domingo, 3 de febrero de 2019

TENGO GANAS DE IR A LA FIESTA DE JUANCHORREY



TENGO GANAS DE IR A LA FIESTA DE JUANCHORREY
Felipe de la Torre
                                                                           
Esa tarde, triste y melancólico, Wenceslao se tomaba una cerveza caguama en la esquina de su casa. Su gran amigo y vecino, Cincopedos, se acercó. Chocando las manos lo saludó y le dio un trago a la cerveza.
            —Qué tranza, buey,  porqué tan callado.
            —Es que mis jefes se van a la fiesta de mi rancho y quieren que me quede a atender la tortillería.
            —Está canijo con los jefes y, ¿cuándo se van?
            —Mañana temprano, ya hasta tienen cargada la camioneta con su ropa, comida, casas de campaña y sacaron dinero del banco -con tristeza, el Wences le dio el último trago a la cerveza.
            —Vamos por otra guama –dijo Cincopedos.
            Compraron cerveza y dos cigarros sueltos. Se sentaron en la banqueta, abrieron la caguama, le dieron un trago, prendieron su cigarro y le dieron una gran fumada. Cuando saciaron su sed y exhalaron el humo del cigarro siguieron pensando.
            —¿Por qué no les madrugamos? -le dio un sorbo a la cerveza el amigo y  continuó-  tengo un plan, ¿te acuerdas lo que nos contaba el Muñeco cuando estuvimos en la cárcel? Acuérdate  como le hacía para irse de vacaciones.  Decía que encerraba a sus jefes en su casa, les dejaba comida agua y sus medicinas y fuga a la playa.
            —Sí, ¿verdad? Es una buena idea -incrédulo y resignado contestó el Wences- pero ya sabes que les prometí a mis padres y a mis hermanos que ya me iba a portar bien.
            —Tú no les tienes que prometer nada a tus hermanos. Si tú no les sacas el dinero a tus jefes, ellos  vienen y se los bajan para gastárselo con sus viejas. Además, tú eres el más chico y el que los acompaña.
            —Sí, ¿verdad?… Esos ojetes siempre vienen a llorar que les preste para pagar el maíz. Que el recibo de la luz o del gas ya se les venció. Se llevan bultos de maíz, o  de minsa, refacciones, o cuanta cosa se les ocurre, y nunca se los pagan y a mí siempre me han hecho a un lado, y me echan en cara lo que pagaron de fianza cuando nos iban a clavar 10 años.
            —Tengo un plan. ¿Te acuerdas de las esposas  de dos metros que le robé al policía cuando nos cargaron la última vez?, yo las tengo porque no las he podido vender. Deja voy por ellas, dejas la puerta emparejada y ve a sentarte con tus padres.
            El Cincopedos regresó con las esposas, que parecían cadenas para perros y se metió a la casa de su amigo. Caminó por la cochera y, antes de llegar a la sala, se puso una máscara del luchador Dr. Wagner. Plácidamente en la sala los moradores veían la televisión cuando, de sorpresa, se apareció apuntándoles con una pistola de plástico.  Wences quiso defender a sus padres pero al sentir el golpe con la cacha de la pistola,  cayó al suelo como si fuera un mal actor o un delantero de las águilas del América, fingiendo una falta en el área chica. Los padres levantaron las manos y  caminaron a su recámara. Cincopedos  les puso las esposas en una mano y se las atoró en el  fierro más grueso de la puerta. También les vendó los  ojos.
            Cuando ya no podían ver, Wences se levantó, se acercó al closet y sustrajo una paca de billetes de quinientos, que en suma eran veinticinco mil pesos y las llaves de la camioneta. Les arrimaron un garrafón de agua, comida enlatada, sus pastillas y una cubeta sola para sus necesidades.  Les dejaron mucha comida a los perros y cerraron todas las puertas. Abrieron el portón, sacaron la camioneta y lentamente avanzaron por la calle avisando a los vecinos de confianza que salían de vacaciones. Wences  se encargó de darle el recado a la vecina de la estética. Y ella, azorada, le preguntó.
            —¿Qué no se iban a ir mañana y tú te ibas a quedar?
            —Todo fue una estrategia, ya ves cómo está la inseguridad en Celaya. Por eso no avisamos, para que no se den cuenta los rateros, solamente a los de confianza como tú. Te encargo mañana que te levantes temprano y les avisas a los empleados que regresamos en cuatro días, si escuchas ruidos no hagas caso son los gatos y los perros.
            Pasaron a una tienda y compraron cervezas, cigarros y botana. Cuando iban a tomar carretera tuvieron una idea.
            —Vamos por la Denisse y la Fernanda para completar el desmadre… traemos lana y nave.
            Wences  dio  vuelta en el retorno y se metieron en una colonia donde se encontraba un bar de mala muerte. Se bajaron de la camioneta, abrieron la cortina de tela que cubría el acceso y entraron. Wences y Cincopedos observaron en las mesas, pero no encontraban a las damas. Se metieron hasta la barra, pidieron una cerveza y le preguntaron al cantinero por las mujeres.
            —No han venido a trabajar, pero allí está la Jennifer y la Kiara, son bien jaladoras y buena onda.
            Wences dudó, pero Cincopedos le dijo –yo conozco bien a la Jennifer y me he pasado buenos desmadres. La Kiara es nueva, es más bonita y se acaba de aumentar los pechos.
            —Mejor vámonos solos, a mí no me gustan esas viejas y menos la Jennifer.
            —No hay bronca –dijo Cincopedos- yo le entro con la Jennifer y tú te quedas con la Kiara, además es puro cotorreo
            El  mesero las llamó y les hicieron la propuesta. Las damiselas aceptaron sin chistar. Dejaron a los clientes con los que estaban fichando y se metieron al baño a recoger sus bolsas.
            Era medianoche  cuando salieron por Av. Tecnológico, pasando por un costado del estadio Emilio Butragueño. Avanzaron hasta incorporarse a la autopista de cuota con rumbo a Salamanca. Kiara, haciendo trabajo de copiloto, servía cerveza, prendía los cigarros y ponía música de su agrado. En tanto, Cincopedos y Jennifer se amaban salvajemente en el asiento trasero. Ya era de madrugada cuando llegaron a Aguascalientes. En Zacatecas avanzaron por un costado del cerro de la Bufa donde vieron las estatuas de Pancho Villa, Felipe Ángeles y Pánfilo Natera, montados en sus caballos, como testimonio de la Toma de Zacatecas. Siguieron rumbo a Guadalajara. Kiara abrazaba al Wences, quien ya se estaba acomodando a la compañía de su nuevo amor.
            Cuando llegaron a Jerez, Zacatecas, Kiara le indicó que bajara la velocidad para ver el busto que se encontraba en la entrada. Era el monumento del poeta zacatecano, Ramón López Velarde.
            —Yo me sé un poema de López Velarde, me lo aprendí en la secundaria.
            —Tú que sabes de esas cosas, nosotras somos pirujas –gritó Jennifer, medio dormida.
            —Pero sí fui a la escuela… deja me acuerdo de uno que me gustaba y se lo recitaba a mi primer novio y ahora se lo voy a recitar a mi nuevo amor. “Soñé que la ciudad estaba dentro / del más bien muerto de los mares muertos/ era una madrugada del invierno/ y lloviznaban gotas de silencio... / para volar a ti le dio su vuelo / el espíritu santo a mi esqueleto / al sujetarme en tus guantes negros / me atrajiste al océano de tus senos / y nuestras cuatro manos se reunieron”. Nada más me acuerdo de eso -dijo Kiara mientras abrazaba y besaba a Wences.
            —Cálmense, calientes ya mero llegamos, mejor ponte unas rolas de Chuy Lizárraga.


            Pasaron Tepetongo y, al poco rato, se encontraron con un letrero que decía: Juanchorrey 5 km. Adelantito los recibió un arco gigante que abarcaba la carretera dando la bienvenida a los visitantes y, más adelante, la ermita de la Virgen.
            Los tamborazos se escuchaban  por todos lados del rancho. Pasaron por la plaza y subieron hasta una lomita donde se encontraba la casa de sus abuelos.     Don Emiliano, de noventa años, se levantó el sombrero de ala ancha, se alisó el enorme bigote blanco y amarró al becerro que llevaba a amamantar para ordeñar a la vaca. Sus enormes guaraches de cuero volteado hacían que sus pisadas fueran firmes. Sacó el pañuelo rojo, se sonó la nariz y lo regresó a la bolsa del pantalón de pechera. Poniendo sus enormes manos sobre la puerta de madera reconoció a su nieto. Al bajarse, Wences lo saludó y le dio un beso en la mano.
            —¿Y tus papás? -le preguntó don Emiliano.
            —Se quedaron en la casa, ya sabe, el trabajo.
            —Hijos ingratos, de seguro no lo dejó venir tu mamá, pásenle y acomódense en el cuarto que tenía para  tus padres.
            Atravesando el corral llegó al encuentro su abuelita. La abrazaron y ella los condujo a la habitación. Bajaron sus cosas y se instalaron, Cincopedos y Jennifer se durmieron, mientras Wences y Kiara se acomodaron en la cama y se siguieron besando.
            La abuelita pasaba a un costado del cuarto. Dejó en el suelo la cubeta llena de leche, que acababan de ordeñar, y acercó el oído a la puerta. Al ver que don Emiliano le lanzaba una mirada intimidatoria desde la puerta de la cocina, levantó su cubeta y lo alcanzó. El abuelo esperó a que su esposa dejara el balde de leche y luego se sentó junto a ella y le dijo.
            —Mire, Vivianita, a mí no me gusta que ande de escuchona, usted no debe de saber los secretos de los recién casados, mejor deme de almorzar.
            Los abuelos salieron a las tres de la tarde para la procesión que se hacía en honor a la Inmaculada Concepción. Wences  y su amigo se quedaron tomando cerveza en el corral, a la sombra de un árbol, mientras sus mujeres se arreglaban.       Se pusieron la misma ropa: una minifalda, blusita y sus tacones, pero sacaron dos abrigos que encontraron en la maleta de la madre de Wences y aprovecharon las pinturas. Las parejas llegaron a la plaza cuando ya estaba oscureciendo. Disfrutaron la música, las danzas y toda la verbena. Wences  y sus acompañantes regresaron a la casa. Prendieron la camioneta. Subieron rumbo a la sierra. Cuando llegaron al cerro Pelón, se quedaron a ver los castillos  de pólvora, indicando el fin de la fiesta. Cuando tronó el último castillo, abordaron su transporte y avanzaron hasta llegar al Palo del colgado, hasta llegar a la Mina Colorada, lugar donde acamparon.
            Al otro día don Emiliano se levantó temprano, despertó a Chimbo, su bisnieto. Se subieron en la camioneta y ganaron rumbo a la sierra para checar a unas vacas que traía sueltas en el rancho del Venado. Pasaron la mañana checándolas y revisando que tuvieran agua.  Al venir de regreso, Don Emiliano se estacionó en una lomita desde donde se veía el campamento de su nieto y compañía. Se sentaron en una enorme roca y don Emiliano sacó un cigarro, lo prendió y le dio una gran fumada mientras el Chimbo observaba, por medio de unos binoculares, a su pariente celayense. Chimbo escuchaba música lejana y veía que las parejas bailaban. En eso, su tío Wences se quitó la camisa, al igual que Cincopedos y, aplaudiendo, incitaban a sus “esposas” a que se quitaran la ropa. Las damas se quitaron las blusas, aventándolas  al aire, dejando sus senos al descubierto. Chimbo experimentó una erección inmediata. Quitó los binoculares de su cara y vio que don Emiliano dormía plácidamente. Volvió a colocarse los binoculares y, localizando a Kiara, estaba a punto de debutar en la autocomplacencia. Impaciente, esperaba que cayeran las minifaldas de las muchachas… su respiración era acelerada. Las minifaldas  también volaron hacia las ramas de distintos árboles y, al momento en que aventaron la tanga, Chimbo pegó un enorme brinco que despertó a don Emiliano.
            —¿Qué te pasó, muchacho? ¿Por qué brincas tanto? ¿Te picó una víbora o una araña?
            Chimbo, con desesperación, le señalaba una dirección y le pasó los binoculares a don Emiliano, quien enfocó a los fiesteros, que bailaban el Son de los aguacates.
            —¡Ah, caray! -gritó don Emiliano- ¡pero si los cuatro son hombres! Córrele, enciende la camioneta y suena el claxon porque ya están haciendo el trenecito y al Wences lo llevan en medio.
            Chimbo saltó como chiva loca mientras don Emiliano, agarrando su bordón,  lentamente llegó a la camioneta. El ruido alertó a los fiesteros, quienes enseguida, con trabajos, recogieron su ropa y se la pusieron justo cuando se asomaba la camioneta de don Emiliano.
            —¿Cómo la están pasando?
            —Bien abuelito, ya nos estamos preparando para irnos, ahí lo seguimos.


            Las dos camionetas bajaron de la sierra hasta llegar a Juanchorrey y, sin bajar las cosas, se despidieron de la abuelita y de don Emiliano, quien les decía adiós con la mano en alto... desde lo más retirado del corral. Emprendieron el regreso a Celaya. Todo el camino bebieron cerveza. Oscurecía cuando llegaron a Irapuato y Jennifer pidió que se detuvieran para ir al baño. Al cruzar la caseta de Salamanca se estacionaron y las mujeres se bajaron corriendo. Wences iba detrás de ellas cuando un grito lo detuvo.
            —Súbete -le gritó Cincopedos y aceleró la camioneta.
            —Pero ya me meo y ¿nuestras novias?
            —Ni modo que lleguemos a casa con esos maricas. Van a querer que sigamos la fiesta, además tenemos que ser conscientes y responsables para liberar a tus jefes...
            —Es verdad -contestó Wences- aunque ya me estaba acomodando con la Kiara.
            Cuando  llegaron a la casa de Wences, inmediatamente metieron la camioneta en la cochera. Cincopedos se ajustó la máscara de luchador y buscó las llaves de las esposas.  Amarró a Wences, le dio unos madrazos en la cara y lo aventó al suelo. Le dio más patadas, provocando que el joven se orinara sobre el pantalón. Se metió al cuarto de los papás.
            —Los voy a desatar, pero le dicen a la gente que se fueron de vacaciones a su rancho y no quiero chistes porque regreso por ustedes. Los desató y salió corriendo. La mamá de Wences salió a la cochera y, ayudada por su esposo,  desataron a Wences.
            —¿Cómo estás, hijito, no te pasó nada?
            —No, mamá.
            Wences ayudó a sacar el nixtamal que ya apestaba echado a perder. Lo encostalaron para tirarlo a la basura. Prendaron la paila y cocieron más maíz.
            Al día siguiente se levantaron temprano, abrieron la tortillería. Wences, bien activo, les ayudó a moler y a sacar tortillas. Los primeros clientes, azorados, les daban la bienvenida del regreso de sus vacaciones.







*Texto publicado en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

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