domingo, 4 de octubre de 2015

HISTORIAS EN CORTO


HISTORIAS EN CORTO
Octubre es un mes propicio para las historias cortas con un toque de misterio. José Arturo Grimaldo nos presenta una de tantas leyendas urbanas sobre los famosos moteles de carretera: donde el jabón es pequeño, la cama muy ancha y los recuerdos borrosos. Arturo nació en la Comunidad de la Esperanza, municipio de Dolores Hidalgo. Es el antepenúltimo de quince hijos. Estudió el bachillerato en el Seminario Diocesano de Celaya. Estudió  la  carrera de Licenciado en Administración de Empresas y posteriormente  cursó  una Maestría en Desarrollo Docente en la misma Universidad, ESCACE. Es miembro del Taller Literario Diezmo de Palabras y amante de la lectura. Su narrativa es fluida, lineal y con un finísimo sentido del humor.
Julio Edgar Méndez

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LAS CURVAS
Por: Arturo Grimaldo

Después de aquel día tan agitado en la Preparatoria “EL ESCRIBA” y una vez terminada su tarea de mercadotecnia para el día siguiente, Lázaro Gavilán decidió irse a dormir. Por varios minutos permaneció despierto, tratando de terminar de armar el plan que venía preparando para llevar a su novia a un lugar donde nadie los molestara y poder declararse mutuamente su amor. Luego,  sus ojos se negaron a seguir abiertos y se quedó profundamente dormido. Imaginó escuchar la respuesta  afirmativa de su padre para que usara el auto, situación que lo hizo dar un tremendo salto y gritar de júbilo, pues sabía que por fin se cumpliría aquella realidad. Yesenia  Olivares, su novia, de la que también y para completar su felicidad, hacía unos días le había dado el tan ansiado sí a la prueba del amor que con tanta impaciencia había esperado escuchar de sus labios, también estaba muy ansiosa por  vivir aquella experiencia.
—¡Yes!, sabía que mi jefe aceptaría prestarme la “nave”. Además, ya soy todo un hombre y mi novia se merece un paseo romántico fuera de la ciudad  -dijo el jovencito, al mismo tiempo que daba vueltas en la cama como ansiando que llegara la luz del alba y con ella un nuevo día.
—Ahora sólo me resta  preguntarle a Beto cómo le hago para llegar al Motel del que tanto me han hablado él y sus amigos –dijo, al tiempo que marcaba el número de teléfono de su camarada.
—Qué onda, Beto, ¡te tengo una súper noticia!. Mi jefe me prestó el carro para llevar de paseo  a Yesenia y quería preguntarte cómo llego al Motel  “Las Curvas”,  del que tanto me han hablado tú y los demás cuates. No, hombre, del que me contaste la otra vez; al que fue Marcos y Gemma; a donde llevó el Chino a la amiga de su novia Bety; no, güey, en donde embarazó el Jhony a la “Chiluca”  -seguía preguntando emocionado. Luego de algunas anotaciones hechas  de manera improvisada en una servilleta, se despidió de su amigo-. Está bien, yo veré cómo le hago, pero esta vez no voy a desaprovechar el tiempo ni el transporte, ya luego te cuento.
Gran parte de esa tarde la dedicó para su arreglo personal; para estrenar la loción Passion Xtreme  que en su  cumpleaños número diecisiete le había regalado su mamá, así como para probar una y otra combinación de ropa que le hicieran parecer el hombre más interesante del mundo, sobre todo a Yesenia.
Aunque no se habían puesto de acuerdo, lo mismo había hecho su novia, quien en mayor medida había logrado transformar aquella figura poco atractiva, de escasa voluptuosidad a la vista de los demás, excepto para su novio, a quien le pareció un verdadero platillo, listo para saciar su apetito carnal.
El claxon  del viejo Chévrolet 1960 sonó intempestivamente frente a la casa de Yesenia, quien, como impulsada por un resorte, salió brincando la pequeña cerca de madera que rodeaba el jardín de su casa.
—Sube, no podemos perder tiempo –le dijo él, quien en ese instante y de manera atenta le abría la portezuela del auto.
Una vez que salieron de la ciudad y enfilados hacia el lugar planeado con  anticipación por parte de Lázaro y una  vez encendida la radio del automóvil, se escuchó accidentalmente una vieja canción de Consuelo Velázquez que decía, “Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez…”  al mismo tiempo que ella preguntaba en tono sugestivo.
—¿Cómo me veo hoy? ¿Te gusta cómo luzco para ti?
—¡Wow!, luces espectacular con esa minifalda. Además, te agradezco por traer la blusa blanca de botones dorados que tanto me gusta. Espero que en esta ocasión sí me permitas desabotonarlos todos, -le dijo sonriendo y lleno de sensualidad- sin quitar la mirada de  la carretera, que empezaba a formar figuras imaginarias como  de gigantescas serpientes.
Habían recorrido escasos cincuenta kilómetros de distancia, cuando un viejo letrero, a  la orilla de la carretera, indicaba manejar con precaución porque comenzaban las curvas del lugar. Lázaro bajó la velocidad y aprovechó para deslizar lentamente su mano derecha hasta la bien torneada y blanca pierna izquierda de Yesenia, quien de manera inocente correspondió a la caricia haciendo lo mismo que su novio y generando una sensación jamás vivida por ambos, provocando que el palpitar de sus corazones se aumentara, igual que el deseo de llegar lo más rápido posible al lugar pensado por el joven.
A medida que avanzaban, él continuó con mayor intensidad el movimiento de su mano derecha sobre aquel cuerpo temeroso ante tanta muestra de cariño.
--No seas desesperado, mi amor, hace unos minutos me dijiste que ya falta muy poco para llegar. Además, también yo estoy ansiosa por vivir este momento  maravilloso contigo y en un  lugar tan romántico como me has dicho. Espero que de verdad conozcas el lugar… sólo  porque tus amigos te dijeron donde se ubicaba  -dijo ella, volteando a verlo de reojo.
Al llegar al Motel de referencia, ambos llevaban la certeza de que aquella tarde sería inolvidable, pero antes habría que pensar de cuánto tiempo disponían.
—Hasta qué hora te dieron permiso  tus papás, mi amor -cuestionó Lázaro.
—Pues aunque te suene a historia infantil, hasta la media noche, -contestó ella.
—Ojalá  te hayan creído que íbamos a la fiesta de aniversario de la Escuela,  -volvió a decir él.
—Sí, sí me creyeron, aunque se les hizo un poco extraño por qué tan temprano teníamos que estar en el baile escolar –comentó Yesenia.
Luego de llegar a la última curva y tomar una pequeña desviación por una pronunciada pendiente, llegaron al lugar, -que dicho sea de paso, como cualquier motel, quedaba perfectamente oculto a la vista de los automovilistas que por allí transitaban.  Al estacionar el carro frente a aquella enigmática construcción, una sensación extraña invadió a Yesenia, pues le pareció demasiado olvidado y con poca iluminación, a excepción de un viejo anuncio de luz neón medio apagado, que apenas sí permitía leer el nombre del negocio y su respectivo eslogan: “Motel Las Curvas. El Placer… de servirle”.
A la entrada del lugar no había ni una persona en recepción, pues luego de tocar el timbre, nadie se hizo presente. Voltearon un poco nerviosos en todas las direcciones y luego de varios minutos, se acercó un hombre de avanzada edad, de mal aspecto físico y de pasos vacilantes, quien sin mirarles, les dijo:
—Son quince pesos: Esta es la llave de la habitación número 60. Pueden pasar.
Tan pronto como vino, se alejó de inmediato, dando la sensación de ser un espectro de otro mundo, por su tono de voz y la rapidez para ocultarse a la vista de la pareja. El número de la habitación se encontraba en la segunda planta del lugar y tras recorrer un largo pasillo, por fin llegaron y de inmediato, Lázaro abrió la puerta con un marcado nerviosismo. En el interior, una antigua linterna de pared  iluminaba ténuemente la habitación, en donde se observaban perfectamente por el resplandor de la luz, las sábanas blancas de la cama, a la vez que mostraban el paso inmisericorde del tiempo y con éste, la acumulación del polvo y las historias de amor de que habían sido testigo.
Llenos de ansiedad por beber del fruto de un amor impaciente, de comerse a besos el alma de uno y otro y cegados por la angustia de caminar contra el tiempo, sus manos se volvieron tan ágiles como las del mago que es capaz de transformar la realidad en imaginación y la imaginación en alas blancas, en conejos y en flores. El uno desnudó al otro y éste fue correspondido, para luego entregarse al amor. Se confundieron los gritos de dos cuerpos unidos con los lamentos de varias almas en busca de compasión y reposo eterno. El tiempo pasó inadvertido para ellos y el reloj no fue cómplice de los dos al avanzar las manecillas sin piedad alguna. Sin embargo, les concedió realizar el juego de un amor sin prisa, pero sin pausa. Vencidos por la pasión quedaron inertes, cual figuras de bronce esculpidas a fuego lento y unidas para siempre.
Ambos buscaron su ropa casi en la penumbra y justo cuando ella se inclinaba para encontrar una de sus zapatillas, vio que debajo de la cama había un cuerpo semidesnudo de una mujer que yacía boca abajo en medio de un charco como de sangre. Se cubrió con su mano la boca para ahogar el  grito de horror que estuvo a punto de lanzar  y luego de ponerse con gran  agilidad sus prendas, se acercó hasta donde se encontraba Lázaro y le abrazó con tanta fuerza y temblando de miedo que era casi imposible para ella pronunciar una palabra. Cuando  por fin pudo hablar, ella le pidió que se fueran rápido de allí, porque faltaba poco tiempo para que dieran las doce de la media noche.
—Por favor, Lázaro, no quiero estar un minuto más en este lugar. Todo ha sido maravilloso, pero por lo que más quieras, vámonos de aquí, -le dijo casi gritando.
—Tranquila mi amor, no pasa nada, sí llegaremos a tiempo a tu casa –respondió él.
Ya en el camino de regreso, ella le contó lo que había visto debajo de la cama y él entonces comenzó a ver que por el espejo retrovisor se dibujaba la misma imagen de la mujer, tal y como se la había descrito Yesenia. Unas veces aparecía la imagen  y otras se esfumaba.
—No me vuelvas  a invitar a un lugar tan misterios y desagradable, -le dijo.
Él ya no le respondió, porque en ese momento se acercaban al domicilio de su novia.
—Te veo mañana en la Escuela. Gracias por esta linda velada -le alcanzó a decir él antes de que bajara del auto.
Sólo un beso rápido y ella corrió de nuevo al interior de su casa cuyas lámparas de la sala aún estaban encendidas, como si sus padres la esperaran para saber cuánto había bailado con Lázaro en la Fiesta escolar.
Muy  temprano, a la mañana siguiente y luego de haberle agradecido a su papá por usar su carro, Lázaro le hizo una pregunta.
—¿Papá, tú conoces un Motel que se llama Las Curvas?
—¿Por qué me lo preguntas hijo? -Contestó un poco extrañado su padre.
—Porque vamos a hacer una investigación de Mercadotecnia sobre cada uno de los negocios que hay en la localidad. 
—Bueno, pero ese lugar ya no está en servicio, hijo. Hace muchos años, cincuenta, si no me equivoco, las autoridades decidieron clausurarlo porque allí se le quitó la vida  a una  jovencita de estos rumbos –comentó el papá.
Ante aquella respuesta, Lázaro quedó como petrificado por unos instantes y luego de aclararle que tendrían que desechar de la lista de empresas a investigar al mencionado Motel, se retiró del lugar.
Ya en su recámara, tomó el teléfono y de inmediato le marcó a Beto, para preguntarle sobre el Motel en donde había estado un día antes con su novia.
—¿Por qué no me dijiste nada del lugar a donde tenía pensado invitar a mi novia?  -dijo Lázaro.
—No me digas que te creíste todo los que dijimos de ese Motel. Sólo tú eras el único que no sabía que ese lugar fue muy famoso hace muchos años. Después se convirtió en un Motel de mala muerte y  hace algún tiempo fue clausurado, -le contestó Beto.
--Espero no hayas ido allí. Cuéntame a dónde fuiste, ¿cómo te fue? -y justo cuando terminaba de hacer la pregunta, se escuchaba la bocina del auricular como si esta quedara descolgada. Unos minutos después, la voz de su mamá le hacía volver a la realidad, al darle una firme indicación.
---Ya levántate Lázaro, que se hace tarde para que llegues a la Prepa.


En fin…

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