GRACIAS
Para
quienes formamos parte del Taller Literario Diezmo de Palabras, en la Casa de
la Cultura de Celaya, este año 2014 fue de muchos cambios. Tuvimos la tristeza
de ver partir a nuestro querido maestro, Herminio Martínez, quien nos acompañó en
todas las reuniones que le fueron posibles. Lo hicimos reír mucho, eso le
gustaba. Y le gustaba, sobre todo, que siguiéramos adelante. Lo hemos hecho.
Gracias por el apoyo de todos los compañeros que cada miércoles asisten al
taller con sus textos y sus opiniones. Gracias al Sistema Municipal de Arte y
Cultura por el espacio. Gracias a El Sol del Bajío, su director, sus editores y
los excelentes diseñadores. Gracias a usted, apreciable lector. ¡Feliz año
nuevo!
EL
HADA DE LOS LIBROS
Paola
Juárez
Era
una tarde gris, las nubes se posaban sobre la ciudad, oscureciéndolo todo.
Elena
se aburría jugando dentro de su casa, no podía salir, una lluvia de invierno
estaba próxima y no quería lamentarse después, al pescar algún resfriado.
Solitaria y temerosa decidió tomar un libro, aunque los cuentos eran los mismos
de siempre: Princesas, dragones, tesoros ocultos en islas misteriosas y uno que
otro diccionario donde aprendía nuevas palabras. La biblioteca en casa era muy
vasta y en vez de buscar en el apartado infantil, creado especialmente para
ella, eligió buscar en una sección distinta, donde nunca le habían permitido
meter la nariz, era el apartado para los libros de magia que coleccionaba su
papá. Mientras su madre se ocupaba atendiendo llamadas de la editorial para la
cual trabajaba, Elena, sigilosa, cuidando de que no la observara, pasó las
manos sobre los lomos de los libros que yacían cubiertos de polvo, pues durante
mucho tiempo, nadie los había vuelto a abrir. Había uno en especial que llamaba
mucho su atención desde que era muy pequeña, era de color café con letras
doradas. Su papá lo guardaba en el cajón de su escritorio, con llave; una llave
dorada. En varias ocasiones preguntó la razón por la cual tenía prohibido tocar
esos libros, sobre todo ese que, por ser tan misterioso, llamaba más su
atención. La respuesta de su padre siempre era la misma:
-Cuando
tengas edad suficiente y estés preparada para guardar un secreto, lo sabré y elegiré
el mejor momento para que conozcas el contenido de este libro. Fue una herencia
de tu abuela para mí. Ha pasado desde tiempos inmemoriales de generación en
generación. Ahora eres muy pequeña para cargar con un secreto tan grande y
maravilloso. Algún día, querida Elena, algún día tú también serás conocedora y
portadora de este gran misterio y lo comprenderás -le sonreía mientras Elena
hacía pucheros y su curiosidad aumentaba.
Lamentablemente
su padre falleció y nadie, ni siquiera su madre, habían podido quitarle esa
duda plantada en su mente y, cada vez que entraba a la biblioteca, el libro con
letras doradas parecía llamarla entre susurros. Llegó el final del otoño y en
esos días se encargó de ayudarle a mamá a colocar el árbol de Navidad, las
esferas reflejaban la alegría de sus ojos, las tardes olían a ponche, a café y
a chocolate que mamá preparaba para disfrutar con unas deliciosas galletas de
nuez o panqué de mantequilla. Elena disfrutaba mucho ayudándole, pues eran
momentos que compartían juntas en compañía de libros, villancicos y muchos
arrumacos. En víspera de Noche Buena la casa lucía como inventada en un cuento;
llena de luces, árboles, estrellas, renos y muchos adornos navideños, Elena se
tumbó en la cama y pensando en cuáles serían este año sus regalos, se quedó
dormida. Soñó que su padre le leía un cuento, como lo hacía todas las noches,
la arropaba, le daba un beso y acariciaba su mejilla, fue un sueño tan real que
al despertar, no fue tristeza sino certeza la que tuvo de que su padre, donde
quiera que estuviese, se mantenía cerca, a su lado pero en silencio. Durante el
día estuvo muy contenta, ella y mamá hicieron las compras, ultimaron detalles
para la cena y, llegado el momento, la casa se llenó con los aromas de los
ricos platillos que entre las dos prepararon. Por la noche Elena no podía
dormir, estaba muy inquieta dando vueltas en la cama, encendía y apagaba las
luces de su cómoda y escuchaba a los vecinos que continuaban celebrando. Los
niños lanzaban cohetes en las calles, los adultos bailaban y cantaban, así pasó
varias horas en vela, sin poder pegar el ojo, tenía la extraña sensación de que
algo mágico estaba por ocurrir en su vida. A la mañana siguiente, bajó a la
sala en busca de sus regalos, dos paquetes estaban destinados para ella; abrió
el más grande que contenía algunos libros y juguetes que había deseado durante
todo el año pero algo más llamó su atención: era un sobre blanco que tenía
escrito, con la inconfundible letra de su padre, la siguiente frase: “Para mi
querida Elena”. Extrañada y confundida, no pudo esperar un sólo segundo para
abrirlo, rasgó el sobre y dentro encontró una carta que comenzó a leer sin pestañear.
“Querida Elena: Si lees esta carta, quizá es porque ya no me encuentre contigo
físicamente y eso significará que no me alcanzó el tiempo que debía esperar
para contarte el secreto que por años te oculté. Aún recuerdo la primera vez
que abriste el libro, todavía no sabías leer pero te gustaba ver los dibujos
que dentro de él habitan, se iluminaba tu rostro al ver al personaje de la
historia del libro, me gustaba ver tus ojos que eran los más hermosos luceros
con los que me deleité día y noche, desde que llegaste al mundo, mi mundo,
pequeña Elena mía. Quiero que sepas que jamás fue mi intención hacerte sentir
mal ni mucho menos provocarte un enojo cuando llegó el momento de negarte que
lo tocaras, siempre te dije que llegaría el momento ideal para revelarte un
misterio; un secreto que, al igual que tú, tuve que ser paciente para llegar a
conocerlo, así como mi madre, mi abuela, mi bisabuela y no sé cuántas personas
más, tuvieron que esperar a su turno. Hoy te ha llegado el momento de conocerlo
pero antes quiero que sepas que fuiste la mayor alegría de mi vida, que siempre
deseé lo mejor para ti, hubiese querido estar contigo por más tiempo pero la vida
es así y es ella misma y los libros quienes te ayudarán a ser la persona que
algún día llegarás a ser. Recuerda que un secreto se debe guardar fielmente,
así como guardas los recuerdos de los bellos momentos que vivimos juntos, en el
cajón de la memoria y en los rincones de tu corazón. Ahora tienes diez años, ya
eres una niña mayor y el secreto que ahora será tuyo, lo encontrarás dentro del
mismo libro, él te revelará aquello que tanta curiosidad despertó en ti y tanto
anhelaste saber y que te servirá siempre para el resto de tu vida. Cuida a tu
madre, dile que la amo aún en el momento en que esto escribo. Por siempre a tu
lado, tu papá”.
Elena
no podía parar de llorar, las lágrimas caían humedeciendo la carta que su madre
cariñosamente le quitó de las manos para poder abrazarla, ella sabía de la
existencia de la carta, había sido un encargo que su esposo le había confiado
desde el primer cumpleaños de Elena, por si, llegado el momento, él ya no
estuviera presente. Juntas abrieron la caja pequeña, era el libro añorado,
Elena acarició la pasta y leyó el título: “El hada de los libros”. Por un
instante titubeó, dudaba entre abrirlo o no, había pasado tantos años esperando
ese momento, que ahora, por la emoción tan grande, parecían sólo horas. Se
sintió como en un sueño y no cabía en su asombro. Reía, lloraba, pensaba, ¡por
fin!, es mío, podré abrirlo, descubrir lo que contiene y sabré el gran misterio
que encierra pero... también tenía miedo, pues sabía que un secreto implica mucho
más que guardar silencio. Decidió ir a la biblioteca, sentarse en la silla que
ocupaba su padre frente al escritorio y a la cuenta de tres lo abrió...
“EL
HADA DE LOS LIBROS. Hace muchos años, en un lejano país, existió un pequeño
pueblo a orillas de un frondoso bosque al que llamaban ‘El bosque de papel’
pues sus habitantes, aparte de sus cosechas, se sostenían de la tala de árboles,
los cuales vendían en la ciudad para convertirlos en hojas blancas. La gente de
los alrededores comentaba que el bosque estaba encantado, pues los habitantes
del pueblo eran muy amables y respetuosos, se dirigían entre ellos de manera educada,
reinando, ante todo, la armonía en aquel lugar. Había cuentos y leyendas de
seres mágicos: duendes, hadas, elfos y hasta brujas de magia blanca y más de
alguno juraba haberlos visto. El pueblo prosperaba, pedían permiso y agradecían
a la naturaleza antes y después de servirse de ella y así como cortaban árboles
también crecían, creyéndose ayudados por la magia de estos seres. Libria era una
niña huérfana a la que todos querían y apoyaban, nadie sabía absolutamente nada
de ella, salvo lo poco que se había atrevido a contar. Había llegado una noche
de otoño, cubierta de harapos, hambrienta y con la voz extraviada. Al correr de
los días empezó a sentir confianza y, observando a los taladores y a las
mujeres sembrando, en corto tiempo aprendió el oficio del lugar y aunque
pequeña, buscó la manera de ganarse y arar su propia vida. Era servicial e
inteligente, una niña despierta para su corta edad. Sabía leer y escribir y
pronto se convirtió en maestra para los niños, les leía y contaba historias que
inventaba, jugaba con ellos y pronto se ganó el cariño de los habitantes. Gracias
a su trabajo y a la ayuda de todos, logró hacerse de una pequeña choza en un
claro del bosque, vivía apacible y sonriente rodeada por la naturaleza,
aprendió a cocinar y de vez en cuando invitaba a los pequeños a sus humildes
festines. Pasaron los años y Libria se convirtió en una hermosa jovencita. En
ese tiempo y con esfuerzo se hizo dueña de una notable biblioteca, pues su
pasión era leer y escribir, aprender de los libros cada día para continuar
compartiendo y enseñando a los niños más pequeños del pueblo. Todos seguían sin
saber nada de ella, era muy reservada con su pasado y respetaban su silencio, les
bastaba con saber que al igual que ellos, era una agradable y amable persona.
Los chicos de su edad la asediaban, trataban de conquistar su noble corazón
pero a ella le bastaban sus libros, la soledad de la noche y la sonrisa de los
niños para ser feliz. Muchos años más pasaron y más niños fueron naciendo, ella
siguió leyendo y enseñando, contando cuentos bajo un anciano árbol hasta que un
día enfermó, nadie supo la razón ni la enfermedad que fatalmente cayó sobre
ella y la silenció aunque no para siempre. Muchos dicen que murió siendo joven
para no envejecer y ser inmortal, que el pueblo fue otro gracias a ella, que
todo niño al que alguna vez le leyó, creció hechizado por la magia de los
libros, que formó hombres y mujeres de bien gracias a sus enseñanzas y sabias
palabras, a sus consejos, a sus sonrisas, atenciones y juegos. Otros cuentan
que nació de una lluvia poética del cielo o de un rayo de luna, otros cuentan
que era la tinta misma que ocultaba y escribía su misteriosa historia pero
todos coincidieron en afirmar que era una hada, una hada mágica; el hada de los
libros, los cuentos y las palabras; pues, al morir, se convirtió en un polvo
dorado que se esfumó volando en un batir de alas por el viento y, en su tumba,
llorando y sonriendo, grabaron: “Aquí yace, más no descansa, el hada de los
libros, la niña eterna de las palabras mágicas, su lema fue siempre: Por favor,
con permiso, perdón y gracias”.
Esta
historia tiene su parte de fantasía pero guarda una gran verdad, el hada de los
libros realmente existió y sigue habitando en cada voz, en cada palabra de todo
aquel que por las noches, a sus hijos cuenta o lee un hermoso libro o una linda
historia y si tú has leído o te han leído ésta, sé consciente que, desde hoy,
ya formas parte de ella. El hada de los libros renace entre las palabras, entre
la poesía que escriben tus ojos al leer y no dudes, jamás, de que también
sonríe al ver surtir el efecto de su hechizo, en ti”.
Elena
terminó de leer y al final, en la última página, encontró otra carta, también
firmada por su padre, en ella le explicaba que todo lo que había leído era una
historia real, que su familia descendía de aquel pueblo mágico y que conforme
pasaron los años, en el lugar donde estuvo ubicada la choza del hada, se
encontró un viejo y arrugado papel que decía: “Hace mucho, mucho tiempo, nací
de una palabra, dotada de hermosas alas que brillan a la luz de la luna o de
los rayos del sol. Nací vestida de letras, cargando una varita mágica. Estoy
presente en cada cuento, en cada voz que por las noches sale de unos labios, a
través de ellos vierto la magia y el poder que habita en las palabras. Soy
protectora y hada de los libros, los cuido como el valioso tesoro que son, en
ellos vivo, en ellos duermo, río y suspiro. Vivo en secreto, revelado de
familia en familia, de generación a generación, pero muchos niños que me han
conocido, me olvidan pronto, cuando descuidan al niño que llevan todos en su
corazón. Al descuidarlo, al abandonarlo, olvidan los juegos y la alegría que
les causaba tocar a la puerta de la alegría y la ilusión. Si vivo oculta,
cubierta de misterio, es por una sola razón, no toda la gente logra
comprenderme, intentan desaparecerme diciendo que soy un invento de la
imaginación. Vivo entre papeles, añejos o nuevos, cada libro es como un cambio
de estación, unos huelen a invierno, otros a primavera, a otoño o a verano de
sol.
El
gran secreto y la sabiduría que encierro, la descubres tú, no la digo yo”. Al
finalizar, Elena sonrió, le sonrió a la vida, a los libros que la rodeaban, a
los momentos vividos al lado de su padre, a los que ahora compartía con su
mamá, a la enseñanza de las bellas palabras que revelaba el hada y al valor de
la paciencia. También le sonrió a su vida, porque sin duda era la historia más
valiosa e importante que estaba viviendo y leyendo a la vez.
HAIKUS
DECEMBRINOS
Camelia
Rosío Moreno
Nochebuena
pétalos
rojos
buenas
nuevas proclamas
gélido
ciclo.
Piñata
dale
de palos
engalanan
su panza
siete
pecados.
Nacimiento
dulces
cánticos
anuncian
su llegada
bajo
una estrella.
Ponche
Té
ígneo
lío
de frutas
don
que produce delirios.
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A
JUAN JOSÉ TABLADA
por
David Rivera
La
piñata
de
estrella,
Estrella
la estrella.
El
tejocote
baila
en
el hirviente ponche.
La
mandarina
encierra
un
agridulce regalo navideño.
Con
la cola entre las patas,
en
la pastorela,
un
diablo va al infierno.
En
un zapato cabe
toda
la felicidad infantil
en
el día de reyes.