domingo, 12 de abril de 2015

LOS QUE VIERON Y VIVIERON LOS COMBATES DE CELAYA

El Sol del Bajío, Celaya, Gto.


LOS QUE VIERON Y VIVIERON
LOS COMBATES DE CELAYA
Del 6 al 15 de abril de 1915

Crónicas históricas de los archivos
del maestro Herminio Martínez (+)

Entre los miles de vecinos y visitantes circunstanciales en armas que vieron y vivieron los combates de Celaya, y que incluso sobrevivieron para contarlo, de acuerdo con sus específicas vivencias, presentamos a continuación cuatro testimonios que nos ofrecen un cuadro fragmentario pero connotativo de aquellos hechos, y que desde sus correspondientes atalayas contribuyen a ilustrarnos con bastante elocuencia: Se trata de un niño curioso, y de un personaje con responsabilidades oficiales; y de dos soldados adscritos al constitucionalismo, tres de ellos originarios de Celaya.


1.
Como dice Velasco y Mendoza, ante la inminencia de los combates, los celayenses optaron por ocultarse en el intento de no ser blanco de las balas, pero hubo algunos que por su edad no medían el peligro, como el mozo de 13 años, Antonio Noria Muñiz,  que viviendo desde 1911 en la calle de Manuel Doblado, en las cercanías del sitio en que se estableció la línea de fuego, notó el desconcierto de los vecinos cuando el 4 de abril llegaron los carrancistas, acampando en el lado poniente de la población, muy cerca de la fábrica de alcoholes "La Internacional" (Segundo sector: 2º Batallón de Sonora, con el teniente coronel yaqui José Amarillas, al mando).
Con otros chicos de su edad, acudieron a curiosear al campo carrancista, ante la novedad que originó la llegada de la gente armada. De inmediato encontraron allí ocupación, ya que los propios soldados les pidieron que consiguieran pastura para los caballos, en tanto las soldaderas, les encargaron elementos para cocinar.
El día 6 por la mañana, una parte de los carrancistas dejaron el campo, tomando el camino antiguo que conducía a Salamanca, haciendo estación en el cerro de "Las Brujas" (ahora Villahermosa), frente a El Guaje (ahora Villagrán).
Como a las once de la mañana, cuando el niño Noria Muñiz llegaba con una carga de pastura al campo carrancista, oyó a las soldaderas que gritaban: "¡'Ai viene el enemigo!". El mismo grupo de muchachos que hacían los mandados, ayudaron a las mujeres a buscarles acomodo, trasladándolas a un solar de un señor Segura, por la calle Real (ahora Hidalgo).
Por los rumores que pronto circularon, los carrancistas que habían salido por la mañana acampando en el cerro de "Las Brujas", habían sido derrotados por los villistas que venían camino a Celaya, a confrontarse con las fuerzas de Obregón.
A las 3.30 de la tarde, escuchó los primeros disparos villistas, cuya gente estaba a inmediaciones del rancho de Estrada.
Al poco rato, Antonio vio pasar un tren cargado de yaquis que pararon frente a "La Internacional", dispuestos a hacer frente al enemigo que se aproximaba. Un grupo de 30, portaban unos tamborcitos que utilizaban para las contraseñas, situándose cada uno a una distancia convenida, mientras los soldados tomaba sus posiciones, apostándose uno de otro a un metro de distancia.
El padre de Antonio, consciente del gran peligro que corría la vida de su hijo, acudió en su búsqueda y lo encaminó a su domicilio, en cuyo interior pasaron lo más cruento de los combates. El chiquillo percibía las balas "como si una olla con maíz estuviera a la lumbre", en tanto observaba que sus hermanos mayores cavaban un hoyo, para resguardarse de las balas (un remedo de las famosas loberas, tan caras a la estrategia de Obregón). En las remembranzas del muchacho, el primer encuentro con Villa terminó el 8 de abril.
En el segundo ataque, recordaría Antonio que las tropas villistas llegaron por el rumbo de la hacienda de San Nicolás, el día 13, y dos días después las fuerzas obregonistas se agenciaban la victoria, con un descalabro estrepitoso para el enemigo, pudiendo observar que los muros de "La Internacional" habían quedado "como cedazos", junto con otros muchos deterioros en algunos edificios de la ciudad, "por las bombas que alcanzaron a llegar a la zona urbana".
Por lo que se refiere a los muertos que quedaron sembrados en el campo, el curioso mozalbete contempló que hasta el día 25 de abril fue posible "que les echaran paladas de tierra", encargándose de estas fúnebres labores "personas que de la calle eran llevadas a realizar ese trabajo".
Al cabo de los combates, fue tanto el parque que se quemó, "que en la estación del ferrocarril compraban a veinte centavos el kilo de casquillos".

2.
Otro superviviente, cercano al Presidente Municipal J. Luz Ramírez, por haber sido su Inspector de Policía, lo fue Silvano Velázquez Ayala, que en 1915 contaba con 27 años de edad.
Originario de Pénjamo, Gto., a la edad de 8 años llegó al vecino poblado de Rincón de Tamayo, donde creció, para más tarde dedicarse a la administración de algunas haciendas.
Se encontraba en la hacienda de Roque, cuando las fuerzas del general Lucio Blanco acamparon allí. Él continuaba en sus labores, mas como "a cada semana era víctima de las arbitrariedades de la gente del general Blanco [convencionista], y semanalmente tenía la necesidad de comprar nuevo caballo", hubo de radicarse finalmente en la ciudad.
El 3 de abril de 1915, cuando se acercaban las fuerzas carrancistas a Celaya, el entonces alcalde, J. Luz Ramírez (que a la sazón tenía un negocio de ropa por la calle de San Elías, hoy Corregidora), mandó llamar a Silvano, con quien llevaba buena amistad, para comunicarle que él presentía que la ciudad iba a ser escenario de algún combate revolucionario, ya que las fuerzas de Álvaro Obregón se aproximaban, en tanto que las de Francisco Villa acampaban en Irapuato, en espera de refuerzos provenientes del norte. Le pidió su colaboración y él se puso a sus "incondicionales órdenes", diciéndole que en lo que creyera conveniente, lo ocupara. El señor Ramírez le dio el cargo de inspector de Policía.
Al día siguiente, 4 de abril, arribaron a la ciudad las fuerzas del general Cesáreo Castro, quien se presentó en la Inspección, para pedirle "que abriera la cárcel, que tenía deseos de conocerla".
En la cárcel (ex convento de San Agustín), una vez que entraron el general Castro y sus ayudantes, se oyó "un grito ensordecedor" de los presos: "¡Viva la Revolución! ¡Viva el general Obregón!".
Ante aquellas aclamaciones, el jefe militar subió a la parte superior del penal para proponerles a los presos que si querían su libertad, engrosaran sus filas, lo que aceptaron los reclusos en su totalidad, viéndose ese día desierto el penal de internos, que en palabras de Velázquez Ayala, "fueron a luchar por los ideales de la Revolución".
También recordaría la entrada del general Obregón a Celaya, y de los frecuentes contactos que tuvieron "por las necesidades de la guerra", así como de su primer encuentro con el general Joaquín Amaro Domínguez.
Uno de esos días, el general Obregón lo mandó llamar, exponiéndole que él tendría que estar atento a sus órdenes, para que la policía de Celaya lo auxiliara.
En estas circunstancias, en una oportunidad lo llamó Obregón para que llevara unos bultos envueltos en petate y flejados, al campo donde se emplazaban las fuerzas del general Amaro. Silvano buscó a éste "por el lado norte de la ciudad", entregándole los bultos que le enviaba Obregón. "Amaro los recibió, ordenando de inmediato fueran desenvueltos". El contenido de los paquetes eran "uniformes a rayas azules y blancas", que deberían usar los soldados de Amaro. "Ese fue el origen de los 'Rayados de Amaro', mote que tomaron para el resto de la revolución", y que estuvo motivado en la inicial desconfianza que le inspiraba al divisionario sonorense el general Amaro, por sus recientes aunque efímeras simpatías por el villismo, trocándose en lo sucesivo, en uno de los más confiables militares tanto de Obregón como de Calles, siendo Secretario de Guerra y Marina con este último.
El inspector alcanzó a ver que Amaro tenía a la mano los aparatos de telégrafo que lo comunicaban con el cuartel de Obregón, instalado en el templo de San Antonio, y siguió con atención las peripecias que se produjeron en los días de los combates, "aciagos para la ciudad, cuyas calles estuvieron desoladas en el transcurso de esos días". Ante los muchos riesgos que iban a afrontarse, muchos efectivos policíacos se negaron a seguir portando el uniforme. "Pasados los días de batalla, quedaron los campos cubiertos de sangre y sembrados millares de cadáveres. Para sepultar a los caídos se ocupó mucha gente y una vez desocupados los campos, se quemaba petróleo para desinfectarlos".

3.
Por su parte, José Alvarado Gil, originario de Jerez, Zacatecas, fue un combatiente carrancista que se encontró en Celaya en aquel azaroso mes de abril. Entonces contaba con 24 años de edad, y también guardaría muy fresco el recuerdo de acontecimientos en que fue actor en la primera línea de fuego.
Previamente, cuando se levantó en armas Venustiano Carranza con el Plan de Guadalupe, Alvarado Gil fue enviado a la División del general Lucio Blanco, en la Brigada de Caballería del 28º Regimiento, bajo las órdenes del Jefe de Brigada, Gonzalo Novoa.
Luego de que el carrancismo ocupó la ciudad de México, tras el Tratado de Teoloyucan, el destacamento del que formaba parte Alvarado Gil ocupó la residencia del general porfirista Manuel González de Cosío, en San Ángel. "En el saqueo —confesaría más tarde— hicimos suaderos para nuestros caballos con las cortinas de la casa, pisoteamos los muebles, etc., todo lo que se acostumbró en la Revolución".
Con motivo de la escisión que se registró en el constitucionalismo, los villistas o convencionistas marcharon hacia el norte y los carrancistas o constitucionalistas salieron por Atzcapotzalco, llegando a Villa del Carbón, cercana a Atlacomulco; de allí se desplazaron a Acámbaro y luego a San Luis Potosí, donde su contingente resultó derrotado por los antiguos aliados.
Nuevamente avanzaron hacia el sur, y en San Felipe Torres Mochas volvieron a ser derrotados por la gente de Villa, saliendo herido Alvarado de dos balazos en la pierna izquierda, recuperándose gracias al cuidado de unas monjitas, al caer prisionero de Villa, con cuyas formaciones se dirigió a Celaya, al encuentro de las fuerzas de Obregón, contra las cuales peleó, estando presente "en la quemazón de alcoholes 'La Bética', que él recordaría como "un edificio de tres pisos, que lucía pintura roja en sus muros".
En un descuido de sus transitorios compañeros, aprovechó para reincorporarse con sus anteriores tropas, ubicándose en el cuartel de San Francisco (el antiguo convento del mismo nombre), cerca del cual existían los baños homónimos, donde se tomó algunas abluciones, unas veces de medio placer, por 5 centavos, y otras de placer, por 10 centavos.
En las filas carrancistas libró el segundo combate, que se inició el 13 de abril y terminó el 15. Una vez obtenida la victoria, siguió él con rumbo al norte, sin separarse ya más de las fuerzas obregonistas, dentro de las que alcanzaría varias medallas al mérito y ascensos, como el que le confirió en 1925 el general Joaquín Amaro, siendo Secretario de Guerra y Marina, que le otorgó el rango de teniente de artillería.

4.
Otro soldado carrancista, Juventino Martínez Estrada, era mucho más joven que el anterior cuando participó en los combates de Celaya.
Militante del Regimiento del general Alfredo Elizondo, Juventino nació en San Juan de la Vega, trasladándose a radicar a la cabecera del Municipio en el año de 1913, a los 15 años de edad.
En diciembre de 1914, cuando Elizondo llegó a la ciudad por segunda vez, a su regreso de la fallida Convención de Aguascalientes, el imberbe muchacho se dio de alta, animado por un tío suyo que ya formaba parte de aquellas fuerzas, que la primera vez que se habían posesionado de esta plaza, tomaron por cuartel general la finca que ocuparía la tienda de "El Cerrojo", es decir, la señorial mansión del matrimonio González-Valencia, en el céntrico Portal Corregidora.
Por instrucciones de la superioridad, las tropas de Elizondo salieron rumbo a Salvatierra, luego a Acámbaro, donde estuvieron 15 días, para después marchar a Zitácuaro, Mich., de donde habían llegado noticias acerca de que los zapatistas habían invadido aquella región michoacana. Acuartelados en Zitácuaro, de allí salían a combatir a la gente de Zapata, o a Valle de Bravo, o a Real del Oro.
En el mes de marzo abandonaron Zitácuaro, enfilando a Estación de Cazaderos, donde se unieron al ejército de Obregón, con quien siguieron el camino al centro del país. El Jueves Santo de 1915, 2 de abril, "sin necesidad de combatir", ocuparon Querétaro, que habían evacuado los villistas.
Aquí permanecieron hasta el Sábado de Gloria, cuando a las 8 de la mañana tomaron el camino a Coroneo, pernoctando en Jerécuaro. A las 5 de la tarde del Domingo de Resurrección, las fuerzas de Elizondo tomaban Acámbaro, después de que el general villista Carrera Torres abandonaba la plaza.
De Acámbaro salieron para Celaya el lunes 6 de abril a las 7 de la mañana, habiendo tenido noticias de que los Dorados de Villa venían al encuentro del ejército de Obregón.
El contingente de Juventino descansó en Tarimoro, hasta las 9 de la noche, cuando llegó un correo del general sonorense, ordenando que se concentraran en Celaya, por lo que se situaron en el camino viejo que va a Rincón de Tamayo, quedando allí a manera de reserva, porque ya se estaba librando el primer combate.
A las 7 de la mañana del día 7, después de que Elizondo había sostenido pláticas al respecto con Obregón, los mandaron a formar una línea por toda la vía, hasta el puente de fierro. Más tarde, cuando ya se había determinado la estrategia a seguir, los estuvieron destacando en partidas de 40 hombres, a unas barrancas que están frente al cerro de Merino, donde hasta que estuvieron todos reunidos, se puso en marcha el plan del general en jefe: hacer una salida en falso, para llamar la atención a los villistas y entonces cargar con la caballería por la retaguardia, cometido que cumplieron a satisfacción las fuerzas de los generales Alfredo Elizondo y Joaquín Amaro, con el coronel Villarreal como eficaz auxiliar, porque al cabo de algún tiempo empezaron a retroceder los villistas, "de los cuales quedaron más de cinco mil en calidad de prisioneros, además de una parte de la artillería".
Aunque los Dorados de Villa recurrieron una y otra vez a la carga, la resistencia de los obregonistas fue denodada y no la doblegaron. Personalmente, Elizondo ordenó a Juventino Martínez Estrada y compañeros, que mataran los animales que formaban el tiro de los cañones, lo cual hicieron, pero los villistas, no obstante esto, "lograron recuperar su artillería, mas no los prisioneros. Una vez recuperados sus cañones, nos siguieron hasta cerca de la hacienda de San Nicolás".
Entonces el general en jefe mandó un tren con carga de cañones, atacando al campo villista, siendo esto suficiente para que los Dorados emprendieran la retirada, mientras los obregonistas los perseguían hasta más allá de Cortazar. Así terminó el primer combate.
Juventino y sus compañeros acamparon durante tres días por el Barrio de la Resurrección, en unos solares pertenecientes de Pánfilo Maldonado. De allí pasaron al rancho de Bartolo Jaramillo.
El día 13, como a las 5 de la tarde, estaban haciendo el "lonche", cuando se empeñó el segundo combate: Se formó la línea de fuego, desde el rancho de Jaramillo, hasta la hacienda de Torres (cerca de donde se instalaría tiempo después la termoeléctrica). Por el rumbo de "La Internacional", estaba en su apogeo el segundo combate, "mas nosotros no gastamos un solo cartucho hasta el día 14 a las 7 de la mañana", ante el avance de las fuerzas enemigas de los generales José Prieto y José Inés Chávez García y del coronel José Altamirano. A los primeros disparos hirieron en la cabeza al mayor Leoncio Muñiz, del Primer Escuadrón al que Juventino pertenecía, principiando allí su intervención en el segundo combate, peleando todo el día y toda la noche. Cada dos horas "tiraban cajas de parque cerca de la línea de fuego".
Juventino condujo al mayor Muñiz al Teatro "Cortazar"  (sobre la Calzada Independencia, lugar en que eran atendidos una parte de los carrancistas heridos, pues otros lo eran en el Hospital Municipal). A pesar del estado de gravedad de Muñiz, "logró recuperarse perfectamente".
Cuando Francisco Villa emprendió la retirada, sus fuerzas debilitadas tomaron el rumbo de Santa María, yendo entonces los constitucionalistas en su persecución, hasta cerca de Salamanca.

Terminados estos combates, el general Elizondo les ordenó concentrarse en El Sabino, para tomar por Salvatierra el rumbo de Michoacán, en cuya capital, Morelia, se volvieron a encontrar con el general villista Prieto, que hubo de desalojar la plaza. Entonces Venustiano Carranza extendió el nombramiento de Gobernador para Elizondo, con quien combatieron, sin derrotarlas, a las fuerzas desmandadas de José Inés Chávez García y Jesús Cíntora.


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