AL CABO YO NACÍ MUERTO
Un cuento de Julio Edgar Méndez
Pos verá
usté, señor juez, no me estaba robando la banca, más bien la banca quería irse
conmigo.
No, señor
juez, no estoy loco, aunque ni falta que me hace.
Que sí, ya
le digo, esa banca es más mía que del municipio.
¿Que por qué
entons´ tiene el sello del municipio fundido en el respaldo? ¡Sepa la bola!, yo
no sé leer, además en esa banca hace muchos años mi madrecita me trajo al mundo
y por lo tanto es más que mi cuna, viene a ser algo así como mi partera.
Pos es que
mi mamá ya no alcanzó la casa de ña Serafina, la partera, que era más bien
cacha niños, porque nomás decía puja y puja y estiraba las manos. Lo sé porque
estuve ahí cuando nació la niña del mojado,
en su casa, ya después la partera se murió todita, como pajarito en su nido,
con el piquito clavado en su pecho. Bueno, bueno, no era su piquito, era la hoz
de Gervasio el mojado que así se
desquitó de ña Serafina por no cachar a su niña a tiempo. Ya ve que se cayó de
cabecita la pobre y como cacahuate se quebró en el suelo.
Oh, pues,
que no me salga por la ¿qué?..., ¿tangente?... ¿Cuál gente?, el único agente al
que me le quise salir, me agarró bien juerte de los tanates después de que le
tiré un mandarriazo con mi bastón y le rajé todo el hocico. También, señor
juez, cómo se le ocurre decirme: “¡ora pinche viejito loco, suelte esa
banca!”. Loco y viejo el pendejo de su
padre que por eso tira al mundo idiotas como todos los agentes de la polecía
que trabajan aquí en el pueblo.
El padre del
polecía señor juez, no el suyo, no me malorié dándome vueltas con sus
palabrotas elegantes, mejor déjeme ir que tengo al cocuyo suelto y al rato cuando haiga gente en la calle va a andar
mordiendo a todos los vecinos, le digo que es bien bravo.
¡Ta´ bueno
pues!, ahí le va la historia completa: después de nacer en la banca, como al
año se murió mi mamá. Mi padre era bien pedote, bueno, bueno, borracho pues,
así que por esas fechas se quedaba sentado en la banca sin alcanzar a llegar a
la casa. La ñora que me cuidaba ya estaba harta de tener la responsabilidá de
un chiquillo y una tarde me dejó en la banca junto a mi padre. Así que como
verá señor juez, la banca era ahora mi nana. Ahí aprendí a caminar solito,
agarrándome de sus fierros. Cuando tenía como cinco años, mi padre ya no
despertó la borrachera y la gente nomás se arrimó a echarme chicos ojotes
diciendo “pobrecito, y ora de qué va a vivir”, pero ninguna fue pá decirme vente
a mi casa, acá hay comida, acá hay cama, acá hay madre y padre y hermanos, no,
señor juez, ahi me dejaron agarrado a
la banca, agarrado al fierro frío en el invierno y quemante en el verano.
Agarrado a la única cosa que me dejaba agarrarla, ya ve lo que pasó cuando
quise agarrar comida de las bolsas de las ñoras que pasaban con su mandado, me
pusieron la cabeza toda boluda de tantos coscorrones. Luego me llevaron que
dizque a donde iba a estar mejor, pero fue pior señor juez, porque esa casa con
rejas no era más que una escuela de puras tranzas. Ahi me enseñaron a buscar la
comida, la bebida, y todas las otras cosas retefácil, nomás con echarles un
puñal por delante nadie se oponía; así que cuando salí, aluego luego me fui a
buscar el lugar adonde probar todo lo que aprendí. ¿Dónde cree que caí señor
juez? ¡Pos en mi banca! Ahí mero me senté y toda la tarde me estuve jodiendo a
la gente hasta que un polecía vino y me dijo que me iba a llevar de nuez a la
cárcel, a menos que me moviera en lugares que no fueran fijos y le diera su
comisión.
¿Cuál era el
agente?, no pos está canijo pá recordar, con eso que todos se parecen.
El caso es
que yo seguí por ahi en otros lados, pero todas las tardes nos veíamos en la
banca pa´ hacer cuentas, así que verá señor juez, ahora la banca era mi
oficina.
A veces me
quedaba toda la tarde sentado en mi nana, digo mi banca, a ver pasar a las
muchachas. Ya tenía algo así como catorce años, así que pos ya sabía cómo
hacerle con las viejas. Allá en la cárcel se aprende de todo, nomás que allá
era entre chavos, pero pos no le aunque, el chiste es sacar el veneno. De tanto
esperar y mirar chavas, le iba contando a la banca cuál estaba más buena o más
güera, o tenía las piernas más flacas y mi banca, señor juez, me escuchaba con
tanta atención, que le juro que ya era mi confidente. Esa banca me escuchó
hablar de la Chona,
una güera ojos borraos con la que duré como un año señor juez. ¿Que a usté qué
le importa la Chona
y mis chismes? O chingaos, ¿tons cómo va a saber porqué me llevaba la banca?
¿No quiere saber qué le contaba de mi novia? Era re buena gente, me decía que
ser malo no era bueno, como si yo supiera qué era bueno o malo; me decía que me
quería harto, y para mí el cariño era agarrarle las pechugas redondas y duras
mientras le lamía los labios y la cara. Ella nomás me decía que no y que no,
pero los calzones se le mojaban igual que a mí. Luego me hartó por rejega y le
di su estate quieta. Una noche me metí a su cuarto por la ventana y pa´ que no
hiciera ruido le metí un trapo en la boca, luego la encueré toda y…. Me salí de
su casa y al otro día no llegó a la banca. Luego supe que se murió, se me
olvidó quitarle el trapo de la boca. La agarré a llore y llore y a darle de
patadas a la banca, ¡pinche banca! nunca me dijo que la gente que quiero se
muere. Pero aluego me arrepentí y le dije que nomás me quedaba ella y sus
fierros oxidados. Ahí se quedó solita solita mientras me llevaban otra vez a la
cárcel, los hermanos de la Chona
me habían visto salir por la ventana.
Nomás fueron
como veinte años, señor juez, la cárcel se cayó con el temblor ese del volcán
que dizque nació junto a la casa del carnicero, así que yo nomás vide las
paredes abiertas, me pelé. Pasé por la noche a ver a mi banca y con una navaja
le grabé un monito en el brazo. Ahí seguiría seguramente, pero pos la pintaron
y se borró. Me fui pal norte, allá con los gringos, señor juez y pos ya ve,
volví.
No, nunca
tuve familia, ¿pa´ qué? ¿pa´ dejarlos un día sentados en otra banca?, mejor
seguí nomás con una y otra vieja hasta que ya no me hicieron caso sin pagarles
por arrimarse a darme cariño. Y pus ahora dizque de tanto andar en ésas, señor
juez, tengo una cosa que le llaman el sida. Dicen que me voy a morir este año,
yo no sé cuánto sea cierto y cuánto sea mentira, porque a otro camarada le
dijeron lo mismo y se murió en dos semanas, así que por eso volví señor juez,
pa´ ver otra vez a mi banca y llevármela allá pa’l cerro, donde me puedo morir
como cuando nací, con la única compañía que nunca se fue ni me cobró, ni me
dijo pendejadas, ni me pegó, ni me gritó, ni me dio arremetidas traseras como
puñaladas de noche en la cárcel.
Deje que me
la lleve señor juez, total, ya está revieja igual que yo, y pos así nomás me
acuesto y entre sus fierros me dejo morir, que al cabo yo ya nací bien muerto.