jueves, 30 de octubre de 2025

Camino Viejo

 


Camino Viejo

Rogelio Maximiliano Hurtado Arroyo

 

Una mañana del mes de octubre, mi madre le pidió al cochero que se preparara, ya que saldríamos hacia San Francisco de Acámbaro. Poco después comenzó la marcha, yo vivía en Mezquital de los Apatzeos. El camino era bastante largo.

            Mi familia quería que contrajera matrimonio con Cayetano Francisco Foncerrada Hernández, él vivía con su madre, Doña Esther Hernández, viuda de Foncerrada.

            La Travesía fue muy extensa, mi cochero tomó el camino antiguo para llegar a Acámbaro, un camino empedrado lleno de flores. Tiempo después voltee hacia la ventana y vi una barda de piedra muy bonita, de repente se detuvo el coche, se abrió la puerta y ya habíamos llegado.

            Llegamos hasta una puerta de madera, que tenía tallada en la madera unos girasoles y detalles de herrería con la siguiente inscripción: “Hacienda de los pavorreales, de la familia Foncerrada Hernández”.

            Cuando entré a la casa tenía un patio muy grande, con una fuente en el centro y en la punta, un pavorreal tallado en cantera rosa. Los portales que daban hacia el patio tenían mascarones tallados y unas columnas muy anchas, en toda la casa había pavorreales con plumas muy finas y extensas. Yo quedé maravillada de ver tantos pavorreales juntos. Además, tenía unos macetones con rosas de Castilla, los macetones tenían pintados pavorreales de talavera.

            En el corral observé pavas con sus pequeños polluelos, algunas con plumas azules comunes y otras de un color blanco como la nieve.

            El reloj marcó las seis de la tarde, esa es la hora de orar a nuestro Señor, en aquella hacienda se venera a San Pancracio. En la capilla había un retablo de estilo barroco, enmarcado con rubís y fragmentos de oro fino.

            Las habitaciones eran muy grandes y los techos muy altos, hechos de baldosa, la cabecera era una representación de conchas de mar, y muchos pavorreales tallados. La reunión con Cayetano Francisco y su madre no fue agradable.

Llegó la noche y debimos de regresar a nuestro hogar, pero en mi corazón quedó grabada la Hacienda de los pavorreales.

 



En cuanto llegué a mi casa subí a mi habitación y lloré como nunca lo había hecho. No estaba enamorada de aquel hombre, mis sentimientos  estaban confundidos y mi corazón destrozado. Traté de dormir y en mis sueños veía aquella casa tan hermosa, cuando de repente escuché mi nombre: “María Julia, María Julia, despierta, se te ha hecho tarde para la misa de seis”. Me desperté muy molesta y solo vi a mi Nana María Encarnación.

            Me levanté, me arreglé y salí a caminar para que mi mente se despejara y no pensar más en aquel hombre. Cuando llegué a mi casa vi a mis padres sentados a la mesa junto a Cayetano Francisco. Ya se habían puesto de acuerdo,  él venía para llevarme a casar. A mí ni siquiera me consultaron. Mi familia me vendió por trescientos malditos reales. Como yo no tenía dote, no pude negarme.

            Me sentí la mujer más infeliz del mundo en aquel momento, jamás amaría a aquel hombre, pero no tendría otra opción. Obedecer a mis padres era ley suprema para mí.

            Mi nana preparó mis ropas y joyas más finas, sabía que jamás volvería a verla.

            Me subí al coche demasiado indispuesta, con la sonrisa más falsa del mundo para poder encajar en la sociedad. Dormí en todo el camino, hasta que un gran empujón me hizo despertar. Volví a ver esa joya arquitectónica de nueva cuenta. Me sentía mal, pero también feliz porque sería la dueña y señora de aquella casa. Esto solo sería el comienzo de todas mis desgracias.

            Entré en la casa, la cual sería mi nuevo hogar. Encontré a toda la servidumbre que ya me esperaba con un rico banquete. Se llegó la hora de dormir y yo debía de dormir en una habitación aparte, hasta que me casara con Francisco.

            Hice mis debidas oraciones y me recosté para que mi cuerpo descansara. Al pasar al menos dos horas escuché mi nombre completo: “María Julia de Nuestra Señora de La Merced Santiago Pedraza”. Desperté muy asustada, empapada en sudor por la voz tan gruesa y estremecedora que me hablaba. Respondí muy temerosa:

            —¿Quién es usted, quién me llama a esta hora?

            —Soy el dueño de esta hacienda –dijo la horrible voz-.        

            —Mi futuro esposo es el único dueño de esta hacienda.

            —No, sus bisabuelos me asesinaron para robarme mi casa.

            —¡Déjeme en paz, espíritu inmundo, salido de los apretados avernos!

            —Está bien, pero el tiempo que estés en esta casa sufrirás como nunca.

            No sabía que esto sería mi perdición y mi sufrimiento eterno.

 


Llegó el día de anunciar mi compromiso con Cayetano Francisco. Se invitó a personalidades muy importantes, entre ellos al Virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza y Pacheco y también al Párroco de la Parroquia de Nuestra Señora del Refugio, para que diera fe de lo sucedido.

            Por dentro me sentía destrozada y a la vez con la incertidumbre de lo que me dijo aquel espíritu que no dejaba de rondarme cada noche.

            Los sirvientes me trajeron un vestido azul marino que tenía flores bordadas con hilo de oro y una gargantilla bordada con mis iniciales en hilo de plata, extraída de la Ciudad  Minas de Nuestra Señora de los Zacatecas.

            Aunque yo tuviera todos estos lujos mi ser estaba triste, lo tenía todo pero me faltaba la felicidad.

            Se llegó la hora de anunciar nuestro amor a tanta gente hipócrita que venía solamente a ver con quien contraía matrimonio don Cayetano Francisco Foncerrada Hernández.

            No entendía por qué tantos adornos, flores, comida en exageración, si solamente era la anunciación de nuestro matrimonio. Costumbres de gente que solo quiere encajar en sociedad y quedar bien con los demás, para mí era demasiado molesto que mi privacidad quedara por los suelos.

            De repente el mayordomo exclamó:

            —La Hacienda de la Familia Foncerrada Hernández celebra la anunciación del sagrado matrimonio entre Don Cayetano Francisco Foncerrada Hernández y su prometida, la señorita María Julia de Nuestra Señora De La Merced Santiago Pedraza.

            Bajé por la escalera hacia el patio central de la casa, del brazo de mi prometido, con una sonrisa, aunque con los sentimientos destrozados. Lo único que me hacía compañía era la orquesta que con sus melodías tocaban el Vals del Emperador.

            Pasaban y pasaban las horas y yo me sentía muy cansada de atender y saludar a tanta gente. Pedí disculpas a mi prometido y a nuestros invitados y opté por ir a mis aposentos. De un momento a otro mi piel se comenzó a erizar y a sentir demasiado frio, cuando abrí mis ojos vi a un ser desencarnado con los pies retorcidos y una sonrisa macabra que me hizo gritar.

            Aquel espíritu exclamó:

            —¿Ves como te mueres de miedo?, yo te advertí que los días que pasaras aquí sufrirías demasiado.

            —¡Maldito seas por siempre!

            Se escuchó una carcajada estremecedora y mi habitación volvió a hacer la misma. Traté de dormir pero era en vano, mi mente y mi cuerpo estaban aterrados de oír a aquel espíritu.

 


La mañana del uno de abril de 1550 me preparé para mi matrimonio. Me bañé y todas las sirvientas me ayudaron a arreglarme. No era cualquier ocasión, era un evento muy importante para mi vida. Los meses me habían ayudado a conocer a Francisco y la verdad, ya estaba enamorada de él, pero el espíritu no dejaba de rondarme cada noche.

            Las campanadas del reloj me indicaron que ya casi se acercaba el gran momento. Mi casa lucía preciosa con tantos arreglos florales, hasta los pavorreales hacían juego con todos los adornos.

            Mi vestido de novia era una hermosura, color perla con rosas bordadas y un pequeño escote. Llevaba un corset que me apretaba un poco, tenía una cauda muy larga con muchas flores bordadas. Los aretes fueron mandados a hacer en Guanajuato, igual que las pulseras con rubís. El velo era un bello encaje, traído desde Sevilla.

            Cuando el reloj marcó las 11: 30 de la mañana, salí hacia la calle vestida como un bello ángel. Mi sorpresa fue enorme al ver una hermosa calandria repleta de flores. Abordé, debíamos de llegar temprano a la Parroquia de Nuestra Señora del Refugio, Patrona de Acámbaro. Llegué al templo y las campanas repicaron como nunca lo habían hecho, toda la gente me esperaba, yo era la novedad en aquellos días.

            Entré al Santuario y sonó el órgano tocando la marcha Prenupcial. Caminé del brazo de mi padre, llegué al altar y escuché que el sacerdote pronunció:

            —Nel nome del Padre, il Figlio e lo spirito santo, amen.

            La celebración continuó como era debido, hasta que se llegó el momento de la bendición de nuestro matrimonio y la unión de dos almas que se aman.

            —Francisco, recipisne Mariam Iuliam in uxorem legitimam, eam ligabis et veneraberis comitem? –dijo el sacerdote-.

            Francisco contestó: —Sí, acepto.

            —Maria Iulia An Franciscum tamquam legitimum virum tuum accipis, eam amabis et socium coles?

            Yo contesté: —Sí padre, acepto.

            —Quod Deus coniunxit, homo separare non potest. Nunc pronuntio te virum et uxorem. Puede besar a la novia.

            Aquel beso fue el más bello de toda mi vida, porque fue sincero.

            Llegamos a la recepción y estaban todos los invitados, me sentí la mujer más feliz del mundo, ya amaba en verdad a mi esposo. Había mucha comida y mucho vino, la orquesta acompañaba muy bien aquella ocasión.

            Se terminó la celebración y llegó la hora de dormir. Fue mi primera vez y me entregué por amor sincero a una persona.

Pasaron cuatro meses y en mi vientre se estaba formando una nueva vida.

Una tarde fría del  5 de enero de 1551, nació el primer hijo de la familia Foncerrada Santiago, único heredero de esta insigne familia. Estuve al borde la muerte, mi parto fue muy riesgoso, perdí mucha sangre al momento de parir y también después. Francisco se sentía muy feliz, ya que era nuestro primer hijo y además varón. Por nombre le pondríamos Claudio Francisco León del Sagrado Corazón de Jesús Foncerrada Santiago. Se realizó una gran fiesta para celebrar la llegada del primer hijo a nuestra familia.

Pasaron los meses después de mi primer parto y volví a quedar embarazada. La mañana lluviosa del 23 de septiembre de 1551 nació nuestro segundo hijo, en esta ocasión llegó a nuestra familia una linda niña, por lo cual le pusimos por nombre María Antonia de la Purísima Concepción Foncerrada Santiago.

            Más tarde tuve otro bebe, pero falleció a los pocos días de su nacimiento, ella sería la segunda niña de la familia.

Pasaron los años y mis hijos crecieron, yo poco a poco me iba quedando sola. Claudio formó su familia lejos de la ciudad, se casó con María Manuela de Soto heredera de toda la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguascalientes.  Solo quedaba conmigo mi hija María Antonia, en unos días la presentaríamos a la sociedad y buscaríamos un pretendiente de familia de abolengo.

            Una mañana, a la hora del desayuno, recibí una carta muy misteriosa de una mujer quien me escribió lo siguiente:

            “María Julia:

            “Todos estos años has vivido engañada por Francisco, él tiene un hijo mayor con una muchacha llamada Martha Esperanza. Es una esclava mulata.”

            Firmaba una tal Carmen.

            De la fuerza que apreté la copa con el jugo que tenía, quebró y desangré de la manera más horrible. Corrí a mi recámara con la cara empapada en lágrimas. Nunca comenté nada a mi esposo y a mi hija.

 


Una noche volví a sentir mucha sudoración y a ver cosas irreales. Veía mucha sangre y a personas muertas, disfrutaba ver sufrir a los demás. Un espectro me susurraba al oído: “mátalo, disfruta y cobra venganza”. En mi cabeza solo escuchaba carcajadas y gritos aterradores.

            En las noches comencé a recorrer los patios fríos de mi casa, quebraba las copas y rasgaba mis pies hasta que ya no aguantaba tanto dolor. Con mis dientes arrancaba las uñas de mis manos y de mis pies. Una noche fui a la recámara de los sirvientes y le prendí fuego mientras dormían. Ya no podía vivir en paz, esa voz me incitaba a hacer las cosas más perversas del mundo.

            Hasta que una noche en donde los celos, la rabia y la voz del espíritu entraron en mis entrañas y mi mente, bajé por una cuerda al almacén. Volví a mi recámara, y mientras mi esposo dormía plácidamente, le puse la soga en el cuello, apreté hasta que dejó de respirar. Los pocos habitantes de la casa terminaron por irse, también mi hija huyó.

Pasaron los días y las autoridades vinieron a buscarme, pero yo me escondí.

            Volví a ser yo, por alguna razón el espíritu maligno se marchó. Me vi sola y triste y sin nadie a quien recurrir. Mi soledad me pesaba, la casa estaba oscura y triste, entonces decidí envenenarme…

Las personas cercanas a la hacienda percibieron olores pestilentes que venían de la casa grande. Cuando llegaron las autoridades, encontraron cuerpos en estado de descomposición. En la recámara principal estaba el cuerpo de una mujer con el rostro devorado por las ratas. A su lado estaba tirado un diario, de donde leyeron esta historia. En todo Acámbaro se recuerda con miedo y tristeza a la Loca de la Hacienda de los Pavorreales.


Camino Viejo es un cuento para audiencia juvenil, escrito por Maximiliano Hurtado, pequeño escritor del Taller literario Diezmito de Palabras. Narrado por Max Hurtado. Imágenes creadas con IA. Forma parte del libro Cuentos para no caerse de la cama de 2024. Disponible en Amazon. https://diezmodepalabras.com/diezmito...


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