domingo, 27 de agosto de 2017

DESDE UNA VENTANA


DESDE UNA VENTANA

El maestro Herminio Martínez nos enseñó a asomarnos al mundo desde las ventanas de la imaginación. Cada semana, en nuestra reunión del taller Diezmo de palabras, las lecturas extendían sus alas para que pudiéramos remendar nuestras plumas y corregir el vuelo de las metáforas en prosa o en poesía. Para honrar su memoria, a tres años de su fallecimiento, le dedicamos esta página en nuestro querido Sol del Bajío con algunos textos de nosotros -sus alumnos-, que han sido seleccionados en concursos tanto en México como en España. Gracias, Herminio.
“Desde una ventana / cualquiera puede fotografiar los talones de la luna”. H.M.
Vale.
Julio Edgar Méndez



LA BREVEDAD DEL SER
Patricia Ruiz Hernández
Antología de Editorial Letras con Arte, España

El barco recién salió del puerto, a bordo lleva un pasajero. Navegará por las frías aguas del océano. Le esperan gratificantes experiencias, rutas jamás exploradas y bellos atardeceres. Por supuesto también habrá tormentas, pero sabrá enfrentar tales vicisitudes. Con seguridad será un viaje agridulce,  como la vida misma.
Al poco tiempo de zarpar la corriente lo arrastra, ¡algo pasa!, el barco presenta una inclinación peligrosa, parece que la embarcación se hunde, el casco está dañado, se observa humedad por todos lados.  El naufragio es inevitable y finalmente se va a pique.
Breve fue la existencia de un muñeco y su barquito de papel. 



PALABRA ESCARLATA
Diana Alejandra Aboytes Martínez
Antología Diversidad Literaria, España

Sobre el paisaje se extendió la espesa noche. En el balcón, las cortinas se ondulaban caprichosamente por el viento, la llama de una vela bailaba en el interior atenuando la iluminación; no obstante, era utilizada por el escritor; quien pluma en mano escribía otra de sus novelas oscuras, su género literario preferido.
Entrada la madrugada, el hombre pausaba su labor sólo para beber sorbos de café. Taza en mano, se llenó de asombro al detectar movimiento en su texto. Extrañamente era una palabra que saltó del papel a su escritorio. Sin darle tiempo a reaccionar, las letras corrieron por su brazo hasta meterse a su oído. El dolor era tan fuerte que el escritor se apretó con ambas manos la cabeza, sus tímpanos eran roídos a mordiscos. Comenzó a gritar pero pronto su voz se apagó…sus cuerdas vocales habían sido devoradas.
Las letras seguían torturándolo. Sus ojos comenzaron a sangrar, experimentaba tal suplicio, que en su desesperado intento por defenderse; se arrancó el globo ocular que rodó por el piso dejándolo embarrado de sanguinolenta viscosidad. El hombre cayó al suelo desangrándose.
Esa escena era igual a la descrita en su reciente novela.
Las letras ocuparon su lugar en el texto, juntas formaban la palabra “venganza”… ahora resaltaban por su color escarlata.




PRIETO PICUDO
Julio Edgar Méndez
Relatos Cortos El Grifo, León, España

Siempre había querido recorrer el Camino de Santiago pero nunca se decidió a emprenderlo. Hasta ahora, ya en el ocaso de su vida, se animó a llevarlo a cabo. Como no tenía la menor idea de dónde empezar, decidió llegar hasta la ciudad de León, en Castilla, para darse una idea de las distancias y derroteros a seguir. No quiso desaprovechar la oportunidad para degustar los vinos de la región. Lo primero que buscó, recién se hospedó, fue un bar para calmar la sed. Le dijeron que visitara el barrio húmedo y hacia allá se encaminó. No le prestó mucha atención a la maravillosa catedral y a unas pocas cuadras encontró Casa Benito, un bar muy tradicional. Calmó su sed, pero el Prieto Picudo, las tapas y la vista de tanta chica estudiante le dieron otro tipo de hambre...  Los primeros tragos de vino fueron tal como lo ponderan: fresco, seco, extenso y persistente. Los siguientes ya no supo definir a qué sabían. Departió con peregrinos y peregrinas en ese pequeño bar con paredes de piedra y mesas al exterior. No se despegó de su banco en la barra toda la tarde. Pronto estuvo tan a gusto que intentó conquistar a cuanta chica se sentara junto a él y, como ya se sentía fresco, seco, extenso y persistente y no era mal parecido, el destino le preparó un peregrinaje al cuerpo de quien ni el nombre llegó a conocer. Todo el peso de una vida sorteada en blanco y negro se le vino encima cuando ella le habló del Facebook, de bloguear y dejarse un Twitt de pocos caracteres en el alma, de postear y subir videos, de  shows on-line y apps para dirimir las irrealidades de la postmodernidad. Ella tenía pareja, él  ya tenía hasta nietos, pero el calor de los cuerpos es un  termostato sin ojos. Ella, empujando apenas los diecisiete con todo el ímpetu de sus senos erguidos y él, arrastrando sesentaypico con cuerdas y clavos de hambre de vida, ginseng y vaselina. Pero el deseo apretujado entre vinos y tapas, Prietos y Rufetes, no perdona al más tieso. Era una noche propicia, ¿hay de otras? Era tan chica, tan bella; eran sus ojos, sus labios: almohadas abiertas al infinito horizonte de cama maldita. Todas sus décadas juntas querían hacer nido entre las piernas endurecidas de la mujer casi niña, a quien su novio miraba con ojos de borracho sin chispa. El muchachito no era competencia para este lobo feroz de mares extintos, catador de tintos, rosados y de todos los colores; recuerdos ganados en tantas batallas de sábanas cloreadas cada dos horas, sin distinciones de clases, que él había encendido a fuerza de besos y embrujos de un hombre con todas las mañas sabidas y si no, inventadas.
            Platicaron, se liaron las manos, cruzaron miradas de abajo hacia arriba, tocaron por unos instantes los cuernos de una luna impostora, ni siquiera preguntaron los nombres. Sería por curiosidad, sería el alcohol, sería el bulto imprudente que trepidaba a cada mirada de los senos adolescentes, o el hambre en las seniles pupilas gastadas de ver a tantos y a tantas mujeres perderse en el anonimato de un bar; pero la chica aceptó la propuesta. Su joven galán ni se inmutó con el bye de su pareja cuando ésta le dijo que se mudaba de sitio. Ya estaba acostumbrado a los gustos cambiantes y arteros adioses de su novia. Sólo una advertencia le hizo:
            —¡Vas a tener que cambiarle el pañal al viejito!
            Salieron en busca de lo que hallaron: él, su destino; ella, su farsa. En el hotel los miraron con ojos de sueño y reproche
            Voces destempladas y falsos gemidos salieron del televisor cuando lo encendieron junto con las luces del cuarto. Las atenuaron antes de descubrirse antagónicos, y mientras la paloma se quitaba las plumas sin más trámite que sus ganas y sus alcoholes, nuestro don Juan pedía una botella de vino. Tinto no había y a ella le daba lo mismo, así que se conformaron con un Albillo.
            Él era todo un seductor de oficio; la joven, una ignorante por puro gusto. La alcanzó en la cama justo antes de que ella tirara la última pluma de tela que le cubría apenas lo que con alegría atisbaba entre piernas. La abrazó, la besó en la frente, le lamió los párpados, le sorbió los labios. Sabía a cigarro, a sudor, a espanto de mujer ante un hombre con ojos sin prisa. Recorrieron juntos todos los valles, montes y cuevas que encontraron sin opuestas barreras.  Brindaron con dos, con tres, con cuatro, con diez tragos que ella no supo cómo fue que se resbalaron por todo su cuerpo. Empapada en alcohol, creyó que soñaba la lluvia de espejos que repetían cada retrato, mientras trataba de sobrevivir sin ahogarse en el mar del hombre experto, del hombre que nunca había siquiera soñado que existiera.
            Fue su instrumento en ese concierto de sexo, delicia tras delicia, fue la noche robada al futuro que no volvería. Mil vueltas le dieron al ruedo, cien sombras les mandó la mustia luna para cubrirlos. Esa madrugada inventaron su propia utopía. Una historia de cuentos contados a ras de un colchón entre ciento y diecisiete imposibles posturas y una ambulancia que recogió los restos del hombre más feliz de todos los muertos levantados esa semana en el Camino de Santiago.



EL ENVIADO
Laura Margarita Medina
Érase una vez un Microcuento, Cuentos del Sótano, Editorial Endora

Como cada día, Rachel salió de la catedral. Un atractivo seminarista se acercó para pedirle un poco de dinero para su colecta. Ella se ruborizó y bajó la mirada. Pensó que Dios la había escuchado, sin imaginar que el nuevo enamorado, era solo un mensajero del diablo.




UNA VAQUITA MUERTA
Guillermina Carreño Arreguín
Lotería de Cuentos del Grupo Editorial Planeta

Nos envolvió a los seis con lo de una vaquita, comprada el día seis de diciembre, un mes antes de los reyes Magos, a las siete de la tarde y que terminara en seis para anotarle un triunfo a Santa Claus. El as del mal contra los reyes de la caridad, el seis mil seiscientos sesenta y seis contra la bondad. Todo humanamente calculado, donde no hubo seis fue en donde nos pidió la coperacha, aquí cortamos el seis, aquí estuvo la mera movida que nos llevó, tenía la delantera con toda la alevosía y ventaja en la punta de la nariz. A ella le dimos el efectivo y resultó ser la Sota de Espadas, se fue a la mera capital y con nuestro capital a comprar el entero, el mero bueno, ella por ser el número siete del grupo, el que significa la justicia, ¡justicia! Cómo se reirá de nosotros o quizás nos bendiga por confiados, por más conjeturas que me haga caigo al mismo terreno. Hace años y aún lo recuerdo, es difícil borrarlo del pecho, las jugadas de la suerte laceran bien los pensamientos, ella es la directa culpable de lo que las ladinas nos hacen, ¡carajo! ¡suerte! Cómo olvidar esta gachada, siendo hombres nos durmió una vieja. A estas alturas yo ya fuera millonario y no tendría que estarme toreando la crisis con una tilma, al contrario, me estaría riendo  de ella bien forrado y pueda ser que hasta con un carrazo del año. Muy feliz estará la Angelita y toda su esfera de retoños y hasta el Monke, bien millonetas a nuestras costillas y los que confiamos en su cochina conciencia, nos pudrimos apestados de rencor y resentimiento, lo hemos comentado y a los seis nos llevó el veneno vengador. Pero la Angelita sí que supo hacerla con el entero y su narizota metida en todo y nada infantil como la de pinocho, sino aguilucha, elefantosa y fálica, nos olió lo tarugo la indina. Ella pagó la otra parte, los viáticos, eso si es que le costó algo. Ya habíamos realizado otros papelitos con reintegro y nunca nos la hizo igual a ésta, vimos la cosa tan normal que le entramos, le dimos al mayor, aunque no tuvimos el papel en la mano nos apuntó el número, sí terminó en seis, tenía todos los datos que ella nos dijo. En la noche, lo supimos por los aparatos de comunicación, nos arrulló la llegada de la riqueza con planes y soluciones de lo más hermosas. Ilusos llegamos al trabajo de verdad puntuales para comentar que el número, nuestro número era el bueno, nos abrazábamos, no podíamos poner la mente en el trabajo, hacíamos planes locos de gusto, acordamos ir a cobrarlo a la mera Lotería, nuestras risas crecían a cada instante y se pegaban en los muros, en las máquinas. Solicitamos el permiso, los que no dieron sus múltiplos estaban llenos de envidia, lamentosos por no haberle entrado.  Se hizo tarde, los ratos también ya eran pesimistas, un mal presagio mordía nuestras lenguas, la Angelita no llegaba, los malestares ya salían de nosotros hasta por los poros, estábamos a punto del infarto. El superior recibió una llamada de Angelita, era de México, decía: Tengo permiso para cobrar un préstamo, les avisa a los compañeros que esperen, yo les llevaré su parte, aprovecharé el viaje para cobrar el premio, gracias. “¡El Premio!” gritamos todos entusiasmados y más nos la creíamos, la íbamos a celebrar en grande, afuera sueños quiméricos, no cabía duda, los seis éramos ricos, bailamos e hicimos teatro toda la tarde, todo se nos permitió en honor a nuestra riqueza, dejaríamos el trabajo por un negocio, un viaje por los mares, sus playas tendrían las familias. Ése fue el día más inolvidable de mi vida, todo me parecía de paraíso, la felicidad es hermosa, lástima que nos duró un día, sólo unas horas en las 24 de un reloj. Al pardear la tarde, acordamos visitar la casa de Angelita. Íbamos contentos, hasta un seis de cervaza se agitaba entre las manos.

La vivienda vacía, por las cerraduras dejaba ver los cuartos desocupados, se nos paralizó al corazón cuando alguien habló: “Nomás cobró la lotería, llamó a su esposo y todos salieron con maletas”. Por la noche murió nuestra vaquita y no dejó rastro.



*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

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A la memoria de Herminio Martínez

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