Hagamos huesos viejos, juntos…
Enrique R. Soriano Valencia
Jorge
Luis Borges tiene un poema muy singular, pero significativo sobre lo fortuito
de la vida. Inicia enunciando las cosas más disímbolas («…las arenas del
Ganges, Lao Tse y la mariposa que le sueña, la lámpara de Diógenes...») y
después de todo ese contraste, remata diciendo «...se requirieron de todas esas
cosas para que tu mano y la mía se estrecharan».
Así
se escribe la vida: los acontecimientos más alejados —en tiempo y lugar—, se
conjugan para dar un suceso que nos afecta y la forma de responder a ellos, da
a nuestra vida un giro que nos marcará por siempre...
Es
realmente por ello extraña la vida. Se desarrolla sin tomarnos en cuenta, salvo
en el último momento. Es tan vertiginosa que cuando uno quiere detenerse a
pensar un poco, toda ya ha transcurrido y sólo nos corresponde sacar el mejor
provecho, en el mejor de los casos. Ni siquiera puede uno, en momentos,
contabilizar bien y a ciencia cierta lo pasado. El tiempo es la única variable
que nos permite la perspectiva.
Con
varios años de casado, todavía me sorprendo cómo ocurrió todo. Me siento
orgulloso de mi matrimonio. Emilia es una mujer sin igual. Han sido grandes
años. Pero es tiempo de considerar todo lo que estuvo en juego para casarnos
Emilia y yo el 10 de mayo de 1983. Una y mil coincidencias. Muchas variables y
posibilidades se presentaron —unas cercanas y otras lejanas—, pero todas ellas
remataron en Madrid en esa fecha (o quizá, allí dieron inicio otras muchas
más).
No
sé por dónde empezar. No puedo dejar de reconocer (¿o responsabilizar?) todo lo
sucedido que moldeó mi personalidad con decisiones que ahora veo como
favorables. Para obviar espacio habré de pasar por alto muchos puntos
importantes...
Trabajaba
para el noticiero Teletipo en la XEB, La B grande de México. Fue el trabajo
ideal para quien estudió Periodismo. Dirigía por entonces el noticiario. Ahí
conocería a Soledad Cano, periodista española, corresponsal de Cambio 16. La
llevó un muchacho que hacía servicio social. Debo confesar que no le presté
mucha atención pues el tiempo para «salir al aire» se venía encima. Fue tan
efímera para mí que al día siguiente ya la había olvidado.
Un
mes después sucedió el trágico episodio de la embajada de España en Guatemala
(31 de enero de 1980): treinta y un campesinos del Departamento del Quiché, en
Guatemala, fueron brutalmente asesinados, junto con funcionarios de la misión
diplomática y persona que por alguna razón estaban en el inmueble.
Mi
despiste sobre Soledad, quien fuera testigo de todo, me impidió reparar en que
la información llegada a nuestro teletipo venía con su crédito. Usé la
información porque era de primera mano y tanto Proceso como Canal 13 también la
emitían. Yo no sabía por qué contaba con tan excelente material (a ningún otro
medio le llegaba). En periodismo la mala memoria y dejar de ser observador no
tienen cabida (ahí lo aprendí).
Por
fortuna el muchacho que nos presentó nos vinculó nuevamente. Será objeto de
otra historia narrar el libro que de ahí derivó, gracias a que le facilité
contactos para una investigación más profunda.
Fue
así como empezamos una gran amistad. Fue Soledad quien me presentó a Tere, la
hermana de Emilia. Ella vivía con otros funcionarios de la embajada española.
Aquellos
hispanos me invitaban a su casa cuando llegaba algún pariente o amigo de España.
El motivo era comentar sobre México: costumbres, música, folclore, comida
típica, cultura prehispánica o simplemente les recomendáramos a dónde ir. Para
mí siempre era motivo de orgullo... ¿a quién no gusta hablar de su tierra?
Conocí,
incluso, tiempo antes a quienes serían mis cuñados. Pero no faltó mucho tiempo
para tocar el turno a la única hermana de Tere que no conocía: Emilia.
Como
sucedía regularmente, me encontraba en la oficina. Recibí el telefonema de Sol:
«Está otra hermana de Teresa, para que charles con ella», me explicó. Así, con
esas palabras, comenzó lo que terminaría con una boda.
Al
llegar a casa de Tere no había algo anormal. Soledad, con quien llegué, se
enfiló a la recamara y yo me planté con los otros frente al televisor a ver las
noticias.
Transcurría
el tiempo y nada variaba...
«¿Tendrán
una naranja?», finalmente pregunté después de un buen rato. Y característico
del temperamento español, recibí por respuesta: «Sí, en la cocina. Anda,
bonito, ¿por qué no te acercas por ella?» Y ni tardo ni perezoso a la cocina me
dirigí.
No
creo que sea el lugar más romántico para ser flechado. Tampoco sé si la media
naranja que ella degustaba sería el mensaje cifrado para anunciar lo que tiempo
después se daría; tampoco me atrevo a asegurar que Cupido se encontraba cenando
en la cocina y aprovechó el momento e hizo de la suyas. No lo sé, pero ahí
nació esta crónica.
«Hola
¿tendrás una naranja?», fueron las primeras palabras románticas que me escuchó
Emilia (mejor dicho, las más románticas, pues desde entonces las naranjas no
faltan en casa). Hoy día todavía no alcanzo a saber de qué extraña fuerza echó
mano para no desmayarse ante tan emotivas palabras, llenas de dulzura...
naranjil. Supongo que le flaquearían las piernas y sobreponiéndose al impacto
contundente de tan seductora pregunta, de lo más profundo de su ser surgió una
expresión simple y seca que seguramente la tensión del momento le impidió
llenar de mayor emotividad: «Ahí en el frutero las tienes».
Naturalmente,
hechizada y rendida no pudo resistirse a mi invitación: «¿Eres tú la hermana de
Teresa?» y asintió con la cabeza, incapaz de sostenerme la mirada y de poder
articular palabra, tomando como pretexto la naranja que comía y se escurría de
súbito entre sus manos. «Pues, por tu culpa estoy aquí para platicar sobre
México», solté con un certero golpe de romanticismo. «¡Ah! –exclamó ella
rendida, pero para despistar quiso culpar a esa naranja, que ya había quedado
registrada en su ropa—. Ya. Tú eres el mexicano que vendría a hablarme de su
pueblo. Pues vayamos a la sala a charlar. ¿Quieres un café?».
Inmediatamente
se nos incorporó Soledad y Teresa, sin percatarse que nuestros ojos ya eran
unos corazones bien definidos y que uno del otro estaba absolutamente prendado
(seguramente fuimos en extremo discretos, pues nadie lo noto –-ni nosotros—).
A
los dos días salió al Caribe para vivir mis recomendaciones. Un mes estuvo por
diferentes lugares del sureste. Regresó a la Cd. de México un día antes de su
partida a España. Cenamos juntos para conocer sus impresiones de mi tierra. De
verdad me entusiasmó cómo describió sus experiencias: la exuberancia de la
selva, la intensidad de las multicolores aves, la majestuosidad de las ruinas y
deseo por conocer más de las tierras mexicanas.
Sí,
sí me cautivó. Mi deseo por ir a España ahora tenía una razón más fuerte. A
Tere, incluso, en broma y antes de realmente decidir esto, le llamaba cuñada.
Por supuesto, ella siempre amenazó con salirse de la familia si yo entraba.
Solo hace poco cumplió su palabra.
Mi
deseo de viajar a España se frustró con la devaluación de agosto de 1982. El
peso se disparó de 75 a 150 por un dólar (en viejos pesos). Así que –muy a mi
pesar— escribí para decirle que no contara conmigo para recorrer su tierra.
El
pretexto fue insuficiente. La respuesta fue «Si tú no vienes, yo voy de nuevo a
México, me gustó mucho tu país». Y en noviembre de ese mismo año la recibía en
el aeropuerto.
Salimos
con su hermana para Iztapa Zihuatanejo. Ahí fue donde le pedí matrimonio. La
verdad, creo que sí le desconcertó la propuesta. En el momento me angustié
fuera a rechazarme. Pero después de algunos minutos –supongo que por su mente
pasarían muchas cosas como familia, trabajo, amigos, rincones frecuentados,
viejos amores, la seguridad de su patria—, finalmente se decidió: «Hagamos
huesos viejos, juntos».
Seis
meses después, el 10 de mayo de 1980, en un juzgado de Madrid nos casamos.
Han
transcurrido 35 años de casados. No creo que nos hayamos equivocado. Cada día
me es más grata su presencia. Nuestros huesos ya empiezan a estar viejos. Sólo
puedo decir que he sido muy afortunado en toparme tan de súbito con ella y
haber sido aceptado. Mi gratitud para Emilia no tiene límite, dejó todo por mí,
un mexicano desconocido. Es, desde luego, una mujer osada, aventurarse al otro
lado del mundo no debe ser una decisión sencilla, en especial porque su hermana
ya había solicitado su regreso a España. Ojalá pueda compensar en algo su
decisión.
Nuestros
huesos ya no son jóvenes. Los achaques nos son familiares. Pero soy el menos
zarandeado por el tiempo. Emilia padece diabetes y un problema en la tiroides
le agrava la demencia senil. Los recuerdos viejos le son frescos, pero su
memoria reciente falla de forma progresiva… hacia su pasado. Lo reciente le es
fugaz; lo de hace poco, le es nuboso. Incluso, el nombre de nuestra única hija
con mayor frecuencia lo confunde con alguno de sus ya fallecidas hermanas. El
entusiasmo de su charla –innovadora, amena y analítica– ya no está en sus
labios.
Soy
fiel a nuestra ilusión. Nuestros huesos seguirán
juntos.
Y si
por desgracia su enfermedad me echa de sus recuerdos. Tendré una nueva
oportunidad para conquistarla… le seguiré contando la hermosa que es esta tierra.
*Enrique R. Soriano Valencia es periodista de profesión y licenciado en Ciencias de la educación. Se inició como reportero para la Gaceta de la UNAM para los juegos Panamericanos en México en 1978 y de la revista para caballeros Su otro yo. Posteriormente, ingresó a la radio, donde trabajó como reportero, productor y finalmente jefe del noticiero Teletipo de la XEB, la B grande de México. Fue productor, guionista y conductor ocasional del programa México Canta, en Radio México Internacional –estación oficial del Gobierno Mexicano—.
Fue director general de Comunicación Social de la Contraloría del estado de Guanajuato. Fue integrante del Consejo Estatal para el Fomento a la Lectura. Ha escrito cuatro libros: una novela inédita; dos manuales –uno de Redacción y Ortografía y otro de Formación de Instructores y una compilación de sus artículos periodísticos en diversos medios impresos, publicado por el Ayuntamiento 2006-2009 de Guanajuato.
Desde 2005, todos los jueves, publica la columna Chispitas de lenguaje, primero para el Sol de Bajío y posteriormente para el periódico Correo, los portales electrónicos Zona Franca y Es lo Cotidiano. Asimismo, por el interés del contenido han sido reproducidos en Fundéu (Fundación del Español Urgente, segundo sitio de mayor importancia para el idioma español, y por el Fondo de Cultura Económica.
En 2008 obtuvo el Premio Estatal de Administración Pública por el Manual de Estilo para la Redacción de Informes de Gobierno y en 2009 obtuvo el Premio Estatal de Periodismo, en la modalidad de Cultura, por su columna periodística. Es comentarista radiofónico en Corporación Celaya, estaciones El y Ella, Radio Lobo, La Pachanga y para el noticiario Así sucede. Forma parte del taller Diezmo de Palabras.
Etienne-Maurice Falconet: "The threatening
Cupid", 1757
CUPIDO
Soco Uribe
Hoy,
16 de febrero, cuando me senté a traducir un texto acerca del director de
orquesta Dmitri Shostakovich, noté que Cupido estaba sentado en la pequeña
banquita que hay sobre mi escritorio, la cual se asemeja a las de los parques;
una de esas en las que, seguramente, todas nosotras en algún momento de nuestra
adolescencia, nos sentamos con alguno de nuestros noviecillos para platicar de
nuestros sueños. A diferencia de
aquellas, mi banquita sostiene la foto de dos de mis tres amores.
Era
tan pequeño y del color del alabastro que no me había dado cuenta de su
presencia, hasta que estornudó; seguramente, debido al fuerte viento del
abanico de techo que, en esos momentos, se encontraba funcionando. La tremenda
sacudida por su estornudo fue tal, que por poco y se cae de la banca. Se veía exhausto, su carcaj estaba
completamente vacío, no le quedaba ni una sola flecha. La cuerda de su arco estaba flácida, no
estaba tensa como en otras ocasiones y todos estos inconvenientes se debían a
que había tenido más trabajo del normal, desde hacía algunos días, hasta
anteayer.
Al
saludarlo, me dijo que sentía mucho que lo viera en tal facha pero que estaba
tan cansado que se había tomado unos minutos para reposar un poco en mi banca y
para después seguir cumpliendo con su continuo e interminable trabajo.
También,
me contó que sus flechas eran mágicas, ya que en el instante en que una de
ellas tocaba el corazón de las personas,
éstas se comportaban de manera diferente. Dijo que sus semblantes se iluminaban y que
la atmósfera que las rodeaba cambiaba y se ponía de un tono rosado tenue como
el que se percibe en Venecia en el invierno.
Me
comentó, además, que las personas no veían sus defectos entre sí, los pasaban
desapercibidos o tenían siempre una frase de disculpa para éstos.
Cuando
hablaba, me di cuenta que era un pequeñín inquieto y travieso ya que, mientras
me contaba todas sus peripecias, ya había sacado un plumón del cajón de mi
escritorio y se había puesto a dibujar en una hoja varios corazones rojos con
pétalos de rosas entremezclados.
Luego,
empezó a saltar en la engrapadora y se gastó toda la tira de grapas que había
en ella. Sus carcajadas eran
maravillosas, como las carcajadas de mis hijas cuando, siendo bebés, al
terminarlas de bañar, secaba su cuerpo y, al mismo tiempo, les hacía
cosquillas.
Enseguida,
prendió las bocinas de la computadora, se subió a una de ellas y me pidió que
por favor le pusiera el compact de Frank Sinatra donde viene la canción I’ve got you under my skin y me lo pidió
de manera tal, poniendo carita de ángel y con sus manitas unidas que…¡no pude
resistirme a sus ruegos!
Posteriormente,
cuando comenzaron los primeros acordes de dicha melodía, se bajó inmediatamente
de la bocina porque ésta le hacía cosquillas en sus pompitas. Entonces, se subió al mouse de la
computadora, se deslizó como en una resbaladilla quedando tirado de espaldas en
el tapete del mouse y ahí, entrelazando los brazos por su nuca, se acomodó para
escuchar el compact completo de
Sinatra, hasta que se quedó dormido y fue hasta entonces, cuando por fin pude
comenzar a trabajar en serio, sin tantas interrupciones.
A
mí, la verdad, me hace feliz su visita y el que prometa visitarme con
frecuencia; aunque, para la próxima vez, tendré cuidado de guardar la cinta
adhesiva, el abre cartas y las tijeras en el pesado cajón del escritorio para
que no vuelva a hacer tantas diabluras y evitar que se lastime.
Después
de unos cuantos minutos de haber permanecido dormido, bajé el volumen de las
bocinas y lo cubrí con un post-it de
color rosa mexicano para que mi hija la menor, lo pudiera ver al momento de
sentarse a chatear en la computadora y no lo fuera a aplastar con el mismo
mouse.
Al
terminar mi traducción, cerré mi archivo, apagué la computadora y sin hacer
ruido me fui a mi recámara a ponerme mis pijamas cuando, de pronto, al abrir la
puerta, me encontré con la sorpresa de que el techo de mi recámara estaba
pintado de corazones rojos entremezclados con pétalos de rosas.
Regresé
inmediatamente al estudio, para pedirle cuentas de tal travesura; sin embargo,
al verlo tan indefenso, no pude hacer otra cosa que cubrirle, nuevamente, una
de sus alitas que se había salido del post-it, apagué la luz y cerré la puerta.
Al fin y al cabo, pensé, no se veía tan mal el techo de mi recámara y si, en un
momento dado me aburría el tremendo colorido, lo podría cubrir nuevamente de
blanco con un poco de pintura que había sobrado del día en que pintaron el
exterior de la casa, el año pasado.
Total, si él viene a casa con frecuencia, sería yo muy ingrata, al no
compensarle sus visitas de manera recíproca: Con amor y tolerancia.
**Soco Uribe es ingeniera Geóloga y Traductora. Traductora de textos técnicos y correctora de estilo de 1993-2000. Primer lugar estatal en literatura, Juegos Nacionales Culturales de los Trabajadores "Ricardo Flores Magón" 2000.
Grabó 10 melodías escritas por ella en un CD llamado: Con todos mis sentidos, 2004. Autora del libro Desde lo Profundo, 2005. Colaboró en el Agendiario, Mujer Olfato, 2007; en las revistas La pluma del ganso; Voces Interiores y en el periódico Noreste de Poza Rica, Ver., por más de un año (2006-2007) con 20 cuentos. Orgullosa coautora en cinco publicaciones de las antologías Narrativa en Miscelánea -Cuentos y Relatos- editadas consecutivamente por la UNAM (su alma mater), durante los años de 2007, 2008, 2009 y 2010. Y la del 2011 editada por la Unión Latinoamericana de Escritores.
Publica ocasionalmente en Diezmo de Palabras de El Sol del Bajío (2016). Finalista de microrrelato en concurso Diversidad Literaria (España, 4-06-16). Es parte del taller literario Diezmo de Palabras.
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