MUJER VIRTUOSA
Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?
Porque su estima sobrepasa largamente a la de las
piedras preciosas...
Se levanta aun de noche y da comida a su familia y
ración a sus criadas...
Alarga su mano al pobre, y extiende sus manos al
menesteroso...
Fuerza y honor son su vestidura; y se ríe de lo por
venir...
Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está
en su lengua...
Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su
marido también la alaba...
Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas a
todas.
La Biblia.
Proverbios.
UN BAILE AL CIELO
Vicente Almanza Huerta
En
la terminal de autobuses de aquel pueblito junto al mar, Citlali se despedía de
su madre. Había decidido estudiar en una escuela de baile en la ciudad de
México. A pesar de que su padre no estaba de acuerdo.
─Bueno má, deme su bendición.
─Claro que si “mija”. Que Dios te
bendiga y te proteja. Échale muchas ganas. Ya sabes, siempre con una sonrisa mi
negrita.
La relación entre ellas era muy
estrecha. Todo le comunicaba. Doña Sofía como madre le daba consejos. Era su
apoyo y confidente. Por eso la despedida se hacía difícil. La besó en la frente
como el día en que nació. No pudiendo evitar las lágrimas.
─Por favor má, no llore. Voy a estar bien.
Les hablo cuando llegue.
Los meses pasaron y Citlali se entregó con
esmero a las clases de baile del Ballet folclórico nacional. Se había ganado la
simpatía de los profesores y de sus compañeros por ese carácter alegre y su
forma de hablar de la costa.
Durante un ensayo le hablaron por teléfono.
Era su papá.
─Bueno. ¿Mamá?
─No hija soy yo, tu papá. Tengo una mala
noticia pero...no sé cómo decirlo. Este…
─¡Por favor! ¡Dime qué pasó!
─Tu mamá tuvo un infarto. Se hizo todo lo
posible por salvarla, pero no se pudo. Hace una hora que falleció.
Entre dos compañeras sujetaron a Citlali,
que se golpeaba en el piso, estaba fuera de sí. Ya más calmada, volvió a tomar
el teléfono.
─Perdóname hija por no apoyarte a que te
vinieras a estudiar. Tu mamá siempre me hablaba de ti, que su negrita sería una
gran bailarina. Me decía que a los hijos hay que apoyarlos para que sigan sus
sueños, no retenerlos a la fuerza. Sé que fue muy difícil entrar a esa escuela
y no sé si puedas venir. Vengas o no, es tu decisión, además yo no te voy a
juzgar.
─Te quiero mucho papá. Dile a mis hermanos
que también los quiero. Voy a ver si me dan permiso.
Después
de colgar el teléfono, sintió una mano en su hombro. Era el director del
plantel.
─Citlali,
sentimos mucho lo de tu mamá. Pero como decimos en este ambiente, “el show debe continuar”. En unos días
volamos hacia Madrid a una gira por las principales ciudades europeas. Y tú,
como alumna destacada, estás en la lista.
Sentimientos encontrados. Por una parte,
quería estar al lado de su padre y sus hermanos, para consolarlos y despedir a
esa gran mujer que fue su madre y su amiga, que dio todo por ellos. Por otro
lado, ese sueño que alguna vez le contara a la autora de sus días, estaba a
punto de realizarse. Además, quería recordarla como siempre la vio, con una
sonrisa, no dentro de una caja.
En el avión iba recordando aquella canción
que aprendió en el jardín de niños y que se la cantaba a su madre:
“Volaré
volaré hasta el infinito volaré…
Después
seguía un pensamiento:
“Volarás
con tus propias alas, y si una noche te sorprende la tormenta, regresa al nido.
Yo te estaré esperando para cubrirte con mis alas”. Volaré volaré…
La
gira por Europa fue todo un éxito. Destacó la actuación de Citlali, que al
compás de la música, el movimiento de su falda, semejaban las olas del mar. Y
nunca dejó de sonreír.
Al
llegar a México, la entrevistaron, preguntándole a quien le dedicaba ese
triunfo.
─A una persona que empezó conmigo este sueño.
Que me impulsó a seguir adelante. Me defendió de las personas que decían que no
se podía, que era una locura, incluso de la misma familia. Sus palabras y
consejos me hicieron fuerte. Para una gran señora. Mi madre y mi amiga. La que
confió en mi y dijo que siempre sonriera a pesar de todo. Para ti mamá. Aquí está tu
negrita que no te falló.
INSPIRACIÓN
Arturo Grimaldo
Cuando
Dios pensó en mí, ya habían pasado
muchos años de haber terminado la obra más perfecta de la Creación. La mujer.
Él designó para mí -por amor-, a la
mejor mamá del mundo y para ello, primero debió imaginar cómo sería:
“Espero
que las demás personas sepan que para
amar a este niño, no podría haber otra mejor que ella, -dijo Dios-, cuando
terminó esta obra de arte.
Sin
duda, debe ser inteligente, valiente, y con una férrea decisión para enfrentar
los avatares de la vida, pues su hijo necesitará un ejemplo a seguir. Su
corazón debe estar lleno de esperanza, de fe y de amor, tanto, que no se agote
al momento de compartirlo con el más pequeño de sus varones, con sus hermanos y
con sus semejantes.
Por
eso y por todos los dones que le fueron dados, creo que fue capaz de amar tanto
a mi padre, como ninguna otra, de tal
forma que de ellos aprendí que la unión de marido y mujer es para siempre,
“hasta que la muerte se interponga entre uno y otro”.
“Quién
como Dios”, -dijo un viejito-, que en todo pensó al darme una madre trabajadora como pocas, generosa,
creyente como ninguna, y que nunca se opuso a la voluntad divina. Mi madre fue
una mujer que cambió sus lágrimas por
oraciones; que fortaleció su soledad con la lectura; que alimentó su alma con
la esperanza y que hizo alianza con su “Hacedor” para contarle sus penas.
Ella
fue quien me enseñó a esperar sobre toda esperanza. A perdonar, a descubrir que
soy débil y a dar en medio de la escasez.
De ella aprendí que hay prioridades: Lo divino, lo humano, lo superfluo.
En sus ojos vi su alegría de conocer a Dios en la inmensidad del mar y en el
canto de los niños. En cierta ocasión me visitó en Celaya y la llevé a un
concierto de navidad donde un coro de niños la hizo ponerse sentimental y
cuando le pregunté por qué lloraba me dijo: porque me imagino que así cantan
los ángeles en el cielo.
Cómo
no estar agradecido con esta mujer si hasta el último aliento de vida encomendó
a sus hijos a la Misericordia del
Altísimo. Cómo olvidar a quien en vida se preocupó por hacer de mí un hombre de
bien. Cómo no recordar a quien supo vivir feliz con lo poco que tenía, porque
sabía que eso poco lo necesitaba poco.
Cómo
no escribir para quien me dio ejemplo de dedicación y amor por el estudio. Cómo
no regalarle estas palabras que debí haberle repetido una y otra y otra vez…
¡Te quiero mucho, mamá! ¡Te amo!
Madre,
eres eterna, porque en mi corazón sigues viviendo. Madre, eres mi ejemplo
porque sigo imitando tus pasos, cuando intento aprender de las cosas supremas.
Madre, te extraño tanto como desde el primer día que te fuiste a la Casa
Paterna.
Madre,
sigues siendo el faro que ilumina mi camino, el manto que me cobija en el
invierno, el agua que calma mi sed de aventura, el bálsamo que cura mis heridas,
la voz de paz y de quietud en mis noches de angustia. Madre, desde un rincón de
la tierra, elevo mis súplicas por ti y pido para que tú pidas por mí; Alzo la
mirada para descubrirte en la inmensidad del cielo y cuando canto, pienso que
tú me escuchas.
Por
siempre llevarás el nombre de la Madre de todos los hombres y del misterio de las Tres Personas distintas y un
solo Dios. Hoy, sigo pensando que las palabras más sinceras que he escrito para
ti, fueron aquellas que pretendían construir un poema para ti y que aún sin
lograrlo, a ti te pareció hermoso, mismo que ahora te comparto de nuevo:
“Los
nueve meses que viví en tu vientre, fui cargado con amor. Déjame que en ti yo
encuentre alivio a mis penas… a mi
dolor. Nada más te importaba que verme reír en la cuna y si entre
lágrimas cantabas, hacías tu cómplice a la luna. Si más cansada estabas, más
fuerte parecías y al ocultarme tus penas, era la tristeza quien reía. Tu amor
hacia mí era desbordante, plena de amor y fantasía. No sabría cómo pagarte lo
que por tu hijo hacías. Ahora comprendo mejor, que conmigo siempre estás, que
es tan grande tu amor, que no se agota cuando das. Que este pensamiento vaya
como ofrenda de alabanza, por ti, madre ausente, cuya bendición me alcanza”.
No
quiero terminar nunca de escribir para ti, ni dejar de pensar en tu amor, sólo
quiero hacer un alto, en este intento de oración. Suba hasta ti mi pensamiento
como incienso de la tarde, y que tu regocijo celeste, jamás, jamás se acabe.
Hasta
luego, hasta el cielo.
¡Te
ama, Arturito!
AFORTUNADA
Soco Uribe
Queridas
hijas:
Tal vez se les haga extraño que en
el día de la madre yo les escriba una carta en lugar de que ustedes lo hagan
para mí; pero, tengo tantas ganas de decirles lo mucho que me han dado durante
todos estos años en los que las he tenido por hijas.
Desde el momento en que nacieron me
dieron la oportunidad de jugar a las muñecas con ustedes, al darles de comer,
bañarlas, cambiarlas y al pasearlas en su carriola. Además me dejaron aprender
las canciones más bonitas de Cri-Cri y luego me permitieron ser parte de su
coro y ballet. Lo más padre de todo era, que nadie criticaba a nadie y que las
tres nos sentíamos como estrellas consagradas.
Cuando crecieron un poquito más,
pude volver a vivir mi infancia pero de una manera más plena, ya que en mis
tiempos no la pude aprovechar mucho porque la vida me exigió crecer muy de
prisa. En su compañía, jugué a todo:
subí y bajé en las resbaladillas, me subí a los árboles, nadé, corrí, volví a
andar en bicicleta, en patines de ruedas y más tarde en patines de hielo, hice
castillos de arena, formé rompecabezas, jugué a la casita, a la comidita, a las
muñecas, rompí muchas piñatas y todo esto lo hice con el pretexto de enseñarles
esos juegos.
Poco después, comencé a repasar
todos los conocimientos básicos de primaria que, a decir verdad, muchos de
ellos ya los había olvidado; aprendí a jugar “maquinitas” y aunque el Nintendo
nunca fue mi fuerte, también me eché mis jugaditas; jugué pocker, aprendí a
coser para hacerles vestiditos a mis muñecas (que eran ustedes), vi todas las
películas de Walt Disney, pateé botes en la calle, rompí un vidrio con una
pelota (lo cual no me hubiera atrevido a hacer en mi infancia), volví a
recordar cómo bordar, hice dibujos, y no recuerdo que otras miles de cosas más.
En estas fechas, estoy disfrutando
la adolescencia de mi Angélica y la cercana despedida de la niñez de mi Mariana
y aún sigo aprendiendo algunas cosas de computación, temas sexuales, muchos
chistes nuevos (sobre todo de Zedillo), algunas formas de convivir con los
Scouts, los pasos de los nuevos bailes, las técnicas de natación las cuales,
gracias a la insistencia de Mariana, ahora estoy practicando en las clases para
adultos, aprendí a escribir en máquina en dos meses, por ganar una apuesta que
hice con Angélica, y tantas y tantas cosas que estoy volviendo a vivir gracias
a que ustedes son mis hijas y yo soy su mamá.
Si nos ponemos a resumir todo lo que
les acabo de decir podrán ver que la que les debe agradecer con toda el alma el
ser su mamá, soy yo. Y que la que ha
salido ganando después de todo también soy yo.
Gracias hijas por darme toda esta
felicidad día con día y ojalá que nunca dejen de ser como son.
Las
adora con toda el alma…MAMÁ
*Imágenes tomadas de internet:
Mural en Chicago
Pieta, de Miguel Angel Buonarroti
Ballet de Amalia Hernández
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