LA CRUZ DONDE SE CUELGA EL DESALIENTO
-Poemas de Herminio Martínez-
“Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No
temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado.
No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid,
ved el lugar donde fue puesto el Señor.”
Mateo
28:5-6. La Biblia
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ES
EL HIJO DEL HOMBRE
Herminio
Martínez
Es
el hijo del hombre,
un
haz de espinas ávidas le devoró la frente.
Al
pie de una escalera estamos esperando
a
que venga el mañana
a
preguntar por ti para decirle
que
te fuiste en agosto y que no has vuelto.
Aparte
de mis pasos
¿quién
más en esta casa ya habrá muerto?
Aún
la tarde cuelga de ese palo.
Es
en mis ojos un verbo amortajado,
ése
que echa, al morir, polvo en el pecho.
Es
miércoles carnívoro,
la
cuaresma de codos en las hojas.
Jamás
tanto dolor en la migraña,
jamás
tanta solapa en el ministro,
leyéndole
a los pobres su sentencia.
Es
el hijo del hombre
con
el cariño roto.
Está
tan cerca que nos duele lejos.
Jamás
su eternidad fue más mortal
cuando
en el mundo lo parió la dicha.
Me
asomo a la ventana,
escucho
el grito
que
aún anda con sus látigos
con
los que nos azota cada agosto.
Mamá,
a mi sufrimiento
ya le ha crecido hierba
y no
tengo hambre.
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SOL
DE ESPINAS
Herminio
Martínez
Aquí
la vida es sólo piel con clavos
para
que sangre el esqueleto
cuando
lo abrace el frío
en
este sol de espinas,
girándonos
a cada uno
en
la órbita del ojo,
escupiendo
sus hoyos
sobre
el dolor de una persona limpia
Soy
pájaro muriéndome en un puño de hierro,
hombre,
muchacho, esposo
hecho
de estigmas en cada llamarada del teléfono.
Tal
vez el diablo, que es enemigo del obispo
pero
socio del Papa y su papada,
donde
peina a sus niños y a sus ángeles.
¿A
quién le duele el húmero donde mi sangre se ha sentado
con
todo el corazón bañado en lágrimas?
Antiguas
nubes rotas que mis antepasados presintieron.
Gota
a gota esta música me roe,
gota
a gota, a sus pasos,
que
vienen de todas las raíces de la vida.
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Y
ÉRAMOS AMBOS DIOSES
Herminio
Martínez
Una
mano de sol en la ventana,
la
cuerda de un suspiro jalando aire.
A
mano el sueño abre la puerta y saca
los
últimos rincones, donde estuvo
tiritando
de miedo o frío la noche.
Un
olfato disperso que babea
y en
mí, de ti, desudo se ilumina.
Cómo
me miras tú cuando amanece.
Cómo
me miras tú en cada palabra
que
se pone la luz para observarme:
La
playera con mares en sus límites,
la
camisa que tiene verde el nombre.
Aquella
cinta de colores de agua
con
que la luna en Roma ató mi pulso.
Un
lunar junto al pecho deletrea
lo
que en libro de piel escribe tu alma.
El
pantalón con hoyos en los pasos,
como
si la mezclilla en ti llorara.
Aquél
pequeño traje donde el cielo
se
ajustó a las caderas de tu historia.
El
cinturón para amarrar la música,
que
entre el muslo y el vientre siempre canta.
Los
zapatos a cuadros con lenguaje
y
talones sin tela desde el mito
de
Aquiles -rey de Pitia- hasta la uñas,
donde
también el calcetín ha muerto.
Las
suelas con el rostro ya cansado
de
tanto ver los dedos de la planta.
Y
éramos ambos dioses entre el mundo
y
dos copas de besos, vidrios rotos.
Y éramos ambos dioses en las calles
de
la contemplación: charco de asombro.
Y
éramos ambos dioses bajo el cóncavo
azul
de la palabra que es el cielo.
Y
éramos ambos dioses frente al trueno
de
la cascada de frescura al hombro.
LA
CRUZ DONDE SE CUELGA EL DESALIENTO
Herminio
Martínez
La
vida es este hogar
del
que salimos a sembrar la ausencia,
ya
viejos de las manos y los hombros
por
arrastrar la noche a nuestros surcos,
y al
regresar sangramos nuestro polvo
del
color de la lengua del crepúsculo.
La
eternidad royendo su fracaso
en
el rincón donde la tarde duerme.
La
vida es este ensayo
de
sombra hasta el estómago del hambre,
de
ternura hasta el pie de la zozobra,
de
prójimo hasta el mal de la miseria,
de
persona hasta el ámbito del luto,
de
nostalgia hasta el hoyo de la duda,
de
voz presente hasta en el peor discurso
de
quienes fuman alabando su éxito.
La
hora de almorzar sin su cocina,
un
fogón donde está enterrado el fuego.
Es
la roncha rascándose los niños,
la
imagen de un abril sin aguaceros,
la cruz donde se cuelga el desaliento,
las
rocas que soñaron en mucha agua
cuando
las visitaron los profetas.
A
pesar de su imagen sin horcones,
no
ha secado mis tomas de cariño.
Este
camino tiene una esperanza
y a
aquel café ya no le queda espíritu,
igual
que a mí y que a todos
los
que andamos buscándola entre espinas.
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PERDÓNAME
EL INSOMNIO CARCOMIDO
Herminio
Martínez
Perdóname,
Señor, por darle un beso
al
mísero en la flor de su negrura,
que
a estas horas seguirá lloviendo.
Perdóname
el insomnio carcomido,
con
el que estoy aquí ante el aguacero.
Tal
vez en esta tarde la gente se ha olvidado
que
existen puertas,
que
a veces hay que abrir para saber que existes.
Hay
algunas especies de mi estirpe,
que,
en su modo de ser, también querrían
colgarse,
con un coágulo en la boca,
de
la herida de tantos que te esperan.
¿Qué
es lo que está caduco
entre
esas puertas y el amor al prójimo?
¿Acaso
la piedad ya se hizo anciana?
¿Acaso
el sentimiento es puro diálogo?
El
aire de la tarde huele a olvido,
su
corazón es una telaraña.
El
camino se ha puesto ya en alerta
por
si alguien pasa con el alma en llanto,
a
darle de beber a alguien su sombra.
Perdóname,
Seños, por los que mueren,
perdóname,
Señor, por los que nacen
al
pie de los relojes, que, entre fúnebres
acordes,
ya les dan su última hora.
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SEÑOR
DE LA BONDAD Y EL SUFRIMIENTO
Herminio
Martínez
1
Tu
corazón en cárceles de espinas
levanta
mil coronas de preguntas:
una
por cada pueblo que a ti acude.
Señor
de la bondad y el sufrimiento,
la
creación y mis hijos resucitan
al
probar tus renuevos comestibles.
En
la cuaresma todos te conocen,
en
el invierno salvas al ganado
con
tus pencas que muchos le sancochan.
Algunos
te desprecian a pedradas,
otros
más te recortan el tamaño
con
un golpe de palo o de machete.
Sin
embargo tú ofreces la comida
de
tus brazos a todos, sin fijarte
en las
llagas abiertas de tu cuerpo.
Con
tus manos le peinas a la aurora
el
viento y bajo el sol te multiplicas
en
criaturas de pie que no se cuentan.
Muchos
se ríen de ti porque eres pobre,
humilde
cactus, como las personas
sin
ninguna esperanza en otra especie.
2
Me
gusta tu humildad que se entretiene
en
consolar a las personas graves
que
han sido relegadas por lo sórdido.
Me
gusta la estatura de tu súplica
a un dios, al aire, al tiempo, de que llueva,
para
que los hijos del esfuerzo
puedan
también servirse de otras cosas.
El
hombre pobre aquí no tiene a nadie,
más
que la noche en vela junto al ala
en
que la nada empolla su vacío.
Oh
prodigiosa sencillez
de
labios con que da besos la dicha
de
no ser superior ni husmear la gloria
que
a algunos desvincula del espíritu
y
los convierte en huérfanos del alma.
Oh
amigo, como siempre, del que llora
en
pos de su destino que comienza
en
un hogar con padres que han comido
sólo
deseos la víspera y ahora
también
buenos deseos y ninguna ave.
Oh
arrecife de pliegues familiares,
parado
historiador de tantos huérfanos,
permíteme
cerrar un día tus párpados.
Le
has dado de comer a tantos niños
de
los que aquí nacieron olvidados.
Se
carcajea la luz de las ciudades
y el
resplandor del foco, que ilumina
los
pasos con corbata del gobierno,
también
anda borracho entre columnas.
Sólo
tú y yo, mayores de las lágrimas,
vamos
a ver pasar al que cojea:
una
oportunidad ya sin sus húmeros,
el
eco de una risa ilusionada,
la
razón en harapos de algún hombre,
que
le dio a un redentor su fe y la última
moneda
natural de su decoro.
Oh
prodigiosa sencillez, que lame
la
hectárea en que la ausencia da semillas.
Cumbre
donde la tarde busca ansiosa
debajo
de las piedras, desangrándose.
Muerto
de hambre el deber también camina
a
buscar el sustento de sus hijos
con
la oscuridad por atavío,
y
cuando sale el sol, que caza montes,
lo
pone ante tus brazos de agua triste
pero
roja y profunda como el gusto
de
conocer tan suculentas dádivas.
3
Mucho
cuidado, amigos, con nombrarlo
en
voces que le manchen lo que ha sido
en
la biblioteca de las plantas.
Es
el vergel donde aletea el estío
como
un ángel portando la corona
con
que le ciñe lluvias en las sienes.
La
ley de la bondad peinando zarzas
que con
pelo de espinas se le acercan
y él
las acoge con estilo humano.
Pero
también el día a todo galope
se
ve salir por el portón del alba
a
presentarle un húmedo saludo
y
posesionarse del entorno
para
ahuyentarle nieblas vengativas.
Es
el libro de todos los que vienen
heridos
de no hallar cómo buscarse
por
orden alfabético en la vida.
La
página final que conocemos
después
de mucho ver un nombre escrito
en
el diccionario de la duda.
Aquí
se vuelve narrador el hombre
y
poeta de sangre entre dos plumas.
Porque
blanco, el espíritu del árbol,
Le
dicta vuelos que jamás ha visto.
Cuidado
con los cuervos y los buitres,
aves
que comen vísceras del alma.
Los
envidiosos tienen su prestigio
fundado
en la carroña que es la estatua,
que
los ve de reojo como a príncipes.
Cuidado
con aquellos que presentan
bajo
forros de luces un lenguaje,
pero
al final pronuncian cosas sucias
para
manchar lo que es tan impoluto.
Es
blanco el corazón de los que saben
amar
en la extensión del sufrimiento,
como
este árbol del monte, que ha vivido
a
pie entre rocas, enfrentando el hacha
que
viene con un hombre de la mano
y le
corta dos ramas, le hace un ojo
para
que vea cómo le harán ceniza
los
miembros blancos a la luz, que es plata
más
de su herido cuerpo que de luna.
Por
eso, amigos, no hablen lo que duele
a la
orilla del lago de sus lágrimas.
Alejen
las gallinas de su tronco,
antes
de que hagan lodo en su ramaje.
Antes
de que les dé poner un huevo
como
se pone un mundo de inmundicia.
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