El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
CELAYA EN SUS LEYENDAS
Versiones de Carlos Javier Aguirre Valderrama
“No se puede
contra lo que no se puede.”
Nos han dado la
tierra, Juan Rulfo
Las leyendas, narraciones de hechos
comunes o sobrenaturales, han formado parte de la historia vernácula de todo
pueblo. Sus orígenes suelen ser una mezcla entre lo que verdaderamente pasó y
la manera en que se fue distorsionando según lo relataban de persona a persona
(una suerte de teléfono descompuesto). Algunas se escribieron muchos años
después del suceso, de ahí que existan variables de casi todas las leyendas
según la región. Se cambian nombres de pueblos, ciudades, personajes, se
invierten a veces los roles de buenos y malos, pero en general se conservan de
forma tal que es fácil identificar el momento histórico del que se cuenta. La
singularidad de estas narraciones también incluye la manera en en que han
llegado a nuestro conocimiento. Por eso, en el Diezmo de Palabras, cedemos el
espacio de hoy domingo, a las leyendas de Celaya, tal como se las contaron al
Dr. Carlos Javier Aguirre, compañero de nuestro taller y quien ha tenido la
paciencia de escuchar a muchas personas, quienes de manera casual y con
sencillez, han contado sus experiencias y recuerdos sobre esas historias que
les contaron, a su vez, otras personas.
El doctor Aguirre gusta de platicar con la gente de nuestra ciudad. Sabe
escuchar y después, con su muy peculiar estilo, sencillo, con lenguaje cándido,
escribe las leyendas urbanas que conforman los textos que hoy, de manera muy
breve, compartimos con todos ustedes.
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EL
TELEGRAMA URGENTE
Doña
Esperanza se sentía feliz de tener en casa a su hijo Guillermo.
Después
de que terminó la secundaria en San Juan de la Vega corrió con su padre a los
Estados Unidos. Para evitar molestias con los de migración tuvo que ingresar al
ejército.
Ahora
había vuelto a visitar a su madre. Toda la comunidad corrió a saludarlo; primos
y amigos fueron llegando con las cajas de cervezas.
Fue
todo un gran acontecimiento que, después de tantos años fuera de la tierra que
lo vio nacer, regresara a visitarlos.
Mientras
la madre y algunas vecinas desplumaban los guajolotes para prepararle un rico
mole, su madre le platicaba sobre la pensión, que siempre llegaba muy puntual,
con lo que había construido dos cuartos y ampliado la casa.
A la
mañana siguiente tomó su saco de viaje, le pidió a su madre la bendición, se
colocó el saco en el hombro y con los ojos llenos de lágrimas emprendió su
camino.
-Sra.
Esperanza, le traigo un telegrama que estaba perdido. Le notificó el cartero de
la comunidad.
“El
ejército de los Estados Unidos de Norteamérica tiene la pena de anunciarle la
muerte del Teniente Coronel Guillermo Sánchez, caído en defensa de su país. El
próximo mes de enero será sepultado con todos los honores en el panteón de
Arlington y posteriormente le entregaremos sus pertenencias”.
La
señora Esperanza cayó de rodillas y con los brazos en cruz empezó a rezar.
-Mi
hijo estuvo conmigo para despedirse.
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EL
MÉDICO DE CAMPO
El
Sr. Leocadio Derramadero vivía afuera de la ciudad y se llegaba por un sendero
a su choza de piedra y paja.
Afuera,
a la sombra de un enorme árbol, había unas tablas dispuestas para los enfermos
y, junto al pie del árbol, un cántaro de barro lleno de agua fresca para todos
los que esperaban su turno de ser atendidos.
La
vivienda estaba adornada por dentro con un sin número de santos y de las vigas
colgaban amuletos de diferentes figuras y formas, dándole a la habitación un
aspecto tétrico. En un rincón estaba el camastro de tablas y en el centro una
mesa. Las lámparas del techo arrojaban extrañas sombras sobre la pared.
Desde
muy temprano la gente acudía a él para que les diera medicinas y les hiciera
hechizos que aliviaran los dolores, también les preparaba brebajes.
El
día cinco de septiembre de 1936 acudió el Sr. Teódulo Chico.
--
¿A ver, qué tienes?
--
Pus’ no puedo estar bueno. Ya no tengo nada, todo lo vendí para pagarte y no
siento mejoría.
--
El daño que te hicieron es fuerte y grande. Recuéstate en la cama.
El
Sr. Leocadio tomó un manojo de hierbas y empezó con un rezo y a barrerle todo
el cuerpo; pasó las palmas de sus manos en círculo por todo el cuerpo.
--
Bien, ya estás listo. Te tomas esta medicina, únicamente diez gotas antes de
dormir.
El
Sr. Teódulo Chico, en lugar de llegar a casa, se dirigió con la autoridad
municipal y acusó al Sr. Leocadio de ejercer la medicina sin título.
Al
poco rato llegaron por él los de la guardia municipal y fue conducido a la
cárcel. Todos los internos lo ridiculizaron gritándole que tenía pacto con el
diablo.
A
partir de entonces ya no volvió a salir de su celda, lo único que veían salir
era una enorme rata peluda.
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EL
POZO DEL FRAILE
Las
hermanas, Florencia y María Guadalupe Meza Marmolejo, platicaban de las largas
temporadas que pasaban en la puerta de Oro del Bajío con su prima Isabel
Marmolejo.
Todos
los días, muy temprano, salían las tres al templo de San Francisco a escuchar
misa.
Un
día como todos los demás, una vez concluida la misa, salió un padre franciscano
a pedir la limosna. Recorría todo el templo por la parte central y se colocaba
con su charola en la puerta principal. Su capucha le cubría toda la cara.
Llamaba la atención el hábito del monje, muy
roído y se despedía de cada uno de los fieles pero su voz era como de
ultratumba y, al pasar junto a él, un escalofrío recorría el cuerpo de los que
pasaban cerca de él.
Toda
la gente que estaba en la puerta del templo de San Francisco, igual que las
hermanas y su prima, observaron que el franciscano se dirigió al pozo
artesiano, que estaba a unos pasos de la puerta principal, y desapareció. Un
murmullo recorrió la iglesia.
Todos
se pusieron de rodillas encima del frío suelo de piedra y al momento comenzaron
a orar el padre nuestro.
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TIERRAS
NEGRAS, UNO DE LOS BARRIOS CON MÁS HISTORIA
Se
cuenta que la zona donde hoy se ubica el mercado Cañitos era un área agrícola
muy productiva; con abundante agua de riego que se transportaba desde el
manantial que existía en donde termina la actual calle Leandro Valle, ya cerca de las vías del tren.
En
el siglo pasado, cuando terminaba el milpero su trabajo en la parcela, hacia
una muñeca con su perro de barro y lo enterraba en el centro de la parcela.
Estos monigotes eran utilizados como guardianes de la parcela. Estos
conocimientos eran transmitidos por sus antepasados. Todo aquel que quisiera
entrar a la parcela era asustado o bien el perro empezaba a ladrar y la gente
salía corriendo.
El
dueño, para poder entrar, tenía que golpear la cerca con la coa y decir su
nombre.
Dicen
que, en cierta ocasión, el patrón le dijo a su trabajador, don Chuy: “Toma tu paga,
no compres aguardiente, llévale el dinero a tu familia que bien lo necesita”,
pero él no hizo caso y de todas maneras compró una cuartita de aguardiente y se
fue por el rumbo del manantial y se puso a tomar. Era una noche templada de
primavera y la luna llena se había abierto en el cielo como una flor de plata.
Por
ratos sentía como si rozaran su sombrero. Entonces vio venir a una mujer, con
el cabello muy largo y ella le preguntó: “¿Qué haces aquí?, ya tiene buen rato
que te estoy esperando en la casa, ya está listo tu chocolate”.
Y
verdaderamente era la voz de su esposa la que hablaba. Se convenció y se fue
con ella. Caminaron buen trecho. Se agachó y tomó dos piedras, se las aventó a
la silueta y se dio cuenta de que al pegarle a la mujer daba contra algo hueco.
Cuenta
la gente que don Chuy se desapareció y por un tiempo nadie lo volvió a ver,
hasta que un día unos hombres lo vieron salir de la milpa. Aunque fue
cuestionado por parientes y conocidos sobre su paradero, don Chuy nunca pudo
recordar nada.
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LA
CASA EMBRUJADA
La
señora Juanita Díaz platica que se vino de Soria con toda su familia, y al
andar buscando casa se encontró una en Francisco Juárez 909, casi esquina con
Jiménez. A sus propietarios les urgía deshacerse del inmueble por una serie de
acontecimientos que todo Celaya conocía. Dicen que incluso hubo la encarnación
corpórea del diablo al estar jugando unas personas con la famosa tabla Ouija.
El precio tan bajo estaba sujeto a la
condición de que al menos pasaran una noche en esa casa.
“Fue
la peor experiencia que haya tenido en mi vida. Un fuerte viento se presentó
dentro de las habitaciones. El abrir y cerrar de puertas nos causó un terrible
miedo. Todos los objetos de la casa, platos, cucharas, cojines, pasaban
volando. De pronto se oyó un tremendo ruido y empezó a vibrar el piso cada vez
más fuerte. Se produjo un potente fogonazo de luz muy blanca.” Contó al otro
día, recordando su salida precipitada a media noche. La señora vio cómo una
negra y alargada silueta se dirigía hacia ella, sintiendo un escalofrío que
recorría la espalda, empezó a gritar: “¡Hijos, vámonos, esto no es para
nosotros…” y, con un pie en la calle, la puerta principal se cerró
estrepitosamente. Voltearon para ver una mano enorme con garras que se asomaba
por una cortina mal cerrada.
Por
supuesto que no compraron la casa.
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EL
TESTAMENTO CON INDULGENCIAS
Don
Rafael Díaz, hombre de gran nobleza, siempre presto a ayudar al necesitado,
originario del municipio de Celaya, Guanajuato, dejó en su testamento muy en claro
que su cuerpo, al morir, debería ser amortajado con el hábito de una orden
religiosa, ya que se creía en el siglo pasado que con ese acto se perdonaban
todos sus pecados. Así los frailes franciscanos lograron gran publicidad. Y si
el servicio era completo, con todo y caja funeraria, se acumulaban más las
indulgencias. Con el tiempo, toda la población comenzó a encargar el “bendito” hábito.
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LOS
CANTADORES
A los habitantes de la comunidad de Fracción
de Cano, del municipio de Tierra Blanca, se les conoce como los cantadores,
porque se pasaban todas las tardes contando las historias que
sus antepasados les enseñaron cuándo ellos eran
chicos. A ellos les tocó vivir en esta parte de la Sierra Gorda de Guanajuato, una zona muy diferente al resto
del estado. Había mucha vegetación y en ocasiones, cuando el clima era malo,
hasta los cerros se llenaban de nieve; pero cuando salía el sol había
mucha humedad, los piñoneros en los cerros se llenaban dando buena producción.
En los arroyos corría el agua,
que favorecía a la tierra para tener mejor cosecha del maíz. Pero cuando el
cielo se entristecía, el maíz tardaba en salir, entonces tenían más trabajo
porque había que recorrer cada una de las parcelas cantando para que el maíz no se pusiera triste y pueda
salir con mucha fortaleza y alcanzara más la comida. Pero los tiempos cambian y
ahora para donde quiera que voltees son puras piedras.
Esta
era la canción que le entonaban a la tierra:
Hermoso
padre mío,
a
todos los santos señores.
hermoso
santo cargado de nubes,
hermoso
santo lloviznador
con
quien vengo a rogar.
Por
favor, Padre,
por
favor, Señor,
mándame
la lluvia.
Tú
eres el dueño del grano de maíz,
tú eres
el dueño del grano del frijol,
envíamelo
bien ordenado, que sea todo, señor.
queremos mas leyendas de usted sr carlos estan bien bonitos esperemos que publique mas de usted
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