Camino Viejo
Rogelio Maximiliano Hurtado Arroyo
Una mañana del mes de octubre, mi
madre le pidió al cochero que se preparara, ya que saldríamos hacia San Francisco
de Acámbaro. Poco después comenzó la marcha, yo vivía en Mezquital de los
Apatzeos. El camino era bastante largo.
            Mi
familia quería que contrajera matrimonio con Cayetano Francisco Foncerrada
Hernández, él vivía con su madre, Doña Esther Hernández, viuda de Foncerrada.
            La
Travesía fue muy extensa, mi cochero tomó el camino antiguo para llegar a
Acámbaro, un camino empedrado lleno de flores. Tiempo después voltee hacia la
ventana y vi una barda de piedra muy bonita, de repente se detuvo el coche, se
abrió la puerta y ya habíamos llegado.
            Llegamos
hasta una puerta de madera, que tenía tallada en la madera unos girasoles y
detalles de herrería con la siguiente inscripción: “Hacienda de los
pavorreales, de la familia Foncerrada Hernández”. 
            Cuando
entré a la casa tenía un patio muy grande, con una fuente en el centro y en la
punta, un pavorreal tallado en cantera rosa. Los portales que daban hacia el
patio tenían mascarones tallados y unas columnas muy anchas, en toda la casa
había pavorreales con plumas muy finas y extensas. Yo quedé maravillada de ver
tantos pavorreales juntos. Además, tenía unos macetones con rosas de Castilla,
los macetones tenían pintados pavorreales de talavera.
            En
el corral observé pavas con sus pequeños polluelos, algunas con plumas azules
comunes y otras de un color blanco como la nieve.
            El
reloj marcó las seis de la tarde, esa es la hora de orar a nuestro Señor, en
aquella hacienda se venera a San Pancracio. En la capilla había un retablo de
estilo barroco, enmarcado con rubís y fragmentos de oro fino.
            Las
habitaciones eran muy grandes y los techos muy altos, hechos de baldosa, la
cabecera era una representación de conchas de mar, y muchos pavorreales
tallados. La reunión con Cayetano Francisco y su madre no fue agradable.
Llegó la noche y debimos de
regresar a nuestro hogar, pero en mi corazón quedó grabada la Hacienda de los
pavorreales. 
En cuanto llegué a mi casa subí a
mi habitación y lloré como nunca lo había hecho. No estaba enamorada de aquel
hombre, mis sentimientos  estaban
confundidos y mi corazón destrozado. Traté de dormir y en mis sueños veía
aquella casa tan hermosa, cuando de repente escuché mi nombre: “María Julia,
María Julia, despierta, se te ha hecho tarde para la misa de seis”. Me desperté
muy molesta y solo vi a mi Nana María Encarnación.
            Me
levanté, me arreglé y salí a caminar para que mi mente se despejara y no pensar
más en aquel hombre. Cuando llegué a mi casa vi a mis padres sentados a la mesa
junto a Cayetano Francisco. Ya se habían puesto de acuerdo,  él venía para llevarme a casar. A mí ni
siquiera me consultaron. Mi familia me vendió por trescientos malditos reales.
Como yo no tenía dote, no pude negarme.
            Me
sentí la mujer más infeliz del mundo en aquel momento, jamás amaría a aquel
hombre, pero no tendría otra opción. Obedecer a mis padres era ley suprema para
mí.
            Mi
nana preparó mis ropas y joyas más finas, sabía que jamás volvería a verla.
            Me
subí al coche demasiado indispuesta, con la sonrisa más falsa del mundo para
poder encajar en la sociedad. Dormí en todo el camino, hasta que un gran
empujón me hizo despertar. Volví a ver esa joya arquitectónica de nueva cuenta.
Me sentía mal, pero también feliz porque sería la dueña y señora de aquella
casa. Esto solo sería el comienzo de todas mis desgracias.
            Entré
en la casa, la cual sería mi nuevo hogar. Encontré a toda la servidumbre que ya
me esperaba con un rico banquete. Se llegó la hora de dormir y yo debía de
dormir en una habitación aparte, hasta que me casara con Francisco.
            Hice
mis debidas oraciones y me recosté para que mi cuerpo descansara. Al pasar al
menos dos horas escuché mi nombre completo: “María Julia de Nuestra Señora de
La Merced Santiago Pedraza”. Desperté muy asustada, empapada en sudor por la
voz tan gruesa y estremecedora que me hablaba.  Respondí
muy temerosa: 
            —¿Quién
es usted, quién me llama a esta hora?
            —Soy
el dueño de esta hacienda –dijo la horrible voz-.         
            —Mi
futuro esposo es el único dueño de esta hacienda.
            —No,
sus bisabuelos me asesinaron para robarme mi casa.
            —¡Déjeme
en paz, espíritu inmundo, salido de los apretados avernos!
            —Está
bien, pero el tiempo que estés en esta casa sufrirás como nunca.
            No
sabía que esto sería mi perdición y mi sufrimiento eterno.
Llegó el día de anunciar mi
compromiso con Cayetano Francisco. Se invitó a personalidades muy importantes,
entre ellos al Virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza y Pacheco y
también al Párroco de la Parroquia de Nuestra Señora del Refugio, para que
diera fe de lo sucedido. 
            Por
dentro me sentía destrozada y a la vez con la incertidumbre de lo que me dijo
aquel espíritu que no dejaba de rondarme cada noche.
            Los
sirvientes me trajeron un vestido azul marino que tenía flores bordadas con
hilo de oro y una gargantilla bordada con mis iniciales en hilo de plata,
extraída de la Ciudad  Minas de Nuestra
Señora de los Zacatecas. 
            Aunque
yo tuviera todos estos lujos mi ser estaba triste, lo tenía todo pero me
faltaba la felicidad. 
            Se
llegó la hora de anunciar nuestro amor a tanta gente hipócrita que venía solamente
a ver con quien contraía matrimonio don Cayetano Francisco Foncerrada
Hernández.
            No
entendía por qué tantos adornos, flores, comida en exageración, si solamente
era la anunciación de nuestro matrimonio. Costumbres de gente que solo quiere
encajar en sociedad y quedar bien con los demás, para mí era demasiado molesto
que mi privacidad quedara por los suelos.
            De
repente el mayordomo exclamó:
            —La
Hacienda de la Familia Foncerrada Hernández celebra la anunciación del sagrado
matrimonio entre Don Cayetano Francisco Foncerrada Hernández y su prometida, la
señorita María Julia de Nuestra Señora De La Merced Santiago Pedraza.
            Bajé
por la escalera hacia el patio central de la casa, del brazo de mi prometido,
con una sonrisa, aunque con los sentimientos destrozados. Lo único que me hacía
compañía era la orquesta que con sus melodías tocaban el Vals del Emperador.
            Pasaban
y pasaban las horas y yo me sentía muy cansada de atender y saludar a tanta
gente. Pedí disculpas a mi prometido y a nuestros invitados y opté por ir a mis
aposentos. De un momento a otro mi piel se comenzó a erizar y a sentir
demasiado frio, cuando abrí mis ojos vi a un ser desencarnado con los pies
retorcidos y una sonrisa macabra que me hizo gritar.
            Aquel
espíritu exclamó:
            —¿Ves como te mueres de miedo?, yo te advertí que los
días que pasaras aquí sufrirías demasiado.
            —¡Maldito
seas por siempre!
            Se
escuchó una carcajada estremecedora y mi habitación volvió a hacer la misma.
Traté de dormir pero era en vano, mi mente y mi cuerpo estaban aterrados de oír
a aquel espíritu.
La mañana del uno de abril de 1550
me preparé para mi matrimonio. Me bañé y todas las sirvientas me ayudaron a
arreglarme. No era cualquier ocasión, era un evento muy importante para mi
vida. Los meses me habían ayudado a conocer a Francisco y la verdad, ya estaba
enamorada de él, pero el espíritu no dejaba de rondarme cada noche. 
            Las
campanadas del reloj me indicaron que ya casi se acercaba el gran momento. Mi
casa lucía preciosa con tantos arreglos florales, hasta los pavorreales hacían
juego con todos los adornos.
            Mi
vestido de novia era una hermosura, color perla con rosas bordadas y un pequeño
escote. Llevaba un corset que me apretaba un poco, tenía una cauda muy larga con
muchas flores bordadas. Los aretes fueron mandados a hacer en Guanajuato, igual
que las pulseras con rubís. El velo era un bello encaje, traído desde Sevilla.
            Cuando
el reloj marcó las 11: 30 de la mañana, salí hacia la calle vestida como un
bello ángel. Mi sorpresa fue enorme al ver una hermosa calandria repleta de
flores. Abordé, debíamos de llegar temprano a la Parroquia de Nuestra Señora
del Refugio, Patrona de Acámbaro. Llegué al templo y las campanas repicaron
como nunca lo habían hecho, toda la gente me esperaba, yo era la novedad en
aquellos días.
            Entré
al Santuario y sonó el órgano tocando la marcha Prenupcial. Caminé del brazo de
mi padre, llegué al altar y escuché que el sacerdote pronunció:
            —Nel
nome del Padre, il Figlio e lo spirito santo, amen.
            La
celebración continuó como era debido, hasta que se llegó el momento de la
bendición de nuestro matrimonio y la unión de dos almas que se aman.
            —Francisco,
recipisne Mariam Iuliam in uxorem legitimam, eam ligabis et veneraberis
comitem? –dijo el sacerdote-.
            Francisco
contestó: —Sí, acepto.
            —Maria
Iulia An Franciscum tamquam legitimum virum tuum accipis, eam amabis et socium
coles?
            Yo contesté: —Sí padre, acepto.
            —Quod
Deus coniunxit, homo separare non potest. Nunc pronuntio te virum et uxorem. Puede
besar a la novia. 
            Aquel
beso fue el más bello de toda mi vida, porque fue sincero.
            Llegamos
a la recepción y estaban todos los invitados, me sentí la mujer más feliz del
mundo, ya amaba en verdad a mi esposo. Había mucha comida y mucho vino, la
orquesta acompañaba muy bien aquella ocasión.
Se terminó la celebración y llegó la hora de dormir. Fue mi primera vez y me entregué por amor sincero a una persona.
Pasaron cuatro meses y en mi
vientre se estaba formando una nueva vida.
Una tarde fría del 5 de enero de 1551, nació el primer hijo de la familia Foncerrada Santiago, único heredero de esta insigne familia. Estuve al borde la muerte, mi parto fue muy riesgoso, perdí mucha sangre al momento de parir y también después. Francisco se sentía muy feliz, ya que era nuestro primer hijo y además varón. Por nombre le pondríamos Claudio Francisco León del Sagrado Corazón de Jesús Foncerrada Santiago. Se realizó una gran fiesta para celebrar la llegada del primer hijo a nuestra familia.
Pasaron los meses después de mi
primer parto y volví a quedar embarazada. La mañana lluviosa del 23 de
septiembre de 1551 nació nuestro segundo hijo, en esta ocasión llegó a nuestra
familia una linda niña, por lo cual le pusimos por nombre María Antonia de la
Purísima Concepción Foncerrada Santiago.
Más tarde tuve otro bebe, pero falleció a los pocos días de su nacimiento, ella sería la segunda niña de la familia.
Pasaron los años y mis hijos
crecieron, yo poco a poco me iba quedando sola. Claudio formó su familia lejos
de la ciudad, se casó con María Manuela de Soto heredera de toda la Villa de
Nuestra Señora de la Asunción de las Aguascalientes.  Solo quedaba conmigo mi hija María Antonia,
en unos días la presentaríamos a la sociedad y buscaríamos un pretendiente de
familia de abolengo.
            Una
mañana, a la hora del desayuno, recibí una carta muy misteriosa de una mujer
quien me escribió lo siguiente: 
            “María
Julia:
            “Todos
estos años has vivido engañada por Francisco, él tiene un hijo mayor con una
muchacha llamada Martha Esperanza. Es una esclava mulata.”
            Firmaba
una tal Carmen.
            De
la fuerza que apreté la copa con el jugo que tenía, quebró y desangré de la
manera más horrible. Corrí a mi recámara con la cara empapada en lágrimas. Nunca
comenté nada a mi esposo y a mi hija.
Una noche volví a sentir mucha
sudoración y a ver cosas irreales. Veía mucha sangre y a personas muertas, disfrutaba
ver sufrir a los demás. Un espectro me susurraba al oído: “mátalo, disfruta y
cobra venganza”. En mi cabeza solo escuchaba carcajadas y gritos aterradores.
            En
las noches comencé a recorrer los patios fríos de mi casa, quebraba las copas y
rasgaba mis pies hasta que ya no aguantaba tanto dolor. Con mis dientes
arrancaba las uñas de mis manos y de mis pies. Una noche fui a la recámara de
los sirvientes y le prendí fuego mientras dormían. Ya no podía vivir en paz,
esa voz me incitaba a hacer las cosas más perversas del mundo.
Hasta que una noche en donde los celos, la rabia y la voz del espíritu entraron en mis entrañas y mi mente, bajé por una cuerda al almacén. Volví a mi recámara, y mientras mi esposo dormía plácidamente, le puse la soga en el cuello, apreté hasta que dejó de respirar. Los pocos habitantes de la casa terminaron por irse, también mi hija huyó.
Pasaron los días y las autoridades
vinieron a buscarme, pero yo me escondí.
Volví a ser yo, por alguna razón el espíritu maligno se marchó. Me vi sola y triste y sin nadie a quien recurrir. Mi soledad me pesaba, la casa estaba oscura y triste, entonces decidí envenenarme…
Las personas cercanas a la hacienda
percibieron olores pestilentes que venían de la casa grande. Cuando llegaron
las autoridades, encontraron cuerpos en estado de descomposición. En la
recámara principal estaba el cuerpo de una mujer con el rostro devorado por las
ratas. A su lado estaba tirado un diario, de donde leyeron esta historia. En
todo Acámbaro se recuerda con miedo y tristeza a la Loca de la Hacienda de los
Pavorreales.





 
 
 
 
 
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