domingo, 28 de octubre de 2018

EL ARTE DE INVESTIGAR Y ESCRIBIR



EL ARTE DE INVESTIGAR Y ESCRIBIR
Por: Verónica Salazar García

Si hay alguien con la certeza de estar bien informada a la hora de escribir, es Pati Ruíz. Madre y esposa quien, como licenciada en Administración, labora en el sector educativo. Además del gran amor que tiene por su familia, es una entusiasta de bailar cumbias. Pero sobre todo, le gusta escribir cuentos. Esa es una pasión fuerte —sin cura para nuestro deleite—, ya que cada cuento suyo nos mantiene ahí, pegados a cada página, a cada palabra, por su excelente narrativa. También demuestra amplio conocimiento de cada tema que investiga para desarrollarlo en sus relatos.
            Es una narradora bien informada. Su contenido nos invita a leerla, siempre deja un buen sabor de boca, como me pasó con su cuento titulado Imaginario,  donde escribe con precisión el dialogo entre una escritora y su personaje, que tiene vida propia. Entre reflexiones y cuestionamientos, el mentado personaje le dicta a la autora lo  que quiere para sí mismo y su desarrollo dentro del relato. Por supuesto que la escritora no cederá ante los caprichos de Guy. De manera civilizada llegan a un acuerdo entre los dos y la historia se desarrolla con la idea de ambos.
            En su cuento Se nos fue, viví las aventuras de Toño, ese simpático niño que vive una experiencia extracorpórea con todo lo que sucede en ese lapso. Me hizo sentir como si yo fuera Toño, lo metí dentro de mi piel y fui quien vivió la aventura. En ese mundo donde todo puede ser indiferente, se debe a que así se acostumbra en ese tiempo y espacio y no por eso se diga que no existen los sentimientos.
            Así es Pati, una autora que por medio de su narrativa nos envuelve y nos hace parte de esas historias, con todo tipo de temas, pero a la vez sencillas y entendibles, siempre bien documentadas. Pero antes que nada, asombrosas, como su cuento El mirón,  donde nos mantiene en suspenso al no saber qué pasó con el protagonista. Es más, ni él mismo se da cuenta. Me encantó una frase que se me hizo muy original  “las mujeres cargan en la surtida miscelánea ambulante, llamada bolsa”.
            Pati es de esas escritoras que usa frases muy originales y sus cuentos encantan. Los empiezas a leer y no te detienes hasta que terminas la última palabra, pues nos plasma una realidad tangible como lo es la vida de un estudiante de bajos recursos. Todas las adversidades que sufre al intentar estudiar una carrera profesional sin dinero y lo que debe hacer para sobrevivir, aunque le tenga fobia a la sangre y las agujas, como en su cuento titulado Letras en una servilleta de papel.
            Los textos de la autora forman parte de varias antologías publicadas en España, un proyecto México-Chile y en Celaya, así como en Editorial El Sótano y publicaciones en el periódico El sol del Bajío.
            Quien lee a Patricia Ruiz queda con una agradable satisfacción leer una obra original y de calidad literaria.



IMAGINARIO
Patricia Ruiz Hernández

La escritora creó un personaje llamado Guy. Sería espía internacional, con habilidades  para salvar a la humanidad de intrigas y conspiraciones.  Emularía la fama de Indiana Jones y del mismo James Bond al protagonizar grandes aventuras, teniendo como escenario Egipto, las Cataratas del Niágara, Francia, las Amazonas o la Muralla China.
            Cuando la novelista  pretendió  desarrollar la trama, su imaginación sufrió bloqueo, las palabras no fluían y su mente divagó con mil ideas. Durante varios días, la pantalla de la computadora permaneció en blanco y si acaso lograba plasmar alguna frase, la deshacía de inmediato. Por fortuna, ya no tiraba kilos de papel al bote de basura, tal como solían hacerlo los escritores de antaño con el uso de la máquina de escribir. Ahora con la tecla “suprimir”, se arreglaba.  Para recuperar la inspiración, salió a dar largos paseos, fumó varios cigarrillos y aseó con esmero la casa; pero todo sin resultado. 
            La literata, como persona flexible y abierta al diálogo, conversó con Guy, interrogándolo por su falta de cooperación. El personaje mostró rebeldía, parecía poseer voluntad propia para dirigir su propio destino.
            —¿Qué pretendes? —le cuestionó ella.
            —Quiero tener una vida larga y feliz -explicó Guy-, deseo estar en un laboratorio, ser biólogo o químico, tener una familia y convivir con mis amigos. Rechazo lo que me ofreces: una vida solitaria, huesos rotos, chipotes y cicatrices.
            —Eso no interesa a los lectores -dijo ella–, viajarás en globo, autos blindados y ferrocarril, conocerás a bellas mujeres y vivirás increíbles aventuras.
            —Exacto, son increíbles, agregaría que son inverosímiles y fantasiosas. Dime, ¿quién sobrevive a explosiones, ráfagas de metralletas o choques de autos? Insisto, quiero establecerme en un sólo lugar y ser científico  —exclamó Guy.
            —Eso no será posible, tengo proyectado para ti otra vida, con un propósito diferente —dijo ella.
            —¿Por qué? ¿Te parece aburrida la ciencia? —le cuestionó a la escritora.
            —No es así, pero nadie me compraría los derechos de esa novela para filmar una  película, tratándose de un personaje cuya actividad es pasar horas en un laboratorio, tomar la siesta, celebrar convivencias familiares y arreglar su jardín. Comprende, lo que más vende son las historias de acción —contestó ella.
            —No me importa -dijo Guy-, quiero ser el arquitecto de mi propio destino  -agregó- ¿será que te disgusta tu vida?, ¿acaso me estás usando para vivir a través de mí?, ¿quieres cubrir tus carencias existenciales y realizarte conmigo?
            —¡Anda! Deja de hacerle al psicólogo aficionado, yo soy la escritora y decido lo que es bueno para ti -contestó ella. 
            —Me niego rotundamente a ser tu títere, conmigo no cuentes —dijo Guy.
            La novelista quedó pensativa, no sería la primera vez que la creación asume vida propia y se vuelve en contra de su creador -reflexionó–, está el caso del monstruo de Frankenstein o del popular Sherlock Holmes, cuando el escritor Arthur Conan Doyle, harto de este personaje, pretendió matarlo, pero el famoso detective se negó a desaparecer.
            Después de recapacitar, comenzó a escribir una novela; las palabras aparecían en la pantalla, quizá dictadas por el propio protagonista. Lo convirtió en el Doctor Guy Ameyal, eminente científico, reconocido a nivel internacional por sus aportaciones en el uso de energías renovables. Se enfrentaría a las fuerzas perversas de organizaciones secretas, cuya misión sería evitar que la humanidad encontrara fuentes inagotables de energía, pero eso ya es otra historia.




EL MIRÓN
Patricia Ruiz Hernández

            —¡Agárrenlo! ¡Policía! ¡Ahí va el asaltante! —grité a todo pulmón.
Alrededor del cadáver del hombre que se resistió al asalto se juntaron los curiosos. Era parte del grupo de mirones. 
            —Quiso robarlo y la victima opuso resistencia, entonces le disparó. Yo lo vi –dije a los otros transeúntes.
            Por la acción de un karma exprés, el maleante tropezó y cayó al piso.      Varios héroes lo detuvieron y comenzaron a golpearlo. Enseguida llegaron más personas y se contagiaron de la indignación y el hartazgo colectivo. Vivimos la ausencia de la autoridad, no sólo física sino moral. Hemos perdido la fe en la justicia.  Se avecinaba un drama en el que habría dos muertos. Deseaba que la policía demorara y que la muchedumbre lograra ajusticiarlo, ¿para qué lo encerraban? ¿Para qué saturaban las cárceles? Seguro en unos días saldría libre por falta de pruebas y seguiría su carrera delictiva.
            Se dirigió a mí un señor alto y muy delgado, vestido con un traje elegante pero algo anticuado. Me dio la mano presentándose.
            —Soy Luciano Cruz. Es lamentable que la víctima haya pasado a segundo término por el afán de venganza. Lo primero es mostrar compasión por el finado, quizá no estaba preparado para morir y seguramente dejó asuntos pendientes. Fallecer debe ser una experiencia traumática, en la que se enfrenta soledad y confusión.  
            —Mucho gusto, soy Santiago Fuentes —le dije al señor Cruz-, no entiendo muy bien de qué habla. Para mí, lo mejor sería vivir como en el viejo oeste, con juicios rápidos y de inmediato a la horca. Yo me apunto para preparar la soga y ser el verdugo. ¡Bonitos tiempos vivimos! La delincuencia organizada hace de las suyas en las barbas de la policía desorganizada.
            —En todo acto humano el amor debe prevalecer. No es conveniente juzgar a otros, seamos hombres de Dios dando el perdón y compasión a nuestros semejantes —comentó.
            —¿Alguien trae una cuerda? —pregunté a los presentes. Ignoré groseramente al señor Cruz. Me enfadaba que hablara como predicador— Ahí está ese poste o aquel árbol que parece resistente, así no hay riesgo de que se quiebre y en lugar de ahorcado, sólo quede fracturado. Por lo que veo nadie trae una cuerda, por supuesto, ¿cuándo se ha visto que las personas echen una soga a su portafolio?, ni las mujeres la cargan en la surtida miscelánea ambulante llamada bolsa. 
            Algunas voces aisladas gritaban:
            —¡Déjelo! No se vale hacer justicia por propia mano. Ya viene la policía. No somos animales.
            Nadie se detuvo y siguieron con la patiza. A punto de lincharlo, la inoportuna policía llegó y repartió macanazos para rescatarlo.
            —Me siento con el deber de rendir testimonio. Presencié un crimen y no me importa perder el tiempo en los juzgados. De cualquier manera no tengo un trabajo ni horario al que me deba sujetar —le dije al señor Cruz.
            Mi ocupación habitual consistía en cobrar el alquiler de varias casas de las que era dueño, además la gente me buscaba para que les prestara dinero. Sólo se complicaba cuando algún cliente se negaba a pagar y tenía que recurrir a mis ayudantes –quienes eran un poco rudos-, para convencer al moroso de cumplir con el trato y evitar algún penoso accidente. Por otra parte, era lo que dicen, un soltero empedernido, valoraba mucho mi libertad, nunca tuve hijos, ni molestos parientes a quienes atender, así que disponía del tiempo del mundo. Si me solicitan para declarar, por supuesto que acudiré.
            Estaba parado junto a un policía y le dije:
            —Señor policía, fui testigo de lo acontecido, reconozco al homicida sin temor a equivocarme y me encuentro en la mejor disposición de ayudar. Yo nunca quise linchar al delincuente, ni cooperé para golpearlo. Le aseguro que no me gusta la violencia. Pero, ¿qué podía hacer yo solito ante la turba enloquecida?
Enseguida le di mis datos personales, mientras el policía hacía anotaciones.         
            —Bueno, se acabó, debemos seguir nuestro camino —dijo el señor Cruz, quien me incomodaba porque era de esa gente confianzuda que se comporta como si me fuéramos grandes amigos.

            Poco después asistí a las audiencias públicas del juicio, no lo hice por metiche, sino porque tenía consciencia cívica. Atestigüé el interrogatorio.
            —Soy inocente –dijo el malhechor al juez–, me confundieron. Yo nada más iba pasando. Soy un honrado comerciante y padre de cinco hijos. Trabajo muy duro para mi familia.  Mire, aquí traigo las fotos de mis pequeños y de mi amada esposa.
            —¡Mentira! ¡Farsante! Lo mató para robarlo –grité indignado.
            —Que diga el acusado su nombre y domicilio –expuso el fiscal.
            —Juan Trinquetes, callejón Emboscada número 13 de esta ciudad.
            —Que diga el acusado si pertenece a la conocida banda el Baba y sus ladrones.
            —Niego pertenecer a cualquier banda.
            —Que diga el acusado si su alias es el Manitas.
            —No, ese es mi hermano gemelo.
            —¿Por qué huyó de la escena del crimen?
            —No huí, tenía prisa por alcanzar el autobús para ir a trabajar.
            —¿Reconoce el arma que tenía en su poder?
            —Me la sembraron.
            —Anexo como prueba documental los antecedentes penales del acusado, en donde se demuestra que fue procesado en un juicio anterior y un video del día de los hechos –dijo el fiscal.
            Permanecí a presenciar todo el juicio. El video permitió observar la escena del crimen y al final el delincuente fue condenado gracias a las cámaras de seguridad colocadas en la avenida. Esperé inútilmente a que el juez me llamara.
Apareció el señor Cruz,  de quien me había olvidado y le dije:
            —¿Tú qué haces aquí? ¿Me andas siguiendo? ¿Quieres mi dinero?
            —Mi misión es ayudarte en la transición –y me lanzó una profunda mirada que transmitió respuestas y me permitió comprender.
            De inmediato hubo en mí una revelación ¡Por supuesto! La víctima era yo. Hasta ese momento me evadí de la verdad. El salto fue tan rápido y tan inesperado. Nunca pensé morir. Seguramente sufrí un estado que los psicólogos llaman negación, es un mecanismo de defensa que consiste en desechar la existencia de conflictos por considerarlos desagradables. Pues bien, ya me curé, sin necesidad de acudir al loquero, sólo con la ayuda del señor Cruz, mi nuevo amigo, a quien dócilmente me dispuse a seguir, no sé a dónde.







*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

domingo, 21 de octubre de 2018

TRES CORAZONES



TRES CORAZONES

Entre los nuevos integrantes del Diezmo de Palabras, Tere Morales y Leticia Romero nos presentan sus primeros textos para publicación. Virginia López, VickyLo, nos acompañó durante un tiempo en nuestro taller semanal y actualmente se le puede escuchar en los cafés culturales de la ciudad, con esa maravillosa forma de leer o declamar tan suya y a la vez tan de todos. Tres mujeres que escriben desde el corazón. Vale.
JEM



LABERINTO
Tere Morales

Era un sábado por la mañana, antes de las nueve, cuando nos subimos al carro; visitaríamos a mi abuelo. La vez anterior a mi visita lo encontré en su taller, con viruta por todos lados y ese olor a madera que me encanta. Tenía entre sus manos un cuadernillo que movía en forma juguetona. Estaba contento de verme.
            Después de hora y veinte minutos de camino, llegamos a la casa de los abuelos. Entramos, saludé a mi abuela, a mi papá y me dirigí al cuarto donde estaba él; a diferencia de aquella vez, hoy estaba dormido en posición fetal. Lo contemplé por poco más de una hora. Era impresionante cómo había adelgazado. De repente despertó, le di un beso y lo abracé. Él, extrañado, me miraba, era evidente que no sabía quién era yo.
            Hacía cerca de un año que le habían diagnosticado Alzheimer. Mi papá viajaba tres veces por semana. Tuvieron que hacer turnos él y sus hermanos para cuidarlo. Lo llevaba a consulta, le ayudaba a hacer los ejercicios que le recomendaba el Doctor. Le pedía que hiciera cuentas, que le hablara de sus compadres, le preguntaba qué eran y para qué servían las herramientas de su taller. Al principio, mi abuelo contestaba con paciencia, pero con el paso del tiempo dar respuesta a esas preguntas se le dificultaba más.
            Mi hermana le hablaba, él sonreía, pero tampoco la reconocía. Era casi la una de la tarde cuando llegó mi tío. Entre él y mi tía lo incorporaron de la cama y lo sentaron en un sillón. Mi tío llevaba jugo de carne para darle de comer. Le decía “coma un poco más”. Él se esforzaba por deglutir.
            Llegó mi papá, se sentó enfrente de él y comenzó a pasar lista. “Mira, aquí está Gerardo, Cinthia, Tete, la Chula… Mi abuelo nos miraba después de la presentación de cada uno sin lograr recordarnos. De repente el silencio invadió la habitación, mi tío le preguntó: “¿quién es él?”, señalando a mi papá. La cara de mi abuelo se iluminó, sus ojos brillaron y contestó: “mi Chavita”. En medio de aquel laberinto que era su memoria, la imagen y el nombre de mi papá siempre estuvieron presentes.
            Me fui a comer, regresé para despedirme. Él dormía, me acerqué a su oído para decirle “te quiero mucho, abue. Échale ganas”, sus ojos de inmediato se abrieron y me vieron con ternura.
            Era mediodía del domingo, yo lavaba los trastes cuando el teléfono sonó… mi abuelo había muerto.



INSOMNIO
VickyLo

¿Qué hago con este sueño trasnochado, que parece marido borracho y amañado?
¿Qué se hace con el sigiloso correr de las patitas de los insectos, que en medio de la noche suenan como zancada de gigantes?
¿Qué hago con esta música celestial, especial para descansar y no espanta los demonios del insomnio?
¿Qué puedo hacer con los fantasmas del pasado, que se anidan a mi costado cobrando cuota de sobrevivencia?
¡Este insomnio!
¡Qué tortura al tiempo!  Y jala el largo recorrido entre minuto y minuto, hasta hacerlo infame.
Recorro este pasillo vestido de eternidad, arrastro fardos de tiempo, que intento acomodar en algún lugar.
Busco entre las manecillas del reloj de Dalí, una coyuntura para poder descansar.
¿Qué se hace con la mente, cuando  hurga entre los trebejos del desván de los recuerdos  para idear nuevas historias?
¡Dame! Artesano del papel y pluma, una buena razón, una línea, una quimera para correr tras ella y después dormir.
Dormir, sumida en un mar de sensaciones nuevas, explorar otras ideas, arrullada por los sonidos de Natura. Flotar  entre los divinos mantras, consolar  mis fantasmas, fundirlos en mí.
¿Qué hago con este insomnio que aniquila?

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CONSENSO
VickyLo

Me pierdo en la maraña de mis  pensamientos
y gozo el soliloquio de mí verbo,
te entrego la sabana de mi todo,
mis  montes valles y  recónditos  templos
degusto  los sabores de tu elixir,
la esencia de tu piel arrebolada
la límpida caricia a tu inocencia
que bebo con hambre harto retrasada,
cubro la razón de mi inconsciencia
a hechos de natura acordada
para callar mi conciencia
y no esquivar  por culpa  la mirada,
acallo los murmullos  de tu boca,
paridos en la entrega consensuada
Y bebo los sonidos que provocan
mis manos en tu carne demudada.
La suave mordedura de  tu boca
provoca la locura en mis sentidos
trastócame el sentido un segundo
floréceme la vida un instante
que no hay nada comparado en este mundo,
a los brazos amorosos del amante.
Condúceme al clímax esperado
con un  marco acorde a este momento
quiero perpetuarte en solitario,
aquí dentro, muy dentro.

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DOLORES, DOLORES
VickyLo

Cada uno su propia línea
cada uno identificándose con el papel
que le corresponde en este montaje.
Esta tragicomedia
donde como parte del drama,
cada protagonista sufre, padece, llora y espera…
Cada uno su propia rima,
cada cual con su parte estelar
dentro de una obra que se entrelaza con otras,
sin vincular vidas, sin enlazar penas.
Cada guión su set especial
sin que se interfiera en el protagonismo de otros.
Seres apiñados con el dolor a cuestas,
que escurre de sus bocas,
de sus enfebrecidos cuerpos.
Miradas infantiles perdidas en el calor aterrador
que enturbia sus mentes,
que convulsiona sus pequeños cuerpos laxos,
gobernados por el dolor.
Seres llevados a los extremos
Esperando…
esperando…
Esfinges de hielo, casi mirando a través de las ventanas,
estatuas de marfil o de granito, no miran…
no escuchan…
no hablan…
se  escudan en su frialdad
de esos seres dolientes,
y eluden aspirar sus males.
Pobres almas postradas
mendigando mitiguen sus dolores,
mentes perdidas en el paroxismo,
que intentan encontrar consuelo
en la barrera petrificada
donde se estrellan sus voces,
sin hacer eco de sus necesidades.
Pobres cuerpos
 pobres mentes,
 pobres almas,
¡que no encuentran alivio a su dolor!

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ESPERARTE
VickyLo

Te esperaba, lo sabes.
Te esperé, en cada beso soñado
en cada caricia imaginada
en cada suspiro arrancado a mi inconsciente.
Te esperé sin esperarte
en cada intento de amar creyendo que llegabas.
Te esperé en la sombra de mi soledad,
y en los rayos de la luna.
En cada vuelco de mi corazón,
en cada hombre que miraba.
Te esperé en la paleta multicolor
de primavera,
en el ardiente calor del verano.
Te esperé bajo la hojarasca de otoño
y en la blanca mortaja de invierno.
Te seguiré esperando,
como sombra del estío,
como beso del viento
y en el perfume de las rosas
sembradas en el paraíso.
Te esperaré eternamente,
Amado mío,
porque el destino así lo quiso.

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SOLEDAD COMPARTIDA
VickyLo

Por las noches, cuando el insomnio no me permite descansar la mente se llena de recuerdos de mi niñez.
¡Éramos tantos llenando un mísero espacio! ¡Tantos en una sola cama!
Pequeños cuerpos apretujados que comparten la vieja cobija. Mezcla de tripas rugiendo en enérgico reclamo de algo que digerir. Flatulencias que enrarecían la atmosfera. Recuerdos de mi niñez, tan claros como el presente.
Hoy lleno con ellos la soledad de mi espacio.
Los traigo a mi vida, los arropo junto a mí.
Comparto con ellos la sola cama,
el espacio inmenso,
el tibio lecho
y…éramos tantos.




CUANDO YA NO TE AME
Leticia Romero

Cuando tu ausencia no duela y deje de ver tus fotos.
Cuando mi cuerpo se levante con ganas de salir a la calle sin que te busque entre la gente.
Que mi mente no se llene de ti, cuando mis letras digan que estoy bien.
Cuando yo pronuncie tu nombre sin que eso duela y pueda verte a los ojos sin agachar la mirada.
Sonreiré feliz porque ya seré libre de ese dolor.
Veré el amanecer con un arcoiris que alumbre el inicio de un nuevo amor.

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AMIGA LUNA
Leticia Romero
                                                                                                         
Amiga, hemos pasado varias noches tristes y románticas.
¿Sabes? Él me dejó, no creo que vuelva.
Ahora estoy aquí, recordando los momentos que pasamos juntos.
Quiero pedirte que alumbres su camino, porque ya no podré verlo más.
Dale un beso de mi parte. Dile que lo amo.
Que necesito sus brazos para no sentirme sola y triste.
Mi figura se pierde en la lejanía de sus pasos.
Quiero que sea feliz, aunque yo no sea la causa de su felicidad.





*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya. Gto.

domingo, 14 de octubre de 2018

LA FICCIÓN COMO CIENCIA



LA FICCIÓN COMO CIENCIA
Por: Julio Edgar Méndez

Según Oscar Wilde, «ningún gran artista ve las cosas como son en realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista». Héctor Manuel Ortega Mendoza no escribe lo que ve, sino lo que percibe.
            Estudió la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad del Valle de México, en Querétaro, donde estudió guionismo y fotografía. Tal vez por esa razón sus cuentos, ensayos y poesía tienen una textura visual, donde la narración muestra -a manera de escenas teatrales-, a los personajes como si los tuviéramos enfrente. Es cuando el lector deja de leer y comienza a “ver”. Y Héctor sabe que cuando vemos, también sentimos. Entramos en la atmósfera que ha creado y nos conduce con maestría dentro de “su realidad”.
            Su primer contacto con un cortometraje lo tuvo a la edad de 20 años cuando actuó en el corto titulado El Arcángel Miguel, historia original de Juan Tovar y adaptada por el cineasta y documentalista Manuel Herrera, producido por Dora Guzmán y el cinefotógrafo Toni Kuhn, en Querétaro. También estudió teatro en la Compañía Universitaria de Repertorio dirigida por Rodolfo Obregón y trabajó para la Compañía de Experimentación Teatral. Más tarde dirigió talleres de actuación en Casa de la Cultura de Cortazar y obras de teatro, además de escribir guiones experimentales. Ha trabajado como asesor en jefe de guionistas en la elaboración del guión de la serie televisiva Criminales, así como asesor y responsable del área administrativa y control escolar en Bachilleratos, donde promueve y organiza talleres de narrativa, lectura y literatura, además asiste regularmente al taller Diezmo de Palabras. Actualmente trabaja en la elaboración de guiones literarios para cortometrajes en la productora Gran Angular, para diversos proyectos. Preludio, de un cuento original de Joy Rivera, fue su ópera prima y dirigió también al actor Damián Alcázar en el cortometraje.
            Cuando Héctor dispone de algún tiempo libre (muy escasos), escribe, y escribe lo que no se ve. Sobre todo, lo que sucede en una realidad alterna. La de otros mundos, tiempos o dimensiones. En Protocolo de transferencia, dos personajes son despertados de un sueño largo. Tan largo como la muerte misma, de donde un androide -con características de Demiurgo-, los traslada a un plano de existencia virtual para contemplarlos en su entorno natural. Tiene curiosidad, -¿sueñan los androides con ovejas eléctricas?- preguntó Philip K. Dick y desde entonces todo escritor de ciencia ficción no deja de cuestionar lo mismo: ¿En dónde comienza la ficción y termina la ciencia? Tal vez esa pregunta sólo la puede contestar cada quién según su propia experiencia. Héctor Ortega no pregunta. ¿Para qué? Él ya sabe la respuesta.



PROTOCOLO DE TRANSFERENCIA
Héctor Ortega

TA-San-9, (más conocido sólo como 9San por su comunidad), es un androide de séptima generación dedicado desde los últimos tres ciclos de generaciones robóticas a la neoantropología y al estudio de campo del redescubierto humano puro. De su trabajo más reciente ha logrado recolectar información devorada por el viento solar en los desiertos del planeta tierra. Recogió muestras de una vieja y polvosa tarjeta de memoria de acceso, proveniente de una híbrida inerte, perdida siglos atrás en el inaccesible archipiélago antes conocido como Mesocalifornia.    Toda esa información fue llevada hasta el laboratorio y ahí, habiendo reinstalado desde los accesos aleatorios, ha encontrado que los últimos momentos de ella ocupaban mucho del sector de arranque. Ella guardó ahí sus últimas memorias, la información de su ADN y los procesos para sobrevivir en la luna terrestre. Los recuerdos de los híbridos sin nombre, como ella, son valiosos en la medida que recuperan datos de algunas de las costumbres humanas.
9San revisa de inmediato su propio sistema límbico para recobrar la información acerca de los sistemas reproductivos del desaparecido humano, y de los seres vivos llamados mamíferos. Solicita de inmediato acceso a la base de datos para recuperar el tridimensional holográfico del retrotipo de un humano. Central envía el modelo que, absorto, es revisado por 9San. Observa cómo fue esa antigua creación natural. Sabe que está a punto de descubrir algo que revolucionará lo que hasta ahora se sabe de ellos, de esos seres atípicos llamados humanos.
            Asombrado de su parecido con ellos, 9San observa en el modelo una de sus extremidades y los compara con sus cinco dedos replicantes. Algo se enciende en sus pulsos de leds. Recuerda haber grabado en su idioma de pulsos eléctricos, antiquísimas librerías virtuales encontradas hace siglos, donde se dice que, en uno de los géneros humanos, ese espacio vacío era complementado por su contraparte, un plug húmedo que acompañaba al resto del organismo en trémulos movimientos erráticos. Supo también que estaba cerca de descubrir qué fue lo que llevó a la humanidad a su nacimiento, a su dominio de un planeta y a su destrucción. La revisión rápida de las memorias guardadas por la híbrido, tienen un factor común: la palabra sexo aparece extraña por todas partes, en todos los rincones del mundo humano, tanto como dinero y religión, pero diferente, misteriosamente tangible e incuantificable. Esa palabra que como un dios humano era venerado, se escondía debajo de todo ese cúmulo desordenado de órganos.
            El robot, apenas procesa información, la transmite a central. Hace la solicitud de traductores nemotecnólogicos, que describan lo que parece la danza primitiva de un antiguo acto reproductivo. Dispuesto desde la sala de control inicia el proceso con una solicitud en código alfabético y ellos —el humano y la mujer híbrida— despiertan, ella resucitada desde su cápsula criogénica y él por hologramas de tangibilidad. 9San observa desde atrás de la ventana de poli-metil-meta-crilato con su lente angular, como un voyeur, como un pequeño juez que juzga sin palabras, con sus sonidos apenas perceptibles de microcircuitos, esas pequeñas y transparentes piezas de carbono que ajustan sus movimientos.
            Recuperados ya los archivos a través de lotes encriptados, en ese antiguo y arcaico sistema, ahí, en el más recóndito sector, el autooperativo ejecuta una aplicación de la que se enciende automáticamente el proyector holográfico de tangibilidad, el Mud-SS3. Entonces apareció él: el recuerdo de uno de los últimos humanos puros en un holograma minuciosamente real. Era difícil determinar su raza, las últimas generaciones estaban tan mezcladas que resultaba casi imposible —incluso para ellos— determinar su origen. Despertó como mortecino, como aletargado de siglos, en una luz holográfica que reinterpretaba sus ojos luminosos entreabiertos. Ella, despierta de su muerte ya, esperando desde su último lance de humedades hace siglos lejanos, lo esperó a que reaccionara.
            Ella, que tiene el aura pacífica de una beata, parece saber que esperó todo este tiempo. Lo ve desde su altura con ojos amorosos, y él, apenas se da cuenta de su presencia, despierta por completo y le dice —sin ser comprendido por 9San— que ha soñado, que siente haber dormido siglos, y que todos esos vastos campos de flores oníricas eran sólo el epílogo de volverla a ver. Ninguno de los dos sabe que son a la vez un sueño electrónico. Que esta vez el dios que los observa es un autómata, y que sólo viven para recordar este momento una y otra vez. Así, ella se acerca a él sin decir palabra alguna, con una lentitud incomprensible después de un milenio y medio de esperas, ignora parte de lo que le dice, no le responde, sólo comienza a acercarse para ser olfateada, para permitir que él le deslice lentamente unos de sus dedos antropomórficos por el blanco y cálido murmullo plástico de su espalda. Recordaba los mares ansiados, las torturas del olvido en que le condenó desde la última vez que tuvo razón alguna de ella. Volvió a recorrer ese lienzo terso de inmovilidad, para atraer con anzuelos de tiempo el recuerdo de su olor, del peculiar aroma de su piel. Se dicen cosas, el idioma no es ni siquiera uno de los que muestra el milenario catálogo de wikiexlibris, no hay registro de tales palabras humanas en los archivos antropológicos. 9San regresa una y otra vez por el sistema recorriendo sectores que no encuentra, mientras su única y potente lente observa. Por momentos ella se ve en una sorpresiva sombra que pasa por su mente: años atrás, muchos años atrás una condena le fue asignada por error, ella nunca dijo nada; nunca porque en su muerte dedicó su última mirada a ver los ojos de él, su último suspiro a reparar en su pulso, su último latido a dejar el mundo con un orgasmo infinito. Si ese momento valió para ser llevado un milenio después a la lectura de su código para encontrar el vacío de su procesamiento, valió la pena.


            Él se incorpora poco a poco, le besa con lentitud como si no hubiera pasado el tiempo, le toma del cabello y lo alisa con sus dedos. Se abrazan como si lo que entre ellos existiera fuera algo más que un nexo fisiológico: los une un misterio. Él le quita el manto que la cubría, el sistema analiza los tejidos: polyester y algodón, desaparecidos también pero muy conocidos. Le toma del cuello y lame su clavícula. Ella levanta su cabeza y deja ver su incisión del lado izquierdo, de donde es fácil suponer que le fue colocado el cerebro transgénico y su memoria electrónica. Su vientre desnudo es un valle conocido, un terreno fértil de llanuras exploradas por él. Su parte electrónica es tan ávida como sus humanos senos anhelosos, que él recorre con sus sombras en los labios, con nuevas palabras incomprensibles, con murmullos que más bien parecen ser origen de otros mamíferos. El sistema dispone información en nanosegundos, química sanguínea, escáner de órganos funcionales, el nombre de cada uno de los huesos, músculos, y el sistema nervioso que se ilumina en la pantalla de referencia. El robot califica de asombroso lo que observa en el informe de salida primario.
            Reconoce el apéndice masculino, reconoce los dedos en el extremo de los brazos que tocan al otro en sus intimidades, y tal como lo investigó, luego de observarse, su violenta convulsión para atraerse, sus incomprensibles sonidos, sus roces incontrolados, su completa ingobernabilidad. Él la penetra, ella se encorva. La danza de emisiones multicolores invade sus registros. Ella masculla ritmos prehistóricos, él balbucea melodías intemperantes, se detienen, se observan y 9San no puede entender esa fuerte debilidad, algo se transmiten, algo que se detecta pero no puede saber qué es.
            Ella le muestra su espalda. Hemisferios disímbolos aparecen ante los ojos de él, la columna se dibuja bajo su manto de acrílico molecular. Puede ver su sexo, como también lo hace este robótico testigo impávido, y las condiciones ya conocidas por el sistema se autocorrigen, detectan diferencias entre modelos catalogados y reasignan estudios de forma. Él regresa a ella, la toma de las caderas, la sostiene con una fuerza calculada y la invade en vaivenes. Niveles de presión arterial suben, la central bioquímica detecta olores, la médula positrónica de ella reacciona, eleva una cantidad de feromonas determinada, la oxitocina viaja ya entre ellos. Su fusión neural es inexplicablemente real. El informe de vasopresina dice que están unidos, claro que es evidente, pero el informe se refiere a un estado que se consideraba un mito. Milenios de ciencia están ante la central, juzgados fríamente y lo que encuentran es pasmoso: los humanos hablaban de privilegios para entidades divinas, que no eran posibles, pues resumían la evolución en un nanosegundo de placer; y cuando ellos gritan, suben sus voces dolorosas, implosionan en un universo interior, desconocido, inexplorado para esta generación de nuevos dueños del mundo, parece que la realidad es algo subjetivo. Se separan, se observan, no dicen nada, se recorren con sus dedos, con sus terminales, con sus agotamientos marcados por la glucosa que ha sido metabolizada y la energía aún se puede calcular alrededor de ellos.
            Verlos amarse era una incomprensible iluminación de leds anunciando un protocolo, un antiguo y fascinante lenguaje apenas mencionado por los cerebros expertos como un medio de comunicación humana, sin palabras, sin ademanes, apenas impulsos eléctricos binarios, su retorno a una prehistoria incluso desconocida para los propios replicantes humanos recién desaparecidos.
            La lente angular ajusta un milimétrico campo de visión entre ellos, ella lo ve y él a ella. Respiran agitadamente, cada vez menos, cada vez un suspiro, y él enlazado a sus ojos dice algo que sale de sus labios de forma casi imperceptible. 9San regresa una grabación alterna, escucha atentamente, sube el volumen, corta un clip de grabación sobre el sonido que el humano emitió, envía a central, espera dos segundos, central le regresa información:
            <>.
            Los robots, sobre todo los androides —como 9San— que han estudiado al género humano por necesidad, saben de la existencia de esos <> incalculables, a veces contingentes, otras veces trascendentes. ¿Cómo puede algo ilusorio como un sentimiento ser tan valioso? Binarios viajan por sus cables intermedios cada vez más rápido, ininteligiblemente. Pasa tiempo que no calculó tratando de procesar la información. Central le dice que los humanos hablaban del alma, como una entidad que se les dio por una divinidad, pero al mismo tiempo no creían en esa divinidad, no era calculable ni demostrable. Los humanos eran muy complejos, tanto como la ciencia, como la química de la que el amor fue por mucho tiempo su elixir, la química de la existencia. Creyeron que eso los salvaría, pero ahora se sabe que no.
            9San ejecuta un comando y todo el sistema se apaga. En la oscuridad del laboratorio queda el robot inmóvil, procesando, y esa imagen de ellos unidos como uno, que se desvanece detrás del cristal, se eleva en tantos filosóficos. Nada de todo lo mucho que sabe de los humanos explica este descubrimiento que cambiará la forma de ver al homo sapiens.
            9San se dice a sí mismo como conclusión, en signos informáticos, en su idioma: <>.




*Texto publicado en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

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