaria ciudad Ratonil.


 
 
 
 
 
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