domingo, 29 de noviembre de 2015

ENTRE EL DANUBIO DE LOS AMANTES Y EL PADRE DE LA CRIATURA


ENTRE EL DANUBIO DE LOS AMANTES Y EL PADRE DE LA CRIATURA

"¿Qué es el cerebro humano sino un palimpsesto inmenso y natural?”
Charles Baudelaire

Conocí la obra de Federico Andahazi en 1997. Había publicado su primera novela, El anatomista, con la cual fue ganador de un premio literario entre los muchos otros que ya había recibido por sus cuentos. Pero apenas empezaba esta historia.
La prosa de Federico es impecable. Su adjetivación exacta. Sus personajes se vuelven entrañables dentro de su fantástica verosimilitud. Escribe con la autoridad de quien investiga a fondo el tema, pero con todas las licencias poéticas de un autor que sabe impactar a sus lectores. Desde ese entonces Andahazi se convirtió en uno de mis escritores favoritos.
En 1999 asistí por primera vez a un taller literario, el Diezmo de palabras, del maestro Herminio Martínez. Quedé atrapado en la luz de Herminio y su enseñanza peripatética. Con los años y su guía pude publicar aquí mismo en El Sol del Bajío, en antologías de la Universidad de Guanajuato, en ediciones del Instituto Estatal de Cultura de Guanajuato y otras editoriales, e inclusive ganar algunos premios. Quién diría que al pasar el tiempo tendría yo el honor de estar al frente de este taller que sesiona todos los miércoles en nuestra Casa de la Cultura. Y quién diría que un buen día, por aquellos años del siglo pasado, leyendo un periódico de tiraje nacional, tuve la agradable sorpresa de encontrar un artículo sobre la entonces reciente novela acerca de Mateo Colón, anatomista del renacimiento, cuyo personaje es el protagonista principal. El escritor del artículo era Contardo Calligaris, un ensayista italiano quien tuvo la curiosidad de verificar las citas textuales, mencionadas en la novela de Federico, extraídas del libro De re anatomica, escrito por Mateo Colón en 1559. El hallazgo fue asombroso, por decir lo menos y entonces la realidad superó a la ficción. Pero prefiero que sea el propio Federico Andahazi quien nos lo cuente:

“EL PADRE DE LA CRIATURA
Estas notas son hijas del estupor; de la extraña y escalofriante impresión que, de tanto en tanto, nos provoca el repetido descubrimiento de que la ficción está construida de misteriosos despojos, de fragmentos de memorias ajenas y, casi siempre, irreconocibles. Lo que sigue es el absorto relato de una sucesión de hallazgos que confirman que todo texto no es más que una pieza que, más tarde o más temprano, termina por acomodarse en el intrincado rompecabezas de la literatura. El siguiente artículo es el fin de un largo y curioso recorrido que se originó en San Pablo en 1997, retrocedió a la Venecia de 1559, continuó en Frankfurt en 1593, de allí saltó a New York, se remontó nuevamente al pasado hasta llegar a Antuerpia en 1596, pasó por Ginebra en 1816, siguió en Copenhague y por fin me condujo, para decirlo literalmente, a la vuelta de mi casa, a un antiguo caserón del centro de Buenos Aires. Pero empecemos por el principio.
Hace algún tiempo el prestigioso ensayista italiano Contardo Calligaris publicó en Folha de Sao Paulo un extenso comentario sobre El anatomista. Relata en el artículo que leyó mi novela en Nueva York y que, movido por la curiosidad, se decidió a averiguar cuánto había de cierto y cuánto de ficción en torno al protagonista, Mateo Colón, y a su obra De re anatomica. Resuelve entonces visitar la Biblioteca de Nueva York donde accede a un ejemplar de la obra del anatomista cremonés; relata que, para su completa sorpresa, en un catálogo descriptivo de los libros impresos antes de 1956 en las bibliotecas de los Estados Unidos, se consigna la existencia de otro ejemplar de la misma obra en la biblioteca de Medicina de Washington. Según la reseña de este catálogo se trata de una edición tardía de 1593 hecha en Frankfurt. "En las páginas finales de esta copia, hay varias anotaciones manuscritas. Una, hecha en Antuérpia en 1596, con el título De Coitu. Otra, también en Antuérpia y en el mismo año, relata disecciones de cadáveres hechas según las recomendaciones de Colón." y aquí viene el escalofriante descubrimiento de Calligaris: "Estas notas están firmadas por un -verifiquen si quieren- doctor Frankenstein".
Meses más tarde tuve el privilegio de que el mismo Contardo Calligaris presentara El anatomista en Brasil. Durante el curso de aquel encuentro paulista conversamos largamente sobre su hallazgo y llegamos a establecer dos hipótesis: la primera, que quizá este ejemplar de la obra de Colón haya estado en manos de Mary Shelley, y que de él hubiera tomado el nombre del famoso médico romántico. La segunda: tal vez la historia misma que ella cuenta haya sido, en parte, verdadera y documentada en estas misteriosas anotaciones. Pero estas, desde luego, no son más que conjeturas que, ciertas o no, nos condenan al ingrato trabajo del sepulturero. Al fin y al cabo, abrir antiguos libros empolvados produce la misma espantosa inquietud que levantar la tapa de un olvidado sepulcro.
Sin siquiera sospecharlo por entonces, todas aquellas conjeturas iban a ser el comienzo de un artículo que más tarde mutaría en un cuento y, finalmente, habría de convertirse en mi segunda novela, Las piadosas. Tal como decía Baudelaire, la literatura es un palimpsesto, es decir, una serie de escritos superpuestos sobre el fondo de una obra anterior. Esta certidumbre es la que invita a escribir, por cuanto nos revela que no existe el tan mentado fantasma de la hoja en blanco. Pero, por otra parte, también pone en evidencia que los escritores no somos más que un accidente entre dos textos.
Federico Andahazi. Agosto, 2001”

Lo que comenzó en 1997 al abrir las páginas del libro de un desconocido, continuó a lo largo de los siguientes años buscando la continuación de esa historia donde empezaron a converger personajes históricos y ficticios. Federico siguió publicando éxitos de librería y yo continué admirando su talento, su narrativa tan distinguible y su finísimo sentido del humor. Mientras tanto yo seguí intentando escribir bajo la sombra del maravilloso árbol que fue nuestro Maestro Herminio, a la par que esperando lo imposible: Conversar algún día con un gran autor del otro lado de nuestro enorme continente americano.  Entonces llegaron a México, igual que a todo el resto del mundo –digamos que del mundo tecnificado- las famosas redes sociales. Y ahí, en la red social (curiosamente llamada Cara-Libro), encontré un día el nombre de este escritor tan admirado. ¿Aceptaría agregarme como a otro contacto? Lo hizo. Eso fue hace varios años. Así pude leer algo sobre su vida y conocer más a fondo su obra. El autor argentino comparte con sus contactos los acontecimientos en torno a su quehacer literario. Dice que Borges se enorgullecía de sus lecturas, pero él de sus lectores. Y es cierto. Tiene la deferencia de contestar a sus preguntas, a pesar de sus múltiples ocupaciones. Motiva a todos a continuar investigando en torno a sus novelas y personajes. Construye -literalmente- una red donde todos pueden participar, hacer comentarios, escribir mini reseñas cuyo contenido es a veces más interesante que las escritas por profesionales. Tal es la razón de esta historia que hoy, amable lector, está usted leyendo.


Los amantes bajo el Danubio es la novela más reciente de este autor de Buenos Aires. Comienza en el Budapest ocupado por los nazis en 1944 y culmina muchos años después con el reencuentro de estos amantes en circunstancias por demás asombrosas. Mientras en la casona del rico aristócrata, Bora, se vive de manera simulada un matrimonio de apariencias, por debajo de la misma, en el sótano, una pareja de judíos se oculta de los nazis. La manera de sobrellevar la tensión en el subsuelo se convierte en una serie de experiencias sexuales bajo el más estricto sigilo,  ya que en la parte de arriba un suspicaz oficial del ejército nazi decide posar para que Bora, consumado pintor, le haga un retrato. Las dos parejas se ven atormentadas por los celos y la desconfianza. Bora y Hanna (quien se oculta en el sótano) habían sido esposos, pero ahora ambos están casados con otras parejas. Andris, el nuevo esposo de Hanna, y Marga, la nueva esposa de Bora, se ven obligados, por humanidad, a conciliar su nuevo mundo con el pasado de sus respectivos cónyuges. Su vida depende de ello. Federico nos lleva de la mano por Budapest como lo haríamos con un guía experto. Recrea el tiempo, las costumbres, los estados de ánimo de personas que llegamos a conocer a fondo gracias a su prosa fluida y amena. Sufrimos cuando las botas del oficial nazi repercuten sobre la madera del escondite de los amantes que no saben hacer más que lo impensable. Tener un sexo profundo, erótico, apasionado, con lágrimas en los ojos y sal en los labios, sabiendo que en cualquier momento pueden ser descubiertos y llevados a la cámara de gas. Es una maravillosa historia de amor.

Siguiendo los comentarios de Federico en su “muro”, leí con interés sus notas sobre la investigación previa a su novela y los días que pasó en un pequeño apartamento de Nueva York mientras escribía parte de este libro. Así que, llevado por el afán de utilizar estas redes sociales en su máxima capacidad, le pregunté al autor de dónde salió la inspiración para esos amantes bajo el Danubio. Su respuesta me fascinó. Están basados en su propio origen familiar.

Así que aquella lectura, en el México de 1997, aquí mismo en la ciudad de Celaya, de una novela de un autor argentino; un artículo de un ensayista italiano; la asombrosa respuesta de Andahazi a ese texto en un periódico brasileño, creando otra novela maravillosa; las redes sociales y su vertiginosa velocidad de interacción, permitieron que un día, dieciocho años después, Federico me invitara a leer su nueva novela y a comentar sobre la misma. No pude hacerlo. Tenía que hablar sobre mi propia historia. La constatación de que toda realidad llega a superar a la fantasía. Me pidió, igual que a otros de sus lectores, que seleccionara un texto de Los amantes bajo del Danubio para ser publicado por su editorial. Esto es lo que elegí:
“Los hombres suelen atribuir a las mujeres una fascinación por cosas que, en general, les son por completo indiferentes cuando no repudiables. Presuntos atributos de virilidad y poder tales como la fuerza física, la destreza para la pelea o la disposición a humillar a quienes consideran sus rivales no son condiciones que las mujeres inteligentes suelan valorar.”
Seleccioné este párrafo por su precisión. Los hombres tenemos la creencia de que conocemos lo que las mujeres quieren o admiran en nosotros. Nada más lejos de la realidad. Lo mismo sucede con quienes escribimos. Pensamos que muchos  lectores terminan de leer un texto y lo colocan en el librero a llenarse de polvo. No sabemos o ya lo hemos olvidado, que hay otros, esos de los que nada sabemos, que viven entre la Tierra de nunca jamás y algún lugar de la Mancha, para quienes ninguna historia terminará aunque el círculo se cierre con una sonrisa, una lágrima o un suspiro mientras le da vuelta a la última página de nuestro libro y lo coloca en el estante de su corazón. Vale.
Julio Edgar Méndez

Celaya, Guanajuato. Noviembre, 2015. 

domingo, 22 de noviembre de 2015

ENTRAÑABLE


ENTRAÑABLE

“¿Qué mundos tengo dentro del alma que hace tiempo vengo pidiendo medios para volar?”
Alfonsina Storni

Hay días que parecen intermitentes presagios de una nostalgia entrañable. Entonces queremos volar, pero volar desde el alma. Remontar las propias alturas de nuestras discapacidades más íntimas. El mundo se vuelve tan amplio como podamos imaginarlo, pero nunca tan grande como los otros lo han concebido. Somos una pequeña figura compuesta de átomos que contemplan incrédulos la puesta de sol de nuestra arrogancia. Somos tantos y tan pocos. Los compañeros del Diezmo de Palabras que hoy nos honran con su poesía son sólo tres ejemplos de esos mundos divergentes desde donde lo cotidiano se vuelve extraordinario. Martín, desde Rincón de Tamayo; Paola, desde Guanajuato capital y Rafael, quien caminara por esos lugares de La Mancha, llenan el papel con tinta que se ha sublimado en el espíritu inquieto de la pasión literaria. Vale.
Julio Edgar Méndez


COMPAÑERA ENTRAÑABLE
Martín Campa Martínez

Cuántas tazas de café
endulzadas con el olor del viento
nos hemos bebido juntos;
cuántas hojas de quietud
me enseñaste a remendar
con la fragancia de tus manos.
Hoy no tengo poemas ni insomnio
con los que pueda agradecerte
que seas tan sólo mía,
que sólo yo pueda descifrar
el misterioso ritmo de hojarasca
que tienes en los muslos.
Tú, la compañera entrañable,
la que tantas veces ha visto
cómo lleno de primores y atardeceres
los vitrales de tu cuerpo;
la que celebra todas mis locuras
y siempre me vigila cuando,
para vestirme de metáfora,
ando lunático hasta el amanecer.
Tú, la paciente diosa, siempre dispuesta
a saciar mis sueños,
la delicada curadora de ciudades.

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EL AHORCADO
Martín Campa Martínez

Solo por tener madura la sombra
los dioses dictaron mi sentencia:
"Serás el espejismo que presagie
la pronta llegada de la llovizna,
la rama firme que se abra en latidos
para aquellos corazones que tiemblan,
la garganta donde se pierda el tiempo
con la herrumbre de todos sus grilletes.
Serás la corteza donde el espacio
se transforme en gota de despedida,
en gota de viento sin esqueleto.
La trampa donde rompa su olor el sol.
La savia que encienda su color verde
para que en sus hojas sigan brillando
los oscuros lamentos del ahorcado".

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PLÁSTICO ROMANCE
Martín Campa Martínez

Esta noche el viento sopla despacio
mientras beso tu espalda.
A lo lejos la urbe lesiona a los noctámbulos
con las navajas de sus destellos.
Hoy, el deseo y el alcohol, aceleran mis sentidos.
Entonces mis manos -temblorosas-
estrujan tu apetecible cuerpo.
Mi ansiedad es una sonaja de algarabía.
Ya no puedo contenerme más.
¡Desventurada muñeca inflable,
con tus atributos plásticos
haces que mi insaciable sexo sea víctima
de un perturbador tsunami!

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BAJO EL SILENCIO
Martín Campa Martínez

Bajo el viento de la luna
dormita el silencio con su sombra,
los hombres con su lápiz de fosforita
con el que sanan cualquier corazón malherido,
los edificios y esos niños
que vigilan las aceras de la noche;
además, envejecen los tulipanes y los sueños,
los semáforos y esa ira que avanza como boa
sobre la desesperación del indigente.
Bajo la hermosa pupila de esa mujer blanca
se ve el licor alumbrando los burdeles,
los árboles y baldíos en su etílica carne.
Se mira también la muerte
en estos valles de concreto y ansia,
en esta cárcel de carbón y lluvia
que llamamos ciudad
y de la que nadie aún
ha podido salir completamente cuerdo.

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ZORAIDA SUEÑA
Martín Campa Martínez

Busco tus manos para mojarlas
con la sed que derrama mi vientre.
Para sumergirlas en el embravecido caudal
que hoy se volvió pasión.
Me haces a tu antojo.
La ansiedad se vuelve aguja
zurciendo nuestros cuerpos.
Y pienso que ni el aire
iguala el fulgor de esta noche
ni las sábanas tienen tanta música
como nosotros.
Cuando entras otra vez en mí
somos guerreros en pleno combate.
Un destello abofetea mi alma.
Abro los ojos y descubro mi lecho vacío
¡De nuevo este bendito sueño!


VERSOS EN LA CAMA
Paola Juárez

La hoja fue llenándose de letras,
con aroma a jabón
de mi baño nocturno.
Tu rostro jadeante entre mis rizos cobrizos
se perdió, dejando un mensaje en mi cuello;
lascivo, candente,
con la humedad de tu boca.
Mis piernas se enredaron en tu cuerpo,
mis brazos a la noche.
Me dejé leer con tu tacto,
con tu lengua,
con tu ojos atentos deletreando mi piel.
Me entregué completa
a la locura de tu sexo,
a la imagen que el espejo reflejaba,
al lenguaje que inventamos,
que vivimos, que sentimos,
para llenar una página más
con los versos eróticos que grabamos,
los dos, en nuestra cama.

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NOSTALGIA
Paola Juárez

Me cansé del silencio,
de la espera de alguna palabra caída
de tus labios,
de un tecleo en mi pantalla gris.
Me cansé de la promesa
escondida en tus poemas,
de la nostalgia vieja que sentías
al esperarme,
ignorando que nací incrustada en ti.
Me cansé de las horas, de los días,
de las tardes esperando tu saludo,
efímero y escueto;
de las risas en medio de los besos,
de los cántaros rotos que mojaban mis oídos
con el eco de tu voz.
Me cansé del hastío,
de verte correr de un lado a otro,
de entender que nunca fuiste mío,
sino del viento;
del sonido,
de las nubes y las pieles de durazno,
de donde no provengo...
de lo que no soy...
por eso quiero dejar de habitarte,
pidiendo en mi letargo
me escupas como a un suspiro.

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GRAMÁTICA
Paola Juárez

Desearte en esta guerra de palabras,
de piropos escondidos entre verbos
y adjetivos.
Desearte entre párrafos coquetos,
poesía lúdica
y besos que nos dejan
como puntos suspensivos.
Desearte en la fonética de un verso,
en la lingüística sapiente de tu boca,
desearte locamente entre comillas,
sin punto final que culmine mi deseo,
el ansia que tu cuerpo,
sobre el mío, me provoca.

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DESNUDOS ENTRE LIBROS
Paola Juárez

Tengo miedo de que los versos
se vuelvan besos perversos
al cumplir con la promesa de un café.
Miedo a la posibilidad de desnudarnos de palabras,
que sean ahora los cuerpos los que hablen
y leas el mío en Braile,
explorando, develando
cada recoveco y poro de mi piel.
Tengo miedo de mirarte a los ojos,
de quitarnos los lentes, la ropa, el presente
y vivir el momento.
De besarnos lento, sin hablar, sólo gimiendo.
Miedo de quedar atrapados en las redes prohibidas,
de besarnos más allá del cariño,
de amarnos y quedar rendidos, extasiados,
dominados entre tus textos,
mis letras y nuestros libros.

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DE SUEÑOS Y HUMEDADES
Paola Juárez

Esta noche quisiera
vestirme de lluvia,
derramarme completa en tu cuerpo,
empaparte de ganas el alma,
humedecerte los labios,
mojarte los sueños.
Esta noche quisiera ser agua
en tus brazos.
Vertir sobre ti lo que siento,
apagar la sed que me quema por dentro.
Quisiera ser líquido claro,
llovizna u ola salada,
refrescarte y grabar en tus poros
la esencia que dejo al amar.


LOS GANSOS  EMIGRARON AL SUR
Rafael Aguilera

Los gansos canadienses volaron hacia el sur.
Con su canto ronco de barítono bajo
desde arriba se despiden de la isla,
de su fértil tierra y de sus costas.
Aquí encontraron posada en su camino.

En estas últimas noches de verano
el cielo forma una inmensa bóveda azul,
envuelve a la isla en un campo magnético.

En esta misteriosa levedad de estío
me parece que la isla levita
y escapa de las frías y saladas aguas
persiguiendo a los gansos en su viaje a México.

Me está pegando fuerte la nostalgia.
Por breves momentos cierro los ojos
y el nombre de una bella mujer me inunda.

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ODA A LA VIDA
Rafael Aguilera

El color de las flores está marchito.
La primavera y el verano se han ido
veloces, como mis días.
Los fríos vientos de otoño han dispersado
hojarasca, papeles y mis sueños.
Pero aún en este mundo de quimeras,
ni en las más frías horas de la noche
el fuego que alienta mi corazón
ha perdido calores ni su esencia.
Todavía vivo una vida de vino y rosas.

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EL MAR ESTÁ EN CALMA
Rafael Aguilera

El mar está en calma.
En la playa, niños felices
levantan sueños y castillos.
Cortando el horizonte
veleros navegan en plácidas aguas.
Muchachas y muchachos mueven sus cuerpos
con graciosa elasticidad felina.
Yo embadurno tu cuerpo de vestal
con oleum non sanctum.
Ritual oficio para sacrificarte al sol
recordando el prado que convertimos en tálamo.

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ODA  A LOS BOSQUES DE  SEATTLE
Rafael Aguilera

En el bosque  hay poesía perfecta,
semejante a un soneto de Quevedo.
Hay cedros rojos, gigantescos maples,
marion berries, zarzamoras silvestres
de aromas y sabores dulces, intensos.
La atmósfera es azul y transparente
y el noble fantasma del gran jefe Seattle
cabalga con sus bravos pieles rojas.
El frío mar está cerca, muy cerca,
el mar que siempre cambia y siempre el mismo
y más allá se junta con el cielo.
La montaña se ve lejana, azul,
lila, ocre: una acuarela de Renoir.
La luz del sol se filtra entre las ramas,
pinta en el prado un cuadro impresionista.
El tomillo y la lavanda perfuman  
los aires que vienen del noroeste.
Paralelo al litoral hay un lago.
En esas aguas miré reflejada
la naturaleza, otro de los nombres de Dios.
Por instantes todo queda en silencio,
sólo se oye la música del río.
No comprendo muy bien los sentimientos
que aguan mis ojos y elevan mi espíritu.
Pero sé que en los días venideros
cuando regrese a la selva del hombre,
de estruendos y gases contaminantes,
en mi memoria este bello paisaje
será más bella que la obra del pintor.

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domingo, 15 de noviembre de 2015

PECCĀTUM


PECCĀTUM

“Por dos causas pecamos: o por no ver aún lo que debemos hacer, o por no hacer lo que ya vemos no se debe hacer; lo primero es mal de ignorancia; lo segundo, de flaqueza”. Agustín de Hipona

CECILIANO ARCÁNGEL 
Herminio Martínez (+)

¡Pero cómo diablos no!… De alguna manera el fanfarrón encontró su merecido. La horma de su zapato. El estigma de una criatura desgarrada. Frases de odio. Astillas de desprecio. Un musculoso y patilludo tractorista, vayan ustedes a saber, fue quien se le puso al tú por tú bajo aquel amarillento calor del medio día.
Ladre o relinche (me refiero a él), igual que ustedes algunos creen que era toda una “dama”. Otros, sólo una maldición, me incluyo. Y no porque haya andado hablando mal de mí y de la que en unos días va a ser mi esposa, sino por tantas calamidades que nos trajo al pueblo su fanfarrón perverso.
Suele suceder, aun entre los de su religión, que, por ser sacerdotes, debían de ser prudentes, respetuosos, no darse a conocer por estas cosas, y a él, ya les habrán dicho o lo habrán leído, cuando andaba borracho no le importaba nada, ni le salía bien el Padre Nuestro. Yo lo llegué a escuchar: “El pan dulce de cada día, dánoslo hoy…”. O: “El pan duro que nos diste ayer”... ¡Háganme el favor! Los labios relucientes y todavía húmedos de besos… Tampoco quiero imaginarlo; si habrá besado el hocico de un marrano o los bigotes de un vicioso, muy su gusto… Ah, porque al último, hasta borrachos levantaba; algunos de esos que ya no llegan ni a dormir. Vamos a  especular: mientras se sentía toro de lidia en su actitud de clérigo, fino corcel llevando sobre sus lomos a alguno de ésos, le falló el corazón, se tropezó en la almohada y cayó muerto. Eso es todo, señores. El frío de la muerte le atravesó el resuello como una espada azul y su pelo color caca de perro se le bañó en sudores… El individuo, rigurosamente supersticioso, es también casi siempre un creyente ciego y a él le daba lo mismo creer en Dios que en el instinto… Cuatro camionetas, dinero, amantes, casas, juegos, comidas, fiestas… ¿Sigo?
Su fama se había convertido ya en un túnel de sombras cada vez más tétricas, donde su arcángel, sacerdotes, vivía en el fondo y aquí vino a tirar el alma ese maldito.  ¿De qué se espantan, pues? Hay bueno y malo: aquí y en todas partes.
Sin embargo, busquen en todo el estado y aun en todo el país y en ninguna parte encontrarán aire más puro, agua más transparente, un cerro más hermoso y gente más hospitalaria que la nuestra. Somos hombres de paz. Los Tercios, con sus trigales encorvados, los surcos de maíz con las orejas levantadas y las guías de frijol trepando por las cañas, son una bendición de Dios, de nadie más, aunque en el gobierno digan lo contrario…. Aquí vivimos sin arrogancia ni molestar a nadie. Yo tengo vacas, tierras, hermanos, dos tractores, papá, mamá, la casa, veintiocho años y la misma novia... No había necesidad, ¿por qué? Soy ingeniero, algo aprendí en el tecnológico, gracias a mi papá, que se sacrificó para que yo estudiara. Tal vez a eso se deba que desde el principio su cura no me dio confianza y me veía como quien mira al diablo.
 Tampoco es presunción, pero aquí las únicas echadas que nos gustan son las gallinas, y eso únicamente cuando están poniendo. Las demás no... Ceciliano Arcángel arribó a este pueblo con el espíritu en los huesos y una avidez, que ya la quisieran los más conspicuos comerciantes. Es la costumbre salir a recibirlos. En todos los lugares es igual: la gente va con flores, música, cohetes, la comitiva, a darle la bienvenida al nuevo párroco. En esa ocasión yo también fui, acompañando a mi mamá y mis dos hermanas. Hacía años que no había quien casara o bautizara en este pueblo y a las personas les pareció un milagro que en la diócesis se hayan acordado de nosotros.
Después supimos que lo enviaron acá para esconderlo de varios padres de familia y algunas investigaciones judiciales. Y sin embargo, no dijimos nada. Hasta que se descontroló. Hasta que ya no pudo o ya no quiso portarse bien y entonces, como en El Salitre y Paredones; El Rejalgar y El Berreadero; Colines y Panal de Arriba, la pus le reventó.
¡Nos quiso ver la cara! Se le notaba de aquí hasta la ciudad de donde ustedes vienen. Primero fue la economía. Comenzó a pedir como si fueran enchiladas. Hablaba de levantar una basílica a un mártir recién canonizado. Y se valía de  las mujeres y los niños para convencer a los papás de que vendieran los potreros y el ganado para arrancar la construcción. Pero ya su prestigio era una flama oscura. De las comunidades, con las lluvias recientes habían llegado otras noticias.
Sus treinta y tantos años no fueron suficientes para darle la madurez al animal, que  hasta para portarse bien se necesita. Yo andaba en veintiséis. Tampoco voy a echar de cabeza a nadie, ¿para qué o por qué? Lo sucedido fue cuestión de muchos. Ofendía sin razón y andaba también con las esposas... Con varias, a las que les lavó la mente con el agua bendita de su vanidad y de su verbo, sólo para cubrir las apariencias, padres míos. Están equivocados si piensan otra cosa... Con muchos y con muchas quiso quedarse el hombre, pero, por lo visto, aquí sí le falló.
Era un demonio el desgraciado. Un rufián. La tarde de los hechos yo no estaba aquí; por supuesto que puedo comprobarlo. Andaba en La Maroma con mi papá y un tío. Fuimos por esa yegua blanca a la que hemos llamado María Félix… Se la compramos a un Genaro Silva, el dueño de la hacienda. Cuando hablen con él les va a decir lo mismo. Estuvimos allá toda la tarde, mientras acá, alguien arrastraba a su angelito como se arrastra un puerco muerto, un bulto, a golpes, a patadas. Todo se ha declarado ya, coméntenle a su obispo que no sabemos nada. Que el padre desapareció como desaparecen muchos ciudadanos y no duden de que alguna de las cabezas encontradas en San Fernando Tamaulipas, haya sido la de este pérfido, que un día llegó aquí con su modo de ser más propio de ave de rapiña que de párroco, presumiendo de influencias y de pertenecer a una familia poderosa, relacionada con altos personajes de la economía y la política.
—¿Y eso qué, padre? –le preguntó María Desamparada.
—¿Cómo? –le respondió iracundo- ¿No sabes lo que es la sociedad? ¡Pobre pendeja!
Ella guardó silencio.
—La educación, nuestra cultura, nuestras relaciones personales, el conocimiento, buena ropa, las costumbres, el olor, comer bien, beber mejor, ser respetado.
—Mmmmm… -rodó un murmullo.
María Desamparada se quedó escuchándolo, viéndolo con sus bigotes rubios, sus cejas depiladas, aquellas manos finas y toda la actitud que, desde ese día, tendió ante nuestros pies como una alfombra de hoyos.
Ahora todos nos preguntamos dónde se halla. Ustedes presumirán que su alma está en los cielos; nosotros nada más que los esplendores de su pasado duermen en una tumba. Y en eso de que la pederastia tiene cura, yo les concedo la razón, señores, pero podríamos agregar que también tiene obispo, cardenal y tal vez Papa.



AL ALBA
Julio Edgar Méndez

Cuando el alba abrió sus pétalos de sangre roja, azul y gris, el sacerdote se abrió el pecho de un balazo, con una trayectoria que empujó carne, huesos, metal y pólvora hasta atravesarle el cuerpo, el alma y la tristeza de haber sido un hombre más triste cada día. La bala se incrustó en la cabecera de una cama muda, tan muda como la adolescente que fuera testigo de gritos, llanto, quejidos, lascivia, oraciones y plegarias que a veces, y sólo a veces, llegaron más allá del techo cubierto de humedad y tizne de veladoras. Arriba de la cabecera, un crucifijo sin el Cristo tradicional, sólo un fierro moldeado haciendo las veces de Hijo de Dios, un hijo sin rostro ni cuerpo, sin voz ni oídos, sin pena y sin gloria. Un hijo mudo, ciego y sordo, quien no vio ni quiso ver que los hombres no siempre saben lo que hacen, pero siempre saben que lo hacen, y esto no se olvida jamás. Así fue como el padre Simón llegó a la conclusión lógica del suicidio.
“Perdóneme padre, porque he pecado, he creído que ser humano es la máxima gloria de ser humano. Perdóneme padre, porque he pecado, puse los ojos en donde mis ojos veían tristeza, miseria, llanto, desesperanza y, sin embargo, los tapé con un velo de rezos, credos, veladoras, sonrisas fingidas, palmaditas al hombro; con reza tres avemarías, perdona a tu enemigo, y sin dar comida, trabajo, cobijas, sucedáneos de la fe, esperanza, caridad. Perdóneme padre, porque he pecado, cuanta jovencita lloró sobre mis hombros, yo lloré por no tenerla entre mis brazos, sobre mi lecho, bajo mi cuerpo; pensando en ‘cuán hermosas son sus mejillas entre los pendientes, su cuello entre los collares, sus labios como hilos de grana… sus dos pechos, como gemelos de gacela’ y no poder llamarle mi amiga, mi amada. Perdóneme padre, porque he pecado, no soporté escuchar más miserias, envidia, celos, estúpidas disertaciones sobre el mal. ¿Qué pecado es más grande, que pecar de saber qué diablos es pecado?”
El sacerdote colocó su sotana en el armario, sus ropas sobre una silla, los zapatos debajo de la cama, y a su amante en el colchón. Ésta lo miró como se miran los atardeceres que vienen detrás de los sueños, y le sonrió con la sonrisa de creerse amada...
Pero Simón ya no la mira, sólo la ve, ahí, debajo del crucifijo sin sacrificado tradicional, la ve y la ve hasta que sólo ve labios, besos, brazos que abrazan más labios y más besos. Así, sin amor, sin pasión, sólo con pecado. Ni la mirará nunca más, ya tiene prevista la despedida sin palabras. Los hechos hablan más fuerte.
“Acúsome, padre, de ser menos sacerdote pero más hombre, por creer conocer el misterio de Dios: que todo hombre y mujer son sólo eso, al final de todo, sólo un hombre y una mujer. Me acuso de haber tomado entre las manos otras manos más suaves, más chicas, más tiernas. Manos de mujer, manos de niña, manos de amor, manos de sexo entre las manos, manos que saben de juegos de manos, manos que tallan la piedra del sacrificio antes de sacar el corazón a golpes de besos de obsidiana. Mea culpa, mea culpa. Perdóneme padre, porque he pecado, he pecado hasta saciar esta sed de pecado, esta tristeza que da el saber que no se sabe nada. ¿Quién me dio autoridad para perdonar aquello fuera del alcance de sotanas, rezos, ritos y hombres? Por eso me acuso, por eso me rebelo, para decir al mundo que soy sólo otro hombre, otro ser humano con todas las fallas, errores, pesares, maldad y bondades encerradas en vientre, corazón y cerebro. Perdóneme padre, porque sé que no puede perdonarme. Mi culpa, su culpa. La culpa es de Dios por hallarnos culpables de todas las culpas”.

Y el balazo retumba en su oído, antes de que la sangre derrame el rocío que inunda despacio la ausencia de su alma pintada de rojos, azules y grises.

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Cuentos para no caerse de la cama

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