DE CORAZÓN, GRACIAS
Se
termina el año 2017 y comienza otra vuelta alrededor del Sol. Gracias a
ustedes, apreciables lectores, por permitirnos continuar con esta aventura de
llevar algo de entretenimiento hasta sus hogares. Somos afortunados en contar
con este medio, El Sol del Bajío, para difundir la literatura local,
principalmente, pero también de otros estados y hasta de otros países gracias a
la red de contactos que hemos creado en los últimos años. Además de la
exposición en prensa, hemos recibido más de 93,000 lecturas en nuestro blog de
internet a lo largo de nuestra historia virtual. En la red social “caralibro”
somos más de 600 miembros activos en el taller literario, de los cuales ninguno
ha sigo agregado, cada uno ha solicitado su ingreso. Ya estamos de forma permanente
en la Enciclopedia de la Literatura Mexicana como el taller de literatura más
antiguo del centro del país. A la fecha, han sido seleccionados los siguientes
compañeros en el Fondo para las letras Guanajuato como candidatos a publicación
editorial: Rosaura Tamayo, Javier Mendoza, Soco Uribe, Miguel Sánchez (ya se
publicó su primera novela, Nahualli), Paty Ruíz, Diana Aboytes, Lupita Rivera y
Enrique R. Soriano Valencia (ya se publicó su libro de relatos Tlaquetzalli). La
obra de estos compañeros es en parte fruto del trabajo que hacemos en el taller
de cada miércoles.
Terminamos
el año con textos de Arturo Grimaldo, cuyo libro de cuentos CuentaLee va por la
segunda edición y de nuevo estará a la venta en las principales librerías de la
ciudad; Diana Aboytes y Verónica Salazar.
Gracias
por acompañarnos los 52 domingos de este año 2017 y los esperamos en el 2018.
Reciban un enorme abrazo de todos nosotros. Vale.
UN
REGALO ESPECIAL
José
Arturo Grimaldo Méndez
Los
preparativos para recibir la Navidad en la casa paterna de la familia Giménez,
habían comenzado desde los primeros días del mes de diciembre. En la casa,
teníamos por costumbre pintar, escombrar, limpiar, desechar los objetos
inservibles o de poco uso y cambiar la ubicación de los muebles, año con año. Desde luego, no podía faltar la
decoración con otros motivos navideños y la elaboración del altar o pesebre con
las imágenes de pastores, ovejas, el buey,
la mula, San José, la virgen
María, y el niño Jesús.
Sin
embargo, ni la llegada de las posadas, los aguinaldos y las piñatas, fueron
motivo suficiente para quitarnos de la mente, la ausencia del mayor de los
cinco hermanos varones, quien desde hacía muchos años, le había dicho a su
esposa -y ella a nosotros-, que no venía porque estaba un poco enfermo.
Trabajaba en el Estado de Texas y cuando alguien le preguntaba que por qué le
gustaba ir al “norte”, decía que no era
por gusto, sino por necesidad, pues quería darle a su familia una mejor vida,
pues esta era numerosa.
También
el mayor de sus muchachos se encontraba por aquellos rumbos y era por éste
sobrino, como nos enterábamos de su papá. La noticia más reciente que tuvimos
de él, fue a mitad de este año, cuando el mayor de sus hijos nos informó que su
padre sería operado de un tumor y que los médicos no le daban muy buenas
noticias. Él se comprometió a mantenernos informados de la situación de su
padre y nosotros ofrecimos orar por su salud.
Llegado
el veinticuatro de diciembre, y un poco antes de iniciar la tradicional
ceremonia de “arrullar al niño Dios”,
entonar cantos, villancicos y recibir la
bolsa con dulces, galletas y colaciones, conocida como “aguinaldo”, la esposa
de mi hermano nos dio una noticia que cimbró a toda la familia reunida para tan
especial ocasión.
─¡Juvenal
ha muerto!
─¿Qué
dices? –preguntaron varios de mis hermanos y yo al mismo tiempo.
Por
unos instantes se hizo un silencio generalizado, en el que se podía escuchar el
suave viento de la noche, que más parecía un lamento que presagiaba tristeza.
El llanto le impidió dar más explicaciones antes de desplomarse en el viejo
sillón que quedaba a corta distancia de ella.
Volvió
en sí con la ayuda de algunas de nosotras, pues de inmediato le colocamos alcohol en la nuca,
toallas húmedas en la frente y algodón impregnado de alcohol para que oliera.
Luego, con dificultad, volvió a tomar la
palabra:
─Mi
hijo Raymundo está haciendo los trámites necesarios para traerlo de regreso a
casa.
Ante
la falta de palabras, uno de mis hermanos, con la voz entrecortada se dirigió a
todos los presentes:
─Familia:
El destino de cada uno está trazado desde la eternidad y nosotros no hemos
decidido que las cosas pasaran de esta manera. Los invito celebrar con la misma
alegría con la que nuestro hermano Juvenal vivió estas fiestas cada año.
Ofrezcamos
esta tristeza a quien tiene la potestad para dar y quitar; de cambiar los
planes humanos y transformar lo perenne en infinito. Ofrezcamos esta pena a
Dios niño. Arriba los corazones y que nuestro ánimo no decaiga. Si nos
mantenemos unidos, seremos fuertes, si nos dejamos vencer por el individualismo
y somos egoístas, seremos débiles ante el embate del mundo.
Cada
quien escuchaba mis palabras, pero tal vez en el fondo de su corazón había una
resistencia natural a creer lo que salía de mi boca. Dimos inicio al festejo de
Navidad y en ese mismo instante, las campanas del templo de la localidad
“doblaban” en señal de duelo, situación que confundía a los demás habitantes
del lugar, pues todos sabían perfectamente cuál era el sonido que anunciaba
el nacimiento del Redentor. Desde ese
momento se apoderó de nosotros una gran incertidumbre e impotencia por no saber
con exactitud cuándo y a qué hora recibiríamos aquel “regalo fraterno”.
Al
día siguiente, veinticinco de diciembre, hubo pocas noticias y mínima
comunicación al respecto. Para estos momentos, ya todas las personas de la
comunidad sabían la noticia y visitaban a mi cuñada para acompañarla y darle
una palabra de consuelo. Nosotros y sus hijos más pequeños, también estábamos
lo más cerca de ella. Algunos, daban la impresión de no entender la justa
dimensión de un acontecimiento como ese. Fue hasta entrada la noche de ese día,
cuando se comunicó a la familia que el
hijo ausente llegaría el día veintiséis. La casa de mi hermano estaba llena flores, como quien espera al
novio para la boda, como una fiesta que se ha preparado con antelación. También
había muchas personas conocidas; amigos, familiares y algunos que no habíamos
visto nunca, pero que tenían lazos de
amistad con él.
El
veintiséis de diciembre a medio día, por fin llegó a la tierra que lo vio nacer
y que lo recibiría de nuevo en sus entrañas. Hubo aplausos, porras, vivas,
cantos, y llanto, pero también alegría por recibir al hijo, al hermano, al amigo,
al esposo, al padre, al compañero de trabajo. Era llevado en hombros, como un
héroe que regresa a casa, ceñido con el laurel de la victoria.
Una
vez colocado en el trono del reposo, una ancianita de quien todos estábamos al
pendiente y temerosos de que no pudiera soportar aquel acontecimiento de dolor,
se acercó lentamente hasta el lugar donde se encontraba su querido hijo,
demostrando una fortaleza interior, para muchos desconocida y antes de que
cualquier otra persona lo hiciera, lo contempló por unos instantes, le dio la
bendición final y dijo:
─
Señor, tú me lo diste, tú me lo quitaste, bendito seas.
Dio
la media vuelta y se alejó. Al pasar
frente a mí, comentó en voz baja:
─Esta
caja contiene el mayor regalo que pude haber recibido en Navidad.
Aún
no puedo olvidar esa mirada tan limpia y sincera de mi madre, que quedó grabada
en mi alma. Tal vez ese gesto de confianza, de fe y de aceptación de algo que
viene de lo alto, sirvió para que muchos de nosotros, hermanos de aquel hombre
inerte, aprendiéramos una lección más de vida. Nada ni a nadie se le puede
reprochar un acontecimiento como el que vivimos en ese “entonces”, de muerte y
de vida al mismo tiempo, porque al vivir una experiencia como esta, el hombre
tiende a ver sólo despojos humanos, cuando en verdad, hay una prueba enorme de
la presencia del Dador de la vida.
Es
el dualismo existencial de muerte y vida; tristeza y gozo, presencia y
ausencia, fin y eternidad, polvo e incorrupción, tierra y cielo. Han pasado
muchos años de su partida y aún siento que le extraño, porque su alegría
contagiosa, su personalidad y su optimismo para enfrentar la vida me hacen
falta.
También,
reconozco que en ocasiones es necesario saber que hay cosas que están lejos de
nuestro alcance y que somos incapaces de cambiar, pero que están allí para
aprender de ellas y vivir cada día como si éste fuera el último de nuestra
existencia. Cuando mi hermano Juvenal se fue cargado de ilusiones, nunca pensé
que regresaría vacío; tampoco me imaginaba que unas personas lejanas le
robarían sus fuerzas a cambio de unos cuantos billetes con otra denominación e
idioma desconocido.
Muchas
veces he oído decir a su esposa: Es que yo se los entregué “vivito y coleando”
y ellos me lo regresaron en un cajón… y de inmediato se le vuelven a llenar de
lágrimas sus ojos. Tal vez por eso me he atrevido a expresar este sentimiento
que estaba atorado allí en mi pecho. Reconozco que soy la menos indicada para
hacerlo, pero creo que tengo derecho y autorización por el hecho de ser una de
sus hermanas.
También
sé, que hoy, un sueño americano duerme en tierra mexicana.
Y LO
DIJO EL RECUERDO
Diana
Alejandra Aboytes
Todos
se pusieron de pie para ovacionar al escritor. La presentación de su reciente
obra había sido un éxito. Entre la muchedumbre una joven avanzó para adquirir
un ejemplar del libro titulado: “Te espero detrás del verano.” Novela de corte
romántico que prometía una lectura de emociones efervescentes y nudo en la
garganta. Después de la compra, la joven mujer se aproximó al autor…
—¿Usted
escribe libros? –preguntó un tanto en broma para restar formalidad al momento.
Éste
giró al oír la voz de la fémina detrás de su espalda, mientras firmaba el
último ejemplar.
—Bueno,
a veces escribo historias bonitas -respondió intentando ser amable. El autor
observó que las sutiles manos femeninas sostenían su obra literaria-. ¿Quiere
que le firme el libro?
—No
-la dama replicó firmemente bajando la mirada- yo sólo quiero que escriba un
cuento para mi madre. Le pagaré.
—Ah,
una historia de amor y con final feliz -asintió el escritor mirándola a
detalle… El parecido con la chica era tal, que el pasado volcó en su memoria al
verse proyectado en ella.
Al
instante, la mujer levantó sus anegados ojos respondiendo…
—Será
suficiente que sea una historia con otro final.
RECUERDOS
DORMIDOS EN UNA TARDE
Vero
Salazar G.
A
veces lo inexplicable nos parece irreal
se
siente lo que no se quiere,
como
andar entre nubes de humo.
Quisiera
que pasara el tiempo
que
las cosas no fueran, pero existen;
no
hay sentimiento ya eso es lejano,
el
cariño se estacionó donde no hay algo.
Con
la bruma los recuerdos
se
vuelven agua en las manos y se van.
Quisiera
detener la vida, el dolor,
la
impotencia me deje una media sonrisa,
convierta
mi vida en viento
viaje
al cielo de la esperanza que muere…
muere
en la tarde dormida en los recuerdos
que
se quedan guardados en mí, ahí están,
estáticos,
insensibles.
Hay
momentos que se pierden, se van, nada se puede hacer.
Ante
lo inevitable: dolor, silencio, soledad.
La
ausencia no se sentirá
se
queda en la sonrisa de recuerdos maravillosos
eso
ayuda, eso alivia, es tangible,
como
tu recuerdo y tu partida.
++++++++++++++++++
SABOR
AÑEJO
Vero
Salazar G.
Sigo
a la espera en ese rincón
donde
el sol hace su nido.
El
café se endulzó con anhelos.
Está
helado y desabrido.
Me conformo
con la humedad de tus besos
que
moje estos sentimientos
negados
a olvidarte.
La
bata que me cubre se luye
por
el paso indolente del tiempo,
ya
no me verás hermosa.
Las
ganas de adentrarme en tu cuerpo
se
quedaron dormidas.
Las
viejas cortinas no dan paso a la luz.
la
penumbra ocultará las arrugas de mi piel.
Pero
mira, tengo el alma lisa como un diamante.
Amor,
el lecho perdió la fragancia de tu tierra mojada,
en
la esquina de la habitación te espera una mesa
con
un florero desnudo, una vela y dos copas polvorientas.
La
flor perdió su encanto, se marchitó,
la
vela se consumió a la espera de un regreso añorado.
Solo
queda la botella de vino,
por
cierto... éste ya está añejo.