LOS PORMENORES DE LA VIDA
Carlos
Alberto Macías vive en Londres. Es compañero del Diezmo de Palabras desde hace
varios años, cuando aún vivía en Celaya y era estudiante de alta cocina. Tocaba
la batería por las tardes, en el andador Corregidora, junto a un compañero bajista
y ofrecían un concierto de Jazz al público que a veces pasaba de manera
indiferente y en otras ocasiones disfrutaba de manera gratuita el altruismo
cultural de Alberto. Su búsqueda de espacios para desarrollar sus inquietudes
lo llevaron trabajar en las frías regiones de Canadá, en un campamento donde su
habilidad como Chef le permitió destacar y prepararse para la gran aventura de
viajar a bordo de un crucero y darle vuelta a los océanos, siempre con la
consigna de preparar alimentos internacionales con un toque mexicano. De ahí
salió su primer libro, que fue galardonado con el premio al mejor libro de
cocina y anécdotas de viaje como “ópera prima”.
En
esta ocasión nos comparte un texto introspectivo, bucólico, con el bagaje
cultural de quien se ha vuelto ciudadano del mundo.
Joselo
Marinozzi vive en Rosario, Argentina, es un fecundo escritor de historias. Su
participación dentro del Diezmo de Palabras a través del FB ha enriquecido los
contenidos y son siempre gratamente recibidas sus aportaciones. Con generosidad
comparte lo que nace de su pluma y en esta ocasión hacemos lo propio al
compartir algo de nuestro compañero argentino en este espacio que nos brinda El
Sol del Bajío. Vale.
Julio
Edgar Méndez
UNA
MUJER EN BRUJAS
Carlos
Alberto Macías
Si
la encuentras. Si la miras y la dejas ser, que camine, que encuentre lo que
está buscando. Si los árboles dejan de moverse y arrinconan al viento desde
kilómetros atrás con extraños sentimientos, con armonías que el agua en el
canal toca con los ojos y boca cerrada, sin engañar al ruido pero negando que
sabe de música. Si la ves desde lejos con su cara limpia y sus ojos grandes, su
cuello metido en el abrigo y las manos en las bolsas. Si la observas deteniendo
todo tu cuerpo, todo tú, tú solo, con lo que puedas, como sea, sólo hazlo, no
importa lo que tome, no importa si tienes que clavar tu alma al suelo, quédate
ahí, en la calle, junto al semáforo detrás del carro estacionado, en la
realidad. Sea como sea, quédate en la realidad esta vez. Deja que las ramas
altas, a metros y metros del suelo hagan como que no conocen al viento y lo
dejen caer, no se sabe por qué pero hoy lo desconocen, hoy no quieren jugar con
él. El sube y baja del agua, se mueve a la izquierda y derecha, se escurre más
y menos rápido entre las esclusas y desniveles de su fondo, formando mini ríos,
cascaditas, casi remolinos, llevando hojas secas consigo, tarareando tan lindo,
pero nadie le puede decir, nadie se lo puede celebrar porque entonces le da
pena, se avergüenza y se destruye, se convierte todo en desastre. De una
sinfónica acuática se convierte en desastre. Tú quédate ahí, justo donde estás,
que ella sigue su camino, sola. Por favor, que vaya sola, por lo que más
quieras, que el dolor ya así es demasiado, que si está acompañada se te va a
olvidar respirar y te vas a colapsar en el infinito de la soledad. Calma, ya
casi acaba, ya casi pasa. Si dejas que tu corazón palpite dentro de tu abrigo,
no lo abras, que si lo haces se va a abalanzar a ella, y no lo vas a poder
detener, sabes bien que no. Si la dejas que doble por el puente y te dé la
espalda, sin saber que te da la espalda porque no te ha visto. Si la dejas que
se aleje ahora. Y suspiras profundo, te recargas en la pared, para que la vida
vuelva, para que regreses a ti, anda, regresa a ti mismo. Hazlo y luego mira a
los árboles sin humor el día de hoy, quién sabe qué les dijo la mañana, o la
noche anterior, o la nieve que apenas ahora para de caer, que hoy prefieren ser
estoicos y dejar los juegos para otros, hoy prefieren escuchar al agua en el
canal, hacer lo que hace. Ella sí que no se puede detener, no sabe por qué, no
tiene idea cómo es que acaba siempre haciendo melodías. Dice que es inquieta,
no sabe que tiene imaginación, no se le ocurre que tiene talento. Si la dejas
que se pierda en la calle y se haga pequeña en la distancia, hasta que dejes de
escuchar el sonido de los tacones de sus botas contra la banqueta. Si logras
ignorar la duda que tienes de si aún no te quiere ver, desde que te dijo que ya
no te podía ver. Si te concentras en el miedo de ofenderla, de exprimir su
paciencia y dejar de ser un recuerdo lindo en su memoria, para convertirte en
otro ogro más que le haga perder fe y pensar menos de los hombres. Si hoy,
aunque sea sólo hoy puedes quedarte así, sereno, aceptar que la vida te
presenta tu destino, y le das un descanso a tu voz. Si puedes dejar que pase
este día, si puedes hoy no preguntarle a los árboles -ya casi sin hojas-
reposando del viento, qué te dicen, ya sabes qué te dicen. Igual que el agua en
el canal te dijo ayer, indiferente al frío, risueña, llena de vida e incapaz de
ocultarlo. Si les dices que hoy es mejor así, tal vez sea mejor así. Que uno
sólo tiene una segunda oportunidad en las historias de fantasía. Si lo haces
así, viéndola vivir su vida, lejos de ti, nunca te lo vas a perdonar. Así
que, ¿qué estás esperando?
MI
MEJOR AMIGO
Joselo Marinozzi
Nuestras
charlas con Néstor divergían en diferentes caminos pero todos estos nos
depositaban indefectiblemente en uno, el primordial, por lo menos para él:
Karen y su relación con ella, aunque debo admitir que tanto hablar de lo mismo
con el tiempo me hice adicto al tema. A Néstor lo conocí en Neuquén allá en los
casi ’90,. era una época loca mía (como si ahora no). Cuando llegué a cenar al
Restaurant del Boulevard, unos amigos y Néstor, que era amigo de ellos, ya
estaban sentados y catando un vino mientras esperaban. Tras los saludos de
rigor y las presentaciones respectivas llegó el mozo a levantar la orden.
Cuando Néstor, al requerimiento del mozo por saber si la tortilla de papas la
quería jugosa o a punto, le contestó sin inmutarse: “Me es inverosímil”, y acto
seguido el mozo se marchó tratando de dilucidar la respuesta de Néstor, yo supe
que de alguna manera ese tipo iba a ser mi amigo para siempre más aun cuando mi
otro amigo comenzó a llamarlo por su apodo: Maestro.
Néstor
era en ese entonces un cuarentón largo, soltero y con una presencia que no
permitía ver ni entre líneas que era un tipo de avería, una mentira ambulante,
esos seres maravillosos que uno pocas veces se topa en la vida. Era un
farsante, un vende humo pero inofensivo, ahora se diría “con códigos”, le sacaba
a todos pero especialmente a los que le sobraba o plata o estupidez. Alma mater
de cualquier fiestucha a la que fuese invitado. Era del talle de los que no le
cierra el saco nunca por poco, canoso con mucho pelo, elegante y tenía una
mueca, pestañeaba seguido, seguramente en los tiempos de fumador lo hacía sin
quitarse el cigarro de la boca. Siempre tenía una historia para cada situación
y con el tiempo noté que el que se había robado una monja del convento bajo
promesas de amor eterno, era el mismo que mató a un oso pardo en plena calle
Florida de Buenos Aires o el propietario de la casa de apuestas en donde él
había oficiado de partero a una mujer que mientras gritaba “¡Loba!” en la mesa
de juego, pedía: “Hagan callar a ese pendejo”, refiriéndose a su hijo recién
nacido y así. Un rey. En ese entonces Néstor vendía televisión por cable a la
madrugada en los boliches que visitaba en busca de Whisky y amor.
A
los pocos días de conocernos me habló por primera vez de Karen y me mostró la
única foto que poseía de ella. Era muy bonita a pesar de que la foto había sido
tomada en un tugurio en el que ella trabajaba de copera y creo que hacía algún
tipo de show. La picardía en los ojos de Néstor daba paso a la melancolía por
ese amor que, según sus palabras, pronto recuperaría. Me contó que cuando la
conoció ahí en el boliche, Karen lo cautivó con su triste y hermosa mirada, que
tiempo después y tras varias conversaciones regadas con destilado de maíz se
enamoró locamente de ella. Habían acordado: ella dejar de trabajar allí y él
comenzar a hacerlo para poder empezar una vida juntos, pero lamentablemente por
un problema que tuvo, del cual no quería yo saber ni él hacerme conocer,
abandonó repentinamente Bs As y aterrizó en Neuquén esperando que mejorara “la
situación” y volver por ella. Tanto, tanto me habló Néstor de Karen que ya
creía que era mi amiga y hablábamos de ella como si estuviera con nosotros. Una
noche Néstor sacó un paño y dentro de éste había una cadena de oro ¿de oro? Con
Néstor no había seguridad y una medalla que decía Karen. Debo admitir que
supuse que poco tiempo antes otro nombre relucía sobre la medalla. “Esto es
para ella”, me aseguró. “Es una mujer única y pronto la voy a buscar”, replicó
y me alegré por él, por ellos. Esa noche mientras íbamos por el cuarto o quinto
whiscacho (cada uno) se recostó sobre la barra y supe que algo andaba más que
mal. El ataque al corazón solo le permitió darme la cadena que tenía en el
bolsillo del saco. Mi promesa de que se la llevaría a Karen no necesitó de su
pregunta oral, leí la intención en sus ojos. Había vivido solo casi toda su
vida pero murió con un amigo sosteniendo su mano y dispuesto a sostener la promesa
que no hizo obligado más que por la amistad misma.
Me
llevó casi cuatro meses estar listo para cumplir mi promesa. El avión a Bs.
Aires lo tomé a la noche temprano y en pocas horas estaba en Aeroparque. Era
sábado a la noche cuando llegué a Capital y se me ocurrió que si había un
horario adecuado para encontrar a Karen, era ése. Le pregunté al tachero si
conocía el boliche y se dio vuelta, me miró con una sonrisa cómplice y expresó:
“Me extraña papá”. Ahí estaba yo entrando al club nocturno. Ni bien traspuse la
puerta, la vi, era más, muchísimo más de lo que Néstor me había dicho. Una
esbelta pelirroja de cabellos rizados y aire europeo. Sentada en la barra con
sus largas piernas cruzadas parecía más una modelo de la Belle Epoque, que una
chica que invita copas en una boîte. Me acerqué y al comprobar que estaba sola
(en ese momento) me senté junto a ella, retiré la cadena y la coloqué frente a
sus ojos, en la barra del bar y le dije que era de Néstor para ella. Ni bien le
relaté la suerte que su amado había corrido, mi pañuelo comenzó a secar sus
lágrimas que casi me atrevía asegurar que eran tan esmeraldas como sus ojos.
Parecía que el amor de ella por Néstor y el de él por ella era tan real como me
había sido relatado y sentí alivio, ya había cumplido mi promesa.
Karen
me pidió vernos en otro lugar para que le cuente los pormenores de la vida de
Néstor en Neuquén. El domingo al atardecer nos vimos en una plaza y luego la
invité a cenar. No solo era agradable a la vista, Karen era una mujer culta y
sabía sostener una conversación sin que decayera la emoción de estar allí. Me
preguntó si nos volveríamos a ver y yo le respondí que al otro día volvería a
Neuquén. También, si habría lugar para ella en esa ciudad y yo le aseguré que
sí. Mantuvimos comunicación por varios meses mediante el teléfono y en Enero de
1992 llegó a Neuquén. Yo la esperaba en la terminal de ómnibus y cuando nos
vimos, nos besamos y abrazamos como en las novelas. Yo alquilaba una casa cerca
de la Avenida Argentina y ella aceptó ser mi huésped. Ese día la llevé a
conocer mis lugares y cenamos en el restaurante en el que había conocido a
Néstor. Si algo había aprendido de Néstor era a ser caballero y esa noche le
cedí mi habitación a Karen para que descansara. A eso de las 10 de la mañana me
despertó sentada en el sillón en el cual yo todavía descansaba, con café
caliente amargo y unas tostadas recién hechas. “No sé si es el mejor momento
para decirlo pero me enamoré de vos”, me confesó sin ninguna vergüenza y yo
hice lo mismo, estaba loco de amor por ella. Néstor me había dirigido sin
quererlo hacia el amor, ahora comprendía, esta mujer era capaz de volver loco a
cualquier hombre.
Esa
noche cenamos en casa y antes de acostarnos fue al baño a arreglarse, a ponerse
cómoda. Mi emoción me hacía sentir como un adolescente inexperto a pesar de
haber tenido demasiadas relaciones amorosas pero ahora era diferente, por
primera vez sentía esto. Creí estar enamorado anteriormente pero estaba
equivocado. Desde el baño me pidió algo que no entendí y al abrir la puerta
allí estaba rojiza y hermosa con el cabello sobre sus pechos aterciopelados
mirándome con una inocencia que sabía que no correspondía pero que quise
asimilar sin miramientos. Bajé la mirada y la sensación de profundo
apasionamiento dio paso a algo desconocido. Seguí mirando, tratando de entender
pero las ganas de vomitar subieron sin permitirme razonar y apenas llegué al
inodoro. Su mano sobre mi cabeza acariciándome y diciéndome que todo iba a
estar bien, de algún modo me calmó. Recordé a Néstor diciéndome una y otra vez
lo especial que era Karen, que no había otra como ella y ahora entendía
cabalmente lo que me quiso decir.
Llevamos
casi diez años juntos y todavía me arrepiento de esa reacción mía hacia ella.
Nos fuimos de Neuquén para no dar que hablar pero esa ciudad siempre va a estar
en mi corazón. Me permitió conocer a mi amor diferente, quien diría. Jamás me
voy a arrepentir de haber cumplido la promesa hecha a Néstor. Cada tanto los
dos miramos la cadena y recordamos a éste gran amigo, el maestro. Vaya
que lo era.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
**Imagen de Giovanni Boldini, Treccia bionda, 1885, oil on canvas.
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