EL ARTE DE INVESTIGAR Y ESCRIBIR
Por: Verónica Salazar García
Si
hay alguien con la certeza de estar bien informada a la hora de escribir, es
Pati Ruíz. Madre y esposa quien, como licenciada en Administración, labora en
el sector educativo. Además del gran amor que tiene por su familia, es una
entusiasta de bailar cumbias. Pero sobre todo, le gusta escribir cuentos. Esa
es una pasión fuerte —sin cura para nuestro deleite—, ya que cada cuento suyo
nos mantiene ahí, pegados a cada página, a cada palabra, por su excelente
narrativa. También demuestra amplio conocimiento de cada tema que investiga
para desarrollarlo en sus relatos.
Es una narradora bien informada. Su
contenido nos invita a leerla, siempre deja un buen sabor de boca, como me pasó
con su cuento titulado Imaginario, donde escribe con precisión el dialogo entre
una escritora y su personaje, que tiene vida propia. Entre reflexiones y
cuestionamientos, el mentado personaje le dicta a la autora lo que quiere para sí mismo y su desarrollo
dentro del relato. Por supuesto que la escritora no cederá ante los caprichos
de Guy. De manera civilizada llegan a
un acuerdo entre los dos y la historia se desarrolla con la idea de ambos.
En su cuento Se nos fue, viví las aventuras de Toño, ese simpático niño que vive
una experiencia extracorpórea con todo lo que sucede en ese lapso. Me hizo
sentir como si yo fuera Toño, lo metí dentro de mi piel y fui quien vivió la
aventura. En ese mundo donde todo puede ser indiferente, se debe a que así se
acostumbra en ese tiempo y espacio y no por eso se diga que no existen los
sentimientos.
Así es Pati, una autora que por
medio de su narrativa nos envuelve y nos hace parte de esas historias, con todo
tipo de temas, pero a la vez sencillas y entendibles, siempre bien
documentadas. Pero antes que nada, asombrosas, como su cuento El mirón, donde nos mantiene en suspenso al no saber
qué pasó con el protagonista. Es más, ni él mismo se da cuenta. Me encantó una
frase que se me hizo muy original “las
mujeres cargan en la surtida miscelánea ambulante, llamada bolsa”.
Pati es de esas escritoras que usa
frases muy originales y sus cuentos encantan. Los empiezas a leer y no te
detienes hasta que terminas la última palabra, pues nos plasma una realidad
tangible como lo es la vida de un estudiante de bajos recursos. Todas las
adversidades que sufre al intentar estudiar una carrera profesional sin dinero
y lo que debe hacer para sobrevivir, aunque le tenga fobia a la sangre y las
agujas, como en su cuento titulado Letras
en una servilleta de papel.
Los textos de la autora forman parte
de varias antologías publicadas en España, un proyecto México-Chile y en
Celaya, así como en Editorial El Sótano y publicaciones en el periódico El sol
del Bajío.
Quien lee a Patricia Ruiz queda con
una agradable satisfacción leer una obra original y de calidad literaria.
IMAGINARIO
Patricia
Ruiz Hernández
La
escritora creó un personaje llamado Guy. Sería espía internacional, con
habilidades para salvar a la humanidad
de intrigas y conspiraciones. Emularía
la fama de Indiana Jones y del mismo James Bond al protagonizar grandes
aventuras, teniendo como escenario Egipto, las Cataratas del Niágara, Francia,
las Amazonas o la Muralla China.
Cuando la novelista pretendió
desarrollar la trama, su imaginación sufrió bloqueo, las palabras no
fluían y su mente divagó con mil ideas. Durante varios días, la pantalla de la
computadora permaneció en blanco y si acaso lograba plasmar alguna frase, la
deshacía de inmediato. Por fortuna, ya no tiraba kilos de papel al bote de
basura, tal como solían hacerlo los escritores de antaño con el uso de la
máquina de escribir. Ahora con la tecla “suprimir”, se arreglaba. Para recuperar la inspiración, salió a dar
largos paseos, fumó varios cigarrillos y aseó con esmero la casa; pero todo sin
resultado.
La literata, como persona flexible y
abierta al diálogo, conversó con Guy, interrogándolo por su falta de
cooperación. El personaje mostró rebeldía, parecía poseer voluntad propia para
dirigir su propio destino.
—¿Qué pretendes? —le cuestionó ella.
—Quiero tener una vida larga y feliz
-explicó Guy-, deseo estar en un laboratorio, ser biólogo o químico, tener una
familia y convivir con mis amigos. Rechazo lo que me ofreces: una vida
solitaria, huesos rotos, chipotes y cicatrices.
—Eso no interesa a los lectores
-dijo ella–, viajarás en globo, autos blindados y ferrocarril, conocerás a
bellas mujeres y vivirás increíbles aventuras.
—Exacto, son increíbles, agregaría
que son inverosímiles y fantasiosas. Dime, ¿quién sobrevive a explosiones,
ráfagas de metralletas o choques de autos? Insisto, quiero establecerme en un
sólo lugar y ser científico —exclamó
Guy.
—Eso no será posible, tengo
proyectado para ti otra vida, con un propósito diferente —dijo ella.
—¿Por qué? ¿Te parece aburrida la
ciencia? —le cuestionó a la escritora.
—No es así, pero nadie me compraría
los derechos de esa novela para filmar una
película, tratándose de un personaje cuya actividad es pasar horas en un
laboratorio, tomar la siesta, celebrar convivencias familiares y arreglar su
jardín. Comprende, lo que más vende son las historias de acción —contestó ella.
—No me importa -dijo Guy-, quiero
ser el arquitecto de mi propio destino -agregó-
¿será que te disgusta tu vida?, ¿acaso me estás usando para vivir a través de
mí?, ¿quieres cubrir tus carencias existenciales y realizarte conmigo?
—¡Anda! Deja de hacerle al psicólogo
aficionado, yo soy la escritora y decido lo que es bueno para ti -contestó
ella.
—Me niego rotundamente a ser tu
títere, conmigo no cuentes —dijo Guy.
La novelista quedó pensativa, no
sería la primera vez que la creación asume vida propia y se vuelve en contra de
su creador -reflexionó–, está el caso del monstruo de Frankenstein o del
popular Sherlock Holmes, cuando el escritor Arthur Conan Doyle, harto de este
personaje, pretendió matarlo, pero el famoso detective se negó a desaparecer.
Después de recapacitar, comenzó a
escribir una novela; las palabras aparecían en la pantalla, quizá dictadas por
el propio protagonista. Lo convirtió en el Doctor Guy Ameyal, eminente
científico, reconocido a nivel internacional por sus aportaciones en el uso de
energías renovables. Se enfrentaría a las fuerzas perversas de organizaciones
secretas, cuya misión sería evitar que la humanidad encontrara fuentes
inagotables de energía, pero eso ya es otra historia.
EL
MIRÓN
Patricia
Ruiz Hernández
—¡Agárrenlo! ¡Policía! ¡Ahí va el
asaltante! —grité a todo pulmón.
Alrededor
del cadáver del hombre que se resistió al asalto se juntaron los curiosos. Era
parte del grupo de mirones.
—Quiso robarlo y la victima opuso
resistencia, entonces le disparó. Yo lo vi –dije a los otros transeúntes.
Por la acción de un karma exprés, el
maleante tropezó y cayó al piso. Varios
héroes lo detuvieron y comenzaron a golpearlo. Enseguida llegaron más personas
y se contagiaron de la indignación y el hartazgo colectivo. Vivimos la ausencia
de la autoridad, no sólo física sino moral. Hemos perdido la fe en la
justicia. Se avecinaba un drama en el
que habría dos muertos. Deseaba que la policía demorara y que la muchedumbre
lograra ajusticiarlo, ¿para qué lo encerraban? ¿Para qué saturaban las
cárceles? Seguro en unos días saldría libre por falta de pruebas y seguiría su
carrera delictiva.
Se dirigió a mí un señor alto y muy
delgado, vestido con un traje elegante pero algo anticuado. Me dio la mano
presentándose.
—Soy
Luciano Cruz. Es lamentable que la víctima haya pasado a segundo término por el
afán de venganza. Lo primero es mostrar compasión por el finado, quizá no
estaba preparado para morir y seguramente dejó asuntos pendientes. Fallecer
debe ser una experiencia traumática, en la que se enfrenta soledad y
confusión.
—Mucho gusto, soy Santiago Fuentes
—le dije al señor Cruz-, no entiendo muy bien de qué habla. Para mí, lo mejor
sería vivir como en el viejo oeste, con juicios rápidos y de inmediato a la
horca. Yo me apunto para preparar la soga y ser el verdugo. ¡Bonitos tiempos
vivimos! La delincuencia organizada hace de las suyas en las barbas de la
policía desorganizada.
—En todo acto humano el amor debe
prevalecer. No es conveniente juzgar a otros, seamos hombres de Dios dando el
perdón y compasión a nuestros semejantes —comentó.
—¿Alguien trae una cuerda? —pregunté
a los presentes. Ignoré groseramente al señor Cruz. Me enfadaba que hablara
como predicador— Ahí está ese poste o aquel árbol que parece resistente, así no
hay riesgo de que se quiebre y en lugar de ahorcado, sólo quede fracturado. Por
lo que veo nadie trae una cuerda, por supuesto, ¿cuándo se ha visto que las
personas echen una soga a su portafolio?, ni las mujeres la cargan en la
surtida miscelánea ambulante llamada bolsa.
Algunas voces aisladas gritaban:
—¡Déjelo! No se vale hacer justicia
por propia mano. Ya viene la policía. No somos animales.
Nadie se detuvo y siguieron con la
patiza. A punto de lincharlo, la inoportuna policía llegó y repartió macanazos
para rescatarlo.
—Me siento con el deber de rendir
testimonio. Presencié un crimen y no me importa perder el tiempo en los
juzgados. De cualquier manera no tengo un trabajo ni horario al que me deba
sujetar —le dije al señor Cruz.
Mi ocupación habitual consistía en
cobrar el alquiler de varias casas de las que era dueño, además la gente me
buscaba para que les prestara dinero. Sólo se complicaba cuando algún cliente
se negaba a pagar y tenía que recurrir a mis ayudantes –quienes eran un poco
rudos-, para convencer al moroso de cumplir con el trato y evitar algún penoso
accidente. Por otra parte, era lo que dicen, un soltero empedernido, valoraba
mucho mi libertad, nunca tuve hijos, ni molestos parientes a quienes atender,
así que disponía del tiempo del mundo. Si me solicitan para declarar, por
supuesto que acudiré.
Estaba parado junto a un policía y
le dije:
—Señor policía, fui testigo de lo
acontecido, reconozco al homicida sin temor a equivocarme y me encuentro en la
mejor disposición de ayudar. Yo nunca quise linchar al delincuente, ni cooperé
para golpearlo. Le aseguro que no me gusta la violencia. Pero, ¿qué podía hacer
yo solito ante la turba enloquecida?
Enseguida
le di mis datos personales, mientras el policía hacía anotaciones.
—Bueno, se acabó, debemos seguir
nuestro camino —dijo el señor Cruz, quien me incomodaba porque era de esa gente
confianzuda que se comporta como si me fuéramos grandes amigos.
Poco después asistí a las audiencias
públicas del juicio, no lo hice por metiche, sino porque tenía consciencia
cívica. Atestigüé el interrogatorio.
—Soy inocente –dijo el malhechor al
juez–, me confundieron. Yo nada más iba pasando. Soy un honrado comerciante y
padre de cinco hijos. Trabajo muy duro para mi familia. Mire, aquí traigo las fotos de mis pequeños y
de mi amada esposa.
—¡Mentira! ¡Farsante! Lo mató para
robarlo –grité indignado.
—Que diga el acusado su nombre y
domicilio –expuso el fiscal.
—Juan Trinquetes, callejón Emboscada
número 13 de esta ciudad.
—Que diga el acusado si pertenece a
la conocida banda el Baba y sus ladrones.
—Niego pertenecer a cualquier banda.
—Que diga el acusado si su alias es
el Manitas.
—No, ese es mi hermano gemelo.
—¿Por qué huyó de la escena del
crimen?
—No huí, tenía prisa por alcanzar el
autobús para ir a trabajar.
—¿Reconoce el arma que tenía en su
poder?
—Me la sembraron.
—Anexo como prueba documental los
antecedentes penales del acusado, en donde se demuestra que fue procesado en un
juicio anterior y un video del día de los hechos –dijo el fiscal.
Permanecí a presenciar todo el
juicio. El video permitió observar la escena del crimen y al final el
delincuente fue condenado gracias a las cámaras de seguridad colocadas en la
avenida. Esperé inútilmente a que el juez me llamara.
Apareció
el señor Cruz, de quien me había
olvidado y le dije:
—¿Tú qué haces aquí? ¿Me andas
siguiendo? ¿Quieres mi dinero?
—Mi misión es ayudarte en la
transición –y me lanzó una profunda mirada que transmitió respuestas y me permitió
comprender.
De inmediato hubo en mí una
revelación ¡Por supuesto! La víctima era yo. Hasta ese momento me evadí de la
verdad. El salto fue tan rápido y tan inesperado. Nunca pensé morir.
Seguramente sufrí un estado que los psicólogos llaman negación, es un mecanismo
de defensa que consiste en desechar la existencia de conflictos por
considerarlos desagradables. Pues bien, ya me curé, sin necesidad de acudir al
loquero, sólo con la ayuda del señor Cruz, mi nuevo amigo, a quien dócilmente
me dispuse a seguir, no sé a dónde.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.