CUATRO MOTIVOS PARA ARTEMISA
-Obra poética de Salvador Pérez Melesio-
Los motivos para leer el Tango para Artemisa
En
el ámbito literario, las opiniones, pareceres o dictámenes que apelaban a
determinadas poéticas, es decir, a ciertas normas y retóricas que aseguraban la
satisfacción de una determinada necesidad comunicativa, han dejado de existir.
En otras palabras, en la actualidad, en la relación entre el lector y su
necesidad, la existencia de una teoría de la composición está fuera de lugar.
Quizás
por eso mismo, la siguiente aseveración que, aunque lo parezca, no tiene nada de gratuita, al
señalar que para leer un poema, por ejemplo, no se requiere de ningún manual
instructivo, tratado o curso introductorio. No necesito saber qué es un
alejandrino o las figuras retóricas para disfrutar de ese verso de catorce
sílabas, dividido en dos hemistiquios, cuyo origen es el Roman
d’Alexandre, poema francés del siglo XII.
¿Qué
espero, entonces, cuando me acerco y leo un texto poético? Porque al igual que
el poeta lo que realiza el lector es un acto creativo y, por lo tanto, único.
Bien lo decía el poeta brasileño Joao Cabral de Melo, cuando hacía mención que
era posible diferenciar dos maneras no solo de componer sino de acceder al
texto mismo.
Es
así que, para efectos prácticos para unos la composición es el acto de contener
la poesía en el poema, mientras que para otros es el elaborar la poesía en el
poema. Esto, por supuesto, no tiene nada de novedoso, lo vemos constantemente
en la relación entre la inspiración y el trabajo en el arte. Cada poema tiene
un determinado peso, acento o preponderancia con alguno de estos elementos.
Otro
factor distintivo de la poesía que actualmente se escribe, tiene que ver con la
sustitución de comunicar por la preocupación por expresar. Así las cosas, lo
que busco en cada poema es la singularidad de su expresión; deseo establecer
contacto con el aspecto más íntimo y personal del poeta. Detesto el lugar
común. Lo que espero, es todo lo contrario, que no se parezca a nadie. La
autenticidad es el bien más preciado porque en él reside precisamente esa
necesidad de identificación con el lector individualizado.
Valgan
estas líneas para invitar a explorar el mythos
personal que se decanta en el conjunto inédito de poemas Cuatro motivos para Artemisa, del poeta celayense Salvador Pérez
Melesio. Presten especial atención a los cuatro poemas que conforman el Tango para Artemisa. Si bien, el poeta
recurre al arquetipo de esta diosa griega, hermana gemela de Apolo e hija de
Leto y Zeus, señora de las bestias y cuya personificación lunar es uno de
tantos atributos que se le han conferido como una de las deidades más antiguas
del panteón helénico, no deja por ello de reflexionar con elocuente madurez
sobre esa soledad radical de la mujer ante el destino, esa condición vulnerable
y doliente en la que encuentra fuerzas
para elevar cantos y alabanzas. Los
poemas de Cuatro motivos para Artemisa
nos recuerdan que la poesía es ante todo un espacio interior en donde solo
somos intérpretes de interpretaciones.
Raúl
Bravo
**Raúl
Bravo Ferrer es escritor, editor, promotor cultural y una de las personas con
más conocimiento sobre la literatura y sus creadores dentro y fuera de
Guanajuato. Actualmente colabora con Ediciones la Rana del Instituto Estatal de
la Cultura y Editorial San Roque.
CUATRO MOTIVOS PARA ARTEMISA
Salvador
Pérez Melesio
TANGO
PARA ARTEMISA
I
Artemisa
guarda en su aljaba
esquejes
afilados
de
los mejores tiempos,
se
viste un peplo de musa
y
sale a la calle
con
las piernas medio desnudas
trepada
en tacones de vértigo.
Ella
es así,
una
mujer coronada
con
aureola non sancta de vanidad
retando
al viento de otoño
a
que levante su falda
esa
bandera sin patria
pues
todos los ojos
le
rinden honores.
También
mi mirada
es
una boa que engulle su cuerpo
y
entonces me siento culpable
de
acampar en su luz
mi
banco de sombras.
II
Tienes
razón, Artemisa,
tienes
razón,
yo
tampoco confío en ti,
no
me culpes,
no
te culpo,
pero
no somos inocentes;
en
el mercado de la vida
nadie
nos advirtió
de
una cuota de dolor
por
ejercer nuestro albedrío.
Los
actos, Artemisa,
dejan
una onda expansiva
perenne
que
se multiplica
como
un juego de espejos infinito,
son
pichones en la cornisa
pero
siempre regresan a su palomar.
Por
eso
cuando
llega la hora
de
liquidar las deudas
nos
damos cuenta
que
somos nuestros actos.
III
Yo
soy mis errores
tirados
en el camino
como
el explorador
marca
los abetos
para
no extraviarse
en
el bosque;
soy
mis cicatrices
y la
navaja
que
marcó su ruta.
Soy
el amor desordenado
de
mis años juveniles
mientras
el porvenir buscaba
al
genio de la lámpara
en
las botellas de ron.
Soy
del sufrimiento
que
sembré sin dolo
un
satélite
anclado
en su órbita
como
el resplandor sin alma
de
los fuegos fatuos.
Y
soy —uno más— de los que encuentra
en
cada palmo de mujer un verso.
IV
Eres
cadencia en la anarquía
con
paso silente de gacela
como
el ángel desconfiado
que
se esconde
en
las cuatro consonantes
de
tu nombre.
Artemisa
de todos los ruidos
olvida
la coreografía
que
inventó el fracaso
en
el pentagrama
con
manchas de brea
y
subamos juntos
a
cualquier cima,
desde
ahí
arrojaremos
las alianzas
que
nos revelaron
al
verbo amar
como
una gota de mercurio
atorada
en el corazón.
Dueños
del testimonio
seremos
fugitivos del pasado
esa
embarcación
salida
de la niebla
con
mástiles desnudos
como
cadáver animado por sus yerros
que
nos persigue
con
el bauprés hundido
en
su leyenda de fantasmas.
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SUCEDIÓ
EN TU PELO
Sucedió
en tu pelo la primera caricia
y en
ese aguacero rebelde
se
lavaron mis manos una vigilia
más
cercana al deseo, a la noche
en
donde sobra el temor al pecado;
era
el momento de tomar o dejar
de
cobrarle al destino todos sus yerros
te
dije Artemisa: con un yerro más.
Las
sombras del cuerpo rompieron su ayuno,
no
hubo remordimiento ni espejos
sólo
esta urgencia escondida
cambiaba
de nombre, cambiaba de piel
murmullo
de un reptil en tránsito
por
la calle luminosa de esos muslos
donde
mana el veneno amargo de tu sexo
tinta
esparcida en los poemas
y la
mancha perenne en mi boca.
Te
empeñaste en enseñarme a bailar
—mientras
mi vida penetraba en tu cuerpo—
la
partitura del viento siroco
sobre
la astilla de nuestro sino
y, a
golpes de jimador, coseché
estrellas
azules de aguardiente y aguamiel
en
los misterios de la tierra ajena.
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EL AMOR Y SUS GERUNDIOS
GÉNESIS
I
Vienes
un día
a
beber del grial de mis miserias
y me
ofreces de tu dolor un poco
como
quien regala jazmines silvestres
y
nos sentamos al filo del llanto
a
pelar la fruta amarga del pasado,
el
tuyo y el mío
el
que nos marcó
a
los dos y a muchos
sin
que tú y yo sepamos
quiénes
son
dónde
están
ni
cuáles son sus penas.
Después
vamos
llamando las cosas por su nombre
sin
temor a quedar desnudos
vulnerables
desprovistos
de los anticuerpos
que
proporciona el misterio
atamos
cabos
y
deshilvanamos las suturas
de
nuestras heridas perennes
que
exhibimos
como
condecoraciones de guerra.
Compartimos
la hiel con alegría
hasta
que vaciamos las alforjas
y
descubrimos
que
el silencio
no
ha hablado en este encuentro.
Cuando
dejamos de decir
nosotros
y
hablamos de ti y de mí
nos
miramos con recelo
ahora
es el fuego cruzado
de
las dudas
lo
que empieza a lastimarnos.
Los
puntos sobre las íes
son
perdigones
que
brotan de tus ojos tristes
y
lágrimas
que
estallan en mi camisa
como
petardos en el hueco de un puño.
II
El
tiempo se detiene
y
arrojamos a un estanque
los
últimos lamentos,
el
tiempo se detiene
y se
hunde también en el estanque.
El
tiempo es ahora un náufrago sin brújula.
Aquí
vamos los dos
caminando
al filo del estanque
con
horas y minutos
el
tiempo forma nuestros nombres
nos
llama
nos
acosa
el
tiempo es un sicario
al
servicio del destino.
Me
das tu mano
y le
arrancamos al destino
el
expediente perentorio,
horóscopo
infalible,
legajo
de fatalidades,
profeta
intolerante,
negro
protocolo,
inmundo
estanque
donde
perecen los sueños del vencido.
III
La
nostalgia por el dolor
nos
parió con el nuevo día,
la
aurora nos sorprende juntos
y
damos testimonio del amanecer.
Los
primeros rayos del sol
están
hechos de sonrisas
dibujadas
en los labios rojos del horizonte,
pátina
indeleble
entre
el cielo y la esperanza
suspiro
en la latitud de los sueños
y el
hallazgo
de
que recordar
no
es volver a morir
en
la cosa juzgada del pasado.
IV
Somos
la avanzada del milenio
picas
luminosas
disparadas
por un sol
oculto
entre las nubes,
lágrimas
que
no se derramaron en vano
porque
fueron rocío
para
las bugambilias,
las
vocales del silabario,
el
plancton de los orígenes,
índigo
con que se viste de gala el mar,
tiara
de espuma en la cresta de las olas,
agua
viva.
Somos
el polen
que
las flores le regalaron
al
último vendaval del siglo
para
poblar el campo incierto del futuro.
Somos
un tendedero
donde
el cielo cuelga la luna
en
cuarto creciente.
Somos
plumas
de
las alas de los ángeles
y
notas de la trompeta
del
heraldo
que
anuncia el arcoíris.
V
No
somos Adán y Eva
En
el paraíso
intentando
ser como dioses,
somos
tú y yo
habitantes
de la tierra,
diminutas
cuentas
engarzadas
en el ábaco del cosmos,
elementales
piedras
errantes de los ríos,
elementales
leños
consumidos por las llamas,
elementales
como
el viento húmedo del sur
que
en abril levantó tu falda
y en
el que partiremos cabalgando
a
pelo
sin
brida
elementales
y salvajes.
Somos
dos enamorados
a la
sombra del árbol del amor
aguardando
la tormenta,
elementales
como
el bien y el mal,
elementales
pero
los que conozcan nuestra historia
no
volverán a ser los mismos.
**Salvador
Pérez Melesio es parte del Taller Literario Diezmo de Palabras, poeta con una
cultura excepcional y consejero en el difícil arte del estilo y la forma
literaria. Nuestro Maestro Herminio Martínez le llamaba el poeta de la
sombrerería. Ha sido publicado en antologías y diferentes medios.
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