domingo, 16 de septiembre de 2018

EL MAESTRO PREGONERO



EL MAESTRO PREGONERO
Por: Soco Uribe

Arturo Grimaldo (ejido La Esperanza, municipio de Dolores Hidalgo, Gto.) es un prolífero escritor tanto de poesía como de cuentos. En ellos narra, con un lenguaje sencillo, historias que atrapan al lector de principio a fin. Sus escritos son, en su mayoría, costumbristas; aunque también se aventura en describir con fidelidad, realidades actuales que, en ocasiones, provoca que los lectores explotemos de frustración o de satisfacción; de indignación o de contento; de alegría o de tristeza; así como de orgullo o de vergüenza.
            Sin darnos cuenta, con gran sutileza y astucia, nos sumerge dentro del escenario de sus narraciones para hacernos sentir como si fuésemos un personaje más de sus variadas historias. Aunque sus textos nos describen la cotidianidad que con frecuencia advierte un panorama amargo del futuro, Arturo Grimaldo se da a la tarea de lanzar sobre ese dramatismo dulces chispas de humor, muy fino, salpicando al lector de esperanza, cuando éste piensa haberla perdido.
            Por medio de sus letras, mueve nuestros sentidos al ofrecernos una gama de  colores, sabores, texturas, sonidos e imágenes interesantes, atractivas y divertidas para los que gustamos de la lectura. Con lo que este escritor trata de compensar y balancear las insatisfacciones de la vida y despierta en nosotros la expectativa de encontrar una luz en la oscuridad que nos devuelva la confianza.
            Gracias a su trabajo en la docencia, aprovecha su prodigiosa voz para capturar y someter sabiamente a sus alumnos dentro de una ardua tarea aleccionadora, en el análisis de textos provenientes de todo clase de obras literarias; de sus libros de poesía y narrativa; así como del más reciente de ellos, llamado: Cuenta Lee, Sueños y Reflexiones.
            Debido a su vasta generosidad también incluye en sus cátedras algunos libros de sus compañeros en letras para compartir lecturas con sus pupilos.
            De este modo y de muchas otras formas, conduce a sus diversos lectores, como si fuese un padre evangelizador, a beber y saborear de la literatura lo más suculento y nutritivo.
            También, el maestro Arturo Grimaldo opina, demanda, propone, denuncia y presenta la cruda realidad en sus textos. Así lo podemos ver en algunos de sus cuentos como Leche de Abuela, en el que Amalia sufre una gran carencia de amor por parte de sus padres y la lleva a probar satisfactores erróneos que, en poco tiempo, desencadenan consecuencias graves.
            En el cuento Ensayo y Error, el escritor presenta el juego del gato y el ratón entre el profesor Roberto y su joven alumna, Hellen. En dicho juego, cada uno cambia, con alternancia y sutileza, sus papeles para hacerlo más adictivo. Al final, cuando el lector termine de leerlo, se dará cuenta de quién es… quién.
            En Flor de Medianoche, nos muestra una realidad desgarradora, tan ancestral como actual, para que reflexionemos acerca de los juicios que en ocasiones emitimos de las personas como Leandro Erubiel quien, a pesar de la carencia de amor de sus progenitores desde su nacimiento, es un ser humano lleno de bondad; la cual, por fortuna, la aprendió de su nana. La ausencia afectiva de quienes él tanto amaba, opacó por muchos años su alegría de vivir. La felicidad jamás fue su constante compañera y a pesar de la solvencia económica de sus padres, él no abusó de esos privilegios.
            Puedo asegurarles que al leer los textos de este maestro y escritor, se llevarán consigo lecciones, no sólo literarias sino también de vida muy valiosas, ya que Arturo Grimaldo escribe, cuenta, lee, pregona literatura y sin lugar a dudas es: EL MAESTRO PREGONERO.




ENSEÑANZA DE AMOR
Arturo Grimaldo

Capítulo I
Ensayo y error

Apenas había sonado el timbre que anunciaba la terminación de las clases, los alumnos salieron casi corriendo del salón en medio de una enorme algarabía, por el hecho de saberse libres de materias aburridas, del mal gusto por el uniforme y de la exigencia de los maestros, entre otras cosas. Sin embargo, la señorita Hellen Peñaflor, se acercó con toda la calma del mundo y un poco temerosa a que el profesor Roberto Padierna le revisara el  Ensayo sobre Valores que una hora antes había pedido a todo el grupo.
            Por su comportamiento similar ya en otras ocasiones, todo hacía suponer que a esta hermosa joven de ondulante  cuerpo y cadencioso andar, le gustaba ver reflejado en el rostro del profesor el manojo de nervios que le provocaba su presencia y cercanía, su melodiosa voz y las frecuentes súplicas de ser escuchada o cuando le pedía que le recibiera, aunque  fuera tarde, sus trabajos.
Segura de sí misma y con más experiencia de la vida que sus compañeras por ser la mayor del grupo, se acercó suavemente, sin que el profesor se diera cuenta, pues éste se hallaba absorto ordenando y revisando algunos de los trabajos que sus compañeros ya habían entregado.
            —Profe Roberto, ahora sí me va a revisar? quise decir, a calificar, bueno, como la vez anterior  dijo que ya era muy tarde y que no me podía recibir la actividad, pues… -casi al mismo tiempo que terminaba la última frase, dejaba suavemente en el escritorio el trabajo y aprovechaba para rosar intencionalmente con su mano la del profesor, quien hasta ese instante, volteó a verla con un poco de asombro y malicia.
            —Señorita Peñaflor, ¿Por qué siempre entrega sus trabajos hasta el último minuto de la clase y cuando ya todos sus compañeros se han ido? -preguntó el docente.
            —Será porque disfruto mucho que me revise… y también porque me encanta que califique mis trabajos de manera más personalizada  -comentó ella.
            —Bueno, pero si eso le molesta, me puedo retirar -dijo, como tratando de que el maestro comentara todo lo contrario.
            —No, no se vaya, en este momento calificaré su Ensayo y aprovecharé para hacerle algunas observaciones respecto de su conducta,  -dijo el mentor, al mismo tiempo que de reojo miraba aquella figura tan inquietante y que tan solo separaba de él un pequeño escritorio de madera.
            Ella lo miraba con admiración y respeto, aunque le encantaba la idea de poner a prueba su demostrada rectitud como docente, quien pese a su juventud, siempre había sido considerado uno de los mejores maestros y un observador exagerado del Reglamento de aquella Institución y de otras en las que su fama no era menor.
            Hellen sabía que aquel lugar nada tenía de semejanza con el paraíso bíblico, pero estaba   decidida a darle a probar a su “profe consen” de aquella fruta, esperando escuchar de sus labios algo distinto a un buen resultado por el trabajo.
            En el fondo, aquella jovencita se sabía conocedora de sus atributos y también de la admiración que le mostraban sus compañeros y  algunos  maestros, quienes por encima de sus anteojos y de manera disimulada no perdían la oportunidad de dirigirle sus miradas cargadas de lascivia y de pasión prohibida, al menos no aceptada  por la moral, el Código de Ética y el Reglamento Escolar.
            Aquella Preparatoria había sido fundada desde hacía más de ochenta años y no era conveniente ir en contra de la gran reputación y enorme prestigio académico que con tanto esfuerzo habían ido construyendo las más de veinticinco generaciones de alumnos que habían pasado por sus aulas, así como por la dedicación de sus directores y maestros de antaño y  actuales, quienes aún en contra de las reformas educativas hacían su trabajo lo mejor que podían.
            —Valores se escribe con V, y la Sensualidad “mal encausada”, más bien es un contravalor, señorita,   -dijo el profe Roberto.
            —Ay, maestro, no sea tan estricto conmigo, pues de verdad, esta vez lo que escribí en el Ensayo me lo dictó el corazón y no lo que dice el libro de Taller de Literatura, -dijo la chica, al mismo tiempo que con una gran rapidez se colocaba al lado derecho del profesor, como queriendo susurrarle al oído cada palabra que salía de su boca.
            —Además, usted es el único maestro que me inspira a trabajar, aunque reconozco que su presencia me inquieta y me… -no pudo terminar la frase, porque sus brazos ya rodeaban el cuello del maestro y atrayéndolo, le robó un “beso a la fuerza”,  o más bien, a la “debilidad” del docente.
Aún sin salir de su asombro, el maestro se dirigió a la chica y le dijo:
            —Helen, le pido por favor que no lo vuelva a hacer. No es el lugar ni el momento, -al mismo tiempo que la apartaba con suavidad.
            —Pero profesor, usted me podrá prohibir que hable mal de mis compañeros, que sea grosera con otros maestros, que juegue en clases, etc, pero no puede hacer lo mismo con mis sentimientos.
            —Además, por si no lo sabe, desde hace dos días he cumplido la mayoría de edad y como siempre logro lo que quiero, pues me pareció divertido hacer esto.
            —Bueno, prometo no volverlo a hacer dentro de la escuela, -comentó de una manera un tanto pícara.
            —Creo que por hoy es suficiente. Ha sido un día de emociones fuertes, -dijo el maestro, al mismo tiempo que se disponía a guardar los trabajos en su portafolio para terminar la jornada laboral.



            Mirando el reloj, el profesor se dio cuenta que se había hecho un poco tarde y se volvió a dirigir a la estudiante:
            —Si gusta la puedo acercar un  poco a su domicilio, es la misma ruta  que frecuento para ir a mi casa.
            A Hellen le pareció un poco extraño y emocionante el hecho de que él supiera cuál era el rumbo por donde vivía.
            —Está bien, acepto, -dijo ella.
            Durante el trayecto que no ara mayor a nueve cuadras de distancia, el auto se invadió de un enorme silencio creado por ambos personajes,  como si cada uno hubiera estado repasando el momento vivido en el salón de clases marcado con el número 12.
            —Le gustó profesor? No me dijo nada luego de haberlo recibido, –rompió el silencio ella.
            —Está bien, pero creo que hay un error de fondo y forma, -dijo Roberto.
            —No me refería al trabajo, sino al beso, - volvió a insistir la joven.
            —Reconozco que no me lo esperaba, pero como anécdota curiosa del día, me pareció muy agradable.  -contestó él.
            Nuevamente hubo un espacio donde las palabras se esfumaron, como el humo del cigarrillo que el profesor aprovechó para encender  en el “alto” del semáforo anterior.
            —Entonces, lo tendré qué repetir –volvió a decir la chica para sus adentros y con una voz casi imperceptible, como si pensara en “voz alta” respecto de su atrevimiento.
            —Creo que no será necesario, con lo mostrado en la escuela, usted me ha hecho comprender que el  tema de los valores, es poco atractivo y que le interesa más la práctica que la teoría, -dijo el profesor, justo cuando frenaba porque la luz del siguiente semáforo había cambiado al color ámbar.
            —Si gusta, me bajo aquí, aprovechando que está en rojo… y el semáforo también; no quiero que se incomode más con mi presencia por este día  -dijo la jovencita.
            Y justo cuando bajaba del auto, el profesor se dirigió a ella para decirle:
            —Pensándolo bien, lo mejor será que se repita, pues con la práctica usted mejorará mucho en el bello arte de… la redacción, la ortografía, la gramática y sobre todo, en ordenar y clarificar sus ideas.
            A Helen se le perdió la sonrisa que minutos antes se le había dibujado en su rostro, cuando se dio cuenta que aquel maestro que tanto le gustaba se refería no al error anterior, sino al Ensayo inmediato.
            En fin….






*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

**Diezmo de palabras en la Enciclopedia de la literatura mexicana.


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