ESTATUAS Y MENUMENTOS
«Come
posso fare una scultura? Semplicemente rimuovendo tutto
il blocco di marmo non
è necessario.»
Michelangelo
di Lodovico Buonarroti Simoni
(1475-1564)
AQUÍ
EMPEZÓ NUESTRA DESGRACIA
Enrique
R. Soriano Valencia
Quizá
sea un castigo ubicarme aquí, con esta orientación. ¿Quisieron que contemplara
por la eternidad el ocaso porque aquí inició el mío y el de mi gente?
¿Pretenden que con la agonía diaria del Sol recuerde la de los 12 mil que
abandonaron su cuerpo aquí? Estos suelos son ricos porque así lo quiso Dios, no
por los cadáveres sembrados en aquel ‘hora
lejano abril de 1915.
Además, los muertos de los bolillos no jue por mi causa o mi gente. Ellos no podían defenderse bien
porque… ¡disparaban con salva! Por eso nos dieron duro en los primeros
combates. Aun así, nos la ingeniamos. Hasta le quitamos mucho del parque güeno, con el que llegaron los del
hacendadito Álvaro Obregón. El primer
ataque fue un fracaso pa’mí, por los
güeritos y… y… pos también por no oír
a Jelipe Ángeles. Pero no me eché pa’tras, eso solo las viejas. Hasta esa
ocasión nunca antes me habían dado tan duro. Esos pinches gringos de Columbus
pagaron su marranada del parque de salva después. ¡No son de fiar los primos!
Me pusieron con mi caballo aquí,
desde donde se emprendió la batalla final del 13 de abril. ¡Qué cabrones! Pero
no se jue limpio Álvaro, cerca de
León le tumbé un brazo. Manco, manco, pero cuando jue presidente… ¡a mano llena! Garró
mucho dinero. Se me peló y no pude salvar al país de un alacrán más ponzoñoso
que los de mi tierra.
¡Y
mienten al dejar mi caballo en cuatro patas! Yo no morí de viejo o tranquilo en
la cama. ¡A mí me emboscaron! Solo así pudieron quitarme de su camino. Porque
yo, sin estudios ni naa, los puse a
temblar. Mucho tiempo me llamaron bandido, ‘hora
dicen que jui un caudillo. ¡Mis huevos! ¡Yo jui su puta consciencia! Yo fui quien les recordó que cuando mucho
abusan de la paciencia del probe, nos
llegamos a jartar muy feo.
Me ponen manso para mirar al Sol
irse. A mí me jueron, me jueron porque los güeros me traiban ganas porque jui su única invasión. Me
jueron porque cuando los probes
exigimos, ¡exigimos cuando nos jartan!
Me jueron porque la gente me quería
de presidente. Me jueron… nunca los
dejé, mis niños… nunca.
Me tienen aquí mansito, aislado por
carros muy rápidos para que la gente ni me mire, ni se acerque. Me tienen sin
adornos o sin flores pa’ que no llame
la atención. Ya solo soy nombre de escuelas. ¿Pa’ qué?, pues, si jarto
trabajo da estudiar. No digo que no juera
bueno, sin Jelipe Ángeles –que sí
sabía jarto–, tampoco hubiera sido
quien jui. Na’más que a mí no se me
dio. Y poner mi nombre a las escuelas… eso nomás lo hacen pa’ que no se diga que los gobiernos no recuerdan a quienes
lucharon por el pueblo. Pos pa’ dejar
contentos a los que les caía bien y así solo recuerden mi nombre, pero no por
lo que pelié.
Ya se oculta el Sol, ya está aquí la
oscuridá, como cuando me quitaron la
cabeza, tres años después de la traición de Manco y Plutarco. Si yo ya estaba
sosiego. Aunque confirmo, cien mil hombres me hubieran seguido si les digo:
echemos a estos que solo saben sacar su provecho.
Se me jue la luz, se me jue la razón, se me jue
la cabeza y ‘hora me dejan ver con
ojos que no ven donde inició mi desgracia, este lugar desde donde se perdió la
ilusión de que los probes tuviéramos
lo nuestro.
ALEGORÍA
Javier
Alejandro Mendoza González
Era
el año de mil ochocientos cuarenta en la muy noble ciudad de Celaya. Además de cajeta, de sus entrañas brotaba
agua dulce y cristalina. En los
terrenos, en lo que hoy es la Alameda, se formaba una ciénaga que extendía sus
largos brazos por algunos puntos de la ciudad.
Una de esas acequias cruzaba la calle de Mesones, hoy Morelos. El tránsito por ese punto era constante. Había la necesidad de crear un paso firme y
duradero sobre la corriente del agua.
Para ello fue contratado el destacado arquitecto Longinos Núñez, quien
de inmediato inició el diseño de un puente, que sería hecho con la
majestuosidad requerida.
Para colaborar con los trabajos de
la nueva unión, llegó a la ciudad un hombre gallardo y atractivo, aprendiz de
arquitecto. Su sola presencia hacía
suspirar a las mujeres. En especial,
hubo dos que quedaron bajo sus encantos.
Del lado sur del arroyo vivía una
señorita venida de la capital nacional; del lado norte habitaba una chica
oriunda de esta ciudad de Celaya. Ambas
eran hermosas, de pelo largo y abundante.
Lo usaban suelto, para que el viento hiciera ondas con él. Su vestimenta era sublime, como de diosas
romanas. A pesar de haber nacido en
puntos distantes eran muy parecidas. Ya
que las dos pretendían el corazón del mismo hombre, para evitar confusiones, en
el pecho portaban un medallón con el escudo de la ciudad que las vio nacer.
Todos los días, coquetas, pero
dignas, cruzaban por la obra en proceso.
Sin saberlo, eran las musas perfectas para el arquitecto. En su trabajo quedarían representadas la
patria y la ciudad.
Por su parte, el joven, quien llegó
de lejos, se sentía halagado con el interés de las dos, pero era necesario
tomar, lo que para él sería la decisión más difícil de su vida. Una de sus enamoradas representaba su
presente; la otra, el futuro. La
indecisión lo hizo titubear entre dos amores.
Para poder elegir prefirió esperar a que los trabajos de construcción
terminaran. Mientras tanto los días
siguieron acrecentando el amor y la esperanza.
Pasaron
cuatro inviernos y sus primaveras. El
arroyo de la calle de Mesones nunca se detuvo, al igual que el tiempo. En el año de mil ochocientos cuarenta y
cuatro la obra del arquitecto Longinos fue inaugurada. Se trató de un puente de cantera, con una
fachada en cada lado, a lo largo de la unión.
Así llegó el momento de elegir.
Justo a la mitad del nuevo paso las dos mujeres se encontraron. Con la espalda recta y una mirada retadora se
colocaron frente a frente. Se veían
hermosas. Su pelo suelto ondeaba, lo
mismo que sus vestiduras. Los medallones
resplandecían. Uno mostraba con orgullo
el águila del escudo nacional; el otro, la representación de la fundación de
Celaya. Sin decir palabra aguardaron la
llegada del hombre que las conquistó, pero él no se presentó. Pasaron las horas, los meses y los años, mas
nunca volvió. Quizás marchó para
conquistar otras ciudades; otros corazones.
Quizás prefirió huir antes que tomar una decisión o murió asfixiado
entre dos amores. Fieles, como lo saben
ser las mujeres de mi patria, las enamoradas se mantuvieron frente a frente,
justo en medio del puente. Vencidas por
la espera descansaron su cuerpo sobre sus vestidos, y el torso, sobre el escudo
correspondiente. Así aguardaron, la una
viendo al frente, el presente; la otra mirando al horizonte, el futuro.
En la larga espera los segundos se
hicieron infinitos. Y los días se hicieron
siglos. El viento erosionó la piel de
las alegorías. El polvo que cayó sobre
ellas las convirtió en roca. El silencio
las hizo eternas.
El puente no tuvo nombre; el de las
musas que lo adornan se perdió en el pasado.
Nadie imaginaba que por ese lugar, por el que ya antes habían cruzado
libertadores, también pasarían emperadores y revolucionarios. Nadie pensaba que con el andar de los años el
caudal se secaría y aquellas dos mujeres serían casi enterradas en el
olvido. Pero aún hoy, al pasar por la
céntrica calle de Morelos, si se levanta la vista se les puede ver encarando el
presente y esperando el futuro, siempre fieles y majestuosas en el, a su honor
llamado, Puente de las Monas.
TODO
ME GUSTA DE ELLA
Lalo
Vázquez G.
Todo
me gusta de ella. Pero sinceramente les confiaré un secretito. De pronto se le
brinca la cadena y por el mínimo detalle que no le guste, saca un explosivo e
inaguantable carácter agresivo, acompañado de un léxico soez y vulgar. Empieza
a repartir -como diría ella-, chingadazos y mentadas de madre. No solo a la
gente desconocida o comunes transeúntes, sino también amistades apreciadas de
muchos años, confraternos y hasta con sus progenitores; que la aman y respetan
y le hacen sentir como si ese defectillo fuera una gracia.
Para colmo de males, también conmigo
desata su furia. Yo, que siempre le demuestro mi amor, fidelidad y aguante,
sobre todo aguante. Pero en esos arranques que de pronto tiene, (que la verdad
no son muchos, si acaso unos seis al día) me mete unos pellizcos en los brazos,
en la espalda o donde caiga, por el simple hecho de no estar de acuerdo en algo
con ella. Pero la verdad es que todo me gusta de ella, no importa que sea
celosita pues yo creo que todas las mujeres lo son. Aunque si me da un poco de
pena cuando se lía a golpes con alguna bella fémina –a la que por alguna
descuidada razón-, le dirija yo mi pizpireta mirada.
Lo
que si me da un poco de gracia son su piernillas flacas, flacas y sus rodillas,
que se me imaginan unas cabezas de chivo. Eso se me hace muy chistoso. ¡Ah!,
cómo me han hecho reír. Sus pies como que no llegan aun al punto de gustarme,
pues todavía no les encuentro bien la forma: el dedo chiquito más bien parece
el gordo, el gordo parece el flaco y el flaco parece el chiquito, y su forma
cuadrada -como ladrillos-, parecidos a los pies de los picapiedra, con ese
bonito tono amarillento y una ligera pestilencia a doritos nachos. La delicada
tersura de sus talones de polvorón me recuerdan mis primeras compras en la
tiendita del kínder y sus chuscos juanetes que, al verlos, mi memoria me manda
a los huesos del pozole verde que vende doña Mago, pero eso es peccata minuta,
porque todo me gusta de ella.
Y ya que nos estamos agarrando
confianza les diré que creo que su nariz no le va a su cara, se me hace que es
muy grande para esos cachetotes que tiene. Lo mismo que sus cejas encontradas,
pero muy encontradas y bien pobladas. Siento que esas cejas y su mirada
profunda le dan un toque así como de asesina, pero no se lo he querido decir
para no discutir. Porque si ella no se molestara ya habría aprovechado para
decirle que buscara otra forma de peinarse, porque su feo peinado parece
penacho de danzante de San Francisco. Aunque yo sé bien que ella no tiene la
culpa de su herencia genética, pero nada importa, todo me gusta de ella. Aunque
honestamente sí hay algo gacho que no me gusta, porque hasta los ojos me
chillan, pero eso es sencillo: yo creo que un buen desodorante de axilas y uno
de zona íntima lo solucionan. Por eso no le veo gran problema, el problema va a
ser decírselo de una manera muy sutil sin llegar a ofenderle. Me dolería mucho
echar a perder estos cuatro días que tengo de novio con ella.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
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