lunes, 2 de abril de 2018

LA CRUZ DONDE SE CUELGA EL DESALIENTO



LA CRUZ DONDE SE CUELGA EL DESALIENTO
-Poemas de Herminio Martínez-


“Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado.
No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor.”
Mateo 28:5-6. La Biblia

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ES EL HIJO DEL HOMBRE
Herminio Martínez


Es el hijo del hombre,
un haz de espinas ávidas le devoró la frente.

Al pie de una escalera estamos esperando
a que venga el mañana
a preguntar por ti para decirle
que te fuiste en agosto y que no has vuelto.

Aparte de mis pasos
¿quién más en esta casa ya habrá muerto?
Aún la tarde cuelga de ese palo.
Es en mis ojos un verbo amortajado,
ése que echa, al morir, polvo en el pecho.

Es miércoles carnívoro,
la cuaresma de codos en las hojas.
Jamás tanto dolor en la migraña,
jamás tanta solapa en el ministro,
leyéndole a los pobres su sentencia.

Es el hijo del hombre
con el cariño roto.
Está tan cerca que nos duele lejos.
Jamás su eternidad fue más mortal
cuando en el mundo lo parió la dicha.

Me asomo a la ventana,
escucho el grito
que aún anda con sus látigos
con los que nos azota cada agosto.

Mamá, a mi sufrimiento
ya  le ha crecido hierba
y no tengo hambre.

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SOL DE ESPINAS
Herminio Martínez


Aquí la vida es sólo piel con clavos
para que sangre el esqueleto
cuando lo abrace el frío
en este sol de espinas,
girándonos a cada uno
en la órbita del ojo,
escupiendo sus hoyos
sobre el dolor de una persona limpia
Soy pájaro muriéndome en un puño de hierro,
hombre, muchacho, esposo
hecho de estigmas en cada llamarada del teléfono.
Tal vez el diablo, que es enemigo del obispo
pero socio del Papa y su papada,
donde peina a sus niños y a sus ángeles.
¿A quién le duele el húmero donde mi sangre se ha sentado
con todo el corazón bañado en lágrimas?
Antiguas nubes rotas que mis antepasados presintieron.
Gota a gota esta música me roe,
gota a gota, a sus pasos,
que vienen de todas las raíces de la vida.

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Y ÉRAMOS AMBOS DIOSES
Herminio Martínez


Una mano de sol en la ventana,
la cuerda de un suspiro jalando aire.

A mano el sueño abre la puerta y saca
los últimos rincones, donde estuvo
tiritando de miedo o frío la noche.

Un olfato disperso que babea
y en mí, de ti, desudo se ilumina.

Cómo me miras tú cuando amanece.
Cómo me miras tú en cada palabra
que se pone la luz para observarme:

La playera con mares en sus límites,
la camisa que tiene verde el nombre.

Aquella cinta de colores de agua
con que la luna en Roma ató mi pulso.

Un lunar junto al pecho deletrea
lo que en libro de piel escribe tu alma.

El pantalón con hoyos en los pasos,
como si la mezclilla en ti llorara.

Aquél pequeño traje donde el cielo
se ajustó a las caderas de tu historia.

El cinturón para amarrar la música,
que entre el muslo y el vientre siempre canta.

Los zapatos a cuadros con lenguaje
y talones sin tela desde el mito
de Aquiles -rey de Pitia- hasta la uñas,
donde también el calcetín ha muerto.

Las suelas con el rostro ya cansado
de tanto ver los dedos de la planta.

Y éramos ambos dioses entre el mundo
y dos copas de besos, vidrios rotos.

Y  éramos ambos dioses en las calles
de la contemplación: charco de asombro.
Y éramos ambos dioses bajo el cóncavo
azul de la palabra que es el cielo.
Y éramos ambos dioses frente al trueno
de la cascada de frescura al hombro.



LA CRUZ DONDE SE CUELGA EL DESALIENTO
Herminio Martínez


La vida es este hogar
del que salimos a sembrar la ausencia,
ya viejos de las manos y los hombros
por arrastrar la noche a nuestros surcos,
y al regresar sangramos nuestro polvo
del color de la lengua del crepúsculo.

La eternidad royendo su fracaso
en el rincón donde la tarde duerme.

La vida es este ensayo
de sombra hasta el estómago del hambre,
de ternura hasta el pie de la zozobra,
de prójimo hasta el mal de la miseria,
de persona hasta el ámbito del luto,
de nostalgia hasta el hoyo de la duda,
de voz presente hasta en el peor discurso
de quienes fuman alabando su éxito.

La hora de almorzar sin su cocina,
un fogón donde está enterrado el fuego.
Es la roncha rascándose los niños,
la imagen de un abril sin aguaceros,
 la cruz donde se cuelga el desaliento,
las rocas que soñaron en mucha agua
cuando las visitaron los profetas.

A pesar de su imagen sin horcones,
no ha secado mis tomas de cariño.

Este camino tiene una esperanza
y a aquel café ya no le queda espíritu,
igual que a mí y que a todos
los que andamos buscándola entre espinas.

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PERDÓNAME EL INSOMNIO CARCOMIDO
Herminio Martínez


Perdóname, Señor, por darle un beso
al mísero en la flor de su negrura,
que a estas horas seguirá lloviendo.

Perdóname el insomnio carcomido,
con el que estoy aquí ante el aguacero.

Tal vez en esta tarde la gente se ha olvidado
que existen puertas,
que a veces hay que abrir para saber que existes.

Hay algunas especies de mi estirpe,
que, en su modo de ser, también querrían
colgarse, con un coágulo en la boca,
de la herida de tantos que te esperan.

¿Qué es lo que está caduco
entre esas puertas y el amor al prójimo?
¿Acaso la piedad ya se hizo anciana?
¿Acaso el sentimiento es puro diálogo?

El aire de la tarde huele a olvido,
su corazón es una telaraña.
El camino se ha puesto ya en alerta
por si alguien pasa con el alma en llanto,
a darle de beber a alguien su sombra.

Perdóname, Seños, por los que mueren,
perdóname, Señor, por los que nacen
al pie de los relojes, que, entre fúnebres
acordes, ya les dan su última hora.


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SEÑOR DE LA BONDAD Y EL SUFRIMIENTO
Herminio Martínez


1
Tu corazón en cárceles de espinas
levanta mil coronas de preguntas:
una por cada pueblo que a ti acude.

Señor de la bondad y el sufrimiento,
la creación y mis hijos resucitan
al probar tus renuevos comestibles.

En la cuaresma todos te conocen,
en el invierno salvas al ganado
con tus pencas que muchos le sancochan.

Algunos te desprecian a pedradas,
otros más te recortan el tamaño
con un golpe de palo o de machete.

Sin embargo tú ofreces la comida
de tus brazos a todos, sin fijarte
en las llagas abiertas de tu cuerpo.

Con tus manos le peinas a la aurora
el viento y bajo el sol te multiplicas 
en criaturas de pie que no se cuentan.
Muchos se ríen de ti porque eres pobre,
humilde cactus, como las personas
sin ninguna esperanza en otra especie.
2
Me gusta tu humildad que se entretiene
en consolar a las personas graves
que han sido relegadas por lo sórdido.

Me gusta la estatura de tu súplica
a  un dios, al aire, al tiempo, de que llueva,
para que los hijos del esfuerzo
puedan también servirse de otras cosas.

El hombre pobre aquí no tiene a nadie,
más que la noche en vela junto al ala
en que la nada empolla su vacío.
Oh prodigiosa sencillez
de labios con que da besos la dicha
de no ser superior ni husmear la gloria
que a algunos desvincula del espíritu
y los convierte en huérfanos del alma.

Oh amigo, como siempre, del que llora
en pos de su destino que comienza
en un hogar con padres que han comido
sólo deseos la víspera y ahora
también buenos deseos y ninguna ave.

Oh arrecife de pliegues familiares,
parado historiador de tantos huérfanos,
permíteme cerrar un día tus párpados.
Le has dado de comer a tantos niños
de los que aquí nacieron olvidados.
Se carcajea la luz de las ciudades
y el resplandor del foco, que ilumina
los pasos con corbata del gobierno,
también anda borracho entre columnas.

Sólo tú y yo, mayores de las lágrimas,
vamos a ver pasar al que cojea:
una oportunidad ya sin sus húmeros,
el eco de una risa ilusionada,
la razón en harapos de algún hombre,
que le dio a un redentor su fe y la última
moneda natural de su decoro.

Oh prodigiosa sencillez, que lame
la hectárea en que la ausencia da semillas.
Cumbre donde la tarde busca ansiosa
debajo de las piedras, desangrándose.

Muerto de hambre el deber también camina
a buscar el sustento de sus hijos
con la oscuridad por atavío,
y cuando sale el sol, que caza montes,
lo pone ante tus brazos de agua triste
pero roja y profunda como el gusto
de conocer tan suculentas dádivas.
3
Mucho cuidado, amigos, con nombrarlo
en voces que le manchen lo que ha sido
en la biblioteca de las plantas.
Es el vergel donde aletea el estío
como un ángel portando la corona
con que le ciñe lluvias en las sienes.
La ley de la bondad peinando zarzas
que con pelo de espinas se le acercan
y él las acoge con estilo humano.
Pero también el día a todo galope
se ve salir por el portón del alba
a presentarle un húmedo saludo
y posesionarse del entorno
para ahuyentarle nieblas vengativas.
Es el libro de todos los que vienen
heridos de no hallar cómo buscarse
por orden alfabético en la vida.
La página final que conocemos
después de mucho ver un nombre escrito
en el diccionario de la duda.
Aquí se vuelve narrador el hombre
y poeta de sangre entre dos plumas.
Porque blanco, el espíritu del árbol,
Le dicta vuelos que jamás ha visto.
Cuidado con los cuervos y los buitres,
aves que comen vísceras del alma.
Los envidiosos tienen su prestigio
fundado en la carroña que es la estatua,
que los ve de reojo como a príncipes.
Cuidado con aquellos que presentan
bajo forros de luces un lenguaje,
pero al final pronuncian cosas sucias
para manchar lo que es tan impoluto.
Es blanco el corazón de los que saben
amar en la extensión del sufrimiento,
como este árbol del monte, que ha vivido
a pie entre rocas, enfrentando el hacha
que viene con un hombre de la mano
y le corta dos ramas, le hace un ojo
para que vea cómo le harán ceniza
los miembros blancos a la luz, que es plata
más de su herido cuerpo que de luna.
Por eso, amigos, no hablen lo que duele
a la orilla del lago de sus lágrimas.
Alejen las gallinas de su tronco,
antes de que hagan lodo en su ramaje.
Antes de que les dé poner un huevo
como se pone un mundo de inmundicia.

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