ROBARON NUESTRO CORAZÓN
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MI MEJOR AMIGO
Javier Alejandro Mendoza González
La
gente pasaba junto a él, indiferente a su dolor. A nadie le importaba su desgracia. Parecía
invisible. ¡Qué vergüenza me da
reconocerlo! En varias ocasiones yo
también pasé junto a él sin darle ni siquiera una mirada de compasión. El trabajo, las deudas y mil deberes más
consumían mi tiempo, y creo que hasta mi sensibilidad humana.
Era
muy temprano. Esa mañana despejada me
encontré con él una vez más. Como de
costumbre corría para alcanzar el autobús.
Tenía que llegar puntal al trabajo para esclavizarme por varias horas a
cambio de unos cuantos billetes. Por
enésima vez chequé la hora en el reloj.
¡Ya era tarde! Entonces descubrí sus
tristes ojos puestos en mí. Ahí estaba,
vivo; sobreviviendo. Sentado solo en la
banqueta esperaba la caridad que no llegaba.
Los seres humanos se han convertido en gente que no tiene dinero para
ello, sólo para cosas caras, vanas e innecesarias.
Ese
pequeño instante de casualidad cambió para siempre la vida: la de él, la
mía. No volví a ser el mismo. Caminé despacio a la parada de
autobuses. No me importó llegar tarde al
trabajo. Mi mente ya estaba puesta en
algo más importante. Esa mirada inocente
se quedó grabada en mí. No me
acusó. No reclamó nada. Sólo buscaba un poco de cariño. Y yo tan egoísta, no lo daba.
De
camino al trabajo siempre veía lo mismo: los mismos edificios, los mismos
anuncios y un sinfín de personas con alma dura, como de metal. Con tristeza y vergüenza bajé la mirada. Entonces los descubrí. Ahí estaban, entre los peligros de la calle;
muchos ángeles más, ignorados como si fueran nada.
El
día siguiente todo fue distinto o simplemente yo cambié. Al salir rumbo al trabajo llevé conmigo un
plato de comida. Tomé sólo un minuto de
mi valioso tiempo para buscar a quien logró despertar mis más nobles
sentimientos. Lo encontré, triste y
solo, en el mismo lugar de siempre. Le
ofrecí alimento y una sonrisa. Su
agradecimiento fue infinito. Al ver el
resultado de un acto tan sencillo hice de ello una rutina que poco a poco sanó
mi alma.
No
sé en qué momento surgió el gran afecto que nos hizo pasar de ser dos
desconocidos a considerarnos verdaderos amigos.
Quizás fue la noche en la que volví derrotado por los problemas
cotidianos. Creí que yo estaba mal, pero
el día fue más pesado para él. Tuvo que
soportar frío, hambre e indiferencia.
Sin embargo, al verme olvidó todos sus males. Yo ya era todo para él. Su agradecimiento se convirtió en amor, el
más grande y puro. No lo podía
ocultar. Su evidente movimiento, ese
rápido compás venía directamente del corazón.
Ya
era inevitable sonreír al verlo. Era
parte de mí. Así que lo llamé. Me siguió con mansedumbre, confiaba en que no
le haría daño. Lo que hice fue abrirle
las puertas de mi hogar. Después de todo
ya se había robado mi corazón. Y desde
entonces aquí está, dándome todo su tiempo y cariño. ¡Lo fácil y humano que sería que cada persona
hiciera lo mismo con uno de ellos!
¡Qué
ironía tan bella! Creí que al rescatarlo
de las calles le salvaba la vida, cuando en realidad él fue quien salvó la mía.
Me
siento orgulloso cuando salimos a pasear, aunque la gente sea tan tonta y se
admire y mofe porque mi mejor amigo es un perro corriente. No creo que a él le importe tanto. Después de todo, yo tampoco soy tan fino, ni
tengo pedigrí.
MIS MASCOTAS
Leticia Romero González
Tuve
mascotas desde mi niñez. A mis hijos también los enseñé a amarlas. Tenemos:
conejo, loro, agapornis y un cuyo. He tenido perro y gato.
Mi
hija Lissy es la hermana de los animalitos. Un día llegó con una paloma herida
de un ala y la curamos. Duró unos días
con nosotros y cuando se alivió la llevamos a la alameda y la soltamos. Otro
día fui con mi hija Brenda a las tortillas y mi hija escuchó llorar un gatito.
Yo estaba formada para mis tortillas y ella buscó al gatito. Había una
camioneta y un carro y no lo encontraba. Cuando saló de la fila me dijo:
—Mamá,
está llorando un gatito.
Y yo
con mis prisas y mi hija empezó a llorar y a jalarme a que la ayudara a buscar
al gatito y la ayudé, pero el gatito estaba metido en unos tubos que estaban
arriba de la camioneta y no pudimos sacarlo.
También
adoptamos un gato que era el galán de la cuadra. Un día entró corriendo con
algo y yo grité “¡Ay, trae un pajarito en el hocico!, se fue al patio y se lo
quiere comer”. Mi sorpresa fue grande. Al acercarme lo que estaba en el suelo
era un gatito. Mi gato tuvo gatitos con una gata que vive a la entrada de la
privada. El dueño de la casa tenia una camioneta, la gata tuvo cuatro gatitos y
en una ocasión el señor se echó en reversa y mató a tres de los gatitos. Yo
creo que mi gato pensó y le dijo a su gata “tú no cuidas a mis hijos, me llevo
al que se salvó” y lo trajo a su casa. Después veíamos que le llevaba croquetas
a su gatito. Sentí mucha ternura que cuidara de su hijo.
También
tuve unos cotorritos de amor. Tuvieron muchos cotorritos y cuando empezaban a
emplumar los echaban fuera del nido porque ponían más huevitos. A uno que era
más grande que todos le pusimos el abuelo, porque cuidaba a los cotorritos que
ya estaban afuera del nido para que no se pelearan o los cubría con sus alas
para darles calor. Era hermoso el abuelo.
También
tuve una tortuga que le pusimos por nombre Concha. Si bien dicen que las
tortugas son lentas, Concha estaba en el patio de atrás y cuando abríamos la
puerta corría desde donde estuviera y se metía y se escondía hasta que la
encontrábamos. Se enterraba en el jardincito y cuando regaba las plantas salía
como si naciera de la tierra. Le encantaba el agua. Las mascotas llegan a
formar parte integral de una familia y su historia.
EL ENCUENTRO
Enrique R. Soriano Valencia
A mi
familia y a mí nos encanta recorrer el mundo. Nos agrada el buen clima… pero
sobre todo nadar, hacer nuestra el agua. Somos de compromisos formales: por
mucho que deambulemos por ahí, cada año tenemos una cita en la isla Farallón,
frente a la costa de California. Sin fallar, ahí nos reunimos cada año para
escribir nuestro destino.
Este
viaje es lo más esperado para nosotras. Viajar y conocer muchos lugares es
fascinante, pero vernos es lo más valorado.
La
reunión es impresionante. Al llegar, deambulamos por los rincones más cercanos
y alejados a la isla, a disfrutar de la temperatura de las aguas, de la calidez
del clima. Pero en espacial, a buscar un encuentro diferente… el amor de
primavera.
Muchos
admiran a nuestra familia y costumbres. Nos ven con temor, porque ganamos fama
por violencia, pero no nos conocen bien. Desde la distancia nos observan y no
se atreven a mezclarse con mi familia. Vaya que disfrutan contemplando nuestro
estilo salvaje. A nosotros no nos importa. Que vean lo que quieran. Supongo que
admiran la intensidad de nuestros encuentros, los cuerpos estilizados, la piel
tersa que nos caracteriza y la forma en que el agua corre sin ninguna
dificultad porque no llevamos nada. ¡Qué idiotez es esa! Usar algo al nadar,
¡absurdo!, irremediablemente absurdo. ¿Será por eso que nos observan
furtivamente?
El
nombre con el que nos bautizaron en inglés proviene de un vocablo alemán que
significa mala compañía. Para los babosos somos indeseables… pero ¡los
fascinamos! Y no es el único lugar donde no nos quieren: en Italia nos llaman
con una palabra derivada de réquiem… ¡Con lo que significa ese vocablo! ¡Qué de
mitos se forman para identificar a los diferentes! ¡Bah!, ni los tomamos en
cuenta. Nos tiene sin cuidado cómo nos nombren. Ni un ápice de remordimiento,
nos llamen como nos llamen. Somos así y siempre lo seremos, salvajes para ojos
extraños.
Cuando
empieza el encuentro, damos vueltas y vueltas; ellos al derredor de nosotras.
Con desplazamientos lentos, suaves, medidos para seleccionar a la más
apetecible a su parecer. Muestran lo mejor de sí mismos, son verdaderos machos:
fuertes, aguerridos y sagaces. Su conducta es impecable; su gallardía, suprema;
su anatomía, indescriptible; son ejemplo vivo de fuerza, de intensidad.
Giramos
en sentido opuesto y cuando alguno nos simpatiza, hacemos errática nuestra
dirección. Desde luego, eso forma otras ruedas que giran y giran en sentidos
opuestos a alguna de nosotras.
De
súbito, uno de ellos se lanza. Entonces vagamos juntos, si es el que esperamos.
Forcejeamos un poco para que reconozca nuestro beneplácito; si no lo es, con
toda la fuerza y hasta a mordidas lo alejamos. Cuando llega el esperado, el
encuentro es de lo más sublime.
El
elegido nos prende con toda la pasión de que es capaz. La resistencia es
ficticia solo para sentir más lo poderoso de su anatomía. Sí, quizá somos
masoquistas porque nos arrastran con toda su maravillosa fuerza hasta el mejor
rincón. Nos llevan con forcejeos. Bruscamente dejamos que nos tumben en el
lecho arenoso y allí nos zarandean con todo lo que tienen en su alma. Eso es
pasión. Las marcas en la piel llegan a durar toda la vida, pero el momento
sublime lo vale… lo vale y con creces.
Algunos
idiotas que nos observan aseguran que los nuestros tienen dos penes. Me río de
las imbecilidades. ¡Ya quisiéramos! ¡Es de lo que se vale para adosarnos! Las
estrellas de mar son testigos… pero también lo son las olas que nos mecen y los
cientos de pececillos que envidian toda la pasión expresada sin un ápice de
recato.
Todo
acaba… Como siempre, lo bueno dura muy poco. Después, los tiburones blancos nos
relajamos y dejamos que nos arrastre alguna de las múltiples corrientes de este
hermoso planeta que debía llamarse Mar.
EN CONCRETO… ARTISTAS CONSUMADAS
Soco Uribe
Las
ranas del Estanque de los Sueños ya se habían hecho famosas en la región,
debido a sus constantes presentaciones ante los demás animales, quienes las
catalogaban como artistas de gran calidad.
Durante
el día se ejercitaban practicando saltos de longitud y saltos de altura.
Realizaban malabares en las ramas de los árboles o se lanzaban al estanque
ejecutando piruetas casi olímpicas.
También, se saltaban sobre las hojas de los lirios y trataban de
equilibrar su peso para que estas flores acuáticas las sostuvieran sin
hundirse. Hacían pruebas para ver quién
atrapaba más insectos con la lengua.
Ponían a consideración de las demás ranas, sus artes del camuflaje para
ver quien tenía los matices más parecidos a los objetos que les pusieran
enfrente. Pero, lo que más las distinguía era que ideaban nuevos e ingeniosos
espectáculos para montarlos en sus futuras presentaciones.
Por
la noche, ensayaban sus cantos en un coro compuesto por decenas de
participantes quienes, a pesar de las continuas quejas de sus vecinos, deseaban
convertirse en artistas consagradas, lo cual las impulsaba a continuar
transitando por los caminos del arte sin importar las críticas.
Cada
vez que terminaba un evento, su vida regresaba a su tediosa rutina: comer y
dormir. En realidad, esto no las llenaba de alegría. Ellas habían nacido para ser artistas.
De
pronto un día, aparecieron en sus dominios decenas de hombres equipados con
extrañas máquinas. La tranquilidad del
Estanque de los Sueños, se volvió un infierno. El ruido y el daño que hacían
esos aparatos era terrible. Uno de ellos pasó varias veces por encima de las
plantas, las arrancó de raíz y las tragó de un bocado al abrir sus enormes
fauces. Otro de esos monstruos
mecánicos, con una enorme trompa como si fuese un elefante gigante, comenzó a
succionar el agua del estanque, eliminó el hábitat de las ranas, así como el de
la fauna y flora de la zona.
Los
asustados residentes del estanque corrieron a esconderse en los jardines de las
casas contiguas al sitio de la tragedia. Día con día, el estanque, que una vez
fue hermoso y lleno de vida, comenzó a transformarse en una horrible plancha de
concreto donde edificaron un centro comercial. Las ranas restantes emigraron
hacia otros lugares; aunque, el sitio con agua más cercano quedaba a varios
kilómetros de ahí. Ellas sabían cómo
llegar. Su instinto las conduciría hacia
otro espejo de agua. Pero sería una
jornada azarosa. Durante el largo camino y bajo el sol inclemente, murieron una
a una. Sus sueños de llegar a ser artistas consumadas, se esfumaron…en
concreto.
NUEVO AMIGO
Rosaura Tamayo Ochoa
Se
murió mi querido “Gordo”. Me quedé sin gato y con el deseo de no tener uno más
en mi vida. Sufrí tanto su pérdida, lloré mucho. Un día llegó una sobrina con
un gato blanco, sin ninguna gracia, que había encontrado en la calle. Sin
bigotes, flaco y mugroso. Me insistió tanto en que me lo quedara. Hice un
esfuerzo sobrehumano y le dije que sí. En la primera oportunidad busqué a una
persona que le gustaran los animales, para regalárselo. Acordamos que al día
siguiente se lo entregaría. Esa noche tuve un sueño extraño. Escuchaba que el
gato me hablaba muy seriamente y me decía que no quería irse de la casa, que
quería vivir conmigo. Al siguiente día le dije a la persona, con toda la pena,
que no le iba a regalar al gato porque él no quería irse.
Ahora
sé que ese gato fue un regalo a mi vida. Abraza mis manos cuando escribo. Se
acuesta en mi regazo mientras trabajo en la computadora, me acompaña cuando
salgo a la calle. Soy una mujer feliz acompañada de su gato “Peluso”, que
eligió el hogar donde vivir.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
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