NOCTURNO A ROSAURA
Por: José Arturo Grimaldo
Méndez
“Bien
sabe Dios que ése era mi más hermoso sueño, mi afán y mi esperanza, mi dicha y
mi placer; ¡bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño, sino en amarte
mucho en el hogar risueño” (fragmento del poema Nocturno a Rosario de Manuel
Acuña).
Pues
bien… yo necesito decirles que lo intento, que es mucho lo que siento, que es
mucho lo que sufro, cuando mis pensamientos, menores son a la obra y a la
grandeza del Amor. Bien sabe Dios que la única intención de escribir es compartir
lo que siente el corazón. Y ahora, cuando más desesperado estaba, entre sueños,
afanes y esperanzas, encontré la risa franca de una mujer que ama el arte. Con
su alma pintada de colores y sus manos llenas de pinceles de oro y plata.
Hablar de Rosaura Tamayo Ochoa es hacer
mención de una artista en toda la extensión de la palabra. Es, entre sus
múltiples ocupaciones, una mujer
celayense con muchos años de trayectoria. Excepcional acuarelista que ha
participado en más de 80 exposiciones individuales y colectivas. Como poeta y
escritora de narrativa breve, ha sido publicada en más de 30 antologías en
México y en el extranjero.
Es miembro del Taller Literario
Diezmo de Palabras, donde dice haber encontrado muchos amigos con los que ha
crecido en el campo del arte literario. Por ser la pintura y la escritura dos
de sus actividades principales, en ocasiones se ha dicho que cuando ella pinta,
lo hace escribiendo y cuando escribe, lo hace pintando.
Leer algunas de sus obras, como la
historia de Matilda y Pedro, nos
permite descubrir la ternura y el
amor verdadero que estos dos personajes se prodigaron como esposos, durante
sesenta y cinco años de casados. Pero lo más sorprendente en la historia -tal
vez para nuestro tiempo- es que ni la muerte pudo terminar con el noble sentimiento
de amor entre ellos.
Por su parte, el cuento de Domitila, muestra la figura costumbrista de antaño,
cuando en el México pre revolucionario, se obligaba a las señoritas a casarse
con el hombre menos pensado y de quien no estaban enamoradas, como sucedió en
este cuento entre una joven y un gran hacendado, sin pensar que esta vez, la
historia sí tuvo un final feliz.
La narrativa de Rosaura es desenfadada y
transparente, sencilla, olvidándose del falso
barroquismo de muchos escritores, pero siempre con una clara intención: mover
las fibras más sensibles del lector, de tal manera que este pueda aceptar o
rechazar su obra, sin andar con “medias tintas”.
Esto lo encontramos en la historia
intitulada Enfado con Suerte, en donde
nos presenta a manera de ejemplo, cómo se cumplió literalmente el sentido
de un refrán muy conocido, que dice: Dinero
llama dinero. Allí, Julio, -el personaje principal de la narración- nos
enseña la importancia de ser un visionario en los negocios y llevar a cabo un
proyecto y otro y otro. Si estuvieras interesado en saber lo que este hombre encontró
al mandar hacer un túnel para llegar más rápido a un terreno que adquirió detrás de un cerro, tendrías qué leer
todo el cuento.
Estoy convencido que Rosaura tiene
muchas fortalezas que le han ayudado a destacar en el campo del Arte en
general. Personalmente me llaman la atención su persistencia y su tenacidad
para lograr sus metas. Cuando ella se propone algo, no hay quien le quite esa intención.
Cuando una obra es tan basta como la de
Rosaura, hace falta espacio para llenarlo con descripciones que hablen de su
importancia, sin embargo, quiero terminar haciendo referencia al ser humano, a
lo que realmente importa de un artista. Su ser, su alma, su esencia, sus
cualidades, todo aquello que le distingue de los demás.
Creo que entre más grande es la fama de
un artista, más humildad debería proyectar en lo que expresa en cada una de sus
obras y eso no es tan difícil descubrirlo en lo que Rosy nos muestra con el
gran talento y la enorme imaginación que posee.
Ella sí que ha puesto a trabajar los Talentos que le fueron dados. No los fue
a enterrar por miedo a que el Dador de ellos le pidiera cuentas a su regreso,
como dice una parábola bíblica. Y es entonces, tanto con su forma de ser y
actuar, como con su constante producción artística, cuando los que nada sabemos
de pintura, nos acercamos a apreciar lo que hace y de igual manera, para los
aprendices del arte literario. En ella, se cumple la frase: Calidad, no cantidad. De lo bueno, poco, dirían otros.
Estoy seguro que la trascendencia de su
obra, algún día será reconocida en la forma que se merece. Que llegará a todos
los rincones de la tierra…o hasta donde las musas del arte quieran llevarla en
alas de águila.
La obra de Rosaura, ya ha logrado maravillar
a escépticos, a ilusos, a expertos, y tal vez en un futuro, hasta los que se
dicen conocedores de la belleza.
MATILDA
Y PEDRO
Rosaura
Tamayo O.
Procuraba que mis hijos no faltaran a
sus clases de artes marciales con su maestro Jaime. A esa escuela fueron por
más de tres años. Fue tiempo suficiente para saber que el matrimonio de los
padres del maestro ya iba a cumplir sesenta y cinco años de casados. Matilda,
-su mamá- me contaba que se casó cuando contaba con apenas catorce años y Pedro
dieciséis.
Nunca habían vivido separados. Entre
sonrisas me platicaba que solo con el bastón podían caminar un poco, los dos;
por ello, se levantaban juntos para ir a la cocina, a tomar su café y para ir a
cualquier lado.
Por diferentes circunstancias dejamos de
ir a las clases con el maestro. Tiempo después me enteré que había fallecido su
papá. Fui a verlo a él y a su madre Matilda. Cuando ella me vio, soltó el
llanto y dijo.
—Deseo morir. No puedo caminar sola,
necesito la mano de Pedro para apoyarme.
Me dijo: qué voy a ser sin mi viejito. No imaginé que se fuera a ir él
primero. Quisiera no comer y morirme para juntarme de nuevo con él. En las
noches no duermo, no lo siento. No quiero sentarme en la banca, él no está. Mi
hijo no me deja sola ni un instante y cuando se va a dar sus clases, alguien se
queda conmigo. Tiene miedo que me vaya cuando él no está. No sé si voy a
resistirlo. Pero mi hijo esta solo sin mujer, me necesita y no quiero darle más
dolor. Me consuela pensar que Pedro y yo hicimos la promesa de que cuando
muriera uno primero, se iba a quedar cerca del otro hasta que juntos los dos
nos fuéramos a vivir con Dios.
DOMITILA
Rosaura
Tamayo O.
A Domitila la casaron al cumplir catorce
años con Fidencio, viudo y dueño de una vieja casona, como era la costumbre en
ese pueblo. Ya casados, siempre le contaba los centavos a su mujer. Ella
escuchaba que el padre de Fidencio había sido un hombre rico, pero cuando murió
el señor, su familia nunca vio una moneda y menos su hijo Fidencio. Por la
noche, el hombre desquitaba su
frustración con Domitila.
Ya golpeada la mujer, se iba al último
de los cuartos. Se pegaba a la pared y siempre con un dedo lo rascaba. Un día,
vio que algo había en el interior de la pared. Sin tomar mucha atención, volvió
a rascar la pared y con asombro vio que cayeron varios objetos al piso y
rodaron. Tomó uno de ellos y descubrió que eran monedas de oro. Volvió a rascar
la pared, pero ahora con las dos manos y entonces cayeron como en cascada,
puños de monedas. Rápido las escondió. A la mañana siguiente el marido le dijo:
—¡Si no quieres que te vuelva a golpear,
debes hacer las cosas bien!. ¡Eres tonta, pobre y siempre lo serás!
Ese día, llegó temprano Pedro el
lechero; un hombre honrado y trabajador que repartía la leche en un burro. Si
la veía golpeada, solo movía la cabeza y le regalaba un trozo de queso. Así lo
hizo y entonces ella le dijo:
—Mañana ven temprano con los botes de
leche, vacíos y te contaré algo. tú confía en mí.
El marido se fue a trabajar a las seis
de la mañana. Un poco después, llegó Pedro con sus botes que metieron a la
casa, los llenaron con las monedas, los subieron al burro y se fueron a la
estación a tomar el tren. El burro se quedó sin dueño y el marido sin mujer
para golpear.
ENFADO
CON SUERTE
Por:
Rosaura Tamayo O.
Dicen que el dinero llama al dinero. Es
un dicho popular que en esta historia que me contaron lo refuerza al mil por
ciento. De una familia Rodríguez, donde todos sus integrantes se dedicaban
proyectar películas en salas de cine donde ellos eran los dueños. El mayor de
los hermanos de nombre Julio era el que contaba con más salas de proyección.
Él ya estaba cansado de vivir en la
ciudad y compró un terreno atrás de un cerro.
Este contaba con una vista a hermosa a montañas. A los sembradíos de
flores, que algunos ya eran de él y cerca de ahí a una presa. Como perdía mucho
tiempo en rodear el gran cerro para llegar a su rancho. Se le ocurrió hacer un
túnel lo suficiente mente grande para que pudieran pasar los carros. Con ello
se iba a ahorrar un tiempo que para él era valioso. Además, mandó arreglar
parte de la carretera que iba a ser el inicio del túnel.
A Julio le gustaba supervisar la obra,
por ello era común que los trabajadores lo vieran a cualquier hora. Cuando
habían cavado unos cincuenta metros, dieron con una gran cueva de piedra que
guardaba lingotes de oro estratégicamente acomodados. De ahí, Julio abrió más
salas de proyección con un concepto más refinado y su fortuna se multiplicó en
millones.
VIAJE
A LA IGNORANCIA
Rosaura
Tamayo
Desde niño mi mejor amigo siempre fue la
rebeldía. Mi madre sufría tanto por no poder hacerme entender las reglas. Mi
abuela decía que vivía enojado. No me gustaba que me abrazaran ni dieran
muestras de cariño. Cuando cumplí quince años entré a una escuela preparatoria
para salirme de ella. Después entré a otra y salí mal con la directora y
alumnos, en otra tercera me despidieron con honores. Mi madre en vano trataba
de reparar mi problema. Un día, muy firme, me dijo.
—La puerta no tiene cerrojos, ni te
tengo amarrado. Puedes irte cuando quieras a hacer una vida libre fuera de la
casa.
Tomé una maleta con cosas personales, un
par de libros y el pensamiento de ser un Dios. Comencé un viaje por el hambre y
la desesperación. Comprendí que vivir en una casa cuesta esfuerzo y mucho
dinero. El comer tres veces al día no te lo da un árbol. El mundo está lleno de
personas que quieren explotar tu juventud y falta de preparación. En esas
noches frías, dormido sobre una cobija, deseaba tanto un abrazo de mi madre o
un regaño de la abuela.
He regresado a casa, a mi madre se le
iluminó el rostro al verme. Le he pedido que si me puedo quedar un tiempo más y
ella, con una sonrisa, me ha dicho que sí. Mi abuela murió sin poderme despedir
de ella. Ya no grito a mi progenitora y menos aún digo que no estoy conforme
con lo que tengo. Ya he terminado la preparatoria y estoy por entrar a la
profesional. Mi viaje me enseñó que hay que agradecer lo que se tiene y no
renegar por lo que se carece.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
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