SIN MIEDO, INHIBICIÓN U OBLIGACIÓN
“En sí, la homosexualidad está tan limitada como la
heterosexualidad. Lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a
cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación”.
Simone de Beauvoir
EN
LA PENUMBRA DE ALGÚN BAR
Javier
Alejandro Mendoza González
Nadie
lo llamaba por su nombre. Era un refugio
de desdichados. Las mesas del bar se
encontraban atestadas de vasos, botellas y ceniceros que desbordaban colillas
de cigarro, el humo que despedían volaba con libertad para crear figuras
caprichosas. Desde un aparato viejo que
adornaba un lado olvidado de la barra salían tristes canciones. La gente que ocupaba las entrañas del bar
bebía, reía o lloraba. La penumbra era
ideal para hablar de lo prohibido.
Fue
Marco quien propuso el lugar. En una de
las mesas esperaba a su amigo. Eligió la
del fondo. Cada tres segundos miraba el
reloj. No sabía si era preferible que
las manecillas avanzaran o que el tiempo se detuviera. Un trago más a la bebida. Los dedos golpeteaban la mesa una y otra
vez. La pierna se movía a un ritmo
acelerado. Las ideas no se
completaban. Todavía no se terminaba de
formar una, cuando otra proponía una salida diferente. La incertidumbre era lógica. ¿Cómo le revelaría a su amigo el amor que
guardaba en secreto? ¿Cómo le diría que
hacía varios meses que se veía con su novia?
Jorge
caminaba con la vista echada al suelo.
El barrio era viejo; la tarde algo fría.
De vez en cuando levantaba el rostro para que el aire lo golpeara. Con profundas inhalaciones lo dejaba
entrar. Las personas pasaban a su
lado. La indiferencia lo hacía
invisible. Sólo faltaba una cuadra
más. ¡Ojalá hubiera sido interminable! La mente iba perdida entre un sinfín de
pensamientos. Una mano en el bolsillo y
en la otra un cigarro que era fumado con rapidez. Inconscientemente daba pasos cortos. Pero necesitaba llegar a la cita. El peso de la conciencia ya era insoportable;
el de callar sus deseos era mayor. Las
frases tan estudiadas no le servirían para explicarle a su compañero todo lo
que sentía. Saber que compartían a la
misma mujer no ayudaría en nada.
En
la entrada del bar tiró el cigarro; lo pisó para luego suspirar. Vaciló, pero dio unos pasos más que lo
llevaron frente a Marco. Él se puso de
píe inmediatamente para recibirlo. Con
fuerza cerró los puños. Fueron incapaces
de darse la mano, mucho menos el abrazo que marcaba sus encuentros y
despedidas. Las miradas intentaron
esquivarse, pero no hubo alternativa, se encontraron para gritar
acusaciones. Mas no hubo ofensas o
reclamos, se sentían en el aire. ¡Qué
ironía! Estaban ante la persona que más
los conocía en el mundo, sin embargo no había palabras para decir todo lo que
ya sabían, incluso aquello que ninguno de los dos se atrevía a confesar.
Jorge
moría de celos. Por primera vez se dio
la oportunidad de tratar a una chica bonita, amable, aunque no tan fiel. Fue el primero en conocer a Érica. A su lado tenía la posibilidad de formar un
hogar que lo rescatara de la soledad.
Con un par de hijos terminarían las murmuraciones. Si bien no le podía dar la felicidad, Érica
le ofrecía seguridad y tranquilidad; días serenos que peligraron cuando su
mejor amigo también se encontró con ella.
¿Cómo luchar contra él? Juntos
desde el primer año de escuela. Marco
estuvo a su lado en los días de fiesta, también cuando ocurrió el grave
accidente de la bicicleta. Siempre fue
más alto y fuerte. Varias veces lo
defendió de burlas y abusos. Ya en la
juventud disfrutaron de largas parrandas, incluso compartieron el tan ansiado
primer viaje a la playa. Luego, muchos
más.
Unos
tragos dieron el valor para iniciar la charla.
Los cigarros se consumían a la par de los segundos. Las canciones melancólicas se metían sin
permiso hasta el corazón para hacer más grande la herida. Sobre la mesa no había cartas ni fichas de
dominó. El juego que ahí se llevaba a
cabo era un albur para elegir entre el amor y la amistad.
A
Marco no le gustaba el papel de traidor, pero cuando se enteró que en esa
relación eran tres fue demasiado tarde.
Conoció a Érica en una reunión que no debió tener ninguna
trascendencia. Desde el primer momento
la chica demostró ser inteligente, decidida y liberal, sobre todo tan liberal,
que no le importó salir con dos hombres a la vez.
Marco
estaba convencido que junto a ella podría llevar una vida que la gente
calificaría de normal, aunque entre los dos no hubiera casi nada en común. Para salvar esa relación tan conveniente tendría que encarar
a Jorge, su hermano en la infancia, el cómplice perfecto durante la
preparatoria y el hombro donde lloró cuando perdió a su madre.
Fue
necesario un último sorbo de vino para darse el valor de tomar una
decisión. Ya no había motivo para
postergarla. Esa noche sería más fría
cuando uno de los dos perdiera a una mujer y el otro a su mejor amigo.
Jorge
se tocaba el pelo. Con fuerza apretaba
los labios y el vaso de cristal, ya casi vacío.
Marco miraba a cualquier lugar para evitar que sus lágrimas salieran. Entonces se miraron fijamente, sin odio ni
rencor. El vino ayudó a terminar con los
temores. De la difícil disyuntiva
eligieron otra salida. Siempre
estuvieron tan unidos, tan presentes, que impulsados por sus verdaderos
sentimientos entrelazaron las manos.
Luego de susurrar una razón al oído para lo que estaba sucediendo,
también juntaron sus labios. Érica era
tan inteligente y liberal que sin duda los entendería. Así dejaron pasar varias horas más, perdidos
en la espesa penumbra de aquel bar donde se podía hablar de todo, incluso de su
amor.
SORPRESA
Víctor
Manuel García Aguilar
Te
vi llegar. Saludaste a tus amigas y te perdiste entre la gente. Traté de
seguirte, investigarte un poco. Quién sabe, quizá tendríamos una clase juntos.
Y efectivamente, literatura. Tu
asiento estaba a dos lugares frente al mío. Me perdía en la forma ondulada de
tu cabello, el color castaño y el brillo que tiene. Porte de chica elegante;
zapatos finamente cuidados, uñas decoradas haciendo lucir cada detalle,
maquillaje que hacía verte más hermosa de lo habitual.
Hablo como si ya te conociera de
hace años y es que sí. No me recuerdas, lo sé
¿Quién recordaría a quien todos le
hacían burla? No importa, todo es distinto ahora.
Saliste
por la puerta directo a la siguiente clase y doblaste por el pasillo. Te seguí,
quería ver que clase te tocaba; Artes musicales. Te acercaste a los
instrumentos y cogiste un saxofón algo oxidado. Siempre lo consideré un objeto
hermoso, las notas que salen de él son simplemente encantadoras y empezaste a
tocar. Me quedé en la puerta, asombrado de escucharte detonar las melodías con
cierta picardía en los agudos. Los demás te seguían el ritmo, yo sólo podía
escucharte a ti.
Me descubriste en la puerta
espiándote, intenté esconderme en el pasillo y decidí que era mejor irme. En
las paredes estaba pegada una cartulina que anunciaba el baile de bienvenida y
adivina a quién quería invitar.
Escuché que mi profesor me hablaba,
dijo que entrara a clase. Pero, no quería irme, quería escucharte el resto del
día.
En la hora de la comida todos
estaban en el comedor, pero por alguna razón, tú no. Les pregunté a tus amigas
dónde estabas y me dijeron que seguías en el salón de música. No podemos
deambular entre los pasillos a esta hora, así que tuve que esconderme de los
profesores y eludir al anciano de la limpieza. A la mitad del pasillo se oía tu
bello sonido.
—Entra, no muerdo -me dijiste cuando
ya llevaba un par de minutos escuchándote.
—Perdón, no quise interrumpir
—Descuida, ya terminé, ¿tocas algún
instrumento o por qué estás aquí?
Me puse tan nervioso que pensaba que
ninguna palabra saldría de mi boca —No,
yo te oí cuando pasaba por aquí y me gustó como tocas.
—Pues,
gracias. ¿Eras tú el chico de hace rato? ¿El que estaba espiando en la puerta?
—No, yo no era él, era otro chico -tu
mirada me fulminó como un rayo. La sentía sobre mí, como si mi madre me
estuviera regañando -sí, era yo.
—Me pareces conocido, dime, ¿nos
conocemos de antes? Creo que te vi en la clase de literatura, pero no me
refiero a esa.
—Si, tenemos esa clase juntos. No
creo que nos conozcamos, no te recuerdo. Recordaría a alguien tan linda.
—Pues, gracias por el cumplido.
—Espera, ¿qué haces?
—¿Qué tenemos aquí? -no supe cómo
lograste tomar mi cartera.
—Oye, devuélvela. No tomes mi
credencial.
—Daniela Alfaro. Eres tú, lo sabía,
sabía que te conocía de una parte.
—Por favor, no digas nada, nadie
sabe mi verdadero nombre. Por favor, te lo suplico, nadie debe saberlo.
Estuve a punto de ponerme de rodillas
y suplicarle que no dijera nada.
—Lo último que supe de ti fue que te
habías salido de la secundaria. Pero, ¿por qué?
—Te lo diré, pero, devuélveme mi
cartera por favor. Me Salí de la escuela por un problema médico.
—Te la devolveré si me dices, ¿está
bien?
No tuve el valor para mirarte los a
ojos
—Está bien, te lo diré. Yo nací con
órganos masculinos. Me cambiaba de escuela seguido porque me daba miedo que
supieran de mi condición. La primaria fue fácil, al no tener pechos y la voz
como la de todos, fue fácil hacerme pasar por una niña, nunca se enteraron de
mi situación, sólo el director y mi profesora de artes. Pero, una vez unas
niñas entraron al baño mientras yo estaba dentro y me escucharon orinar.
Pensaron que era un niño y les hablaron a los profesores, supieron que era yo y
todos los niños me miraban como un fenómeno.
—Eso es horrible.
—En la secundaria se puso mejor, nos
habíamos cambiado de casa, cerca del hospital donde me hacían estudios. Pero
entre cita y cita había bastante tiempo, a eso agrégale que el busto me empezó
a crecer, y mi voz empezaba a ser la de un hombre.
—Fue más difícil, lo sé, estaba en
la misma escuela que tú. Vi todo lo que te hacían, las burlas, los insultos y
las veces que te hacían llorar. Me dolía verte así. Y cuando dejaste de asistir
me preocupé mucho, nadie me daba tu número ni sabían tu dirección.
—Creí que a nadie le importaba
—Pues, ¡hola! y ¿qué pasó después?
—Bueno, cuando dejé de asistir,
entré a quirófano, mis padres y el doctor habían decidido que era lo mejor que
me quitaran los senos, y estuve de acuerdo con ellos. No quería seguir
pareciendo un fenómeno. En la preparatoria, bueno, perdí un par de años porque
me cambiaba de escuela.
—¿Por qué?
—No me sentía cómodo, sentía la
mirada de todos encima de mí, sabían lo que tenia, sabían lo que me hicieron y
en la primera lo hicieron público. Todos se burlaron de mí, esta es mi tercer
preparatoria, aquí nadie sabe de eso, salvo tú.
—Bueno, gracias por compartirlo conmigo.
Siempre quise que fuéramos amigos. ¿Sabes? Yo también perdí dos años, viajaba
con mi papá a sus conferencias y cuando mi mamá murió nadie podía cuidarme.
Algún día te llevaré conmigo a Japón, es hermoso.
—Oye, quería preguntarte…
—¿Querías?
—¿Irías conmigo al baile? Digo, como
amigos.
—Claro, por supuesto. Pasas por mí
en la tarde. -Se levantó de su silla, caminó hasta la puerta y al girarse me
sonrió. Deben ser las hormonas, o será que soy hombre ya, pero, es hermosa.
Dieron las cinco de la tarde, la
fiesta empezaba a las seis y pasé por ella, nunca olvidaré como se veía;
vestido azul hasta las rodillas, botas y una chamarra de mezclilla. Jamás había
visto a alguien más hermosa que ella.
La escuela no está muy lejos de su
casa, así que caminamos hasta ella. El trayecto fue agradable, platicamos del
día, sus clases, mis clases, los profesores, incluso de los compañeros que
habían estado con nosotros en secundaria.
Había frituras y sodas, el ambiente
empezaba a ser animado por los chicos de danza, ambos pasamos entonces a la
pista de baile. Primero jugamos un poco, bailando de la forma más ridícula que
se nos pudo ocurrir, movía su cuerpo y yo de alguna forma disfrutaba de verla
girar así.
No la deseaba como aquellos que solo
quieren sexo, era aprecio el que sentía, creo que, la amaba. Suena estúpido,
pero ella provocaba que mi cuerpo experimentara con todo, sentía fuertemente
como mi pecho se alborotaba cuando se acercaba, deseaba besarla.
Creo que el peor miedo de dos amigos
bailando es una canción lenta, pero no importaba, estiré mi mano y ella
correspondió el gesto. Acerque su caderas a las mías, tome su cintura y ella mi
mano, seguíamos los pasos de la canción y por un momento mire su rostro, no
había notado el color de sus ojos, el maquillaje que tenia, ese tono de violeta
y azul, sus labios carnosos y sus mejillas regordetas.
Alzó el rostro y nuestros ojos se
cruzaron, un par de segundos pasaron y ninguno de los dos separaba la mirada.
Nos detuvimos justo en el centro del salón, poco a poco me acerque a ella, su
nariz y la mía se tocaban de manera sutil, su boca se abrió un momento y dijo:
—Soy gay.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
**Ilustraciones:
--Yuta
Onoda es un ilustrador que nació en Japón pero que ahora radica y trabaja en
Canadá, la cultura oriental se puede ver en todas sus ilustraciones.
--Transgender
Dysphoria Blues
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