domingo, 18 de febrero de 2018

HAGAMOS HUESOS VIEJOS, JUNTOS…


Hagamos huesos viejos, juntos…
Enrique R. Soriano Valencia

Jorge Luis Borges tiene un poema muy singular, pero significativo sobre lo fortuito de la vida. Inicia enunciando las cosas más disímbolas («…las arenas del Ganges, Lao Tse y la mariposa que le sueña, la lámpara de Diógenes...») y después de todo ese contraste, remata diciendo «...se requirieron de todas esas cosas para que tu mano y la mía se estrecharan».
Así se escribe la vida: los acontecimientos más alejados —en tiempo y lugar—, se conjugan para dar un suceso que nos afecta y la forma de responder a ellos, da a nuestra vida un giro que nos marcará por siempre...
Es realmente por ello extraña la vida. Se desarrolla sin tomarnos en cuenta, salvo en el último momento. Es tan vertiginosa que cuando uno quiere detenerse a pensar un poco, toda ya ha transcurrido y sólo nos corresponde sacar el mejor provecho, en el mejor de los casos. Ni siquiera puede uno, en momentos, contabilizar bien y a ciencia cierta lo pasado. El tiempo es la única variable que nos permite la perspectiva.
Con varios años de casado, todavía me sorprendo cómo ocurrió todo. Me siento orgulloso de mi matrimonio. Emilia es una mujer sin igual. Han sido grandes años. Pero es tiempo de considerar todo lo que estuvo en juego para casarnos Emilia y yo el 10 de mayo de 1983. Una y mil coincidencias. Muchas variables y posibilidades se presentaron —unas cercanas y otras lejanas—, pero todas ellas remataron en Madrid en esa fecha (o quizá, allí dieron inicio otras muchas más).
No sé por dónde empezar. No puedo dejar de reconocer (¿o responsabilizar?) todo lo sucedido que moldeó mi personalidad con decisiones que ahora veo como favorables. Para obviar espacio habré de pasar por alto muchos puntos importantes...
Trabajaba para el noticiero Teletipo en la XEB, La B grande de México. Fue el trabajo ideal para quien estudió Periodismo. Dirigía por entonces el noticiario. Ahí conocería a Soledad Cano, periodista española, corresponsal de Cambio 16. La llevó un muchacho que hacía servicio social. Debo confesar que no le presté mucha atención pues el tiempo para «salir al aire» se venía encima. Fue tan efímera para mí que al día siguiente ya la había olvidado.
Un mes después sucedió el trágico episodio de la embajada de España en Guatemala (31 de enero de 1980): treinta y un campesinos del Departamento del Quiché, en Guatemala, fueron brutalmente asesinados, junto con funcionarios de la misión diplomática y persona que por alguna razón estaban en el inmueble.
Mi despiste sobre Soledad, quien fuera testigo de todo, me impidió reparar en que la información llegada a nuestro teletipo venía con su crédito. Usé la información porque era de primera mano y tanto Proceso como Canal 13 también la emitían. Yo no sabía por qué contaba con tan excelente material (a ningún otro medio le llegaba). En periodismo la mala memoria y dejar de ser observador no tienen cabida (ahí lo aprendí).
Por fortuna el muchacho que nos presentó nos vinculó nuevamente. Será objeto de otra historia narrar el libro que de ahí derivó, gracias a que le facilité contactos para una investigación más profunda.
Fue así como empezamos una gran amistad. Fue Soledad quien me presentó a Tere, la hermana de Emilia. Ella vivía con otros funcionarios de la embajada española.
Aquellos hispanos me invitaban a su casa cuando llegaba algún pariente o amigo de España. El motivo era comentar sobre México: costumbres, música, folclore, comida típica, cultura prehispánica o simplemente les recomendáramos a dónde ir. Para mí siempre era motivo de orgullo... ¿a quién no gusta hablar de su tierra?
Conocí, incluso, tiempo antes a quienes serían mis cuñados. Pero no faltó mucho tiempo para tocar el turno a la única hermana de Tere que no conocía: Emilia.
Como sucedía regularmente, me encontraba en la oficina. Recibí el telefonema de Sol: «Está otra hermana de Teresa, para que charles con ella», me explicó. Así, con esas palabras, comenzó lo que terminaría con una boda.


Al llegar a casa de Tere no había algo anormal. Soledad, con quien llegué, se enfiló a la recamara y yo me planté con los otros frente al televisor a ver las noticias.
Transcurría el tiempo y nada variaba...
«¿Tendrán una naranja?», finalmente pregunté después de un buen rato. Y característico del temperamento español, recibí por respuesta: «Sí, en la cocina. Anda, bonito, ¿por qué no te acercas por ella?» Y ni tardo ni perezoso a la cocina me dirigí.
No creo que sea el lugar más romántico para ser flechado. Tampoco sé si la media naranja que ella degustaba sería el mensaje cifrado para anunciar lo que tiempo después se daría; tampoco me atrevo a asegurar que Cupido se encontraba cenando en la cocina y aprovechó el momento e hizo de la suyas. No lo sé, pero ahí nació esta crónica.
«Hola ¿tendrás una naranja?», fueron las primeras palabras románticas que me escuchó Emilia (mejor dicho, las más románticas, pues desde entonces las naranjas no faltan en casa). Hoy día todavía no alcanzo a saber de qué extraña fuerza echó mano para no desmayarse ante tan emotivas palabras, llenas de dulzura... naranjil. Supongo que le flaquearían las piernas y sobreponiéndose al impacto contundente de tan seductora pregunta, de lo más profundo de su ser surgió una expresión simple y seca que seguramente la tensión del momento le impidió llenar de mayor emotividad: «Ahí en el frutero las tienes».
Naturalmente, hechizada y rendida no pudo resistirse a mi invitación: «¿Eres tú la hermana de Teresa?» y asintió con la cabeza, incapaz de sostenerme la mirada y de poder articular palabra, tomando como pretexto la naranja que comía y se escurría de súbito entre sus manos. «Pues, por tu culpa estoy aquí para platicar sobre México», solté con un certero golpe de romanticismo. «¡Ah! –exclamó ella rendida, pero para despistar quiso culpar a esa naranja, que ya había quedado registrada en su ropa—. Ya. Tú eres el mexicano que vendría a hablarme de su pueblo. Pues vayamos a la sala a charlar. ¿Quieres un café?».
Inmediatamente se nos incorporó Soledad y Teresa, sin percatarse que nuestros ojos ya eran unos corazones bien definidos y que uno del otro estaba absolutamente prendado (seguramente fuimos en extremo discretos, pues nadie lo noto –-ni nosotros—).
A los dos días salió al Caribe para vivir mis recomendaciones. Un mes estuvo por diferentes lugares del sureste. Regresó a la Cd. de México un día antes de su partida a España. Cenamos juntos para conocer sus impresiones de mi tierra. De verdad me entusiasmó cómo describió sus experiencias: la exuberancia de la selva, la intensidad de las multicolores aves, la majestuosidad de las ruinas y deseo por conocer más de las tierras mexicanas.
Sí, sí me cautivó. Mi deseo por ir a España ahora tenía una razón más fuerte. A Tere, incluso, en broma y antes de realmente decidir esto, le llamaba cuñada. Por supuesto, ella siempre amenazó con salirse de la familia si yo entraba. Solo hace poco cumplió su palabra.
Mi deseo de viajar a España se frustró con la devaluación de agosto de 1982. El peso se disparó de 75 a 150 por un dólar (en viejos pesos). Así que –muy a mi pesar— escribí para decirle que no contara conmigo para recorrer su tierra.
El pretexto fue insuficiente. La respuesta fue «Si tú no vienes, yo voy de nuevo a México, me gustó mucho tu país». Y en noviembre de ese mismo año la recibía en el aeropuerto.
Salimos con su hermana para Iztapa Zihuatanejo. Ahí fue donde le pedí matrimonio. La verdad, creo que sí le desconcertó la propuesta. En el momento me angustié fuera a rechazarme. Pero después de algunos minutos –supongo que por su mente pasarían muchas cosas como familia, trabajo, amigos, rincones frecuentados, viejos amores, la seguridad de su patria—, finalmente se decidió: «Hagamos huesos viejos, juntos».
Seis meses después, el 10 de mayo de 1980, en un juzgado de Madrid nos casamos.
Han transcurrido 35 años de casados. No creo que nos hayamos equivocado. Cada día me es más grata su presencia. Nuestros huesos ya empiezan a estar viejos. Sólo puedo decir que he sido muy afortunado en toparme tan de súbito con ella y haber sido aceptado. Mi gratitud para Emilia no tiene límite, dejó todo por mí, un mexicano desconocido. Es, desde luego, una mujer osada, aventurarse al otro lado del mundo no debe ser una decisión sencilla, en especial porque su hermana ya había solicitado su regreso a España. Ojalá pueda compensar en algo su decisión.
Nuestros huesos ya no son jóvenes. Los achaques nos son familiares. Pero soy el menos zarandeado por el tiempo. Emilia padece diabetes y un problema en la tiroides le agrava la demencia senil. Los recuerdos viejos le son frescos, pero su memoria reciente falla de forma progresiva… hacia su pasado. Lo reciente le es fugaz; lo de hace poco, le es nuboso. Incluso, el nombre de nuestra única hija con mayor frecuencia lo confunde con alguno de sus ya fallecidas hermanas. El entusiasmo de su charla –innovadora, amena y analítica– ya no está en sus labios.
Soy fiel a nuestra ilusión. Nuestros huesos seguirán juntos.
Y si por desgracia su enfermedad me echa de sus recuerdos. Tendré una nueva oportunidad para conquistarla… le seguiré contando la hermosa que es esta tierra.



*Enrique R. Soriano Valencia es periodista de profesión y licenciado en Ciencias de la educación. Se inició como reportero para la Gaceta de la UNAM para los juegos Panamericanos en México en 1978 y de la revista para caballeros Su otro yo. Posteriormente, ingresó a la radio, donde  trabajó como reportero, productor y finalmente jefe del noticiero Teletipo de la XEB, la B grande de México. Fue productor, guionista y conductor ocasional del programa México Canta, en Radio México Internacional –estación oficial del Gobierno Mexicano—.
Fue director general de Comunicación Social de la Contraloría del estado de Guanajuato. Fue integrante del Consejo Estatal para el Fomento a la Lectura. Ha escrito cuatro libros: una novela inédita; dos manuales –uno de Redacción y Ortografía y otro de Formación de Instructores y una compilación de sus artículos periodísticos en diversos medios impresos, publicado por el Ayuntamiento 2006-2009 de Guanajuato.
Desde 2005, todos los jueves, publica la columna Chispitas de lenguaje, primero para el Sol de Bajío y posteriormente para el periódico Correo, los portales electrónicos Zona Franca y Es lo Cotidiano. Asimismo, por el interés del contenido han sido reproducidos en Fundéu (Fundación del Español Urgente, segundo sitio de mayor importancia para el idioma español, y por el Fondo de Cultura Económica.
En 2008 obtuvo el Premio Estatal de Administración Pública por el Manual de Estilo para la Redacción de Informes de Gobierno y en 2009 obtuvo el Premio Estatal de Periodismo, en la modalidad de Cultura, por su columna periodística. Es comentarista radiofónico en Corporación Celaya, estaciones El y Ella, Radio Lobo, La Pachanga y para el noticiario Así sucede. Forma parte del taller Diezmo de Palabras. 




Etienne-Maurice Falconet: "The threatening Cupid", 1757

CUPIDO
Soco Uribe

Hoy, 16 de febrero, cuando me senté a traducir un texto acerca del director de orquesta Dmitri Shostakovich, noté que Cupido estaba sentado en la pequeña banquita que hay sobre mi escritorio, la cual se asemeja a las de los parques; una de esas en las que, seguramente, todas nosotras en algún momento de nuestra adolescencia, nos sentamos con alguno de nuestros noviecillos para platicar de nuestros sueños.  A diferencia de aquellas, mi banquita sostiene la foto de dos de mis tres amores.
Era tan pequeño y del color del alabastro que no me había dado cuenta de su presencia, hasta que estornudó; seguramente, debido al fuerte viento del abanico de techo que, en esos momentos, se encontraba funcionando. La tremenda sacudida por su estornudo fue tal, que por poco y se cae de la banca.   Se veía exhausto, su carcaj estaba completamente vacío, no le quedaba ni una sola flecha.  La cuerda de su arco estaba flácida, no estaba tensa como en otras ocasiones y todos estos inconvenientes se debían a que había tenido más trabajo del normal, desde hacía algunos días, hasta anteayer.
Al saludarlo, me dijo que sentía mucho que lo viera en tal facha pero que estaba tan cansado que se había tomado unos minutos para reposar un poco en mi banca y para después seguir cumpliendo con su continuo e interminable trabajo.
También, me contó que sus flechas eran mágicas, ya que en el instante en que una de ellas tocaba el corazón de las personas,  éstas se comportaban de manera diferente.  Dijo que sus semblantes se iluminaban y que la atmósfera que las rodeaba cambiaba y se ponía de un tono rosado tenue como el que se percibe en Venecia en el invierno.
Me comentó, además, que las personas no veían sus defectos entre sí, los pasaban desapercibidos o tenían siempre una frase de disculpa para éstos.
Cuando hablaba, me di cuenta que era un pequeñín inquieto y travieso ya que, mientras me contaba todas sus peripecias, ya había sacado un plumón del cajón de mi escritorio y se había puesto a dibujar en una hoja varios corazones rojos con pétalos de rosas entremezclados. 
Luego, empezó a saltar en la engrapadora y se gastó toda la tira de grapas que había en ella.  Sus carcajadas eran maravillosas, como las carcajadas de mis hijas cuando, siendo bebés, al terminarlas de bañar, secaba su cuerpo y, al mismo tiempo, les hacía cosquillas.
Enseguida, prendió las bocinas de la computadora, se subió a una de ellas y me pidió que por favor le pusiera el compact de Frank Sinatra donde viene la canción I’ve got you under my skin y me lo pidió de manera tal, poniendo carita de ángel y con sus manitas unidas que…¡no pude resistirme a sus ruegos!
Posteriormente, cuando comenzaron los primeros acordes de dicha melodía, se bajó inmediatamente de la bocina porque ésta le hacía cosquillas en sus pompitas.  Entonces, se subió al mouse de la computadora, se deslizó como en una resbaladilla quedando tirado de espaldas en el tapete del mouse y ahí, entrelazando los brazos por su nuca, se acomodó para escuchar el compact completo de Sinatra, hasta que se quedó dormido y fue hasta entonces, cuando por fin pude comenzar a trabajar en serio, sin tantas interrupciones. 
A mí, la verdad, me hace feliz su visita y el que prometa visitarme con frecuencia; aunque, para la próxima vez, tendré cuidado de guardar la cinta adhesiva, el abre cartas y las tijeras en el pesado cajón del escritorio para que no vuelva a hacer tantas diabluras y evitar que se lastime.
Después de unos cuantos minutos de haber permanecido dormido, bajé el volumen de las bocinas y lo cubrí con un post-it de color rosa mexicano para que mi hija la menor, lo pudiera ver al momento de sentarse a chatear en la computadora y no lo fuera a aplastar con el mismo mouse.
Al terminar mi traducción, cerré mi archivo, apagué la computadora y sin hacer ruido me fui a mi recámara a ponerme mis pijamas cuando, de pronto, al abrir la puerta, me encontré con la sorpresa de que el techo de mi recámara estaba pintado de corazones rojos entremezclados con pétalos de rosas.

Regresé inmediatamente al estudio, para pedirle cuentas de tal travesura; sin embargo, al verlo tan indefenso, no pude hacer otra cosa que cubrirle, nuevamente, una de sus alitas que se había salido del post-it, apagué la luz y cerré la puerta. Al fin y al cabo, pensé, no se veía tan mal el techo de mi recámara y si, en un momento dado me aburría el tremendo colorido, lo podría cubrir nuevamente de blanco con un poco de pintura que había sobrado del día en que pintaron el exterior de la casa, el año pasado.  Total, si él viene a casa con frecuencia, sería yo muy ingrata, al no compensarle sus visitas de manera recíproca: Con amor y tolerancia.



**Soco Uribe es ingeniera Geóloga y Traductora. Traductora de textos técnicos y correctora de estilo de 1993-2000. Primer lugar estatal en literatura, Juegos Nacionales Culturales de los Trabajadores "Ricardo Flores Magón" 2000.
Grabó 10 melodías escritas por ella en un CD llamado: Con todos mis sentidos, 2004. Autora del libro Desde lo Profundo, 2005. Colaboró en el Agendiario, Mujer Olfato, 2007; en las revistas La pluma del ganso; Voces Interiores y en el periódico Noreste de Poza Rica, Ver.,  por más de un año (2006-2007) con 20 cuentos. Orgullosa coautora en cinco publicaciones de las antologías Narrativa en Miscelánea -Cuentos y Relatos- editadas consecutivamente por la UNAM (su alma mater), durante los años de 2007, 2008, 2009 y 2010. Y la del 2011 editada por la Unión Latinoamericana de Escritores.
Publica ocasionalmente en Diezmo de Palabras de El Sol del Bajío (2016). Finalista de microrrelato en concurso Diversidad Literaria (España, 4-06-16). Es parte del taller literario Diezmo de Palabras.


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